Jesse William Lazear y Clara Maass
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Jesse William Lazear (1866-1900) y Clara Louise Maass (1876-1901) |
Durante muchos años, la medicina fue incapaz de explicar el mecanismo de contagio de la fiebre amarilla. El médico hispanocubano Carlos Finlay (1833-1915) fue el primero en proponer (allá por 1881) que eran los mosquitos los que transmitían la enfermedad; no obstante, su teoría apenas despertó interés entre sus colegas. Tras la Guerra de Cuba, el gobierno norteamericano envió a la isla una Comisión Médica para tratar de determinar de una vez por todas cómo se transmitía la enfermedad. Dirigía la comisión el doctor Walter Reed y formaban además parte de ella James Carroll (médico militar, al igual que Reed), Jesse William Lazear (médico militar especializado en enfermedades tropicales) y Arístides Agramonte (bacteriólogo cubano). La Comisión no tardó en comenzar a trabajar sobre la hipótesis de Finlay, y para probarla decidieron someter a un grupo de voluntarios (en su mayor parte, soldados norteamericanos y habitantes de La Habana), en buen estado de salud y que no hubieran sufrido la enfermedad, a la picadura de mosquitos, de manera controlada y manteniéndolos en aislamiento. El experimento fue un éxito; varios de los voluntarios contrajeron la enfermedad y las medidas que a consecuencia de ello se tomaron para erradicar a los mosquitos contribuyeron a eliminar prácticamente la enfermedad de Cuba y del resto del Caribe en pocos años. Lamentablemente, dos miembros de aquel equipo murieron de fiebre amarilla durante el experimento: el doctor Lazear, quien se inoculó sangre de un paciente enfermo para demostrar que la sangre era el medio de transmisión de la enfermedad, y Clara Maass, una joven enfermera que fue la única mujer del grupo de voluntarios picados por los mosquitos.
Werner Forssmann
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La radiografía original del experimento de Forssmann |
En 1929, a un joven estudiante de medicina alemán llamado Werner Forssmann, quien estaba haciendo sus prácticas de cirugía en el hospital Ausgust Victoria Home de Eberswalde, se le ocurrió la idea de introducir un catéter a través del sistema circulatorio hasta el corazón. Ya se había hecho anteriormente en cadáveres y en animales, pero no en pacientes vivos. Pese al rechazo rotundo de sus supervisores, Forssmann se introdujo él mismo un catéter de 65 centímetros a través de la vena cubital hasta llegar a la aurícula derecha. Y luego, tranquilamente, se dirigió caminando al sótano del hospital, donde se encontraba la sala de rayos X, para hacerse una radiografía donde se podía ver perfectamente el extremo del catéter dentro de su corazón. El experimento le trajo no pocos problemas; fue tachado de imprudente y temerario, e incluso lo despidieron de algún hospital. Acabó por dejar la cardiología para dedicarse a la urología. No obstante, en 1956 acabaría recibiendo el Premio Nobel de medicina por el gran avance que supuso su técnica.
William Randolph Lovelace II
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Lovelace, con traje de vuelo |
Este médico militar norteamericano estuvo destacado desde 1938 en la base aérea de Wright (Ohio), donde se encontraba el Laboratorio de Investigación Aeromédica de las fuerzas aéreas. Lovelace se dedicó fundamentalmente al estudio de los efectos de la escasez de oxígeno a elevadas altitudes y las consecuencias que esto tenía sobre pilotos y tripulantes de los aviones, tanto en el interior del avión como cuando saltaban en paracaídas. Por eso, para tener información de primera mano, el 24 de junio de 1943 Lovelace saltó desde un bombardero B-17 a más de 40000 pies (12000 metros), una altura que se consideraba letal para los paracaidistas, llevando un prototipo de máscara de oxígeno. Quedó inconsciente al abrirse su paracaídas y sufrió un inicio de congelación en ambas manos al perder los guantes, pero sobrevivió al salto y demostró la utilidad de los sistemas de respiración autónomos en vuelos a tanta altura.
John Paul Stapp
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El coronel Stapp durante su récord |
Tras la Segunda Guerra Mundial, en un momento en el que la aeronáutica vivía una auténtica revolución con la aparición de los reactores, se hizo necesario el desarrollo de nuevos sistemas de seguridad para los pilotos. Por aquel entonces se consideraba que el límite de la resistencia humana estaba en torno a las 18g. Pero, durante los años 40 y 50, un grupo de médicos e investigadores radicados en la base aérea de Wright se dedicaron a poner a prueba estos límites. Utilizando un carro sobre raíles, impulsado por un cohete y con un poderoso sistema de frenado, diversos voluntarios del equipo de investigación fueron sometidos a elevadas aceleraciones seguidas de bruscos frenazos, sufriendo fuerzas que multiplicaban las que se habían experimentado hasta entonces. De entre todos los voluntarios, destaca el nombre de John Paul Stapp (1910-1999), médico militar con el rango de coronel. Stapp fue sometido a decenas de estas pruebas. Se rompió muñecas y costillas, sufrió desprendimiento de retina en ambos ojos y múltiples traumas y contusiones por todo el cuerpo. En su último viaje, el 10 de diciembre de 1954, Stapp alcanzó una velocidad de 1017 km/h en cinco segundos para luego ser detenido de golpe en apenas 1'4 segundos. Esto significa haber sido sometido a una fuerza de 46'2 g, la mayor que haya experimentado jamás ningún ser humano (que haya vivido para contarlo). Todo este sacrificio tuvo su recompensa: no sólo sirvió para fabricar asientos eyectables y mecanismos de sujección más eficaces, sino que muchos de sus principios se aplicaron también al diseño de cinturones de seguridad para automóviles.
Alexander Shulgin
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Alexander Shulgin |
Químico y farmacéutico norteamericano de origen ruso (1925-2014) que comenzó su carrera desarrollando pesticidas antes de dedicarse por entero a su gran pasión, las drogas psicotrópicas. Durante décadas se dedicó a analizar y sintetizar todo tipo de sustancias psicoactivas, tanto las descubiertas por él como por otros. Y nada mejor para describir sus efectos que probarlas él mismo. Fue el primero en describir los efectos del MDMA o éxtasis y a lo largo de su carrera probó no menos de 250 sustancias diferentes, además de diversas variedades de ellas. Sufrió numerosos efectos secundarios graves (vómitos, dolor, parálisis...) pero le sirvió para desarrollar la llamada Escala Shulgin, un método de clasificación de las sensaciones que cada tipo de droga provoca.
Barry Marshall
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Helicobacter pylori |
Este médico australiano comenzó a colaborar en 1981 con el patólogo Robin Warren, que llevaba años estudiando la gastritis y las úlceras de estómago. Warren tenía la teoría de que, al contrario de lo que creía la mayor parte de los investigadores, un número elevado de úlceras no se debían a factores alimentarios o fisiológicos, sino que eran consecuencia de infecciones bacterianas y, por lo tanto, tratables con antibióticos. El trabajo de ambos les llevó a descubrir que en un amplio porcentaje de las úlceras de estómago y en bastantes casos de gastritis estaba presente una determinada bacteria, la
Helicobacter pylori. Pero, cuando en 1983 vio la luz su estudio, fue recibido con escepticismo, críticas e incluso burlas directas. Sin embargo, eso no detuvo su investigación. Cuando los intentos de infectar cerdos con la bacteria fracasaron, Marshall tomó la decisión de experimentar consigo mismo, y en 1984 se bebió una placa Petri con un cultivo de
H. pylori. Marshall esperaba desarrollar una úlcera a lo largo de meses o años; pero, sorprendentemente, tardó sólo tres días en notar los primeros síntomas y al cabo de una semana una endoscopia mostró que sufría una gastritis masiva, despejando así muchas dudas. Hoy en día, se estima que la bacteria es la responsable del 80% de las úlceras gástricas y el 90% de las de duodeno. En 2005, Warren y Marshall recibieron el Premio Nobel de medicina por su descubrimiento.
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