William Howard Russell (1820-1907), fotografiado en Crimea por Roger Fenton
En los albores del periodismo tal y como hoy lo conocemos era muy infrecuente que las noticias del desarrollo de una guerra fuesen obtenidas directamente por los periodistas. Podían acudir al frente y escribir artículos que se publicarían a posteriori, pero para el día a día los diarios recurrían a "corresponsales", que solían ser los propios soldados u oficiales combatientes, los cuales, como era de esperar, solían dar una versión sesgada y parcial de lo ocurrido. Y fué así hasta que a los periódicos se les ocurrió empezar a enviar a periodistas a seguir desde primera línea los conflictos. Aunque algunos atribuyen el papel de pioneros al griego Jenofonte por su Anábasis o a Julio César por su De bello Gallico, no dejan de ser militares escribiendo la crónica de sus campañas. El papel de auténtico primer corresponsal de guerra, o por lo menos así se lo atribuyen los ingleses y ha sido aceptado tácitamente por los demás, le corresponde a William Howard Russell.
Todo comenzó con la Guerra de Crimea. El imperio ruso y el otomano se habían enfrentado con la excusa del favoritismo otorgado por el sultán Abdülmecit I a los monjes católicos frente a los ortodoxos en su custodia de los Santos Lugares. El Reino Unido, temeroso de que una victoria incitara a los rusos a inmiscuirse en sus intereses en la India y Persia, entró en el conflicto a favor de los turcos, igual que hizo Francia.
Ahora bien, el gobierno británico, encabezado por el conde de Aberdeen como primer ministro, estaba dividido. Una corriente, liderada por Lord Russell, ministro de Asuntos Exteriores, estaba a favor de una salida diplomática, mientras que otra, liderada por Lord Palmerston, ministro de Interior, defendía una intervención armada. Ambas corrientes tenían numerosos apoyos en la sociedad británica, y entre los que apoyaban la opción bélica estaba The Times, el periódico más antiguo y prestigioso del Reino Unido, que tiraba a diario la asombrosa cifra de setenta mil ejemplares (todos sus competidores juntos sumaban apenas veinte mil).
Finalmente triunfó la vía militar y el gobierno británico envió un ultimátum al zar Nicolás I... cuyo contenido publicó inmediatamente el Times en primera página. Nunca se llegó a saber quién había filtrado los términos del ultimátum al periódico, y los rusos se enteraron de la respuesta británica por la prensa (la respuesta oficial tardó varios días en llegar a San Petersburgo por los cauces diplomáticos habituales).
En fin, que estando la guerra en marcha, el director del Times, Thadeus Delane, decidió que el asunto era demasiado importante, para el periódico y para Inglaterra, como para publicar los mismos informes oficiales de siempre. Y decidió algo inusual: enviar a uno de sus periodistas, para que transmitiera crónicas de primera mano desde el frente. El elegido fué William Howard Russell, un irlandés jovial y extrovertido, bebedor y fumador, y también un excelente reportero, que ya contaba con experiencia en conflictos bélicos (había escrito sobre la llamada Primera Guerra de Schleswig, que entre 1848 y 1851 enfrentó a tropas de Dinamarca, Prusia, el Imperio Alemán y Suecia por el control de los ducados de Schleswig y Holstein).
Russell llegó a Crimea a principios de 1854, acompañando a los primeros contingentes de tropas británicas. Se suponía que iba a quedarse sólo unas semanas, pero se acabó quedando casi dos años. Los altos mandos del ejército estaban un poco descolocados, no sabían muy bien cómo lidiar con aquel sujeto, ya que nunca habían tenido que vérselas con una situación semejante. Y reaccionaron como era de esperar en los militares: sin impedirle abiertamente llevar a cabo su labor, si procuraron ponerle todos los inconvenientes posibles. Y Russell se tomó cumplida venganza. Aunque no caía bien a los jefazos, sí tenía una gran habilidad para ganarse la simpatía de los soldados y oficiales de grado medio. En una serie de brillantes crónicas, no sólo dió información detallada del desarrollo del conflicto, sino que sacó a la luz todos los problemas a los que las tropas británicas se tenían que enfrentar. La falta de equipamiento, la incompetencia de muchos oficiales, la desorganización, las pésimas condiciones sanitarias (las crónicas de Russell fueron el motivo que animó a la mítica Florence Nightingale a acudir al frente junto a un grupo de enfermeras voluntarias) quedaban bien a las claras en sus informes. La misma reina Victoria se mostró disgustada con el tono de los reportajes (que calificó de infames ataques contra el ejército), su marido Alberto de Sajonia llegó a sugerir el linchamiento del periodista (la pluma y la tinta de un mezquino escritorzuelo están avergonzando al país), y lord Raglan, comandante de las tropas británicas, llegó a afirmar que las crónicas de Russell ponían en peligro a los soldados, ya que revelaban información secreta al enemigo. Sin embargo, el público británico se mostró encantado con sus artículos, ya que por primera vez se les presentaba un retrato veraz de las condiciones en las que combatía su ejército, y aclamó a Russell cuando volvió a Londres tras la guerra.
El 25 de octubre de 1854, Russell fué testigo de excepción desde una colina cercana de la famosa batalla de Balaclava y la celebérrima (y absurda) Carga de la Brigada Ligera. En su crónica de aquel día, Russell utilizó por primera vez una expresión que se haría común, "la delgada línea roja", para referirse a las tropas británicas organizadas para el combate. Y fué precisamente su crónica la que inspiró al poeta lord Tennyson a escribir el más célebre de sus poemas (Hacia el valle de la Muerte / Cabalgaron los Seiscientos).
La situación en Crimea repercutía seriamente sobre la sociedad (y el gobierno) británicos. Al mal desarrollo del conflicto, puesto en evidencia por las crónicas de Russell, se sumaron sendas epidemias de cólera y malaria que afectaron a las tropas (se estimaba que, entre enfermos y heridos, sólo 9000 de los 23000 soldados estaban en condiciones de pelear) y el hundimiento de varios buques por una tormenta. Finalmente, en enero de 1855, Aberdeen, que había declarado la guerra a su pesar, acabó dimitiendo como primer ministro, siendo sustituído por Lord Palmerston, verdadero impulsor del conflicto. Tiempo después, el duque de Newcastle, Secretario de Guerra con Aberdeen, le dijo a Russell: Fuiste tú quien hizo caer al gobierno.
Una de las primeras decisiones del gobierno fué financiar el envío a Crimea del fotógrafo Roger Fenton, con el objetivo de que tomara fotografías "no críticas" (es decir, nada de muertos ni heridos, sólo soldados formando marcialmente, briosos jinetes portando la Union Jack y cosas así) para contrarrestar la negativa impresión que las crónicas de Russell tenían sobre los ingleses.
Russell permaneció en Crimea hasta finales de 1855, cuando el ejército británico estableció una normativa nueva para censurar los despachos de los corresponsales para "evitar la difusión de información confidencial que ayudara al enemigo", siendo sustituído por el corresponsal del Times en Constantinopla. Como ya he dicho, a su regreso a Inglaterra fué recibido como un héroe por el entusiasmado pueblo inglés.
A partir de entonces, Russell se convirtió en el corresponsal oficial del Times para los conflictos bélicos. Después de Crimea estuvo presente en la rebelión de los cipayos en la India (1857-58), donde se mostró muy crítico con las atrocidades cometidas por ambos bandos. Estuvo presente en 1861 y 62 en la Guerra de Secesión norteamericana. Dejó el periódico en 1863, aunque siguió trabajando puntualmente para el Times: la guerra austro-prusiana (1866), la guerra franco-prusiana (1870-71) y estuvo presente en el breve experimento que fué la Comuna de París (marzo-mayo de 1871). En 1879 viajó a Sudáfrica en plena guerra con los zulúes, como secretario del Príncipe de Gales, futuro Jorge V. Se retiró definitivamente en 1882 y fundó una revista, Army and Navy Gazette, especializada en temas militares. Fué nombrado caballero en 1895 y murió en 1907.
Aunque no fué el primer periodista que escribió sobre una guerra, si fué el que estableció el modelo de corresponsal de guerra (un término que a él no le gustaba demasiado) con la veracidad y la integridad que se les supone, abriendo así un camino nuevo en el periodismo.
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