Empecemos con una aclaración para los despistados: la Tierra tiene sólo un satélite (entendiendo satélite con su definición clásica, es decir, un objeto que orbita en torno a un planeta), nuestra querida Luna, inspiración de poetas y confidente de enamorados. Pero a lo largo de los años no han faltado quienes han afirmado la existencia de otros satélites en torno a nuestro planeta.
Lilith
En 1898, un astrónomo alemán llamado Georg Waltemath propuso la existencia de varios pequeños satélites orbitando alrededor de la Tierra cuya gravedad, según él, afectaba a la órbita lunar. Siempre según su teoría, estos satélites eran demasiado oscuros como para ser observados por los telescopios, salvo en determinadas condiciones. Llegó incluso a describir con lujo de detalles a una de aquellas lunas: 700 kilómetros de diámetro, orbitando a algo más de un millón de kilómetros de distancia de la Tierra. Por supuesto, sus teorías no tardaron en ser desacreditadas, sobre todo cuando nadie más halló indicios de su existencia y las supuestas predicciones de su aparición acabaron en rotundos fracasos.
En 1918, un astrólogo llamado Walter Gornhold anunció públicamente haber visto la luna descrita por Waltemath, a la que llamó Lilith, cuando cruzaba por delante del sol. Nadie le hizo demasiado caso.
En 1926, otro astrónomo alemán, esta vez un aficionado llamado W. Spill, afirmó haber visto un segundo satélite alrededor de la Tierra. Tampoco fué capaz de probarlo.
La luna de Petit
En marzo de 1846 Frederic Petit, director del Observatorio de Toulouse, afirmó haber descubierto una segunda luna en órbita elíptica alrededor del planeta. En 1861 publicó sus observaciones en las que aportaba como pruebas de la existencia de esa segunda luna diversas irregularidades en el movimiento lunar, que según él estarían causados por la gravedad de esta segunda luna. Una teoría que obviamente jamás fué confirmada, pero que se hizo bastante popular, hasta el punto de que Julio Verne la aprovechó para su novela de 1865 Viaje a la Luna.
Las lunas de Tombaugh
Clyde Tombaugh, el astrónomo que descubrió al ex-planeta Plutón, dirigió a principios de los años 50 un programa para el Ejército de los EEUU encaminado a buscar asteroides cercanos a la Tierra. En agosto de 1954, la revista Aviation Week publicó que el programa había localizado dos pequeños satélites naturales de la Tierra a tan sólo 600 y 970 kilómetros de distancia. Tombaugh no quiso hacer declaraciones, salvo para desmentir categóricamente tal hallazgo (y para negar también que su programa tuviese alguna relación con la búsqueda de platillos volantes). En 1957, durante una conferencia en Los Ángeles, declaró públicamente que los cuatro años que había durado su búsqueda habían sido infructuosos. Y lo mismo decía el informe final del proyecto, publicado en 1959.
Los satélites de Bargby
A finales de los años sesenta, el astrónomo norteamericano John Bargby afirmó haber observado entre 1966 y 1969 al menos diez pequeños objetos orbitando alrededor de la Tierra, que él creía eran fragmentos de un objeto mayor que se habría desintegrado la década anterior. Sin embargo, muchos de los datos que utilizó para calcular sus órbitas son erróneos, y nadie los ha observado, a pesar de que por su cercanía deberían ser fácilmente visibles.
Cruithne y Toro
El caso de Cruithne es particular. Cruithne es un asteroide que orbita alrededor del Sol y cuyo nombre oficial es "asteroide (3753) Cruithne". Su órbita comparte parcialmente la de la Tierra y por eso algunos la han denominado "la segunda luna de la Tierra", pero no es un auténtico satélite, ya que ambas no estan gravitacionalmente unidas. Descubierta en 1986, Cruithne tiene un diámetro de apenas 5 km. y su órbita, vista desde la Tierra, tiene forma de herradura. En su momento de mayor proximidad, se acerca hasta 12 millones de kilómetros de nosostros (unas 30 veces la distancia de la Tierra a la Luna). Un caso parecido es Toro (1685 Toro), un asteroide descubierto en 1948, cuya órbita está influída por la Tierra y por Venus.
Y luego, claro. están los casos de asteroides errantes que son atraídos por la gravedad terrestre y alteran su tránsito, llegando en algunos casos a permanecer orbitando alrededor de nuestro planeta durante períodos más o menos prolongados; es el caso del 6R10DB9, un diminuto asteroide de apenas cuatro metros de diámetro, que durante 2007 orbitó alrededor de la Tierra antes de sseguir con su viaje interestelar.
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