lunes, 30 de noviembre de 2015

Jim Thorpe, el campeón desposeído

Jacobus Franciscus "Jim" Thorpe (1888-1953)

La historia de Jim Thorpe es la historia de uno de los mejores atletas de todos los tiempos. Un deportista superdotado capaz de destacar en distintas disciplinas, que no tuvo una vida sencilla y que tuvo que ver cómo le arrebataban las dos medallas olímpicas que había logrado brillantemente.
Jim Thorpe nació en 1888. Cuando y dónde, no se sabe con absoluta certeza, ya que nunca se ha encontrado su certificado de nacimiento, y quizá ni siquiera lo tuvo (en aquellos años muchas regiones de EEUU seguían estando muy atrasadas, especialmente en zonas subdesarrolladas como las reservas indias). Pero la mayoría señalan la fecha del 28 de mayo, en algún lugar cerca del pueblo de Prague (Oklahoma), hijo de mestizos: su padre, Hiram Thorpe, hijo de un irlandés y una india Sac and Fox, era un jornalero que se sacaba un sobresueldo como contrabandista, y su madre, Charlotte Vieux, de padre francés y madre potawatomi. Fue bautizado como católico (religión que profesaba su madre) con el nombre de Jacobus Franciscus, aunque todo el mundo le llamó siempre Jim.
Cuando tenía nueve años su hermano gemelo Charlie murió de neumonía, algo que lo afectó mucho. Empezó a portarse mal y a faltar a la escuela. Dos años después, su madre murió por complicaciones en el parto y Jim, tras muchas discusiones con su padre, huyó de casa y se puso a trabajar en una granja.
Jim y Hiram se reconciliaron en 1904 y Jim comenzó a asistir a la Carlisle Indian Industrial School, una institución creada por el gobierno norteamericano para educar a los jóvenes indios. Pero poco después Hiram Thorpe murió a causa de la gangrena tras sufrir un accidente de caza y Jim dejó los estudios para volver a trabajar en varias granjas. No volvería a Carlisle hasta 1907.
Fue en Carlisle donde comenzó a mostrar su extraordinaria capacidad atlética. Según cuentan, todo comenzó un día que vio a los miembros del club de atletismo de la escuela practicando salto de altura y pidió saltar con ellos. Ellos, reticentes, le dejaron. Thorpe, vestido con ropa de calle, les superó a todos con un primer salto de 1'75 metros. Asombrados, le propusieron que se uniera a su club. Y Thorpe aceptó. Y también se unió al club de fútbol americano. Y al de béisbol. Y al de baloncesto. Hockey, natación, boxeo, lacrosse, tenis, tiro con arco... Ninguna actividad deportiva se le resistía. Incluso fue campeón del campeonato intercolegial de bailes de salón. Aunque su favorito siempre fue el fútbol americano. En 1911 guió al equipo de Carlisle a la victoria por 18-15 frente al potente equipo de la Universidad de Harvard (Thorpe anotó todos los puntos de su equipo), y al año siguiente lo condujo al título de campeón nacional universitario.


Ese año de 1912 se celebraban las Olimpiadas en Estocolmo y Thorpe decidió presentarse a las pruebas de selección. Mientras dudaba acerca de qué pruebas escoger supo que en esa edición se incluían por primera vez dos disciplinas múltiples, el pentatlón (salto de longitud, lanzamiento de jabalina y disco y carreras de 200 y 1500 metros) y el decatlón (salto de longitud, de altura y con pértiga; lanzamiento de peso, disco y jabalina; 100, 400 y 1500 metros lisos y 110 metros vallas). Parecían dos pruebas hechas a medida de alguien tan versátil como Thorpe, que logró clasificarse para el pentatlón sin demasiados problemas. Las pruebas del decatlón se suspendieron por la escasa participación y Thorpe fue elegido también para esa disciplina. Además, también se clasificó para participar en salto de longitud y de altura, e incluso disputaría en Estocolmo un partido de exhibición de béisbol (entre dos equipos formados por deportistas norteamericanos de otros deportes).
Thorpe ganó con facilidad la medalla de oro en el pentatlón, venciendo en cuatro de las cinco pruebas (fue tercero en lanzamiento de jabalina, una especialidad que nunca había practicado antes de 1912). El mismo día participó en las pruebas de salto de altura (quedó 4º) y de longitud (7º). A continuación, se enfrentó al decatlón, donde le esperaba la dura competencia de Hugo Wieslander, el ídolo local y gran favorito. Pero, de nuevo, Thorpe venció con suficiencia: ganador en salto de altura, lanzamiento de peso, 110 metros vallas y 1500 metros; segundo en salto de longitud; tercero en 100 metros lisos, pértiga y lanzamiento de disco; y cuarto en los 400 metros y el lanzamiento de jabalina. Los 8413 puntos logrados (aventajando en más de 700 puntos a Wieslander) tardarían dos décadas en ser superados. El rey Gustavo V de Suecia, al entregarle la medalla de oro, le felicitó diciendo "Señor, es usted el más grande atleta en el mundo". Thorpe, tímidamente, le respondió "Gracias, rey".

Jim Thorpe recibe la medalla de oro de manos del rey Gustavo V
Convertido en una celebridad, Thorpe volvió a EEUU en loor de multitudes, recibiendo incluso un desfile en Broadway. La historia del niño pobre convertido en estrella gracias a su esfuerzo había calado muy hondo en el público y todos querían saber más sobre el nuevo héroe de Norteamérica, el hombre al que ya llamaban "el más grande atleta de todos los tiempos". Toda esta atención, sin embargo, acabaría por ser perjudicial para el deportista. En enero de 1913, el Worcester Telegram publicaba la noticia de que Thorpe había jugado al béisbol por dinero en el equipo de Rocky Mount, un equipo semiprofesional de la Eastern Carolina League, una liga menor de Carolina del Norte, durante los años 1909 y 1910. Thorpe solía pasar los veranos trabajando como jornalero en granjas y aquellos partidos le habían parecido una buena manera de ganarse unos dólares extra. Las cantidades recibidas por Thorpe eran irrisorias (desde dos dólares por partido hasta 35 a la semana) pero por aquel entonces el Comité Olímpico era muy estricto en lo referente al amateurismo, prohibiendo de manera tajante la participación en las Olimpiadas de deportistas profesionales (o sea, de todos los que hubieran recibido dinero por actividades deportivas). Thorpe trató de explicarse enviando una carta a James E. Sullivan, presidente de la Amateur Athletic Union en la que reconocía haber cobrado por jugar al béisbol pero alegaba desconocer que fuera algo prohibido, y que muchos atletas universitarios hacían lo mismo, sólo que usando nombres falsos. Pero la AAU fue inflexible; decidió retirarle a Thorpe la calificación de "amateur" de manera retroactiva y pidió al COI que hiciera lo mismo. El COI declaró a Thorpe como "profesional" y le desposeyó de todos sus premios y distinciones, incluidas sus dos medallas de oro, que fueron a parar a los subcampeones, el noruego Ferdinand Bie y el sueco Wieslander (hay que decir que ambos se negaron a recibir las medallas y defendieron toda su vida que Thorpe era el único y merecido campeón). Las normas dejaban claro que toda reclamación debía producirse antes de pasados treinta días del final de los juegos; pero tanto la AAU como el COI ignoraron, a sabiendas o no, dicha disposición. Muchos quisieron ver un sesgo racista en la sanción, argumentando que si Thorpe hubiera sido blanco el COI no habría sido tan severo con él y las autoridades norteamericanas lo habrían defendido con mayor énfasis.

JIm Thorpe con el uniforme de los Giants
La sanción fue un duro golpe para Thorpe, pero a pesar de todo siguió dedicándose al deporte, ahora ya como profesional. Eligió jugar al béisbol y en febrero de 1913 firmó un contrato con los New York Giants (con los que jugaría en tres etapas diferentes), y también pasó por las filas de Milwaukee Brewers, Cincinatti Reds y Boston Braves, hasta que se retiró en 1922 jugando en las ligas menores. Todos los equipos en los que jugó vieron cómo su presencia aumentaba sensiblemente el número de espectadores que acudían a sus partidos.
Y además, Thorpe simultaneó el béisbol con el fútbol americano, tal era su capacidad atlética. En 1915 fichó por los Canton Bulldogs, cobrando la elevadísima suma de 250 $ por partido. Un dinero más que justificado; los Bulldogs vieron cómo la media de espectadores de sus partidos pasaba de 1500 a 8000. En 1920 los Bulldogs fueron uno de los 14 equipos que fundaron la American Professional Football Association (APFA), la actual NFL, de la que Thorpe fue su primer presidente, aunque sólo ostentaría el cargo durante un año. En 1921 Thorpe dejó los Bulldogs (en los que ejercía de entrenador y jugador) para jugar con los Oorang Indians, un equipo formado exclusivamente por nativos americanos, y seguiría jugando en la NFL hasta 1928, año en que se retiró en los Chicago Cardinals.

Jim Thorpe en su etapa en los Canton Bulldogs
Pero es que Thorpe también hizo sus pinitos en el baloncesto. Entre 1927 y 1928 formó parte del llamado "World Famous Indians", una serie de equipos de fútbol americano, béisbol y baloncesto formados por indios que disputaban partidos no oficiales en distintos pueblos y ciudades de Nueva York, Pennsylvania y Ohio.

Una de las escasas fotografías existentes de Thorpe con uniforme de baloncesto
A Thorpe no le fue sencillo adaptarse a la vida fuera del ámbito deportivo, y más con el país sacudido por la brutal crisis económica del 29. Trabajó en la construcción, fue vigilante de seguridad, actor secundario en numerosas películas, marino mercante... Empleos que por lo general le duraban poco. También fue un obstáculo su alcoholismo, un problema que se agudizó en sus últimos años y en el que tenía mucho que ver la pérdida de su hijo Jim jr. a causa de la gripe en 1919, cuando contaba apenas año y medio de edad (Thorpe se casó en tres ocasiones y tuvo un total de ocho hijos). Cuando en 1950 se le diagnosticó un cáncer en el labio, estaba en la más absoluta pobreza y fue admitido en un hospital como un caso de caridad. El 28 de marzo de 1953, cuando tenía 64 años, sufrió un ataque al corazón, el tercero que padecía, y, tras ser reanimado en un primer momento, falleció.
No recibió ningún homenaje, ni siquiera en su Oklahoma natal; la mayoría ya se habían olvidado de él. Curiosamente, una ciudad de Pennsylvania llamada Mauch Chunk quería publicidad para atraer inversores y residentes. Tras pagarle una generosa cantidad a la viuda de Thorpe, Patricia Askew, ésta autorizó que los restos de su marido fuesen trasladados a la ciudad, que poco después se cambió el nombre por el de Jim Thorpe (nombre que aún hoy conserva). Los restos fueron enterrados en un monumento en su honor y cubiertos con tierra procedente de su Oklahoma natal y del Estadio Olímpico de Estocolmo.


En 1981, el COI renunció definitivamente al amateurismo y permitió la participación de deportistas profesionales en los Juegos Olímpicos. Una de las primeras medidas que se tomaron a raiz de esta decisión fue la de restituirle a Jim Thorpe sus dos medallas. El 18 de enero de 1983, dos de sus hijos, Gale y William, recibían sendas reproducciones de las dos medallas que setenta años atrás había ganado su padre.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Teutoburgo, el cementerio de las legiones


La Galia pasó a ser provincia romana tras la brillante campaña de Julio César (58-51 a. C.), quedando la frontera establecida en el Rin. No obstante, esta frontera nada significaba para las belicosas tribus germánicas de la otra orilla, que frecuentemente la cruzaban en expediciones de saqueo, atacando a romanos y galos por igual. Ya el mismo César había cruzado el Rin en dos ocasiones con sus legiones para darles un escarmiento: en el 58 a. C. derrotó a los suevos acaudillados por Ariovisto, y en el 55 a. C. volvió a pasar a la otra orilla, aunque en esta ocasión los germanos, más prudentes, no presentaron batalla. Aún así, los germanos siguieron con sus incursiones cada cierto tiempo. En el 16 a. C., una coalición de sicambrios, téncteros y usípetes emboscó y derrotó a un ejército romano a las órdenes del gobernador de la Galia Bélgica, Marco Lolio, en una batalla en la que incluso la Legio V Alaudae perdió su estandarte, un suceso tremendamente humillante, no sólo para la legión, sino para toda Roma.

Germania Magna
Harto de los quebraderos de cabeza que aquellas tribus le ocasionaban, el emperador Augusto envió a sus dos hijastros, Tiberio y Druso, a la región. Ambos combatieron a los germanos y llevaron la frontera del imperio hasta el río Elba, creando así una nueva provincia: Germania Magna. No obstante, el control de los romanos sobre aquellos territorios nunca fue completo, ya que los germanos nunca acabaron de aceptar su derrota.
En el año 9 d. C. Augusto envió como gobernador de la provincia a Publio Quintilio Varo. El retrato que nos han dejado de él los historiadores romanos es bastante negativo: codicioso, vanidoso, lento a la hora de tomar decisiones, más amigo de la vida lujosa de palacio que de los cuarteles militares y poco espabilado a la hora de juzgar a las personas. Aunque es posible que los hechos que protagonizó hayan empeorado su imagen a ojos de sus contemporáneos, lo cierto es que su reputación no era buena. Pero tenía experiencia, ya que había sido procónsul en África y legado en Siria (decían de él que "llegó pobre a una provincia rica, y se marchó rico dejando una provincia pobre"). Y además, estaba casado con Vipsania Marcela, hija del general Marco Agripa y sobrina-nieta del propio Augusto.
Varo no era demasiado diplomático; sus intentos de imponer las leyes romanas por la fuerza y sus elevados impuestos no tardaron en granjearle el rechazo de los germanos. Esta incomodidad, unida a su tradicional belicosidad, fue muy bien aprovechada por un hábil caudillo llamado Arminio para preparar un levantamiento contra el poder de Roma.

Arminio (16 a. C.-21 d. C.)
Arminio era un joven príncipe de los queruscos (su padre era un jefe llamado Segimer), una tribu aliada de los romanos y aparentemente leal. Esta alianza había permitido a Arminio criarse y educarse bajo la tutela de los romanos. Conocía su lengua y su cultura, se había entrenado con sus tropas (y por eso le eran familiares las tácticas y rutinas del ejército romano), y en cuanto tuvo edad suficiente se había puesto al frente de un destacamento de auxiliares queruscos con los que había combatido brillantemente contra la sublevación de los ilirios en Dalmacia. Se había ganado la confianza de los romanos hasta tal punto que incluso le fue concedida la ciudadanía romana, un privilegio al alcance de muy pocos entre los aliados de Roma. Más tarde volvió a su tierra natal, a las órdenes del nuevo gobernador. No podemos saber si siempre había tenido en mente rebelarse contra los romanos, o lo decidió descontento por el trato dado a sus compatriotas y viendo la facilidad con la que podría organizar una revuelta, pero lo cierto es que muy pronto comenzó a negociar en secreto con los jefes de algunas de las principales tribus.
Varo tenía en muy alta estima a los queruscos, y también a Arminio, quien se convertiría en uno de sus hombres de confianza, pese a las advertencias de algunos oficiales romanos y de jefes locales, quienes le advertían que no se fiase de aquel joven ambicioso e intrigante. Pero Varo desoyó esos consejos y siguió confiando en él.
Llegó así el invierno del año 9 y Varo se preparó para retornar a sus cuarteles de invierno, en la orilla izquierda del Rin, donde le esperaba el resto de su ejército. Pero Arminio le comunicó que había estallado una gran revuelta en el norte y era necesario acudir de inmediato a sofocarla, antes de que se extendiese a toda la provincia y provocase una insurrección general. Varo no lo dudó y se puso en camino de inmediato al frente de las tres legiones de las que disponía: la XVII, la XVIII y la XIX, junto a la caballería y varias cohortes de tropas auxiliares. En total, unos 20000 hombres.
El avance de los romanos era lento y trabajoso. Los soldados iban cargados con sus armas e impedimenta, y numerosos civiles (familias de los oficiales, esclavos, prostitutas, mercaderes...) acompañaban la marcha, entorpeciendo su avance. Además, Arminio guiaba a los romanos a través de una región agreste, con bosques espesos, caminos escarpados, pantanos... Llevándolos poco a poco hacia el lugar donde estaba preparada la emboscada: el bosque de Teutoburgo.
Llegó un momento en el que los auxiliares germanos, incluidos los guías, abandonaron la formación, dejando solos a los romanos, que se vieron en la obligación de seguir avanzando a través del bosque por un estrecho sendero cruzado por numerosos arroyos. El sendero rodeaba la cara norte de una colina llamada en la actualidad Kalkriese en cuya ladera aguardaban los germanos, escondidos tras una especie de muro o empalizada camuflada con el accidentado terreno y la vegetación. Unos 15 o 20000 guerreros de varias tribus (queruscos, catos, marsos, brúcteros) aguardaban impacientes la hora de caer sobre los desprevenidos romanos.


El primer asalto llegó sin avisar: aprovechando una fuerte tormenta, los germanos hicieron caer sobre las filas romanas gran cantidad de árboles cuyos troncos habían previamente serrado. A continuación, una lluvia de flechas cayó sobre los legionarios, que en medio del caos y la confusión no tuvieron tiempo de formar una defensa cuando los germanos se lanzaron contra ellos. El pesado equipamento y las armas que portaban resultaban un estorbo en esas condiciones, dejándolos en clara desventaja en la lucha cuerpo a cuerpo con los rápidos y feroces germanos, cuyo armamento ligero era mucho más eficaz.
Aunque tuvieron muchas bajas en este primer choque, los disciplinados legionarios romanos no se dejaron derrotar tan fácilmente y buscaron terreno despejado en el que reagruparse. Pero en cuanto volvieron a penetrar en la espesura, de nuevo los germanos cayeron sobre ellos.
La lucha se prolongó a lo largo de al menos tres días. La caballería romana, mandada por Numonio Vala, trató de huir hacia el Rin, pero fue alcanzada y exterminada. Varo, para no caer en manos de sus enemigos, se suicidó. Arminio hizo quemar su cuerpo y envió su cabeza al poderoso caudillo Marbod, rey de los marcómanos, tratando de pactar una alianza con él. Marbod, quien no estaba por la labor de enfrentarse a los romanos, la envió a su vez a Roma, donde fue enterrada en el panteón familiar.
La batalla desembocó en una espantosa matanza. Las tropas romanas, dispersas y desordenadas, fueron presa fácil para los germanos, quienes durante días dieron caza a los supervivientes que huían. Un grupo de legionarios, bajo el mando de un joven oficial llamado Casio Querea, logró alcanzar territorio romano y dar aviso de lo sucedido. En los días siguientes, pequeños grupos de supervivientes fueron llegando a la retaguardia. No hay una estimación exacta de sus bajas, pero se cree que al menos 15000 romanos murieron en ese bosque. Los germanos apenas tomaron prisioneros; la mayoría de los romanos capturados fueron sacrificados en honor a sus dioses, como tenían por costumbre. Las bajas germanas no se pueden calcular, pero sin duda fueron mínimas comparadas con las de los romanos.
La tremenda derrota provocó una enorme consternación en Roma. La clades Variana (la derrota de Varo) causó un gran trastorno al mismo emperador, quien, llevado por la desesperación, llegaba a golpearse contra las paredes gritando Quintili Vare, legiones redde! (¡Quintilio Varo, devuélveme mis legiones!). El suceso provocó que Augusto dejase de confiar en los germanos: prescindió de aquellos que servían en su guardia personal e incluso expulsó de Roma a representantes y embajadores de tribus aliadas. Sin las legiones de Varo para defender la frontera, se temió una invasión masiva de la Galia que al final no se llegó a producir; ebrios con la victoria, los germanos prefirieron retornar a sus aldeas. Para recomponer las defensas fronterizas, se tomaron medidas extraordinarias: nuevas levas, extensión del periodo de servicio en el ejército de 16 a 25 años, e incluso la compra de esclavos que luego eran liberados a condición de que se alistasen.

Julio César Claudiano Germánico (15 a. C. -19 d. C.)
Roma no iba a olvidar tal humillación. En el año 13 d. C. el emperador Augusto envió a Germania a Julio César Germánico, el hijo de Druso, quien pese a su juventud ya había demostrado ser un gran general, al frente de ocho legiones, con órdenes de derrotar a los germanos, localizar el lugar de la batalla y asegurarse de dar un entierro digno a los caídos, y recuperar las águilas de las tres legiones, capturadas como botín por Arminio.
Germánico cruzó el Rin con sus tropas y alcanzó el lugar de la batalla, encontrando el horrendo espectáculo de miles de cadáveres mutilados e insepultos, con numerosas cabezas clavadas en los árboles cercanos y no muy lejos de allí, los altares en los que numerosos prisioneros romanos habían sido sacrificados. El general romano hizo enterrar los restos y rindió un último homenaje a aquellos soldados, y luego partió en busca de Arminio, quien se había convertido en el principal caudillo de la región y se había aliado con Marbod. Pero Arminio evitó el enfrentamiento directo y Germánico decidió, tras varias escaramuzas, regresar a Galia. Para ello dividió a sus tropas: él se embarcó con parte de ellas en el Rin, mientras que el resto, a las órdenes de Aulo Cecina Severo, continuó camino a pie. Esto fue aprovechado por Arminio para atacar a las tropas de Cecina mientras cruzaban una ciénaga. Pudo haber sido otra gran victoria germana, pero la frustró la veteranía y experiencia de las tropas romanas y la precipitación de Inviomero, tío de Arminio, que asaltó demasiado pronto el campamento romano.
Germánico volvió a cruzar el Rin el año 15. Con decisión, acosó a Arminio y a sus aliados, llegando a capturar a su esposa, Thusnelda, que fue enviada a Roma como cautiva (siendo prisionera tuvo a un hijo de Arminio, Tumélico, que fue entrenado como gladiador y murió joven en la arena del circo). Pese a que Arminio trataba de evitar un enfrentamiento en campo abierto, el insistente Germánico acabó forzando la batalla en el poblado de Idistaviso, ya en el año 16, que terminó con una contundente victoria del ejército romano (que perdió apenas 1000 soldados, la mayoría tropas auxiliares, frente a los 15000 muertos que hubo en las filas germanas). Además, los romanos pudieron recuperar los estandartes de dos de las tres legiones exterminadas en Teutoburgo, restaurando al menos en parte el honor de Roma. No obstante, los romanos jamás volvieron a bautizar a ninguna legión con los números de las legiones allí perdidas.
Arminio logró huir con vida, pero su prestigio quedó severamente dañado. Marbod rompió su alianza y le declaró la guerra. Finalmente, en el año 21, Arminio murió asesinado por la familia de su esposa, aliados de Roma. Contaba entonces 37 años.
Germánico permaneció algún tiempo en la región, hasta que Tiberio, ya nombrado emperador, le ordenó que abandonase aquellos parajes, por considerarlos inhóspitos e improductivos, y se retirase a la Galia. Roma sólo conservó en la orilla derecha del Rin algunos puestos avanzados y cabezas de puente, pero, salvo alguna incursión temporal, no volvió a aventurarse en Germania. Es más, décadas más tarde se construyó el llamado Limes Germanicus, una serie de murallas y fortalezas para evitar nuevas invasiones.

Hermannsdenkmal (monumento en honor a Arminio), erigido cerca de Teutoburgo en 1875
La figura de Arminio fue recuperada en el siglo XIX y convertida por el nacionalismo alemán en un símbolo de la lucha de los nobles y valerosos germanos contra los pérfidos y sibilinos enemigos del sur de Europa. Incluso germanizaron su nombre llamándolo "Hermann".
En 1987 un arqueólogo aficionado halló en Kalkriese un gran número de monedas romanas, así como varias bolas de plomo de las que utilizaban los honderos romanos como proyectiles. Excavaciones posteriores demostraron que aquel era sin duda el lugar donde se había producido la batalla, sacando a la luz una ingente cantidad de restos: no sólo armas, también todo tipo de objetos romanos de uso cotidiano. Todos estos hallazgos se exponen en un museo construido ex-profeso en las proximidades: el Museum und Park Kalkriese: http://www.kalkriese-varusschlacht.de/

sábado, 21 de noviembre de 2015

El Regimiento 442 (II)


El 23 de octubre el 141º Regimiento de Infantería, bajo el mando del coronel Lundquist, lanzó un ataque contra la línea defensiva establecida por los alemanes entre Biffontaine y Rambervillers. El día 26 parte del 1º Batallón del regimiento, que cubría el flanco derecho de la ofensiva, avanzó demasiado y quedó aislado del resto de su unidad, viéndose rodeado por tropas enemigas en un valle entre Biffontaine y La Houssiere. Inmovilizados en un espeso bosque, se vieron obligados a resistir los ataques de las tropas alemanas de élite, los batallones 201º y 202º de Gebirgsjäger (cazadores de montaña), más numerosas y con una posición ventajosa, mientras esperaban ayuda. Sabedor de su situación, el día 27 el general John E. Dahlquist, comandante de la 36ª División, ordenó al 442 romper el cerco y rescatar a los hombres del llamado Batallón Perdido.
Las condiciones a las que se tuvieron que enfrentar los hombres del regimiento eran más que difíciles. Las tropas alemanas, expertas y bien entrenadas, estaban atrincheradas en posiciones elevadas, apoyadas por artillería, ametralladoras y francotiradores. Para llegar a ellas había que vencer un pronunciado desnivel, cruzar la espesura del bosque, caminos embarrados y soportar unas condiciones climatológicas adversas, con lluvia continua y densos bancos de niebla. Las órdenes de Dahlquist causaron malestar en el regimiento. El general había sido también el responsable de dar orden de ocupar Biffontaine, una aldea sin importancia estratégica y fuera de la zona de cobertura de la artillería aliada, que tantos problemas había causado al 100º Batallón. Los soldados del 442 empezaron a creer que Dahlquist sólo los usaba como carne de cañón para no tener que sacrificar a soldados blancos. Sus oficiales, en su mayor parte no japoneses, se quejaron al general, haciéndole ver que un ataque como el que planteaba causaría muchas más bajas que soldados iba a salvar. No obstante, Dahlquist se mantuvo en sus trece. Ni siquiera quiso replantear su decisión cuando el teniente Allan Ohata se negó a conducir a sus hombres a un asalto frontal a una de las posiciones, por considerarlo una misión suicida, una decisión que pudo costarle a Ohata un consejo de guerra (aunque el general no quiso tomar represalias y Ohata acabaría recibiendo la Medalla de Honor años después). La situación del Batallón Perdido se agravaba; los intentos de hacerles llegar comida y municiones mediante paracaídas había fracasado. Finalmente, los hombres del 442 lograron romper las líneas alemanas, tomar sus posiciones (con asaltos frontales a punta de bayoneta; para los alemanes tuvo que ser cuando menos confuso verse atacados por tropas orientales que cargaban contra ellos al grito de ¡Banzai!) y rescatar a los hombres del Batallón el 30 de octubre, pero a un elevadísimo coste: para salvar a los 211 supervivientes, el 442 perdió a más de 800 hombres entre muertos, heridos y prisioneros (42 de ellos fueron a parar al campo de Stalag VII-A en Moosburg y permanecieron allí hasta el final de la guerra).

Hombres del 442º en las cercanías de Saint-Die (noviembre de 1944). De izquierda a derecha, el sargento primero Yukio Okutsu, el soldado de primera clase Shigeru Suekuni, el sargento Albert Ichihara, el sargento Michio Takata y el teniente Joseph Hill
El 442º siguió en primera línea de combate hasta el 17 de noviembre, en que fue tomada la ciudad de Saint-Die. De los 2943 soldados y oficiales de que constaba la unidad cuando el 13 de octubre había sido asignada a la 36ª División, ahora apenas quedaban 800 en condiciones de pelear. Durante aquel mes escaso, habían tenido 140 muertos y más de 1800 heridos. Hasta el propio Dahlquist se sorprendió de las bajas cuando quiso pasar revista a la unidad y preguntó por qué no estaban presentes todos los hombres; tuvieron que aclararle que esos eran, efectivamente, todos los hombres de los que disponía el regimiento. La Compañía K sólo tenía 18 hombres (de los 186 con que contaba en un principio); la Compañía I (que tenía originariamente 185 militares), sólo ocho. De los 1432 efectivos que formaban inicialmente el 100º Batallón quedaban 239 soldados y 21 oficiales. El 2º Batallón había perdido 316 soldados y 17 oficiales, ninguna de las compañías del 3º Batallón tenía más de 100 hombres disponibles... No es de extrañar que los hombres del 442 le guardasen ojeriza a Dahlquist durante mucho tiempo. Años más tarde, el general se encontró en una ceremonia con Gordon Singles, oficial del regimiento que había ascendido hasta ser teniente coronel. Dahlquist quiso estrechar su mano para cerrar viejas rencillas... Singles se limitó a saludarlo, como dictaba el protocolo militar, y rechazó la mano que el general le tendía.
Después de la agotadora y complicada campaña de los Vosgos, el siguiente destino del 442 fue casi unas vacaciones. Fueron enviados a la Riviera francesa, a vigilar una sección de la frontera franco-italiana, permaneciendo allí cuatro meses. Pese a algunos sobresaltos y alguna baja (causadas en escarceos con patrullas alemanas aisladas o por la explosión de minas) aquellos meses supusieron un remanso de paz que les permitió recuperar a algunos de los heridos e ir acoplando al grupo a nuevos soldados enviados desde EEUU. Humorísticamente, llamaron a aquellos cuatro meses como la "Campaña del champán". Incluso llegaron a capturar un Biber, un pequeño submarino monoplaza alemán destinado al ataque a buques cerca de la costa.
El regimiento volvió al frente a finales de marzo de 1945, siendo enviado a Italia. La excepción fue su batallón de artillería de campo, el 522, que fue separado de la unidad y enviado al norte, a territorio alemán, para ayudar a la 63ª División a combatir en la Línea Sigfrido (fueron los únicos soldados nisei que llegaron a pisar suelo alemán). Allí se convirtió en una unidad móvil de refuerzo, asignado sucesivamente a distintos regimientos en su avance por Alemania. Fueron ellos los que liberaron el campo de concentración de Kaufering IV Hurlach, uno de los muchos campos satélites dependientes del campo de Dachau, donde se encontraban mas de 3000 prisioneros. Tras la rendición alemana, el 522 permaneció en la ciudad bávara de Donauwörth, realizando labores de seguridad, hasta que fue repatriado a EEUU en noviembre de 1945.


El resto del 442 fue incorporado a la 92ª División, que peleaba por romper la Línea Gótica, la última línea defensiva alemana en Italia. Una pintoresca amalgama de tropas: junto a la 92 (una unidad compuesta fundamentalmente por afroamericanos), combatían tropas coloniales francesas e inglesas (subsaharianos, magrebíes, hindúes, gurkhas nepalíes, árabes y judíos de Palestina), unidades de exiliados polacos, griegos y checos, y hasta la Fuerza Expedicionaria Brasileña. La Línea Gótica, construida aprovechando la barrera natural que suponían los montes Apeninos, había detenido durante cinco meses el avance del Quinto Ejército. El plan del general Clark era que la 92, reforzada con el regimiento 442, lanzase un ataque en el flanco izquierdo de la Línea, para desviar la atención de los alemanes y permitir así al VIII Ejército cruzar el río Senio en el flanco derecho, para que luego el V Ejército cayese sobre el flanco izquierdo.
El plan funcionó mejor de lo esperado. El 442 tenía asignadas una serie de posiciones alemanas que debía tomar de manera sucesiva. El primer asalto, llevado a cabo en la mañana del día 5 de abril, logró tomar los dos primeros objetivos en apenas media hora. El contraataque alemán fue repelido, y aprovechando la confusión, una tercera fortificación alemana era tomada. El 442 siguió avanzando con una rapidez pasmosa los siguientes días, tomando una tras otra las posiciones alemanas. Lo que se suponía iba a ser un ataque de distracción había desembocado en una ofensiva total. Ante el imparable avance de los aliados, el 17 de abril los alemanes abandonaban la Línea Gótica y se concentraban en los alrededores de la ciudad de Aulla, disponiendo una última posición defensiva en Monte Nebbione. En esta última acción también tuvo un papel destacado el 442, que colaboró en la toma de las posiciones cercanas a las defensas alemanas. El 25 de abril Aulla caía en manos de los aliados, cortándole la retirada a los alemanes, que comenzaron a rendirse en grandes grupos. Finalmente, el 2 de mayo de 1945 lo que quedaba del ejército alemán en Italia se rendía de manera oficial.

Soldado de Primera Clase Sadao Munemori (1922-1945), el único soldado norteamericano de origen japonés que recibió la Medalla de Honor durante la Segunda Guerra Mundial
Después de la guerra, el 442 fue disuelto en 1946, aunque sería reconstruido en 1947 pasando a formar parte de la Reserva, con base en Fort Shafter (Hawai). Durante la Guerra de Vietnam estuvo en la Reserva Estratégica, aunque no llegó a ser desplegado, y en 2004 fue movilizado en Iraq, donde perdió a cinco hombres; aunque en la actualidad ya no está formado por soldados de origen japonés.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en torno a 14000 soldados formaron parte, en los distintos reemplazos, del regimiento 442 o del 100º Batallón. Un número elevado, pero lógico si tenemos en cuenta que todos los nisei y sansei que se alistaron fueron destinados únicamente a esta unidad. De ellos, 650 murieron, 3713 resultaron heridos (muchos en más de una ocasión) y 67 declarados desaparecidos en combate. Pero además el 442 se convirtió en la unidad más laureada de todo el ejército norteamericano durante la guerra. Aquellos hombres recibieron un total de 18143 medallas y distinciones. Unas distinciones que incluyen:
- 21 Medallas de Honor. La mayor parte de ellas fueron reconocidas a partir del año 2000, después de que una revisión de las actuaciones de los miembros del regimiento concluyera que sus méritos habían sido valorados por debajo de su verdadera valía, lo que hizo que numerosas condecoraciones fueran revisadas al alza.
- 52 Cruces de Servicios Distinguidos
- 1 Medalla de Servicios Distinguidos
- 560 Estrellas de Plata
- 4000 Estrellas de Bronce
- 22 Medallas de la Legión al Mérito
- 15 Medallas del Soldado
- 9486 Corazones Púrpura
Además, a estas condecoraciones hay que sumar numerosos homenajes y distinciones no militares. En 1962, los supervivientes del 442 fueron nombrados "Texanos Honorarios" por el gobernador de Texas por su labor en el rescate del Batallón Perdido (el regimiento 141 formaba parte de la Guardia Nacional de Texas y la mayor parte de sus miembros eran originarios de aquel estado). En 2010 el 442 y todos los soldados de origen japonés que sirvieron en el ejército durante la guerra recibieron la Medalla de Oro del Congreso norteamericano y en 2012, los supervivientes recibieron la Legión de Honor francesa como agradecimiento por sus acciones para la liberación de Francia.
No obstante, cuando volvieron a sus hogares, los veteranos del 442 se encontraron los mismos prejuicios y el mismo rechazo que habían dejado atrás. Los ciudadanos recluidos en los campos de internamiento habían comenzado a ser liberados a principios de 1945, y la mayoría de los campos habían sido clausurados antes de que terminara el año (con la excepción del campo de Tule Lake, donde estaban confinados aquellos que habían pedido ser repatriados a Japón, que no se clausuró hasta marzo del 46). Al ser liberados recibían 25 $ por persona y un billete de tren, pero pocos consiguieron recuperar los bienes de los que habían sido despojados. El gobierno norteamericano devolvió apenas una décima parte de lo que había incautado, y muchos de los que recuperaron algo de lo que habían perdido lo hicieron tras años de disputas legales. El gobierno comenzó a pagar algunas indemnizaciones a partir de 1951, pero no fue hasta 1988 en que el entonces presidente, Ronald Reagan, se disculpó oficialmente por la creación de los campos y ofreció una compensación de 20000 dólares a cada uno de los que habían sido confinados en ellos y seguían con vida.
El sentimiento antijaponés permaneció durante años en amplios estratos de la sociedad estadounidense. Los americanos de origen japonés, incluidos los veteranos del 442, tuvieron que enfrentarse muy a menudo a insultos, desprecios y exclusiones, cuando no a amenazas y agresiones. Un sentimiento que tardaría años en desaparecer. Los veteranos de 442 se involucrarían de manera decidida en la vida social y política norteamericana, sobre todo en Hawai, donde algunos de ellos ocuparon relevantes cargos políticos y gozaron de protagonismo en sucesos importantes de su historia.

Daniel Inouye, veterano del 442 y senador de los EEUU entre 1963 y 2012

viernes, 20 de noviembre de 2015

El Regimiento 442 (I)

Insignia del 442 Regimental Combat Team

Tras el ataque japonés a Pearl Harbour en diciembre de 1941, se extendió por todo Estados Unidos una ola de paranoia y odio a Japón que hacía que cualquier ciudadano de origen nipón fuese visto por el resto de la ciudadanía como un potencial espía o agente enemigo. Unos prejuicios azuzados por la prensa y que llevaron al presidente Franklin D. Roosevelt a tomar una de las medidas más ignominiosas de la historia estadounidense: el 19 de febrero de 1942 firmaba la llamada orden ejecutiva 9066 que autorizaba la creación de áreas vigiladas por el ejército y bajo la jurisdicción del Secretario de Defensa en las que estaba restringido el derecho de las personas a moverse con libertad. En la práctica, la orden sirvió para recluir en campos de internamiento a aquellos ciudadanos considerados "sospechosos", es decir, a aquellos de origen japonés. Entre 110000 y 120000 ciudadanos (en todo el territorio continental de EEUU había unos 127000, la mayoría en la Costa Oeste) fueron obligados a abandonar sus hogares e instalarse en alguno de los 10 campos que se crearon ex-profeso. De ellos, apenas 30000 habían nacido en Japón; el resto eran nisei (Hijos de emigrantes pero ya nacidos en EEUU) y sansei (americanos de tercera generación). La mayoría se vieron obligados a malvender sus hogares y posesiones, y los que no lo hicieron vieron cómo sus propiedades eran usurpadas por sus vecinos o incautadas por el Gobierno. Además, también fueron a parar a esos campos miles de ciudadanos de origen japonés de países latinoamericanos (Perú, México, Panamá, Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador...) que habían llegado a acuerdos con el gobierno norteamericano. Los únicos que se negaron a tales acuerdos fueron Argentina, Chile y Paraguay.
La excepción fue Hawai. En aquel territorio los ciudadanos de origen nipón suponían un tercio de la población, más de 150000 personas, y su internamiento, además de ser extremadamente costoso y logísticamente muy complicado, habría hundido la economía de las islas. Por ello se limitaron a declarar la ley marcial en todo el territorio. Dada la escasez de efectivos, también se permitió a los hawaianos de origen japonés permanecer formando parte de la Guardia Nacional de Hawai (un cuerpo de reserva formado por voluntarios); una de las primeras medidas tomadas por el Secretario de Defensa había sido prohibir el alistamiento de los americanos de ascendencia japonesa y licenciar a los que ya estaban en el ejército. Sin embargo, el teniente general Emmons, comandante del ejército en Hawai, no se fiaba del todo de esos soldados, y recomendó trasladarlos a territorio continental. Así, los soldados de origen nipón de los regimientos de infantería 298º y 299º (un total de 1432 hombres) fueron agrupados en el llamado Batallón Provisional Hawaiano y enviados al Campo McCoy (Wisconsin) a principios de junio de 1942. Poco después la unidad sería renombrada como 100º Batallón de Infantería.

El emblema y la insignia del 100º Batallón
En Wisconsin fueron recibidos con desconfianza, cuando no con abierta hostilidad, por el resto de soldados y las autoridades locales. Sabedores de que su lealtad era cuestionada, los soldados del 100º Batallón se esforzaron en demostrar que eran tan dignos como cualquier otro de formar parte del ejército y superaron con brillantez el entrenamiento al que fueron sometidos; cinco de ellos, incluso, fueron condecorados por rescatar a varios civiles que corrían el riesgo de ahogarse en un lago.
En enero de 1943, el 100º Batallón fue enviado a Camp Shelby (Mississippi) para recibir entrenamiento avanzado, teniendo que soportar el mismo recibimiento hostil que habían sufrido en Wisconsin. Sus excelentes resultados llevaron a Roosevelt a levantar el veto al alistamiento de los nipo-americanos el 1 de febrero de 1943 y a aprobar la formación de una unidad de combate compuesta exclusivamente con estos soldados. Sólo en Hawai se presentaron más de 10000 voluntarios (en el continente sólo lo hicieron unos 1200; muchos prefirieron quedarse cuidando de sus familias en los campos de internamiento). Finalmente, unos 3800 hombres (3000 de ellos hawaianos) fueron elegidos para formar el 442º Infantry Regimiental Combat Team, que incluía al Regimiento 442º de Infantería (con tres batallones), el batallón 552º de Artillería de Campo, la 232ª Compañía de Ingenieros y varias unidades auxiliares, todas ellas formadas íntegramente por soldados de origen japonés. Como lema de la unidad eligieron "Go for Broke" ("Ir a por todas").
El 442º y el 100º Batallón coincidieron brevemente en Camp Shelby. Los soldados de ambas unidades habían pedido ser enviados al frente lo antes posible, e incluso se habían ofrecido voluntarios para ir a combatir contra las tropas japonesas, pero sus superiores no lo encontraron adecuado y prefirieron enviarlos al frente europeo (unas precauciones que no se tomaron con los soldados de origen italiano o alemán). Al final, sólo un puñado de soldados de origen japonés serían destinados al Pacífico, para actuar como traductores o agentes de inteligencia.


En agosto de 1943, el 100º Batallón (que había elegido como lema "Recordad Pearl Harbor") fue enviado a Europa, mientras el 442 proseguía su entrenamiento. El 2 de septiembre llegaban a Argelia, asignados al 133º Regimiento de Infantería, y el 19 de septiembre desembarcaban al sudeste de Nápoles con el resto de la 34ª División del ejército norteamericano. Su bautismo de fuego tuvo lugar diez días después, tomando Benevento, un estratégico nudo de comunicaciones, bajo un intenso fuego de artillería. Tomaron parte luego en el sangriento asalto a Monte Cassino, a partir de enero de 1944. Allí tuvieron que soportar durísimos combates, asaltos a posiciones fortificadas, y empezaron a ganarse fama de ser una unidad dispuesta a combatir en cualquier situación y a asumir los mayores riesgos. Eso si, a un coste muy elevado: las bajas (muertos y heridos) redujeron el batallón original de 1300 soldados a apenas 500, obligando a traer refuerzos desde Camp Shelby. El elevado número de bajas hizo que el batallón empezara a ser llamado "el batallón de los Corazones Púrpura" (el Corazón Púrpura es la condecoración que el ejército norteamericano concede a los soldados muertos o heridos en combate).
Después de Monte Cassino vino la batalla de Anzio, donde las tropas alemanas tenían cercadas a los norteamericanos que habían desembarcado en enero. El 100º Batallón, junto al resto de la 34ª División, ayudó a romper el cerco alemán y luego continuó su avance hacia el norte, hacia Roma, siempre en vanguardia, despejando la ruta para las tropas que venían detrás. Pero, el 10 de junio de 1944, cuando se encontraban a apenas quince kilómetros de la capital, tras eliminar el último reducto de resistencia alemana, los hombres del 100º Batallón recibieron la orden de detenerse y esperar nuevas instrucciones. Allí tuvieron que ver cómo el resto de las tropas llegaba a Roma para participar en el victorioso desfile por sus calles. El general Mark Wayne Clark, comandante en jefe del 5º Ejército de los EEUU, había dado la orden personalmente, ya que al parecer no quería japoneses en "su" desfile. Una decisión que creó no poca polémica, incluso entre los que menos apreciaban a los hombres del 100º, ya que habían hecho méritos más que de sobra para estar presentes.


Los hombres del 100º Batallón no llegarían a entrar en Roma. En su lugar, fueron llevados en camiones a Civitavecchia, donde se reunieron con el 442º Regimiento, llegado días antes a Italia. El 100º Batallón pasó entonces a formar parte del 442, pero, dado sus méritos de combate, se le permitió conservar su denominación original y sus emblemas. La nueva unidad, bajo el mando del coronel Virgil Miller, entró en combate poco después; los días 26 y 27 de junio desalojó a los alemanes de Belvedere, en una brillante acción que le valió a la unidad una Presidential Unit Citation. A continuación siguieron hacia el norte, tomando las localidades de Sasetta y Cecina y dirigiéndose al río Arno. Entre los días 2 y 7 de junio, los hombres del 442 tomaron con gran esfuerzo dos posiciones alemanas estratégicas, la llamada Colina 140 y el pueblo de Castellina Marittima. Los combates continuaron varias semanas mas; cada pueblo antes de llegar al Arno era defendido con ferocidad por los alemanes, y hasta el día 25 de julio no cesó la resistencia. En los algo más de 300 kilómetros recorridos desde Roma el 442º Regimiento había sufrido 1272 bajas, de ellas 256 muertos, lo que hizo necesario la llegada de nuevos refuerzos desde EEUU. Aún así, se dieron casos de soldados heridos que huían de los hospitales sin recibir el alta médica para volver con su unidad.
A finales de agosto de 1944, el 442º Regimiento estaba apostado en la orilla norte del Arno, custodiando los puntos en los que estaba previsto construir puentes para que las tropas aliadas pudieran cruzar el río. El 11 de septiembre fueron separados oficialmente de la 34ª División y asignados a la 36ª para colaborar en la liberación de Francia, salvo la Compañía Antitanque, que fue enviada como refuerzo para el 571º Regimiento de Infantería Aerotransportada, que acababa de desplegarse en el sur. Trasladados a Marsella y tras remontar la cuenca del Ródano, volvieron a la acción en la toma de Bruyères.


Bruyères era un estratégico pueblo en la cordillera de los Vosgos, en el camino directo a Alemania. Sabiendo que era una de las últimas barreras para los aliados antes de llegar a territorio alemán, Hitler había dispuesto una nutrida defensa por toda la región, con numerosas posiciones fortificadas. Bruyères estaba custodiada por cuatro de estas posiciones, llamadas Colina A, B, C y D, todas fuertemente defendidas con artillería y ametralladoras, y con tropas de élite de la Wehrmacht y los Panzergrenadier. La operación, llevada a cabo por los regimientos 142 y 442, se vio además dificultada por el terreno y el clima (bosques, desniveles pronunciados, barrizales, lluvia intensa y bancos de niebla). Aún así, el 18 de octubre eran tomadas las colinas A y B, y a continuación se ocupaba Bruyères. Más difícil fue hacerse con las colinas C y D, que fueron tomadas, reconquistadas por los alemanes en un contraataque y vueltas a tomar por los americanos. Y, mientras el grueso del 442 se dedicaba a asegurar el pueblo, limpiar los campos de minas y desmantelar las fortificaciones alemanas, el 100º Batallón recibió la orden de ocupar la pequeña aldea de Biffontaine, distante apenas 6 o 7 kilómetros.
Aunque aparentemente las tropas alemanas se habían retirado del pueblo, al poco de llegar a Biffontaine el batallón se vio sorprendido por un contraataque alemán que rodeó el lugar, dejándolos aislados. Durante dos días, el 22 y el 23 de octubre, el 100º Batallón resistió los continuos ataques alemanes, luchando casa por casa sin descanso, hasta que pudo recibir ayuda de su regimiento. Esta acción le valió a la unidad su segunda Presidential Unit Citation. Su siguiente parada fue Belmont, donde todavía quedaban algunos reductos de resistencia. Y varios días después les llegó la orden para su misión más controvertida y que más fama les daría: el rescate del Batallón Perdido.

domingo, 15 de noviembre de 2015

La trágica Fastnet Race de 1979


La Fastnet Race es una de las regatas de yates en mar abierto más antiguas y con mayor prestigio del mundo. Se celebró por primera vez en 1925, con sólo siete participantes, y fue anual hasta 1931; a partir de ese año pasó a celebrarse cada dos años y sólo la Segunda Guerra Mundial interrumpió su disputa.

Fastnet Rock
El recorrido parte del puerto de Cowes, en la isla de Whight, y bordea la costa sur de Gran Bretaña hacia el oeste. Luego, cruza el llamado Mar Céltico hasta las costas de Irlanda, donde los participantes tienen que rodear Fastnet Rock, un desolado islote con un faro que es el punto más al sur del territorio irlandés, para luego volver hacia Gran Bretaña, rodeando el archipiélago de las Sorlingas y terminando en el puerto de Plymouth. En total, 608 millas náuticas (unos 1126 kilómetros). Su disputa no ha estado exenta de accidentes  y siniestros, aunque nada comparable con la trágica edición de 1979.


Todo comenzó el 9 de agosto de 1979. Un pequeño frente de bajas presiones comenzó a formarse en Norteamérica, sobre la región de los Grandes Lagos. Conforme el frente crecía y se fortalecía, se iba desplazando hacia el este, en dirección al Océano Atlántico. Al día siguiente, la tormenta llegó al mar, tras haber dejado dos personas muertas y numerosos daños materiales en Nueva Inglaterra. El mediodía del lunes 13 de agosto, día en que se dio la salida de la Fastnet Race, el frente se hallaba a varios cientos de millas al suroeste de las costas irlandesas, y para los meteorólogos británicos no suponía una amenaza para el desarrollo de la regata. Para el transcurso de ésta, la previsión de los servicios meteorológicos era de vientos de fuerza 4-5 que podían incrementarse hasta fuerza 6-7.No obstante, el frente tormentoso incrementó su intensidad de una manera que nadie podía prever.
Entre los días 13 y 14 de agosto, los yates participantes en la regata se vieron sorprendidos por la súbita aparición de la tormenta, con vientos de fuerza 10 y 11 y olas gigantescas, cuando estaban en mar abierto camino de Irlanda, sin puertos cerca en los que refugiarse. De inmediato se dio la alarma y se inició un enorme dispositivo de búsqueda y rescate en el que participaron más de 4000 personas, el mayor en tiempos de paz. Las fuerzas navales y aéreas de Irlanda e Inglaterra, mercantes, barcos privados, un buque de la Armada holandesa (el destructor HNLMS Overijssel) y otro de la marina norteamericana (el buque nodriza de submarinos USS Holland), fueron movilizados para acudir en ayuda de los regatistas.


De los 303 yates participantes, cinco se hundieron y 23 fueron abandonados a la deriva por sus tripulaciones. Un centenar llegaron a verse tan comprometidos por el embate de los elementos que incluso tocaron el agua con sus mástiles, y 75 volcaron completamente, quedando con la quilla al aire. Pese al esfuerzo de las fuerzas de rescate, diecinueve personas murieron ahogadas: quince eran regatistas y cuatro, tripulantes de un yate que seguía la regata pero no participaba en ella. Sólo 86 barcos de los 303 pudieron completar la regata, cuyo vencedor fue el barco norteamericano Tenacious, propiedad del magnate de los medios de comunicación Ted Turner, quien también lo patroneaba.
La tragedia de la Fastnet Race de 1979 obligó a revisar y modificar las normas de seguridad que hasta aquel momento regían la travesía. Muchos de los yates participantes eran claramente inapropiados para soportar travesías complicadas en mar abierto, y de la misma manera muchos de sus tripulantes eran aficionados sin experiencia navegando lejos de la costa. Además, las medidas de seguridad brillaban por su ausencia y muchos de los barcos más pequeños no tenían sistema de posicionamiento alguno más allá de los mapas náuticos y sus propios cálculos. En las siguientes ediciones, los requisitos para participar se volvieron mucho más estrictos para prevenir tragedias como la ocurrida ese año. Ahora sólo se permite la participación de tripulantes que hayan pasado un curso de supervivencia en el mar y los capitanes deben poder demostrar experiencia como navegantes. También se presta una especial atención a la estabilidad de los barcos y a las condiciones meteorológicas, llegando a haber ediciones en las que la salida ha sido pospuesta varios días.

Monumento en memoria de los fallecidos, en Cape Clear Island (Irlanda)

Placa en memoria de los fallecidos en la Iglesia de la Sagrada Trinidad en Cowes

sábado, 14 de noviembre de 2015

lunes, 9 de noviembre de 2015

El bandolero Diego Corriente

Diego Corriente (1757-1781)

La azarosa y folletinesca vida del bandolero Diego Corriente Mateos comienza el 20 de agosto de 1757 en Utrera (Sevilla), en el seno de una humilde familia de campesinos. Ocho días más tarde sería bautizado en la iglesia del Señor Santiago, con los nombres de Diego Francisco Bernardo.
Se echó al monte muy joven; si lo hizo por rebelarse contra los abusos de los poderosos, por afán de aventura o por simple codicia, sólo lo podemos especular. Con 19 años ya era un consumado ladrón de caballos, que luego llevaba de contrabando a Portugal para venderlos. De ahí a convertirse en bandolero y asaltante de caminos sólo había un paso, y Diego no tardó en darlo.
No muy alto (sobre metro setenta), de tez clara, rubio y de ojos pardos, con las típicas patillas tan comunes en la época, la cara marcada por la viruela y la cicatriz de una cuchillada en el lado derecho de la nariz, Diego Corriente se convirtió pronto en un héroe para el pueblo llano y una pesadilla para las autoridades. Audaz y osado hasta la temeridad, inteligente, hábil, infatigable, Diego Corriente tenía además por norma robar sólo a los ricos y entregar parte de lo robado a los más pobres, especialmente a humildes campesinos que corrían el riesgo de ver embargadas sus tierras. Sobra decir que este comportamiento le granjeó el apoyo y el cariño de las clases populares, que a menudo lo ayudaban dándole cobijo o información para sus golpes. Golpes que, además, llevaba a cabo de manera absolutamente incruenta; jamás se supo que hubiera matado a nadie durante sus robos.
Pero, así como tenía numerosos aliados y colaboradores, también tenía enemigos feroces dispuestos a capturarlo y llevarlo ante la justicia. Y el más encarnizado e implacable de todos fue Francisco de Bruna. Francisco de Bruna y Ahumada, oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, teniente de alcaide de los Reales Alcázares, miembro del Consejo de Hacienda y del Consejo de Castilla, marqués consorte de Chinchilla, era uno de los hombres más poderosos de Sevilla en aquellos días, y persiguió a Diego Corriente sin descanso durante años. La raiz de tal ensañamiento es todavía oscura. La tradición habla de cierta ocasión en que Diego Corriente detuvo la diligencia en la que viajaba don Francisco y, llevado por su altanería y desparpajo, obligó al poderoso caballero a atarle el botín derecho, que llevaba desatado. Otros hablan de unos supuestos amoríos del bandolero con una sobrina de don Francisco. Sea como fuere, Francisco de Bruma promulgó en Sevilla un edicto en el que se condenaba a Corriente a ser arrastrado, ahorcado y descuartizado por "salteamiento de caminos, asociación con otros, uso de armas blancas y de fuego, y otros graves excesos, insultos a las Haciendas y cortijos y otros graves excesos por los cuales se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso", ofreciendo además recompensas e indultos a quien lo entregara.
A Diego Corriente no le impresionó demasiado el edicto; cuentan que incluso se atrevió a arrancar en persona algunas de las copias del edicto que se habían fijado en lugares públicos de la provincia. Sin embargo, ante el continuo acoso de los hombres enviados por el persistente magistrado y de los aventureros atraídos por la recompensa de diez mil reales que se ofrecía por su captura, el bandolero juzgó sensato cambiar de aires y huyó a Portugal, donde sería arrestado por primera vez en las cercanías de la ciudad de Covilhã. No obstante, logró escapar de esa primera captura convenciendo a sus guardias portugueses de que lo dejaran ir. Pero no tardó mucho en volver a ser apresado, esta vez, al parecer, denunciado como venganza por una amante celosa, que reveló a las autoridades que Diego estaba escondido en el cortijo de Pozo del Caño, a mitad de camino de las localidades de Olivenza y San Jorge de Alor, entonces portuguesas y hoy españolas. El cortijo no tardó en ser rodeado por un centenar de soldados portugueses al mando del capitán Arias, que obligaron al forajido a entregarse.


Una vez detenido, Diego Corriente no tardó mucho en ser entregado a las autoridades españolas. Al parecer, el mismísimo Secretario de Estado, don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, intervino en el proceso para agilizarlo. Trasladado primero a una cárcel de Badajoz, posteriormente es llevado a Sevilla. El 25 de marzo de 1781, Domingo de Ramos, Diego Corriente llega a la ciudad.
Cinco días estuvo encerrado en Sevilla Diego Corriente, pero le bastaron para dejar huella en el lugar. Una de sus peticiones, que el alcaide de la prisión aceptó, fue la de comer acompañado, ya que le disgustaba hacerlo en soledad. Por ello, siempre había con él dos o tres soldados de la guardia compartiendo la comida y el vino que la familia del bandolero le llevaba al presidio.
Diego Corriente fue ahorcado en la plaza de San Francisco el día 30 de marzo, sin haber llegado a cumplir los 24 años. A tal punto llegaba la inquina de don Francisco de Bruna, que la ejecución tuvo lugar un Viernes Santo, sin guardar el más mínimo respeto por las celebraciones religiosas que se llevaban a cabo ese día, e incluso transgrediendo la legalidad, ya que una antigua ley de la época de Alfonso X prohibía terminantemente ejecutar la pena de muerte en Viernes Santo. La última voluntad del bandolero fue que se repartiera algo de pan en su nombre a los presos que quedaban en la prisión sevillana en la que había estado recluido.
Tras su muerte, cumpliendo la pena a la que había sido condenado, su cadáver fue descuartizado. Su tronco fue sepultado en la iglesia de San Roque, sus brazos y piernas repartidos para ser exhibidos en los lugares en los que había cometido sus fechorías, al igual que su cabeza, exhibida en el interior de una jaula. Posteriormente, sus restos serían recogidos y enterrados en la iglesia junto al resto de su cuerpo. En junio de 1975, durante unas obras en la iglesia, se halló una calavera atravesada con un clavo, como lo había sido la del famoso bandido, pero posteriormente se perdió y no hubo manera de comprobar si efectivamente aquel era el cráneo del bandido generoso.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Enseñanzas de un campo de batalla

Batalla de Towton (1461)

El 29 de marzo de 1461, domingo de Ramos, los ejércitos de la Casa de Lancaster y la Casa de York se enfrentaron cerca del pueblo de Towton, en el marco de la llamada Guerra de las Dos Rosas. Aquella batalla es considerada la mayor y más sangrienta jamás ocurrida en territorio inglés: las crónicas de la época hablan de entre 50 y 75000 soldados enfrentados (algunos historiadores posteriores elevan el número hasta los 100000) con un resultado estimado de 8000 muertos en el bando de York y 20000 en el de Lancaster. Fue una batalla brutal y sin cuartel, que se prolongó durante horas en un amplio campo abierto, sin apenas vegetación, de más de 2 kilómetros de ancho. Además, una tormenta de nieve y lluvia había transformado el campo en un barrizal con charcos de hasta treinta centímetros de profundidad, lo que entorpecía sobremanera la lucha, convirtiéndola en un penoso cuerpo a cuerpo. La contundente victoria de las tropas de York provocaría la huida a Escocia del rey Enrique VI y la subida al trono, apenas tres meses después, de Eduardo IV, el primer rey de la Casa de York.

Towton Hall
En agosto de 1996, unas obras en Towton Hall, a cierta distancia del campo de batalla, sacaron a la luz bajo su piso una fosa común con los restos de 43 combatientes caídos en la batalla, completos en su mayor parte. Arqueólogos de la Universidad de Bradford se hicieron cargo de las excavaciones y del estudio de los esqueletos (posteriores excavaciones, que continúan hoy en día, tanto en el campo de batalla como en sus proximidades, sacaron a la luz nuevas tumbas y otros restos), que se convirtieron en una magnífica fuente de información sobre los hombres que formaban parte de aquellos ejércitos enfrentados.
Para empezar, aquellos hombres eran altos y fuertes. Pese a la imagen que muchos tienen en mente de los habitantes del medievo como hombres bajos, malnutridos y de dientes podridos, aquellos hombres eran fornidos y su altura media rondaba el metro setenta, habiendo algunos que sobrepasaban los 180 centímetros. El análisis de los huesos demostró que estaban bien alimentados y en buena forma, y su salud dental era más que aceptable.
En varios de los esqueletos se encontró una mayor densidad ósea en el hombro derecho y en el codo izquierdo, lo que se atribuye a un entrenamiento continuado en el uso del arco. Además, uno de los esqueletos mostraba en el codo una fractura por avulsión, causada cuando un ligamento o tendón arranca un fragmento de hueso. Es típica de atletas jóvenes, por lo que se cree que el entrenamiento de este arquero comenzó muy joven, quizá con sólo 12 o 13 años. También se hallaron en algunos de los esqueletos nódulos de Schmorl, unas protusiones en los discos intervertebrales relacionadas con esfuerzos continuados y levantamiento de grandes pesos.
Varios esqueletos mostraban heridas antiguas ya curadas, lo que confirma que se trataba de soldados veteranos con experiencia en anteriores combates. Además, el hecho de que hubieran sanado sus heridas para volver al combate indica que la medicina de la época, si bien no era muy avanzada, si era lo suficientemente eficaz como para salvar a un soldado herido y hacer que se recuperara con pocas o ninguna secuela. Historiadores de la época cuentan que ambos bandos tenían equipos médicos móviles que atendían a los heridos en el mismo campo de batalla.
El rango de edades era variado, pero no se han encontrado ni adolescentes ni ancianos. Los más jóvenes tendrían 17-18 años y los mayores, en torno a 50. Unido a su buena forma y a las antiguas heridas, lleva a pensar que el grueso de los ejércitos estaba formado por soldados profesionales y no por aldeanos reclutados.


Los dos ejércitos estaban muy bien equipados, tanto en el aspecto ofensivo como en el defensivo. Espadas largas y cortas, hachas de petos, mazas de combate, dagas, cuchillos, escudos de distinto tamaño. En lo defensivo, en torno a una cuarta parte llevaban armaduras metálicas, pero la mayoría de los combatientes tenían algún tipo de traje protector, hecho de cuero o de lana gruesa. En una de las excavaciones se halló lo que parece ser un fragmento de una primitiva arma de fuego, que se dispararía apoyada en un soporte de madera o un pequeño carro. Un hallazgo sorprendente, ya que no había constancia del uso tan temprano de la pólvora, y que adelanta en al menos treinta años la fecha de aparición de las armas de fuego en Inglaterra. En resumen, nada que ver con las masas de hombres desprotegidos y armados con palos y aperos de labranza que se ven en algunas representaciones de batallas de la Edad Media.
Los equipos de unos y otros no diferían demasiado. No existían uniformes, tal y como hoy los concebimos, y los soldados se identificaban con brazaletes de distinto color, lo que seguramente creaba confusión durante la batalla, sobre todo en un campo cubierto de barro. En una de las excavaciones se hallaron dos soldados de Lancaster que, aparentemente, se habían matado el uno al otro. También es cierto que en las fosas comunes en las que se sepultó a los muertos no se hicieron distinciones y los soldados de ambos bandos fueron enterrados juntos.
Los hombres de la fosa común habían sido enterrados sin sus armaduras, pero se encontraron abundantes restos en el campo de batalla, señal de que muchos combatientes se despojaron de ellas, bien porque les entorpecían para pelear en el campo embarrado, bien para huir con mayor presteza tras la batalla.
Tres de los cadáveres encontrados parecen corresponder, por sus ropajes, a monjes o sacerdotes. Uno de ellos tenía a su lado una espada, lo que sugiere que los religiosos que acompañaban a los ejércitos, lejos de limitarse a cumplir con sus deberes sacerdotales, también participaban de manera activa en los combates.
Un número desproporcionado de los caídos mostraba heridas en la cabeza (27 cráneos de la fosa original tenían daños). El individuo identificado como Towton 25 tenía ocho heridas (alguna de ellas infligida con una brutal ferocidad) y Towton 32, 13. Esto puede deberse a que los soldados estaban entrenados para atacar a sus enemigos en la cabeza, donde era más sencillo lograr una herida fatal; o bien porque aplastaban las cabezas de sus enemigos caídos para asegurarse de que estaban muertos. Además, algunos de esos cráneos mostraban daños en la región nasal y auditiva, lo que sugiere la posibilidad de que los vencedores se dedicaron a mutilar las narices y orejas de los muertos, quizá como macabro trofeo.

Towton 25

martes, 3 de noviembre de 2015

Pequeñas historias (IV)

En 1998, un camionero australiano llamado Bill Morgan sufrió un ataque al corazón tras verse envuelto en un accidente de tráfico. Estuvo 14 minutos clínicamente muerto hasta que pudo ser reanimado. Un año después del ataque, pidió en matrimonio a su novia y ella aceptó. Dos semanas después, compró un billete de lotería de "Rasca y Gana" y ganó un coche valorado en 25000 dólares australianos. La cadena de televisión local Melbourne TV, impresionada por su racha de buena suerte, decidió realizar un reportaje sobre su historia, incluyendo una reconstrucción de la compra del billete ganador. Delante de las cámaras, Morgan compró otro billete de lotería en la misma tienda y lo rascó... para descubrir que estaba premiado con 250000 dólares.
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Las llamadas "gotas del Príncipe Rupert" son unas estructuras con forma de lágrima que se forman cuando gotas de vidrio fundido caen en agua fría. Dichas gotas, con un cuerpo redondeado y una larga y fina cola, pueden resistir un martillazo en su parte más ancha, pero sin embargo, si la cola se resquebraja, la gota entera se hace pedazos.
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Una de las consecuencias inesperadas de la guerra de las Malvinas (1982) fue la aparición de santuarios para los pingüinos en los campos minados que las tropas argentinas sembraron mientras ocupaban el archipiélago (se estima que enterraron en torno a 20000 artefactos). Después de que los británicos reconquistaran las islas, se dieron cuenta de que el proceso de desminado era enormemente costoso y laborioso, así que decidieron sencillamente acordonar las zonas minadas y prohibir el acceso de las personas por el riesgo que suponía. Como los pingüinos no son lo suficientemente pesados como para activar los explosivos, se instalaron en las zonas abandonadas, convertidas así en refugios a salvo de la actividad humana. Tan beneficiosos han resultado para las aves (se estima que hoy en día hay en torno a un millón de pingüinos viviendo en las islas) que diversas asociaciones conservacionistas han solicitado al gobierno británico que no retire las minas.
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En las elecciones presidenciales de Liberia de 1927, el ganador, Charles D. B. King, obtuvo 240000 votos, batiendo ampliamente a su rival, Thomas J. Faulkner, quien sólo consiguió 9000 sufragios. Lo curioso del caso es que, por aquel entonces, sólo había 15000 votantes registrados en todo el país.
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En 1933, un general retirado del ejército norteamericano llamado Smedley Butler denunció la existencia de un complot (que se conocería como "Business Plot") urdido por varios millonarios y militares con el fin de dar un golpe de estado y deponer al presidente Franklin D. Roosevelt, cuya política del New Deal consideraban perjudicial para sus intereses. Butler testificó ante el Congreso acusando a dos conocidos financieros, Sterling Clark y Gerald McGuire, y a un general retirado, William Doyle, de haber contactado con él para ofrecerle participar en la trama. No obstante, Butler no pudo aportar pruebas de ello, y su denuncia fue desestimada. Hoy en día, la mayoría de los historiadores opinan que el supuesto complot no pasó de ser una idea que circulaba en determinados ámbitos pero que nunca tuvo visos de ser llevada a cabo.
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Cuando en 1881 Ernest Evan Thompson cumplió los 21 años, su padre le entregó una factura con el importe total de los gastos en los que había incurrido con su nacimiento y crianza, incluidos los honorarios del médico que lo había traído al mundo. Thompson pagó la cuenta, pero después se cambió el nombre por el de Ernest Thompson Seton y jamás volvió a dirigirle la palabra a su padre. Con el tiempo, Seton se convirtió en un célebre escritor y fue cofundador junto al general Baden-Powell del movimiento boy-scout.
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La persona más joven que jamás haya recibido la Medalla de Honor, la más alta condecoración militar estadounidense, fue Willie Johnston, un joven tamborilero que sirvió en el 3º Regimiento de Infantería de Vermont durante la Guerra de Secesión, de tan sólo 11 años. Ya en el siglo XX, el más joven receptor fue el marine Jacklyn Lucas, de 17 años.
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Durante la Segunda Guerra Mundial, el futuro actor Christopher Lee formó parte de las fuerzas especiales británicas y participó en numerosas misiones de infiltración, espionaje y sabotaje. Cuando durante el rodaje de El señor de los anillos le pidieron que gritase en la escena en la que su personaje, Saruman, era apuñalado, él replicó: ¿Tenéis alguna idea del sonido que hace una persona cuando es apuñalada por la espalda? Porque yo si lo se.