sábado, 28 de febrero de 2015

La Operación Algeciras



El 2 de abril de 1982, una fuerza de desembarco conjunta de la Marina y el Ejército argentinos ocupaba los archipiélagos de las Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur, tres grupos de islas bajo soberanía británica que los argentinos reclamaban como propios, y que habían sido anexionados unilateralmente por el Reino Unido en 1833 (las Malvinas), 1843 (las Georgias) y 1908 (las Sandwich).


Los argentinos sabían que el poderío militar del Reino Unido era muy superior al suyo, pero creían que los británicos no lanzarían un contraataque a gran escala para recuperar unas islas de escasa importancia económica y estratégica, y además tan alejadas de sus bases. Confiaban en que la opinión pública inglesa (afectada por una severa crisis económica) se mostrara contraria a la movilización y que los organismos internacionales (como la ONU, que defendía la teoría de la "guerra justa") acabasen presionando a los británicos para una salida diplomática. No fue así, sin embargo: el 3 de abril, el Reino Unido logró que la ONU aprobase la resolución 502, exigiendo la retirada de las tropas argentinas. En apenas una semana, los británicos ya habían conseguido el apoyo de la ONU, la OTAN (es decir, EEUU), la Comunidad Económica Europea y la Commonwealth. La acción de Argentina fue apoyada únicamente por los países del bloque comunista (lo que no debió de ser de gran consuelo para el régimen dictatorial y ultraderechista argentino) y algunos vecinos sudamericanos como Perú, Brasil o Venezuela.
Los argentinos tenían que pensar en como equilibrar un poco las fuerzas. Y fue así como surgió la Operación Algeciras.

Jorge Isaac Anaya (1926-2008)
La idea partió del almirante Jorge Isaac Anaya, comandante en jefe de la Armada argentina. El almirante Anaya pensó que si un barco británico era atacado y hundido en una de sus bases europeas, los ingleses se lo pensarían dos veces antes de desplegar su flota tan lejos, y preferirían dejar parte de ella protegiendo su territorio. El 22 de abril, Anaya llamó a su despacho al contraalmirante Eduardo Morris Girling, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, para encargarle la organización de la misión. Era prioritario que nadie pudiese vincular el ataque con el gobierno argentino, para evitar ser catalogados como un país instigador de actos terroristas. Aunque dada la situación las sospechas eran inevitables, Anaya estaba convencido de que los británicos culparían a otros: agentes soviéticos, terroristas árabes, o incluso miembros del IRA norirlandés.
El primer paso era fijar un objetivo. Por motivos obvios, se descartaron las bases en Gran Bretaña: dado el enfrentamiento entre ambos países, un grupo de argentinos rondando las bases navales de las islas llamaría la atención hasta del agente menos espabilado. Por lo tanto, se eligió Gibraltar; actuando desde territorio español, el comando argentino no tendría dificultades idiomáticas y pasaría desapercibido.
A continuación, Girling eligió a los componentes del grupo, escogiendo a tres antiguos guerrilleros montoneros. Los Montoneros era un grupo armado de la izquierda peronista que había cometido numerosos ataques entre 1970 y 1979, antes de ser brutalmente reprimidos por el régimen militar a finales de la década de los setenta. Aunque pudiera parecer un contrasentido elegir a quienes teóricamente eran enemigos del gobierno, Girling los escogió porque, en el caso de ser descubiertos, nadie podría relacionarlos con la Junta Militar argentina; bastaría con decir que se trataba de una acción aislada de la guerrilla montonera. Además, los tres se habían convertido en colaboradores de los servicios secretos argentinos tras el desmantelamiento de la guerrilla. Los tres ex-guerrilleros eran buzos expertos y tenían experiencia en ataques a buques. Se trataba de Máximo Alfredo Nicoletti (hijo de un buzo militar italiano miembro de la Decima Fottiglia MAS, que durante la Segunda Guerra Mundial había llevado a cabo varios ataques submarinos a barcos aliados), Antonio Nelson Latorre, alias "Diego el Pelado", y un tercer miembro apodado "el Marciano" cuya identidad real nunca se supo. Los tres aceptaron el ofrecimiento de Girling. Los acompañaría el capitán de corbeta Héctor Rosales, miembro del servicio de inteligencia argentina, como supervisor y enlace entre el grupo y la cúpula militar argentina.

Máximo Nicoletti
El grupo partió hacia Europa el 24 de abril, en dos grupos: Rosales y el Marciano volaron directamente a Madrid, mientras que Nicoletti y Latorre viajaron a París para allí hacer transbordo y dirigirse a Málaga. En Francia tuvieron su primera contrariedad: para evitar cualquier tipo de relación con el gobierno argentino, el grupo no llevaba pasaportes auténticos, sino falsificaciones obra de otro ex-montonero, Víctor Basterra. Pero esos documentos no eran todo lo buenos que cabría esperar, y despertaron las sospechas de los agentes franceses, quienes, tras retener durante unas horas a los dos argentinos, les permitieron seguir su viaje. Nunca se confirmó oficialmente, pero se cree que en ese momento los servicios secretos franceses informaron a sus homólogos británicos y españoles de la llegada de los dos sospechosos.
Nicoletti y Latorre se instalaron en un hotel de Estepona y realizaron un primer reconocimiento de la zona de la bahía de Algeciras, para luego alquilar un coche y viajar a Madrid, donde se encontrarían con los otros dos miembros del grupo y recogerían las minas magnéticas con las que se llevaría a cabo el ataque. Las minas, de fabricación italiana (otra precaución más para no dejar pistas que señalasen hacia Argentina) habían llegado a la embajada argentina en Madrid por medio de la valija diplomática, para evitar inoportunas inspecciones de aduanas, ocultas en el interior de una boya de señalización marítima. Eran tres artefactos bastante voluminosos (de unos 60 centímetros de diámetro) cargados cada uno con veinticinco kilos de Trotyl, un potente explosivo a base de TNT. Para su transporte por carretera, Rosales alquiló en Madrid otros dos coches. Por aquel entonces, la actividad del grupo terrorista ETA y la inminente celebración del Mundial de fútbol hacía que hubiese a menudo controles aleatorios en las carreteras españolas. Se decidió que los tres automóviles de que disponían viajasen con una separación de unos 20 minutos. El primero, conducido por Nicoletti y que actuaba como lanzadera, en caso de encontrarse un control, debía dar la vuelta sin despertar sospechas en cuanto pudiera y desandar el camino hasta cruzarse con los otros dos vehículos, que así sabrían que algo ocurría. En caso de que el primer coche fuese retenido en el control, era el segundo el que debía cambiar de sentido y advertir al tercero, en cuyo interior iban los artefactos. Sin embargo, el viaje transcurrió sin incidentes y se instalaron en un hotel de Algeciras, justo enfrente de la base naval británica.
Su siguiente paso fue comprar un bote hinchable y equipo de buceo, con la excusa de dedicarse a la pesca deportiva. Lo adquirieron en el Corte Inglés de Málaga (creyendo que llamarían menos la atención que si lo hacían en una tienda especializada) y pagando en metálico (para evitar dejar pistas, sólo empleaban dinero en efectivo, ni tarjetas ni cheques). Durante sus fingidas excursiones de pesca, pudieron llevar a cabo un exhaustivo reconocimiento de las aguas de la bahía de Algeciras y de las defensas de la base gibraltareña, descubriendo que las medidas de seguridad eran escasas: apenas había vigilancia y ni siquiera había una red antisubmarinos. Evidentemente, los británicos no esperaban un ataque.
Sin embargo, en aquel momento el único barco atracado en la base era un pequeño minador, un objetivo de escasa entidad. Y aunque posteriormente llegarían a puerto un destructor y varios buques logísticos, el comando no recibió el permiso de sus superiores para atacar. En aquellos días todavía se estaba intentando una salida negociada a la crisis. Aquellas negociaciones, en las que intervenían como mediadores el secretario de estado norteamericano Alexander Haig y el presidente de Perú, Fernando Belaúnde Terry, tenían pocos visos de properar, ya que ni los argentinos accedían a retirar sus tropas de las islas, ni los británicos estaban dispuestos a pasar por alto el ataque sufrido. Pero aún así, el gobierno argentino temía que el ataque echase por tierra aquella última opción diplomática, por lo que al comando se le ordenó esperar.

ARA General Belgrano
Finalmente, el 2 de mayo, poco después de que la Junta Militar hubiera rechazado la última petición de luz verde del comando, el submarino británico HMS Conqueror torpedeó y hundió al crucero argentino ARA General Belgrano, provocando la muerte de 323 de sus tripulantes. Un ataque que tuvo lugar fuera del área de exclusión de 200 millas decretada por los británicos en torno a las Malvinas, lejos de la flota británica, y mientras el buque se retiraba de la zona de conflicto. El hundimiento destruyó las pocas posibilidades que había de llegar a un acuerdo, y de inmediato los agentes argentinos recibieron la orden de atacar al primer buque de guerra británico que llegase a puerto.
Ellos todavía no lo sabían, pero los británicos estaban sobre aviso de que algo tramaban los argentinos en la zona. Un mensaje interno entre el gobierno argentino y su embajada en Madrid interceptado por sus servicios secretos les había revelado la existencia de un comando activo en el campo de Gibraltar, y suponían, con razón, que estaban preparando alguna acción contra la base naval.

HMS Ariadne
Por fin, el 8 de mayo de 1982 llegó a puerto la fragata británica HMS Ariadne, que se convirtió de inmediato en el objetivo de los argentinos. Su plan era aprovechar la noche para hacerse a la mar en el bote y cruzar la bahía hasta situarse a una distancia segura de la base. Una vez allí, Nicoletti y el Marciano se sumergirían con las minas y recorrerían el resto del camino buceando, colocarían los explosivos en el casco del Ariadne y regresarían al bote, donde les esperaría Latorre. A continuación volverían a la costa española, hundirían el bote y regresarían al hotel. A la mañana siguiente, tenían previsto abandonar la zona por carretera, en distintos vehículos y por distintas rutas, rumbo a Barcelona, cruzar la frontera francesa y luego dirigirse a la ciudad italiana de Milan, donde embarcarían en el primer avión que saliese rumbo a Argentina.
La incursión se fijó para la noche del 9 al 10 de mayo. Pero, con todo dispuesto y los buzos ya en el bote, el cielo, hasta entonces cubierto de nubes, se descubrió de repente. Era una noche con una luna llena espléndida, y el comando temió ser descubierto por los centinelas, por lo que aplazaron el intento para el día siguiente.
La mañana del día 10, mientras Nicoletti y el Marciano descansaban en el hotel, Rosales y Latorre se encaminaron hacia la agencia de alquiler para renovar el contrato de los tres automóviles. Pero cuando estaban en la agencia, hicieron su aparición varias patrullas de la policía española, que arrestaron a ambos. Los otros dos miembros del comando fueron detenidos poco después en su hotel. Lo cierto es que, a pesar de todas sus precauciones para pasar desapercibidos, habían despertado las sospechas de la policía. Sus movimientos y la gran cantidad de dinero en efectivo que manejaban habían llevado a los agentes a pensar que podía tratarse de narcotraficantes o de los miembros de una banda de ladrones de bancos de origen sudamericano que había actuado en la zona, por lo que habían pedido a los trabajadores de la agencia de alquiler que los avisasen si volvían por allí. Su sorpresa fue grande cuando Rosales, mientras era interrogado, afirmó "Soy el capitán Rosales, de la Armada argentina, y estoy en una misión secreta. Desde este momento me considero prisionero de guerra y no diré una palabra más", a lo que el comisario que lo interrogaba, al parecer, respondió con la típica guasa andaluza "Si tú eres marino argentino, yo soy sobrino del Papa".
La detención de los cuatro argentinos no tardó en llegar a oídos del CESID, los servicios secretos españoles, quienes ya habían sido advertidos por los británicos de la presencia del comando en la zona. De inmediato, se dio orden de mantenerlos bajo custodia mientras se informaba al presidente del gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo. Los arrestados acabaron compartiendo un almuerzo con sus captores; un almuerzo que, según los propios argentinos, fue cordial y divertido. Los agentes simpatizaban con ellos y les decían que, si sus jefes no estuvieran ya informados, les habrían dejado en libertad. Uno incluso llegó a decir: Hombre, si yo hubiera sabido que ibais a hundir un barco inglés os dejaba. Después de todo, el Peñón de Gibraltar también es territorio usurpado por Inglaterra.

Leopoldo Calvo-Sotelo (1926-2008)
El presidente Calvo-Soltelo, que casualmente se encontraba no muy lejos de allí, en Málaga, en un mitin de la UCD, se vio de repente metido en un asunto peliagudo de política internacional. Temeroso de acabar envuelto en un incidente diplomático entre el Reino Unido (miembro de la OTAN, a la que España estaba a punto de unirse) y Argentina (con la que España tenía profundos vínculos históricos, culturales y políticos), el presidente optó por una salida "política": básicamente, echar tierra sobre el asunto y hacer como que no había pasado nada. Los cuatro miembros del comando argentino, junto a varios agentes que los custodiaban, fueron llevados a Málaga y embarcados en el avión del propio presidente, con el que viajaron a Madrid. Y una vez allí, los subieron (con sus pasaportes falsos) al primer avión que salía de Barajas rumbo a Argentina, escoltados por cuatro policías españoles que se bajaron en Tenerife, donde hacía escala el vuelo. Los ingleses miraron para otro lado, los argentinos no dijeron ni mu, y el asunto quedó olvidado durante dos décadas.
El almirante Anaya fue condenado a doce años de prisión en 1989 por su actuación durante la Guerra de las Malvinas, aunque sería luego indultado por el presidente Carlos Menem. Moriría a principios de 2008. Nicoletti fue encarcelado en 1994 por el asalto a varios furgones blindados, aunque sólo cumplió cinco años de prisión. Rosales y Latorre fallecieron en los 90 y, en cuanto al Marciano, sigue sin saberse su verdadera identidad, pero se rumorea que ocupa un cargo importante en la ONU.


En 2004 se estrenó un documental hispano-argentino dirigido por Jesús Mora y titulado, precisamente, "Operación Algeciras", en el que se reconstruía toda la operación y que incluía declaraciones de algunos de los protagonistas del plan, entre ellos el almirante Anaya y Nicoletti.

2 comentarios:

  1. Aunque recuerdo bien el conflicto: entonces de hicieron famosos los Exocet, no sabía nada de lo que cuenta. Veo que por poco estuvo a punto de armarse una buena de no haber desistido aquella primera noche. Era de gran ingenuidad, o desconocimiento del carácter inglés, suponer que dejarían abandonadas aquellas islas por pequeña que fuera su relevancia.
    Un saludo.

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    1. Sin comerlo ni beberlo, España estuvo cerca de verse salpicada en un incidente internacional. Para los argentinos tuvo que ser una gran decepción ser cazados prácticamente en el último minuto.
      En cuanto a las islas, el gobierno argentino lo consideraba un tema de orgullo nacional, pero no se les ocurrió pensar que los ingleses se tomarían de igual manera su ataque. Como se suele decir, cada uno cree lo que quiere creer.
      Un abrazo.

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