lunes, 13 de junio de 2016

El bunyip


El bunyip o kianpraty es una de las criaturas más populares de la mitología de los aborígenes australianos. Se trataría, según la tradición, de un gran animal que vive en hábitats acuáticos: ríos, pantanos, ciénagas, lagunas, riberas... Las descripciones del aspecto del bunyip varían mucho de unas regiones a otras: unos le atribuyen una cabeza como la de un perro, otros dicen que se asemeja más a la de un cocodrilo. Hay quien lo representa con el cuerpo cubierto de pelo, quien dice que se parece a una morsa, y quienes le adjudican cuernos, colmillos, una cola como la de un caballo e incluso un pico de pato. También dicen que posee un característico y espeluznante grito, que se oye a grandes distancias. En lo que si coinciden todos es en que se trata de un feroz depredador, que mata y devora a cuanto animal se adentra en su dominios, incluidos seres humanos.


La leyenda del bunyip pasó pronto de los aborígenes a los primeros colonos de origen europeo quienes, enfrentados a una naturaleza totalmente desconocida para ellos, no dudaron de su existencia. Uno de los primeros hombres blancos que afirmó haber visto un bunyip fue William Buckley, un presidiario inglés fugado en 1803 que se pasó los siguientes 32 años viviendo en compañía de los aborígenes. Tras volver a la civilización, en 1852 publicó sus memorias, en las cuales decía haber visto uno de estos seres, al que describía como "del tamaño de un ternero y con la espalda cubierta de una especie de plumas de color gris oscuro". También de cómo los aborígenes le habían aconsejado mantenerse apartado de los bunyips, a los que consideraban seres sobrenaturales.
Como ocurre con otras muchas leyendas, es posible que en el origen del mito del bunyip haya un poso de verdad. Algunos expertos opinan que este mito se basa en la existencia de grandes marsupiales, como el Diprotodon o el Zygomaturus. Estas especies, si bien eran herbívoras y no especialmente agresivas, si alcanzaban grandes tamaños; el Diprotodon podía llegar a medir dos metros de altura y cuatro de largo, y pesar cerca de tres toneladas. Los marsupiales gigantes se extinguieron hace entre 50 y 45000 años, poco después de la llegada de los primeros humanos a Australia, y es posible que el mito del bunyip sea una suerte de eco, transmitido a través de la memoria colectiva, de la época en la que los humanos convivían con estos grandes y amenazadores (al menos en su aspecto) animales.

Diprotodon 
Otra teoría habla de que en realidad la leyenda del bunyip se originó por la presencia de focas, que en ocasiones se sabe que han llegado a remontar ríos como el Murray o el Darling hasta puntos muy tierra adentro. Curiosamente, hay muy pocas representaciones del bunyip en el arte aborigen (seguramente por ser considerado un ser sobrenatural o de mal agüero) pero una de las pocas es el llamado "bunyip de Challicum". En torno a 1840, cuando los primeros colonos llegaron a las cercanías de donde hoy se asienta la ciudad de Ararat (a unos 200 kilómetros al oeste de Melbourne), se encontraron con que la tribu local de los Djapwurrong tenía un lugar de culto en la orilla del Fiery Creek, un arroyo cercano, porque según contaban muchos años atrás habían encontrado un bunyip muerto en aquel lugar. A lo largo del tiempo, los aborígenes habían dibujado la silueta de aquel animal año tras año como parte de su ritual. Cuando los europeos llegaron hicieron bocetos de aquella silueta (hoy desaparecida) que, a pesar de la inevitable distorsión por el tiempo transcurrido, recordaba poderosamente la imagen de una foca.

El "bunyip de Challicum"
A lo largo de los años, muchas personas dijeron haber visto a este animal, o escuchado su grito (que suele ser en realidad el grito del avetoro australiano o Botaurus poiciloptilus). Uno de los avistamientos más espectaculares tuvo lugar en marzo de 1847 cuando numerosas personas afirmaron haber visto un bunyip o un ornitorrinco gigante a orillas del río Yarra, en Melbourne. El animal desapareció sin dejar rastro, pese a que varias personas trataron de perseguirlo en un bote. También en varias ocasiones se han hallado restos óseos que han sido atribuidos a esta especie. La primera vez, en 1818, cuando el explorador Harrison Hume afirmó haber hallado grandes huesos parecidos a los de un hipopótamo o un manatí a orillas del lago Bathurst. Aquellos restos no llegaron a ser estudiados; pero se piensa que eran fósiles de Diprotodon, cuyos esqueletos han sido comparados en ocasiones con los del hipopótamo. En la década de 1830, en las llamadas Cuevas de Wellington fueron hallados huesos de gran tamaño atribuidos a bunyips en un principio, que más tarde se identificaron como pertenecientes a ejemplares de Diprotodon y Nototherium (un pariente cercano, de similares características).
Posiblemente, el supuesto resto de bunyip que más expectación causó fue un cráneo hallado en la ribera del río Murrumbidgee en enero de 1847, con unas características únicas. Mientras algunos defendían que se trataba de un animal desconocido para la ciencia (posiblemente un bunyip), otros expertos concluyeron que se trataba de una aberración y que seguramente era el cráneo de un animal doméstico (un potro o un ternero) nacido con una malformación. El Australian Medical Journal llegó a publicar que "hablar de un cráneo de bunyip sólo puede ser visto como una ostentación de ignorancia y credulidad". En medio de las discusiones, el cráneo (al que posteriormente se le perdería la pista) llegó a estar expuesto en el Museo Australiano de Sydney.

El cráneo del río Murrumbidgee
La popularidad del mito del bunyip ha llegado a influir hasta en el lenguaje de los australianos. Mientras que para los aborígenes la palabra "bunyip" se ha convertido en un sinónimo de demonio o espíritu maligno, entre los australianos de origen europeo es muy habitual su uso con el significado de impostor o farsante (hasta todo un primer ministro utilizó el término para referirse a los miembros de la oposición)

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