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Alfred Edward Stratton (1882-1905) y Albert Ernest Stratton (1884-1905) |
La mañana del lunes 27 de marzo de 1905 un joven de 16 años llamado William Jones llegó a su lugar de trabajo, una tienda llamada Chapman's Oil and Colour Shop, en el número 34 de la calle Deptford High, en el distrito londinense de Lewisham. Para su sorpresa, pese a ser ya las ocho y media de la mañana, la tienda permanecía cerrada, algo muy inusual, ya que su propietario, Thomas Farrow, de 71 años, que vivía con su esposa Ann, de 65, en el apartamento que había sobre la tienda, nunca abría su negocio a una hora tan tardía. William llamó repetidas veces, pero nadie le respondió, así que se asomó a una de las ventanas. Y lo que vio le alarmó: la habitación desordenada y varias sillas tiradas en el suelo.
El joven Jones corrió a buscar ayuda y encontró a Louis Kidman, otro empleado que se dirigía a su trabajo. Entre los dos consiguieron forzar la puerta de la tienda y encontraron el cuerpo del señor Farrow en un charco de sangre, con señales de haber recibido una brutal paliza. Su esposa Ann estaba todavía en su cama, inconsciente y también brutalmente apaleada. De inmediato se avisó a la policía y a un médico y la señora Farrow fue llevada a un hospital.
Un primer examen del escenario determinó el robo como causa más probable del crimen. Como Jones contó a los agentes, el señor Farrow tenía por costumbre llevar cada lunes al banco la recaudación de la semana anterior (que se calculó en unas trece libras de la época) y una caja de caudales vacía se encontró tirada en el suelo. Dado que la puerta no había sido forzada y que los Farrow iban vestidos con sus ropas de dormir, se supuso que los autores habían conseguido que el señor Farrow les abriera la puerta con algún engaño, tras lo cual lo habían golpeado brutalmente y subido al dormitorio, donde atacaron a su esposa y se hicieron con el dinero. Las manchas de sangre sugerían que el señor Farrow había recuperado la consciencia y había tratado de impedir su fuga, siendo entonces golpeado de nuevo hasta la muerte. Una palangana llena de agua sanguinolenta indicaba que los asesinos se habían lavado las manos antes de huir. El hallazgo de dos máscaras abandonadas, fabricadas con sendas medias, apuntaba a que habían sido dos los asaltantes.
Ante la gravedad del caso se hicieron cargo de la investigación el inspector jefe Frederick Fox y Melville Macnaghten, jefe del Departamento de Investigación Criminal y Comisionado Asistente de la policía de Londres, y conocido por su intervención un par de décadas antes en la investigación de los crímenes de Jack el Destripador. Fue precisamente Macnaghten quien, revisando el escenario del crimen, se fijó en que en de la caja de caudales vacía había una mancha grasienta que resultó ser una huella dactilar. Con sumo cuidado, envolvió la caja en su propio pañuelo y la llevó a la Oficina de Huellas Dactilares de Scotland Yard.
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Charles Stockley Collins |
En aquellos días el uso de huellas dactilares era todavía una técnica reciente y que generaba dudas a muchos. La propia Oficina había sido fundada hacía menos de cuatro años (precisamente Macnaghten había sido uno de sus más entusiastas apoyos) y, aunque había logrado algunos éxitos, como la condena por robo de Harry Jackson (la primera condena en el Reino Unido conseguida con las huellas dactilares como evidencia) y la identificación de varios fugitivos que se ocultaban bajo identidades falsas, nunca había tomado parte en un caso de asesinato. Por aquel entonces estaba dirigida por el inspector Charles Stockley Collins, considerado el mayor experto en huellas dactilares del país, quien examinó en persona la huella del caso Farrow. Collins concluyó que se trataba de la huella de un pulgar, probablemente de la mano derecha, y tras estudiarla descartó que perteneciera a los Farrow o al sargento Harry Atkinson (que había admitido haber tocado la caja con las manos desnudas durante la investigación). Tampoco coincidía con ninguna de las entre 80 y 90000 huellas dactilares que la Oficina tenía ya en sus archivos, así que iban a necesitar un sospechoso para compararlas. Esperaban que la señora Farrow pudiera darles algún indicio sobre los culpables, pero lamentablemente falleció en el hospital el 31 de marzo, sin haber recuperado la consciencia.
La policía interrogó a numerosos testigos; Deptford High era una calle muy transitada, incluso a hora muy temprana. Varias personas afirmaron haber visto a dos hombres salir de la tienda sobre las siete y media de la mañana; uno iba vestido con un traje marrón oscuro y una gorra, el otro con un traje azul marino y un bombín. Dos de los testigos habían reconocido a uno de aquellos hombres como Alfred Stratton, un viejo conocido de las autoridades policiales. Aunque nunca había sido arrestado, Stratton era un personaje habitual del submundo criminal de Londres. También tenía un hermano, Albert, de similares antecedentes y cuya descripción coincidía con la del otro sujeto. La novia de Alfred, Annie Cromarty, fue interrogada, y admitió que Alfred se había ausentado aquella madrugada y que al regresar se deshizo de la ropa que llevaba puesta; llevaba, además, una importante cantidad de dinero cuyo origen no quiso confesar a Annie. La policía, gracias a las indicaciones de Annie, encontraría más tarde la cantidad de cuatro libras, enterradas junto a una fuente cerca de su casa.
Con estos indicios se extendió una orden de arresto para los dos hermanos, que fueron detenidos el 2 de abril. Se les tomaron las huellas dactilares y Collins, tras examinarlas, concluyó que la huella de la caja de caudales coincidía exactamente con la huella del pulgar derecho de Alfred Stratton. Los dos hermanos fueron acusados oficialmente de asesinato y su juicio comenzó el 5 de mayo en el tribunal del Old Bailey.
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Sir Melville Leslie Macnaghten (1853-1921) |
El juicio iba a suponer un punto de inflexión para el uso de las huellas dactilares como prueba en casos criminales. Macnaghten, Collins y el fiscal Robert Muir sabían que siendo la huella de Alfred Stratton la principal prueba de cargo contra los hermanos, todo el caso iba a depender de si el jurado la aceptaba como una evidencia fiable o no. Por eso Muir quiso plantear un caso sólido alrededor de la huella. Llamó al estrado a numerosos testigos que habían visto a los dos hermanos en la zona aquella madrugada; dos de ellos, un boxeador llamado Henry Littlefield y una joven local llamada Ellen Stanton, identificaron a Alfred Stratton fuera de toda duda. El patólogo que había examinado los cadáveres de los Farrow testificó que las heridas de ambos eran compatibles con las que habrían causado varias herramientas que la policía había incautado a los Stratton. Annie Cromarty repitió su testimonio, añadiendo que Alfred le había pedido unos días antes del crimen un par de sus medias, y que le había dicho que, en caso de que alguien le preguntase, dijera que la noche del crimen la había pasado con ella. Por su parte Kate Wade, la novia de Albert, reconoció que este no había estado con ella la noche del crimen, algo poco habitual.
La defensa había previsto esta estrategia, y tenía preparada una explicación alternativa, que el propio Alfred Stratton explicó desde el estrado. Según él, la madrugada del día 27 su hermano Albert había acudido a su casa a pedirle dinero para alojarse en una pensión. Alfred había ido a ver si tenía, pero cuando regresó Albert ya se había ido. Alfred fue en su busca y lo encontró a cierta distancia, en Regent Street, diciéndole que no tenía dinero pero podía quedarse en su casa; había sido entonces cuando los testigos los habían visto juntos, no en Deptford High, como habían dicho. Ambos habían regresado a casa de Alfred, donde habían permanecido hasta las nueve de la mañana. Además, afirmó que el dinero que había escondido junto a la fuente lo había ganado en un combate de boxeo varias semanas antes del crimen. Para contrarrestar esta versión, el fiscal Muir llamó a declarar a William Gittings, un empleado de la cárcel en la que los Stratton habían estado recluidos en espera de su juicio. Según Gittings, Albert Stratton le había dicho en una conversación que creía que a su hermano iban a ahorcarlo y que a él le caerían diez años de cárcel. "Él me ha metido en esto", había dicho a Gittings, declaración que Muir interpretó como una confesión.
Y llegó el momento fundamental del juicio: el momento en el que fiscalía y defensa debían de tratar de convencer al jurado de la fiabilidad o no de la identificación mediante las huellas dactilares. La fiscalía llamó a Collins a declarar. Collins hizo un pormenorizado relato de como era el proceso de toma y comparación de huellas dactilares; mostró al jurado la caja de caudales, les mostró como la huella coincidía exactamente con la de Alfred Stratton, y con ninguna otra de las miles que Scotland Yard tenía en sus archivos, y respondió con claridad y seguridad a todas las preguntas que le hicieron. A continuación, la defensa llamó a declarar al doctor John Garson. Garson era un eminente doctor y antropólogo, que había sido incluso profesor del propio Collins; estaba claro que la estrategia de la defensa era desacreditar a Collins oponiéndole a otro experto de mayor prestigio. Como era de esperar, Garson trató de negar la validez de las conclusiones de Collins, mostrándose más que escéptico acerca del valor de la huella como prueba de cargo.
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La caja de caudales de Thomas Farrow, con la huella dactilar de Alfred Stratton |
Sin embargo, la fiscalía también había preparado su contraataque. A preguntas del fiscal, Garson tuvo que admitir que no era un experto en huellas dactilares; al contrario, siempre se había mostrado contrario a su uso. Había declarado en su contra en el Comité Belper, celebrado en diciembre de 1900, y que había recomendado que a partir de entonces los registros criminales del Reino Unido incluyesen las huellas dactilares, y era un encendido defensor de la antropometría (la medición de las partes y proporciones del cuerpo humano) como sistema de identificación. Como golpe de gracia, Muir mostró al tribunal dos cartas escritas por Garson en similares términos, una enviada a la fiscalía y otra a la defensa, ofreciéndose a declarar en el juicio a favor de cualquiera de las dos partes que le pagara más. Cuando Muir le preguntó cómo justificaba haber escrito tales cartas, Garson se limitó a decir que él era "un testigo independiente", pero su credibilidad había quedado en entredicho y el propio juez Channell, que presidía el tribunal, llegó a comentar que aquellas dos cartas convertían a Garson en un testigo "absolutamente indigno de confianza".
Ambas partes terminaron el juicio con sus alegatos, pero la decisión del jurado estaba más que cantada. Tras menos de dos horas de deliberación declararon a los hermanos Stratton culpables de asesinato, y el 6 de mayo ambos fueron condenados a la pena capital, sentencia que se cumplió por ahorcamiento a las nueve de la mañana del 23 de ese mismo mes en la prisión londinense de Wandsworth.
El caso de los hermanos Stratton (también conocido como el caso de los crímenes Farrow, el caso de los crímenes de Deptford o el caso de los asesinos enmascarados) figura de manera destacada en la historia de la Criminología moderna. Fue el primer caso de asesinato en el Reino Unido que terminó en una condena gracias a las huellas dactilares. El caso sentó un precedente, demostrando la validez de aquella técnica que hasta entonces había estado en entredicho, y que se acabaría convirtiendo en una herramienta básica de la ciencia forense y de la investigación criminal.
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