domingo, 11 de mayo de 2025

La Gran Conspiración

Restos del Muro de Adriano

La segunda mitad del siglo IV d. C. fue una época turbulenta para la Britania romana. La crisis política, económica y social que desde hacía tiempo azotaba al Imperio se hacía notar con especial intensidad en las provincias periféricas como aquella. Los pagos para los funcionarios (incluidos los soldados) se retrasaban, los suministros escaseaban, el comercio se resentía. Además, los britanorromanos se sentían maltratados por la autoridad imperial. Las purgas llevadas a cabo unos años antes por un delegado imperial llamado Paulo Catena, que habían provocado el juicio y la condena de numerosos ciudadanos acusados de ser partidarios del usurpador Magno Magnencio (303-353), a menudo con pruebas dudosas, habían dejado muy mal sabor de boca entre la sociedad britana y la sensación de que Roma los trataba con una severidad excesiva. Pero la crisis alcanzó nuevas alturas cuando en el invierno del 367 la guarnición que custodiaba el Muro de Adriano desertó masivamente, harta de los impagos y el errático comportamiento de sus superiores.

El Muro de Adriano era una formidable fortificación construida en el siglo II d. C. bajo el gobierno del emperador Adriano, que recorría el norte de la isla de Gran Bretaña de una costa a otra, separando la provincia romana de los territorios de los levantiscos pictos del norte, que tenían por costumbre saquear con cierta frecuencia las fértiles tierras del sur. Durante dos siglos y medio el Muro había contenido a los pictos reduciendo al mínimo sus incursiones. Así que cuando estos lo vieron vacío y sin vigilancia, de inmediato aprovecharon la oportunidad para retomar sus viejas costumbres y caer sobre las tierras de los romanos. Pero lo que nadie esperaba es que no lo iban a hacer solos.

Guerrero picto (ilustración de finales del siglo XVI)

Porque mientras los pictos se desparramaban por el norte de Inglaterra, oleadas de escotos y attacotti procedentes de Irlanda desembarcaban en la costa occidental, y una hueste de sajones procedentes del continente hacía lo propio en el sur. Era evidente que todas estas tribus no habían elegido por casualidad atacar a la vez, sino que existía entre ellas algún tipo de pacto previo; un convencimiento reforzado porque, a la vez que Britania era atacada, el norte de la Galia sufría también una invasión a manos de los francos y otro grupo de sajones. Barbarica conspiratio, la llamó el militar e historiador Amiano Marcelino, contemporáneo de aquellos sucesos, y cuya obra Rerum gestarum libri XXXI es la principal fuente de información sobre la invasión que se conserva. La Gran Conspiración es como se conoce habitualmente al conflicto.

Los romanos habían sido tomados totalmente por sorpresa. Tenían una red de espías en la región, los miles areani, nativos britanos que facilitaban información a las autoridades romanas a cambio de dinero sobre posibles ataques o conspiraciones, pero en esta ocasión no advirtieron a los romanos, probablemente por haber sido sobornados por los invasores. La provincia podría haber hecho frente a cualquiera de aquellos ataques; pero no a los tres a la vez. La superioridad de los atacantes era abrumadora; vencieron con facilidad a las pocas tropas que se les opusieron, provocando que los soldados de muchas pequeñas guarniciones prefirieran desertar, dedicándose al bandidaje para sobrevivir, igual que numerosos esclavos fugados, lo cual aumentó aún más el caos interno en la provincia. Los invasores arrasaban por donde pasaban, saqueando y quemando villas y granjas, y asesinando o esclavizando a los ciudadanos romanos. Las únicas guarniciones romanas que resistieron en condiciones fueron las que estaban acantonadas en las prósperas ciudades del sureste de la isla, tales como Londinium (Londres), Calleva (Silchester), Durnovaria (Dorchester) o Camulodunum (Colchester), que se salvaron así del saqueo; pero su situación distaba de ser ventajosa, rodeadas de enemigos y con dificultades para abastecerse. En las matanzas que se sucedieron perdieron la vida incluso Nectárido, comes maritime tractus (jefe militar de la zona costera) y Fullofaudes, dux Britanniarum (jefe militar de la provincia).

La invasión sorprendió al emperador Valentiniano I en plena campaña para sofocar una sublevación de los alamanes, en un territorio que hoy en día se reparte entre Austria, Suiza, Alsacia y el estado alemán de Baden-Wurtenberg. Imposibilitado para acudir en persona, se vio obligado a nombrar un legado para que tomara las riendas de la operación. Primero designó a Severo, su comes domesticorum (el jefe de su guardia personal), el cual consideró que necesitaba muchas más tropas de las que le habían sido asignadas (es probable que ni siquiera llegara a poner un pie en Britania y se limitara a estudiar la situación desde la costa gala). A Valentiniano no le debió gustar su respuesta, porque lo destituyó de inmediato y nombró en su lugar a Flavio Jovino, su magister equitum (el jefe de la caballería imperial), uno de sus mejores generales y hombre de su total confianza. Jovino derrotó a los francos y devolvió la paz a la Galia, dejando además libres los puertos del norte, esenciales para hacer llegar tropas y suministros a Britania. A continuación Valentiniano lo reclamó de vuelta para ayudarle a terminar con los alamanes, y nombró a Flavio Teodosio.

Flavio Teodosio, apodado el Viejo para distinguirlo de su hijo, también llamado Flavio Teodosio, que sería apodado el Grande y que años más tarde se proclamaría emperador, pertenecía a una de las familias más distinguidas de Roma, la Gens Julia (emparentado lejanamente, pues, con Julio César) y aunque era un militar veterano aquella era la primera vez que ostentaba el rango de comes (general). En la primavera del 368 desembarcó en Rutupiae, un puerto cercano a la actual ciudad de Sandwich. Llevaba con él cuatro legiones, formadas en su mayor parte por veteranos de origen bárbaro (bátavos, victores, hérulos y jovios), y le acompañaban su hijo (por aquel entonces un veinteañero con escasa experiencia en combate) y probablemente también su sobrino Magno Máximo (que se autoproclamaría emperador y gobernaría parte del Imperio Romano de Occidente entre 383 y 388, antes de morir a manos de su primo). 

Sólido de oro con la efigie de Teodosio I

Teodosio se estableció en Londinium y se puso de inmediato en acción, mostrando no solo un gran talento militar, sino también habilidad como diplomático y administrador. Una de sus primeras medidas fue ofrecer una amplia y generosa amnistía a los desertores, a los que perdonó todos sus delitos con la condición de que regresaran a sus guarniciones. Muchos se acogieron a ella, lo que permitió volver a dotar de tropas a los fuertes abandonados, dificultando los movimientos de los invasores por la provincia. A continuación salió al encuentro de los bárbaros; algo que no le fue difícil porque estos, aunque eran guerreros valerosos, tenían muy poco sentido táctico y se comportaban más como bandas de saqueadores que como verdaderos ejércitos. Porque una vez hubieron vencido la escasa resistencia que habían encontrado, se habían disgregado en numerosas bandas dedicadas únicamente a saquear y a acumular botín. Y estos pequeños grupos, entorpecidos por el botín y los prisioneros que transportaban, fueron presa fácil para las disciplinadas tropas de Teodosio.

Antes de que hubiera terminado el año la provincia había sido pacificada. Los pictos fueron arrojados de nuevo más allá del Muro, mientras que escotos y sajones fueron obligados a regresar a sus tierras de origen. Con los attacotti parece ser que se llegó a algún tipo de acuerdo, ya que la Notitia Dignitatum (un documento administrativo datado en torno al año 420 d. C.) menciona la presencia de varias unidades formadas por attacotti luchando en el continente como tropas auxiliares de las legiones romanas. Teodosio devolvió el botín incautado a sus legítimos propietarios, salvo una parte que confiscó para pagar los atrasos a soldados y funcionarios, y restauró la administración local, nombrando un nuevo dux Britanniarum en la persona de Dulcitio, y a Civilis como vicarius (jefe administrativo de la isla). El cuerpo de los miles areani, visto que no se podía confiar en ellos, fue disuelto, y en su lugar Teodosio prefirió llegar a acuerdos con tribus como la de los votadini para asegurar las fronteras. También reorganizó administrativamente la isla, creando una nueva provincia en el norte, a la que llamó Valentia en honor de Valentiniano, y que se sumó a las cuatro ya existentes: Britania Prima, Britania Secunda, Flavia Caesariensis y Maxima Caesariensis.

La Britania romana a principios del siglo V; Valentia es la provincia más al norte

El último fleco pendiente era una sublevación liderada por Valentino, un militar panonio que había sido desterrado a Britania tiempo atrás como sospechoso de una conspiración, y que aprovechando el caos se había levantado en armas al frente de un ejército de desertores, nativos britanos y mercenarios, llegando a controlar parte del este de la isla. Su ejército fue pronto derrotado y Valentino y sus aliados, ejecutados discretamente. Y así, sin más acciones (aunque el poeta Claudiano sugiere que lanzó varios ataques por mar contra territorios pictos a modo de castigo) Teodosio regresó a la Galia entre grandes alabanzas. Como recompensa, Valentiniano I lo nombró magister equitum en sustitución de Jovino, que acababa de morir. Sirvió brillantemente a sus órdenes contra alamanes, sármatas y mauritanos, pero, lamentablemente, sus notables servicios a Roma no fueron tenidos en cuenta tras la muerte de Valentiniano en el 375: fue arrestado y ejecutado a principios del 376 en Cartago, en medio de las luchas de poder por la sucesión imperial. Su hijo fue forzado a marchar al exilio, pero regresó poco después y en el 379 fue nombrado emperador tras la muerte del emperador Valente a manos de los godos.

4 comentarios:

  1. Interesantísimo artículo, como siempre. Gracias por compartirlo.

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  2. Me encanta la historia de Roma. Siempre imagino que ustedes, los europeos, hacen un pozo en el patio de sus casas y encuentran restos de la civilacion Romana. Saludos Iakob!

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    1. Sin llegar a tanto, si que es un tema fascinante, porque su legado es uno de los pilares sobre los que se asienta la civilización occidental.

      Saludos.

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