viernes, 22 de abril de 2016
Fiesta salvaje en la Casa Blanca
Las elecciones presidenciales norteamericanas de 1828, celebradas entre el 31 de octubre y el 2 de diciembre de ese año, llevaron a la presidencia de los EEUU al demócrata Andrew Jackson, antiguo senador por el estado de Tennessee, quien derrotó al hasta entonces presidente, el nacional-republicano John Quincy Adams, por 178 votos electorales a 83. Jackson se tomaba así la revancha de las elecciones de 1824, en las que ambos se habían enfrentado con victoria de Adams.
El juramento de Jackson como presidente tuvo lugar la mañana del 4 de marzo de 1829, en el Pórtico Este del Capitolio de los EEUU. Era la primera vez que la ceremonia tenía lugar en aquella localización; hasta entonces, los presidentes solían jurar el cargo en el interior del edificio del Congreso (cuya sede, a lo largo de los años, había estado en Philadelphia, Baltimore, Lancaster, York, Princeton, Annapolis, Trenton y Nueva York, antes de establecerse definitivamente en Washington). Sólo había ocurrido una excepción: el presidente James Monroe había jurado su primer mandato presidencial frente al Old Brick Capitol, sede provisional del Congreso (los ingleses habían quemado el Capitolio durante la guerra de 1812-15), en 1817.
Al multitudinario juramento de Jackson acudieron más de 20000 personas, que se apelotonaban ante el Capitolio. La mayor parte eran fieles seguidores de Jackson, algunos llegados desde muy lejos para ver la ceremonia. El entusiasmo de la muchedumbre era tal que, una vez terminado el juramento, sobrepasaron el cordón que los mantenía alejados, tratando de llegar a Jackson, al que sus acompañantes sacaron rápidamente de allí. Jackson montó su caballo y se dirigió a la Casa Blanca, donde, como era costumbre por aquel entonces en la proclamación de los presidentes, se había decretado un día de puertas abiertas, donde prácticamente cualquiera podía acercarse a visitar el lugar, comer y beber gratis e, incluso, estrechar la mano del presidente.
Cuando Jackson llegó a la Casa Blanca ya había un gran número de personas, de toda raza, edad y condición, a las que se fueron sumando otras muchas. Con lo que nadie contaba es que aquella masa de gente, en buena parte gracias al alcohol que corría libremente, acabara volviéndose incontrolable. Los invitados empezaron a recorrer la Casa Blanca, curioseando en las habitaciones, causando daños, incluso peleándose entre ellos. A tal punto llegó el caos, que el presidente Jackson se vio obligado a abandonar el edificio (unos dicen que saltando por una ventana y otros, por una puerta trasera) y refugiarse en el hotel Gadsby's, en Alexandria (Virginia), donde se hospedaba. El servicio de la Casa Blanca, incapaz de desalojar a toda aquella gente, recurrió a una ingeniosa estratagema: sacaron al jardín de la casa varios barriles de whisky y de ponche. Cuando la muchedumbre salió al exterior para seguir bebiendo, los criados echaron a los rezagados y cerraron las puertas, atrancándolas para evitar que volvieran a entrar. La muchedumbre acabaría por dispersarse conforme se fue acabando el alcohol, dejando atrás un reguero de daños valorados en varios miles de dólares: vajilla y cristalería rotas, muebles destrozados, alfombras arruinadas...
Aún hay cierta controversia sobre si la velada llegó a los extremos a los que alude la historia. Algunos contemporáneos lanzaron severas críticas hacia lo allí sucedido: Margaret Bayard Smith calificó a los asistentes de "chusma", James Hamilton Jr. (congresista por Carolina del Sur) lo llamó "saturnalia" y el juez del Tribunal Supremo Joseph Story dijo que nunca había visto "semejante mezcolanza" de personas. No obstante, historiadores modernos tienden a minimizar la verdadera dimensión de la fiesta, asegurando que todo fue en su día muy exagerado por los rivales políticos de Jackson, deseosos de desprestigiarlo. Sea como fuere, lo cierto es que la costumbre de las "puertas abiertas" en la Casa Blanca cayó en desuso en las posteriores proclamaciones.
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