En el año 1783 el rey británico Jorge III, en calidad de rey de Irlanda, creaba la Ilustrísima Orden de San Patricio, una orden de caballería a semejanza de las ya existentes en Inglaterra, como forma de distinguir y recompensar a aquellos nobles irlandeses que habían apoyado a la corona británica. Quedó establecido que el rey del Reino Unido fuese el Soberano de la orden, y el Lord Teniente de Irlanda (su representante en la isla y jefe del gobierno irlandés) ejerciese como Gran Maestro. Se escogió como lema de la Orden Quis separabit? (en latín, ¿Quién nos separará?), una cita tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos, y como símbolo la cruz de San Patricio (un aspa roja sobre fondo blanco). En la actualidad, la Orden, pese a existir todavía sobre el papel, lleva décadas inactiva. Tras la independencia irlandesa en 1922 ya no se nombraron más caballeros irlandeses. La última persona en ser nombrada miembro de la Orden fue el príncipe Alberto, Duque de York (quien luego subiría al trono como Jorge VI), en 1936, y el último miembro superviviente, el príncipe Enrique de Gloucester (hermano menor de Eduardo VIII y Jorge VI), falleció en 1974.
Collar de la Orden de San Patricio |
Las joyas robadas |
Sir Arthur Vicars (1862-1921) |
La mañana del 6 de julio de 1907 una limpiadora del castillo encontró la puerta del despacho de Vicars abierta de par en par, con una llave todavía en la cerradura, lo que le pareció extraño, pero a Vicars no le preocupó demasiado. Esa misma tarde, Vicars entregó la llave de la caja fuerte a un empleado del castillo, un portero apellidado Stivey, encargándole que guardara en ella uno de los collares de la Orden, perteneciente a un miembro recién fallecido, que Vicars y su ayudante personal, su sobrino Pierce O'Mahony, habían estado examinando. Poco después, Stivey regresaba muy alarmado para informar a Vicars de que la caja fuerte no estaba cerrada con llave. Vicars acudió de inmediato a su despacho y descubrió que las Joyas de la Corona, así como los collares de cinco de los miembros de la Orden, que también se custodiaban allí, habían desaparecido.
El Castillo de Dublín |
Se inició de inmediato una gran investigación, para la cual el Detective Jefe de Scotland Yard, John Kane, se desplazó a Dublín para colaborar con su Policía Metropolitana. La opinión de los agentes que investigaban el caso era que se había tratado de un trabajo desde dentro; alguien del castillo, muy posiblemente del entorno del Rey de Armas, había sido el autor del robo, dadas las dificultades que entrañaba para un extraño estar al tanto de la situación de las joyas y de las llaves necesarias para llegar a ellas. Las joyas habían sido utilizadas por última vez el 17 de marzo, durante la fiesta de San Patricio, y la última vez que se comprobó que estaban en la caja fue el 11 de junio, cuando Vicars se las mostró a un visitante. Se inició una exhaustiva investigación de todas las personas que habían podido tener acceso a las joyas, sin éxito. Después de muchas pesquisas, la Comisión formada para la investigación no pudo señalar al culpable; aunque se dijo que Kane había hecho su propio informe, en el que señalaba a un posible responsable, que entregó a la Real Policía Irlandesa, pero que dicho informe fue desestimado, y Kane reclamado de vuelta a Londres. Eso si, la Comisión encontró que el proceder de Vicars había sido "impropio e inadecuado" a la hora de custodiar las joyas, y fue forzado a renunciar a su cargo, lo mismo que todos los demás miembros de su equipo. Las investigaciones policiales continuaron durante algún tiempo hasta que fueron suspendidas bruscamente, según algunos por orden directa de Eduardo VII. El rumor que circuló con insistencia era que las indagaciones habían descubierto una gran cantidad de comportamientos inadecuados entre los empleados y funcionarios del Castillo de Dublín (que incluían alcoholismo, orgías y relaciones homosexuales) y el rey Eduardo temió que si llegaran a ser de dominio público el escándalo resultante sería mayor que el que había provocado el robo.
La lista de sospechosos no es muy larga. El primero y más obvio, el propio Vicars. No sólo tenía acceso a las joyas, también resultaba sospechoso su negligente proceder y el hecho de que se hubiese negado a comparecer ante la Comisión. No obstante, dicha Comisión no halló indicios de su culpabilidad y él negó su implicación en el robo hasta el día de su muerte, sucedida en 1921 a manos del IRA, que lo consideraba un informador. En 1912, el Daily Mail publicó un artículo en el que acusaba a Vicars de haber cometido el robo en complicidad con una mujer desconocida de la que sería amante y que había huido con las joyas a París. Vicars demandó al periódico, que hubo de reconocer que la noticia era falsa y tuvo que indemnizarlo con 5000 libras.
Otro nombre sospechoso fue el del ayudante y sobrino de Vicars, Pierce O'Mahony, que también tenía acceso al despacho de Vicars y cuyo padre era un notorio simpatizante del nacionalismo irlandés. Tampoco se hallaron pruebas contra él antes de su muerte en 1914, en un accidente mientras practicaba tiro.
Un tercer sospechoso que sonó con mucha fuerza fue el del segundo ayudante de Vicars, Francis Shakleton, hermano del legendario explorador sir Ernest Shackleton. Varias personas, incluido el propio Vicars, le señalaron como el principal sospechoso, pero el detective Kane negó su implicación ante la Comisión y ésta exoneró a Shackleton. Posteriormente, en 1913 Francis fue arrestado y condenado por fraude bancario al cobrar un cheque robado. Cuando fue puesto en libertad se cambió el nombre y no se supo más de él.
Francis Bennett-Goldney (1865-1918) |
Tampoco faltaron otras teorías más sensacionalistas sobre la autoría del robo, surgidas en su mayor parte de las especulaciones de la prensa. Se acusó tanto a sociedades nacionalistas irlandesas como la Hermandad Republicana Irlandesa, como a grupos unionistas (leales a la Corona británica) que querían debilitar al gobierno liberal presidido por sir Henry Campbell-Bannerman y que luego habrían devuelto las joyas en secreto a la familia real. Algunos periódicos consideraron sospechoso a George Gordon, lord Haddo, hijo del entonces Lord Teniente, John Hamilton-Gordon, pero que en el momento del robo se encontraba en Inglaterra.
Las Joyas de la Corona irlandesa jamás se hallaron. Su destino permanece envuelto en la bruma de lo desconocido.
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