lunes, 30 de junio de 2014

La rebelión de los desertores

Lucio Aurelio Cómodo Antonino (161-192)

A día de hoy, es muy poco lo que sabemos sobre Materno. Apenas que era un militar del ejército romano y que desertó en torno al año 180 d. C. Pero por sus acciones podemos deducir que era un gran estratega, un avispado líder y un hombre inteligente y audaz pero quizá demasiado ambicioso.
A la muerte de Marco Aurelio en el 180, su hijo Cómodo fue nombrado emperador. Con apenas 18 años, era un joven disoluto y libertino, que apenas tenía interés en el gobierno y la administración, y prefería dedicarse a sus aficiones: las fiestas, sus amantes, los deportes y el circo, del que era un apasionado. Aún así, era muy popular entre el pueblo llano y el ejército: apuesto, varonil, descarado, era un personaje atractivo y seductor. Al menos, hasta que asumió el gobierno. A Cómodo aquello de gobernar un imperio le aburría soberanamente y no tardó en ceder las responsabilidades administrativas a favoritos como Saotero y Cleandro, para tener más tiempo que dedicar a sus numerosísimos amantes de ambos sexos y a las competiciones deportivas, las carreras de caballos y las luchas contra hombres y animales (decían que lo primero que hacía al despertarse era degollar un tigre, que le enviaban en manadas los gobernadores de las provincias orientales). Esta desidia provocó que su gobierno se fuera volviendo cada vez más despótico y tiránico. La corrupción campaba a sus anchas y todo estaba en venta: cargos públicos, ascensos militares, gobiernos de provincias. Y el pueblo llano se veía cada vez más oprimido y asfixiado por impuestos y tasas, ante la indiferencia de las clases privilegiadas, lo que se tradujo en un gran descontento social. El ejército no era una excepción y por todo el imperio se multiplicaron las deserciones como la de Materno.
En un principio, Materno organizó en la Galia una banda con otros desertores como él que se dedicaba a asaltar villas y granjas de ricos propietarios. Pero Materno era un líder hábil y carismático y el número de sus seguidores pronto empezó a crecer, hasta formar un ejército que puso en jaque a las legiones romanas.
Los historiadores contemporáneos de Materno han dejado una imagen peyorativa y parcial de la revuelta y su líder. Herodiano los calificó de "bandidos y malhechores". También fue el primero en llamar a su revuelta "la guerra de los desertores", ya que según él los hombres de Materno eran fundamentalmente antiguos soldados romanos. Algo poco probable, ya que, pese al descontento general, resulta difícil creer que en las disciplinadas tropas romanas hubiera un número tal de desertores como para organizar un ejército. Suena más bien a una justificación para explicar por qué las legiones romanas, mandadas por el gobernador de la Galia Lugdunense, Septimio Severo, se vieron incapaces de derrotarlos. Probablemente, sus filas se nutrían de todos los descontentos con el pésimo gobierno de Cómodo y los más perjudicados por las injusticias sociales: no sólo desertores, también esclavos fugados, campesinos arruinados, colonos huidos de los latifundios... Los "hombres sin esperanza", como los llamó Plinio el Joven. Con estas tropas, Materno no sólo logró frenar a las legiones de Severo, sino que también continuó saqueando impunemente la Galia y la Hispania Citerior.
Sin embargo, la ambición es una mala compañera de viaje. Convencido de su fuerza, Materno viajó en secreto a Roma con unos cuantos hombres de confianza en el 187, tras dos años de sublevación, con el objetivo de asesinar a Cómodo durante los festejos del culto a la Magna Dea, y de este modo poder proclamarse emperador. Un grave error, porque fue traicionado y apresado por las autoridades, que lo ejecutaron de inmediato. Sin su líder, la rebelión no tardó en hacerse pedazos y sus restos fueron barridos por las tropas romanas.
Cómodo iría derivando aún más en su delirio, hasta proclamarse reencarnación de Hércules. Moriría en el 192, asesinado por una conspiración. Tras los brevísimos reinados de Pertinax y Dido Juliano, que apenas duraron unos meses antes de caer a su vez asesinados, Septimio Severo fue nombrado emperador, dando comienzo a la dinastía de los Severos.

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