viernes, 26 de agosto de 2016

El asunto Asgill

Sir Charles Asgill (1762-1823)

El 24 de marzo de 1782, en plena Guerra de la Independencia de las colonias británicas de Norteamérica, un contingente de milicianos de los Associated Loyalists (una sociedad de civiles norteamericanos leales a la Corona británica) atacó el pueblo de Toms River, en el condado de Monmouth (Nueva Jersey). Toms River era una posición estratégica porque allí se encontraban unas salinas que abastecían al ejército rebelde. Los lealistas arrasaron el lugar, quemando las salinas, el pequeño fuerte que las defendía y la mayor parte de las casas del pueblo, e hicieron prisionero al comandante del fuerte, un capitán de la milicia de Nueva Jersey y corsario llamado Joshua Huddy.
Huddy, como otros oficiales hechos prisioneros, fue puesto bajo custodia del ejército británico y enviado a un barco prisión en Nueva York. Sin embargo, unos días más tarde, un grupo de hombres de los Associated Loyalists, bajo el mando de un capitán llamado Richard Lippincott, se llevó a Huddy de la prisión con la excusa de un intercambio de prisioneros con los independentistas. Pero, en realidad, las intenciones de los lealistas eran otras: el prisionero fue llevado a un lugar llamado Middletown Point, al sur de la Bahía de Sandy Hook, donde fue ahorcado sin juicio el 12 de abril, tras dictar y firmar su testamento. Su ejecución fue una represalia de los lealistas: Huddy había sido acusado de ser cómplice de la muerte de Philip White, un granjero lealista que había muerto siendo prisionero de los rebeldes, y que además era pariente de Lippincott. Sus ejecutores colgaron en el pecho del cadáver un cartel que ponía "Ahí va Huddy por Philip White" y abandonaron el lugar dejando el cuerpo todavía colgado de un árbol, donde sus compañeros lo encontraron al día siguiente.

La tumba de Joshua Huddy en el cementerio de Tennent (Nueva Jersey)
Las circunstancias de la muerte de Huddy provocaron una gran indignación en el bando rebelde. Además, Huddy era un hombre carismático y muy apreciado por sus camaradas. Cientos de habitantes de Nueva Jersey enviaron una petición a George Washington, comandante de las tropas independentistas, exigiendo la captura y ejecución de Lippincott, o, en su defecto, la de un oficial británico. Washington ordenó al general Moses Hazen que de entre los oficiales británicos prisioneros se eligiera por sorteo a uno de ellos, que sería ejecutado como resarcimiento por la muerte de Huddy. El elegido fue Charles Asgill, un joven capitán que acababa de cumplir veinte años y que había caído prisionero tras la toma de la ciudad de Yorktown, en octubre de 1781.
Pero Washington se enfrentaba a un dilema. El acuerdo de capitulación firmado por británicos y americanos en Yorktown indicaba explícitamente en uno de sus artículos que la vida de los prisioneros de guerra británicos sería respetada. Ejecutar a Asgill constituiría una violación del acuerdo y una deshonra para el ejército colonial. Sin embargo, Washington no deseaba dejar sin castigo la acción de Lippincott y temía que la milicia de Nueva Jersey, deseosa de venganza, se tomara la justicia por su mano. El general pidió entonces consejo a sus oficiales de mayor confianza quienes, aunque apoyaban la idea de que era necesaria una respuesta a la ejecución de Huddy, le aconsejaron actuar con cautela.

En esta carta, fechada el 5 de junio de 1782, George Washington solicita consejo sobre el caso Asgill a su amigo el general Benjamin Lincoln, Secretario de Guerra y segundo al mando del ejército norteamericano
Curiosamente, fueron los británicos los que involuntariamente echaron una mano a Washington. Entre sus oficiales había un profundo descontento con los lealistas más exaltados y sus acciones. La ejecución de Huddy fue la gota que colmó el vaso, y poco después los Associated Loyalists eran disueltos y Lippincott, llevado ante una corte marcial para ser juzgado por sus actos. El general Washington decidió entonces aplazar la ejecución de Asgill hasta el juicio de Lippincott. Pero sus esperanzas se vieron defraudadas cuando Lippincott fue exonerado de toda culpa al entender el tribunal que había actuado "sin malicia ni mala intención", obedeciendo órdenes de sus superiores.
Por aquel entonces, ya había profundas disensiones en el seno de los rebeldes norteamericanos sobre el asunto Asgill. Muchos no aprobaban que se ejecutase al joven por un delito con el que no tenía nada que ver, traicionando a la vez la palabra dada a los británicos. Además, Asgill había atraído las simpatías de muchos; era un joven simpático, agradable y honrado. Era, además, el único hijo varón del baronet sir Charles Asgill, un acaudalado banquero londinense que había apoyado públicamente la causa de los colonos norteamericanos. Incluso la viuda de Joshua Huddy, Catherine Hart, pidió públicamente que no se ejecutara al joven capitán, al que consideraba una víctima de las circunstancias.
Los aliados franceses de los norteamericanos también intervinieron a favor de Asgill. La madre del joven, Sarah Pratviel, de origen francés, había escrito a los reyes de Francia, Luis XVI y María Antonieta, rogando su intercesión para salvar la vida de su hijo. Los reyes, conmovidos, pidieron a su ministro de Asuntos Exteriores, el conde de Vergennes, que interviniera. Este envió un despacho al conde de Rochambeau, comandante de las tropas francesas que combatían junto a los norteamericanos. Rochambeau, hábilmente, recordó a Washington que él también había firmado el acuerdo de capitulación de Yorktown, por lo que la protección de Asgill también estaba garantizada por los franceses, así que si era ejecutado, no sólo deshonraría a su propio ejército, también a Francia. La petición del gobierno francés pareció convencer al general y decidió llevar el asunto al Congreso Continental, que acabó por suspender la ejecución y decretó la puesta en libertad bajo palabra de Asgill, liberado el 7 de noviembre de 1782.

George Washington (1732-1799)
Tras quedar libre, el capitán Asgill regresó a Inglaterra. En noviembre de 1783 viajó a Francia, junto a su madre y sus hermanas, para agradecer en persona a los reyes su intervención.
Poco después de la liberación de Asgill comenzaron a circular en Inglaterra y Francia diversas historias que acabaron llegando a la prensa. Historias que hablaban de los malos tratos y vejaciones a los que había sido sometido durante su estancia en prisión. A Washington le irritó que Asgill no desmintiera públicamente dichas historias, y también que tras su liberación no le hubiera escrito a él agradeciéndole su puesta en libertad. Al final, para dar su versión de lo ocurrido, Washington hizo publicar su correspondencia relativa al caso Asgill en una publicación local, The New-Haven Gazette, and The Connecticut Magazine, el 16 de noviembre de 1786, resaltando que el capitán inglés había sido bien tratado en todo momento y quejándose de sus malos modales. A su vez, Asgill entró en cólera cuando leyó lo publicado, y, viéndose acusado de descortés, respondió con una vehemente carta de 18 páginas, fechada el 20 de diciembre de 1786 y enviada al editor del The New-Haven Gazette, and The Connecticut Magazine, en la que decía haber sido tratado como un animal de circo durante su reclusión y haber sido insultado, amenazado y golpeado por sus carceleros, y en la que concluía "Dejo al público decidir hasta qué punto el trato que he relatado merece agradecimiento... mi juicio me dice que no puedo dar gracias con sinceridad y mis sentimientos no me permiten desahogarme". Esta carta no llegó a ser publicada.
Charles Asgill heredaría el título de baronet a la muerte de su padre. Continuó sirviendo en el ejército británico, en distintos regimientos, hasta su muerte, sucedida en 1823, y alcanzó el rango de general en 1814.
Richard Lippincott no llegaría a ser castigado por la muerte de Huddy. Tras la derrota británica huyó a Canadá, como muchos otros lealistas, y acabaría sus días en la ciudad de York (la actual Toronto).

2 comentarios:

  1. Un asunto complicado en la época en que los oficiales se comportaban como auténticos caballeros.

    En una guerra actual, Asgill habría durado cinco minutos en manos de sus captores.

    Un abrazo.

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    1. Otra época, otra forma de hacer la guerra.
      Un abrazo, Rodericus.

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