Louis Blériot
A principios del siglo XX, la aviación moderna era un recién nacido que tras dar sus primeros pasos estaba aprendiendo rápidamente a correr. El punto de partida "oficial" es el histórico vuelo de los hermanos Wright el 17 de diciembre de 1903, considerado el primer vuelo de un artefacto más pesado que el aire (aunque es dudoso que realmente fuera el primero), mientras por todo el mundo docenas de animosos pioneros trataban de hacer real uno de los sueños más antiguos de la humanidad: volar. Conforme avanzaban los diseños y las pruebas, empezaban a batirse records de distancia y de tiempo de vuelo prácticamente a diario. Los avances eran tan rápidos que, en 1909, el periódico inglés Daily Mail ofreció la importante suma de 1000 libras al primer aviador capar de salvar el canal que separa el continente europeo de la isla de Gran Bretaña, un concurso que levantó gran expectación entre el público. Y no sólo entre ellos: ante el clima prebélico que se vivía en Europa, las autoridades inglesas estaban también muy interesadas en saber si era posible que los aviones fueran usados para invadir la isla. No era una idea descabellada: el mismísimo Napoleón había considerado seriamente utilizar globos aerostáticos para transportar tropas en su fallido plan para invadir Gran Bretaña.
Calais es el punto de la Europa continental más cercano a Gran Bretaña. En ese punto, sólo 33 kilómetros de agua separan ambas costas. En julio de 1909, tres aspirantes coincidieron en ese lugar dispuestos a ser el primero en conseguir la hazaña y embolsarse de paso el dinero. El primero era Charles de Lambert, un aristócrata ruso discípulo del mismísimo Orville Wright. El segundo, el favorito del público, era Hubert Latham, un aventurero francés que poseía ya varios records de vuelo (y que moriría unos años más tarde en el Congo corneado por un búfalo). El tercero era el más desconocido y por el que menos apostaban: se llamaba Louis Blériot y había comenzado su carrera diseñando y construyendo automóviles, para pasarse luego a la aviación. Su avión, el Blériot XI, constaba de un armazón de madera de álamo, lona y cuerdas de piano que montaba un motor Anzani de 25 CV y tres cilindros, construído siguiendo sus indicaciones.
Lo cierto es que los augurios no fueron buenos para ninguno de los tres. Latham fué el primero en intentar la travesía, pero se le paró el motor y su avión cayó al agua. Lambert estrelló su aparato durante un vuelo de prueba en tierra. Y en cuanto a Blériot, un accidente en uno de los ensayos le había causado graves quemaduras en un pie, por lo que tenía que caminar usando muletas; y un perro murió alcanzado por una de las hélices de su avión.
No obstante, la madrugada del 29 de julio Blériot decidió que las condiciones de buena visibilidad y escaso viento eran las ideales para su vuelo. Y así, a las cinco menos veinticinco de la mañana, desoyendo a su esposa, que le rogaba que abandonase aquella idea descabellada, despegó desde Les Baraques (cerca de Calais) rumbo a Inglaterra. Latham estaba presente, pero creía que era sólo un vuelo de prueba; cuando se dió cuenta de que era una tentativa seria, era demasiado tarde: Blériot ya estaba demasiado lejos para alcanzarle.
Así, volando prácticamente a ciegas (no llevaba ni siquiera una brújula para ayudarle) el atrevido Blériot voló durante 37 minutos para entrar en la historia. El viento que soplaba con mayor intensidad de la que había calculado le hizo desviarse de su ruta y aterrizar lejos de donde tenía planeado, obligándole a un aterrizaje un tanto brusco (que causó daños al avión) en un prado, donde fué recibido por varios policías británicos y un par de compatriotas suyos. En el punto exacto de su aterrizaje se halla el Memorial Blériot, un monumento construído para recordar tan memorable hazaña.
Su gesta le valió una enorme popularidad. Apenas pilotó después de ella; se concentró en su labor empresarial. Siguió mejorando el diseño del Blériot XI, del que se vendieron decenas de unidades. También adquirió una empresa, la Société pour l’Aviation et ses Deriveés (SPAD), que durante la I Guerra Mundial construyó miles de aviones para Francia, el Reino Unido y otros países. Diseñó el Aerobus, pionero del transporte de pasajeros, que en su vuelo de prueba trasladó a la asombrosa cifra de ¡7 pasajeros!. Y también fundó una escuela de pilotaje en Pau.
El Blériot XI original se conserva en el parisino Musée des Arts et Métiers. Como anécdota, en octubre de 1909 el gobierno francés decidió conceder a 16 de los pilotos más destacados del país un permiso honorífico de piloto. Como nadie se atrevía a establecer una clasificación entre ellos, decidieron que los números se otorgasen por orden alfabético... con lo que Louis Blériot obtuvo así el permiso número 1 de piloto (que sería obligatorio a partir de enero del año siguiente).
El Blériot XI
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