jueves, 29 de mayo de 2014

Franz von Werra, el rey de las fugas

Franz Xaver Baron von Werra (1914-1941)
Franz von Werra nació en Leuk, en el cantón suizo de Valais, el 13 de julio de 1914. Su padre, el barón Leo von Werra, se arruinó completamente poco después y por ello sus dos hijos menores, Franz y Emma-Charlotte, fueron adoptados en 1915 por Carl y Louise von Haber, un matrimonio de aristócratas alemanes amigos de la familia, que no tenían hijos propios. Cuando sus padres adoptivos se separaron, en 1932, Franz huyó de su casa y trató de llegar a EEUU como polizón en el carguero Niederwald, aunque fue descubierto en el puerto de Hamburgo.
Cuando cumplió los 18 años, Franz supo su verdadero origen y decidió adoptar su apellido natal. Abandonó los estudios, se dedicó a diversos trabajos y en 1933 se afilió a la Sturmabteilung o SA, una organización paramilitar asociada al Partido Nazi y conocidos vulgarmente como "camisas pardas". En 1936, se alistó en la Luftwaffe, alcanzando el rango de teniente en 1938.
Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y habiendo tenido una breve participación en la campaña polaca formando parte de la Jagdgeschwader 1, fue asignado al Grupo II de la JG 3, con la que combatió en la invasión de Francia, logrando sus primeras cuatro victorias: dos Breguet 690 y un Potez 630 franceses y un Hawker Hurricane británico. Estos éxitos le valieron recibir la Cruz de Hierro de Segunda Clase y, más adelante, la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro. También llamó la atención de la prensa alemana por su carácter: extrovertido, simpático, seductor, amigo de la vida social, excéntrico (hasta el punto de tener como mascota a un cachorro de león llamado Simba), inquieto, atrevido, era sin duda todo un personaje.
Franz von Werra y Simba

Tras la rendición de Francia, los alemanes pusieron sus ojos en Gran Bretaña y comenzaron a realizar ataques aéreos sobre su territorio. Durante los enfrentamientos de lo que se llamó la Batalla de Inglaterra, von Werra aumentó su número de triunfos: derribó un Spitfire y tres Hurricanes, además de otros cinco aviones destruídos en tierra, que elevaron su tanteo personal a 13. Sin embargo, su buena suerte se truncó el 5 de septiembre de 1940, cuando su Messerschmitt Bf 109 E-4 resultó alcanzado por la artillería antiaérea y se estrelló en un campo cerca de Winchet Hill (al sur de Londres), y fue capturado.
El Me Bf 109 E-4 de von Werra, tras ser abatido

Fue recluido inicialmente en Maidstone, en un barracón del cuartel del Regimiento Real de Infantería de West Kent, donde tuvo lugar su primer intento de fuga: mientras cavaba una zanja, intentó dejar sin sentido al soldado que lo vigilaba, pero éste logró reducirlo. Posteriormente, lo llevaron a Trent Park, una mansión del norte de Londres que era usada como lugar de interrogatorio para los prisioneros capturados, donde lo interrogaron durante dos semanas. Después de eso, lo trasladaron a un centro temporal de reclusión en Londres y más tarde a Grizedale Hall, una lujosa casa de campo cerca de la frontera escocesa transformada en campo de prisioneros con el nombre de Campo Nº1, de donde no tardaría en escaparse: el 7 de octubre, aprovechando uno de los habituales paseos que los presos daban por los alrededores de la mansión, von Werra saltó un muro, se escondió hasta que presos y guardianes se perdieron de vista y desapareció en los campos circundantes.
Grizedale Hall

En cuanto se descubrió su fuga se dio la alarma y se empezaron a registrar los alrededores, sin éxito. La noche del día 10, dos voluntarios de la Home Guard lo descubrieron resguardándose de la lluvia en una cabaña de pastores, pero von Werra logró huir amparándose en la oscuridad. Finalmente, el día 12 fue visto saltando un muro y, tras una batida por la zona, von Werra fue capturado mientras trataba de ocultarse sumergiéndose casi por completo en un agujero lleno de barro.
La fuga le valió un castigo de 21 días en confinamiento en solitario y un nuevo traslado, esta vez al Campo Nº13, en Swanwick (Derbyshire), prácticamente en el centro de la isla. Pero el inquieto von Werra no estaba dispuesto a resignarse a su cautiverio; al poco de llegar, se asoció con otros cinco compañeros presos para preparar un nuevo plan de fuga mediante un túnel, una asociación que ellos llamaron humorísticamente Swanwick Tiefbau A. G. (Excavaciones Swanwick S.A.). El túnel, de unos 15 metros y que partía de uno de los barracones, les llevó un mes de duro trabajo, pero finalmente, la noche del 20 de diciembre, aprovechando un corte de la electricidad a causa de una alerta antiaérea, cinco presos (el sexto decidió finalmente no fugarse) salieron por el túnel y se perdieron en la oscuridad. Sus compañeros de escapada habían planeado dirigirse a un puerto y embarcar de polizones en algún buque, o bien dirigirse a Liverpool, donde tenían familiares y amigos. Pero no von Werra. El había pensado en algo mucho más osado y audaz. Durante su cautiverio había conservado su traje de vuelo; se lo puso y se dirigió andando tranquilamente a la estación de tren más cercana, donde se identificó como el capitán van Lott, piloto holandés de la RAF, que había sido derribado en un combate aéreo y deseaba volver cuanto antes con su unidad, por lo que necesitaba que alguien lo llevase a la base aérea más cercana. Su historia era creíble (en la RAF había por aquel entonces numerosos pilotos extranjeros, franceses, holandeses, polacos, checos...) y tan notables eran su sangre fría y su capacidad fabuladora, que logró que alguien llamase a la base de Hucknall, cerca de Nottingham, desde donde le enviaron un coche a recogerlo. Su aplomo fue tal que incluso logró convencer a una patrulla de policía que buscaba a los fugados y lo interrogó en la estación.
El túnel excavado en Swanwick por von Werra y sus compañeros fue redescubierto en 2011, en un estado de conservación bastante bueno
Una vez en Hucknall, von Werra se presentó ante el oficial de guardia y le repitió su historia: era el capitán van Lott, destinado en la base de Dyce (cerca de Aberdeen), había sido derribado y necesitaba volver a su unidad lo antes posible. El oficial, sin acabar de confiar totalmente en su historia, le contestó que tenía que verificar su identidad. Von Werra, con absoluta calma, estuvo de acuerdo y dejó su oficina con la excusa de ir al baño. Sin embargo, se dirigió directamente al hangar más cercano, donde un mecánico estaba poniendo a punto un Hurricane. Haciendo gala una vez más de su desparpajo, le dijo que era un piloto holandés recién destinado a la base, pero que nunca había volado en un Hurricane y el oficial al mando le había dado permiso para hacer un vuelo de prueba y familiarizarse con los mandos. Pese a las reticencias del mecánico, von Werra logró subirse a la cabina y prepararse para despegar. Estaba estudiando los controles cuando apareció de pronto el oficial de guardia, quien a punta de pistola le ordenó bajar de allí: como era de esperar, nadie en Dyce le conocía y acababan de informarlo de la fuga ocurrida en Swanwick, a donde von Werra fue conducido de vuelta fuertemente vigilado (sus compañeros de fuga también habían sido capturados), siendo castigado con 14 días de aislamiento.
En enero del 41, von Werra y varios de sus compañeros de reclusión salieron de Swanwick rumbo a un nuevo campo de prisioneros, esta vez algo más lejos: en la costa del lago Superior, en Canadá. El 10 de enero embarcaban en Greenock (Escocia), en el SS Duchess of York, un trasatlántico reconvertido en transporte de tropas, que se dirigía al puerto de Halifax llevando a 1250 prisioneros alemanes y un millar de reclutas de la RAF que iban a recibir su entrenamiento. Durante el viaje, von Werra solía pasar horas metido en una bañera de agua helada, para acostumbrarse al frío por si tenía la ocasión de saltar al agua al llegar a puerto.
Llegaron a Halifax el 21 de enero y de inmediato los subieron a un tren, bajo una estricta vigilancia. Von Werra vio otra oportunidad al saber que su ruta discurría no muy lejos de la frontera con los EEUU, por aquel entonces neutrales. Con ayuda de sus compañeros, logró forzar una de las ventanillas y, mientras los demás distraían a los guardias, saltó del tren en las cercanías de la localidad de Smith's Falls. Otros siete presos se fugaron de la misma manera a lo largo de aquel viaje, pero no tardaron en ser capturados.
Tras recorrer a pie los cincuenta kilómetros que lo separaban de la frontera, von Werra llegó el día 24 a Johnston, a orillas del río San Lorenzo (frontera natural entre Canadá y EEUU). Allí robó una barca y cruzó el gélido río hasta la otra orilla, donde estaba la ciudad de Ogdensburg (Nueva York). Tras asegurarse de que estaba en territorio estadounidense, se entregó a las autoridades.
El piloto alemán fue acusado de entrar ilegalmente en EEUU y encarcelado en Ogdensburg. Además, los canadienses reclamaron de inmediato su extradición (no sólo por ser un preso fugado, también por haber robado la barca). Existía un riesgo claro de que fuera entregado a los canadienses, ya que no hacía mucho que un prisionero alemán había sido devuelto por las autoridades de Minnesota tras haberse fugado de un campo canadiense. Por aquel entonces, von Werra ya había atraído la atención de la prensa estadounidense,que publicó la historia de sus fugas (aunque un tanto"adornada"). Poco después, el embajador alemán pagaba una fianza de 15000 dólares y se lo llevaba a Nueva York en libertad condicional.
Von Werra durante su estancia en Nueva York

Tras utilizar todo su arsenal legal para evitar que von Werra fuera devuelto a Canadá los funcionarios alemanes supieron que su extradición era inminente. Así que cambiaron su estrategia y prepararon su fuga. Pese a estar bajo vigilancia del FBI von Werra logró darles esquinazo y tomó un tren hacia la frontera mexicana, que cruzaría disfrazado de campesino. La embajada alemana en México le proporcionó un pasaporte falso, gracias al cual volvería sin problemas a Alemania siguiendo la ruta Rio de Janeiro-Barcelona-Roma-Berlín, a donde llegaría finalmente el 18 de abril.
A su vuelta a Alemania fue recibido como un héroe por un país que ya conocía sus hazañas gracias a la prensa. Adolf Hitler en persona le otorgó la Cruz de Hierro y Herman Göring lo ascendió a capitán. Además, proporcionó a los servicios de inteligencia alemanes valiosa información sobre los métodos de interrogatorio y los campos de prisioneros británicos.
En junio del 41, volvió al servicio activo, como comandante del Grupo I de la JG53, destinada en el frente ruso. Allí logró elevar su número de enemigos abatidos de 13 a 21, hasta que en agosto la JG53 fue trasladada de vuelta a Alemania para ser equipada con los nuevos Messerschmitt Bf109 F-4, y fue destinada al aeródromo de Katwijk (Holanda). Von Werra aprovechó este retorno a Alemania para casarse, el 22 de agosto, con su novia, Elfi Traut.

El 25 de octubre de 1941, Franz von Werra despegó de Katwijk para un vuelo rutinario de reconocimiento. El motor de su avión sufrió un fallo mecánico y el aparato se estrelló en el mar al norte de la ciudad de Vlissingen. Ni el aeroplano ni el cuerpo de von Werra se recuperaron nunca.
Messerschmitt Bf 109 F-4

Von Werra tuvo tiempo de relatar sus aventuras en un libro, titulado Meine Flucht aus England (Mi huida de Inglaterra), que nunca llegó a ser publicado porque fue censurado por el régimen nazi (dijeron que era demasiado pro-británico). En 1957, su historia fue llevada al cine en una película británica titulada The One That Got Away, dirigida por Roy Ward Baker y protagonizada por Hardy Krüger (un actor alemán que había pertenecido a las Juventudes Hitlerianas).

lunes, 26 de mayo de 2014

La fuga de Sobibor

El campo de exterminio de Sobibor se construyó en marzo de 1942, a unos setenta kilómetros al sur de Varsovia, junto a la vía férrea que comunicaba Chelm y Wodlawa, en la que se construyó una desviación que llegaba directamente al campo. Ocupaba un área de unos 600 x 400 metros, divididos en cuatro secciones: un área de recepción, donde los trenes dejaban a los prisioneros (conocida como Campo II); un área donde se encontraban además los talleres y los barracones (Campo I); un área de administración o Vorlager, donde estaban las oficinas y las viviendas de los guardias; y por último, más apartada, el área de exterminio, con las cámaras de gas, las fosas comunes y los crematorios. Las tres áreas estaban rodeadas por alambradas y vegetación, para que desde cada una de ellas no fueran visibles las demás. El área de recepción se comunicaba con las cámaras de gas mediante un estrecho pasillo vallado al que llamaban "el tubo". Se encargaban de la vigilancia del campo una veintena de agentes de las SS y un destacamento auxiliar de aproximadamente un centenar de hombres, en su mayor parte ucranianos.
En mayo del 42 comenzaron a llegar los primeros contingentes de prisioneros, fundamentalmente judíos: polacos, alemanes, holandeses, franceses, checos... aunque también fueron enviados a Sobibor prisioneros de guerra capturados en el frente oriental y gitanos. Llegaban a un ritmo de unos dos mil diarios, de los que unos pocos, los que estaban en mejor forma física, eran seleccionados para trabajar en el campo; el resto eran enviados inmediatamente a las cámaras de gas. Se calcula que unas 200000 personas fueron asesinadas en Sobibor con la escalofriante eficacia de la maquinaria genocida nazi.


El 23 de septiembre de 1943 llegó al campo el primer tren con judíos soviéticos, procedentes del gueto de Minsk. Unas 2000 personas, de las que unas 80 fueron seleccionados como trabajadores y el resto, enviados al exterminio. Pero los nazis, llevados por su desprecio hacia los judíos, habían cometido un error: no hacer distinciones entre los recién llegados. Hasta entonces al campo habían llegado fundamentalmente civiles; pero entre aquellos judíos soviéticos había un grupo de soldados del ejército rojo; entre ellos, Sasha Pechersky.

Alexander Aronovich Pechersky (Kremenchuk, 1909- Rostov del Don, 1990)

Alexander Aronovich Pechersky, conocido como Sasha había nacido en 1909, hijo de un abogado judío. Cuando estalló la guerra, Sasha trabajaba como gerente y contable en una modesta escuela de música. Pero una vez reclutado, demostró ser un excelente soldado, valiente y audaz, que ascendió pronto a teniente. En octubre del 41, Pechersky y su unidad quedaron rodeados por los alemanes en Vyazma, durante la Batalla de Moscú, y fueron capturados. Tras una serie de peripecias (una convalecencia por tifus y una fuga frustrada, entre otras) y el paso por varios campos de prisioneros, una revisión médica rutinaria estando en un campo cerca de Minsk reveló que estaba circuncidado, por lo que tuvo que admitir que era judío.
De inmediato, fue trasladado a un campo de trabajo cercano, donde se hacinaban en penosas condiciones judíos procedentes del gueto de Minsk y prisioneros de guerra judíos, así como un buen número de rusos sospechosos de colaborar con los partisanos. En este campo, permaneció desde agosto de 1942 hasta su traslado a Sobibor.
Pechersky no tenía ni idea de la verdadera naturaleza del lugar al que era trasladado. Creía simplemente que era un campo de prisioneros mas. Por eso reaccionó con incredulidad cuando, la misma tarde de su llegada, uno de sus nuevos compañeros, Solomon Leitman, le contó que aquel extraño humo que veía tras la espesura y el repulsivo olor que llenaba el campo procedían de los fuegos en los que se consumían los cadáveres de los prisioneros que habían llegado con él en tren esa misma mañana, y que lo mismo ocurría día tras día desde la inauguración del campo. Desde ese momento, Pechersky sólo pensó en organizar una fuga.
Uno de los líderes de los presos era un judío polaco llamado Leon Feldhendler, que llevaba tiempo organizando un grupo de resistencia en el interior del campo y pensando en llevar a cabo una fuga masiva, desde que supieron a finales del 42 que los alemanes habían clausurado el campo de Bełżec, asesinando a todos los presos que quedaban en él. Ya se habían producido huidas en el campo, la mayoría sin éxito; los que habían logrado saltar las alambradas habían sido luego cazados por los soldados alemanes, o entregados por los campesinos de la zona (que recibían una botella de vodka y dos kilos de azúcar como recompensa) y posteriormente ejecutados. La primera idea de Leon había sido envenenar a los guardias, pero el veneno fue descubierto y cinco prisioneros, ejecutados como represalia. También pensaron en prender fuego a los barracones y huir durante la confusión, pero tuvieron que desistir después de que los alemanes colocaran minas en torno al campo. También intentaron excavar un túnel; pero cuando los trabajos ya iban bastante avanzados, una inoportuna tormenta lo había inundado, dejándolo impracticable. De ahí que pasara a planear una revuelta; pero necesitaba colaboradores con experiencia en combate. Y la llegada de los soviéticos supuso una ayuda inestimable, especialmente Pechersky, quien no tardó en asociarse con él para planear el levantamiento.
Leon Feldhendler (Żółkiewka, 1910- Lublin, 1945)
El plan tramado por Pechersky constaba de varias fases. Primero, los presos asesinarían a tantos alemanes como pudieran, atrayéndolos a lugares apartados y abatiéndolos con hachas y cuchillos robados de los talleres. Luego, formarían en el patio para el recuento habitual de las tardes, acercándose al portón principal como si no pasara nada. En ese momento, a una orden de Pechersky, los presos se abalanzarían contra la puerta principal, mientras un grupo de presos escogidos abrirían fuego contra los guardias con las armas arrebatadas a los alemanes y las que pudieran robar del arsenal del campo. Un preso debía cortar el suministro eléctrico del campo, para evitar que se pidiera ayuda por radio. Los sublevados esperaban que los soldados ucranianos, habituados a seguir las órdenes de las SS, no presentaran una gran resistencia, y poder conseguir la fuga de todos los prisioneros del campo. En caso de ser descubiertos, la consigna era provocar una revuelta general y que cada uno tratara de escapar por su cuenta. La alternativa era aceptar que tarde o temprano acabarían en las cámaras de gas.
El plan se llevó a cabo con todas las precauciones posibles, para evitar delaciones. Sólo una pequeña parte de los presos (apenas el 10% del total) sabía que se estaba preparando, y consiguieron la colaboración de los kapos, prisioneros que colaboraban con los alemanes en la vigilancia y organización del campo a cambio de privilegios. La fuga estaba prevista para el 13 de octubre; sin embargo, la llegada esa mañana de un grupo de guardias del cercano campo de trabajo de Ossowa les hizo temer que hubieran sido descubiertos. Finalmente, se trataba de una visita de carácter social, con bastante alcohol de por medio, pero aún así prefirieron aplazar la huida para el día siguiente, jueves 14.
El plan se desarrolló como estaba previsto. Aprovechando las debilidades de los hombres de las SS, su confianza en que los presos no intentarían nada contra ellos, su desprecio por los que consideraban "subhumanos", y su codicia, uno a uno fueron atraídos hacia distintos puntos del campo, con el ofrecimiento de entregarles zapatos, ropa nueva u objetos de valor. Entre las cuatro y las cinco de la tarde, nueve alemanes fueron eliminados de esta manera. También lograron hacerse con algunos rifles procedentes del arsenal de las SS.
A eso de las cinco y media de la tarde, algo antes de la hora habitual, un kapo llamado Porzyczki hizo sonar el silbato que anunciaba el recuento, siguiendo las órdenes de Pechersky. Los presos se reunieron como siempre y se dirigieron en calma hacia el portón principal, mientras disimuladamente se repartían las armas de que disponían y se ponía al corriente del plan de fuga a los que todavía lo ignoraban. Pero en el último momento, un guardia ucraniano dio la alarma; había descubierto el cadáver de uno de los oficiales alemanes. Un agente de las SS apellidado Bauer abrió fuego contra los prisioneros y entonces se oyó la voz de Pechersky, gritando que había llegado la hora de escapar, que la mayoría de los alemanes estaban muertos y que sólo quedaba huir o morir con honor.
El caos se desató en el campo. Mientras los guardias abrían fuego contra los prisioneros (respondido por aquellos que habían conseguido armas), estos se dividieron en varios grupos. Un grupo arremetió contra la puerta principal, forzándola y matando a los guardias que la custodiaban. Otros echaban abajo las alambradas y arrojaban objetos para hacer estallar las minas enterradas al otro lado. Finalmente, la mayoría de los presos logró huir y se dispersaron por los bosques cercanos.
De los aproximadamente 550 presos del campo, unos 150 no escaparon, por impedírselo su estado físico o porque no se atrevieron a hacerlo. Otros ochenta murieron abatidos por los disparos de los guardias y las minas. 170 fueron capturados de nuevo y ejecutados en las semanas siguientes, durante la operación de búsqueda que siguió a la huida. Los restantes 150 lograron huir para ponerse a salvo o unirse al ejército soviético o a alguna partida de guerrilleros. Al finalizar la guerra, sólo 53 seguían con vida. Entre los guardianes, murieron once alemanes y una docena de ucranianos.
La fuga de Sobibor fue un duro golpe para el régimen nazi. Les resultó humillante que un grupo de judíos, famélicos y débiles, hubieran urdido aquel plan y derrotado a sus guardianes. Heinrich Himmler ordenó que Sobibor fuera clausurado, como antes lo habían sido los cercanos campos de Bełżec y Treblinka (que había vivido una revuelta similar en agosto); los prisioneros que quedaban en él fueron ejecutados, las instalaciones fueron desmanteladas, los edificios derruidos, y se procuró hacer desaparecer toda evidencia de la existencia del campo, transformando el área que ocupaba en tierras de cultivo y bosques. Con la clausura de los tres campos, se daba por finalizada la Operación Reinhard, concebida como preámbulo del exterminio de los judíos de Europa, que luego continuaría en otros campos como Auschwitz, Mauthausen o Dachau.
Sasha Pechersky fue uno de los que continuaban con vida al terminar la guerra. Tras huir del campo se unió a una banda de partisanos con los que combatió a los nazis hasta el verano de 1944, en que se reintegró a las filas del ejército soviético. Por haber sido capturado por los alemanes se le asignó a uno de los "batallones penales" (unidades formadas por soldados catalogados de indisciplinados o cobardes, que se empleaban como fuerzas de choque en situaciones comprometidas). Fue ascendido a capitán y condecorado, y tras ser herido de gravedad en combate, fue retirado del frente.
Terminada la guerra, volvió a la vida civil como administrador de un teatro. Las autoridades soviéticas no le dieron permiso para acudir a declarar como testigo en los juicios de Nurenberg. En 1948, una purga stalinista contra los judíos (acusados de carecer de espíritu patriótico) le llevó a él y a su hermano a ser recluidos en un gulag, de donde no sería liberado hasta 1953. En 1961 también se le denegó el permiso para acudir a testificar en el juicio contra Adolf Eichmann en Israel. Pero en 1963 si testificó en un juicio contra once antiguos guardianes ucranianos de Sobibor (diez de los cuales serían ejecutados). Murió en 1990.


viernes, 23 de mayo de 2014

La fuga de Papago Park


El campo de prisioneros de Papago Park se construyó en 1943 en un área recreativa a unos diez kilómetros al este de la ciudad de Phoenix (Arizona), aprovechando un antiguo campamento que había alojado anteriormente a unidades de la Guardia Nacional y regimientos de soldados negros de Infantería. Sus primeros inquilinos fueron soldados italianos, pero en enero del 44 se decidió que acogiera exclusivamente a prisioneros alemanes, la mayor parte de ellos miembros de la Kriegsmarine cuyos buques habían sido hundidos. El campo estaba dividido en cinco secciones, una exclusiva para oficiales y el resto para los presos de menor rango. Llegó a albergar más de 3000 prisioneros y el régimen carcelario era bastante relajado; la convivencia con los guardas era cordial y a diferencia de otros campos los presos no tenían obligación de trabajar (aunque algunos lo hacían voluntariamente en los campos de algodón cercanos, recibiendo por ello una compensación económica). Había un cine donde se proyectaban películas dos noches a la semana y los presos incluso redactaban e imprimían un periódico propio, al que llamaron Papago Rundschau. Los norteamericanos confiaban en que el buen trato y el hallarse en medio del desierto de Arizona disuadiese a los prisioneros de intentar la fuga.
En enero de 1944 llegó al campo el capitán Jürgen Wattenberg, procedente del campo de prisioneros de Crossville (Tennessee). Wattenberg había caído prisionero después de que su submarino, el U-162, hubiera sido hundido el 3 de septiembre del 42 al noroeste de la isla de Trinidad por los destructores británicos HMS Vimy, HMS Pathfinder y HMS Quentin. En todos los campos en los que había estado antes de llegar a Papago había causado problemas; era un prisionero incómodo, inteligente y carismático, involucrado a menudo en intentos de fuga. Cuando llegó se convirtió en el oficial de mayor rango del campo, y en seguida se puso manos a la obra con los preparativos de un nuevo plan de huida, tarea en la que le ayudaron otros tres capitanes de u-boat: Hans-Werner Kraus, Friedrich Guggenberger y August Maus.
Jürgen Wattenberg (1900-1995)
No tardaron en descubrir que había un punto ciego en el campo, fuera del campo visual de las torres de vigilancia; a un par de metros de una de las duchas, relativamente cerca de la alambrada que cercaba el recinto. Un buen sitio para empezar a cavar un túnel; para ello, retiraron un trozo de la pared del barracón y taparon la entrada de la excavación con una gran caja llena de carbón. Para facilitar su trabajo, solicitaron a sus guardianes herramientas, con la excusa de que los presos querían cultivar un jardín y construir una pista de voleibol; tal era la confianza de las autoridades del campo en que los presos no serían capaces de excavar un túnel en el suelo duro y pedregoso, que les cedieron dos palas y dos rastrillos que debían devolver por las noches.
La excavación empezó en algún momento de septiembre. De día, los presos acudían al barracón con el pretexto de darse una ducha y aprovechaban para salir por el hueco de la pared y trabajar en el túnel. De noche, se organizaban para trabajar en tres turnos de tres hombres que excavaban durante hora y media cada uno. El primer hombre cavaba, el siguiente recogía la tierra y se la pasaba al tercero, quien la sacaba al exterior y vigilaba que no fueran descubiertos. Un cuarto grupo se encargaba luego de ocultar la tierra extraída: en los techos de los barracones, arrojándola a los retretes, mezclándola con la tierra de los cultivos o, sencillamente, apilándola junto a la pista de voleibol como si fuesen escombros generados durante su construcción.
Entrada al túnel
El objetivo primordial de la fuga era dirigirse hacia el sur, viajando de noche y evitando los trenes y las carreteras, para conseguir llegar a México (la frontera estaba a apenas ciento setenta kilómetros al sur del campo) y una vez allí, contactar con la embajada alemana o con simpatizantes del Eje para que les facilitasen los medios para volver a Europa. De hecho, cinco hombres habían escapado del campo en febrero, escondidos en un camión, y cuatro de ellos habían logrado cruzar la frontera e internarse casi cincuenta kilómetros en territorio mexicano, antes de ser arrestados por las autoridades y devueltos a EEUU.
Para la fuga prepararon también documentos falsos. Consiguieron que los norteamericanos les hiciesen fotos con la excusa de enviarlas a sus familias para que supiesen que los trataban bien. Con esas fotos, falsificaron documentos que los identificaban como marineros europeos que se dirigían a algún puerto de California o del Golfo de México. También hicieron acopio de dinero; lo consiguieron a base de venderles a sus guardias parafernalia nazi falsa (medallas, insignias...) que ellos mismos fabricaban. Y también se preocuparon de reunir alimentos para el viaje; tostaban el pan blanco de sus raciones (que nunca gustó mucho a los alemanes) y lo molían para luego mezclar ese polvo con agua o leche, obteniendo una pasta no muy sabrosa pero nutritiva y fácil de transportar.
Para ganar algo más de tiempo antes de que empezaran a buscarlos, los alemanes prepararon un subterfugio para engañar a los norteamericanos. Un día, cuatro capitanes, en nombre de los oficiales presos, anunciaron al comandante del campo que no se presentarían a los recuentos obligatorios a menos que estos fueran llevados a cabo por un oficial, como correspondía a su rango. El comandante se negó; los oficiales se negaron a acudir al recuento, lo que les valió un castigo con la reducción de sus raciones. Tras dieciséis días de tira y afloja se alcanzó un compromiso por el cual se suprimía el recuento de las 9:00 AM los domingos y se permitía que los oficiales realizaran el recuento desde la puerta de sus barracones.
La fuga tuvo lugar la noche del sábado 23 de diciembre de 1944. Para encubrirla, los presos organizaron una ruidosa fiesta, con la excusa de celebrar las fiestas navideñas y las noticias llegadas de Europa de la contraofensiva de las Árdenas; mientras los cánticos y los brindis (con alcohol destilado ilegalmente) distraían a los guardias, los presos, en grupos de dos o tres hombres, iban saliendo subrepticiamente por el túnel (que medía un total de 54 metros de longitud y dos de profundidad), hasta un total de veinticinco fugados (doce oficiales y trece marineros).

Dado que al día siguiente era domingo y no hubo recuento matutino, los norteamericanos no se dieron cuenta de que faltaban prisioneros hasta bien entrada la tarde. De inmediato, se avisó al FBI para que iniciara la búsqueda de los fugados... pero casi a la vez, recibían una llamada del sheriff de Phoenix: un prisionero alemán llamado Herbert Fuchs (un joven de 22 años tripulante de un submarino) acababa de entregarse, cansado, mojado (llevaba todo el día lloviendo) y aterido de frío. Antes de que terminase el día de Nochebuena, otros cuatro fugados se habían entregado en Tempe (el pueblo más cercano al campo) y un sexto prisionero era arrestado en la estación de tren, revelando la localización del túnel durante su interrogatorio.
En los días siguientes, las autoridades lanzaron lo que el Phoenix Gazette definió como "la mayor caza del hombre de la historia de Arizona". Soldados, policías, agentes del FBI y de los sheriffs locales, las patrullas fronterizas, hasta los funcionarios de aduanas, se lanzaron en la búsqueda de los diecinueve prisioneros. Los rancheros locales e incluso los exploradores indios del ejército registraban la región, atraídos por la recompensa de 25$ ofrecida por cada prisionero arrestado.

Poco a poco, los prisioneros fueron capturados o se entregaron. El 1 de enero, el capitán Kraus y el teniente Helmut Drescher, que había sido su segundo al mando en el U-199, se entregaban agotados y con heridas en los pies en una granja en la que sólo había tres niños (el mayor de doce años), con los que charlaron amigablemente mientras tomaban café y compartían algo de chocolate hasta que volvieron sus padres. Ese mismo día, otros dos fugados eran capturados por los exploradores indios a menos de cincuenta kilómetros de la frontera mexicana.
El 5 de enero, fueron capturados otros cinco presos, dos por los indios y otros tres por una patrulla de soldados de otro campo de prisioneros, el de Florence (a menos de 100 kilómetros del de Papago Park). Y el día 6, otros dos hombres, los capitanes Guggenberger y Jürgen Quaet-Faslem caían también en manos de los exploradores nativos. Casualmente, Quaet-Faslem había participado en la fuga de febrero y se quedó atónito al reconocer a uno de sus captores como uno de los que lo habían capturado en México once meses antes. El día 8, otros dos prisioneros eran capturados.
Quedaban libres seis alemanes, dos grupos de tres hombres cada uno. Uno de esos grupos, formado por el capitán Wilhelm Günther y los tenientes Friedrich Utzolino y Wolfgang Clarus, eran llamados por sus compañeros "los tres chiflados del bote" porque habían planeado descender por el cercano río Salado hasta el río Gila, y por éste hasta el Colorado, para llegar finalmente al Golfo de California. Y para tal fin, habían construido en el campo un bote con madera, tela y asfalto, que habían sacado desmontado por el túnel. Desafortunadamente para ellos, el Salado estaba prácticamente seco (algo que desconocían), con lo que se vieron obligados a abandonar el bote y seguir a pie, hasta su captura por parte de unos cowboys locales, quienes los encontraron lavando su ropa interior en un canal de riego cerca del pueblo de Gila Bend.
De los últimos tres huidos no había rastro: eran el capitán Wattenberg y dos de sus tripulantes a bordo del U-162, Walter Kozur y Johann Kremer. Parecía habérselos tragado la tierra. Y no deja de ser curioso porque eran los que menos se habían alejado del campo: tras una breve visita a Phoenix para tomarse unas cervezas, habían decidido ocultarse y esperar a que se diese por terminada la operación de búsqueda y así dirigirse a México con tranquilidad. Habían encontrado refugio en una cueva en las montañas al norte del campo. Y desde allí Kremer ideó una de las estrategias más atrevidas que uno pudiera imaginar: cada pocos días, Kremer se acercaba a las cuadrillas de presos que trabajaban fuera del campo e intercambiaba su puesto con uno de ellos; el preso pasaba la noche en la cueva y Kremer volvía a entrar en el campo para conseguir comida y noticias. Al día siguiente, volvían a intercambiarse y Kremer retornaba con sus compañeros. Y así, hasta que el 23 de enero de 1945, una inspección sorpresa permitió descubrir la presencia de Kremer en el campo. Al día siguiente, Kozur era capturado por tres soldados cuando se dirigía a un coche abandonado donde sus compañeros les dejaban provisiones.
Quedaba únicamente el capitán Wattenberg. Ninguno de sus compañeros reveló su escondite. Tres días después, el 27, tras agotar sus alimentos, Wattenberg se afeitó, se puso ropa limpia y se dirigió a pie a Phoenix. Gastó sus últimos centavos en una comida y pasó la noche vagabundeando por las calles y durmiendo en el vestíbulo de un hotel. A la mañana siguiente, el jefe de un grupo de barrenderos sospechó de su acento cuando le preguntó una dirección y avisó a la policía. Wattenberg fue arrestado sin oponer resistencia a las nueve de la mañana del día 28. Su fuga había durado 36 días.
Las consecuencias de la fuga para los presos fueron bastante leves, dado que no se había producido derramamiento de sangre ni delitos contra la población más allá de algunos hurtos de ropa y comida. Los escapados fueron castigados a pan y agua tantos días como habían estado ausentes del campo y ese fue todo su castigo. Tampoco los guardias del campo sufrieron represalias, por más que el FBI anunciase la apertura de una investigación acerca de los fallos de seguridad en el campo.
Años más tarde, Wolfgang Clarus se mostraría orgulloso de haber participado en la fuga pese a no haber tenido éxito. La concepción, la excavación, la huida, el retorno, contar nuestras aventuras, enterarnos de lo que les había sucedido a los otros... todo eso nos ocupó un año o más, y fue una gran distracción. Mantuvo nuestros ánimos elevados incluso mientras Alemania estaba siendo derrotada y nos preocupábamos por nuestros padres y nuestras familias.
El campo de prisioneros de Papago Park siguió en funcionamiento hasta marzo del 46, cuando los últimos prisioneros que quedaban fueron trasladados a Alemania. Hoy en día, el solar donde se situaba el campo está ocupado por una base de la Guardia Nacional de Arizona, en la que se encuentra el Museo Militar de Arizona (con una amplia exposición sobre la historia del campo y de la fuga), además de varios complejos residenciales.

martes, 20 de mayo de 2014

El planeador de Colditz

El castillo de Colditz

Uno de los campos de prisioneros más peculiares de la Segunda Guerra Mundial fue el castillo de Colditz. Construido a principios del siglo XVI, tras un devastador incendio que arrasó el castillo original y buena parte de la ciudad, se transformó en asilo a principios del XIX, y luego en un sanatorio para enfermos mentales entre 1829 y 1924.
Cuando los nazis llegaron al poder en 1933 convirtieron el castillo en prisión para sujetos "indeseables" (judíos, comunistas, homosexuales) y con el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo transformaron en campo de prisioneros, bajo la denominación oficial de Oflag IV-C. Sus primeros ocupantes, llegados en noviembre de 1939, fueron un grupo de 140 oficiales polacos; los primeros prisioneros británicos no llegaron hasta octubre de 1940. Posteriormente fueron llegando más presos; franceses, británicos, holandeses... Aunque los traslados eran frecuentes y el número y la nacionalidad de sus ocupantes varió mucho con el paso del tiempo. En mayo del 43, se decidió que Colditz albergara sólo a prisioneros británicos, por lo que los de las demás nacionalidades fueron trasladados. También había un grupo escogido de prisioneros, llamados "los prominentes", a los que se prestaba especial atención por ser parientes de figuras destacadas: estuvieron en Colditz Gilles Romilly (sobrino de Winston Churchill), el vizconde George Lascelles (sobrino de Jorge VI y primo de la actual reina Isabel II), John A. Elphinstone (sobrino de la reina consorte Isabel), George Haig (hijo del mariscal Douglas Haig), Charles Hope (hijo del virrey de la India)...
El castillo se convirtió en una prisión "especial" donde los nazis enviaban a presos incorregibles, aquellos oficiales especialmente incómodos por sus repetidos intentos de fuga, así como presos calificados como "volksfeindlich", "traidores al pueblo". Enclavado sobre un repecho rocoso 75 metros por encima del río Mulde, con unas murallas exteriores de más de dos metros de espesor, y a más de 600 kilómetros de la frontera más cercana, los nazis la consideraban la prisión más segura de Alemania; el mismísimo Hermann Göring dijo de ella que era "a prueba de fugas". A pesar de eso, hubo numerosos intentos de fuga, por los mas variados métodos (túneles, disfraces, escalando los muros...) que permitieron la huida de 16 presos, mas otros 15 que huyeron durante traslados, visitas a médicos y hospitales, etc. Los planes de fuga, junto a las actividades deportivas, las representaciones teatrales, la escucha de los boletines de la BBC con radios clandestinas y la destilación de alcohol casero, eran de hecho las principales distracciones de los presos.
Jack Best (1912-2000)
Bill Goldfinch (1916-2007)














El 9 de septiembre de 1942 llegaron a Colditz los tenientes de la RAF John William Best, conocido como Jack Best, y James Edward "Bill" Goldfinch, procedentes del campo de Stalag Luft III. Ambos, junto a un tercer oficial, Henry Lamond, habían protagonizado una fuga cavando un túnel para superar las alambradas del campo, y habían sido detenidos ya en territorio polaco. Best y Goldfinch fueron trasladados a Colditz y Lamond permaneció en Stalag Luft III (donde colaboraría en la construcción de los túneles de la famosa fuga masiva). De inmediato, los recién llegados se sumaron con entusiasmo a los diversos planes de fuga existentes. Fue cosa de Best una de las mas peculiares ideas de la historia de las fugas: aprovechando la enorme cantidad de habitaciones y recovecos del castillo, Best fingió haberse fugado, cuando en realidad se mantenía escondido de los guardias en el interior de la prisión, oculto en armarios y escondites bajo el entarimado, convertido en un "prisionero fantasma" durante casi un año, del 5 de abril del 43 al 28 de marzo del 44. Su intención al parecer era poder fugarse sin que los guardianes se diesen cuenta evitando así la operación de búsqueda que seguía a cada fuga.
Y después de esto, Best y Goldfinch se embarcaron en uno de los planes de fuga más audaces y sorprendentes que se puedan imaginar: nada menos que construir un planeador dentro del recinto del castillo, una idea surgida tras encontrar en la biblioteca de la prisión un ejemplar del libro "Diseño de aeronaves", del diseñador e ingeniero C. H. Latimer-Needham, que contenía los rudimentos físicos y matemáticos de la aeronáutica. El plan era sumamente ingenioso: construir el planeador por partes, que luego se ensamblarían en el ático de la capilla del castillo, escondido tras una pared falsa para evitar que fuera descubierto. Best y Goldfinch serían sus tripulantes, y habían planeado lanzarlo desde el tejado de la capilla (que quedaba fuera de la vista de los guardianes), usando una pista de despegue hecha con mesas y una catapulta improvisada, con una bañera llena de hormigón como contrapeso, para darle el impulso inicial. Su previsión era planear al menos dos kilómetros, sobrepasando los muros del castillo y cruzando el río, para luego tratar de subir a algún tren en la cercana estación.
Goldfinch fue el autor de los diseños y de los cálculos de peso y tamaño, que luego fueron revisados por otro preso, Lorne Welch, ingeniero aeronáutico y experto en planeadores. Contaron además con la ayuda de una docena de presos (a los que llamaban "los apóstoles"), como Tony Rolt (un teniente de Fusileros que años más tarde sería corredor de Fórmula Uno y ganador de las 24 horas de Le Mans) y David Walker (un oficial escocés que tras la guerra alcanzaría cierta fama como poeta y novelista). Se construyó de madera, que los presos obtenían de donde podían. Las "costillas" de la estructura del avión se fabricaron con listones de las camas, los largueros de las alas con tablones del suelo, los cables de dirección eran cables eléctricos del castillo, la tela de algodón de los sacos de dormir servía para forrarlo y usaban una pasta de mijo cocido para rellenar las junturas... Los presos trabajaban con cierta seguridad porque los alemanes buscaban túneles y ni se les habría ocurrido buscar un avión, pero aún así dotaron a su taller de un complejo sistema eléctrico de alerta para evitar ser descubiertos.
El planeador fue poco a poco tomando forma: era un biplaza monoplano con un timón de tipo Mooney. Medía seis metros de largo y casi diez de envergadura, con un peso de algo más de 100 kilos. Desafortunadamente, tanto trabajo acabó siendo en vano. Al aeroplano no le faltaba mucho para estar terminado cuando en abril del 45 las tropas norteamericanas tomaron la prisión y liberaron a los presos. El destino final del planeador es desconocido; tras la guerra, la zona quedó bajo el control soviético, que tardó años en permitir el acceso al castillo.
La única fotografía conocida del planeador de Colditz, tomada el 15 de abril por el periodista Lee Carson, que acompañaba al destacamento de soldados norteamericanos que liberaron el castillo
En el año 2000 la cadena británica Channel 4 rodó un documental titulado Escape from Colditz, para el cual se construyó una réplica del planeador. La réplica voló sin problemas al primer intento, en presencia de Best y Goldfinch, y ahora se encuentra en el Imperial War Museum de Londres.
El vuelo de la réplica del planeador de Colditz en el 2000; en primer término, Bill Goldfinch (izquierda) y Jack Best (derecha)


sábado, 17 de mayo de 2014

La fuga de Island Farm

Vista del Campo 198

El campo de Island Farm se construyó durante la Segunda Guerra Mundial en las afueras de la localidad de Bridgend, en el sur de Gales, para alojar a las trabajadoras de la cercana fábrica de municiones, pero no llegó a ser ocupado y permaneció vacío hasta 1943, en el que fueron alojadas allí parte de las tropas norteamericanas que participarían en el desembarco de Normandía. Posteriormente, fue transformado en campo de prisioneros con la denominación de Campo 198, tras rodearlo con alambradas y acondicionar los barracones (labores en las que fueron obligados a trabajar los primeros prisioneros alemanes que llegaron allí). En un principio, en el campo se recluía a soldados del Eje, de todo rango, pero a partir de noviembre de 1944 pasó a acoger exclusivamente a oficiales alemanes.

Al igual que hacían los prisioneros aliados en los campos alemanes, los presos de Island Farm no tardaron en comenzar a preparar planes de fuga. Los guardias británicos descubrieron en enero del 45 un túnel a medio construir y aumentaron su vigilancia, pero no llegaron a descubrir que los prisioneros ya tenían otro túnel muy avanzado.
La construcción de este túnel fue un trabajo arduo y dificultoso. Pese a no ser muy largo, apenas 22 metros (el túnel Harry, por el que huyeron los 76 presos del campo de Stalag Luft III, medía 102), su excavación fue complicada por el subsuelo arcilloso y compacto bajo el campo, que exigió un enorme esfuerzo, más si tenemos en cuenta que sólo disponían de herramientas improvisadas, como latas de conservas o cubiertos de la cantina. El túnel estaba estibado con madera de las camas y de los bancos de la cantina, poseía iluminación eléctrica y un sistema de ventilación fabricado con un ventilador y latas de leche condensada (idéntico al sistema de ventilación de Harry). También fue complicado deshacerse de los escombros; la arcilla que se sacaba del túnel era de distinto color y textura que el suelo del campo, por lo que era arriesgado mezclarla con la tierra de los jardines que los presos cultivaban; así que optaron por apelmazar la arcilla en forma de pequeñas bolas y depositarlas a través de un respiradero en una habitación sin uso de uno de los barracones cuya entrada había sido tapiada. Para ocultar el ruido de las excavaciones, los reclusos organizaban recitales de canciones alemanas.
Para evitar las posibles delaciones, toda la preparación de la fuga se llevó en el más absoluto secreto. La identidad de cada uno de los fugitivos sólo era conocida por un número reducido de personas, pero tenían prohibido hablar de ello. Los organizadores de la fuga trabajaban en el más completo sigilo, hasta el punto de que todavía hoy no se sabe quién o quienes estaban detrás de la compleja organización de la huida.
Finalmente, la fuga tuvo lugar la madrugada del 10 de marzo de 1945. Los presos fueron saliendo en grupos de tres o cuatro personas, vestidos con ropas civiles y provistos de documentación falsificada. Cada grupo llevaba además mapas con las principales poblaciones, vías de ferrocarril y carreteras; una brújula y algo de comida.
Oficialmente, las autoridades reconocieron la fuga de 70 prisioneros, aunque posteriormente redujeron la cifra a 67, que serían capturados de nuevo en los días siguientes a la fuga. Algunos en las proximidades del campo, pero otros lograron recorren notables distancias: un grupo robó el coche del médico de Bridgend y consiguió llegar a Birmingham (a 190 kilómetros) y otro grupo fue capturado en las inmediaciones del puerto de Southampton, a casi 170 kilómetros. Sin embargo, hay historiadores que ponen en duda esas cifras; Peter Phillips, autor del libro The German Great Escape, afirma que la cifra real de fugados fue de 84, y que al menos tres de ellos, que supuestamente fueron vistos en el condado de Kent, a más de 300 kilómetros de distancia, nunca fueron capturados.
La fuga provocó un gran escándalo en Gran Bretaña. Los medios acusaron de negligencia a los guardias del campo por no haber impedido la fuga.
Apenas tres semanas después de la fuga, las autoridades británicas trasladaron a la mayor parte de los 1600 presos a otros campos de prisioneros. El campo fue renombrado como Campo Especial Once y se dedicó a la custodia de oficiales alemanes de muy alto rango, muchos de los cuales serían luego sometidos a juicio en Nurenberg. Entre sus ilustres huéspedes estuvieron los mariscales de campo Gerd von Rundstedt (comandante en jefe del ejército alemán en la invasión de Francia), Walther von Brauchitsch (nombrado por Hitler en 1938 comandante en jefe del ejército alemán) y Erich von Manstein (comandante del Undécimo Ejército alemán). El campo estuvo en uso hasta 1948, año en el que los últimos presos fueron trasladados a Alemania.
En 2003 el túnel de la fuga fue localizado con ayuda de un georradar y vuelto abrir. Su estado de conservación, gracias a la naturaleza arcillosa del subsuelo, es sorprendentemente bueno, con los puntales de madera todavía en su sitio.


miércoles, 14 de mayo de 2014

La gran evasión (II): La persecución de los asesinos


La noticia de la ejecución de los 50 prisioneros huidos del campo de Stalag Luft III en marzo de 1944 causó una gran indignación en el Reino Unido. El pueblo británico exigió inmediatamente que los responsables recibieran su merecido, y en junio de ese mismo año, en la Cámara de los Comunes, el Secretario de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, juró que los responsables serían encontrados y llevados ante la justicia.
Tan pronto como la guerra terminó, el SIB (Special Investigation Branch, la sección de la Policía Militar encargada de investigaciones criminales) de la RAF creó una unidad especial para investigar los asesinatos de los pilotos huidos. Como jefe del grupo fue nombrado Frank McKenna, un oficial de la RAF. McKenna no era un militar de carrera; tenía 38 años y se había alistado en 1944, cuando fue elevada la edad máxima de reclutamiento para la RAF. Aún así, había participado en 30 misiones sobre Alemania como tripulante de bombarderos Lancaster. Era un hombre callado, trabajador, religioso, honesto, metódico y minucioso, y además contaba con casi veinte años de experiencia como policía en Blackpool. Además, conocía personalmente a varios de los hombres que habían sido ejecutados, como el teniente Edgar Humphreys, e incluso su cuñado, Howard Luck, era uno de los presos que participaron en la huida, aunque no había podido escapar antes de que la fuga hubiese sido descubierta.
Frank McKenna (1906-1994)
La labor de McKenna se enfrentaba a numerosas dificultades. No había testigos ni escena del crimen, la mayoría de los archivos de la Gestapo habían sido destruidos y muchos de sus miembros estaban muertos o habían huido. Se vio obligado a reconstruir uno por uno el camino seguido por los presos que habían escapado, algo difícil, puesto que se habían dispersado en todas direcciones, unos hacia Suiza, otros hacia el Norte, algunos hacia Francia, a pie o en tren. Un trabajo enorme, teniendo en cuenta que McKenna tenía un número limitado de colaboradores a sus órdenes, que nunca superó los cinco oficiales y catorce suboficiales.
Finalmente, tras mucho rebuscar, McKenna encontró un indicio. Según supo por la declaración del comandante del campo, Wilhelm von Lindeiner, los cadáveres de los prisioneros ejecutados habían sido incinerados en secreto y sus cenizas devueltas al campo, a modo de macabra advertencia. La mayoría de estas cenizas venían acompañadas con una etiqueta en la que figuraba el nombre del prisionero y el lugar y la fecha de su incineración. Esto sirvió a McKenna como punto de partida; considerando que las ejecuciones tenían que haberse producido no muy lejos de aquellos crematorios (ya que no veía lógico que los cadáveres fueran transportados largas distancias), comenzó a buscar a los agentes de la Gestapo que operaban en las localidades próximas durante aquellas fechas.
Un mes después de comenzar su investigación, McKenna tenía una lista preliminar con 106 nombres de sospechosos; algunos eran altos cargos del régimen nazi, pero la mayoría eran agentes de la Gestapo de las ciudades donde habían sido asesinados los prisioneros. Yendo de una ciudad a otra a través de una Alemania devastada por la guerra, McKenna empezó a seguir las escasas pistas de que disponía, centrándose sobre todo en la zona occidental (la oriental, ocupada por los soviéticos, estaba fuera de su alcance). Los avances eran lentos; tras recorrer cientos de kilómetros por Alemania e interrogar a centenares de testigos, en los primeros meses sólo había logrado arrestar a cuatro sospechosos de su lista.
Una de sus primeras vías de investigación consistió en seguir los pasos de Roger Bushell. Sabía que había subido a un tren la misma mañana de su fuga con destino a Saarbrücken acompañado por Bernard Scheidhauer, teniente de las Fuerzas Aéreas de la Francia Libre, con el objetivo de llegar a Francia. En julio del 46, tras interrogar a un hombre que en la época de la fuga trabajaba de chófer para la Gestapo, averiguó que Bushell y Scheidhauer habían sido arrestados en la estación de Saarbrücken y ejecutados poco después. El principal dirigente de la Gestapo en la ciudad, Leopold Spann, había muerto durante la guerra, con lo que centraron sus pesquisas en otro agente, llamado Emil Schulz, que permanecía en paradero desconocido. No tardaron en encontrarlo, en una cárcel francesa, bajo un nombre falso. Tras ser interrogado, admitió que Spann y él habían sido los autores materiales de la ejecución de Bushell y Scheidhauer, pero que había sido obligado a hacerlo bajo amenazas.
Después de un año de investigaciones, McKenna había arrestado a diez miembros de la Gestapo, acusados de once asesinatos. Entre ellos, Eric Zacharias, autor material de las muertes de Thomas Kirby-Green (británico) y Gordon Kidder (canadiense), que había sido declarado "inofensivo" por las autoridades aliadas y trabajaba tranquilamente en el puerto de Bremen. Uno de los casos que más se le resistía era el de un grupo de cuatro prisioneros formado por James Catanach (australiano), Arnold Christensen (neozelandés) y Haldor Espelid y Nils Flugesand (noruegos), que habían sido vistos por última vez en un tren en dirección a Berlín. Las urnas con sus cenizas habían llegado un mes después al campo sin más datos que sus nombres. Dado que dos de ellos eran noruegos y Christensen era hijo de inmigrantes daneses, McKenna supuso que habrían intentado llegar a Dinamarca y de allí pasar a Suecia. Por ello, comenzó a registrar los archivos de los crematorios de las ciudades del norte de Alemania. Y así, en los registros de un crematorio de Kiel, encontró que a finales de marzo del 44 habían sido incinerados allí los cuerpos de cuatro "agentes enemigos" capturados por la policía en Flensburg, cerca de la frontera danesa, y entregados luego a la Gestapo de Kiel. Los interrogatorios de varios miembros de la Gestapo de Kiel que estaban en prisión les permitieron acusar a uno de ellos, Hans Kaehler, y añadir dos nuevos nombres a su lista de buscados: Fritz Schmidt, oficial que había dado la orden de ejecutar a los cuatro prisioneros, y Johannes Post, autor material de la muerte de Catanach. Tardó otro año más en dar con Post, prisionero bajo un nombre falso. Post reconoció haber ejecutado a Catanach sin ningún tipo de remordimiento; es mas, se mostró orgulloso de haber acabado con numerosos "subhumanos" (no arios, judíos, prisioneros de guerra...) y sólo lamentaba no haber podido matar a mas. Johannes Post acabaría siendo ejecutado en la horca, en febrero de 1948, junto a Emil Schulz y Hans Kaehler.
Cuando se dio por concluida su misión, McKenna podía estar satisfecho. No había resuelto todos los asesinatos de los fugados, ni había capturado a todos los responsables (nunca se averiguaron, por ejemplo, las identidades de los asesinos de Leslie Bull, Reginald Kierath o Jerzy Mondschein), muchos de los cuales habían muerto durante la guerra (como el comandante de las SS Arthur Nebe, quien se cree que seleccionó a los 50 prisioneros que serían ejecutados), pero si había permitido presentar cargos contra 69 personas, muchos de ellos miembros de la Gestapo y las SS, de los cuales:
- 19 fueron condenados a muerte y ejecutados
- 12 fueron condenados a distintas penas de prisión
- 8 se suicidaron antes de ser juzgados
- 8 estaban ilocalizables (cuatro de ellos probablemente muertos en combate)
- 7 murieron durante la guerra (entre ellos, un miembro de la Gestapo de Breslau apellidado Lux presente en al menos 27 ejecuciones)
- contra 7 se retiraron los cargos o se desestimó el caso
- 3 estaban encarcelados en prisiones soviéticas (dos de ellos morirían en prisión; uno de ellos era Wilhelm Scharpwinkel, dirigente de la Gestapo de Breslau presente en al menos 15 de las ejecuciones)
- 2 fueron liberados de campos de prisioneros rusos sin llegar a ser juzgados
- 1 huyó de prisión y desapareció
- 1 residía en la zona oriental y los soviéticos se negaron a entregarlo
- 1 fue absuelto
- contra 1 no se presentaron cargos sino que fue requerido como testigo
Sin embargo, la búsqueda de los culpables no se detuvo ahí; los que no fueron atrapados siguieron en busca y captura, y Fritz Schmidt fue detenido en 1967 y juzgado por las autoridades alemanas, aunque sólo fue condenado a dos años de cárcel. También fue procesado en su día Wilhelm von Lindeiner; pero todos los antiguos presos del campo que declararon como testigos afirmaron que su comportamiento había sido siempre ejemplar y respetuoso con los prisioneros; él mismo declaró haber sentido "repugnancia" por aquellos crímenes atroces y afirmó que si le hubiesen ordenado a él las ejecuciones, se habría suicidado. Finalmente, salió absuelto.
Frank McKenna volvió a su trabajo como policía a principios de febrero de 1948, aunque volvería brevemente al servicio en los años 50, durante los enfrentamientos provocados en Chipre por la guerrilla nacionalista de la EOKA. Posteriormente, trabajó para el servicio de personal del Ministerio de Defensa hasta su jubilación en 1971. Nunca quiso hablar con detalle sobre sus actividades como investigador de la RAF, aunque años después confesaría en una entrevista que su principal motivación había sido hacer justicia a aquellos hombres que habían sido asesinados por cumplir con su deber.

domingo, 11 de mayo de 2014

La gran evasión (I): La fuga de Stalag Luft III

Stalag Luft III

Los Stalag Luft (abreviatura de Stammlager der Luftwaffe) fueron una serie de seis campamentos de prisioneros construidos específicamente por el ejército nazi para albergar prisioneros de las fuerzas aéreas aliadas. El más famoso de ellos fue, sin duda, el Stalag Luft III, cercano a la ciudad de Sagan (actualmente en territorio polaco), donde tuvo lugar una de las fugas más célebres de toda la guerra, que luego sería llevada al cine en 1963 en la película La gran evasión.
El campo se terminó de construir en marzo de 1942, y en abril llegaron sus primeros prisioneros. Primero fueron británicos y norteamericanos, pero luego se sumaron soldados de una docena de nacionalidades diferentes. En su momento álgido llegó a albergar a 10949 prisioneros, repartidos entre 7500 norteamericanos, 2500 ingleses y 900 de otros países. Muchos de ellos, considerados presos peligrosos e incómodos; no en vano, el Stalag Luft III tenía fama de ser el campo de prisioneros más seguro de Alemania...
La primera fuga exitosa del campo tuvo lugar el 19 de octubre de 1943: utilizando como camuflaje un potro de gimnasia, tres oficiales, los tenientes Michael Codner, Eric Williams (británicos) y Oliver Philpot (canadiense) cavaron un túnel y huyeron. Los tres consiguieron volver a Inglaterra: los dos primeros, a bordo de un carguero danés y el tercero, vía Suecia.
El éxito de esta fuga dio ánimos a Roger Bushell para seguir con el plan que llevaba preparando desde la primavera de ese año. Bushell, jefe de escuadrón británico, había dado muchos problemas a los alemanes. Capturado en mayo de 1940, era uno de los prisioneros más antiguos de los nazis, y ya había logrado fugarse en dos ocasiones: en junio de 1941 huyó por un túnel junto a otros 17 hombres de un campo cerca de Frankfurt y fue capturado unos días después, a apenas unos cientos de metros de la frontera suiza; y en octubre de 1941 saltó del tren que lo llevaba a un nuevo campo cerca de Warburg. Fue capturado en Praga en mayo de 1942, durante las redadas masivas que siguieron al asesinato de Reinhard Heydrich, director de la Oficina de Seguridad Central del Reich (un atentado que dicen pudo ser planeado por el propio Bushell). Bushell fue torturado y la familia checa que lo había escondido fue ejecutada por la Gestapo, lo que aumentó, si cabe, el odio de Bushell a los nazis y sus deseos de huir.
Roger Joyce Bushell (1910-1944)
Cuando en octubre de 1942 el comandante Jimmy Buckley, líder del "comité de fugas", fue trasladado al campo Oflag XXI-B en Szubin (Polonia) fue Bushell quien ocupó su lugar. Y cuando Bushell anunció su plan dejó sorprendidos a sus compañeros: Bushell planeaba una fuga masiva, de al menos 200 hombres. Su objetivo no era sólo huir; también pretendía obligar a los nazis a movilizar tantos soldados para buscarlos como fuera posible, retirándolos del frente. Para ello, se decidió cavar no uno, sino tres túneles, llamados en clave Tom, Dick y Harry. Tom, que tenía su entrada en una esquina del barracón 122, era el principal; Harry (cuya entrada estaba disimulada bajo una estufa del barracón 104), el de reserva; Dick (que comenzaba en un desagüe de una de las duchas del barracón 123) serviría de almacén y sería "sacrificado" en caso de que los alemanes sospechasen. Unas precauciones muy acertadas, ya que Tom fue descubierto en agosto de 1943, tras casi cinco meses de trabajo, y fue finalmente Harry el utilizado.
A todo esto, para que los guardias no sospechasen, se seguían produciendo intentos de fuga en el campo. Uno de los más audaces tuvo lugar el 12 de junio de 1942: veinticuatro prisioneros, "escoltados" por dos guardias que eran en realidad prisioneros disfrazados, salieron del campo con la excusa de ser despiojados. Otros seis, también con un guardia falso, les siguieron poco después, pero fueron descubiertos. Los veintiséis primeros fueron capturados en pocas horas.
Pese a trabajar con herramientas improvisadas, los túneles eran obras de ingeniería de gran brillantez. Excavados a ocho metros de profundidad para no ser descubiertos por los guardias, poseían iluminación eléctrica, ventilación y estaban apuntalados con madera procedente de los muebles de los barracones. La tierra que se extraía de las excavaciones era transportada luego por los presos al exterior en bolsas colocadas en el interior de sus pantalones y dispersada por el campo. Los alemanes intuían que existía algún plan de fuga (diecinueve presos "sospechosos" fueron trasladados al cercano campo de Stalag VIII-C) pero todos sus intentos de descubrirlo fueron infructuosos. Paralelamente, se estaba confeccionando todo lo que los huidos iban a necesitar una vez fuera del campo: ropa civil, documentación falsa, mapas, información sobre horarios de trenes y autobuses... Entre los presos que iban a escapar, había dos categorías: los "Presos Prioritarios", aquellos que contaban con más posibilidades de escapar (los que hablaban alemán) e iban a ir en tren; y los "Culos Duros", que realizarían su fuga a pie, en su mayoría dirigiéndose al sur hacia Suiza.

Finalmente, la fuga se programó para la noche del 24 al 25 de marzo de 1944, aprovechando que era una noche sin luna. Sin embargo, no salió como esperaban. El suelo estaba congelado y les llevó más tiempo del proyectado excavar el último tramo hasta la superficie. Y cuando lo consiguieron descubrieron que habían fallado en sus cálculos; pese a que el túnel medía 102 metros, se habían quedado a 10 metros del límite del bosque. La salida del túnel estaba en la franja de terreno despejado que rodeaba el campo, por lo que la salida de los fugados tuvo que sincronizarse con el paso de las patrullas. Esto demoró mucho a los presos; cuando la alarma saltó, poco antes de las cinco, sólo 87 prisioneros habían logrado huir, aunque once de ellos fueron capturados casi de inmediato en el bosque.
De inmediato se lanzó una enorme operación de busca y captura por toda Alemania. Tal y como había previsto Bushell, centenares de soldados y policías fueron movilizados para perseguir a los prisioneros. Adolf Hitler montó en cólera cuando se enteró de la fuga. Furioso, ordenó ejecutar a los prisioneros huidos en cuanto fueran capturados, al oficial al mando del campo, el coronel Wilhelm von Lindeiner, al oficial al cargo de la seguridad, a los soldados que estaban de guardia durante la fuga y al arquitecto que había diseñado el campo. Aunque luego sus consejeros le hicieron recapacitar y suspendió la pena de muerte para los alemanes (aunque Lindeiner fue destituido y sometido a consejo de guerra). No así con los presos; a pesar de que fue advertido de que su actuación era contraria a la Convención de Ginebra en lo respectivo a los prisioneros de guerra, cincuenta de los presos (entre ellos Bushell) fueron entregados tras su captura a la Gestapo y ejecutados sumariamente, en solitario o por parejas, como escarmiento y advertencia a sus compañeros. En la mayoría de los casos, los presos fueron asesinados durante su traslado; se hacía una parada, se le decía que bajasen a estirar las piernas... y se les disparaba un tiro en la nuca. De esos 50, una veintena eran británicos, pero había además de otras once nacionalidades: canadienses, polacos, australianos, sudafricanos... Estos son los cincuenta asesinados:
- Roger Bushell (GBR) y Bernard Scheindhauer (FRA), ejecutados cerca de Saarbrücken.
- Thomas Catanach (AUS), Arnold Christensen (NZL), Haldor Espelid (NOR) y Nils Flugesang (NOR), asesinados en Kiel
- Romualdas Marcinkus (LIT), Tim Walenn (GBR), Henri Picard (BEL) y Gordon Bretell (GBR), capturados en Schneidemühl y ejecutados cerca de Sagan
- Albert Hayter (GBR), capturado cerca de Mulhouse.
- Antoni Kiewnarski (POL), Kazimierz Pawluk (POL), Sortiros Skanzikas (GRE) y James Wernham (CAN), capturados cerca de Hirschberg.
- Gordon Kidder (CAN), Reginald Kierath (AUS), Leslie G. Bull (GBR), Thomas Kirby-Green (GBR) y Jerzy Mondschein (POL), capturados en la frontera alemano-checoslovaca.
- Ernst Valenta (CHE), Dennis Cochran (GBR), Brian Evans (GBR), George McGill (CAN), William Grisman (GBR), Alastair Gunn (GBR), Albert Hake (AUS), Edgar Humphreys (GBR), Michael Casey (GBR), Ian Cross (GBR), Wlodzimierz Kolanowski (POL), Patrick Langford (CAN), Thomas Leigh (GBR), James Long (GBR), Henry Birkland (CAN), Stanislaw Krol (POL), Clement McGarr (SAF), John E. A. Williams (AUS), Harold Milford (GBR), John Pohe (NZL), Robert Stewart (GBR), John Stower (GBR), Denys Street (GBR), Cyril Swain (GBR), John F. Williams (GBR), George Wiley (CAN), capturados en distintas localidades y encerrados en la prisión de Görlitz, de donde saldrían para ser ejecutados. También estuvo en Görlitz Charles Hall (GBR), que dejó escrito en la pared de la celda en la que pasó su última noche "Nosotros que vamos a morir os saludamos".
- Johannes Gouws (SAF) y Rupert Stevens (SAF), capturados y ejecutados cerca de Munich
- Pawel Tobolski (POL), capturado en las cercanías de Berlín
Otros 23 presos fueron llevados de vuelta a prisión, 17 de ellos a Stalag Luft III y los demás a otros campos como el de Sachsenhausen. Sólo tres de los presos fugados lograron huir y volver a territorio británico a través de países neutrales: tres pilotos de la RAF, dos noruegos, Per Bergsland y Jens Müller, que lograron llegar en barco a Suecia, y un holandés, Bram van der Stok, que llegó a España con la ayuda de la Resistencia francesa, tras atravesar media Europa.
El nuevo director del campo, el teniente coronel Erich Cordes, impuso un régimen mucho más severo para los presos, con inspecciones sorpresa y revisiones periódicas para asegurarse de que no faltaban muebles ni materiales que pudieran estar siendo usados en nuevos planes de fuga. Varios trabajadores civiles del campo fueron asimismo ejecutados por la Gestapo por no haber denunciado en su día la desaparición de materiales que luego habían sido usados en los túneles.