La planta nuclear de Tokaimura |
La mañana del 30 de septiembre de 1999 tuvo lugar cerca de la localidad de Tōkai (prefectura de Ibaraki) el considerado el peor accidente nuclear de la historia de Japón hasta la catástrofe de la central nuclear de Fukushima en 2011. El incidente se produjo en unas instalaciones propiedad de la Japan Nuclear Fuel Conversion Co. (JCO), una filial de la Sumitomo Metal Mining Company dedicada a la producción de combustible para reactores nucleares.
En aquella factoría se transformaba hexafluoruro de uranio en dióxido de uranio con el que se elaboraba el combustible. Uno de los pasos de aquel proceso implicaba mezclar óxido de uranio con ácido nítrico para producir nitrato de uranio. Y eso era lo que estaban haciendo aquel 30 de septiembre por la mañana dos de los trabajadores de JCO, Hisashi Ouchi (35) y Masato Shinohara (40). Inclinado sobre un tanque de decantación lleno de ácido, Shinohara estaba subido a una escalera e iba vertiendo poco a poco el uranio en el tanque a través de un embudo que sostenía Ouchi. A unos metros de ellos, en otra habitación, su supervisor, Yutaka Yokokawa (54), trabajaba en su escritorio. Y a eso de las 10:35 ocurrió lo inimaginable. Una serie de brillantes destellos de luz azul (producidos por la llamada Radiación de Cherenkov) comenzaron a surgir del tanque, señal inequívoca de que se estaba produciendo una reacción nuclear. El uranio de su interior había alcanzado la masa crítica iniciándose una fisión nuclear que estaba produciendo grandes oleadas de neutrones y rayos gamma.
Hisashi Ouchi (1964-1999) |
Ouchi y Shinohara se sintieron enfermos casi de inmediato, con dolor físico y náuseas, sobre todo Ouchi, que al estar inclinado sobre el tanque había sido el que más radiación había soportado. Yokokawa fue más afortunado; al estar en otra habitación la cantidad de radiación a la que se vio expuesto fue sensiblemente menor. Ouchi y Shinohara se dirigieron a la sala de descontaminación, donde el primero llegó a vomitar. Mientras tanto, la radiación que seguía produciendo la reacción dentro del tanque fue detectada por los sensores de rayos gamma de las instalaciones, lo que disparó la alarma. En un primer momento los tres trabajadores, sin darse cuenta de la verdadera gravedad de lo sucedido, no informaron a nadie de lo que había pasado. Fue otro trabajador, al ver el estado en el que se encontraban, el que sospechó que habían estado expuestos y avisó a los servicios médicos. Tras confirmarse su contaminación fueron evacuados de emergencia al hospital más cercano, y de ahí al Hospital Universitario de Tokio, que contaba con instalaciones para el tratamiento de daños por radiación.
Diagrama del accidente. A) Hisashi Ouchi B) Masato Shinohara C)Yutaka Yokokawa |
A eso de las tres de la tarde, cuando se confirmó que la reacción continuaba, se ordenó la evacuación de unas 160 personas, trabajadores y residentes en un radio de 350 metros alrededor de las instalaciones. A las once de la noche se estableció un nuevo perímetro, esta vez de 10 kilómetros, recomendando a los que vivían en él (unas 300000 personas) que no salieran de sus casas y no consumieran agua ni productos agrícolas de la zona. Al día siguiente se levantó el confinamiento, aunque se mantuvieron cerradas las escuelas, y se inició una serie de chequeos masivos para determinar cuántas personas habían sido afectadas. Al final, se concluyó que más de 700 personas se habían visto expuestas; de ellas, 39 (todos trabajadores de la JCO) habían recibido una exposición severa y otras 667 (trabajadores, residentes y miembros de los equipos de emergencias) habían recibido un exceso de radiación menos grave. El incidente acabaría con la clasificación de "irradiación" y no de "contaminación", con una categoría de 4 en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares (que va de 0 a 7).
La reacción en cadena se detuvo al día siguiente, cuando los equipos de emergencia lograron vaciar el agua del sistema de refrigeración del tanque (que actuaba como reflector de neutrones, alimentando la reacción) y añadiendo a la mezcla una solución de ácido bórico, que absorbe neutrones. Análisis posteriores descartaron contaminación radiactiva en el agua y en el suelo cercanos a las instalaciones, y solo hallaron una leve radiación residual en parte de la vegetación.
A su llegada al hospital, Hisashi Ouchi presentaba un estado sorprendentemente bueno. Pese a que había llegado a perder la consciencia antes de su traslado, en sus primeros días en el hospital se mostraba lúcido y activo, caminaba sin ayuda y hablaba con los médicos. Sus únicas secuelas aparentes era un oscurecimiento de la piel y la mano izquierda (la que tenía sobre el tanque) enrojecida e hinchada. Ouchi llegó a pensar que había tenido suerte y se curaría, pero los médicos no albergaban esperanzas. Había sufrido una exposición brutal: se calcula que estuvo expuesto a unos 17 sieverts (la exposición de Shinohara se calculó en 10 Sv y la de Yokokawa, en 3), mientras que la máxima exposición admitida por las autoridades a los trabajadores nucleares japoneses es de 50 milisieverts al año. La intensidad de la radiación que afectó a Ouchi era similar a la que se produjo en el epicentro de la explosión atómica de Hiroshima, y decenas de veces superior a la que encontraron los equipos de limpieza que actuaron en la central de Chernobyl tras el accidente de 1986, convirtiéndolo en la persona que haya estado expuesta a mayor radiactividad en toda la historia. Ouchi no era consciente de que le esperaban casi tres meses de terrible agonía y una de las muertes más espantosas jamás vistas.
Los efectos de la radiación no tardaron en hacerse patentes. Al cuarto día, un análisis de sangre reveló que el sistema inmunitario de Ouchi estaba devastado y apenas le quedaban glóbulos blancos, lo que obligó a colocarlo en un régimen de estricto aislamiento. Una micografía mostró que su ADN estaba tan dañado que los cromosomas no se distinguían. Eso ya era una sentencia de muerte, ya que sus células eran incapaces de regenerarse o dividirse, lo que implicaba que una vez hubieran cumplido su ciclo vital no se podrían sustituir y sus órganos irían fallando uno a uno. Aún así, y pese a que algunos miembros del equipo médico que lo atendía se mostraron contrarios a prolongar su agonía sin esperanza, se decidió seguir tratándolo y mantenerlo con vida todo lo posible.
El tanque de precipitación donde tuvo lugar la reacción nuclear |
El estado de Ouchi se deterioró con rapidez. Pasados unos días ya era incapaz de tenerse en pie, su abdomen se había hinchado y sufría de intensos dolores. Para tratar de regenerar su sistema inmune se le hizo un trasplante de células madre sanguíneas periféricas, donadas por su hermana, una técnica pionera en la época. Aunque durante un tiempo volvió a tener sistema inmunitario, la radiación no tardó en matar sus nuevas células, igual que había hecho con las antiguas. Pasadas dos semanas ya era incapaz de comer por si mismo, sufría de hemorragias frecuentes y su cabello, sus uñas y sus dientes se caían, mientras su piel era tan frágil que se desprendía si se manejaba sin cuidado. Y el terrible dolor se había multiplicado, sin que los calmantes pudieran hacer mucho para aliviarlo.
Ouchi siguió empeorando mientras los tratamientos continuaban. Se le realizaron múltiples transfusiones de sangre debido a las numerosas hemorragias que padecía (llegó a necesitar diez transfusiones por día), y también injertos de piel, que tuvieron un éxito limitado. Se le suministraban continuamente analgésicos, antibióticos de amplio espectro y factores estimulantes de colonias de granulocitos (un medicamento que estimula la producción de glóbulos blancos). Sufrió varias paradas cardíacas, de las que fue resucitado por los médicos.
Pasados dos meses del accidente su situación era tan grave que el propio Ouchi pidió a los médicos que dejaran de tratarlo. "No soy un conejillo de indias" llegó a decirles. Desgraciadamente, lo cierto era que eso era justo en lo que se había convertido. Para los médicos Ouchi no solo era una ocasión magnífica para estudiar los daños que la radiactividad provocaba en el cuerpo humano, sino también para testar la eficacia de los tratamientos que se le administraban. Así que, tras consultarlo con su familia, los médicos decidieron continuar tratándolo.
Edificio donde tuvo lugar el accidente |
Y así Hisashi Ouchi tuvo que soportar durante varias semanas más un dolor agónico imposible de describir, mientras sus órganos empezaban a fallar uno tras otro y sus músculos literalmente se desprendían de sus huesos. Finalmente, el 21 de diciembre, después de 83 días de sufrimiento, la situación de Ouchi llegó a un extremo tal que se hizo evidente que estaba a punto de morir, así que los médicos permitieron a su esposa e hijo visitarlo una última vez. Apenas unos minutos después de que se fueran, Ouchi sufrió un paro cardíaco del que ya no se repondría. Su cadáver era aún tan radiactivo que no pudo ser inhumado de forma tradicional y tuvo que ser procesado como un residuo radiactivo más.
No le fue mucho mejor a su compañero Shinohara, el cual, habiendo recibido menos radiación, pudo aguantar más, pero acabó muriendo el 27 de abril del 2000 a causa de un fallo multiorgánico. En cuanto al supervisor Yokokawa, salió mejor parado y fue dado de alta después de tres meses en el hospital, con secuelas menores.
La investigación oficial llevada a cabo por las autoridades japonesas y la Organización Internacional de la Energía Atómica concluyó que el accidente había sido provocado por una serie de negligencias y errores humanos concatenados, que incluían falta de adecuado entrenamiento y cualificación de los trabajadores, falta de supervisión, manejo negligente de los materiales y medidas de seguridad inadecuadas y obsoletas. La imprudencia más grave, y la causa última del accidente, era que el proceso que Ouchi y Shinohara llevaban a cabo tenía un límite máximo de 2'3 kilos de uranio por partida; pero en el momento en el que se había producido la reacción ellos ya habían añadido 16 kilos de uranio a la mezcla. Un error que no se hubiera producido de haberse contado con una supervisión adecuada y de haberse respetado las normas básicas de seguridad, como por ejemplo no utilizar recipientes que pudieran contener una cantidad mayor a la autorizada.
Al parecer, los directivos de la JCO habían ordenado acelerar todo lo posible el proceso de producción de combustible, ya que la planta tenía un pedido para el reactor nuclear de Jōyō y su fabricación iba con retraso. En el juicio posterior se supo que los directivos de la empresa llevaban años haciendo la vista gorda para este tipo de irregularidades con el fin de abaratar costes. Y también que, por ese mismo motivo, no se habían aplicado en la planta una serie de nuevas regulaciones de seguridad que el gobierno japonés había implantado a raíz de un incendio sucedido dos años antes en una planta de tratamiento de residuos nucleares situada a apenas cuatro kilómetros de la factoría de JCO.
Como consecuencia, en marzo de 2000 las autoridades japonesas retiraron a la JCO la licencia par elaborar combustible nuclear (la empresa cesó sus actividades en el 2003) y en abril de 2001 seis directivos, incluido el supervisor Yokokawa, se sentaron en el banquillo acusados de negligencia con resultado de muerte. Para entonces la JCO ya había aceptado pagar más de 120 millones de dólares para resolver más de 7000 reclamaciones de afectados por el accidente, tanto por la exposición a la radiación como por daños en sus posesiones. Los seis acusados se declararon culpables y fueron condenados a penas de entre dos y cuatro años de cárcel, mientras que el presidente de la JCO admitió la responsabilidad de su empresa y aceptó compensar a los afectados que no habían sido indemnizados hasta entonces y asumir los gastos de descontaminación y limpieza de la factoría.
A raíz de este incidente el gobierno japonés redobló su vigilancia sobre el sector atómico: nuevas leyes de seguridad, requerimientos más estrictos a empresas y trabajadores, y un mayor número de inspecciones.
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