sábado, 26 de marzo de 2011
Las momias de Beni Hassan
A lo largo de la historia, la disciplina que hoy conocemos como Arqueología ha pasado por muchas fases, y no todas demasiado buenas. En realidad, durante la mayor parte de la historia conocida, la búsqueda de vestigios de la antigüedad se hacía únicamente por su valor intrínseco y no por lo que esos hallazgos pudieran enseñarnos sobre el pasado. Arqueólogos y ladrones de tumbas apenas se han diferenciado, en métodos e intenciones, hasta hace relativamente poco tiempo. Y en Egipto, una de las mecas de los hallazgos arqueológicos, no ha sido una excepción.
Corría el año de 1859 cuando, cerca de la aldea egipcia de Beni Hassan, tuvo lugar un hallazgo extraordinario: una colosal necrópolis con más de 300000 momias perfectamente conservadas. Un hallazgo que figuraría con letras de oro en la historia de la Egiptología, de no ser por un pequeño detalle: no eran humanas... sino felinas.
Sabida es la reverencia que los egipcios sentían por los gatos, a los que consideraban animales sagrados, pero este hallazgo sobrepasa lo imaginable. Pero, lamentablemente, ya apenas queda nada de aquello. Y es que aquellas momias no interesaban a nadie en aquella época. A diferencia de las humanas, no tenían ofrendas en sus tumbas, ni se les colocaban joyas y amuletos entre las vendas. Eran, simple y llanamente, gatos muertos.
Un avispado comerciante británico se hizo con aquellas momias (con un peso total de más de veinte toneladas) y, ante la indiferencia general, las metió en la bodega de un barco y las envió a Inglaterra. Y una vez llegado al puerto de Liverpool, las vendió... como abono.
Habéis leído bien. Miles de años de historia, raudales de información, triturados y molidos para acabar abonando las fincas inglesas, que a buen seguro, no han vuelto a recibir un fertilizante de tal categoría.
Apenas unas pocas de aquellas momias se salvaron de la debacle. Como curiosidad, una de ellas se encuentra en el Sarawak Cat Museum, en la ciudad malaya de Kuching.
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