domingo, 25 de octubre de 2015

El hijo de Neptuno

Sexto Pompeyo Magno Pío (c. 65 a. C. - 35 a. C.)

El 9 de agosto del año 48 a. C. dos ejércitos romanos se enfrentaron en una llanura cercana a la ciudad griega de Farsalia. Por un lado, Cayo Julio César y sus tropas, apoyadas por las clases populares de Roma. Por el otro, el ejército de Cneo Pompeyo Magno, antiguo aliado de César y ahora adalid de la facción aristocrática y conservadora, la de los optimates, que incluía a la mayor parte de los senadores. Pese a que César estaba en desventaja numérica de 2 a 1 y sus tropas estaban cansadas y escasas de suministros, la veteranía y disciplina de sus soldados se impuso infligiendo a sus enemigos una severa derrota. Pompeyo huyó con familiares y amigos a Egipto, donde fue asesinado por orden de Potino, eunuco del faraón Ptolomeo XIII, que creía de esta manera congraciarse con el vencedor.
Entre los que acompañaban a Pompeyo en sus últimos días estaban sus dos hijos, Cneo y Sexto, quienes, tras la muerte de su padre, se dirigieron a Útica, donde Metelo Escipión, Catón el Joven y Tito Labieno reunían un ejército con aquellos de sus partidarios que todavía estaban dispuestos a combatir a César, a pesar de que éste había decretado una amplia y generosa amnistía para aquellos que depusiesen las armas. El 6 de abril del 46 a. C., en Tapso (en la actual Túnez) César derrotaba al ejército de los conservadores. Escipión y Catón murieron, y Labieno y Sexto huyeron de nuevo, esta vez a Hispania, donde se reunieron con Cneo, mientras César, necesitado de un descanso, retozaba entre las sábanas con Cleopatra.
Allí, en territorio hispano, se dirimiría la última batalla de la guerra civil. Labieno y los hijos de Pompeyo lograron reunir un ejército, formado en buena parte por antiguos soldados pompeyanos que se habían instalado allí tras su retiro, tribus locales, libertos, desertores... El ejército de los conservadores y el mandado por César se encontraron por fin el 17 de marzo del 45 a. C. en las llanuras de Munda, cuya localización exacta es todavía discutida y ha sido situada, entre otras, en Monda o Ronda la Vieja (Málaga), Montilla (Córdoba) u Osuna (Sevilla). Fue una batalla larga y sangrienta, donde la victoria estuvo a punto de decantarse en favor de cualquiera de ambos bandos, pero finalmente una vez más las experimentadas tropas de César lograron el triunfo. Labieno murió en combate, y Sexto y Cneo, con un puñado de fieles, consiguieron huir, si bien Cneo fue capturado semanas después y ejecutado.
Perseguido por los soldados de César, acompañado sólo por un puñado de hombres leales, Sexto Pompeyo huyó y buscó refugio en el territorio de los lacetanos, en lo que hoy es Cataluña, viviendo poco menos que como un bandido, hasta que reunió un nutrido grupo de seguidores con los que se dirigió a la provincia de la Bética, donde su familia contaba con numerosos aliados, tanto entre las tribus locales como entre los romanos. Con este nuevo ejército no le fue difícil derrotar al gobernador romano, Gayo Carrinas, y hacerse con el control de la provincia.
El 15 de marzo del 44 a. C., César caía asesinado en el Foro, acuchillado por un grupo de conspiradores. Muchos esperaban que la situación política volviese a como estaba antes de la guerra civil, pero el magnicidio sólo desató nuevos combates entre partidarios y detractores de César. Aprovechando el desconcierto, Sexto viajó a Roma a reclamar la herencia paterna, y fue recibido con honores por los miembros del Senado, que lo saludaron como sucesor de su padre y lo nombraron comandante de la flota republicana, con base en Massilia. Pero cuando Octavio, sobrino nieto y heredero de César, alcanzó el consulado, una de sus primeras disposiciones fue proscribir a todos participantes en el asesinato, entre los que se incluyó el nombre de Sexto, pese a que éste no había tenido una participación directa en la conspiración.
Sexto, pese a tener el control de la flota, quedaba en una posición incómoda, ya que los gobernadores de la Galia y de Hispania habían jurado lealtad al recién formado Triunvirato (Octavio, Marco Antonio y Lépido), dejándolo sin una base en tierra firme. Mientras los triunviros derrotaban en Filipos (Macedonia) al ejército comandado por Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, dos de los asesinos de César, Sexto aprovechaba su superioridad naval para saquear las costas del Mediterráneo Occidental. Con el tiempo, reunió un gran ejército formado por todos aquellos que habían sido declarados enemigos por el Triunvirato y desembarcó en Sicilia, donde no tardó en hacerse con el control de la isla y alcanzar un pacto con el propretor Aulo Pompeyo Bitínico para compartir el gobierno.

Áureo acuñado por Sexto en Sicilia
Mientras los triunviros estaban ocupados enfrentándose a los restos de los conservadores y entre ellos mismos, Sexto Pompeyo aprovechó su abrumadora superioridad naval para conquistar Córcega y Cerdeña y seguir saqueando las costas italianas. El primer intento de desalojarlo, un ejército enviado por Octavio y comandado por Quinto Salvidieno Rufo, fue infructuoso. Sexto estaba en la cúspide de su poder. Cansado de compartir el gobierno, hizo asesinar a Bitínico con la excusa (quizá real) de que conspiraba contra él, y se proclamó, de manera algo presuntuosa, como "Hijo de Neptuno" (Neptuni filius). Además, sin el grano procedente de Sicilia, y con el poderío naval de Sexto, que le permitía interceptar los envíos procedentes de África, Hispania y Oriente, muy pronto Roma se enfrentó al fantasma de la escasez y la hambruna, lo que obligó a los triunviros a pactar con Sexto. El tratado de Miseno (39 a. C.) reconocía a Sexto Pompeyo como señor de Sicilia, Córcega, Cerdeña y el Peloponeso, y le aseguraba el nombramiento como cónsul unos años más tarde y una generosa cantidad de dinero. A cambio, Sexto se comprometía a cesar los saqueos y a permitir el comercio por el Mediterráneo. El pacto se sellaría con la boda de la hija de Sexto, Pompeya Magna, con el sobrino de Octavio, Marco Marcelo. No obstante, pese al acuerdo, las hostilidades no tardarían en reanudarse.
Sexto había cometido un error estratégico al no aprovechar que la atención de Octavio y Marco Antonio estaba centrada en Oriente para consolidar su dominio. Un error que le costaría caro. En el 38 a. C. sufrió un severo revés cuando Menadoro, uno de sus capitanes de confianza y gobernador de Córcega y Cerdeña, se pasó a las filas de Octavio, entregándole no sólo el control de las islas, sino también una parte de la flota de Sexto. Octavio, de inmediato, quiso aprovechar esta ventaja e intentó invadir Sicilia, sin éxito: su flota sufrió una severa derrota en Cumas y sus restos fueron aniquilados en Mesina por una tempestad. Pero, una vez más, Sexto no supo beneficiarse de esta coyuntura y no hizo ningún avance, dejando a sus tropas acantonadas en Sicilia.


Octavio no cejó en su empeño. Negoció con Marco Antonio y Lépido para reunir hombres y barcos para el definitivo asalto a Sicilia. En el año 36 a. C. Octavio y Lépido, apoyados por una flota de Marco Antonio, lanzaron un asalto conjunto a Sicilia. Pese a unos reveses iniciales, la flota de Octavio, bajo el mando de Marco Vipsanio Agripa, destruyó a la flota pompeyana en la batalla de Naulochus mientras las tropas de Lépido desembarcaban en la isla. Sexto se vio obligado a huir a Oriente con los restos de su flota y su ejército. Octavio no le persiguió; estaba demasiado ocupado peleándose con Lépido, que había decidido reclamar para si la posesión de Sicilia (Lépido acabaría perdiendo los territorios que controlaba y pasaría el resto de su vida confinado en Roma).
En las provincias orientales, Sexto quiso aprovechar la debilidad de Marco Antonio, quien había llevado a cabo una desastrosa campaña contra los partos, para desalojarlo del poder. Para ello, negoció con los caudillos tracios e incluso con los mismos partos y logró conquistar varias ciudades de Asia Menor, como Nicomedia, Lámpsaco y Nicea. Pero la llegada de Marco Ticio, legado de Marco Antonio, procedente de Siria, con un ejército y una poderosa flota (reforzada más tarde con el retorno de los barcos que habían combatido en Sicilia) hizo flaquear el ánimo de sus tropas: muchos le recomendaron negociar, a lo que él se negó. Como resultado, buena parte de sus seguidores (incluido su propio suegro, Lucio Escribonio Libón) lo abandonaron. Sexto trató de huir a Armenia pero fue capturado y poco después, ejecutado sumariamente en Mileto, pese a que, como todo ciudadano romano, tenía derecho a ser sometido a un juicio. Nunca se llegó a aclarar si Ticio actuó por su cuenta o si por el contrario seguía órdenes de Marco Antonio.

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