Sebastián I de Portugal (1554-1578) |
Juan III el Piadoso, rey de Portugal, muere en Lisboa el 11 de junio de 1557. Para entonces ninguno de sus nueve hijos legítimos, nacidos del matrimonio con Catalina de Austria, seguía con vida, en buena parte debido a los numerosos problemas de salud causados por la elevadísima consanguinidad dentro de la familia real de los Avis. El trono pasa por lo tanto a su nieto, Sebastián, que tiene tan solo tres años, por lo que hasta su mayoría de edad el gobierno recae en una regencia, ejercida primero por su abuela paterna, la reina Catalina, y luego por su tío abuelo el cardenal Enrique de Portugal.
El joven rey Sebastián tenía un carácter un tanto místico e impetuoso. Una de las primeras decisiones que toma como rey es preparar una gran operación militar contra los musulmanes del norte de África, buscando recuperar los dominios de los que Portugal había sido expulsado en tiempos de su abuelo. Pese a las advertencias de su tío Felipe II de España, que vivamente le desaconsejaba aquella aventura, Sebastián desembarcó en el norte de África a finales de junio de 1578, al frente de un ejército de unos 20000 hombres, entre portugueses, españoles (cinco mil hombres, en su mayor parte veteranos de la guerra de Flandes, prestados por el rey Felipe), voluntarios de diversos países europeos e incluso un contingente de tropas enviadas por el Papa Gregorio XIII bajo el mando de un noble inglés, sir Thomas Stukeley. El 4 de agosto, en Alcazarquivir, las tropas portuguesas se enfrentaron a un ejército marroquí de más de setenta mil soldados, a las órdenes del sultán de Marruecos, Muley Abd al-Malik. La batalla fue un completo desastre para los cristianos; ocho mil portugueses murieron y más de diez mil fueron hechos prisioneros, entre ellos la flor y nata de la aristocracia portuguesa, cuyos elevadísimos rescates estuvieron a punto de arruinar el país. En cuanto al rey Sebastián, desapareció en el fragor de la batalla. No se conoce testimonio alguno de su muerte, pero el que se cree era su cadáver fue recuperado del campo de batalla y enterrado en Ceuta hasta 1580, año en que fue llevado por orden de Felipe II al monasterio de los Jerónimos de Belem y sepultado en el Panteón Real.
No obstante, las circunstancias de su muerte hicieron que entre el pueblo portugués se extendiera el llamado sebastianismo, un movimiento místico que afirmaba que el rey Sebastián no había muerto, sino que seguía con vida y regresaría cuando Portugal viviera sus horas más oscuras, para salvar a su pueblo. Un movimiento que en algunas regiones de Brasil perduraría hasta finales del siglo XIX.
Muerto el rey Sebastián soltero y sin descendencia (algunas crónicas de su época sugieren que era homosexual y estéril), el trono pasa a manos del único miembro vivo de su familia: el anciano cardenal Enrique quien, ya casi septuagenario, solicita a Gregorio XIII una dispensa papal para colgar los hábitos y contraer matrimonio, buscando un heredero que de continuidad a su linaje. Pero la dispensa nunca llega (probablemente por la influencia de Felipe II) y Enrique fallece en 1580. Varios candidatos emparentados con los Avis presentan entonces su candidatura al trono portugués, entre ellos Catalina, duquesa de Bragança y sobrina de Juan III; su sobrino Ranuccio I Farnesio, futuro duque de Parma; y el propio rey Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, hermana de Juan III. Al final, todo se dirime entre el rey Felipe, apoyado por la mayor parte de la nobleza portuguesa, y Antonio de Portugal, prior de Crato, hijo natural pero reconocido del infante don Luis, hermano menor de Juan III, apoyado por el pueblo llano. Los ejércitos de ambos se enfrentan en Alcántara en agosto de 1580, y el ejército del rey español, mandado por el Duque de Alba, derrota sin contemplaciones al de Antonio, aún estando en inferioridad numérica. Antonio de Portugal tuvo que marcharse al exilio a Francia mientras Felipe era coronado rey de Portugal.
Felipe II de España y I de Portugal (1527-1598) |
En 1594 llegó a la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres un hombre llamado Gabriel de Espinosa, que declaraba como oficio el de pastelero (no de los que hacen repostería, sino de los que elaboraban pasteles de carne y empanadas). Le acompañaban una mujer llamada Isabel Cid y la hija de ambos, Clara, de dos años. Algunos dicen que era natural de Madrigal; otros que era toledano, como parece indicar un título de pastelero a su nombre expedido en dicha ciudad. Tampoco se sabe nada sobre sus padres; probablemente era huérfano, y solo tiempo después de los sucesos que protagonizó se empezó a extender el rumor de que era hijo natural del príncipe Juan Manuel de Portugal (medio hermano, por tanto, del rey Sebastián), pero no deja de ser un rumor sin pruebas.
Gabriel de Espinosa era un hombre de talento. Culto y educado, hablaba varios idiomas (entre ellos francés y alemán) y era un experimentado jinete. Probablemente había adquirido esas habilidades estando al servicio del capitán Pedro Bermúdez, al que sirvió durante varios años y acompañó a Flandes y a Portugal. Aún así, en una villa de provincias como Madrigal llamaría la atención ver tales destrezas en alguien que se presentaba como un humilde pastelero.
En Madrigal sus pasos no tardaron en cruzarse con los de Fray Miguel de los Santos, un agustino portugués que ejercía como vicario en el convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal. Fray Miguel había sido en tiempos confesor en la corte del rey Sebastián, para luego convertirse en un entusiasta partidario del prior de Crato en sus aspiraciones al trono, lo que le había valido al agustino el destierro de Portugal por orden de Felipe II. Cuando por primera vez se encuentran, Fray Miguel se sorprende al descubrir el notorio parecido físico entre el pastelero y el rey Sebastián, incluida su llamativa y poco corriente cabellera pelirroja. Fue este parecido el que inspiró a Fray Miguel a poner en práctica un plan del que probablemente ya había esbozado una parte durante su destierro: hacer pasar al pastelero por el rey Sebastián para provocar una insurrección entre los numerosos portugueses que no estaban conformes siendo gobernados por un rey extranjero; un levantamiento que eventualmente expulsara a Felipe del trono portugués y permitiera al supuesto Sebastián convertirse en rey.
María Ana de Austria y Mendoza (1568-1629) |
Aparentemente, el pastelero accedió, por ambición o vanidad, a tomar parte en el plan de Fray Miguel. Pero aún faltaba un tercer protagonista de la trama. María Ana de Austria era hija natural de don Juan de Austria, medio hermano de Felipe II, y de María de Mendoza, condesa del Cid y dama de la infanta Juana de Austria (hermana de Felipe y Juan). Al morir prematuramente don Juan a causa del tifus, Felipe II conoce la existencia de la niña, que por entonces tenía diez años, y decide concederle el apellido Austria y enviarla al monasterio de las agustinas en Madrigal. En aquella época tenía 27 años y ninguna vocación religiosa; se sentía en aquel convento como en una prisión y prefería los libros de aventuras a los de rezos. No fue difícil convencerla de que ayudase a los conspiradores a cambio de la promesa de casarse con el falso Sebastián (del que al parecer ella creía que se trataba del auténtico rey portugués, primo suyo además), tras solicitar la correspondiente dispensa para colgar los hábitos, y convertirse así en reina de Portugal.
En las siguientes semanas varios nobles portugueses visitan de incógnito Madrigal para entrevistarse con Fray Miguel y el supuesto Sebastián. Gabriel de Espinosa parte hacia Valladolid llevando consigo varias valiosas joyas que le ha entregado la monja, seguramente para venderlas y utilizar el dinero para financiar sus planes. Sin embargo, ya en Valladolid el pastelero no actúa con la discreción que el asunto requiere, y se dedica a exhibir las joyas por la ciudad, mientras critica con dureza a Felipe II. Esto llega a oídos de Rodrigo de Santillán, magistrado de la Chancillería (un tribunal con competencias en todo el territorio de Castilla), quien ordena su detención. Al registrarlo, le encuentran encima cuatro cartas; dos son de Fray Miguel, en las que se dirige a él como "majestad", las otras dos de doña María Ana, que le trata de prometido. De inmediato Santillán envía noticia a la corte, y no tarda mucho en llegar la respuesta, en la que le ordenan instruir el proceso contra Espinosa y sus posibles cómplices.
Santillán viaja a Madrigal con sus alguaciles, llevando a Gabriel de Espinosa como prisionero. Nada más llegar, ordena el arresto de Fray Miguel y la reclusión de doña María Ana en sus aposentos, incautando la correspondencia de ambos. Durante el proceso, Gabriel de Espinosa cambia varias veces de versión, unas veces afirmando ser el rey Sebastián y otras negándolo. Mientras, Fray Miguel se mantiene firme insistiendo que Espinosa era verdaderamente el rey Sebastián, a quién había conocido en persona en sus tiempos en la corte portuguesa, y llega a pedir que Felipe II acuda en persona a Madrigal para identificarlo.
Felipe II se mantiene puntualmente informado del desarrollo del proceso; se conserva abundante correspondencia entre el rey y los miembros del tribunal. Finalmente, tras diez meses de juicio, Espinosa y Fray Miguel son declarados culpables de un delito de lesa majestad, por la suplantación del rey Sebastián, y condenados a muerte. Gabriel de Espinosa es ahorcado en Madrigal el 1 de agosto de 1595; su actitud en el cadalso, digna y resuelta, afirmando una vez más ser el rey Sebastián y atacando duramente a Rodrigo de Santillán, llevó a más de uno a creer que se trataba del auténtico rey de Portugal. Su cadáver es decapitado y descuartizado; su cabeza es exhibida en la fachada del Ayuntamiento, mientras que el resto del cuerpo se muestra en cada una de las cuatro entradas de la muralla de la villa. Fray Miguel es ahorcado dos meses después en la Plaza Mayor de Madrid, tras ser despojado de su condición de religioso; hasta sus últimos momentos afirmará estar convencido de que el pastelero era el auténtico Sebastián.
En cuanto a María Ana de Austria, también ella recibió un severo castigo por parte del rey Felipe, si bien su condición de monja y de pariente del propio rey le evitaron males mayores. Fue trasladada al monasterio abulense de Nuestra Señora de Gracia, donde fue encerrada bajo vigilancia y en estricta clausura, sin ningún tipo de contacto con el mundo exterior. Unos años más tarde, tras la muerte de Felipe II, su hijo Felipe III suavizaría las condiciones de la reclusión de María Ana. Fue devuelta al convento de Madrigal, donde llegaría a ser priora, y en 1611 abandonó la orden de las agustinas para ser nombrada abadesa perpetua del monasterio cisterciense de Santa María la Real de las Huelgas (Burgos), cargo que ejerció hasta su muerte en 1629.
No hay comentarios:
Publicar un comentario