sábado, 19 de abril de 2014

La batalla de Karánsebes


Durante siglos la región de los Balcanes fue una zona de continuos conflictos entre el Imperio otomano y los reinos cristianos de Centroeuropa. Los enfrentamientos, conflictos, guerras, escaramuzas, invasiones, se sucedían con cierta frecuencia. Una de estas guerras fue la llamada Guerra Ruso-turca de 1787, iniciada tras el intento de los turcos de recuperar una serie de territorios que se habían visto obligados a ceder a los rusos tras la anterior Guerra Ruso-turca de 1768-74. Los turcos acabaron siendo derrotados por el Imperio ruso y sus aliados del Sacro Imperio Romano Germánico, viéndose obligados a realizar nuevas concesiones territoriales y a reconocer la anexión de Crimea por los rusos que había tenido lugar en 1783.
En el transcurso de esa guerra tuvo lugar una de las batallas más extrañas y absurdas de la historia; tan extraña, que ni siquiera tuvo dos contendientes, sino que se libró entre miembros del mismo ejército: la batalla de Karánsebes.
Corría el año 1788 y, ante la amenaza de un ejército turco que se dirigía hacia territorio alemán, el emperador José II de Habsburgo movilizó a toda prisa un ejército de 100000 hombres que se dirigió a la ciudad fronteriza de Karánsebes (la actual Caransebeș rumana), por donde se esperaba que los turcos cruzasen la frontera. Aquel ejército era una amalgama de unidades procedentes de las distintas regiones del imperio (alemanes, austríacos, húngaros, italianos, rumanos, serbios, croatas). Muchos de aquellos soldados ni siquiera entendían el alemán, pero aún así se les puso bajo las órdenes de oficiales alemanes y austríacos, que tampoco entendían a los hombres que mandaban.
El día 18 de septiembre de 1788 el ejército comenzó a tomar posiciones en una gran planicie cercana a la ciudad. Los primeros en llegar fueron un escuadrón de húsares (caballería ligera de origen húngaro) como exploradores, con la misión de localizar posibles enemigos, pero no encontraron señal alguna de los turcos. A quienes si encontraron fue a una caravana de zíngaros que vendían schnapps (un aguardiente bastante fuerte) y les compraron varios barriles, que empezaron a consumir de inmediato. Cuando las primeras unidades de infantería comenzaron a llegar, buena parte de los húsares ya estaban ebrios o casi. Al ver que disponían de alcohol, algunos de los soldados de infantería fueron a pedirles que lo compartiesen con ellos, pero, lejos de hacerlo, los húsares construyeron una barricada en torno a los barriles de licor y se negaron a darles nada. Se inició una discusión que fue creciendo: de los gritos se pasó a los insultos, luego a los golpes y, finalmente, alguien disparó al aire tratando de calmar los ánimos.
El sonido de los disparos provocó una ola de pánico entre los soldados ajenos a la discusión. Creyendo que el disparo provenía de tiradores otomanos, los soldados empezaron a correr de un lado a otro, cogiendo sus armas y gritando que llegaban los turcos. Sus oficiales trataron de poner orden al grito de Halt! Halt! (en alemán, ¡Alto!) pero los soldados no sólo no los entendieron, sino que creyeron que aquellos gritos eran turcos que gritaban Allah! Allah!. La confusión se extendió por el campo, mientras los soldados, desconcertados y atemorizados, comenzaban a disparar sin saber contra quién. Al oir la algarabía, los húsares creyeron que se estaba produciendo un ataque; montaron a caballo y comenzaron a cabalgar en torno al campo, buscando a los turcos.
A todo esto, seguían llegando al campo otras unidades del ejército imperial. Al ver la algarabía y los húsares cabalgando por el campo, el oficial al mando de un escuadrón de caballería creyó que los turcos estaban atacando el campamento y ordenó una carga, sable en mano, contra los húsares. A su vez, una unidad de artillería vio a la caballería cargando y creyó que eran ellos los turcos, comenzando a bombardearlos. Mientras, por el campo de batalla, los soldados se agrupaban en pequeños grupos que se disparaban unos a otros sin orden ni concierto, creyendo ver turcos por todas partes.
Finalmente, tras varias horas del más absoluto caos, el ejército se retiró en una desbandada general, donde incluso el emperador José II se llevó un buen susto cuando su caballo se espantó y el monarca dio con su imperial persona en un arroyo.
Los turcos llegaron a Karánsebes dos días después, conquistando la ciudad sin resistencia y descubriendo asombrados los cadáveres de 9000 soldados yaciendo sobre el campo de batalla. El emperador le escribiría más tarde a su canciller el príncipe de Kaunitz:
Este desastre sufrido por nuestro ejército a causa de la cobardía de alguna de nuestras unidades aún es incalculable. El pánico reinaba por doquier, en nuestro ejército, en el pueblo de Karánsebes y en todo el camino hasta Timisoara, a diez leguas largas de allí. No puedo describir con palabras los terribles asesinatos y violaciones que se produjeron.
Húsar

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