lunes, 26 de diciembre de 2011

De cómo Ramón María del Valle-Inclán perdió su brazo

Ramón María del Valle-Inclán

Parte del inconfundible aspecto del gran literato español Ramón María del Valle-Inclán tenía que ver con la ausencia de su brazo izquierdo. El propio Valle-Inclán gustaba a menudo de contar diversas versiones, a cual más excéntrica y fabulosa, de la pérdida de dicho miembro. Unas veces contaba que, estando en África y viéndose perseguido por un león hambriento, se lo había dado a la fiera para que, mientras ésta se entretenía devorándolo, le diese tiempo a escapar. Otras veces decía que se lo había regalado a un escritor que acostumbraba a plagiar sus obras, para que pudiera firmarlas con su propia mano. La verdad era mucho más prosaica: había perdido el brazo a resultas de una riña en un café.
Todo ocurrió, si las fuentes son exactas, el 24 de julio de 1899, en el Café de la Montaña, cerca de la madrileña Puerta del Sol. Se reunían de tertulia allí habitualmente, además de Valle-Inclán, otros intelectuales como el poeta Antonio Palomero, el pintor Ricardo Baroja (hermano de Pío Baroja), el dramaturgo Jacinto Benavente (Nobel de Literatura en 1922) o el periodista Manuel Bueno. Aquel 24 de julio la tertulia giró sobre el enfrentamiento que el día anterior habían tenido dos jóvenes conocidos de los tertulianos: Leal da Cámara, pintor y caricaturista portugués, y un joven de buena familia llamado López del Castillo, que habían pasado de los argumentos a los insultos y de ahí, a retarse en duelo. En cierto momento, Bueno intervino en la discusión para decir que el duelo no se celebraría, ya que Leal da Cámara no tenía edad para batirse (contaba sólo 22 años). A lo que Valle-Inclán respondió con su característico ceceo: No zea uzted majadero que uzted no zabe una palabra de ezo.
Viéndose así insultado, Bueno reaccionó echando mano de su bastón para acometer con él a Valle-Inclán, quien a su vez se defendió enarbolando una botella de agua. Bueno propinó a su contrincante un fuerte bastonazo dirigido a su cabeza, que Valle logró detener parcialmente con el brazo izquierdo. Sin embargo, el golpe, además de abrirle una brecha en la cabeza, le fracturó los huesos del antebrazo izquierdo y le clavó en la muñeca el gemelo de la camisa. Los demás miembros de la tertulia lograron entonces separarlos y Valle fué llevado a un médico, que le hizo una cura somera y le vendó el brazo. Sin embargo, el dolor iba en aumento, hasta impedirle incluso dormir, y unos días después Valle volvió al médico, quien encontró que la herida, agravada por la complicada fractura, se había infectado y mostraba signos inequívocos de gangrena, por lo que era necesaria la amputación. Consultado el escritor, dió su permiso, pero pidió que no le anestesiaran para poder contemplar la intervención (dicen que incluso se recortó la barba para no perderse detalle); y cuentan que hasta se fumó un puro mientras observaba. Al final, el dolor le venció y se desmayó.
Al despertarse, ya sin brazo y con el muñón vendado, lo primero que dijo fué: ¡Cómo me duele este brazo!, a lo que Benavente, que había permanecido a su lado durante la operación y el posoperatorio, le contestó: Ese ya no, don Ramón.
Más tarde, sus amigos comunes lograron incluso que Valle y Bueno se reconciliaran. Valle aprovechó su mutilación para presentar un aspecto si cabe más extravagante todavía, y en las tertulias a las que acudía gustaba de compararse con el otro manco ilustre de las letras españolas, Miguel de Cervantes. Tanto lo hacía que más de una vez sus amigos le tuvieron que recordar, burlonamente: ¡Que no fué en Lepanto, don Ramón!.

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