jueves, 12 de enero de 2017

Fordlandia


A principios del siglo XX, tras el derrumbe de la industria cauchera brasileña, el mercado del caucho natural estaba en manos de un pequeño grupo de cultivadores británicos y holandeses, que poseían grandes plantaciones en Asia oriental y controlaban la práctica totalidad del suministro mundial. Por aquel entonces, la pujante industria automovilística se había convertido en una de las principales demandantes de caucho, necesario para fabricar neumáticos y diversas partes de los motores de sus vehículos.

Ford Modelo T
En la década de 1920 la principal empresa automovilística era la Ford, que fabricaba cientos de miles de coches cada año. Coches que necesitaban enormes cantidades de caucho, que suponía un elevado gasto para la empresa. Además, dada la inexistencia de competencia, era imposible negociar los precios con los suministradores, que actuaban como un cártel imponiendo los precios que a ellos les convenían. Al fundador y propietario de la Ford, Henry Ford, acostumbrado a imponer su voluntad, le irritaba esta situación, y comenzó a esbozar la idea de crear su propia plantación de caucho, para de este modo tener asegurado el suministro de caucho a un precio muy inferior al del mercado. Tras considerar durante un tiempo establecer su plantación en Centroamérica, finalmente optó por instalarse en Brasil; algo lógico, ya que el árbol del que se obtenía el caucho, la Hevea brasiliensis, era nativa del Amazonas.

Hevea brasiliensis
Y así, en 1926 se constituyó la Companhia Ford Industrial do Brasil, que no tardó en llegar a un ventajoso acuerdo con el gobierno brasileño, por el cual éste renunciaba a imponer impuestos de exportación a los productos de la Companhia, a cambio de recibir el 9% de sus beneficios. La compañía empezó a contratar trabajadores abriendo oficinas en ciudades como Belém y Manaos, a la vez que buscaba un asentamiento adecuado. Finalmente, en 1929 la compañía adquirió una amplia extensión de terreno (unos 10000 kilómetros cuadrados) a orillas del Amazonas, en el estado de Pará, una operación en la que intervino como intermediario un tal Jorge Dumont Villares, representante del gobernador del estado, Dionísio Bentes.

Planta generadora de electricidad de Fordlandia
Como núcleo de la plantación se eligió una zona cercana al río Tapajós, Allí se construiría un asentamiento para alojar a los trabajadores de la empresa, un poblado creado de la nada que recibiría el modesto nombre de Fordlandia. Desde Norteamérica se envió maquinaria, material de construcción y equipamientos, y una amplia zona fue despejada de vegetación para poder construir las instalaciones de la fábrica y la zona residencial. En plena selva tropical, surgió así una réplica de un barrio residencial norteamericano, con sus hileras de casitas blancas todas iguales, con su porche y muebles en el jardín. También se construyó un hospital, una planta generadora de electricidad, un aserradero, una biblioteca, un hotel e incluso un campo de golf. Conforme iban llegando los trabajadores, empezaron a aparecer nuevos negocios, restaurantes, panaderías, sastres...


Henry Ford era un hombre un tanto intransigente y cabezota. Solía actuar siguiendo únicamente su criterio, sin hacer caso de los consejos de otros. Eso le llevó a cometer numerosos errores en la planificación de Fordlandia. Uno de ellos fue precisamente tratar de reproducir en pleno trópico el estilo de vida norteamericano, que él juzgaba "más saludable". Entre otras cosas, impuso el horario de trabajo estándar de sus factorías, el famoso "de nueve a cinco", lo que obligaba a los empleados a estar activos durante las horas de más calor del día (la mayoría estaban acostumbrados a trabajar desde muy temprano, antes de que saliera el sol, y luego al atardecer). En los comedores se servía únicamente comida norteamericana, los fines de semana había actividades de ocio como lecturas de poesía o bailes en inglés (que muchos no entendían) a las que los trabajadores eran "aconsejados" de asistir... Ford también prohibió el alcohol, el tabaco, el juego e incluso el fútbol dentro de los límites del pueblo; los representantes de la empresa podían registrar las casas de los trabajadores en busca de mercancías prohibidas si así lo querían. Irónicamente, esta "pequeña Ley Seca" tuvo un efecto similar del que tuvo la Ley Seca en EEUU; disparó el contrabando y propició la aparición de locales de mala nota fuera de los límites de Fordlandia (bares, clubes, burdeles), a donde los trabajadores de la plantación acudían con frecuencia. Todo esto, unido a los frecuentes casos de malaria (provocados por la facilidad con la que el suelo se encharcaba) causó un descontento cada vez mayor entre los empleados nativos, pese a los buenos salarios: un trabajador ganaba del orden de 37 centavos de dólar al día, el doble del sueldo habitual en Brasil.


Pero no era ese el único error que había cometido Ford. En lugar de contratar a expertos cultivadores o botánicos para dirigir la explotación, Ford puso al mando a ingenieros de su empresa, los cuales no tenían ni idea del cultivo de las Heveas. Muy pronto, en los terrenos de Fordlandia comenzaban a crecer grandes plantaciones de árboles del caucho, pulcramente dispuestos en largas filas. Pero llegó un momento en que los árboles dejaron de crecer. Los trabajos de deforestación y la consiguiente erosión habían arrebatado al suelo buena parte de su capa fértil, dejándolo árido y rocoso. La elevada concentración de árboles propició la aparición de plagas; mientras en su entorno natural la densidad suele ser de unas tres Heveas por hectárea (siempre rodeadas de árboles de otras especies), en Fordlandia las plantaciones tenían hasta ochenta ejemplares por hectárea, haciéndolos fácilmente atacables por hongos e insectos. Muchos árboles perdían sus hojas y quedaban atrofiados e improductivos. Los encargados trataron de poner freno a las enfermedades, pero sin éxito.
Los malos resultados de la plantación no hacían más que elevar el descontento de los trabajadores brasileños. Así, en diciembre de 1930, estalló una revuelta dentro de Fordlandia. Todo comenzó, al parecer, en una de las cafeterías, en la que un trabajador se quejó, harto de los problemas gástricos que les causaba la comida norteamericana. Otros lo secundaron, y aquella protesta se convirtió en disturbios que se extendieron por todo el pueblo, con actos vandálicos y amenazas al personal norteamericano, el cual tuvo que buscar refugio en sus casas o bien huyó a la selva. Los disturbios duraron tres días, hasta que llegó el ejército brasileño a poner orden.

Reloj de fichar para el control horario de las jornadas laborales, destruido durante la revuelta
Tras la revuelta, Fordlandia retomó su actividad, pero los problemas con la explotación continuaron. Un periodista británico escribió para el Indian Rubber Journal en 1931: En la larga historia de la agricultura tropical, nunca un proyecto tan ambicioso había sido acometido de forma tan pródiga y con tan poco beneficio. El proyecto del señor Ford está condenado al fracaso. En 1933, tras cuatro años de cultivo sin obtener cantidades significativas de caucho, Ford dio su brazo a torcer y contrató a un botánico para tratar de salvar la plantación. Éste trató de recuperar algunos de los árboles, pero acabó dándose por vencido y concluyó que aquel suelo era inadecuado para las Heveas, demasiado húmero y escarpado. "Casualmente" el anterior propietario de buena parte de los terrenos que había comprado Ford era un tal Villares... el mismo intermediario que había aconsejado a Ford sobre el mejor lugar para establecer su plantación, y que se había embolsado una bonita suma con la operación.

Plantación en Belterra (c. 1935)
Ford no quiso darse por vencido todavía, pese al fracaso de su primer intento, y trasladó maquinaria y trabajadores a un nuevo emplazamiento, cincuenta millas río abajo, creando un nuevo asentamiento, Belterra. Allí el suelo, más seco y llano que en Fordlandia, se ajustaba mejor a la biología de las Heveas. Además, fueron importados ejemplares procedentes de las plantaciones asiáticas, resistentes a las plagas. La nueva explotación no fue un desastre absoluto como la anterior, pero sus avances fueron lentos y nunca alcanzó los objetivos que se habían fijado. Su pico de producción lo alcanzó en 1942, con apenas 750 toneladas de caucho. Y entonces llegó el golpe de gracia, con el desarrollo a nivel industrial del caucho sintético, más barato y adaptable que el natural. En 1945 Ford anunció que abandonaba el cultivo del caucho natural con un breve comunicado en el que argumentaba que "nuestra experiencia durante la guerra nos ha enseñado que el caucho sintético es superior al natural para algunos de nuestros productos". Poco después Henry Ford II, nieto del patriarca y recién nombrado presidente de la compañía, vendía al gobierno brasileño todos los terrenos de la explotación, incluidos ambos poblados, por la cantidad simbólica de 250000 $, tras haber invertido más de 20 millones de la época a lo largo de casi veinte años.

Restos del hospital de Fordlandia
En las décadas siguientes hubo intentos por parte de las autoridades de dar uso a las viviendas e instalaciones, pero lo remoto de su emplazamiento acabó por dar al traste con el proyecto. Durante décadas, apenas permanecieron en Fordlandia unas decenas de habitantes, casi todos antiguos empleados de Ford y ocupantes ilegales, viviendo fundamentalmente de la agricultura. No obstante, la cercanía de la autovía Cuiabá-Santarém y la apertura en la década de 2000 de grandes explotaciones dedicadas al cultivo de la soja en las cercanías atrajo a nuevos habitantes que se instalaron en las antiguas casas de los obreros que todavía quedaban en pie. En el censo de 2010 el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística contabilizó unos 1200 habitantes en Fordlandia, y unos 2000 en todo el distrito.


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