domingo, 11 de febrero de 2018

Aimo Koivunen y el Pervitin


Estamos en el 18 de marzo de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial. Una patrulla de soldados finlandeses sobre esquíes está en misión de reconocimiento en la región que rodea a la ciudad de Kantalahti (para los rusos, Kandalaksha). Al avanzar, caen en una emboscada de las tropas soviéticas en la ladera de una colina llamada Kaitatunturi. Los soviéticos tratan de rodearlos, pero los fineses logran eludir el cerco y, tras un intenso intercambio de disparos, logran huir perseguidos de cerca por sus enemigos.

La situación de los finlandeses es peliaguda. Huyendo sobre esquíes por un terreno agreste cubierto de nieve, con temperaturas de -20º y acosados por los soldados soviéticos, el que abre la marcha sobre la nieve virgen es un joven soldado de 26 años llamado Aimo Koivunen. Poco a poco, Koivunen nota cómo sus energías disminuyen y el cansancio crece, pero sabe que no puede detenerse porque sus perseguidores siguen muy próximos. Y entonces recuerda que lleva encima el suplemento de Pervitin que sus superiores le han proporcionado a su unidad.

El Pervitin era un derivado de la metanfetamina fabricado por la farmacéutica berlinesa Temmler, muy popular en Alemania. Durante la Guerra, los jerarcas nazis proporcionaron grandes cantidades de esta droga a las tropas alemanas: entre sus efectos estaban aumentar la concentración y la autoconfianza, disminuía la sensación de cansancio y la sensibilidad al dolor, el hambre y la sed y permitía soportar largos periodos de vigilia sin perder la atención. Por ello, los alemanes y sus aliados se la proporcionaban a sus tropas a pesar de sus efectos secundarios: confusión, ansiedad, insomnio, alucinaciones, comportamiento agresivo, trastornos del carácter y, en algunos casos, taquicardias que podían desembocar en un ataque al corazón.

Koivunen nunca ha confiado demasiado en la ayuda de estimulantes, pero ante la gravedad de la situación no tiene otra opción. No es fácil sacar una sola pastilla mientras esquías a gran velocidad, así que Koivunen acaba por volcar en su mano el contenido íntegro del recipiente (unas 30 pastillas) y se las toma de golpe.

Aimo Allan Koivunen (1917-1989)
Los efectos son casi instantáneos. Koivunen siente que sus energías se restablecen y empieza a esquiar con nuevos bríos. Pero muy pronto empieza a notar también unos desagradables efectos secundarios. Nota como su campo de visión se distorsiona y cómo su consciencia se debilita. Poco antes de perder totalmente el sentido, piensa que ha cometido el primer y quizá el último error de su misión.

Sus siguientes recuerdos son de la mañana siguiente. Ha seguido esquiando, en estado casi catatónico, y ha recorrido unos 100 kilómetros sobre la nieve. Se ha separado del resto de su unidad, está sin municiones ni comida. Su situación es muy grave y sigue teniendo que lidiar con los efectos de la sobredosis de anfetaminas. Durante los siguientes días, Koivunen alterna periodos de delirio y alucinaciones con otros de debilidad extrema y sueño prolongado. Durante dos semanas vaga por los bosques eludiendo a las patrullas soviéticas, resulta herido por la explosión de una mina y recorre unos 400 kilómetros, siempre con temperaturas de entre -20 y -30º. Una semana entera la pasó escondido en un refugio que excavó en la nieve, esperando poder volver encontrarse con los suyos. Y durante todo ese tiempo, se alimentó únicamente de brotes de pino y de un pequeño arrendajo que consiguió capturar y que se comió crudo.

Cuando por fin fue rescatado por el ejército finlandés, tras dos semanas perdido, fue llevado inmediatamente a un hospital. Allí comprobaron que su pulso era de 200 pulsaciones por minuto y su peso corporal había bajado a 43 kilos. Los efectos de la sobredosis aún tardarían en desaparecer por completo, y el caso de Aimo Koivunen se convirtió en uno de los primeros casos documentados de sobredosis de anfetaminas en la historia médica de Finlandia, además de una de las anécdotas más populares de los comandos finlandeses durante la guerra.

2 comentarios:

  1. Parece increíble que viviera para contarlo. Debía tener un físico y una salud envidiables.

    Un abrazo.

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    1. Desde luego, pocas personas habrían soportado algo así.
      Un abrazo, Rodericus.

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