sábado, 28 de mayo de 2011
La ola
Si no la habéis visto, deberíais hacerlo en cuanto podais. Es una de las mejores películas alemanas de los últimos años. Y además, se basa en un hecho real.
La historia transcurre en un instituto normal de una ciudad alemana corriente. Un carismático profesor imparte un seminario sobre autocracia y totalitarismos. El primer ejemplo del que hablan, es, lógicamente, el Tercer Reich. Sus alumnos no entienden cómo el pueblo alemán en masa se dejó conducir por los nazis, y se muestran escépticos con la idea de que algo parecido pudiera repetirse en la actualidad. Y es entonces cuando al profesor se le ocurre un pequeño experimento para demostrarles el auténtico peligro de las dictaduras.
Empieza de una manera sencilla e inocente. Primero, da a sus alumnos algunas indicaciones: cómo comportarse en clase, cómo dirigirse a él. A sus alumnos no les molesta; al contrario, muchos provienen de familias muy tolerantes y ven con agrado algo de disciplina. El siguiente paso: reordenar a los alumnos, separando a los grupos que se sientan juntos, con la excusa de que así los más aventajados ayuden a los menos avanzados. Las siguientes sugerencias ahondan en esa dirección, la de homogeneizar a los jóvenes, a suavizar las diferencias entre ellos, y a imbuirles el sentimiento de grupo: un nombre para su grupo (La ola), una vestimenta común, un símbolo propio, un saludo particular. Los alumnos reciben con entusiasmo estas ideas. Deportistas, empollones, pijos, pasotas, marginales. Todos se dejan seducir por la agradable sensación de formar parte de un grupo, de un espíritu de solidaridad, de sentirse más fuertes juntos que por separado.
Aunque el seminario sólo dura una semana, el progreso de La ola es vertiginoso. El profesor está entusiasmado con los resultados. Pero no se da cuenta de que sus alumnos ya empiezan a mostrar los síntomas negativos que indican claramente una ideología fascistoide. La desconfianza de los que no pertenecen al grupo, el rechazo absoluto de la autocrítica, la marginación de los disidentes; el proselitismo, insistente y a menudo muy agresivo. La idea cada vez más fuerte del "nosostros" contra "ellos". Alguno de los miembros muestra incluso una dependencia enfermiza del grupo. Y cuando el profesor se da cuenta de que su experimento se le ha ido de las manos, ya es demasiado tarde y no puede evitar un desenlace trágico.
La historia real en que se basa la película ocurrió en el último lugar en el que uno imaginaría un movimiento autocrático: la California del "flower power" en los años sesenta. Allí, en el Cubberley High School de Palo Alto, un joven profesor llamado Ron Jones, que estaba en su primer año de enseñanza, trató de mostrar a sus alumnos el peligro de los totalitarismos.
Todo comenzó la primera semana de abril de 1967. Jones, que daba clase de Historia Contemporánea, trataba de explicar a sus alumnos cómo el pueblo alemán permitió impasible el exterminio de los judíos y otros "indeseables". Como sus alumnos no acababan de entenderlo, decidió mostrárselo de manera práctica. El desarrollo fué similar al de la película: pequeñas indicaciones, recomendaciones de comportamiento en primer lugar. La formación de un grupo, que se llamó Third Wave (La Tercera Ola, por la creencia popular de que la tercera ola de una serie es la más fuerte). Día a día el grupo fué evolucionando a gran velocidad: simbolos, disciplina, organización jerárquica, reparto de tareas, proselitismo (incluso fuera del instituto). Comportamiento grupal. Sentimiento de superioridad. El experimento comenzó un lunes. El miércoles, de los 30 miembros originales se había pasado a más de 200. Jones comenzó a alarmarse al ver cómo el experimento estaba fuera de control y cómo algunos de los alumnos acudían a él para denunciar a sus compañeros "disidentes". En ese punto, Jones decidió dar por concluído el experimento. Convocó a todos los miembros del grupo y les anunció que su grupo era sólo uno entre muchos repartidos por todo el país, y su existencia se daría a conocer públicamente con la presentación de un candidato presidencial del movimiento. El viernes, con todo el grupo reunido para el supuesto anuncio, Jones les dijo que el movimiento no existía, que se trataba de un experimento para demostrar el poder de convicción de los movimientos fascistas, y les mostró un filme sobre el nazismo. Así termino la Tercera Ola.
viernes, 27 de mayo de 2011
El primer Domingo Sangriento: la matanza de Croke Park
Croke Park
Hace apenas unos días, la reina de Inglaterra Isabel II hacía historia al convertirse en el primer soberano británico en visitar Irlanda desde que la isla esmeralda se independizó en 1921, y el primero en hacerlo desde hace un siglo, cuando su abuelo Jorge V la visitó cuando todavía era una provincia británica. Entre los lugares que visitó la reina estaba el estadio de Croke Park, escenario de uno de los más atroces sucesos de la guerra de independencia irlandesa. Y no viene mal recordar aquellos hechos.
Hace apenas unos días, la reina de Inglaterra Isabel II hacía historia al convertirse en el primer soberano británico en visitar Irlanda desde que la isla esmeralda se independizó en 1921, y el primero en hacerlo desde hace un siglo, cuando su abuelo Jorge V la visitó cuando todavía era una provincia británica. Entre los lugares que visitó la reina estaba el estadio de Croke Park, escenario de uno de los más atroces sucesos de la guerra de independencia irlandesa. Y no viene mal recordar aquellos hechos.
Croke Park es el estadio más grande de Irlanda. Situado en Dublín, con capacidad para más de 80000 espectadores, se construyó en 1913 en un lugar donde desde años atrás tenían lugar competiciones atléticas, y recibió su nombre en homenaje al arzobispo Thomas Croke. Se emplea casi exclusivamente para partidos de deportes tradicionales irlandeses, como el fútbol gaélico o el hurling.
El 21 de noviembre de 1920 se disputaba en Croke Park, a las tres y cuarto de la tarde, un atractivo partido de fútbol gaélico que enfrentaba al equipo de Dublín contra el de Tipperary. Sin embargo, esa misma mañana la guerrilla independentista del IRA había asestado a las autoridades británicas uno de sus golpes más audaces, asesinando a once de los dieciocho miembros de la llamada "Banda del Cairo", un grupo de oficiales de inteligencia británicos de muy alto rango, enviados por Londres para desarticular de una vez por todas las tentativas independentistas irlandesas.
A pesar del tenso ambiente que los asesinatos produjeron en la ciudad, la gente acudió masivamente al estadio. Más de 10000 personas se agolpaban en las gradas, incluídas familias enteras. Al poco de comenzar el partido, varios contingentes de soldados, policías y paramilitares ingleses (los llamados Auxiliares) llegaban a las inmediaciones del estadio para realizar una redada, muy alterados y con evidentes ganas de venganza. Un grupo de Auxiliares y policías, fuertemente armados, que supuestamente perseguían a varios individuos "sospechosos" (muy posiblemente se tratara de los vendedores de entradas) irrumpió en el estadio y comenzó a disparar indiscriminadamente contra los espectadores, provocando el pánico y la huída masiva de la gente. Algunos de los policías que permanecían fuera del campo dispararon también contra la multitud que trataba de huir. El tiroteo, que se prolongó al menos minuto y medio, dejó como resultado catorce civiles muertos y cerca de setenta heridos. Entre los muertos, tres niños de 10, 11 y 14 años; la joven Jeannie Boyle, quien había ido al partido con su prometido, con el que se iba a casar sólo cinco días después; y Michael Hogan, uno de los jugadores del partido.
La masacre de Croke Park causo estupor y horror en todo el mundo. Las autoridades británicas trataron de justificarse alegando que entre la multitud se encontraban miembros del IRA armados, quienes habrían iniciado el tiroteo; pero se vieron obligadas a admitir que no habían hallado ni una sóla arma en el estadio, ni en posesión de los espectadores a los que registraron. El propio rey Jorge V afirmó sentirse "horrorizado" por los sucesos. El periódico The Times, que mantenía una postura contraria a la independencia irlandesa, criticó no obstante la versión oficial con gran dureza.
Los sucesos de Croke Park dañaron el prestigio inglés en todo el mundo y pusieron a buena parte de la sociedad británica en contra de sus propias fuerzas de seguridad, reforzando a la vez el prestigio de los irlandeses independentistas. El 11 de julio de 1921 se establecía una tregua que ponía fin a la guerra y permitía la independencia de Irlanda (salvo los condados del Ulster).
La masacre de Croke Park causo estupor y horror en todo el mundo. Las autoridades británicas trataron de justificarse alegando que entre la multitud se encontraban miembros del IRA armados, quienes habrían iniciado el tiroteo; pero se vieron obligadas a admitir que no habían hallado ni una sóla arma en el estadio, ni en posesión de los espectadores a los que registraron. El propio rey Jorge V afirmó sentirse "horrorizado" por los sucesos. El periódico The Times, que mantenía una postura contraria a la independencia irlandesa, criticó no obstante la versión oficial con gran dureza.
Los sucesos de Croke Park dañaron el prestigio inglés en todo el mundo y pusieron a buena parte de la sociedad británica en contra de sus propias fuerzas de seguridad, reforzando a la vez el prestigio de los irlandeses independentistas. El 11 de julio de 1921 se establecía una tregua que ponía fin a la guerra y permitía la independencia de Irlanda (salvo los condados del Ulster).
sábado, 21 de mayo de 2011
El salchichero asesino
Adolph Louis Luetgert
Luetgert ya es un hombre rico y respetable. Pero también es (en realidad, lo ha sido siempre) un mujeriego impenitente. Frecuenta burdeles y lupanares, mantiene un romance con una de las sirvientas de su esposa. Su mujer Louise, antaño bella y grácil, ha engordado mucho y ya no le atrae en absoluto. Incluso, para no tener que verla, acostumbra a dormir en la propia fábrica. Aún así, Louise está enterada de sus aventuras y le arma espantosas broncas que son la comidilla del vecindario. Luetgert empieza a estar muy harto de Louise. ¿No habrá algún modo de que lo deje tranquilo, de deshacerse de ella para conseguir su ansiada libertad, para hacer lo que le de la gana sin rendirle cuentas a nadie?
Un buen día de 1897, Luetgert anuncia a sus empleados que ha adquirido una partida de potasa cáustica para fabricar jabón en la propia fábrica. La noticia sorprende a los trabajadores, ya que no hacía mucho habían comprado una importante remesa de jabón que todavía está en el almacén, prácticamente intacta. Pero, acostumbrados a obedecer las órdenes de Luetgert sin cuestionarlas, no le dan importancia. La potasa es depositada en una gran tina, donde comienza la fabricación de jabón añadiéndole grasa sobrante del proceso de producción de las salchichas.
Y el 1 de mayo, Louise desaparece sin dejar rastro. Cuando sus hijos le preguntan, Luetgert elude el tema y dice que seguramente ha ido a visitar a su hermana. Pero pasa el tiempo y Louise sigue sin aparecer. Hasta que Diedrich Bicknese, hermano de Louise, denuncia la desaparición a la Policía.
El caso cae en manos del capitán Herman Schuettler, un tenaz investigador que no tarda en interrogar a Luetgert. El empresario refrenda su versión: Louise se había ido sin decir a dónde iba ni dejar ninguna pista. Schuettler husmea enseguida algo turbio en Luetgert y comienza a interrogar a los allegados de la familia y a los trabajadores de la fábrica. Un empleado llamado Wilhelm Fulpeck dice haber visto a la señora Luetgert llegar a la fábrica la noche de su desaparición. El vigilante nocturno, Frank Bialk, corrobora la información, añadiendo además que ese día Luetgert le dió la noche libre. Otros empleados con los que habla le comentan la curiosa compra de la potasa.
Convencido de la culpabilidad de Luetgert, Schuettler registra de nuevo la fábrica, incluyendo esta vez la famosa tina. El jabón es drenado y la mezcla es revisada cuidadosamente. Y al hacerlo, el horrible hallazgo: varios fragmentos óseos y un anillo de oro, con las iniciales "L. L." (Louise Luetgert), que el propio Adolph había regalado a su esposa el día de la boda.
Luetgert es arrestado y acusado formalmente del asesinato de su esposa. Proclama su inocencia, niega tener nada que ver, pero, pese a no haber cuerpo del delito ni testigos, las pruebas contra él son abrumadoras. Un primer juicio es anulado al no ponerse de acuerdo el jurado. Un segundo juicio termina con su condena a cadena perpetua, el 9 de febrero de 1898. Parte fundamental de su acusación es la declaración de un arqueólogo, quien dictamina que varios de los restos óseos hallados son de origen inequívocamente humano.
Llevado a prisión, el estado mental de Luetgert empeora rápidamente. Defiende su inocencia, considerándose víctima de una conspiración, hasta su muerte a causa de un infarto, el 7 de julio de 1899.
El caso alcanzó tal repercusión que dió lugar a varias leyendas urbanas. La más conocida decía que Luetgert se había deshecho del cadáver empleándolo como materia prima en sus salchichas, lo que hizo que durante un tiempo el consumo de salchichas descendiera drásticamente en Chicago. También se hizo célebre la historia de que el fantasma de Louise se aparecía en la que había sido su casa, e incluso en la fábrica en la que (supuestamente) fué asesinada...
Un buen día de 1897, Luetgert anuncia a sus empleados que ha adquirido una partida de potasa cáustica para fabricar jabón en la propia fábrica. La noticia sorprende a los trabajadores, ya que no hacía mucho habían comprado una importante remesa de jabón que todavía está en el almacén, prácticamente intacta. Pero, acostumbrados a obedecer las órdenes de Luetgert sin cuestionarlas, no le dan importancia. La potasa es depositada en una gran tina, donde comienza la fabricación de jabón añadiéndole grasa sobrante del proceso de producción de las salchichas.
Y el 1 de mayo, Louise desaparece sin dejar rastro. Cuando sus hijos le preguntan, Luetgert elude el tema y dice que seguramente ha ido a visitar a su hermana. Pero pasa el tiempo y Louise sigue sin aparecer. Hasta que Diedrich Bicknese, hermano de Louise, denuncia la desaparición a la Policía.
El caso cae en manos del capitán Herman Schuettler, un tenaz investigador que no tarda en interrogar a Luetgert. El empresario refrenda su versión: Louise se había ido sin decir a dónde iba ni dejar ninguna pista. Schuettler husmea enseguida algo turbio en Luetgert y comienza a interrogar a los allegados de la familia y a los trabajadores de la fábrica. Un empleado llamado Wilhelm Fulpeck dice haber visto a la señora Luetgert llegar a la fábrica la noche de su desaparición. El vigilante nocturno, Frank Bialk, corrobora la información, añadiendo además que ese día Luetgert le dió la noche libre. Otros empleados con los que habla le comentan la curiosa compra de la potasa.
Convencido de la culpabilidad de Luetgert, Schuettler registra de nuevo la fábrica, incluyendo esta vez la famosa tina. El jabón es drenado y la mezcla es revisada cuidadosamente. Y al hacerlo, el horrible hallazgo: varios fragmentos óseos y un anillo de oro, con las iniciales "L. L." (Louise Luetgert), que el propio Adolph había regalado a su esposa el día de la boda.
Luetgert es arrestado y acusado formalmente del asesinato de su esposa. Proclama su inocencia, niega tener nada que ver, pero, pese a no haber cuerpo del delito ni testigos, las pruebas contra él son abrumadoras. Un primer juicio es anulado al no ponerse de acuerdo el jurado. Un segundo juicio termina con su condena a cadena perpetua, el 9 de febrero de 1898. Parte fundamental de su acusación es la declaración de un arqueólogo, quien dictamina que varios de los restos óseos hallados son de origen inequívocamente humano.
Llevado a prisión, el estado mental de Luetgert empeora rápidamente. Defiende su inocencia, considerándose víctima de una conspiración, hasta su muerte a causa de un infarto, el 7 de julio de 1899.
El caso alcanzó tal repercusión que dió lugar a varias leyendas urbanas. La más conocida decía que Luetgert se había deshecho del cadáver empleándolo como materia prima en sus salchichas, lo que hizo que durante un tiempo el consumo de salchichas descendiera drásticamente en Chicago. También se hizo célebre la historia de que el fantasma de Louise se aparecía en la que había sido su casa, e incluso en la fábrica en la que (supuestamente) fué asesinada...
miércoles, 18 de mayo de 2011
Los últimos nazis en rendirse: la Operación Haudegen
Ante el imparable avance de las tropas soviéticas, que combaten ya por las calles de Berlín, Adolf Hitler toma la decisión de suicidarse para no caer en manos de sus enemigos. El 30 de abril de 1945, Hitler y su esposa Eva Braun se suicidan en su bunker berlinés. El testamento de Hitler designa heredero al almirante Karl Dönitz, quien, ante lo desesperado de la situación, se apresura a negociar su rendición ante las tropas aliadas. El 7 de mayo se firma en el cuartel general de los aliados en Reims (Francia) la rendición del Tercer Reich, que se ratificaría el día siguiente ante los rusos en Berlín. Aunque parte del ejército alemán ya ha dejado de combatir (el ejército destinado en Italia había capitulado el día 2), la mayoría del ejército alemán se rinde oficialmente entre el 7 y el 8 de mayo. Pero el último contingente alemán en rendirse oficialmente no lo hizo hasta el 3 de septiembre, es decir, casi cuatro meses después de la rendición oficial, e incluso un día después de que se rindiera Japón.
Se trataba de un pequeño destacamento destinado en el archipiélago noruego de las Svalbard (para los alemanes, las Spitzbergen), en el Océano Glacial Ártico. Lo cierto es que este grupo ha dado lugar a numerosos rumores y leyendas. Lo tardío de su rendición, lo remoto de su localización, su insólita misión (oficialmente, se trataba de una estación meteorológica), incluso su sugerente nombre clave (Operación Haudegen, "Estocada"), llevaron a más de uno a imaginar teorías a cuál más delirante sobre las auténticas intenciones de este grupo. Unos afirmaron que se trataba de un laboratorio secreto de investigación que desarrollaba un arma secreta con la que los nazis esperaban ganar la guerra, y que tras la rendición siguieron investigando tratando de hacérsela llegar a sus aliados japoneses, y sólo cuando éstos se rindieron se entregaron. Hubo también quien apuntó con que quizá en ella se realizaban investigaciones relativas al programa nuclear alemán. No faltaron los "iluminados" que la asociaban a una supuesta base secreta de submarinos que los nazis tendrían en el Ártico. Pero todo son especulaciones sin fundamento. Aquella estación meteorológica era realmente... una estación meteorológica. Y si no se rindieron antes, fué simple y llanamente porque no pudieron.
Los altos mandos militares nazis llevaban tiempo interesados en establecer estaciones meteorológicas en el norte de Europa. De este modo esperaban prever con antelación la llegada de temporales, tormentas de nieve y olas de frío, información muy útil para los movimientos de la Marina (Kriegsmarine) y la Fuerza Aérea (Luftwaffe) alemanas. Los primeros intentos, en 1943, en la Tierra de Francisco José (Rusia) y la isla Shannon (cerca de Groenlandia) se saldaron con fracasos, así que los alemanes volvieron a intentarlo al año siguiente, con la Operación Haudegen y con una estación portátil a bordo del rompehielos Wuppertal. El Wuppertal no tuvo suerte: quedó atrapado entre los hielos árticos en octubre, y un mes después se interrumpieron las comunicaciones y no volvió a saberse nada de él ni de su tripulación. Pero la estación de las Svalbard si fué un rotundo éxito.
Al mando de la misión fué nombrado el teniente Wilhelm Dege. No fué una decisión tomada a la ligera. Dege, además de oficial, era profesor de geología y geografía, había participado en varias misiones de exploración de las Svalbard en los años 30 y hablaba perfectamente el noruego. Lo pusieron al mando de 10 soldados (11 hombres, he ahí toda la guarnición de la base), la mayoría de los cuales eran jóvenes voluntarios (alguno ni siquiera tenía veinte años). Tras un duro entrenamiento en los Alpes, los hombres y los materiales fueron transportados a las islas por un submarino y un carguero. Tras explorar el archipiélago, Dege decidió instalarse en Nordaustlandet, la segunda isla más grande del conjunto, aunque deshabitada. En el fiordo Rijpfjord, junto al cabo Vestfonna, se instalaron varios barracones prefabricados que debían albergar dormitorios, almacenes, laboratorios, etc. Y acto seguido, los buques partieron dejando sólos a los 11 valientes. Era septiembre de 1944.
La vida en la base era bastante rutinaria. Diana a las 7:30, trabajo hasta las 18:00 (básicamente, registrando datos y mediciones de los diversos instrumentos), transmisión de datos (convenientemente codificada) a las 20:00, todos a la cama a las 23.00. Aparte de eso, estaban totalmente aislados, y las condiciones del lugar hacían que se pasaran casi todo el día encerrados. Para que sus jóvenes subordinados mantuvieran la disciplina y no se desesperaran ante la falta de actividad, Dege comenzó a impartirles clases de matemáticas, literatura, geología, biología, etc. Clases que fueron al parecer bastante provechosas: varios de aquellos jóvenes soldados estudiarían ciencias después de la guerra; alguno con notable provecho, como Siegfried Czapka, quien con los años se convertiría en un experto en exploraciones polares.
El 2 de mayo de 1945 recibieron por radio la noticia de la muerte del Führer. El 8 se enteran de que la guerra ha terminado. Dege ordena entonces avisar a los aliados de su posición y esperar la llegada de las tropas para entregar la base. Ordena también destruir el armamento, salvo el necesario para defenderse de los osos polares, que habían dado algún que otro susto a los soldados, especialmente cuando se dirigían a las letrinas (a lo largo de la misión, los soldados abatieron a cuatro osos y se convirtieron en accidentales cuidadores de dos cachorros). También enterró los documentos secretos, incluído su diario personal, que serían recuperados en 1985 por su hijo, el doctor Eckart Dege. Y se pusieron a esperar tranquilamente la llegada de los aliados.
Dado que no tenían otra cosa que hacer, siguieron con su trabajo, tomando datos y enviándolos por radio, ya sin codificar. También continuaron las clases, con las que Dege trató de preparar a los jóvenes para lo que les esperaba en la nueva Alemania. Pero el tiempo pasaba, y nadie aparecía por allí, ni recibieron comunicación alguna. Los alemanes empezaron a preocuparse. Tenían abundantes suministros, y en caso de necesidad podían cazar y pescar, pero si no los rescataban pronto, llegaría el invierno y el hielo y la oscuridad retrasarían su evacuación hasta el año siguiente. Por fin, a finales de agosto las autoridades noruegas les comunicaron la llegada de un barco noruego a cuyo capitán debían entregarse.
El barco arribó a la isla el 3 de septiembre. No era "exactamente" un buque de guerra. Se trataba del Blaasel, un barco de cazadores de focas, el único que al parecer pasaba por allí, al mando del capitán Ludwig Albertsen. Alemanes y noruegos se saludaron cordialmente e incluso compartieron un ameno almuerzo, tras el cual Dege entregó su arma al capitán noruego oficializando su rendición (Albertsen, impresionado por la solemnidad del momento, sólo acertó a preguntar si podía quedarse con el arma). El propio Dege redactó su declaración de rendición, y al día siguiente, 4 de septiembre, el Blaasel partía de la base. Eran los últimos miembros del ejército nazi en rendirse, y habían resistido más que el mismísimo imperio japonés, que había firmado su rendición el día 2.
Los 11 soldados alemanes pasaron varios meses en un campo de prisioneros, para luego ser puestos en libertad y regresar a Alemania. Dege volvió a la docencia y murió en 1979. La estación Haudegen quedó abandonada. Sus restos aún se conservan en su emplazamiento, aunque muy deteriorados.
La misión Haudegen logró recolectar una ingente cantidad de datos que resultaron de gran utilidad para el conocimiento de la dinámica climática del hemisferio Norte. Tanto es así que, años después, pese a tratarse de una misión militar, la UNESCO la declaró como "de gran valor científico".
Wilhelm Dege
Fuente: Exordio
lunes, 16 de mayo de 2011
Hildegart
Hildegart Leocadia Georgina Hermenegilda María del Pilar Rodríguez Carballeira
Aurora Rodríguez Carballeira nació en Ferrol en 1890. Hija de un prestigioso abogado, desde muy joven mostró su rebeldía y su afinidad con las ideas socialistas. Pero lo que de verdad la obsesionaba era la situación de la mujer, sin apenas derechos, subordinada casi siempre a un hombre, ya sea padre o marido. Un hecho inesperado se convierte en su inspiración: su hermana tiene un hijo de soltera, que queda al cuidado de Aurora. Ese niño era Pepito Arriola, que alcanzaría fama como precoz intérprete de piano, ya que comenzó a dar conciertos con apenas tres años.
El precoz talento de su sobrino lleva a Aurora a pensar en concebir una hija, una niña a la que educaría desde la cuna para convertirla en una mujer del futuro, que fuese capaz de guiar al resto de mujeres y librarlas de su papel secundario en la sociedad. De este modo, elige al que considera el padre más aceptable, en lo físico y lo intelectual, en la figura de un supuesto sacerdote y marino recién llegado de Sudamérica (años más tarde se sabría que no era sino un vulgar estafador). Una vez embarazada, Aurora deja su ciudad natal y se instala en Madrid, donde el 9 de diciembre de 1914 nace su hija, a la que llamó Hildegart.
La pequeña Hildegart sorprende a todo el mundo con su precocidad. Con apenas tres años sabe leer, con diez domina varios idiomas. Su vida está dedicada exclusivamente al estudio y su madre la apremia a convertirse en lo que ella lleva tanto tiempo soñando, en un icono del feminismo, en el faro que marque el camino de la libertad a las mujeres. Con 17 años termina sus estudios de Derecho e inicia los de Medicina.
Desde que es una adolescente está vinculada al movimiento socialista, en el PSOE y la UGT. En 1932 su actitud crítica con la directiva provoca su expulsión sel PSOE y se afilia al Partido Federal. Pero además se convierte en una de las principales defensoras de la reforma sexual. Sus numerosas publicaciones y conferencias llaman incluso la atención de Havelock Ellis, principal investigador sobre sexología de su época, y del escritor H. G. Wells, fascinado por su inteligencia y su potencial.
Pero conforme Hildegart se desarrollaba y explotaba su talento, su relación con su madre se deterioraba. Los problemas mentales de Aurora se agravaban conforme aumentaban las ansias de independencia de su hija. Los ataques de paranoia de la madre de Hildegart llegan a su punto álgido cuando la joven le hace un doble anuncio: se ha enamorado de Abel Vilella, joven activista socialista y compañero de Hildegart en muchas de sus causas, y prepara su traslado a Londres, invitada por Ellis y Wells.
La doble noticia es demoledora para Aurora. Siente que el proyecto al que ha dedicado su vida se viene abajo. Ni siquiera sus amenazas de suicidio detienen a Hildegart, decidida a separarse de ella y librarse de su enfermizo control. Desesperada, Aurora decide que es preferible acabar con su hija antes que dejarla marchar. Y así, la noche del 9 de junio de 1933, Aurora entra en el dormitorio de su hija y le dispara cuatro veces con un revólver.
El crimen supone un auténtico shock para la sociedad madrileña, por la fama y la juventud de la víctima y las circunstancias del caso. En el juicio, Aurora alega que la muerte de Hildegart se produjo fruto de un pacto entre ambas. Pese a su desequilibrio mental, Aurora es condenada a más de 26 años de cárcel, que no llegó a cumplir: la mañana del 18 de julio de 1936, aprovechando la confusión creada por el levantamiento militar contra el gobierno de la Segunda República, logró huir de prisión y no volvió a saberse nada de ella.
Aurora Rodríguez Carballeira nació en Ferrol en 1890. Hija de un prestigioso abogado, desde muy joven mostró su rebeldía y su afinidad con las ideas socialistas. Pero lo que de verdad la obsesionaba era la situación de la mujer, sin apenas derechos, subordinada casi siempre a un hombre, ya sea padre o marido. Un hecho inesperado se convierte en su inspiración: su hermana tiene un hijo de soltera, que queda al cuidado de Aurora. Ese niño era Pepito Arriola, que alcanzaría fama como precoz intérprete de piano, ya que comenzó a dar conciertos con apenas tres años.
El precoz talento de su sobrino lleva a Aurora a pensar en concebir una hija, una niña a la que educaría desde la cuna para convertirla en una mujer del futuro, que fuese capaz de guiar al resto de mujeres y librarlas de su papel secundario en la sociedad. De este modo, elige al que considera el padre más aceptable, en lo físico y lo intelectual, en la figura de un supuesto sacerdote y marino recién llegado de Sudamérica (años más tarde se sabría que no era sino un vulgar estafador). Una vez embarazada, Aurora deja su ciudad natal y se instala en Madrid, donde el 9 de diciembre de 1914 nace su hija, a la que llamó Hildegart.
La pequeña Hildegart sorprende a todo el mundo con su precocidad. Con apenas tres años sabe leer, con diez domina varios idiomas. Su vida está dedicada exclusivamente al estudio y su madre la apremia a convertirse en lo que ella lleva tanto tiempo soñando, en un icono del feminismo, en el faro que marque el camino de la libertad a las mujeres. Con 17 años termina sus estudios de Derecho e inicia los de Medicina.
Desde que es una adolescente está vinculada al movimiento socialista, en el PSOE y la UGT. En 1932 su actitud crítica con la directiva provoca su expulsión sel PSOE y se afilia al Partido Federal. Pero además se convierte en una de las principales defensoras de la reforma sexual. Sus numerosas publicaciones y conferencias llaman incluso la atención de Havelock Ellis, principal investigador sobre sexología de su época, y del escritor H. G. Wells, fascinado por su inteligencia y su potencial.
Pero conforme Hildegart se desarrollaba y explotaba su talento, su relación con su madre se deterioraba. Los problemas mentales de Aurora se agravaban conforme aumentaban las ansias de independencia de su hija. Los ataques de paranoia de la madre de Hildegart llegan a su punto álgido cuando la joven le hace un doble anuncio: se ha enamorado de Abel Vilella, joven activista socialista y compañero de Hildegart en muchas de sus causas, y prepara su traslado a Londres, invitada por Ellis y Wells.
La doble noticia es demoledora para Aurora. Siente que el proyecto al que ha dedicado su vida se viene abajo. Ni siquiera sus amenazas de suicidio detienen a Hildegart, decidida a separarse de ella y librarse de su enfermizo control. Desesperada, Aurora decide que es preferible acabar con su hija antes que dejarla marchar. Y así, la noche del 9 de junio de 1933, Aurora entra en el dormitorio de su hija y le dispara cuatro veces con un revólver.
El crimen supone un auténtico shock para la sociedad madrileña, por la fama y la juventud de la víctima y las circunstancias del caso. En el juicio, Aurora alega que la muerte de Hildegart se produjo fruto de un pacto entre ambas. Pese a su desequilibrio mental, Aurora es condenada a más de 26 años de cárcel, que no llegó a cumplir: la mañana del 18 de julio de 1936, aprovechando la confusión creada por el levantamiento militar contra el gobierno de la Segunda República, logró huir de prisión y no volvió a saberse nada de ella.
sábado, 14 de mayo de 2011
Isandhlwana y Rorke's Dirft: derrota y gloria del Imperio Británico
A finales del año 1878, el Imperio Británico había decidido ya ocupar las tierras del pueblo zulú, conocidas comúnmente como Zululandia. Sin esperar respuesta siquiera al ultimatum presentado al rey Cetshwayo, las tropas inglesas al mando de lord Chelmsford entraron en territorio zulú sin tomar apenas precauciones, confiadas en su superioridad armamentística y en la poca consideración que a los ingleses les merecían las tropas nativas. Lord Chelmsford, con una imprudencia absoluta, estableció su campamento en un lugar llamado Isandhlwana, una llanura sin defensas naturales, y dejando en el campamento un contingente de apenas 1300 británicos y 800 soldados nativos, partió con el grueso de sus tropas en busca de los zulúes. Pero mientras pequeñas partidas de zulúes distraían a Chelmsford alejándolo de Isandhlwana, el 22 de enero de 1879 el grueso del ejército de Cetshwayo, más de 20000 hombres, arrasó el campamento británico, salvándose sólo 55 soldados y 300 nativos.
A cierta distancia de Isandhlwana, en un vado del río Búfalo (que marcaba la frontera del territorio zulú) estaba Rorke's Drift, una misión ocupada por un misionero sueco y su familia. Chelmsford había establecido allí un hospital de campaña, dejando una pequeña guarnición que no llegaba a 200 hombres, la mayoría del 24º Regimiento de Infantería. La mañana del 22 de enero el comandante del puesto, Henry Spalding, había dejado el puesto para salir en busca de parte de su regimiento, cuya localización desconocía. A media tarde, los hombres del puesto supieron lo ocurrido esa misma mañana en Isandhlwana y que las tropas zulúes se acercaban. En ese momento se encontraban allí el teniente Bromhead, comandante provisional del puesto; el teniente Chard, ingeniero que supervisaba ciertas obras en la misión; y el comisario de Intendencia Dayton. Los tres coinciden en que la evacuación es inviable, ya que la presencia de los heridos entorpecería su huída y en campo abierto no tendrían oportunidad alguna frente a los zulúes. Decidieron entonces fortificar Rorke's Drift y resistir todo lo que pudieran. En esos momentos, disponían de uno 400 hombres, entre la guarnición del puesto, tropas nativas y civiles.
Tras improvisar unas fortificaciones con cajas de suministros, muebles y todos los objetos que tenían a mano, se dispusieron a resistir el ataque. Cuando, a eso de las cuatro de la tarde, fueron advertidos de la llegada de los zulúes, las tropas nativas y sus oficiales desertan del puesto, dejando a las fuerzas defensoras reducidas al exiguo número de 156 hombres, incluídos los pacientes del hospital. Por contra, las tropas zulúes constaban de más de 4000 hombres, que no habían tomado parte en Isandhlwana, por tratarse de un cuerpo de reserva, y estaban por lo tanto descansados y ansiosos de pelear.
La batalla comenzó a eso de las cuatro y media. Mientras la fusilería zulú batía la posición desde una colina cercana, el resto de los atacantes asaltaba las fortificaciones en oleadas contínuas, que los ingleses mantenían a raya gracias a sus modernos fusiles de repetición. El combate se prolongó durante horas, se combatía por cada centímetro de terreno. Los ingleses se vieron forzados en más de una ocasión a retrasar su línea defensiva para evitar ser superados. Los zulúes lograron entrar en el hospital, obligando a los ingleses a luchar habitación por habitación mientras se retiraban abriendose paso a través de las paredes. No hubo tregua en la lucha hasta la caída de la noche. A eso de las dos de la madrugada cesó el asalto zulú, aunque los disparos y las lanzas duraron hasta las cuatro. Cuando amaneció, los zulúes se habían retirado, dejando atrás casi 400 muertos (algunas fuentes llegan a duplicar esa cifra). Las bajas inglesas eran de 15 muertos y otros tantos heridos de gravedad, aunque la práctica totalidad de los defensores tenía alguna herida de mayor o menor gravedad. A eso de las ocho de la mañana, apareció lord Chelmsford con refuerzos.
Los supervivientes de Rorke's Drift recibieron once Cruces Victoria, la máxima condecoración del ejército británico, de las cuales siete fueron a parar a miembros del 24 Regimiento de Infantería (el mayor número de medallas jamás concedido a un sólo regimiento en una única acción).
Rorke's Drift se convirtió de inmediato en uno de los nombres míticos de la historia colonial británica. Seguramente en otras circunstancias no habría tenido tal atención, pero la atención prestada contribuyó a desviar la atención de lo ocurrido en Isandhlwana, una derrota humillante y sin paliativos, en la que además los británicos actuaron como parte agresora sin mediar una declaración de guerra. Pero a los ingleses se les da muy bien lo de desviar la atención y convertir derrotas en gestas heroicas (otro día hablaré de Balaclava y la famosa carga de la Brigada ligera).
Reconstrucción de Rorke's Drift fortificado y del ataque zulú
A cierta distancia de Isandhlwana, en un vado del río Búfalo (que marcaba la frontera del territorio zulú) estaba Rorke's Drift, una misión ocupada por un misionero sueco y su familia. Chelmsford había establecido allí un hospital de campaña, dejando una pequeña guarnición que no llegaba a 200 hombres, la mayoría del 24º Regimiento de Infantería. La mañana del 22 de enero el comandante del puesto, Henry Spalding, había dejado el puesto para salir en busca de parte de su regimiento, cuya localización desconocía. A media tarde, los hombres del puesto supieron lo ocurrido esa misma mañana en Isandhlwana y que las tropas zulúes se acercaban. En ese momento se encontraban allí el teniente Bromhead, comandante provisional del puesto; el teniente Chard, ingeniero que supervisaba ciertas obras en la misión; y el comisario de Intendencia Dayton. Los tres coinciden en que la evacuación es inviable, ya que la presencia de los heridos entorpecería su huída y en campo abierto no tendrían oportunidad alguna frente a los zulúes. Decidieron entonces fortificar Rorke's Drift y resistir todo lo que pudieran. En esos momentos, disponían de uno 400 hombres, entre la guarnición del puesto, tropas nativas y civiles.
Tras improvisar unas fortificaciones con cajas de suministros, muebles y todos los objetos que tenían a mano, se dispusieron a resistir el ataque. Cuando, a eso de las cuatro de la tarde, fueron advertidos de la llegada de los zulúes, las tropas nativas y sus oficiales desertan del puesto, dejando a las fuerzas defensoras reducidas al exiguo número de 156 hombres, incluídos los pacientes del hospital. Por contra, las tropas zulúes constaban de más de 4000 hombres, que no habían tomado parte en Isandhlwana, por tratarse de un cuerpo de reserva, y estaban por lo tanto descansados y ansiosos de pelear.
La batalla comenzó a eso de las cuatro y media. Mientras la fusilería zulú batía la posición desde una colina cercana, el resto de los atacantes asaltaba las fortificaciones en oleadas contínuas, que los ingleses mantenían a raya gracias a sus modernos fusiles de repetición. El combate se prolongó durante horas, se combatía por cada centímetro de terreno. Los ingleses se vieron forzados en más de una ocasión a retrasar su línea defensiva para evitar ser superados. Los zulúes lograron entrar en el hospital, obligando a los ingleses a luchar habitación por habitación mientras se retiraban abriendose paso a través de las paredes. No hubo tregua en la lucha hasta la caída de la noche. A eso de las dos de la madrugada cesó el asalto zulú, aunque los disparos y las lanzas duraron hasta las cuatro. Cuando amaneció, los zulúes se habían retirado, dejando atrás casi 400 muertos (algunas fuentes llegan a duplicar esa cifra). Las bajas inglesas eran de 15 muertos y otros tantos heridos de gravedad, aunque la práctica totalidad de los defensores tenía alguna herida de mayor o menor gravedad. A eso de las ocho de la mañana, apareció lord Chelmsford con refuerzos.
Los supervivientes de Rorke's Drift recibieron once Cruces Victoria, la máxima condecoración del ejército británico, de las cuales siete fueron a parar a miembros del 24 Regimiento de Infantería (el mayor número de medallas jamás concedido a un sólo regimiento en una única acción).
Rorke's Drift se convirtió de inmediato en uno de los nombres míticos de la historia colonial británica. Seguramente en otras circunstancias no habría tenido tal atención, pero la atención prestada contribuyó a desviar la atención de lo ocurrido en Isandhlwana, una derrota humillante y sin paliativos, en la que además los británicos actuaron como parte agresora sin mediar una declaración de guerra. Pero a los ingleses se les da muy bien lo de desviar la atención y convertir derrotas en gestas heroicas (otro día hablaré de Balaclava y la famosa carga de la Brigada ligera).
Reconstrucción de Rorke's Drift fortificado y del ataque zulú
miércoles, 11 de mayo de 2011
El Partido de la Muerte
Seguramente a muchos os sonará la película Evasión o victoria, dirigida por John Huston en 1981 y entre cuyos protagonistas se encontraban tanto actores como Michael Caine, Max von Sydow o Sylvester Stallone, como famosos futbolistas como Pelé, Osvaldo Ardiles, Bobby Moore o Co Prins. Cuenta la historia de un grupo de prisioneros aliados que organizan un equipo de fútbol para enfrentarse a la selección alemana, ocasión que aprovechan para planear su fuga. Lo que no todos saben es que la película se basa en un hecho real que no tuvo el desenlace feliz de la película, el conocido como "Partido de la Muerte".
Ocurrió en 1941, después de que Hitler invadiese la Unión Soviética traicionando el tratado de no agresion Molotov-Von Ribbentrop. El ataque nazi obliga a suspender la liga de fútbol, ya que la población, incluídos los jugadores, es masivamente movilizada para la defensa. El avance del ejército alemán es al principio muy rápido, y en septiembre de 1941 toman Kiev, la capital de Ucrania. Los defensores que no logran huir, son capturados y recluídos en campos de prisioneros o bien, llevados de vuelta a Kiev.
Entre los que vuelven a Kiev está Nicolai Trusevych, portero del Dinamo de Kiev e ídolo de la aficion local. Como puede busca su sustento en la ciudad ocupada y acaba encontrando trabajo y refugio en una panadería propiedad de Josef Kordik, un panadero de origen alemán e hincha del Dinamo. Es Kordik quien tiene la idea buscar a otros jugadores del Dinamo para contratarlos también y así poder ayudarlos en esos tiempos tan convulsos. Es así como Trusevych, tras recorrer la ciudad, acaba reuniendo a varios ex-compañeros del Dinamo (Mikhail Svyridovskiy, Nikolai Korotkykh, Georgy Timofeev, Mikhail Putistin, Alexei Klimenko, Pavel Komarov, Fedir Tyutchev, Ivan Kuzmenko y Makar Goncharenko) y tres de otro equipo de la ciudad, el Lokomotiv (Vladimir Balakin, Vasil Sukharev y Mikhail Melnyk). Al haber reunido un número suficiente, nace en ellos la idea de formar un equipo para jugar aunque sea de forma no oficial. Con el apoyo económico de Kordik, fundan el FC Start, que juega su primer partido en junio de 1942, contra un rival local, al que ganan holgadamente. Posteriormente, empiezan a jugar contra equipos de las tropas de ocupación. Golean sin dificultad a los equipos de las tropas rumanas y húngaras, y más tarde hacen lo mismo con un equipo alemán. La popularidad del Start se dispara y empieza a preocupar a los mandos militares alemanes, a quienes disgusta que los ucranianos humillen a los suyos y restauren así parte del orgullo soviético. Por ello, traen a un equipo profesional, el MSG húngaro, para que juegue contra ellos. Pero de nuevo el FC Start vuelve a vencer, tanto en el primer partido como en el de revancha, y eso enfurece a los nazis y convierte a los jugadores en ídolos de la población.
Dispuestos a vencerlos a cualquier costa, los alemanes organizan un partido contra el Flakelf, el potentísimo equipo de la Luftwaffe. Y la historia se repite: el 6 de agosto de 1942, ante la alegría desatada del público, el Start golea por 5-1 a los alemanes.
Los nazis están furiosos. Han descubierto que los componenetes del supuesto "equipo de la panadería" son en realidad ex-profesionales y desde Berlín llegan órdenes de eliminarlos. Pero a los mandos locales no les basta: no sólo deben desaparecer, también deben ser derrotados por el poderío alemán. Por ello, el 9 de agosto se juega la revancha. Los jugadores del Start han sido convenientemente "advertidos" de lo malo que sería para ellos ganar ese partido. Pero no hicieron caso: salieron a jugar como siempre, se negaron a hacer el saludo nazi brazo en alto (en su lugar, gritaron "Fizculthura", un lema soviético referente a la cultura física), y, pese al juego durísimo y sucio de los alemanes, con la complicidad arbitral ("casualmente" el partido fué arbitrado por un oficial de las SS), al descanso los locales ganaban 2 a 1. En el descanso, nuevas amenazas, ya sin tapujos. Pero los jugadores habían decidido jugar, por el honor de su país y de todos los caídos ante las tropas invasoras. Y en la segunda parte sigue el espectáculo y los alemanes se ven incapaces de superar la resistencia del Start. Y cuando ya campea en el marcador el definitivo 5-3 se ve en el campo uno de esos gestos que pasan a la historia: el defensa Alexei Klimenko, tras una gran jugada en la que elude a varios jugadores alemanes, dribla también al portero y, sólo ante la portería vacía, ante el delirio de los espectadores, en lugar de marcar, se da la vuelta y chuta hacia el centro del campo. La humillación de los alemanes es tal que el árbitro señala el final del partido antes del tiempo reglamentario.
Como ya he dicho, ojalá el final de esta historia fuera tan agradable como el de la película. Los jugadores del Start no fueron molestados de inmediato, incluso jugaron algún partido más. Pero el 16 de agosto, la Gestapo hizo una redada en la panadería y se llevó a todos los jugadores que había allí, acusándolos de ser agentes de la NKVD (la policía secreta soviética). Se salvaron Goncharenko y Svyridovskiy, quienes no estaban allí y lograron esconderse y permanecer a salvo hasta la salida de los nazis en 1943. De los demás, Korotkykh murió poco después a consecuencia de las brutales torturas. Los restantes fueron trasladados al campo de concentración de Syrets. Allí, Kuzmenko, Klimenko y Trusevych fueron ejecutados en febrero de 1943. De los demás no se supo más. El único que logró salir con vida de Syrets fué Fedir Tyutchev.
Tras la guerra, los tres supervivientes estuvieron cerca de ser juzgados por colaboracionistas por haber jugado contra los alemanes, pero al final se le dió carpetazo al asunto. La historia se recuperó en los años 50 y alcanzó gran popularidad en Ucrania, dando lugar a varios libros y películas. El estadio Zenit, donde tuvo lugar el partido, se rebautizó en 1981 como Start Stadium. En él, hay una escultura que homenajea a quellos jugadores, con la leyenda “A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi”.
Monumento en homenaje en el Start Stadium
Ocurrió en 1941, después de que Hitler invadiese la Unión Soviética traicionando el tratado de no agresion Molotov-Von Ribbentrop. El ataque nazi obliga a suspender la liga de fútbol, ya que la población, incluídos los jugadores, es masivamente movilizada para la defensa. El avance del ejército alemán es al principio muy rápido, y en septiembre de 1941 toman Kiev, la capital de Ucrania. Los defensores que no logran huir, son capturados y recluídos en campos de prisioneros o bien, llevados de vuelta a Kiev.
Entre los que vuelven a Kiev está Nicolai Trusevych, portero del Dinamo de Kiev e ídolo de la aficion local. Como puede busca su sustento en la ciudad ocupada y acaba encontrando trabajo y refugio en una panadería propiedad de Josef Kordik, un panadero de origen alemán e hincha del Dinamo. Es Kordik quien tiene la idea buscar a otros jugadores del Dinamo para contratarlos también y así poder ayudarlos en esos tiempos tan convulsos. Es así como Trusevych, tras recorrer la ciudad, acaba reuniendo a varios ex-compañeros del Dinamo (Mikhail Svyridovskiy, Nikolai Korotkykh, Georgy Timofeev, Mikhail Putistin, Alexei Klimenko, Pavel Komarov, Fedir Tyutchev, Ivan Kuzmenko y Makar Goncharenko) y tres de otro equipo de la ciudad, el Lokomotiv (Vladimir Balakin, Vasil Sukharev y Mikhail Melnyk). Al haber reunido un número suficiente, nace en ellos la idea de formar un equipo para jugar aunque sea de forma no oficial. Con el apoyo económico de Kordik, fundan el FC Start, que juega su primer partido en junio de 1942, contra un rival local, al que ganan holgadamente. Posteriormente, empiezan a jugar contra equipos de las tropas de ocupación. Golean sin dificultad a los equipos de las tropas rumanas y húngaras, y más tarde hacen lo mismo con un equipo alemán. La popularidad del Start se dispara y empieza a preocupar a los mandos militares alemanes, a quienes disgusta que los ucranianos humillen a los suyos y restauren así parte del orgullo soviético. Por ello, traen a un equipo profesional, el MSG húngaro, para que juegue contra ellos. Pero de nuevo el FC Start vuelve a vencer, tanto en el primer partido como en el de revancha, y eso enfurece a los nazis y convierte a los jugadores en ídolos de la población.
Dispuestos a vencerlos a cualquier costa, los alemanes organizan un partido contra el Flakelf, el potentísimo equipo de la Luftwaffe. Y la historia se repite: el 6 de agosto de 1942, ante la alegría desatada del público, el Start golea por 5-1 a los alemanes.
Los nazis están furiosos. Han descubierto que los componenetes del supuesto "equipo de la panadería" son en realidad ex-profesionales y desde Berlín llegan órdenes de eliminarlos. Pero a los mandos locales no les basta: no sólo deben desaparecer, también deben ser derrotados por el poderío alemán. Por ello, el 9 de agosto se juega la revancha. Los jugadores del Start han sido convenientemente "advertidos" de lo malo que sería para ellos ganar ese partido. Pero no hicieron caso: salieron a jugar como siempre, se negaron a hacer el saludo nazi brazo en alto (en su lugar, gritaron "Fizculthura", un lema soviético referente a la cultura física), y, pese al juego durísimo y sucio de los alemanes, con la complicidad arbitral ("casualmente" el partido fué arbitrado por un oficial de las SS), al descanso los locales ganaban 2 a 1. En el descanso, nuevas amenazas, ya sin tapujos. Pero los jugadores habían decidido jugar, por el honor de su país y de todos los caídos ante las tropas invasoras. Y en la segunda parte sigue el espectáculo y los alemanes se ven incapaces de superar la resistencia del Start. Y cuando ya campea en el marcador el definitivo 5-3 se ve en el campo uno de esos gestos que pasan a la historia: el defensa Alexei Klimenko, tras una gran jugada en la que elude a varios jugadores alemanes, dribla también al portero y, sólo ante la portería vacía, ante el delirio de los espectadores, en lugar de marcar, se da la vuelta y chuta hacia el centro del campo. La humillación de los alemanes es tal que el árbitro señala el final del partido antes del tiempo reglamentario.
Como ya he dicho, ojalá el final de esta historia fuera tan agradable como el de la película. Los jugadores del Start no fueron molestados de inmediato, incluso jugaron algún partido más. Pero el 16 de agosto, la Gestapo hizo una redada en la panadería y se llevó a todos los jugadores que había allí, acusándolos de ser agentes de la NKVD (la policía secreta soviética). Se salvaron Goncharenko y Svyridovskiy, quienes no estaban allí y lograron esconderse y permanecer a salvo hasta la salida de los nazis en 1943. De los demás, Korotkykh murió poco después a consecuencia de las brutales torturas. Los restantes fueron trasladados al campo de concentración de Syrets. Allí, Kuzmenko, Klimenko y Trusevych fueron ejecutados en febrero de 1943. De los demás no se supo más. El único que logró salir con vida de Syrets fué Fedir Tyutchev.
Tras la guerra, los tres supervivientes estuvieron cerca de ser juzgados por colaboracionistas por haber jugado contra los alemanes, pero al final se le dió carpetazo al asunto. La historia se recuperó en los años 50 y alcanzó gran popularidad en Ucrania, dando lugar a varios libros y películas. El estadio Zenit, donde tuvo lugar el partido, se rebautizó en 1981 como Start Stadium. En él, hay una escultura que homenajea a quellos jugadores, con la leyenda “A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi”.
Monumento en homenaje en el Start Stadium
sábado, 7 de mayo de 2011
Soldados fantasma en la batalla de Mons
La noche del 22 al 23 de agosto de 1914 se produjo en las inmediaciones de la localidad belga de Mons el primer gran enfrentamiento de la Primera Guerra Mundial entre las tropas alemanas y las fuerzas expedicionarias británicas (BEF). Los británicos, pese a combatir con bravura, se vieron superados por la superioridad numérica alemana y se vieron obligados a retirarse, acompañados por el Vº ejército francés.
El 29 de septiembre de ese mismo año, el periodista y escritor Arthur Machen publicó en el periódico Evening News un relato titulado "The Bowmen", donde, con un lenguaje patriotero y enaltecedor, hacía un relato glorificando la heroica conducta de los soldados británicos en Mons, imaginándolos (esto era una invención literaria exclusiva del propio Machen) avanzando en la batalla acompañados por los fantasmas de los arqueros ingleses caídos en 1415 en la batalla de Agincourt contra los franceses. Lo que en modo alguno esperaba Machen era que poco después empezaran a aparecer relatos de supervivientes de la batalla que afirmaban haber visto a los mencionados espectros acompañándolos en su avance y retirada, e incluso interviniendo en los combates. De nada sirvió que Machen publicara una aclaración en la que afirmaba que lo de los fantasmas era única y exclusivamente una ficción fruto de su imaginación. La historia siguió extendiéndose y contándose como verídica, hasta convertirse en una de las leyendas urbanas más populares asociadas al conflicto.
¿Qué había realmente tras aquellos que afirmaban haber sido testigos de las fantasmales apariciones? ¿Eran personas con alteraciones mentales, causadas por lo que entonces se llamaban "nervios de guerra" y hoy conocemos como "Síndrome de Estrés Postraumático"? ¿Un caso de histeria colectiva? ¿Se trataba quizá de estafadores que buscaban fama y dinero contando una historia falsa? Quizá hubiera algo de todo. Una teoría más reciente habla de que el caso pudo ser manipulado por altos mandos militares como parte de una estrategia de propaganda bélica, para desviar la atención de lo que no había sido sino una derrota, heroica pero derrota al fin y al cabo, y elevar la moral de la tropa y el pueblo británicos.
viernes, 6 de mayo de 2011
La historia de Tsutomu Yamaguchi
Tsutomu Yamaguchi (16 de marzo de 1916/4 de enero de 2010)
El 6 de agosto de 1945 era un día como otro cualquiera para Tsutomu Yamaguchi, un ingeniero japonés de la Mitsubishi Heavy Industries que se encontraba en la ciudad de Hiroshima por motivos laborales. Hasta que a eso de las ocho y cuarto de la mañana, Tsutomu vió una luz tan intensa que por un momento creyó que el Sol había caído sobre la Tierra, seguida de un terrible estruendo y una ardiente onda expansiva... por primera vez en la historia, un arma atómica era usada contra la población. Tsutomu tuvo la suerte de hallarse a varios kilómetros del lugar de impacto, salvando la vida pero recibiendo graves quemaduras. Ingresado en un hospital, pese a sus heridas decidió irse al día siguiente y toma un tren de vuelta a su ciudad natal... Nagasaki. Y el 9 de agosto, al poco de llegar, se repitió el infierno: una nueva bomba atómica caía sobre suelo japonés sembrando la destrucción y la muerte. Tsutomu llegó a pensar que la muerte lo perseguía y que él era el responsable de los bombardeos. Además, en este segundo bombardeo estuvo expuesto a elevadas dosis de radiación.
Cualquier otra persona en su situación se hubiera vuelto loca. O bien habría transformado todo su dolor en ira y rabia. No así Tsutomu. Tras la guerra trató de volver a la normalidad. Trabajó como traductor para las tropas americanas y como profesor antes de recuperar su trabajo en la Mitsubishi. Pero conforme fué envejeciendo, el recuerdo de lo que había vivido se hacía cada vez más presente, y empezó a implicarse más en distintas iniciativas relacionadas con su pasado. Ya en la recta final de su vida, Tsutomu publicó un libro autobiográfico, participó en un documental y se convirtió en un decidido activista contra las armas nucleares. También se implicó en la reivindicación de los derechos de los hibakusha (en japonés, persona bombardeada), nombre que recibieron los superviventes de ambos ataques nucleares, y que durante mucho tiempo fueron discriminados y excluídos por el resto de la población japonesa.
Tsutomu Yamaguchi murió de cáncer de estómago en enero de 2010. Unos meses antes, en marzo de 2009, el gobierno japonés lo reconoció como víctima de ambas bombas nucleares (hasta entonces, sólo figuraba como superviviente de Nagasaki). Es el único caso reconocido oficialmente, aunque los responsables del Museo de la Paz de Hiroshima estiman que puede haber hasta 160 casos más. Su mujer había muerto dos años antes, de cáncer hepático. Ambos, al igual que sus tres hijos, sufrieron a lo largo de su vida diversos problemas médicos asociados a la exposición a la radiación.