lunes, 31 de julio de 2017

El robo del Casino Stardust

Una de las escasas imágenes que hay de Bill Brennan


A diferencia de lo visto en algunas películas, robar en un casino de Las Vegas no es una tarea en absoluto sencilla. Los propietarios de los casinos invierten enormes sumas en seguridad y disponen de la tecnología más avanzada para evitar sustracciones. Y cuando alguna de estas tiene éxito, no suele ser gracias a complicadas y rebuscadas estratagemas, sino más bien son las tramas más sencillas las que tienen más posibilidades de lograr su objetivo. Es el caso de Bill Brennan, quien, sin necesidad de armas ni de recurrir a la violencia, sin complicadas tramas ni alta tecnología, llevó a cabo un espectacular robo en el casino Stardust de Las Vegas... simplemente, salió con su botín tranquilamente por la puerta.

Cuando se describe a Bill Brennan, la palabra que más se repite es "corriente". Un hombre corriente, gris, sin ningún rasgo demasiado remarcable. Altura media, peso medio, pelo castaño oscuro. Un hombre solitario, sin amigos íntimos ni relaciones conocidas, cuya única afición parecía ser cuidar de su gato. Era natural de Pennsylvania, pero llevaba algún tiempo residiendo en Nevada y en 1988 había entrado a trabajar en el célebre Hotel y Casino Stardust como cajero en una oficina de apuestas deportivas. Como trabajador, era esforzado y diligente, aunque después de cuatro años empezaba a mostrarse un poco menos entusiasta. De hecho, había solicitado ser ascendido al puesto de supervisor, pero el gerente había rechazado su petición por considerar que no estaba todavía preparado para esa clase de responsabilidad. Hay quien dice que fue el disgusto por este rechazo lo que lo empujó a cometer uno de los robos más sensacionales de la historia de Las Vegas.

La mañana del 22 de septiembre de 1992 Bill Brennan terminó su turno de trabajo y se fue a su casa, un sencillo apartamento alquilado en el que vivía con la única compañía de su gato, como hacía habitualmente. Pero esta vez era diferente. Llevaba consigo una bolsa en la que, como se sabría luego, había más de medio millón de dólares en dinero en efectivo y fichas de juego que había robado del casino. Con el tiempo que llevaba trabajando allí, conocía perfectamente las medidas de seguridad del establecimiento, y se las arregló para eludir las cámaras de seguridad y a los vigilantes. De hecho, cuando se descubrió el robo y la policía abrió su investigación, les llevó varias horas identificar a Brennan como el posible autor del robo. Pero cuando los agentes llegaron a su casa, la encontraron vacía. Bill y su gato se habían esfumado.

El Hotel y Casino Stardust fue uno de los casinos más famosos de Las Vegas hasta su demolición en 2007
Desde entonces, la pista de Brennan se pierde completamente. Pasados más de veinte años no se ha hallado indicio alguno de qué camino tomó el fugitivo, que a día de hoy sigue estando en la lista de los más buscados del FBI. Algunos de sus compañeros recordarían más tarde haberlo visto leyendo un libro acerca de cómo cambiar de identidad, algo a lo que no dieron demasiada importancia en su momento. La hipótesis más extendida es que Brennan logró hacerse con una identidad nueva y se marchó, quizá al extranjero, a Canadá o a México, donde comenzó una nueva vida con el botín de su robo.

Se sospechó también que Brennan no había actuado solo y que tenía un cómplice. Empleados del Stardust sospechaban de un apostador habitual con el que Brennan había hecho buenas migas y que curiosamente dejó de aparecer por el casino unas semanas después del robo. Numerosos rumores surgieron diciendo que quizás Bill Brennan había sido asesinado por este supuesto socio para arrebatarle su parte del botín. También se apuntó a que estaba relacionado de alguna manera con la mafia, y hubo incluso quien, como su antiguo jefe Richard Saber, dijo que Brennan no llegó a irse de Las Vegas; simplemente, cambió su apariencia, adoptó una nueva identidad y consiguió trabajo en alguno de los muchos casinos de la ciudad. Algo ciertamente poco probable, ya que los casinos suelen investigar a fondo a todos los empleados que contratan. Unas medidas que, en buena parte, se tomaron a raíz del robo del Stardust.

Han pasado ya 25 años de aquel robo, y nada se sabe del audaz individuo que lo llevó a cabo. Sus motivaciones, su destino actual, los medios que empleó para evadir la persecución, permanecen todavía ocultos y rodeados de misterio.

viernes, 28 de julio de 2017

El Mercedes-Renntransporter



Corría el año 1954 y la escudería Mercedes-Benz hacía su debut en la Fórmula Uno con los legendarios W196, las míticas "Flechas de Plata", con las que el gran Juan Manuel Fangio sería campeón en 1954 y 55. Por aquel entonces, los mecánicos de la escudería no tenían las facilidades que tienen hoy en día los de la Fórmula Uno actual. Si durante los entrenamientos previos a alguna de las carreras el automóvil sufría alguna avería o contratiempo serio, no tenían los medios para repararlo in situ, sino que debía ser enviado a la fábrica central de la marca en la ciudad alemana de Stuttgart, donde era reparado y luego tenía que ser llevado de vuelta al circuito donde se celebraba la prueba; lo que casi siempre suponía no disputarla por la imposibilidad de regresar a tiempo con el vehículo arreglado.

Mercedes W196
Por este motivo, la Mercedes decidió crear un transporte de vehículos lo suficientemente rápido para llevar un bólido averiado desde cualquier circuito europeo hasta Stuttgart y devolverlo al circuito a tiempo para tomar parte en la carrera. Los ingenieros de la marca se pusieron manos a la obra y de esta manera nació el sorprendente Mercedes-Renntransporter. Este singular vehículo se fabricó de manera artesanal utilizando piezas de otros modelos de la marca. Así, el chasis era el de un Mercedes 300 Sedán, reforzado y alargado; la cabina era la de un Mercedes 180 familiar; y el motor y la característica parrilla delantera procedían nada menos que del mítico Mercedes 300 SL "Alas de gaviota", uno de los deportivos más potentes de Mercedes. La única pieza diseñada y construida ex-profeso para este modelo era la peculiar luna trasera curvada, que tenía esa forma para dejar sitio para los automóviles que transportaba. El Renntransporter tenía 6'5 metros de largo, 2 de ancho y sólo 1'75 de altura (para dotarlo de mayor estabilidad); pesaba apenas 2100 kilos y su poderoso motor de seis cilindros en línea con inyección directa desarrollaba una potencia de 192 CV que le permitía alcanzar hasta 170 km/h, cuando la mayoría de los demás transportes no llegaban a los 100 km/h. Su depósito de combustible con 150 litros de capacidad le garantizaba una autonomía de unos 500 kilómetros.


Muy pronto el llamado Der Blaues Wunder (El Milagro Azul) se hizo popular en el mundo de las carreras de coches. Además de su innegable utilidad práctica, el diseño original y vanguardista del camión lo convirtió en un reclamo publicitario de primer orden, casi tanto como los W196, reforzando la imagen de Mercedes como una marca innovadora y moderna. Sin embargo, la vida del Milagro Azul fue relativamente corta. El 11 de junio de 1955, durante la disputa de las 24 Horas de Le Mans, el Mercedes 300 SL pilotado por el francés Pierre Levegh se estrelló contra una de las gradas a más de 200 km/h, muriendo el propio Levegh y 82 espectadores. A raíz de la tragedia, Mercedes-Benz decidió retirarse de las competiciones automovilísticas (no regresaría a ellas hasta 1989), con lo que el Renntransporter se quedó sin cometido. Durante algún tiempo siguió siendo empleado como reclamo publicitario (llegó a ser exhibido en EEUU) hasta que en 1957 regresó a la fábrica de Stuttgart, donde quedó olvidado en un garaje durante años. En 1967 un directivo llamado Rudolf Uhlenhaut ordenó que fuera desguazado, perdiéndose así un vehículo singular y excepcional.


En 1993 la compañía decidió enmendar aquel error histórico y construyó una réplica exacta (a base de fotografías, ya que los planos originales también se habían perdido). En la actualidad, esta réplica se exhibe en el Mercedes Museum de Stuttgart con un Mercedes 300 SL sobre él, como en sus tiempos de gloria. Existe además otra réplica de este camión, propiedad del presentador norteamericano Jay Leno, un reconocido coleccionista de coches clásicos.

martes, 25 de julio de 2017

Las aventuras de Moondyne Joe

Joseph Bolitho Johns, "Moondyne Joe" (c. 1826-1900)

Uno de los personajes más curiosos del folklore popular australiano nació con el nombre de Joseph Bolitho Johns en una fecha desconocida (se cree que en torno a 1826) y en un lugar indeterminado de la región inglesa de Cornualles. Tercero de los seis hijos de un humilde herrero que murió cuando Joseph era muy joven, él y sus hermanos trabajaron desde muy niños en las minas de cobre córnicas hasta que, en torno a 1848, Joseph emigró a Gales, donde al parecer encontró trabajo en alguna de las numerosas fundiciones de la ciudad de Clydach.

El 15 de noviembre de 1848, a eso de las 2:30 de la mañana, cerca del pueblo de Chepstow, un sargento de policía que hacía su ronda se tropezó con Johns y un amigo suyo llamado William Cross. Sospechando por habérselos encontrado a una hora tan avanzada, y no contento con las explicaciones que ambos le habían dado, los condujo a un puesto de policía cercano, donde al registrarlos les hallaron "tres hogazas de pan (una parcialmente comida), dos trozos de bacon, una paletilla de cordero, varios quesos y un pedazo de sebo". Alimentos que, según se comprobó más tarde, habían sido robados esa misma noche de la casa de un vecino de la zona llamado Richard Price. Johns y Cross fueron acusados de robo y allanamiento y condenados a diez años de prisión en marzo de 1849. Johns se pasó los siguientes cuatro años yendo de una penitenciaría a otra: Millbank, Pentonville, Dartmoor, Woolwich, hasta que en febrero de 1853 partió a bordo del buque prisión Pyrenees junto a casi trescientos reclusos más con destino a la colonia penal de Australia. Por su parte Cross ya había sido enviado a Tasmania el año anterior.

Johns desembarcó en el puerto de Fremantle el 30 de abril de 1853. Nada más llegar le fue concedida la libertad bajo palabra, y en marzo de 1855 obtuvo un perdón condicional. Una vez libre, se instaló en el valle del río Avon, en los montes Darling, una zona agreste y apartada a la que los aborígenes australianos llamaban Moondyne. Allí se ganaba la vida como podía, como peón y también capturando caballos y ganado que se habían escapado de las granjas para luego devolverlos a sus dueños a cambio de una recompensa. Fue precisamente por culpa de un caballo que volvió a tener problemas con la justicia: en agosto de 1861 fue arrestado, acusado de cuatrero por haber capturado un caballo sin marcar y haberle puesto su marca. Fue encerrado en el calabozo del pueblo de Toodyay, pero esa misma noche se fugó de su celda, llevándose el caballo y además, la silla de montar y las bridas del magistrado local. Capturado al día siguiente, no obstante durante su fuga había matado al caballo y cortado su marca de la piel del animal, así que, en ausencia de pruebas, eludió la pena de hasta diez años de cárcel que podía haberle supuesto el cargo de robo del caballo, pero fue condenado a tres años por haberse escapado de la cárcel.

La Cueva Moondyne
Su buen comportamiento durante su pena le valió salir en libertad con unos meses de anticipación, en febrero de 1864, tras lo cual trabajó primero como carbonero y luego como peón en una granja en Kelmscott. Y en enero de 1865 tuvo lugar el suceso que marcaría profundamente el resto de su vida. En esa fecha un buey llamado "Bright" apareció muerto, y Johns fue acusado de ser el responsable. Arrestado el 29 de marzo, pese a sus reiteradas protestas fue condenado el 5 de julio a diez años de prisión por "matar a un buey con intenciones criminales".  Durante el resto de su vida, Johns nunca dejaría de proclamar su absoluta inocencia de aquella acusación y la injusticia de la que había sido víctima.

En esta ocasión no estaba dispuesto a ser el preso modélico y ejemplar que había sido en sus otros encarcelamientos. Esta vez era diferente; esta vez había sido condenado de manera arbitraria e injusta, e iba a hacer todo lo posible por escapar de la reclusión. Su primera fuga tuvo lugar en noviembre, cuando en compañía de otro preso se fugó cuando formaban parte de una cuadrilla de trabajo. Estuvieron huidos durante un mes, sobreviviendo a base de pequeños hurtos, hasta que fueron capturados por una partida de policías. Como castigo, Moondyne Joe, como ya había empezado a ser conocido, fue condenado a llevar grilletes durante un año.

En abril de 1866, Moondyne Joe envió una petición oficial al Chief Justice (el magistrado de más rango del Tribunal Supremo de Australia Occidental), sir Archibald Burt, para que su caso fuera revisado. Sir Archibald redujo su pena en cuatro años; pero esto no bastó al prisionero: en julio, fue condenado a otros seis meses con grilletes por intentar serrar la cerradura de su celda. En agosto, sin embargo, logró escapar junto a otros tres presos tras serrar sus grilletes. Durante algún tiempo sobrevivieron en los bosques que rodeaban la ciudad de Perth, cometiendo pequeños robos, hasta que uno de ellos fue capturado de nuevo. Dándose cuenta de que no podrían eludir a la policía mucho más tiempo, Moondyne Joe convenció a los otros dos para huir de la colonia de Australia Occidental hacia la de Australia del Sur, para lo cual debían cruzar cientos de kilómetros de terreno baldío y árido. Para afrontar el viaje, los fugitivos entraron a robar en una tienda de Toodyay, propiedad de un tal James Everett, un antiguo presidiario que había llegado a Australia en el mismo barco que Joe y con el que al parecer tenía viejas rencillas. De allí se llevaron ropa, armas y alimentos, en tal cantidad que Everett se vio obligado a cerrar su establecimiento. Finalmente, los tres serían capturados el 29 de septiembre de 1866 en un humedal llamado Boodalin Soak, cerca de donde hoy está el pueblo de Westonia, tras haber recorrido más de 300 kilómetros desde Perth.

En la prisión de Fremantle, hoy convertida en atracción turística, se exhibe esta reproducción de la celda a prueba de fugas construida para albergar a Moondyne Joe
Como castigo por su fuga y por los robos, a Moondyne Joe se le añadieron otros cinco años de trabajos forzados a su pena. Trasladado a la prisión de Fremantle, con una bien ganada fama de especialista en fugas, permaneció varios días en el patio de la cárcel encadenado a los barrotes de una ventana mientras se construía una "celda a prueba de fugas" especialmente para él. Con paredes de piedra revestidas de tablas de eucalipto, casi hermética, Moondyne Joe estuvo durante meses encerrado en ella, alimentado con pan y agua y saliendo sólo una o dos horas diarias a hacer ejercicio. Cuando su salud comenzó a resentirse, el alcaide permitió que trabajara picando piedra al aire libre, como los demás presos; pero, como no querían arriesgarse a sacarlo de la prisión, lo que hicieron fue traerle piedras para que las picara en el patio de la cárcel, vigilado por los guardias. El gobernador de Australia Occidental, John Hampton, antiguo supervisor de prisiones, se mostró tan satisfecho con las medidas tomadas que llegó a decirle a Moondyne Joe que "Si consigues escapar otra vez, te indultaré".

Pero habían cometido un error. Las rocas que Joe desmenuzaba con su esfuerzo diario no eran retiradas con frecuencia, con lo que se acumulaban formando una pila que ocultaba parcialmente al preso de la vista de sus guardianes. Cuando se dio cuenta de ello, Joe comenzó a golpear de cuando en cuando con su martillo el muro de la prisión, buscando debilitarlo. Y de este modo, la tarde del 7 de marzo de 1867 Moondyne Joe volvió a fugarse a través de un agujero que había abierto en el muro. Esta vez estuvo huido durante casi dos años, evitando cometer robos para no dar indicios de su paradero a las autoridades, las cuales, además, tenían que lidiar con una epidemia de intentos de fuga, en buena parte debidos a presos inspirados por las historias de las fugas de Joe.

El 25 de febrero de 1869 Moondyne Joe entró a robar en la Bodega Houghton, una de las más antiguas de Australia. Desafortunadamente para él, un hombre se había ahogado en un río cercano y un grupo de policías había estado ayudando a recuperar su cuerpo. El dueño de la bodega los invitó luego a beber algo en su casa. Joe creyó que había sido descubierto, trató de huir y fue capturado. Le cayeron cuatro años más de prisión por el robo y otro por la fuga. Aún intentaría fugarse en otra ocasión, en febrero de 1871, intentando fabricar una copia de la llave de su celda en la carpintería de la cárcel. En abril de 1871 el supervisor de prisiones Henry Wakeford oyó del propio Moondyne Joe la promesa que le había hecho el gobernador Hampton. El superintendente Henry Lefroy confirmó la veracidad de la promesa, Wakeford informó al entonces gobernador, sir Frederick Weld, y éste estuvo de acuerdo en conceder el perdón a Joe, que fue puesto en libertad en mayo de 1871, tras casi diez años de encarcelamiento con breves periodos de libertad.

Sus restantes años de vida los pasó Moondyne Joe de forma relativamente tranquila, con algún que otro pequeño tropiezo con la ley pero sin volver a entrar en prisión. Fue carpintero, buscador de oro y explorador (descubrió, en 1881, la Cueva Moondyne, a ocho kilómetros al norte de la ciudad de Augusta). El 16 de enero de 1879 se casó en Fremantle con una joven viuda llamada Louisa Hearn (Joe ya pasaba de los cincuenta años, mientras que su esposa contaba 26).


El 26 de enero de 1900 las autoridades encontraron a Joe, ya un anciano de más de 70 años, vagando confuso por las calles de South Perth, aquejado de algún tipo de demencia senil. Por orden de un tribunal fue llevado a la clínica para inválidos Mount Eliza para ser atendido. Irónicamente, aquella clínica había sido tiempo atrás un centro de detención para presos y Joe se había escapado de allí en la década de 1860. Moondyne Joe se escapó tres veces de la clínica, seguramente a causa de su estado mental, antes de ser condenado a un mes de prisión por huir de la custodia legal, pero parece que no llegó a ser encarcelado y en su lugar fue trasladado al Asilo para Lunáticos de Fremantle, donde moriría el 13 de agosto de 1900. Fue enterrado en una tumba para indigentes del cementerio de Fremantle. En la actualidad, en su lápida hay grabados unos grilletes rotos y la palabra galesa "Rhyddid", que significa "libertad".

sábado, 22 de julio de 2017

Carlos Káiser, el mayor fraude de la historia del fútbol

Carlos Henrique Raposo, "Káiser"

En la larga lista de caraduras que nos ha dado la historia del deporte, el brasileño Carlos Henrique Raposo figura en un lugar destacado. Este simpático personaje demostró que para ganarse la vida como futbolista a veces saber jugar es lo de menos.

A Raposo, nacido en Río de Janeiro el 2 de abril de 1963, le apodaban "Káiser" porque decían que se parecía (en el físico, no en lo futbolístico) al legendario líbero alemán Franz Beckenbauer. Como buen brasileño, le apasionaba el fútbol y soñaba con ser jugador profesional, pero la naturaleza no lo había bendecido con el talento necesario. Pero Carlos tenía otras habilidades. Extrovertido, simpático, con don de gentes, sabía hacerse amigo de las personas adecuadas, especialmente futbolistas y gente del mundo del fútbol.

Su primera oportunidad como profesional le llegó con 23 años, en 1986, en el Botafogo de Río de Janeiro. Y fue gracias a Mauricio de Oliveira, amigo íntimo suyo desde la infancia y que acababa de fichar por el club carioca. Mauricio era un buen jugador (llegaría a ser internacional con Brasil) y en el club tenían gran confianza en él, así que no le fue difícil convencerlos de que ficharan a su amigo. El resumen de esa temporada para Káiser: cero partidos jugados y más tiempo en la enfermería que en el campo de entrenamiento. Él mismo confesó su método: "Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses”.

Su temporada en blanco no fue obstáculo para que al año siguiente fichara por otro de los equipos clásicos de Río, el Flamengo, donde jugaba otro de sus amigos futbolistas, el gran Renato Gaúcho, internacional en 43 ocasiones con la selección brasileña. El propio Renato hablaba así de Carlos: "Káiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería". Una de las estratagemas que utilizaba para darse importancia era hablar en "inglés" por uno de aquellos enormes teléfonos móviles de la época (que entonces era un objeto de lujo), supuestamente con clubes europeos interesados en contratarle. Luego resultaría que el teléfono era de juguete y sus charlas en inglés eran chácharas sin sentido. De nuevo, cero partidos jugados. Eso si, no perdía el tiempo a la hora de seguir cultivando valiosas amistades y acudía con frecuencia a discotecas y locales de moda frecuentados por futbolistas.

De izquierda a derecha, Carlos Káiser, Renato Gaúcho y Luis Tofoli "Gaúcho", en los carnavales de Río de Janeiro
Al año siguiente, a Káiser le tentó la aventura internacional y fichó por el Puebla mexicano. Hay que entender que por aquel entonces no había la saturación de información que hay hoy en día. Muchos fichajes se hacían por referencias de terceros, sin haber visto al jugador en directo. Y Carlos Káiser contaba con el aval de haber jugado en dos de los equipos más prestigiosos de Brasil y de poder presentar varios artículos periodísticos alabando su cualidades. Artículos que, por supuesto, habían escrito periodistas amigos suyos, a cambio de regalos o información interna de sus equipos. En México estuvo unos meses, sin llegar a debutar, antes de poner rumbo a EEUU y enrolarse en las filas del modesto El Paso Sixshooters, de la cuarta división del fútbol norteamericano.

En 1989 estaba de vuelta en Brasil, en las filas del Bangu, también en Río de Janeiro, donde llegó a debutar y (dice la leyenda) a marcar un gol. Allí tuvo lugar otra de las geniales anécdotas que jalonan su carrera de engaños. En un partido en el que, debido a las numerosas bajas que tenía el equipo, Káiser estaba convocado, el Bangu perdía 2-0 cuando el presidente del club, Castor de Andrade, un sujeto turbio vinculado al mundo de las apuestas clandestinas, ordenó al entrenador que sacara a un delantero. El único disponible era Káiser, y le mandaron ponerse a calentar. Káiser, viéndose en la tesitura de tener que salir a jugar, se dirigió a un aficionado rival, lo insultó y comenzó una discusión que desembocó en pelea. El jugador fue expulsado sin tan siquiera saltar al campo y, cuando Andrade le pidió explicaciones en el vestuario, Káiser le dijo, entre lágrimas: "Dios me dio un padre y me lo quitó, y luego me dio otro (refiriéndose a él). Así que nunca voy a permitir que digan que mi padre es un ladrón" Andrade, emocionado, le prolongó el contrato seis meses más.

Sus compañeros de equipo, por supuesto, se daban cuenta de que Káiser era un fraude, que no tenía ni idea de jugar al fútbol. Otro de sus amigos futbolistas, el defensa Ricardo Rocha, que llegó a jugar en el Real Madrid, decía entre risas: "Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná, estoy seguro" "El único problema de Carlos era el balón. Él decía que era delantero, pero era un delantero tan completo que nunca marcó y nunca dio una asistencia de gol. Siempre decía estar lesionado. Cuando la pelota estaba a la izquierda, él se iba a la derecha y viceversa. No tenía talento para jugar, pero era muy, muy buena persona. Todo el mundo le quería mucho". Era normal que todo el mundo lo quisiese. Él sabía ganarse el aprecio y la confianza de sus compañeros. Una de las cosas que hacía era, cuando el equipo se concentraba en un hotel, alquilar algunas habitaciones un par de pisos por debajo de las suyas y llenarlas de chicas. "De noche nadie huía de la concentración. Todo lo que teníamos que hacer era bajar las escaleras".


Tras acabar su contrato con el Bangu, Káiser tuvo breves pasos por el Palmeiras y el Guaraní. Casi siempre pedía firmar el contrato más corto, por unos meses; cobraba las primas y se las arreglaba para disimular su falta de talento hasta que el contrato expiraba. Y llegó el momento en el que a Káiser se le presentó la oportunidad de "jugar" en el fútbol europeo. Su "víctima" fue el equipo francés del Ajaccio. Para un club modesto como el corso, la contratación de un jugador brasileño suponía un hito. Káiser fue presentado en un estadio a rebosar de hinchas y se preocupó; si le pedían que diera unos toques al balón, como es costumbre al presentar a un jugador, todos se darían cuenta de que no sabía jugar al fútbol en su primer día. Pero a él nunca le faltaban recursos. Lo que hizo fue ir pateando todo balón que se le ponía por delante hacia la grada, para regalárselos a los aficionados, a la vez que saludaba y se besaba el escudo de la camiseta. Los hinchas enloquecieron; sin haber jugado ni un minuto, Carlos Káiser se los había ganado. Permaneció toda la temporada en el Ajaccio, jugando con cierta regularidad, aunque casi siempre saliendo del banquillo y jugando los últimos minutos.

De vuelta en Sudamérica, Carlos Káiser afirma haber jugado en el Fluminense (otro de los clubes importantes de Río), donde habría llegado a participar en 15 encuentros; y en el Independiente de Avellaneda argentino. Sin embargo, ambos clubes lo niegan y no hay ningún registro oficial que lo pruebe. Si parece que pasó por el América de Río antes de cerrar su carrera en el modesto Guarany de Camaquã, con 39 años. En toda su carrera, según sus cuentas, no habría jugado "más de 20 o 30 partidos".

En 2011, Carlos Káiser reveló en una entrevista al programa deportivo Esporte Espectacular los detalles de su inusual carrera futbolística, alardeando de sus "hazañas" y de su amistad con numerosos futbolistas conocidos, como Carlos Alberto Torres (campeón del mundo con Brasil en 1970), Luis Tofoli "Gaúcho", Romario, Bebeto o Edmundo. En ningún momento se mostró arrepentido de sus engaños: "No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas: alguno tenía que vengarse por todos ellos". Palabra de Káiser, que en la actualidad trabaja como entrenador personal.

miércoles, 19 de julio de 2017

Fotografías históricas (VIII)


Marina Ginestà, miliciana comunista de 17 años, fotografiada el 21 de julio de 1936 en la terraza del Hotel Colón de Barcelona por el fotógrafo alemán Hans Gutmann.



El destructor USS Shaw hace explosión tras ser bombardeado durante el ataque a Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941).



El primer vuelo del aeroplano de los hermanos Wright (17 de diciembre de 1903).



Un agente de policía multa a una mujer por llevar bikini en una playa de Rímini, Italia (1957).



La devastación tras el gran incendio de Jacksonville (Florida), el 3 de mayo de 1901, donde murieron 7 personas y resultaron destruidos más de 2300 edificios.



10 de noviembre de 1943. El teniente Walter L. Chewning trepa sobre los restos incendiados de un avión F6F-3 Hellcat que acaba de estrellarse sobre la cubierta del portaaviones USS Enterprise, rumbo al atolón de Makin, para rescatar a su piloto, el alférez Byron Johnson, atrapado en la cabina. Ambos resultaron ilesos.



Las Vegas (1906).



El pintor Pablo Ruiz Picasso recibe al ex-presidente de los EEUU Harry S. Truman en su casa de Vallauris (1958).



Winston Churchill, sentado en la que había sido la silla de Adolf Hitler, junto a varios soldados británicos y soviéticos, en el exterior de la Cancillería del Reich en Berlín (1945).



Las Fernie Swastikas, un equipo femenino de hockey sobre hielo, fundado en la ciudad canadiense de Fernie en 1922, antes de que la esvástica tuviera las siniestras connotaciones que tiene hoy en día.



La familia Bin Laden de vacaciones en Suecia en 1971. Osama es el segundo por la derecha.



Los reporteros Sean Flynn (hijo del actor Errol Flynn) y Dana Stone en Camboya, el 6 de abril de 1970. Ese mismo día ambos fueron capturados por guerrilleros comunistas y nunca se volvió a saber de ellos.



La tripulación del bombardero B-29 "Waddy's Wagon" posa delante de sus caricaturas pintadas en el costado de la aeronave, el 24 de noviembre de 1944. El avión y su tripulación desaparecieron sin dejar rastro el 9 de enero de 1945, durante una misión sobre territorio japonés.



El "Leviatán de Parsonstown", que fue el mayor telescopio del mundo entre 1845 y 1917 (Condado de Offaly, Irlanda, 1885).



"Almuerzo en un rascacielos". Un grupo de trabajadores almuerza suspendidos a más de 250 metros de altura, durante la construcción del Edificio RCA (1932).



Algunos de los mejores jugadores de béisbol de la historia, en una fotografía tomada en el partido del All-Star de la MLB (7 de julio de 1937). De izquierda a derecha, Lou Gehrig (New York Yankees), Joe Cronin (Boston Red Sox), Bill Dickey (Yankees), Joe DiMaggio (Yankees), Charlie Gehringer (Detroit Tigers), Jimmie Foxx (Red Sox) y Hank Greenberg (Tigers).


La última fotografía tomada de Hachiko, el perro que durante nueve años esperó en la estación de trenes de Shibuya (Tokio) el regreso de su amo fallecido (1935).



Feria del Ku Klux Klan (Cañon City, Colorado, 1925)

domingo, 16 de julio de 2017

Los caballos de San Marcos



Uno de los monumentos más representativos de la ciudad de Venecia es la Basílica de San Marcos, el principal templo católico de la ciudad y una de las obras maestras de la arquitectura bizantina. Entre los detalles más característicos de la Basílica están las cuatro estatuas de caballos que se exhiben en la terraza de la cubierta de su fachada. Estas cuatro imponentes estatuas metálicas no son originales del edificio; fueron traídas desde Constantinopla a principios del siglo XIII y tienen una curiosa historia, llena de misterio e incidentes.

La parte "veneciana" de la historia de estas estatuas comienza a finales del siglo XII. Ante el fracaso de la Tercera Cruzada (la de Ricardo Corazón de León y Federico I Barbarroja) en su intento de reconquistar Jerusalén, el papa Inocencio III convocó una Cuarta Cruzada, que reunió un ejército formado fundamentalmente por nobles franceses y holandeses. Este ejército jamás llegó a Tierra Santa; en su lugar, se aliaron con los venecianos para atacar el Imperio Bizantino y deponer a su emperador, Alejo III. Los cruzados acabaron conquistando la capital, Constantinopla, en 1204, y tras varios días de saqueos y pillaje, sin respetar ni siquiera las iglesias, acabaron reuniendo un enorme botín que se repartieron entre ellos.


Entre la parte de lo saqueado que se llevaron los venecianos estaba un conjunto escultórico que desde hacía siglos decoraba el famoso Hipódromo de la ciudad. El conjunto representaba a una cuádriga triunfal, y estaba compuesto por cuatro caballos, la cuádriga y un auriga. Se desconoce qué fue del resto del conjunto, pero los cuatro caballos fueron llevados a Venecia por orden del dux Enrico Dandolo, para ser luego instalados en la Basílica en el año 1254, como símbolo del poder de la república veneciana.

Es muy poco lo que se sabe de los caballos antes de que los venecianos se hicieran con ellos. Se sabe que llevaban mucho tiempo en el Hipódromo, pero poco más. Hay un texto datado en el siglo VIII o IX, titulado Parastaseis syntomoi chronikai (Breves notas históricas) sobre la ciudad de Constantinopla y sus monumentos, en el que se menciona la presencia de unos caballos dorados en el Hipódromo que habrían sido traídos de la isla de Quíos, en el mar Egeo, durante el reinado de Teodosio II (408-450 d. C.). Es posible que se tratase de los mismos, aunque no se puede asegurar al 100%.

Aparte de eso, no se sabe ni quién las fabricó, ni donde, ni en qué fecha, ni el motivo que propició su creación. Por no saber, ni siquiera se sabe con seguridad si son de origen griego o romano. Los estudios que se han hecho sobre ellas para averiguar la fecha aproximada de su fabricación dan un margen muy amplio, entre el siglo IV antes de Cristo y el siglo IV de nuestra era. Las estatuas miden unos dos metros y medio de largo, con una altura máxima de 2'38 metros (1'31 metros en la cruz) y pesan entre 850 y 900 kilos cada una.


Durante años se creyó que las estatuas eran de bronce. Pero un análisis moderno reveló que, sorprendentemente, las estatuas están hechas casi en un 97% de cobre, seguramente porque su creador buscaba que tuvieran un brillo dorado más llamativo y parecido al del oro. Este dato, unido a ciertas peculiaridades de su factura y estilo, lleva a pensar que son de fabricación romana, lo que desmentiría los extendidos rumores de que son obra de alguno de los grandes escultores griegos de la antigüedad, como Lísipo (390-318 a. C.), Praxíteles (c. 400-c. 320 a.C.) o Fidias (c. 500-431 a. C.).

Durante casi seis siglos, los caballos se mantuvieron imperturbables en la fachada de la Basílica, dominando desde las alturas la Plaza de San Marcos, hasta que un tal Napoleón Bonaparte se hizo con el poder en Francia. Las Guerras Napoleónicas sembraron el caos por toda Europa y, en 1797, las tropas francesas invadían el territorio de la ya decadente República de Venecia (que sería luego repartido entre franceses y austríacos) y tomaban su capital casi sin oposición. Napoleón quedó prendado de los caballos de San Marcos, viéndolos como lo que eran: símbolos del poder de la ciudad. Y, como tales, decidió apropiarse de ellos y se los llevó a París.

El Arco de Triunfo del Carrusel, en la actualidad
Los caballos estuvieron durante algún tiempo expuestos al público, con un cartel propagandístico que rezaba: "Llevados desde Corinto a Roma, de Roma a Constantinopla, de Constantinopla a Venecia, de Venecia a Francia: ¡están al fin en un país libre!". Cuando en 1808 se terminó la construcción del Arco del Triunfo del Carrusel, construido para conmemorar sus victorias militares, el emperador decidió colocar los caballos en lo alto del Arco. Allí estuvieron hasta 1815; tras la caída de Napoleón, el emperador austriaco Francisco I dispuso que los caballos fueran restituidos a su emplazamiento original, encargando la misión a un capitán del cuerpo de Ingenieros del ejército británico, William John Dumaresq (quien también se encargó de regresar el león alado de la piazzetta de San Marcos, que los franceses habían colocado frente al Hôtel des Invalides). Tiempo después se colocaría sobre el Arco del Triunfo una réplica en bronce de los caballos.


A partir de aquel momento las estatuas permanecieron en la fachada de la Basílica (salvo durante un breve periodo en 1981 en que formaron parte de una exposición itinerante y fueron exhibidas en París, Londres, Nueva York y México D. F.) hasta que a mediados de la década de 1980 las autoridades decidieron retirarlas de su ubicación para protegerlas de los efectos del clima, la contaminación y la actividad animal, y sustituirlas por unas réplicas. Desde entonces los originales se guardan en la exposición permanente que hay en el interior de la Basílica.

jueves, 13 de julio de 2017

El soldado de los tres ejércitos

Lauri Allan Törni (1919-1965)

Lauri Allan Törni nació en la ciudad finlandesa de Viipuri (en la actualidad llamada Vyborg y situada en territorio ruso) el 28 de mayo de 1919, hijo de Jalmari Törni, capitán de un ferry que comunicaba varios puertos del Golfo de Finlandia, y de su esposa Rosa. Lauri no fue un gran estudiante, pero si un buen deportista, fuerte y atlético. Era un gran esquiador y un notable boxeador; le había enseñado a pelear su amigo Sten Suvio, medalla de oro en peso welter en las Olimpiadas de 1936, que había sido inquilino de la pensión que regentaba la familia Törni. Y también tenía un gran interés en todos los asuntos militares.

En 1938 Lauri se incorporó al ejército finlandés para cumplir el servicio militar. Fue asignado al 4º Batallón de Cazadores, y seguía en el ejército cuando en noviembre de 1939 la URSS invadió Finlandia dando comienzo a la Guerra de Invierno. Su destacada actuación en los combates en torno al lago Ladoga le valió una recomendación para la escuela de oficiales, de donde salió con el rango de Vänrikki (alférez). Entre sus nuevos cometidos estaba entrenar a los nuevos reclutas de la infantería ligera sobre esquíes, una de las unidades más eficaces contra los soviéticos. Sin embargo, pese a la resistencia finlandesa, la abrumadora superioridad soviética les obligó a firmar un oneroso tratado de paz que incluía la cesión de algunos de sus territorios; entre ellos, el istmo de Carelia y Viipuri, la ciudad natal de Törni. Obviamente, a éste le disgustó profundamente el resultado final de la guerra y le reafirmó en su cada vez más notorio anticomunismo.

Törni con el uniforme de las Waffen-SS
En junio de 1941, gracias a las excelentes relaciones entre los gobiernos finlandés y alemán, más de 1400 soldados finlandeses fueron autorizados a alistarse en el ejército germano; entre ellos, Lauri Törni. Los soldados finlandeses fueron trasladados a Viena, al campamento de Fasangarten-Kaserne, donde quedaron bajo las órdenes de las Waffen-SS. Con el tiempo, aquellos soldados formarían el SS Freiwilligen Nordost, el Batallón de Voluntarios Finlandeses de las Waffen-SS, y a sus miembros se les reconoció el rango equivalente al que tenían en el ejército finlandés; en el caso de Törni, el de Untersturmführer.

No obstante, Törni permanecería poco tiempo allí. El 21 de junio de 1941 los alemanes lanzaron la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética. Empezó a correr el rumor de que Finlandia se sumaría de inmediato a la ofensiva y declararía la guerra a la URSS; de hecho, lo hizo el 25 de junio. Törni, junto a varios oficiales finlandeses que todavía no habían hecho el juramento de fidelidad a las SS y al Führer, pidieron permiso para regresar a su país y sumarse a la ofensiva.

La llamada Guerra de continuación (1941-1944) fue un conflicto un tanto peculiar, algo así como una guerra dentro de una guerra. Los finlandeses vieron la oportunidad de desquitarse por la invasión soviética y recuperar los territorios que les habían sido arrebatados, contando con el apoyo militar alemán. Por el bando aliado, aparte de la URSS, sólo el Reino Unido declaró la guerra a Finlandia, pero no llegó a intervenir; la única acción bélica británica en territorio finlandés fue un ataque de aviones torpederos Fairey Swordfish contra varios buques alemanes fondeados en el puerto norteño de Petsamo.

Törni durante la Guerra de continuación (1943)
Fue durante la Guerra de continuación cuando Törni se ganó una merecida fama como soldado. Comenzó mandando una unidad de blindados, pero pronto regresó a la Infantería como instructor y director de patrullas de soldados con esquíes. En marzo de 1942 resultó herido de gravedad por la explosión de una mina, pero no tardó en volver a la acción. En 1943 se puso al frente de una unidad informal conocida como Destacamento Törni, que usaba como emblema una letra T cruzada por un rayo, y cuya gran especialidad eran las misiones de infiltración tras las líneas enemigas. Su efectividad era tal (en una ocasión su unidad tendió una emboscada a un convoy soviético al que le causó 300 bajas sin perder a ninguno de sus hombres) que su nombre muy pronto se hizo célegre en ambos bandos y los soviéticos llegaron a ofrecer una recompensa de 3 millones de marcos finlandeses por su cabeza. Sus acciones le valieron, entre otras condecoraciones, la Cruz Mannerheim finlandesa y la Cruz de Hierro de 2ª Clase alemana. Entre los soldados que sirvieron a sus órdenes estaba Mauno Koivisto, que sería presidente de Finlandia entre 1982 y 1994.

Emblema del Destacamento Törni
No obstante, la Segunda Guerra Mundial iba tomando cada vez más un cariz adverso a los intereses alemanes. La contraofensiva soviética y el desembarco en Normandía limitaron la ayuda que el régimen nazi podía aportar a los finlandeses, los cuales, ante el temor de verse aislados y sin apoyos externos, se vieron obligados a negociar una nueva paz. En septiembre de 1944 cesaban las hostilidades y se firmaba el Armisticio de Moscú, en el que de nuevo Finlandia se veía obligada a hacer importantes concesiones a los soviéticos: además de restituir las fronteras de 1940, les cedía nuevos territorios, como el distrito de Petsamo, aceptaba pagar onerosas indemnizaciones de guerra y se comprometía a expulsar a todo el personal militar alemán de su territorio (lo que generaría un enfrentamiento armado entre finlandeses y alemanes, la llamada Guerra de Laponia).

Törni fue licenciado (como buena parte del ejército finlandés) en diciembre de 1944, con el rango de capitán. Tras pasar algunas semanas con su familia en Vaasa, donde se habían instalado tras huir de Viipuri, Törni conoció a Jalo Korpela, otro militar licenciado que había alcanzado el rango de teniente de las SS. Ambos serían poco después reclutados para una operación secreta: las SS y la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA) estaban organizando, con la complicidad de algunos militares finlandeses, una unidad dedicada a cometer acciones de espionaje, sabotaje y guerra de guerrillas contra intereses soviéticos en Finlandia. Törni y Korpela, junto a otros ex-militares finlandeses, llegaron a Alemania en febrero de 1945 para recibir entrenamiento especializado. Sin embargo, a mediados de marzo el oficial al mando de la operación, el Fregattenkapitän Alexander Cellarius, les pidió que llevaran a cabo acciones de sabotaje contra las tropas finlandesas que combatían a los alemanes en Laponia. Törni y Korpela se negaron rotundamente a atacar a sus compatriotas, pese a que Cellarius los amenazó con un juicio sumarísimo. Ambos pidieron ser enviados al frente oriental. En cambio, fueron asignados al cuartel del Obergruppenführer (general) Felix Steiner, cuyas tropas formaban parte del sistema defensivo de Berlin. Törni, con el rango de Hauptsturmführer (capitán) fue puesto al frente de una compañía de 250 soldados, con Korpela como su Untersturmführer.

Törni como oficial finlandés en la reserva (1940)
Törni y sus hombres combatieron el avance soviético hasta que el 3 de mayo supieron del suicidio de Adolf Hitler. Por aquel entonces estaban en Hagenow (a unos 180 kilómetros al noroeste de Berlin), rodeados por las tropas soviéticas. Lograron romper el cerco y se dirigieron al este, hasta encontrarse con las tropas aerotransportadas norteamericanas, a las que se rindieron. Los americanos los entregaron a los ingleses, los cuales recluyeron a Törni en un campo de prisioneros en Oldenburg, rechazando su ofrecimiento de unirse a sus filas, ya que, al menos oficialmente, Finlandia seguía en guerra con el Reino Unido. Törni no tardó en fugarse del campo con Korpela y ambos lograron llegar a Dinamarca, donde el embajador finlandés les dio documentos falsos con los que regresaron a Finlandia.

Törni se instaló en Helsinki, trabajando como electricista para una pareja de simpatizantes filogermanos. Al parecer, durante algún tiempo trató de revivir el proyecto alemán de crear una organización antisoviética, pero el 12 de abril de 1946 fue arrestado por la Valpo, la policía estatal finlandesa. Acusado de espionaje y traición (los soviéticos también lo acusaron de asesinar prisioneros de guerra en 1944, aunque no pudieron probarlo) fue condenado a seis años de trabajos forzados, pero logró huir de la prisión de Turku en julio de 1947, gracias a la deliberada negligencia de sus guardianes, muchos de los cuales eran antiguos soldados que sentían admiración por él. Fue capturado poco después cuando trataba de huir del país con Korpela, y enviado a la cárcel de Riihimäki, de donde escaparía en otras dos ocasiones, volviendo a ser capturado en ambas.

Finalmente, el 13 de diciembre de 1948 el presidente finlandés Juho Kusti Paasikivi le concedió un indulto bajo palabra; pero Törni aprovechó para escapar del país, lo que provocó que fuera despojado de su rango y borrado de la lista de oficiales del ejército. Törni había cruzado la frontera sueca y se instaló en Estocolmo, donde se casó con Marja Kops, una mujer de origen finlandés. Poco después de su boda, convencido de que los comunistas no lo habían olvidado y podrían atentar contra su vida en cualquier momento, decidió buscar nuevos horizontes para él y para su familia. En 1950 consiguió documentos falsos suecos con los que se alistó como tripulante en un carguero, el SS Bolivia, a bordo del cual viajó hasta Caracas. Allí se encontró con uno de sus antiguos oficiales, el coronel Matti Aarnio, que se había instalado en Venezuela en 1945, y que le sugirió que probara fortuna en EEUU.

Törni se embarcó en un carguero noruego, el MS Skagen, que se dirigía a Estados Unidos; pero, durante la travesía, cuando el buque pasaba frente a las costas de Mobile (Alabama), Törni saltó por la borda y llegó a nado a la orilla. Sin dinero y sin saber inglés, se las arregló para llegar a Nueva York, donde recibió la ayuda de la comunidad de Finntown, una zona del barrio de Brooklyn cercana al parque Sunset donde vivía un gran número de inmigrantes finlandeses. Törni trabajó como carpintero y limpiador residiendo de manera irregular hasta que en 1953 obtuvo el permiso de residencia y en 1954, en virtud a la ley Lodge-Philbin (que permitía el reclutamiento de ciudadanos extranjeros en el ejército, a los que se garantizaba la ciudadanía norteamericana tras cinco años de servicio) se alistó en el ejército.

Sargento Larry Allan Thorne (17/11/1955)
En el ejército, Thöri hizo amistad con un grupo de soldados y oficiales de origen finlandés conocidos como "los hombres de Marttinen", así llamados por el coronel Alpo Marttinen. Marttinen, al igual que la mayoría de aquellos soldados, había huido de Finlandia para no ser acusado por una operación secreta en la que una gran cantidad de armas y equipamiento militar del ejército finlandés habían sido ocultados por todo el país en diversos zulos y escondrijos, con el objetivo de que, si la URSS invadía Finlandia, poder organizar un movimiento de resistencia. Con su ayuda, Thöri ascendió rápidamente. Fue asignado a las Fuerzas Especiales, donde sus habilidades eran muy valoradas. En 1955 ya era sargento (ese mismo año lograba la nacionalidad estadounidense y se cambiaba el nombre por el de Larry Allan Thorne), en 1957 teniente, y en 1960 era ascendido a capitán. Entre 1958 y 1962 estuvo asignado al 10º Grupo de Fuerzas Especiales, con base en Bad Tölz (Alemania). En 1962 realizó una de sus misiones secretas más aplaudidas, recuperando equipos e información secreta de los restos de un avión espía norteamericano que se había estrellado en la cordillera de los Zagros (Irán), una misión en la que otros equipos de varios países habían fracasado.

Thorne durante su misión en las montañas de Irán
Con su historial y reputación, no es de extrañar que fuera enviado a uno de los "puntos calientes" de la política exterior norteamericana, Vietnam. En noviembre de 1963 fue asignado al Destacamento A-743 de las Fuerzas Especiales con la misión de dar apoyo a las fuerzas sudvietnamitas. Estuvo destinado en Chau Lang, Tinh Bien, Phuoc Vinh, Phu Quoc y Nha Trang, y entre sus funciones estuvo la de adiestrar tropas irregulares (fundamentalmente de la tribu montagnard) para que sirviesen de auxiliares en la lucha contra la guerrilla comunista. En Tihn Bien resultó herido en un ataque contra su campamento, acción en la que fue condecorado con dos Corazones Púrpura y una Estrella de Bronce.

Escudo del MACV-SOG
En febrero de 1965 comenzó su segundo despliegue en Vietnam. Asignado en un primer momento al 5º Grupo de Operaciones Especiales, fue posteriormente trasladado al Military Assistance Command, Vietnam – Studies and Observations Group (MACV-SOG), una unidad altamente secreta dedicada a operaciones especiales y guerra no convencional. El 18 de octubre de 1965 tomó parte en una operación secreta denominada Shining Brass, cuyo objetivo era localizar los principales senderos de la Ruta Ho Chi Minh, a través de la cual la guerrilla del Viet Cong se abastecía de armas y víveres. La misión en la que Thorne iba a participar consistía en enviar un comando formado por hombres del MACV-SOG y soldados sudvietnamitas al otro lado de la frontera de Laos (parte de la Ruta Ho Chi Minh discurría por territorio de Camboya y Laos) en busca de objetivos (campamentos, depósitos de armas) que luego pudieran ser bombardeados por las Fuerzas Aéreas. En la acción tomaban parte tres helicópteros UH-34D Seahorse. Los dos primeros llevaban al equipo de infiltración, mientras el tercero debía quedar a la expectativa en caso de que hubiera que rescatar a los ocupantes de los otros helicópteros si tenían problemas. En este tercer helicóptero de reserva iba Thorne, acompañado del teniente The Long Phan (piloto), el alférez Bao Thung Nguyen (copiloto) y el sargento Van Lahn Bui (artillero).

Sikorsky UH-34 Seahorse
Los tres aparatos partieron de Kham Duc a eso de las 17:45 horas, con malas condiciones climatológicas, acompañados por varios helicópteros Beel UH-1 "Huey", una avioneta Cessna O-1 "Bird Dog" y un bombardero ligero Martin B-57 como apoyo aéreo. El mal tiempo estuvo a punto de hacer que la misión se cancelara, pero los dos primeros Seahorse fueron capaces de encontrar un claro en el que depositaron al equipo de infiltración. Thorne ordenó que los demás aparatos regresaran a la base, mientras ellos se quedaban en la zona para dar apoyo aéreo al equipo si era necesario. Tras obtener confirmación de que el comando había llegado de manera exitosa a su objetivo, Thorne decidió regresar él también. Minutos más tarde, los demás oyeron en la radio un ruido constante que duró unos 30 segundos. Desde ese momento todos los intentos por contactar con el helicóptero de Thorne fueron infructuosos. La operación de búsqueda y rescate no dio resultado; el helicóptero se había desvanecido sin dejar rastro. Thorne y su tripulación fueron declarados desaparecidos en combate. En diciembre de 1965 se le concedió de manera póstuma el ascenso a comandante, para el que había sido propuesto poco antes de su desaparición. A su muerte, Thorne acumulaba más de una veintena de condecoraciones, incluidas la Cruz Mannerheim y la Medalla de la Libertad de 1ª clase finlandesas, la Cruz de Hierro de 2ª Clase alemana y la Estrella de Bronce y el Corazón Púrpura norteamericanos.

El nombre de Thorne en el Vietnam Memorial Wall (Washington D.C.)
En 1999 un equipo conjunto de investigadores finlandeses y del JPAC (Joint POW/MIA Accounting Command, la sección del Departamento de Defensa de los EEUU encargada de localizar a soldados desaparecidos en combate o prisioneros de guerra) halló tras una larga búsqueda los restos del helicóptero de Thorne. Se había estrellado (seguramente por culpa de la escasa visibilidad) contra la ladera de una montaña en el distrito de Phước Sơn. Se recuperaron diversos restos humanos, incluidos los de Thorne (identificados gracias a sus implantes dentales) y su subfusil M/45 de fabricación sueca. Dada la imposibilidad de identificar todos y cada uno de los restos hallados, se decidió enterrar a los cuatro hombres juntos en una tumba del Cementerio Nacional de Arlington (Virginia).


lunes, 10 de julio de 2017

Los cuatro oros olímpicos de Al Oerter

Alfred Adolf "Al" Oerter Jr. (1936-2007)

Al Oerter es uno de esos deportistas cuyo nombre figura con letras de oro en la historia del deporte. Un auténtico fenómeno, con un físico portentoso (1'93 metros y 125 kilos, perfecto para un lanzador de disco) que, unido a una férrea voluntad y un inmenso espíritu de sacrificio, le llevaron a conseguir una hazaña difícilmente igualable: conseguir cuatro medallas de oro en la misma prueba, en cuatro Olimpiadas consecutivas. Algo que antes de él sólo había logrado el regatista danés Paul Elvstrøm, y que después conseguirían el atleta Carl Lewis y el nadador Michael Phelps.

Nacido en el barrio neoyorquino de Astoria el 19 de septiembre de 1936, y criado en New Hyde Park, una pequeña localidad del extrarradio de la Gran Manzana, Oerter se inició en el atletismo en su adolescencia, casi por casualidad. Según cuentan, en una ocasión un disco con el que entrenaba un grupo de lanzadores cayó a sus pies y él, al devolverlo, lo lanzó mucho más lejos del lugar donde ellos estaban. No tardó en empezar a competir con gran éxito, llegando a batir el récord norteamericano júnior, lo que le permitió obtener una beca deportiva para estudiar en la Universidad de Kansas. Allí, Al Oerter seguiría compitiendo a gran nivel, batiendo el récord universitario en su primer año.

Al Oerter en Melbourne (1956)
En 1956 se celebraron los Juegos Olímpicos de Melbourne. Oerter se presentó a las pruebas de selección del equipo norteamericano. Pese a su juventud, ya era uno de los mejores lanzadores del país. Quedó cuarto (solo los tres primeros se clasificaban), pero le sonrió la fortuna; uno de los que sí habían logrado plaza se lesionó y Oerter ocupó su lugar. Nadie esperaba que hiciera un gran papel, ni siquiera el propio Oerter; joven y sin experiencia en grandes torneos internacionales, parecía difícil que pudiera plantar cara a los fuertes competidores a los que se iba a enfrentar. Sin embargo, en la ronda clasificatoria obtuvo la mejor marca de todos los participantes, y en la final dejó a todos atónitos con un espectacular primer lanzamiento de 56'36 metros, nuevo récord olímpico (superando al anterior, conseguido por su compatriota Sim Iness en las Olimpiadas de Helsinki en 1952, por más de 1'30 metros). Nadie pudo superar esa extraordinaria marca y Oerter logró su primera medalla de oro en un podio netamente norteamericano: sus compatriotas Fortune Gordien (poseedor del récord mundial) y Desmond Koch fueron, respectivamente, plata y bronce.

En 1957, Oerter se proclamó campeón universitario de lanzamiento de disco. Pero poco después su carrera estuvo a punto de terminar abruptamente: un grave accidente de tráfico casi le cuesta la vida y le causó heridas importantes. No obstante, su fuerza de voluntad le lleva a recuperar la forma y a revalidar en 1958 su título de campeón universitario. Tras licenciarse, su nuevo trabajo en una compañía aérea no le deja demasiado tiempo para el atletismo; pero en 1960 se clasifica para las Olimpiadas de Roma.

En Roma su principal rival por la victoria es su compatriota Rink Babka, que ha batido el récord mundial (59'91) apenas unas semanas antes de los Juegos. Pero Oerter llega en plena forma. En la ronda clasificatoria bate su propio récord olímpico, llevándolo hasta los 58'43 metros. Y en la final, pese a que Babka lo hace mejor en los primeros lanzamientos, Oerter logra en su quinto intento un excelente registro de 59'18 metros que su rival es incapaz de superar. Oerter consigue así su segundo oro, de nuevo en un podio íntegramente norteamericano: a Oerter (oro) y Babka (plata) les sigue Dick Cochran.

El podium de la final de lanzamiento de disco en las Olimpiadas de 1960: de izquierda a derecha, Rink Babka, Al Oerter y Dick Cochran
En los siguientes años Oerter se convierte en el gran dominador mundial de la especialidad. Bate por primera vez el récord mundial en mayo de 1962 (61'10 m.) y en los dos años siguientes lo vuelve a batir en otras tres ocasiones, dejándolo en 62'94. En vísperas de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, Oerter parte como gran favorito para revalidar el título y colgarse su tercera medalla de oro. Sin embargo, poco antes de comenzar la competición, Oerter sufre una grave lesión en las vértebras cervicales, que le obliga a llevar un collarín ortopédico. Por si fuera poco, una caída accidental mientras entrenaba le provoca la rotura de un cartílago en la caja torácica. Oerter soporta un intenso dolor y corre el peligro de que el cartílago roto le provoque una hemorragia interna, pero en contra de la opinión de los médicos decide competir de todos modos. Para combatir el dolor, pasa mucho tiempo metido en una especie de cajón, cubierto de hielo, y también le administran Novocaína.

Aún con todos esos problemas físicos, Oerter consigue batir una vez más el récord olímpico en la fase de clasificación, lanzando el disco a 60'54 metros. En la final, su gran rival es el checoslovaco Ludvik Danek, un formidable lanzador que no solo había batido el récord mundial apenas dos meses antes de los Juegos, sino que además encadenaba una espectacular racha de 45 victorias consecutivas. Antes de la final, Oerter afirma "Si no lo hago en el primer lanzamiento, no lo conseguiré". Sus primeros lanzamientos son buenos, pero no excelentes; y así, tras cuatro intentos (cada competidor tenía derecho a seis lanzamientos), Oerter iba en tercer lugar, a más de dos metros del mejor lanzamiento de Danek, y también por detrás del norteamericano Dave Weill. Y en su quinto intento, Oerter decide jugarse el todo por el todo: se quita su aparato ortopédico y, entre unos dolores terribles, reúne las fuerzas que le quedan y consigue una espléndida marca de 61 metros, nuevo récord olímpico. Al Oerter no ve aterrizar su disco; nada más lanzarlo, se derrumba en el suelo, víctima de un dolor insufrible que le impide realizar su sexto y último lanzamiento ("Me sentía como si alguien tratara de arrancarme las costillas, pero en los Juegos hay que morir"). Pero Danek es incapaz de superar su marca, y Oerter se lleva una vez más el oro, con Danek plata a casi medio metro (60'52) y Weill bronce con 59'49.

Al Oerter en la olimpiada de Tokio, con su aparatoso collarín ortopédico
A los que fueron sus cuartos Juegos Olímpicos, los de México 1968, Oerter llegó en una aparente baja forma. Pese a que en 1966 había ganado por sexta vez el campeonato norteamericano, sus últimas marcas habían sido bastante pobres. Por contra, su compañero de equipo Jay Silvester llegaba pletórico a la cita mexicana, habiendo batido poco antes el récord mundial con un lanzamiento de 68 metros y 40 centímetros. Todos daban a Silvester como gran favorito y, aunque respetaban a Oerter como un mito, no le daban demasiadas opciones. Más aún cuando Silvester batió el récord olímpico de Oerter en la fase de clasificación, alcanzando los 63'34 metros. Sin embargo, en la final todo cambió. La ambición competitiva de Oerter (que volvía a participar aquejado de grandes dolores por sus problemas de cervicales) despertó de golpe, mientras que Silvester acusó la presión psicológica y se derrumbó. Oerter conseguía su cuarto oro olímpico consecutivo y recuperaba su récord olímpico con un lanzamiento de 64'78 metros, seguido del germano-oriental Lothar Milde (plata) y de Ludvik Danek (bronce), mientras que un hundido Jay Silvester sólo podía lograr la quinta plaza.

Al Oerter recibe su cuarta medalla olímpica de oro
Después de 1968, Al Oerter se retiró del atletismo. Sus problemas físicos, su necesidad de centrarse en su trabajo de ingeniero informático y su deseo de dedicar más tiempo a su esposa y a sus dos hijas pequeñas le llevaron a tomar tal decisión. No obstante, en 1976 sus circunstancias habían cambiado. Se había divorciado, sus hijas ya habían crecido y todavía conservaba la ambición ganadora y el deseo de competir. Y así, con 40 años, volvió al atletismo activo para tratar de clasificarse para las Olimpiadas de Moscú de 1980.

En un primer momento, trató de recuperar la masa muscular que había perdido consumiendo, bajo control médico, esteroides anabolizantes, pero no tardó en abandonar esta práctica; los esteroides no mejoraban su nivel físico, y sin embargo agravaban sus problemas crónicos de hipertensión. Así que empezó a entrenarse de manera más convencional, volviendo lentamente a adquirir forma física. Pese a su avanzada edad, logró ser quinto en los campeonatos norteamericanos de 1979, y sexto en los de 1980. En las pruebas de clasificación para las Olimpiadas acabó cuarto, pero logró la mejor marca de su carrera: 69'46 metros, a menos de dos metros del récord mundial del germano-oriental Wolfgang Schmidt. Pero sus esperanzas de ir a Moscú se esfumaron cuando los Estados Unidos anunciaron su boicot a los Juegos, como protesta por la invasión de Afganistán por las tropas soviéticas. Lo intentaría una vez más en 1984, con 48 años, pero una rotura del tendón de Aquiles le apartó de manera definitiva de la competición. Menos de un año antes de su lesión Oerter había lanzado el disco a 67'89 metros, un lanzamiento que, de haberlo repetido en la final olímpica de Los Ángeles, le habría valido su quinto oro olímpico. Como homenaje por su extraordinaria trayectoria, en la ceremonia inaugural de las Olimpiadas de 1984 llevó la bandera olímpica durante el desfile de los participantes, y en la Olimpiada de Atlanta 1996 fue uno de los últimos porteadores de la antorcha olímpica.


Una vez dijo adiós al deporte, Oerter dedicó su tiempo a otras aficiones, como el arte. Se convirtió en un estimado pintor abstracto (algunas de sus obras las realizaba salpicando pintura con un disco sobre un lienzo) y en 2006 fundó AOTO (Art of the Olympians), una organización dedicada a fomentar y promocionar las aptitudes artísticas de atletas olímpicos y paralímpicos.

Durante sus últimos años, Al Oerter batalló contra una enfermedad cardiovascular consecuencia de su problema de hipertensión crónica. En 2003 una acumulación de fluidos en torno a su corazón estuvo a punto de costarle la vida, y de hecho estuvo clínicamente muerto durante algunos instantes, aunque luego se recuperaría. Los médicos le aconsejaron un trasplante de corazón, pero él rechazó la idea. "He tenido una vida interesante, y saldré de ella con el corazón que tengo". Finalmente, un fallo cardíaco le mataría el 1 de octubre de 2007, a los 71 años de edad, en Fort Myers (Florida), la ciudad donde se había asentado.

En cierta ocasión, mientras rodaba un anuncio de televisión, Al Oerter hizo un extraordinario lanzamiento de 74'67 metros, que no pudo ser homologado al no haberse producido en una competición ni haber jueces presentes. Si hubiera sido oficial, no sólo habría sido récord mundial, sino que a día de hoy todavía seguiría vigente; el récord actual, establecido por el alemán del Este Jürgen Schult en el ya lejano año de 1986, es de 74'08 metros.