Lucio Quincio Cincinato (519-430 a. C.) |
La figura de Cincinato, envuelta en la bruma de lo legendario, ha trascendido a lo meramente histórico hasta convertirse en una figura mítica, admirada y tomada como modelo e ideal de honradez e integridad durante generaciones enteras.
Lucio Quinto Cincinato (así llamado por su pelo ensortijado) nació en torno al año 519 a. C., cuando en Roma todavía gobernaba el último de sus reyes, Tarquinio el Soberbio, y fue testigo de la llegada de la República. Miembro de la clase más elevada de la sociedad romana, los patricios, entró en política de la mano de su pariente Tito Quincio Capitolino Barbato, quien fue cónsul nada menos que en seis ocasiones, y tomó parte activa en el conflicto que entonces sacudía Roma y que enfrentaba a los patricios, que hasta entonces habían ostentado el poder político en la ciudad, y los plebeyos, cada vez más numerosos, que reclamaban poder elegir cargos propios que les defendieran y representaran; al final, los patricios, para evitar un estallido social, se vieron obligados a renunciar a algunos de sus privilegios y a crear los llamados tribunos de la plebe. Cincinato era un convencido defensor de la causa de los patricios; se opuso a la labor de los tribunos y a las concesiones a la plebe, pero mostrándose dialogante y apaciguador por el bien de Roma. No obstante, acabó desencantado de la política y disgustado porque su hijo Cesón había tenido que exiliarse en Etruria por un enfrentamiento con los tribunos, y decidió retirarse a su granja a orillas del Tíber para llevar una sencilla vida de campesino. En el año 460 a. C. fue elegido consul suffectus (nombrado en sustitución de otro muerto o incapacitado) tras la muerte del cónsul Publio Valerio Publícola y, pese al rechazo de los plebeyos, llevó a cabo una gran labor; pero, tras concluir su mandato, regresó de nuevo a cultivar sus tierras.
Sin embargo, dos años después, en el 458 a. C., la seguridad de Roma se vio comprometida. Los romanos llevaban décadas en una guerra intermitente contra sus vecinos del Lazio, los ecuos y los volscos. Ese año el cónsul Lucio Minucio Esquilino, al frente de un ejército romano, se dirigió a enfrentarse contra ellos, estableciendo un campamento en el monte Álgido, cerca de la ciudad de Tusculum. Pero Esquilino, haciendo alarde de una terrible falta de iniciativa, se mantuvo a la espera en lugar de atacar. La alianza de ecuos y volscos aprovechó este error y puso sitio al campamento romano. En situaciones extremas la ley romana permitía el nombramiento de un dictador, una autoridad suprema que ostentase, de forma temporal, la mayor parte del poder político y militar de Roma, y eso fue lo que exigieron los romanos, temerosos de lo que podía pasar si su ejército era derrotado. Y a la hora de elegir a quién dar ese poder, muchos pidieron que fuera nombrado Cincinato, que había dado buena muestra no sólo de su talento como gobernante y militar, sino también de su honradez a toda prueba.
Dice la tradición que cuando los emisarios del Senado llegaron a casa de Cincinato para comunicarle su nombramiento, él se encontraba arando sus campos. Tratándose de la seguridad de su patria, no lo dudó: dejó a su esposa al frente de la granja y a la mañana siguiente se presentó en el Foro, vestido con la toga de dictador orlada de púrpura, e hizo un llamamiento a todos los romanos para acudir en defensa de su ciudad. Rápidamente organizó un ejército a cuyo frente se puso y acudió en ayuda de las tropas de Esquilino. Al amparo de la noche, los hombres de Cincinato levantaron una empalizada alrededor de los sitiadores, los cuales, al verse atrapados entre dos fuegos, solicitaron negociar la paz, y Cincinato se la concedió a cambio de que entregaran a sus jefes como rehenes para prevenir otros ataques.
Tras su gran victoria en la batalla del monte Álgido, Cincinato fue recibido en Roma con vítores y alabanzas, desfilando como era tradición al frente de sus tropas. Acto seguido hizo destituir a Esquilino por su incompetencia. Y a continuación, pese a que el nombramiento de dictador se daba por seis meses, que incluso podían prorrogarse, Cincinato renunció al cargo y se volvió a su granja para seguir arando, tras sólo dieciséis días llevando la toga purpurada. No sólo eso, también renunció a cualquier sueldo o recompensa que le pudiera corresponder por sus servicios; le bastaba con haber servido a su patria cuando fue necesario.
Quintus Cincinnatus (Pierre Lacour, c.1800) |
Emblema de la Sociedad de los Cincinnati |
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