domingo, 23 de agosto de 2020

La historia de Charles Brown y Franz Stigler

Charles L. Brown (1922-2008) y Franz Stigler (1915-2008)


El 20 de diciembre de 1943 un grupo de aviones del 379º Grupo de Bombarderos de las Fuerzas Aéreas norteamericanas partía del aeródromo británico de Kimbolton rumbo a una misión en territorio alemán. Su objetivo era la ciudad de Bremen, más concretamente, las instalaciones de la empresa Focke-Wulf Flugzeugbau GmbH, donde se producían aviones para la Luftwaffe, entre ellos el mítico caza Fw-190 que tantos problemas causaba a los aviones aliados. De este escuadrón formaba parte un B-17 Flying Fortress conocido como "Ye Olde Pub", con una tripulación de diez hombres al mando del subteniente Charles L. Brown, un joven de 21 años procedente de una familia de granjeros de Virginia Occidental y que ese día realizaba su primera misión como comandante.

Al "Ye Olde Pub" se le asignó un puesto en el extremo de la formación, un lugar especialmente peligroso porque la artillería alemana tendía a disparar contra los bordes de las formaciones de bombarderos enemigos y no contra el centro. No obstante, después de que tres de los aviones que formaban parte de la misión tuvieran que regresar por problemas mecánicos, el avión de Brown acabó situado en la vanguardia del ataque. El bombardero cumplió su misión y soltó sus bombas sobre la factoría; pero fue alcanzado por la artillería antiaérea alemana. El morro de plexiglás del avión saltó hecho pedazos; el motor 2 quedó inutilizado y el cuatro resultó dañado, y el artillero de cola, Hugh Eckenrode, murió alcanzado por los disparos.

Con dos motores dañados, el "Ye Olde Pub" no podía mantener la misma velocidad que el resto de los bombarderos, y al quedar aislado, se convirtió en una presa fácil para los cazas alemanes. En torno a una decena de ellos, entre Messerschmitt 109 y Fw-190 lo atacaron, entablándose un feroz combate que se prolongó durante interminables minutos. Los artilleros del bombardero norteamericano lograron derribar a uno de los atacantes y finalmente pudieron zafarse del resto, pero el combate había provocado nuevos daños y el estado del "Ye Olde Pub" era lamentable. El motor 3 había sido alcanzado, con lo que ahora el avión contaba con apenas el 40% de su potencia, los sistemas eléctricos, hidráulicos y de suministro de oxígeno estaban dañados, había perdido parte del timón y del elevador de babor, y casi todos los tripulantes, incluido Brown (con un disparo en el hombro) estaban heridos. La radio y el sistema de navegación tampoco funcionaban, y el fuselaje estaba acribillado por la metralla y las balas alemanas. Además, varias de sus armas estaban atascadas, probablemente por un deficiente mantenimiento en tierra, por lo que solo disponían de dos ametralladoras de la torreta dorsal y uno de los cañones delanteros para defenderse. En estas condiciones, manteniéndose a duras penas en el aire, Brown puso rumbo a Inglaterra tratando de poner a salvo a su tripulación. Y entonces apareció otro caza alemán.

Se trataba de un solitario Messerschmitt Bf-109 G-6, que se acercó cautelosamente al bombardero. En las condiciones en las que se encontraba, el "Ye Olde Pub" no habría podido ofrecer apenas resistencia; el caza podía haberlo derribado sin problemas. Pero, sorprendentemente, no lo hizo. El avión alemán se acercó y se mantuvo a escasa distancia, como si estuviera calibrando los daños del bombardero. Acto seguido, se colocó a la altura de la cabina del B-17. Ambos pilotos se podían ver perfectamente el uno al otro, y entonces, para sorpresa de Brown, el piloto alemán comenzó a hacerle gestos. Sin saber muy bien lo que pretendía, Brown decidió mantener su rumbo hacia Inglaterra. En lugar de tratar de detenerlo, el piloto alemán se mantuvo cerca del ala de babor del bombardero, escoltándolo e impidiendo así que la artillería antiaérea alemana disparara contra él. Se mantuvo a su lado hasta que se encontraron sobre las aguas del Mar del Norte. En ese momento, Brown, que aún no se fiaba del todo, ordenó a uno de sus artilleros que apuntara al avión alemán, temiendo que éste decidiera atacarlos; pero el piloto alemán se limitó a saludarlos con la mano antes de dar media vuelta y regresar a Alemania.

Recreación artística del momento en el que el Bf-109 saluda y se despide del B-17 (obra de John D. Shaw)
Milagrosamente, el "Ye Olde Pub", a pesar de su pésimo estado, logró llegar a Inglaterra y aterrizar en la base de Seething, escoltado y guiado por dos cazas P-47 Thunderbolt. Pese a sus numerosas heridas, toda la tripulación, salvo Eckenrode, logró salvarse. No así el "Ye Olde Pub"; la magnitud de los daños era tal que se decidió que no valía la pena repararlo y se le dio de baja. Brown presentó su informe sobre la misión, mencionando también el comportamiento del piloto alemán; pero sus superiores le prohibieron hablar de ello con los demás pilotos, para no despertar sentimientos positivos hacia los pilotos enemigos. "Alguien decidió que no podías ser humano y estar en la cabina de un avión alemán", diría más tarde.

Brown volvió al servicio en cuanto se recuperó de sus heridas y completó 25 misiones antes de ser licenciado. Regresó a su Virginia natal, fue a la Universidad, formó una familia, y en 1949 se volvió a alistar en la Fuerza Aérea, sirviendo hasta 1965, para luego trabajar como diplomático para el Departamento de Asuntos Exteriores hasta 1972, año en el que dejó el servicio público y se retiró a Miami para dedicarse a ser inventor.

En 1986 Brown, retirado don el rango de teniente coronel, se encontraba en la base aérea de Maxwell (Alabama) para dar un discurso en un encuentro de pilotos de combate. Alguien le preguntó si tenía alguna anécdota interesante de su servicio en la Segunda Guerra Mundial. Y entonces Brown recordó a aquel piloto alemán que le había escoltado de vuelta en su primera misión, y decidió que tenía que intentar dar con él, si aún estaba con vida, o al menos averiguar su identidad. Durante varios años buscó sin éxito en los archivos de los ejércitos norteamericano, británico y alemán. Entonces decidió publicar un anuncio en un boletín de noticias de antiguos pilotos de la Luftwaffe. Unos meses después, recibía una carta enviada desde Canada de un antiguo piloto alemán que decía: "Yo soy ese hombre". Poco después, se ponían en contacto por teléfono, y gracias a los detalles facilitados por su interlocutor, Brown pudo confirmar que se trataba de aquel piloto, y pudo conocer la otra mitad de la historia.


Aquel piloto se llamaba Franz Stigler y tenía 28 años cuando se produjo el incidente. Era un brillante piloto que contaba con 22 enemigos derribados en aquel momento y formaba parte de la laureada Jagdgeschwader 27, que había servido en el norte de África como apoyo de las tropas del Afrika Korps antes de regresar a Alemania. Pero además de ser un excelente piloto, Stigler también era un hombre con profundas convicciones, católico devoto (había estado a punto de ser sacerdote antes de la guerra) y con un profundo sentido del honor. Aquel día Stigler estaba repostando su avión cuando vio pasar al B-17 y salió en su persecución, pese a que su aparato tenía algunos daños (incluida una bala del calibre 50 alojada en el radiador). No hacía falta ser un piloto experto para ver que el bombardero había sufrido graves daños, pero aún así a Stigler le sorprendió que al aproximarse no abrieran fuego contra él. Se acercó aún más y entonces pudo ver toda la magnitud de los desperfectos. Pudo ver al artillero de cola muerto en su puesto, los daños en el fuselaje, los motores averiados y los pilotos heridos en la cabina tratando desesperadamente de mantener el avión en el aire. Y entonces recordó lo que en su día le había dicho Gustav Rödel. Rödel, uno de los mayores ases de la aviación alemana en la Segunda Guerra Mundial, había sido su superior en la JG27 en el norte de África, y era también uno de los últimos en mantener un concepto caballeroso de la guerra. Rödel le había dicho: "Uno sigue las reglas de la guerra por si mismo, no por el enemigo. Conservas las reglas para conservar tu humanidad. Si alguna vez te veo disparar contra un hombre en paracaídas, yo mismo te derribaré". En ese momento, Stigler se dio cuenta de que no había diferencia entre disparar contra un hombre que saltaba en paracaídas y disparar contra aquel avión que a duras penas se mantenía en vuelo. Así que trató de ayudar a aquellos hombres. Les había hecho gestos para que aterrizaran en suelo alemán, o para que se dirigieran al norte, hacia la neutral Suecia, donde les habrían atendido (aunque probablemente les habrían mantenido recluidos hasta el final de la guerra). Pero al ver que el avión americano mantenía su rumbo, decidió hacer por ellos lo único que podía. Y los escoltó hasta que salieron de Alemania. Luego tampoco dijo nada de lo ocurrido; eludir el combate con el enemigo era un delito muy grave que le habría llevado ante un consejo de guerra, y muy probablemente ante un pelotón de fusilamiento.

Stigler había terminado la guerra en la JG44, el célebre "Escuadrón de los Expertos", volando en los cazas a reacción Messerschmitt 262 junto a otros ases de la Luftwaffe. Había seguido en el ejército alemán durante algún tiempo tras la guerra, y en 1953 había emigrado a Canada para convertirse en un exitoso hombre de negocios. Durante todo ese tiempo había pensado a menudo en la tripulación del avión al que no había querido derribar, preguntándose si habrían conseguido salvarse. Y se había llevado una gran alegría al descubrir que así había sido.


Brown y Stigler acabarían convirtiéndose en grandes amigos. Se visitaban a menudo, iban a pescar, contaban su historia en escuelas y reuniones de veteranos. En una ocasión Brown organizó un encuentro con los miembros supervivientes de su tripulación y sus familias para que Stigler pudiera conocer a las personas a las que había salvado la vida y a los que habían nacido gracias a ello. Su amistad perduró hasta la muerte de ambos en 2008, con apenas unos meses de diferencia. Tras la muerte de Brown, su hija encontró entre sus cosas un libro sobre aviones a reacción alemanes, regalo de Stigler. El libro tenía la siguiente dedicatoria: "En 1940 perdí a mi hermano en un combate nocturno. El 20 de diciembre, cuatro días antes de Navidad, tuve la oportunidad de salvar a un B-17 de su destrucción, un avión en tan malas condiciones que era un milagro que siguiera volando. Su piloto, Charlie Brown, es tan querido para mi como lo era mi hermano. Gracias Charlie. Tu hermano, Franz."

domingo, 2 de agosto de 2020

La princesa Caraboo

"Princess Caraboo", óleo de Edward Bird (1817)


El día 3 de abril de 1817, Jueves Santo, un zapatero de la localidad inglesa de Aldmonsbury, en el condado inglés de Gloucestershire, encontraba a una extraña joven aparentemente desorientada, vestida con ropajes exóticos y que hablaba un lenguaje desconocido. Sin saber muy bien qué hacer, por sugerencia de su esposa la llevó a presencia del Overseer of the poor, un funcionario público cuya labor era velar por el bienestar de los más necesitados. Él tampoco supo qué hacer con la joven. No parecía una vagabunda; iba bien vestida (llevaba un vestido negro con un volante de muselina, un chal rojo y negro sobre los hombros y otro chal enrollado en la cabeza a modo de turbante), era atractiva y tenía las manos suaves y bien cuidadas. Pero las Guerras Napoleónicas aún estaban recientes, y los ingleses veían con cierta desconfianza a los extranjeros. Así que el funcionario decidió librarse del problema de la misma manera que el zapatero; endilgándoselo a alguien de más autoridad que él. En su caso, al magistrado local, Samuel Worrall. Comenzaba así la historia de una sorprendente impostura.

Ni Worrall, ni su esposa Elizabeth, norteamericana de nacimiento, ni uno de sus criados, de origen griego, pudieron entender nada de lo que decía ni averiguar nada acerca de ella aparte de que se llamaba a si misma Caraboo y que estaba muy interesada en la decoración de inspiración china de la casa de los Worrall. La enviaron a una posada local a pasar la noche, y ella insistió en dormir en el suelo. Además, identificó en una lámina una piña, un fruto entonces exótico y poco corriente, llamándola "nanas", lo que hizo a algunos suponer que, aunque sus rasgos no eran foráneos, podía proceder de algún lugar remoto. Al final, el magistrado concluyó que era una mendiga y la envió a Bristol para ser juzgada por vagancia, encerrándola en el St. Peter's Hospital, un refugio para personas desamparadas y sin recursos. Allí tampoco sabían qué hacer con ella, y acabaron devolviéndola a casa de los Worrall.

"Princess Caraboo of Javasu" (Thomas Barker, 1817)
Para entonces la historia de la atractiva y desconocida joven se había extendido y muchos curiosos acudían a verla, intentando comprender lo que decía. Y entre ellos apareció un marinero portugués que decía llamarse Manuel Eynesso, que conocía el idioma que hablaba la joven y se ofrecía como traductor. Y la historia que contó la desconocida a través de su intérprete fascinó a casi todo el mundo. Caraboo afirmaba ser una princesa procedente de un país llamado Javasu, una isla en algún punto no determinado del Océano Índico. Había sido secuestrada por unos piratas que la llevaron lejos de su hogar, pero cuando el barco que la llevaba se aproximaba a las costas inglesas, ella había logrado escapar de la vigilancia de sus captores y saltar a las aguas del Canal de Bristol, llegando a tierra a nado.

Loa actitud de los Worrall cambió a partir de entonces. Obviamente, no es lo mismo tener como huésped a una vagabunda extranjera que a un miembro de la realeza; de un país lejano y desconocido, si, pero realeza al fin y al cabo. Y la princesa Caraboo se convirtió en la sensación de aquella localidad de provincias. Decenas de personas, de toda condición y clase social, acudían regularmente a verla, algunas habiendo recorrido largas distancias para poder verla. Caraboo seguía manteniendo sus excéntricas costumbres: seguía vistiéndose al estilo oriental, practicaba esgrima y tiro con arco, solo se alimentaba de vegetales, se subía al tejado de la casa de los Worrall, se bañaba desnuda en un lago y rezaba a un dios al que ella llamaba "Allah Tallah". Un médico llamado Wilkinson avaló su historia cuando, tras estudiar las escrituras en lenguaje javasu de la princesa, afirmó, basándose en la Pantographia de Edmund Fry (una exhaustiva recopilación de más de 200 tipos de alfabetos conocidos), que era originario del Índico, y que las cicatrices que la joven tenía en la parte posterior de su cabeza eran sin duda obra de cirujanos orientales. No obstante, los mismos escritos fueron enviados a un grupo de expertos de la Universidad de Oxford, que concluyeron que no eran ningún tipo de escritura sino simples pictogramas sin sentido, pero nadie les hizo demasiado caso... La prensa de todo el país se hizo eco de su historia y publicó incluso varios retratos de la joven, vestida a su exótica manera.

El "idioma" javasu
Y así, durante diez semanas, Caraboo fue una auténtica celebridad. Incluso se celebró un baile en su honor en la ciudad de Bath, al que asistió lo más selecto de la alta sociedad de la región, y en el que ella deleitó a los presentes con una danza exótica de su tierra. Hasta que una tal señora Neale se puso en contacto con los Worrall para advertirles que la joven no era quien decía ser. La señora Neale, dueña de una posada en Bristol, había visto el retrato de la supuesta princesa en el Bristol Journal y había reconocido sin lugar a dudas a una antigua huésped de su establecimiento. La princesa Caraboo se llamaba en realidad Mary Willcocks y era una criada, hija de un zapatero de Witheridge, que había trabajado en diversas localidades del sur de Inglaterra. Según contarían sus padres más adelante, la joven Mary había sufrido unas fiebres siendo niña y como consecuencia le había quedado una cierta inestabilidad mental. Con 15 años comenzó a trabajar como criada para una familia judía, donde había aprendido algo de hebreo, que se supone era la base del "idioma" javasu, con el añadido de palabras romaníes (Mary tenía amigos entre los gitanos, e incluso había viajado durante algún tiempo con ellos) y otras inventadas. Había estado brevemente casada con un hombre que la abandonó y con el que tuvo un hijo al que se vio obligada a dejar en un orfanato por no poder mantenerlo, y las marcas en su cabeza eran en realidad debidas a un tratamiento de ventosaterapia que había recibido en un hospital de caridad en Londres. La señora Neale recordaba como mientras fue su huésped entretenía a su hija pequeña colocándose una tela a modo de turbante y hablando un idioma inventado.

Viéndose desenmascarada, la falsa princesa confesó todo el engaño, admitiendo que solo buscaba conseguir algo de dinero para poder emigrar a Estados Unidos y empezar una nueva vida. Nunca quiso confesar quién era en realidad el supuesto marino portugués que había actuado como intérprete suyo. Los Worrall, mortificados por haber sido engañados de esa manera, decidieron que lo mejor era librarse discretamente de la chica y esperar a que la gente olvidara el asunto; y así, el 28 de junio de 1817 Mary Willcocks embarcaba en un buque con destino a Philadelphia. Allí protagonizaría un espectáculo teatral sobre la princesa Caraboo, con escaso éxito, y permanecería siete años, antes de regresar a Inglaterra en 1824. En Londres volvería a interpretar a Caraboo, exhibiéndose en una galería de New Bond Street, sin demasiada fortuna, y posteriormente trataría de hacer lo mismo en Francia y España.


En septiembre de 1828 la encontramos viviendo en Bedminster bajo el nombre de Mary Burgess. Allí se casó con un comerciante llamado Robert Baker, con el que tendría una hija llamada Mary Ann. En 1839 se ganaba la vida vendiendo sanguijuelas para las sangrías (un negocio bastante lucrativo en la época) a médicos y clínicas como el Bristol Infirmary Hospital. Murió el día de Nochebuena de 1864, a los 73 años de edad, a causa de una caída accidental, y fue enterrada en el cementerio de Hebron Road. Su hija heredaría de ella su negocio, y quizá algo más; murió en febrero de 1900 en un incendio en su casa, donde vivía sola y rodeada de docenas de gatos.