Gordon's Riots (Seymour Lucas, 1879)
Todo comenzó en 1778, cuando el Parlamento inglés promulgó la llamada Catholic Relief Act, una ley que suavizaba algunas de las leyes anticatólicas de 1689 (que, de todos modos, raramente se aplicaban), especialmente en lo tocante de eximirlos del juramento de fidelidad (que los hacía reconocer a la Iglesia anglicana) a la hora de alistarse en el ejército inglés. No lo hicieron por un impulso altruista; el Reino Unido estaba envuelto en guerras contra España, Francia y los independentistas norteamericanos, andaba corto de soldados y no le venía mal que se alistasen los católicos. Muchos católicos se opusieron a la ley, temiendo que se desatase un movimiento anticatólico y recordando que, en la práctica, había numerosos católicos en el ejército (la mayoría reclutados en Irlanda y Escocia y eximidos, por tanto, del juramento). Pero la ley se promulgó igualmente.
Tal y como habían temido, se generó un fuerte movimiento de protesta contra esa ley. Se formó la llamada Protestant Association para tratar de derogar la ley, a cuyo frente se puso Lord George Gordon. Éste era un joven aristócrata excéntrico, demagogo y populista, que contaba con el aval de haber logrado impedir la aplicación de dicha ley en Escocia. Gordon logró varias audiencias con el rey Jorge III para tratar de que la ley fuera retirada, pero acabó hartando al rey, que acabó por negarle cualquier audiencia futura.
Pero Gordon no se dejó derrotar. Gracias a su habilidad como orador logró movilizar a una gran masa de londinenses, a los que atemorizó hablándoles de que esa ley permitiría a los católicos infiltrarse en el ejército y conspirar a las espaldas del gobierno con los enemigos del Reino Unido; presentó aquella ley como el primer paso para el retorno a la denostada monarquía absoluta.
El 29 de mayo de 1780 se produjo la primera manifestación pública frente al Parlamento de los seguidores de Gordon. El 2 de junio, una masa de más de 40000 personas marchó hacia el Parlamento, con Gordon a la cabeza, para entregar una petición para derogar la Catholic Relief Act. Tal movilización no se explica sólo con el sentimiento anticatólico. El pueblo de Londres, especialmente las clases más humildes, llevaba tiempo inquieto. Los varios conflictos en que estaba envuelto el Reino Unido (con los que buena parte del pueblo estaba en desacuerdo) habían provocado la caída de los salarios, el aumento de los precios y la subida del desempleo. Además, se había establecido un límite de propiedad para las elecciones parlamentarias que dejaba sin derecho a voto a los más pobres.
La multitud llegó al Parlamento, prácticamente desprotegido, ya que a nadie se le había ocurrido avisar a la policía. Se permitió a Gordon presentar su petición, mientras en el exterior la gente se impacientaba y trataba de entrar a la fuerza en el Parlamento. Al final, hubo que recurrir a un destacamento del ejército, que disolvió la turba y detuvo a algunos de sus cabecillas, que fueron llevados a la prisión de Newgate. Mientras, la petición de Gordon era rechazada aplastantemente: 192 votos en contra y 6 a favor.
El gobierno británico creyó que había pasado lo peor. Sin embargo, no había hecho más que excitar los ánimos de la muchedumbre. Esa misma noche, los incontrolados asaltaban las embajadas de Cerdeña y Baviera (países católicos), al igual que varias casas de católicos influyentes.
Al día siguiente, el comerciante irlandés James Malo solicitó protección para el barrio de Moorfields, uno de los más pobres de Londres, habitado mayoritariamente por inmigrantes irlandeses católicos. No le hicieron caso. Esa noche del 3 de junio, una enorme multitud furiosa asaltó Moorfields, arrasando cuanto encontró a su paso y quemando numerosas casas (incluída la del propio Malo) e iglesias. Los disturbios se prolongaron varios días y se extendieron por todo Londres. Entre otros lugares señalados, fueron asaltados el Banco de Inglaterra, las prisiones de Newgate y The Clink (cuyos presos huyeron en su mayor parte), embajadas, iglesias católicas y casas de católicos ricos. También fueron asaltadas las casas de varios jueces, e incluso la del ministro de Justicia, Lord Mansfield, fué saqueada y quemada.
La anarquía duró hasta el 7 de julio, en que intervino el ejército para sofocar la rebelión. Los disturbios se habían saldado con cerca de 300 muertos, 200 heridos y más de 450 arrestados, de los cuales se procesó a 160 y veinticinco fueron condenados a muerte y ejecutados. Gordon fué juzgado por alta traición pero, tras pasar una temporadita en la famosa Torre de Londres, fué absuelto. Su peculiar carácter aún daría mucho que hablar. Excomulgado en 1786, se convirtió al judaísmo con gran escándalo en 1787, año en que fué condenado a cinco años de cárcel por difamar a la familia real francesa y a la justicia inglesa. Tras una breve huída a los Países Bajos, fué encarcelado hasta 1793, año en que murió, a los 42 años, de tifus.
Además de las grandes pérdidas económicas provocadas por los sublevados, esta rebelión le costó a Gran Bretaña un grave deterioro de su prestigio en todo el mundo, además de la ruptura de diversas negociaciones diplomáticas que tenían por objetivo terminar con los conflictos en los que estaba mezclada.
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