Hace cerca de un año, publiqué en este blog un post sobre una curiosa enfermedad, el síndrome del acento extranjero, que dio pie incluso a un entretenido intercambio de datos con uno de mis blogs amigos, el interesante blog de Nonsei sobre la Segunda Guerra Mundial. Hoy hablaré de otra extrañísima patología: el síndrome de Cotard.
El síndrome de Cotard, también conocido como delirio de negación, delirio nihilista o, más vulgarmente, como síndrome del muerto viviente, es un delirio psicótico de tipo hipocondríaco que lleva al que lo sufre a creer estar muerto o carecer, en parte o totalmente, de cuerpo. Los detalles concretos del delirio varían según el paciente: unos creen que están muertos, que su corazón no late ni su sangre corre por sus venas; otros creen que carecen de determinados órganos; y otros creen sencillamente que han dejado de existir, que son como fantasmas sin existencia corpórea. En casos extremos, viene acompañado de alucinaciones visuales y olfativas en las que el paciente literalmente percibe cómo su cuerpo se descompone.
Esta enfermedad toma su nombre del neurólogo francés Jules Cotard, quien en una conferencia celebrada en París en 1880 presentó públicamente el primer caso conocido de lo que el llamaba "délire de négation": la paciente, una mujer de 43 años identificada como "Mademoiselle X" negaba la existencia de Dios y el diablo, creía que carecía de órganos y estaba formada sólo de piel y huesos, y más adelante, que estaba condenada para la eternidad y no podía morir de muerte natural. Acabó muriendo de inanición al negarse a tomar alimentos, porque según ella no lo necesitaba al carecer de sistema digestivo.
Este es precisamente uno de los motivos por los que los que sufren esta patología necesitan de cuidados y vigilancia continuos; el convencimiento de haber muerto les lleva a descuidar por completo aspectos como la alimentación o la higiene e, incluso, a mostrar un desapego absoluto por su seguridad que les lleva a ponerse temerariamente en situaciones de peligro.
La base neurológica de este mal es una "desconexión" entre el área 37 de Brodman, una parte de la corteza visual, en el lóbulo occipital del cerebro, encargada del reconocimiento de las facciones, y la amígdala y el sistema límbico, donde esa información visual se relaciona con las emociones y sentimientos. Los pacientes son incapaces de reconocer su propia imagen y acaban convenciéndose que están muertos. La misma base neurológica está presente en otro trastorno mental parecido: el síndrome de Capgras, que lleva a los que lo padecen a creer que alguien de su entorno cercano (familia, amigos, vecinos) ha sido suplantado por un impostor idéntico a él.
En la evolución de esta patología se distinguen tres fases: germinación, en la que aparecen los primeros síntomas hipocondríacos y psicóticos; florecimiento, en que estos síntomas se desarrollan y evolucionan; y fase crónica, en la que los delirios alcanzan su máxima expresión y la enfermedad se hace crónica.
Generalmente, este síndrome aparece asociado a graves depresiones pero también se puede dar en otras enfermedades mentales severas tales como la esquizofrenia o la psicosis por demencia, intoxicación o consumo de drogas. También se conoce al menos un caso en el que se manifestó en una persona que había sufrido daños cerebrales en un accidente de tráfico. El tratamiento habitual es mediante farmacología y psicoterapia. Antidepresivos, antipsicóticos y estabilizadores del estado de ánimo suelen dar buenos resultados. En ocasiones, se combina este tratamiento farmacológico con terapia electroconvulsiva.
Jules Cotard (1840-1889) |
Este es precisamente uno de los motivos por los que los que sufren esta patología necesitan de cuidados y vigilancia continuos; el convencimiento de haber muerto les lleva a descuidar por completo aspectos como la alimentación o la higiene e, incluso, a mostrar un desapego absoluto por su seguridad que les lleva a ponerse temerariamente en situaciones de peligro.
La base neurológica de este mal es una "desconexión" entre el área 37 de Brodman, una parte de la corteza visual, en el lóbulo occipital del cerebro, encargada del reconocimiento de las facciones, y la amígdala y el sistema límbico, donde esa información visual se relaciona con las emociones y sentimientos. Los pacientes son incapaces de reconocer su propia imagen y acaban convenciéndose que están muertos. La misma base neurológica está presente en otro trastorno mental parecido: el síndrome de Capgras, que lleva a los que lo padecen a creer que alguien de su entorno cercano (familia, amigos, vecinos) ha sido suplantado por un impostor idéntico a él.
En la evolución de esta patología se distinguen tres fases: germinación, en la que aparecen los primeros síntomas hipocondríacos y psicóticos; florecimiento, en que estos síntomas se desarrollan y evolucionan; y fase crónica, en la que los delirios alcanzan su máxima expresión y la enfermedad se hace crónica.
Generalmente, este síndrome aparece asociado a graves depresiones pero también se puede dar en otras enfermedades mentales severas tales como la esquizofrenia o la psicosis por demencia, intoxicación o consumo de drogas. También se conoce al menos un caso en el que se manifestó en una persona que había sufrido daños cerebrales en un accidente de tráfico. El tratamiento habitual es mediante farmacología y psicoterapia. Antidepresivos, antipsicóticos y estabilizadores del estado de ánimo suelen dar buenos resultados. En ocasiones, se combina este tratamiento farmacológico con terapia electroconvulsiva.
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