sábado, 30 de junio de 2012

Los sucesos de Montejurra


Aniano Jiménez Santos (centro) recibe un disparo de García-Verde (a la derecha, con gabardina)

El 31 de marzo de 1830, el rey español Fernando VII promulgaba la llamada Pragmática Sanción, que suponía derogar la Ley Sálica, que excluía del trono a las mujeres. De este modo se aseguraba que su hija Isabel, que nacería el 10 de octubre de ese año, ocuparía el trono. Algo que no gustó nada a su hermano menor, Carlos María Isidro, hasta entonces heredero. Carlos se fué al exilio en marzo de 1833 para no reconocer a Isabel como princesa de Asturias y, cuando Fernando murió en septiembre de ese año, considerándose el legítimo heredero se proclamó rey con el nombre de Carlos V, dando lugar así a la primera guerra carlista (1833-1840). Mientras que por lo general los sectores más conservadores y reaccionarios tomaron partido a favor de Carlos, los moderados y liberales se unieron mayoritariamente a las filas isabelinas. Tras siete años y más de 200000 muertos, se alcanzó un acuerdo de paz e Isabel fué reconocida como reina. Pero poco después se revivían las hostilidades: Carlos María Isidro "abdicaba" en 1845 en su hijo Carlos Luís que, bajo el nombre de Carlos VI, trató de ocupar el trono. La nueva guerra, de 1846 a 1849, tuvo mucha menos significación y sólo tuvo relevancia en regiones con fuerte arraigo carlista: Cataluña, Navarra, Aragón y el País Vasco. Habría aún una tercera guerra carlista, de 1872 a 1876, comenzada por los partidarios de Carlos María de Borbón (alias Carlos VII) tratando de aprovechar el cesconcierto causado por la abdicación de Isabel II, el reinado de Amadeo I y la proclamación de la Primera República, pero de nuevo tuvo una limitada repercusión.
Durante el siglo XX la importancia del carlismo se vió reducida paulatinamente, en medio de la multitud de partidos, movimientos y organizaciones surgidas en la convulsa política española de principios de siglo. Tras el estallido de la Guerra Civil, el regimen franquista forzó al partido carlista a fusionarse con la Falange. Esto provocó en el carlismo unos años de confusión, cismas, escisiones, etc. bajo la "regencia" de Javier de Borbón-Parma, aunque un grupo trató de establecer una nueva línea sucesoria reconociendo como heredero a Carlos de Habsburgo-Borbón (nieto de Carlos VII). Posteriormente, el movimiento carlista, originariamente derechista y conservador, comenzó un giro ideológico que lo acercó a posiciones de izquierda, aunque en contra de la voluntad de parte de sus seguidores más tradicionalistas. En abril de 1975, Javier de Borbón abdicaba en su hijo Carlos Hugo, verdadero impulsor de este cambio político, al que los sectores más reaccionarios del carlismo rechazaban.
Desde altas instancias del gobierno se veía con cierta preocupación este nuevo carlismo, por lo que se aprovechó el descontento interno con Carlos Hugo para tratar de crear un nuevo frente carlista opuesto y de carácter ultraderechista. Los descontentos carlistas más radicales se agruparon en torno a la figura del hermano menor de Carlos Hugo, Sixto Enrique, y a esta nueva facción (al parecer, organizada y financiada por los servicios secretos del gobierno español) se unieron diversos elementos de ultraderecha, procedentes de movimientos como los Guerrilleros de Cristo Rey o la Falange, e incluso mercenarios argentinos e italianos. Y proclamaron a Sixto como el auténtico aspirante, negándole la legitimidad a Carlos Hugo.
En los años cuarenta, Javier de Borbón había instaurado la costumbre de convocar, periódicamente, reuniones de seguidores carlistas en el monte navarro de Montejurra, donde en 1873 había tenido lugar una inportante batalla durante la Tercera Guerra Carlista. Por lo general, los asistentes partían desde el cercano Monasterio de Irache y ascendían a pie al monte, donde tenía lugar una misa y diversos discursos y actos de confraternización. Pero en mayo de 1976 fué radicalmente diferente. A los actos de aquel año acudían representantes de varios partidos de izquierdas (incluídos PSOE y Partido Comunista), con los que Carlos Hugo mantenía estrechas relaciones. Un grupo de seguidores de Sixto, fuertemente armados, acamparon en la cumbre el 7 de mayo amenazando a los fieles a Carlos Hugo para que no trataran de acceder a ella; según decían, la simbólica cumbre había sido "usurpada" y ellos iban a devolverla a sus legítimos dueños.
El sábado 8 de mayo varios seguidores de Carlos Hugo que trataban de acceder a la cumbre fueron amenazados por los leales a Sixto, que les amenazaron con armas de fuego. Aún así, al día siguiente, domingo 9, de nuevo los partidarios de Carlos Hugo trataron de ascender a Montejurra, como estaba previsto. Los primeros incidentes tuvieron lugar ya cerca de Irache: agresiones, pedradas, etc. que culminaron con un disparo efectuado por José Luis Marín García-Verde, un falangista ultrarreaccionario y comandante retirado del Ejército, disparo que hirió de gravedad a un seguidor de Carlos Hugo llamado Aniano Jiménez Santos, que moriría diás después en el hospital. Posteriormente, ya cerca de la cumbre, los sixtinos realizaron varios disparos contra los carloshuguinos, produciéndose varios heridos y un nuevo fallecido, Ricardo García Pellejero (al parecer, también por disparos de García-Verde).
Ante la pasividad de las fuerzas del orden, los responsables del tiroteo lograron huir del lugar. Sólo días más tarde fueron detenidos y procesados tres de los participantes: José Luis Marín García-Verde, Arturo Márquez de Prado y Fernando Carrera. Sin embargo, no llegaron ni a ser juzgados. La Ley de Amnistía de 1977, al haber sido calificados de "políticos" sus crímenes, les dejó en libertad. A Sixto de Borbón ni se le llegó a tomar declaración; fué expulsado del país poco después.

José Luís Marín García-Verde, pistola en mano durante los sucesos de Montejurra

sábado, 23 de junio de 2012

La fuga de Alcatraz

                              Isla de Alcatraz

Pese a que funcionó como cárcel apenas tres décadas, le bastaron a la prisión de Alcatraz para convertirse en uno de los establecimientos penitenciarios más famosos del mundo. Acrecentada dicha fama por el hecho de que nadie haya logrado jamás huir con éxito de sus calabozos. Al menos oficialmente...
La prisión de Alcatraz comenzó a funcionar como tal en 1933, construída a partir de un fuerte militar de mediados del siglo XIX que durante la guerra de Secesión había funcionado como lugar de encarcelamiento para soldados confederados. Aparte de los accesorios habituales en estos lugares (barrotes, vallas, guardias armados, etc.) se unía la ventaja de su situación: un islote en mitad de la bahía de San Francisco, a varios kilómetros de tierra firme, en unas aguas gélidas, con fortísimas corrientes y abundancia de tiburones, todo lo cual hace, en teoría, prácticamente imposible huir a nado (no tanto: el nadador especialista en grandes distancias David Meca logró llegar a tierra en 1999, y con grilletes en las piernas, por encima; los españoles somos así de brutos a la hora de presumir).
Su aparente inviolabilidad la convirtió en la cárcel más segura de Norteamérica, adonde fueron a parar algunos de los presos más famosos y peligrosos de la época, incluídos numerosos gangsters como Al Capone, Alvin Karpis o Whitey Bulger. Y aunque hubo hasta catorce intentos de fuga, ninguno tuvo éxito. O quizá si. En 1937, dos prisioneros, Ralph Roe y Theodore Cole, lograron huir de la isla. Jamás se volvió a saber de ellos, y se les consideró ahogados. Y en 1962 tuvo lugar la fuga más famosa de la historia de Alcatraz, que incluso fué llevada al cine en un filme de 1979 dirigido por Don Siegel y protagonizado por Clint Eastwood.
En enero de 1960 llegó a la isla Fran Morris, un peligroso atracador de bancos, que llevaba desde los trece años entrando y saliendo de distintos correccionales y cárceles. También era un hombre inteligente, con un coeficiente de inteligencia muy superior a la media. Allí se encontró con un viejo conocido, Allen West, que llevaba en la isla desde 1957. Y poco después, llegaban al penal otros dos antiguos camaradas, los hermanos Anglin, John (trasladado en octubre) y Clarence (trasladado en enero de 1961), dos presos no especialmente peligrosos, pero si incómodos: habían logrado escaparse de las dos últimas cárceles donde habían estado encerrados. Los cuatro habían coincidido años atrás en la cárcel de Atlanta, y no tardaron en empezar a maquinar un modo de huir de la en teoría inexpugnable cárcel.
No tardaron en descubrir que detrás de la pared de sus celdas discurría un pasillo de mantenimiento que se comunicaba con sus habitáculos a través de los huecos de ventilación. También se dieron cuenta de que el hormigón de las paredes estaba envejecido y debilitado. Con herramientas improvisadas, como cucharillas y cortaúñas, consiguieron extraer las rejillas de los respiraderos para irlos ensanchando poco a poco hasta que tuvieron el tamaño necesario que permitiese el paso de un hombre. Pero no sólo eso; con el cemento que arrancaban de la pared y otros materiales construyeron falsas cabezas, pintadas y adornadas con pelo natural, para colocar en sus camas y hacer pensar a los guardas que permanecían dormidos en sus celdas. Además también construyeron una primitiva balsa salvavidas, con bolsas de basura y otros materiales, para ayudarles en su travesía. La madrugada del 11 al 12 de junio de 1962 los presos pusieron en práctica su plan. No todos: West fué incapaz de atravesar a tiempo su respiradero y cuando pudo salir de la celda, los demás ya se habían ido, con lo que tuvo que quedarse en su celda.
Por lo que se cree, los tres fugitivos llegaron al tejado a través del pasillo, se descolgaron por las cañerías de desagüe y salieron del recinto saltando varias vallas y cercas de bastante altura. Luego se echaron al mar... y desaparecieron.
En cuanto se supo de su huída, se dió la alarma a toda la zona. El FBI lanzó una de las mayores operaciones de búsqueda de su historia, pero no consiguió hallar nada. Sólo se hallaron algunas pertenencias de los Anglin y frangmentos de lo que podía ser la balsa en un islote a unos tres kilómetros de Alcatraz, llamado del Ángel. Ni cuerpos, ni señal alguna de los fugitivos. Pasadas unas semanas, se cesó de buscarlos y el 31 de diciembre de 1979 el FBI cerró el caso de manera oficial, concluyendo que "no hay indicio creíble de que los huídos estaban todavía vivos". Sin embargo, los U. S. Marshalls siguen investigando el caso, que permanecerá abierto, al menos, hasta que los huidos cumplan 100 años.
¿Qué pasó realmente con los tres fugitivos? ¿Consiguieron fugarse o se ahogaron? Hay datos en contra y a favor. En contra, además de las notorias dificultades de la huída, está el hecho de que no se ha tenido noticia de ninguno de los tres a lo largo de estos años. Resulta difícil de creer que tres delincuentes habituales hayan podido esconder su rastro de manera tan eficiente. Morris no tenía familia, pero los Anglin si, y aunque dicen creer que siguen vivos, nunca han admitido que se hayan puesto en contacto con ellos. Además, existe el testimonio de la tripulación de un carguero noruego que, semanas después de la huída, avistó un cadáver flotando en la bahía de San Francisco, cuyos rasgos coincidían con los de Morris.
¿Indicios a favor? Pocos y circunstanciales. Además de testigos que afirman haber visto a los huídos (sin ninguna prueba física y de dudosa credibilidad), la familia Anglin cuenta que, tras la fuga, la madre de los huídos recibía siempre en su cumpleaños un ramo de flores enviado de manera anónima. Diversas reconstrucciones y documentales sobre la escapada refrendan que pudieron llegar a tierra firme, y que esa misma noche se denunció el robo de un coche cerca de la costa, que pudo haber sido utilizado por los fugitivos. Un dato curioso lo aporta el conocido programa MythBusters: el lugar más probable al que habrían llegado los presos es el entorno del cabo de Marin, desde donde la corriente podría haber llevado los restos de la balsa al islote del Ángel, donde aparecieron.
La prisión de Alcatraz se clausuró al año siguiente de la huída de Morris y los Anglin. Algunos dijeron que era por haber perdido su fama de "a prueba de fugas". La realidad es mucho más prosaica: el coste del presidio era demasiado alto. Cada preso de Alcatraz costaba al gobierno norteamericano el doble de lo que costaban los presos de otras cárceles, y además, el desgaste y la corrosión de sus instalaciones, provocadas por el clima y el salitre, hacían que la cárcel requiriera una serie de elevadas inversiones para su mantenimiento. Por eso la cárcel se cerró y los presos fueron distribuídos por otros penales. En 1969, un grupo de indios norteamericanos la ocuparon y permanecieron en ella 18 meses, reivindicando que la propiedad de la isla les fuera devuelta. En 1972 pasó a formar parte del Parque Nacional Golden Gate, en 1976 fué nombrada "Lugar Histórico Nacional" y hoy en día es una de las principales atracciones turísticas de San Francisco y recibe miles de visitas al año.
Una de las falsas cabezas que los presos utilizaron para disimular su ausencia durante la noche

sábado, 16 de junio de 2012

Arrepentimiento literario

Joseph Hilaire Pierre René Belloc (1870-1953)

El escritor anglofrancés Hilaire Belloc, amigo íntimo de G. K. Chesterton, dejó a su muerte una extensa obra literaria (más de 150 libros, entre ensayos, novelas, poemarios y libros de historia). Pero no se sentía orgulloso de toda su obra por igual. Lo cierto es que buena parte de ella había sido escrita con el único objetivo de obtener dinero para pagar sus numerosas deudas, así que entre ella se encontraban libros de calidad más que discutible.
En cierta ocasión, allá por la década de los 30, Belloc viajaba en tren cuando se dió cuenta de que el viajero situado enfrente de él estaba enfrascado en la lectura de un ejemplar de su Historia de Inglaterra. Belloc se inclinó hacia él y le preguntó cuánto le había costado el libro. Cuando le hubo respondido, el escritor sacó de su bolsillo la cantidad indicada, se la entregó al otro viajero y, sin decir palabra, le arrebató el libro y lo arrojó por la ventanilla del vagón.

martes, 5 de junio de 2012

Las seis esposas de Enrique VIII

                    Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547)


El rey Enrique VIII de Inglaterra ha pasado a la historia por dos motivos fundamentales: la ruptura con la Iglesia Católica y el establecimiento de la Iglesia Anglicana, y su más que agitada vida sentimental. Aunque el primero es en buena parte consecuencia del segundo. Hoy voy a hacer una semblanza de las esposas del rey.
La primera esposa de Enrique fué la española Catalina de Aragón, hija de los reyes Católicos. Sus padres la habían prometido siendo una niña con el heredero al trono inglés, Arturo, y el matrimonio se celebró cuando ambos tenían quince años. Pero Arturo era bastante debilucho y murió apenas seis meses después de la boda, con lo que ambas familias pactaron que Catalina se casaría con el hermano menor de Arturo, Enrique, cuando alcanzara la edad adecuada (por entonces tenía sólo diez años). Para ello hubo de pedir una dispensa papal, ya que, al haber estado casada con su hermano, legalmente Catalina era pariente suya...
La boda entre ambos se celebró en junio de 1509, dos meses después de la muerte de Enrique VII y de que Enrique hubiera subido al trono. Catalina, todo hay que decirlo, fué una excelente reina: inteligente, muy culta, con un carácter fuerte y decidido (en alguna ocasión llegó a pasar revista a caballo a las tropas) y muy atractiva (tenía los ojos azules, el pelo rubio y la piel blanca). Y Enrique, al parecer, se casó enamorado. Pero su gran obsesión era tener un heredero varón, que confirmase a su todavía joven dinastía, los Tudor, en el trono (al que habían accedido después de que su padre, Enrique VII, derrotase en 1485 al hasta entonces rey Ricardo III). Y Catalina fué incapaz de darle el heredero. De los siete embarazos que tuvo, sólo una niña, María (que luego reinaría como María I Tudor) llegó a la edad adulta. Enrique empezó a desesperarse. Y entonces entró en escena Ana Bolena.
Ana Bolena era una de las varias "amantes oficiales" que tenía el rey (además de innumerables relaciones ocasionales) y su propia hermana, María Bolena, la había precedido en tal "cargo" (llegó a tener dos hijos ilegítimos del monarca, Enrique y Catalina Carey). Atractiva, sensual y ambiciosa, volvió loco de pasión a Enrique y lo convenció de que ella sí podía darle el ansiado heredero. Así que Enrique VIII pidió al papa Clemente VII que anulara la validez de la bula papal que había validado su matrimonio con Catalina, para así poder declarar dicho matrimonio no válido y poder casarse con Ana. Pero a ello se opuso rotundamente el rey español, Carlos V, sobrino carnal de Catalina y católico ferviente, que veía la petición de Enrique no sólo como una burla a las leyes de la Iglesia, sino también como una ofensa directa a su familia. Y Clemente VII, considerando los argumentos de ambos, consideró que Carlos V tenía más soldados y más cerca de Roma, por lo que denegó la petición de Enrique. Éste, enfurecido y poco acostumbrado a que le llevaran la contraria, se declaró independiente de Roma, abrazó el protestantismo y se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra (lo que le costó, evidentemente, la excomunión). Y así, se casó con Ana en enero de 1533 (aunque no anuló oficialmente su matrimonio con Catalina, que había sido confinada en un castillo, hasta mayo de ese año).
A Ana Bolena también se la conoce como "Ana de los mil días", porque esa fué mas o menos la duración de su reinado. También ella fué incapaz de darle el deseado heredero, y sólo le dió una hija, Isabel (la famosa Isabel I de Inglaterra, la reina virgen). El rey acabó por hartarse de ella, y en mayo de 1536, Ana fué arrestada y recluida en la Torre de Londres, acusada de adulterio, incesto y alta traición. Declarada culpable, fué decapitada (igual que su hermano George y varios de sus supuestos amantes) el 19 de mayo. Pocos días después, el rey, que no había tomado parte de ninguna manera en su proceso, se casaba con su amante Jane Seymour.
Con Jane, el rey tuvo, por fin, su heredero: Eduardo, nacido un año después de su matrimonio y que a la muerte de su padre reinaría brevemente como Eduardo VI (antes de morir de tuberculosis con apenas 16 años). Sin embargo, Jane tuvo una serie de complicaciones en el parto y murió dos semanas después a consecuencia de una infección.
El rey tenía su ansiado heredero y, tras la muerte de Jane, había vuelto al estado de "soltero retozón". Y empezó a pensar en contraer un nuevo matrimonio. Su primer ministro, Thomas Cromwell, le sugirió aprovecharlo para establecer una alianza, ahora que se había quedado huérfano de aliados. Él mismo se encargó de buscar a la novia adecuada, y al final las candidatas quedaron reducidas a las hermanas Ana y Amelia de Cleves, hermanas del duque Wilhelm de Jülich-Cleves-Berg, uno de los nobles protestantes más poderosos e influyentes de Alemania. Finalmente, fué Ana de Cleves la escogida.
Como era costumbre en matrimonios concertados, ambos pretendientes se intercambiaron retratos y el rey dió el visto bueno a su prometida. Pero cuando ésta llegó a Inglaterra en enero de 1540, Enrique se llevó una desagradable sorpresa. Holbein el joven, el autor del retrato de Ana, era un artista muy generoso con sus modelos y derrochaba imaginación en sus obras. Digámoslo claramente: nadie protestaría si fuera declarado santo patrón del Photoshop. Ana De Cleves no era exactamente la hermosa joven del retrato: era una mujer alta, corpulenta, hombruna y con la cara marcada por las cicatrices de la viruela. El propio rey la llamó "la yegua de Flandes" y trató de buscar alguna salida para anular el compromiso, sin éxito; se vió obligado a casarse con ella el 6 de enero. El rey accedió para no poner en peligro la alianza con los alemanes, pero no quiso ni consumar el matrimonio ni tener más contacto con ella. En julio de ese mismo 1540, harto de la situación, pidió a Ana su consentimiento para anular el matrimonio, a lo que ella accedió. El rey, muy contento de que todo se resolviese de manera tan sencilla, la colmó de atenciones, le concedió numerosas propiedades, la llamaba su querida hermana y la invitaba a menudo a la corte. Llegó a declarar su precedencia entre todas las mujeres de Inglaterra, salvo su mujer e hijas. En resumidas cuentas, el equivalente de la época al "Te quiero, pero sólo como amiga" de hoy. Ah, y aunque Ana se libró del hacha del verdugo, no así Cromwell, ejecutado poco después de la disolución del matrimonio.
Después de Ana, Enrique no tardó ni un mes en volver a casarse, en esta ocasión con Catalina Howard. Catalina, que era apenas una adolescente, era dama de compañía de Ana De Cleves cuando el rey la conoció y se encaprichó de ella. Tras un par de meses como amantes, la convirtió en su nueva reina. El rey estaba entusiasmado con su nueva reina; pero el sentimiento no era precisamente mutuo. Catalina era una joven hermosa y vivaracha y aquel marido, por muy rey que fuera, era un cincuentón obeso y enfermo de sífilis. Así que no tardó en encontrar consuelo en los brazos de Thomas Culpeper, uno de los caballeros de confianza del rey, quien era un mozo guapo y varonil. Pero la relación no tardó en llegar a oídos del rey, que se enfureció en extremo. y más aún cuando supo que Catalina no era la joven virtuosa e inocente que el creía que era; antes de llegar a la corte, ya había tenido un par de amantes, un profesor de música y un tal Francis Dereham, al que ella había nombrado secretario suyo. Presa de un imponente enfado, el rey hizo arrestar y ejecutar no sólo a Catalina y a Culpeper, sino también a Dereham y a lady Rochford (viuda del también ejecutado George Bolena) como encubridora de los amantes. Catalina fué reina de julio de 1540 hasta febrero de 1542.
Después de todos estos avatares, increíblemente al rey todavía le quedaban ganas de matrimonio. Su sexta esposa fué, aparentemente, otro capricho suyo: Catalina Parr, una atractiva y rica aristócrata, viuda dos veces, y que por entonces, al parecer, era la amante de Thomas Seymour, hermano de la tercera esposa de Enrique. Al parecer Catalina accedió al matrimonio por imposición y no por gusto. Sin embargo, su fuerte carácter le permitió tener cierta influencia sobre el rey y le indujo a reconciliarse con sus dos hijas, María e Isabel. El matrimonio se celebró el 12 de julio de 1543 y duró hasta el 28 de enero de 1547, cuando Enrique murió otorgando así a Catalina el gran honor (y el gran alivio) de convertirse en Reina Viuda de Inglaterra... aunque la viudez no le duró mucho: antes de seis meses ya se había casado con Thomas Seymour.

sábado, 2 de junio de 2012

La espada de Aurangzeb

Abú Muzaffar Muhiuddin Muhammad Aurangzeb Alamgir (1618-1707), emperador mogol de 1658 a 1707

El imperio mogol fué un estado islámico establecido en el norte de la India a principios del siglo XVI, regido por una dinastía de origen persa descendiente del mítico Tamerlán (o Timur Lang, para ser más correctos). En su época de mayor esplendor llegó a dominar la mayor parte del subcontinente indio, así como la mayor parte de lo que hoy son Afganistán, Pakistán, Bangladesh, Nepal, Bután e incluso parte de Irán. Y Abú Muzaffar Muhiuddin Muhammad Aurangzeb Alamgir (1618-1707) fué su sexto emperador.
Aurangzeb (llamémoslo a partir de ahora así, ya que hay confianza) era hijo de Shah Jahan, el constructor del archiconocido Taj Mahal. A diferencia de sus antecesores, Aurangzeb era un musulmán estricto y bastante fanático. Además era muy ambicioso y belicoso y, siendo el tercero en la línea sucesoria, no reparó en los medios necesarios para llegar al trono: recluyó a su padre en prisión los últimos años de su vida e hizo ejecutar a dos de sus tres hermanos (el tercero, por lo visto, era el que más corría).
Lo cierto es que Aurangzeb pasó la mayor parte de su casi medio siglo de reinado guerreando. Combatió por todas sus fronteras para aumentar sus posesiones, a costa de dejar un imperio exhausto y dividido que poco después entraría en decadencia y sería derrotado por los iraníes, y que acabaría cayendo bajo el dominio británico a mediados del siglo XIX. Y el amigo Aurangzeb tampoco se caracterizó por su tolerancia: llevado por su fanatismo, destruyó numerosos templos de otras religiones, fundamentalmente hinduistas, y forzó conversiones en masa. Vamos, que la imagen con la que ha pasado a la posteridad no es demasiado positiva.
Damos ahora un salto en el tiempo hasta finales del siglo XIX. En 1875 se fundó la Universidad de Aligarh, a unos 150 kilómetros de Nueva Delhi, gracias al empeño de un político, educador y filántropo llamado sir Syed Ahmed Khan. La Universidad, conocida como "el Oxford del Este", es una de las instituciones educativas más prestigiosas de la India, surgió como un proyecto para educar a los musulmanes de la India tras las revueltas de 1857, y acabó siendo uno de los centros donde germinaron los movimientos independentistas de la India y Pakistán contra el imperio británico. Posee la considerada la segunda mayor biblioteca de Asia, con cerca de millón y medio de libros y miles de manuscritos, muchos de ellos verdaderamente extraordinarios, como un ejemplar del Corán datado en torno al siglo VII. Y eso, dentro de lo conocido, porque en sus distintas dependencias hay numerosos documentos y objetos sin catalogar, la mayor parte de ellos procedentes de donaciones que jamás fueron registradas, con lo que no se sabe muy bien lo que puede haber en ellos. Precisamente, hace algo más de un año, Ata Kurshid, el jefe de la división de manuscritos de la universidad, se hallaba revisando algunos de estos objetos no clasificados cuando decidió abrir un armario metálico con todo el aspecto de no haber sido abierto en décadas. Imaginaos su sorpresa cuando en su interior halló, entre otros objetos (como un set de escritura en zafiro que había sido propiedad del rey afgano Nadir Shah) una espada, que resultó ser, ni más ni menos que la mismísima espada de Aurangzeb. La espada, de acero con incrustaciones de oro y empuñadura dorada, está en perfecto estado... salvo por la ausencia de los cinco hermosos diamantes que lucía su empuñadura y de los que no hay ni rastro. Los propios dirigentes de la universidad reconocen que la escasez de fondos les impide revisar sus fondos con la minuciosidad que querrían, y ni ellos mismos se aventuran a decir qué tesoros quedan por descubrir aún en sus almacenes.