domingo, 17 de noviembre de 2024

El hijo de Saladino que quiso destruir las pirámides de Guiza

La pirámide de Micerino, con la cicatriz de los trabajos ordenados por Al-Aziz bien visible

Cuando el legendario sultán Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, llamado por los europeos Saladino, murió en 1193 a causa del tifus, su inmenso imperio se repartió entre su numerosa prole, diecisiete hijos varones, y varios de sus hermanos. Al primogénito, Al-Afdal ibn Salah ad-Din, le correspondió Siria y Palestina, y el liderazgo de la dinastía iniciada por su padre, la ayubí. Su segundo hijo, Al-Malik Al-Aziz Osman bin Salahadin Yusuf, se convirtió en sultán de Egipto.

Al-Malik Al-Aziz Osman bin Salahadin Yusuf, llamado generalmente Al-Aziz Utman, había nacido en El Cairo en torno a 1171. Se desconoce cuál de las numerosas esposas y concubinas de su padre fue su madre; si se sabe que no fue su esposa favorita, Ismat ad-Din Khatun, con la que Saladino no llegó a tener hijos. Era un joven ambicioso que anhelaba gobernar todo el imperio que había sido de su padre. Y lo cierto es que su hermano mayor le puso las cosas fáciles. Al-Afdal era un gran general (había sido uno de los comandantes del ejército de Saladino) pero resultó ser un pésimo gobernante. Una de las decisiones que tomó fue la de deponer a todos los ministros de su padre, que huyeron a Egipto y aconsejaron a Al-Aziz declararle la guerra. Al-Aziz vio la oportunidad y atacó a Al-Afdal en 1194, aunque la intermediación de su tío Al-Adil, señor de Kerak, logró acordar una tregua entre ambos. Al año siguiente, Al-Aziz volvió a la carga, pero Al-Afdal logró derrotar a su ejército y hacerlo retroceder a Egipto.

Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, Saladino (1137-1193)

Pero en 1196 la situación cambió. Harto de las torpezas de Al-Afdal como gobernante, Al-Adil se alió con Al-Aziz y entre ambos derrotaron y depusieron a Al-Afdal, quien tuvo que exiliarse en la ciudad siria de Saljad. De este modo Al-Aziz quedó convertido en señor de Siria y Egipto (al menos en teoría, ya que Al-Adil era el que verdaderamente gobernaba Siria) y cabeza de la dinastía ayubí. Estaba en la cúspide de su poder y quiso demostrar su dominio con un gesto grandilocuente que dejara bien clara su autoridad: nada menos que demoler las tres pirámides de Guiza.

A diferencia de su padre Saladino, quien había sido un musulmán moderado y tolerante, Al-Aziz era mucho más riguroso y fanático. Veía a las pirámides como un vestigio del pasado pagano de Egipto y un desafío a la hegemonía del Islam. Y decretó que las pirámides fuesen desmontadas, piedra a piedra, para poder aprovechar más tarde ese material paras otras construcciones. Al menos, esa era su intención.

Porque la tarea de destruir las pirámides se reveló no menos colosal que su construcción. Empezaron por la más pequeña de las tres, la del faraón Menkaura (Mykerinos para los griegos, Micerino en su versión castellanizada), hijo de Kefrén y nieto de Keops. Los obreros contratados para la labor no tenían otra forma mejor de hacerlo que ir sacando las piedras de la pirámide una a una, usando cuñas y palancas, y luego arrastrándolas con cuerdas hasta dejarlas caer al suelo. Pero de esta manera las rocas se enterraban en la arena del desierto, siendo casi imposibles de mover, con lo que la única manera de retirarlas era hacerlas pedazos, con lo cual tampoco servían para usar en otras construcciones, como Al-Aziz había previsto. El trabajo era tan pesado y dificultoso que los obreros apenas eran capaces de retirar un par de piedras al día, a un ritmo exasperantemente lento.

Así que pasados ocho meses de trabajo, el único resultado era un costurón o hendidura en su cara norte, visible todavía hoy en día. Estaba claro que a ese ritmo desmantelar las tres pirámides tardaría décadas, con un coste desorbitado. Así que a Al-Aziz no le quedó otra que renunciar a su gran plan y ordenar que cesaran los trabajos. No tuvo demasiado tiempo para lamentarlo, porque apenas un año más tarde, en 1198, murió en un accidente de caza al caerse de su caballo. Lo sucedió su hijo Al-Mansur Nasir al-Din Muhammad, todavía un niño. Al-Afdal aprovechó para volver de su exilio, convertirse en regente de Egipto y declararle la guerra a su tío Al-Adil, el cual logró derrotar una vez más a Al-Afdal. Después de eso, Al-Adil, convertido en soberano de Siria y Egipto, exilió a Al-Afdal a la ciudad de Samósata (en la margen occidental del Éufrates) y depuso a Al-Mansur, enviándolo al exilio en Alepo bajo la custodia de otro de los hijos de Saladino, Al-Zahir Ghazi, donde moriría en una fecha desconocida.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Los Magyarabs, los húngaros de Nubia

Nubia

Corría el año 1935 y el aviador y explorador húngaro László Almásy (cuya figura se haría popular décadas después como protagonista de la novela y subsiguiente película El paciente inglés) se encontraba en Nubia, la región que se extiende por el sur de Egipto y el norte de Sudán, preparando nuevas expediciones. Iba con él uno de sus compañeros habituales, el ingeniero alemán Hansjoachim von der Esch. Un buen día Almásy charlaba con un comerciante local cuando mencionó que era húngaro. Debió llevarse una notoria sorpresa cuando aquel comerciante, cuyo aspecto no difería del de los demás nubios, se mostró encantado afirmando ser él mismo de origen húngaro. Ese fue el momento en el que los europeos supieron de la existencia de los magyarabs.

Hay que decir que, frente a lo que pudiera parecer, la palabra magyarab no procede de la unión de magyar (húngaro) y arab (árabe), sino de añadir el sufijo nubio -ab (tribu) a magyar, con lo que magyarab vendría a significar "la tribu de los húngaros". Según le contó aquel comerciante a Almásy, en el año 1517, una época en la que tanto una parte de Hungría como Nubia pertenecían al Imperio Otomano, había llegado a Nubia un destacamento de soldados cristianos húngaros, enviados por el sultán Selim I el Severo, al frente de los cuales iba un general al que los magyarabs llamaban Ibrahim el-Magyar, originario de la ciudad de Buda (una de las dos mitades de lo que hoy es Budapest). Con el tiempo, no todos aquellos soldados habían regresado a su país natal. Unos pocos se casaron con mujeres locales, formaron familias y decidieron instalarse en Nubia. También lo hizo Ibrahim el-Magyar, que se casó con una mujer nubia y tuvo un hijo, Alí, que a su vez tuvo cinco hijos varones: Selami, Mustafa, Djelal Eddin, Musa e Iksa. Sus descendientes dieron lugar a los magyarabs, que generación tras generación conservaron su ascendencia húngara como parte de su identidad como grupo, diferenciándolos de los demás nubios y de los árabes.

Fragmento de un mapa topográfico británico de 1958 en el que se puede ver la isla de los magyarabs (aquí nombrada como "Magarab I.") en el Nilo

La historia interesó a Almásy, aunque no lo suficiente para hacerlo cambiar de planes, ya que poco después se marchó junto a un par de aristócratas húngaros a una expedición de caza al Uadi Howar. Von der Esch en cambio si mostró un vivo deseo de conocer más sobre los magyarabs, hasta el punto de que viajó hasta su principal poblado, situado en una pequeña isla del Nilo cerca de la ciudad sudanesa de Wadi Halfa, y permaneció allí varias semanas, reuniendo información sobre ellos. Los ancianos de la tribu decían que sus antepasados habían llegado de un lugar llamado Nemsa (el nombre árabe de Austria) y que su comandante se llamaba Shenghal Sendjer, lo que Esch interpretó que originariamente era "general Sendjer". Además recopiló un pequeño vocabulario de palabras y expresiones que le parecieron que no correspondían con el idioma nubio, y que Almásy más tarde reconoció como similares a palabras húngaras.

Almásy hizo pública la existencia de los magyarabs a su regreso a Europa. Tanto las autoridades húngaras como los líderes de los magyarabs buscaron más tarde ponerse en contacto, pero el caos derivado del estallido de la Segunda Guerra Mundial frustró sus intentos. El siguiente contacto no se produciría hasta 1965, cuando una expedición dirigida por el reputado orientalista István Fodor llegó a Wadi Halfa. Para aquel entonces la isla en la que vivían los magyarabs había dejado de existir; la construcción de la monumental presa de Asuán y la consiguiente creación del lago Nasser, que inundó miles de kilómetros cuadrados, la habían dejado bajo las aguas. Asentamientos magyarabs como Ibrim, Qatta, Tuska, Aneba y Magyararti quedaron inundados, y los magyarabs se habían instalado en una serie de pequeñas localidades a lo largo del Nilo.

Magyarabs en Asuán (1965)

Fodor dirigió un extenso estudio sobre su historia, costumbres y cultura. Entre otras cosas, describió una serie de características físicas que diferenciaban a los magyarabs, y que él atribuía a su herencia europea, a pesar de los siglos transcurridos y de la mezcla con los nubios. Así, los magyarabs solían tener un tono de piel más claro, ojos más pequeños y eran habituales los individuos con el pelo rojizo. También, aunque no hablaban húngaro, si que conservaban numerosas palabras derivadas de ese idioma, e incluso usaban habitualmente refranes que aludían a sus orígenes, tales como Rá’sz el-mágyár zejj el-hágyár (La cabeza del húngaro es dura como una piedra), Ál-Mágyárí lá jisálli fíl-mezgyd (Los húngaros no rezan en las mezquitas, sin duda una referencia a la época en la que todavía eran cristianos) o El-mágyárí jilbisz burneta (Llevar el sombrero húngaro, es decir, no un turbante). Y pese al tiempo transcurrido mantenían costumbres típicamente húngaras como dibujar una cruz sobre el pan recién hecho, o hacer la señal de la cruz a un recién nacido (a pesar de que profesan el islamismo suní). En su estudio, Fodor concluía que "El color de la piel puede cambiar, la lengua materna puede perderse, pero el sentimiento de pertenencia a la nación húngara puede permanecer incluso en un entorno lejano y extranjero".

El propio Fodor  también descubrió en sus estudios una fuente documental que parece confirmar el relato de los magyarabs sobre su origen. En 1516 un monje franciscano húngaro llamado Gábor Pécsváradi viajó en peregrinación a Tierra Santa y reflejó sus vivencias en un libro titulado Viaje a Jerusalén. En él se incluía una carta que envió a János Bánffy, copero real del Reino de Hungría, en la que le cuenta cómo el último día de 1516 llegó a Jerusalén el ejército turco bajo el mando de Selim I que se dirigía a Egipto a combatir contra el sultanato mameluco, y que en él figuraba un destacamento de soldados húngaros con los que pudo hablar. Es muy posible que se tratara de los mismos que serían enviados a Nubia tras la derrota de los mamelucos en enero de 1517, con el objetivo de proteger la frontera sur del imperio y las rutas de caravanas que cruzaban aquel territorio.

László Adolf Ede György Mária Almásy de Zsadány et Törökszentmiklós (1895-1951)

Una teoría reciente especula con que los antepasados de los magyarabs no eran exclusivamente húngaros, sino que también podía haber entre ellos eslavos del sur, fundamentalmente bosnios. Como curiosidad, Fodor descubrió en sus investigaciones la existencia en la ciudad de Asuán de otra comunidad musulmana de origen húngaro, pero que no tenía nada que ver con los magyarabs. Se trataba de descendientes de húngaros convertidos al Islam durante la ocupación otomana, que se habían instalado en Egipto tras ser expulsados de Hungría a mediados del siglo XVIII, durante el reinado de María Teresa I de Austria (1717-1780).

En la actualidad, existen unos 7000 magyarabs que viven en pequeñas localidades en las cercanías de las ciudades de Asuán (Egipto) y Wadi Halfa (Sudán), cuyos nombres hacen referencia a su origen húngaro: Magyarab-irki, Magyararti, Magyariyya, Magyar-nirki o Hillit el-Magyarab. También hay una pequeña comunidad, de unos 500 individuos, instalada en El Cairo. Las relaciones con Hungría siguen siendo fluidas y desde 1992 forman parte de la Magyarok Világszövetsége. la Federación Mundial de Húngaros, una organización que reúne a las comunidades húngaras en todo el mundo y les ayuda a conservar su cultura y valores.

domingo, 3 de noviembre de 2024

La Carta Zinóviev



El año 1924 alumbró un escenario inédito en la política del Reino Unido. Las elecciones celebradas en diciembre de 1923 habían dejado al Partido Conservador como el más votado (258 escaños en el Parlamento), pero sin una mayoría suficiente como para formar un gobierno en solitario. El tercer partido más votado, el Liberal (158 escaños), se negó a apoyar a los conservadores como había hecho entre 1918 y 1922 y prefirió apoyar un gobierno en minoría del Partido Laborista (socialistas moderados, 198 escaños). No es que los liberales tuvieran una gran afinidad con los laboristas, simplemente creían que el más que probable fracaso de su gobierno provocaría que en las siguientes elecciones una parte sustancial de sus votantes pasaría a votarles a ellos. 

James Ramsay MacDonald (1866-1937)

Y así, en enero de 1924 por primera vez en su historia los laboristas formaban gobierno, encabezado por Ramsay MacDonald como primer ministro. Como era de esperar, fue un gobierno inestable al que los liberales mantenían pese a votar en contra de la mayoría de sus propuestas. Entre los pocos éxitos logrados por los laboristas estuvo el reconocimiento de la Unión Soviética y el inicio de negociaciones con ella para un tratado comercial, al que los conservadores se oponían tenazmente. Al final, el 8 de octubre, tras apenas 10 meses de gobierno, el gobierno laborista perdía una moción de censura presentada por los liberales con el apoyo de los conservadores. El detonante había sido la decisión del gobierno de paralizar el procesamiento de John Ross Campbell, editor y co-fundador del Partido Comunista británico, que había sido acusado en base a la Ley de Inducción al Amotinamiento de 1797 por haber publicado una carta en el semanario Worker's Weekly, medio oficial del Partido Comunista, en la que exhortaba a los soldados del ejército británico a que, en caso de una nueva guerra, no empuñasen sus armas contra sus camaradas trabajadores, sino que se unieran a ellos para combatir a los explotadores y capitalistas (el proceso se reanudaría más tarde y Campbell acabaría condenado a seis meses de cárcel). Como consecuencia, MacDonald presentaba su dimisión al rey Jorge V y convocaba unas nuevas elecciones para el día 29 de octubre. Unas elecciones atípicas, precedidas de una corta campaña electoral en la que jugaría un papel destacado un curioso documento, la Carta Zinóviev.

Grigory Zinoviev (1883-1936)

El 25 de octubre, solo cuatro días antes de las elecciones, el periódico conservador Daily Mail anunciaba haber descubierto una conspiración comunista y publicaba como prueba una carta, de la que enseguida se haría eco el resto de la prensa británica. La carta era un supuesto comunicado o directiva enviado por la Internacional Comunista, con sede en Moscú, al Comité Central del Partido Comunista británico, y estaba firmada por el presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional, el soviético Grigori Zinóviev (de ahí que la carta acabara siendo conocida como la Carta Zinóviev); su secretario, el finlandés Otto Kuusinen; y por Arthur MacManus, representante británico en el Comité. En ella el Comité predecía que la continuidad de un gobierno laborista no solo contribuiría a normalizar las relaciones políticas y económicas entre el Reino Unido y la Unión Soviética, sino que crearía las condiciones adecuadas para la expansión de la influencia soviética y las ideas leninistas a lo largo del imperio británico, y a la larga, para el estallido de una revolución proletaria similar a la ocurrida en Rusia en 1917. Además, alentaba a los comunistas británicos a continuar su campaña de agitación entre la clase trabajadora británica (protestas, sabotajes).

Por supuesto, la idea de una revolución comunista en el Reino Unido despertaba el pánico en una parte sustancial del electorado y dejaba en muy mal lugar a los laboristas. MacDonald ya intuía que tenía pocas posibilidades de lograr un buen resultado en las elecciones, pero esas posibilidades se desvanecieron tras la publicación de la carta. El líder laborista trató inútilmente de rebatir la autenticidad de la carta en el escaso tiempo que quedaba antes de las elecciones; pero resultó una tarea imposible, dado que incluso dentro del Partido Laborista y de su propio gobierno había personas convencidas de su autenticidad. El mismo MacDonald llegó a decir que se sentía como "un hombre metido en un saco y arrojado al mar".

Como era previsible, el resultado de las elecciones fue altamente favorable para el Partido Conservador, que logró una holgada mayoría de 412 parlamentarios (más de 2/3 del total). La Carta Zinóviev había tenido un notable efecto sobre los votantes. No tanto sobre los laboristas, quienes pese a perder 40 parlamentarios habían obtenido un millón de votos más que en las anteriores elecciones, sino entre los más conservadores. El Partido Liberal había sufrido una debacle, perdiendo más de un millón de votantes y quedando reducido a apenas 40 parlamentarios. Y la mayoría de esos votos habían ido a parar a los conservadores.

¿Era auténtica la Carta Zinóviev, o era una falsificación? Aunque en su día hubo controversia, hoy en día está casi unánimemente aceptado que la carta era en realidad un hábil montaje hecho público para conseguir el efecto que finalmente tuvo: polarizar el voto moderado británico en torno al Partido Conservador, agitando el miedo al comunismo como catalizador para lograr ese apoyo masivo.

Tras formar gobierno, con Stanley Baldwin como primer ministro, los conservadores formaron un comité que determinó que la carta era auténtica, sin ir más lejos en sus averiguaciones, pese a las numerosas voces que pedían una investigación más profunda. Al mismo tiempo, el MI5, el servicio de inteligencia británico, hacía su propia investigación concluyendo que muy probablemente se trataba de una falsificación, aunque no hizo públicas sus conclusiones, que no salieron a la luz hasta muchos años después. Por su parte, tanto el gobierno soviético como la Internacional Comunista desmintieron tajantemente la autenticidad de la carta.

El propio Zinóviev emitió un comunicado el 27 de octubre (dos días antes de las elecciones) negando haber escrito la carta y calificándola de "impostura". Entre otras pruebas, alegaba que estaban incorrectamente escritos tanto el nombre de la organización ("Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional Comunista" en lugar de "Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista") como el cargo de Zinóviev (mencionado como "Presidente del Presidium"). Además, la carta estaba fechada en Moscú en 15 de septiembre; y ese día Zinóviev estaba de vacaciones en Kislovodsk, a más de 1600 kilómetros de Moscú, con lo que no había podido firmar ni esa ni ninguna otra carta oficial. El comunicado de Zinóviev fue ignorado por la prensa británica y solo sería publicado en diciembre de 1924 por The Communist Review, una revista mensual editada por el Partido Comunista británico.


En 1967 tres periodistas del Sunday Times, Lewis Chester, Steven Fay y Hugo Young, publicaron una monografía sobre la Carta en la que afirmaban que en realidad había sido redactada en Berlín por miembros de la Hermandad de San Jorge, una organización de monárquicos rusos en el exilio. Aunque los supuestos autores habían muerto, contaban con la declaración de la viuda de uno de ellos que aseguraba haber visto como habían falsificado la Carta. Su objetivo último no era tanto provocar la derrota de los laboristas (algo por otra parte más que probable, incluso sin la Carta) sino sabotear las incipientes relaciones diplomáticas entre el Reino Unido y la URSS. Y de hecho, una de las primeras acciones del gobierno conservador fue anular el tratado comercial (aún sin firmar) que habían negociado los laboristas. La Carta habría sido entregada a miembros del Foreign Office (el ministerio británico de Asuntos Exteriores) justo después de la moción de censura, y pese a las dudas sobre su autenticidad, funcionarios del Ministerio, de acuerdo con miembros del Partido Conservador, filtraron el documento a la prensa.

A raíz de la publicación de este libro, el Foreign Office encargó su propia investigación sobre el asunto a Milicent Bagot, una célebre agente del MI5, experta en temas soviéticos y que inspiró uno de los personajes del novelista John Le Carré. Durante tres años Bagot examinó los archivos del MI5 y se entrevistó con supervivientes del caso, para finalmente entregar un exhaustivo informe... que jamás vio la luz, porque incluía información "sensible" sobre personas y operaciones relacionadas con la agencia.

A principios de 1998 rumores sobre la publicación de un nuevo libro llevaron al entonces ministro de Asuntos Exteriores, Robin Cook, a encargar un informe oficial sobre el caso. La encargada fue Gill Bennett, historiadora jefa del ministerio, quien tuvo acceso no solo a los archivos del ministerio y del MI5 (incluido el informe de Milicent Bagot) y MI6, sino a los archivos del Partido Comunista soviético, de la Internacional Comunista y del Partido Comunista británico. El informe de Bennett (parte del cual fue censurado, una vez más, por contener información confidencial) señalaba que, si bien la Carta contenía conceptos mencionados por Zinóviev en otros documentos, la situación entre ambas naciones en aquellos momentos (con la URSS muy interesada en mejorar sus relaciones internacionales y conseguir el tratado comercial con los británicos) hacía que sus actividades propagandísticas en suelo británico fueran más discretas que de costumbre, por lo que resultaba improbable que se hubiera permitido el envío de aquella carta. A pesar de su extensa investigación, Bennett concluía que resultaba imposible saber a ciencia cierta quién había escrito la Carta Zinóviev, aunque su opinión personal era que había sido encargada por miembros del Movimiento Blanco (una amalgama de grupos nacionalistas y monárquicos rusos opuestos a los comunistas) a falsificadores en Berlín o en Riga, como parte de una campaña para impedir la firma del tratado anglo-soviético.

De acuerdo con el trabajo de Bennett, la Carta habría llegado posteriormente a manos de los servicios de inteligencia británicos, los cuales, pese a no estar seguros de su autenticidad, la habían filtrado a la prensa. Bennett señalaba dos nombres como principales sospechosos de la filtración: Desmond Morton, un agente del MI5 que más tarde se convertiría en asistente personal de Winston Churchill, y sir Joseph Ball, miembro del MI6 que años más tarde acabaría trabajando para el Partido Conservador. En 2018 Bennett publicó un libro sobre el caso, titulado La Carta Zinóviev: La conspiración que nunca muere, con los resultados de su investigación (los que se podían hacer públicos, al menos).

Grigory Zinóviev, el supuesto autor de la Carta, siguió desempeñando cargos importantes dentro del organigrama soviético hasta que a finales de 1934 fue arrestado como sospechoso de haber intervenido en el asesinato de Sergei Kirov, uno de los principales colaboradores de Josef Stalin, y sentenciado a diez años de cárcel. Más tarde, acusado de traición y de conspirar para asesinar al propio Stalin, fue condenado a muerte y fusilado en agosto de 1936.