Central térmica de Meirama
La historia de una de las más recordadas revueltas populares del postfranquismo tuvo su inicio a finales de los años 60, cuando un estudio geológico detectaba un enorme yacimiento de carbón en el subsuelo de la parroquia de As Encrobas, en el municipio coruñés de Cerceda. Dado la crónica dependencia energética española de las importaciones de combustibles fósiles, el hallazgo interesó sobremanera a las autoridades y en 1972 un consejo de ministros presidido por el general Franco decretaba al yacimiento como "de interés público" y concedió a la empresa eléctrica Unión Fenosa los derechos de explotación del yacimiento. De inmediato, la empresa, a través de su filial Limeisa (Lignitos de Meirama S.A.) comienza a proyectar la explotación del yacimiento y la construcción de una central térmica en las cercanías (el yacimiento era de lignito pardo, un tipo de carbón poco energético, con lo que para su mejor aprovechamiento se debía reducir en lo posible la distancia entre la mina y la central). El problema era que sobre el yacimiento estaba la parroquia de As Encrobas: varios núcleos de población, doscientas cincuenta casas en las que vivían más de un millar de personas, además de numerosas fincas agrícolas.
A los habitantes de As Encrobas no les hacía ninguna gracia tener que trasladarse, dejando atrás sus hogares y las tierras que durante generaciones habían pertenecido a sus familias. Y les gustó menos todavía cuando el enviado de Unión Fenosa les expuso, con insultante prepotencia, la oferta de la compañía: diez mil pesetas el ferrado, apenas 15'72 pesetas el metro cuadrado, una oferta ridículamente baja. Advirtiéndoles, además, de muy malos modos, que no habría negociación: aquellos que no aceptasen la oferta verían sus propiedades expropiadas.
Tamaña injusticia no dejó indiferentes a los habitantes de As Encrobas. Enseguida comenzaron las reuniones, los encuentros, siempre con un objetivo claro: impedir a toda costa que les arrebatasen de aquella manera lo que era suyo. Entre los aldeanos surgen pronto los primeros liderazgos: hombres como Bestilleiro, Costiñán, Manolo do Pumariño... Hombres de campo, que habían trabajado toda su vida aquellas tierras que ahora querían quitarles. Y delante de todos, el auténtico cabecilla de los sublevados: el párroco de las parroquias de Sésamo y Sueiro, Ramón Valcarce Vega, que pasaría a la historia con el apodo de o cura das Encrobas. No era un sacerdote al uso: de reconocidas simpatías izquierdistas, colaboraba con el Partido Comunista y con el sindicato Comisións Labregas (ambos ilegales), que apoyó decididamente a los sublevados.
La intención de los habitantes de As Encrobas estaba clara: impedir de cualquier manera que los enviados de Unión Fenosa, custodiados por la Guardia Civil, pusieran un sólo pie en sus propiedades. No era solo un acto simbólico: la ley decía claramente que solo se podía tomar posesión de unos terrenos expropiados después de hacer acto de presencia en ellos. Y cada vez que lo intentaban, allí aparecían docenas de aldeanos, armados con palos, aperos de labranza o paraguas, enfrentándose a los guardias civiles armados e impidiéndoles el paso.
El conflicto se prolongó semanas. En toda Galicia se extendió un movimiento de solidaridad con los campesinos de As Encrobas, incluso medios extranjeros se desplazaron al lugar para informar. Ante la enorme presión social, Unión Fenosa se vió obligada a cambiar de estrategia y sentarse a negociar: el precio original se multiplicó y en algunos casos llegó a pagar 550 pesetas por m2. Además, costeó el traslado de algunos edificios emblemáticos, como la iglesia y garantizó empleo para los habitantes desplazados. Aún así, hubo un grupo de lugareños que no aceptó vender y acabó siendo detenido en un último enfrentamiento con la Guardia Civil.
La central térmica de Meirama comenzó a funcionar a finales de 1980. El yacimiento de As Encrobas se agotó a finales de 2007, y la central fué reformada para funcionar con un nuevo tipo de carbón, hulla bituminosa y subbituminosa, que se importa por vía marítima (procedente de yacimientos, entre otros, estadounidenses e indonesios) y se traslada hasta la central por tren. Una industria que, como dijo uno de los afectados años después, trajo mucha riqueza, pero se llevó toda la que había.
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