lunes, 1 de septiembre de 2014

Los valdenses

Pierre Valdo (c.1140-1217?)


Pierre Valdo (también llamado Waldo, Valdès o Vaudès), nacido en torno a 1140, era un próspero comerciante de Lyon, uno de los más ricos de la ciudad. Era también un hombre creyente y piadoso, pero no compartía algunos aspectos de la Iglesia. Le disgustaban el lujo y las costumbres relajadas de los altos dignatarios eclesiásticos, que contrastaban con la pobreza predicada por Jesucristo, y algunas de sus doctrinas, como la transubstanciación, le generaban profundas dudas.
Valdo sufrió una crisis en la década de 1170 (en 1173 o 1176, dependiendo de la fuente), tras la muerte repentina de un amigo suyo durante un banquete. Esta súbita pérdida, unida a la influencia que sobre su ánimo tuvo la historia de San Alejo de Roma (un santo cuya existencia real no está probada, del que se decía que renunció a una vida de lujo y riquezas para vivir como un mendigo predicando la Biblia) le llevaron a pedir consejo a un sacerdote, el cual (dicen que para burlarse de él) le leyó la historia de Jesús y el joven rico (Mateo, 19:21), al que aconsejó vender cuanto tenía y dárselo todo a los pobres. Broma o no, lo cierto es que Valdo se lo tomó muy en serio; tras ingresar a sus dos hijas en un convento y dejarle a su esposa dinero suficiente para su sustento, usó el resto de su fortuna para repartir alimentos a los muchos pobres que por entonces había, debido a la gran hambruna que en aquellos años afectaba a Francia y Alemania. Además, pagó a dos sacerdotes, Etienne d'Anse y Bernard Ydros, para que tradujeran el Nuevo Testamento al idioma occitano. Y empezó a predicar por las calles de Lyon, proclamando un retorno al humilde cristianismo primitivo, una iglesia pobre y solidaria, fiel al mensaje de Cristo y lejos de los fastos y la magnificencia de Papas, cardenales y obispos.
Este mensaje, unido al hecho de que Valdo les leía la Biblia en su propia lengua (la iglesia no solía autorizar traducciones de la Biblia a otra lengua que no fuera el latín) caló pronto entre las clases humildes de Lyon, que empezaron a seguir a Valdo, por lo que aquel movimiento pronto fue conocido como los valdenses o los pobres de Lyon. Muy pronto, los predicadores itinerantes enviados por Valdo (tanto hombres como mujeres) empezaron a extender su mensaje por la región, consiguiendo numerosas adhesiones en muy poco tiempo. Su rápido crecimiento y su mensaje anticlerical incomodaron a los altos mandatarios eclesiales, como el arzobispo de Lyon, Guichard de Pontigny, que les prohibió predicar.
Valdo recurrió entonces al mismísimo Papa. En marzo de 1179 se celebró en Roma el tercer Concilio de Letrán, presidido por el papa Alejandro III, donde se tomaron decisiones importantes, como la condena de herejías como los cátaros o el movimiento patarino, el establecimiento de normas para la elección papal, la condena de pecados como la simonía (la compra de cargos eclesiásticos o reliquias) y la recomendación a los miembros del clero de moderación en sus costumbres. Al Concilio acudieron representantes de los valdenses pidiendo la aprobación de su traducción de la Biblia y de sus doctrinas, aprobación que les fue negada. No obstante, sus doctrinas no fueron condenadas e incluso Alejandro III mostró simpatía por su humildad y pobreza, y les recomendó convertirse en una orden monástica. Aún así, a Valdo y sus seguidores se les pidió que moderaran sus ataques contra el clero y se les prohibió predicar sin el permiso explícito del obispo o del propio Papa.
Sin embargo, de vuelta a Lyon, los seguidores de Valdo continuaron predicando pese a la prohibición expresa de hacerlo. Su rebeldía llevó a que en 1181 Alejandro III los excomulgara. Durante algún tiempo eludieron dicha decisión, hasta que en 1184 el papa Lucio III la ratificó en el Concilio de Verona. Como consecuencia, los valdenses se vieron obligados a abandonar Lyon y se extendieron por buena parte de Europa: Francia, Suiza, Lombardía (donde se unieron a otro movimiento reformador muy similar, el de los humiliati), el Piamonte, Bohemia, Hungría, Polonia y Aragón (donde fueron perseguidos con saña; 114 de ellos fueron quemados vivos en Girona). A menudo, se les relaciona con otros movimientos religiosos contemporáneos suyos también tachados de heréticos, como los cátaros, los albigenses o los bogomilos.


Con el tiempo, los valdenses fueron tejiendo su propia doctrina teológica, que se separaba de la doctrina oficial de la iglesia en bastantes aspectos (aunque no en otros; así, les estaba permitido participar en las misas "oficiales" y recibir sus sacramentos):
- La importancia que daban en el culto a los laicos, reconociendo a cada persona el derecho a tomar conciencia de su propia fe, lo que en la práctica convertía en prescindibles a los sacerdotes y al resto del clero.
- El radicalismo evangélico, centrado en pasajes como el "sermón de la Montaña". Daban una gran importancia al estudio y aprendizaje de la Biblia. Cualquiera que la conociera lo suficiente podía predicar.
- Rechazaban prestar juramento, llevar armas y participar en guerras.
- El rechazo a la transubstanciación; a la existencia del purgatorio; al culto a los santos, las imágenes, a las reliquias, a la cruz y a la Virgen; y a la confesión ante un sacerdote.
- Rechazo a la autoridad papal y a las jerarquías eclesiásticas, así como a la riqueza de la Iglesia
- Concedían a las mujeres una amplia libertad de actuación y les estaba permitido predicar (frente a la prohibición del sacerdocio femenino por parte de la Iglesia)
- La predicación itinerante, a cargo de predicadores célibes conocidos como "barbas", que se movían constantemente de un pueblo a otro y que, tras su prohibición, solían predicar en locales y casas lejos de los espacios públicos.
Pierre Valdo se exilió a Bohemia, donde murió sobre 1217. Tras su muerte, las distintas comunidades valdenses se fueron distanciando unas de otras y se dividieron en distintos grupos. Las más moderadas se reintegraron en la Iglesia gracias a la labor del papa Inocencio III, quien permitió que los predicadores se adscribieran en órdenes menores que más tarde acabarían siendo absorbidas por dominicos y franciscanos.
Por su parte, los valdenses más radicales se negaron a ningún acercamiento a la Iglesia, lo que les costó ser ferozmente perseguidos tanto por la Iglesia como por el poder secular, a menudo acusados de brujería. Muchos de ellos acabarían luego formando parte de movimientos como el de los husitas.
A principios del siglo XVI, un sínodo de representantes de los principales grupos valdenses celebrado en Laus (Francia) en 1526 decidió enviar emisarios a Alemania para conocer en profundidad las tesis reformistas de Lutero. Posteriormente, a raiz del sínodo de Merindol (1530) fueron enviados nuevos emisarios a Suiza. En virtud de sus informes, y con la presencia del reformador suizo Guillaume Farel, en 1532, en el sínodo de Chanforan (en el Piamonte) los representantes valdenses decidieron su adhesión a las ideas reformistas. Se abolió la predicación itinerante de los "barbas" (que se convirtieron en pastores protestantes) y se prohibió la asistencia a las misas católicas. Muchos autores destacan la influencia de los valdesianos como antecedentes directos de la Reforma. Sólo unos pocos prefirieron no adherirse a los postulados de Lutero.
El aceptar formar parte de la Reforma los metió de lleno en las guerras de religión que sacudieron Europa. Los valdenses asentados en regiones mayoritariamente protestantes no tuvieron problemas para mantener su fe. No así en regiones católicas, donde su apoyo a las tesis luteranas les valió sufrir numerosas persecuciones (más violentas de las que ya padecían). Una de las consecuencias más terribles fue la Masacre de Mérindol, donde cientos de valdenses fueron asesinados y numerosos pueblos arrasados, por orden del rey de Francia Francisco I. El Edicto de Nantes (1598), que establecía la libertad de culto, les dio un cierto respiro, pero después de que Luís XIV revocara el Edicto en 1685, ocho mil de ellos fueron forzados a convertirse al catolicismo y otros tres mil escaparon a Alemania. Tampoco les fue demasiado bien en el Piamonte, una de las regiones donde más peso tenían; en 1655, el Duque de Saboya, Carlos Manuel II, asesinó a 1700 de ellos en lo que se llamó la "Pascua del Piamonte". En 1686, su sucesor, Víctor Amadeo II, obligó a otros 2500 a exiliarse a la fuerza en Suiza; aunque lograrían regresar en 1689, en lo que se llamó "el Glorioso Retorno". Pese a ello, siguieron padeciendo persecuciones, conversiones forzadas y destierros durante décadas. No fue hasta la Revolución de 1789 en Francia, y 1848 (año en el que Carlos Alberto, rey del Piamonte y Cerdeña, les concedió la libertad de culto y derechos civiles) en el Piamonte, en que los valdenses pudieron practicar libremente su fe.
Hoy en día, pese a que muchas de sus comunidades fueron asimiladas por otras iglesias protestantes, como la anabaptista, se mantienen congregaciones valdenses en distintas partes del mundo. La más numerosa es la italiana, con unos 30000 fieles, y que en 1975 se unió con la Iglesia Metodista Italiana. También hay una numerosa colonia en Sudamérica, unas 15000 personas repartidas entre Argentina y Uruguay. Asimismo, hubo una importante colonia en los Estados Unidos, la mayoría de cuyos miembros acabaron formando parte de la Iglesia Presbiteriana. Y en Alemania sobreviven diez comunidades valdesianas, formando parte de la Iglesia Evangélica Alemana.

2 comentarios:

  1. Coetaneos de los albigenses, como éstos, acabaron en el punto de mira de la Iglesia de Roma. Usted lo ha dicho. No quisieron dejarse asimilar, como los cátaros y acabaron siendo herejes al desarrollar ciertos aspectos de la doctrina contrarios a la Iglesia de Roma. Esto mismo pudo haber pasado con los franciscanos o los dominicos, que sí fueron asimilados y convertidos, los últimos en una especie de brazo armado, contra los díscolos e independientes grupos que de haber aceptado quizás, digo quizás, hubieran acabado siendo una orden monástica más.
    Un saludo

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    1. Unos tiempos muy fructíferos en cuanto a sectas y movimientos reformistas. Valdenses, cátaros, lolardos, dulcinianos, patarinos, husitas... Muchos de ellos, surgidos del rechazo al lujo desmedido y los privilegios del clero, que reaccionó con persecuciones, torturas y hogueras. Quien sabe, de haber tenido la Iglesia algo más de diplomacia y mano izquierda, quizá se hubiera ahorrado la Reforma. Saludos.

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