sábado, 6 de agosto de 2011
Nauru, de la abundancia a la bancarrota
Nauru
Nauru es un estado localizado en la Micronesia, en el Pacífico central, que ostenta dos records mundiales: es la república más pequeña del planeta (apenas 21'3 km2 y 9300 habitantes) y es el país con mayor tasa de obesidad adulta, que alcanza el 94'5 %. También es a menudo puesto como ejemplo en clases de economía y derecho internacional de cómo no debe gestionarse un país próspero.
La historia de Nauru es similar a la de otros pequeños estados insulares de Oceanía. Poblada por los melanesios y descubierta por el capitán británico John Fearn en 1798, durante la fiebre colonialista de finales del siglo XIX, donde las potencias europeas se repartieron medio mundo, quedó bajo dominio alemán desde 1887. Fueron los alemanes los primeros en descubrir el valioso secreto que la isla ocultaba: un inmenso yacimiento de fosfatos que ocupaba buena parte de su subsuelo. Ellos iniciaron la explotación, pero tras la I Guerra Mundial Alemania quedó desposeída de sus colonias y la isla quedó bajo administración australiana, primero; luego británica; más tarde, por un comité británico-australiano-neozelandés; y finalmente, de nuevo por los australianos, hasta su independencia en 1968 (con el breve paréntesis de la ocupación japonesa, de 1942 a 1945). Durante este tiempo, el yacimiento de fosfatos fué explotado por una empresa británica, la British Phosphate Comission (BPC).
Cuando Nauru logró independizarse, lo primero que hizo fué tomar el control del yacimiento. Y entonces llegaron las vacas gordas para los nauruanos. La intensiva explotación (2'5 millones de toneladas al año, a un precio superior a los 50 dólares por tonelada) hizo caer sobre la isla y sus apenas 7000 habitantes una lluvia de dinero. Los que hasta entonces se dedicaban a la pesca y la agricultura de subsistencia, se convirtieron de golpe en rentistas. El primer presidente de Nauru, Hammer DeRoburt, decidió que el dinero de la mina debía beneficiar a todos, repartiéndose entre el Gobierno y los habitantes. Y así se hizo. La sanidad, la educación, hasta la electricidad, todo era gratuito. El flujo de dinero era tan grande que los isleños no necesitaban trabajar. El trabajo de la mina era realizado por inmigrantes, mientras los nauruanos se dedicaban a comer, ver la televisión y disfrutar de la vida, en lo que parecía un auténtico paraíso, que algunos llamaron "Naurutopia", con una renta per cápita de las más altas del mundo, superior a la de países como Islandia o Suecia y sólo superada por Arabia Saudí. El dinero se gastaba alegremente, dentro y fuera del país, aunque a nadie se le ocurrió la necesidad de buscar fuentes alternativas de negocio, fiándolo todo a los fosfatos, como si éstos fueran a durar para siempre. Y, obviamente, no fué así.
El fosfato se extraía a un ritmo elevadísimo y comenzó a dar señales de agotamiento a mediados de los años 80. De repente cundió el pánico, provocando una gran inestabilidad social y política. Los nauruanos se dieron cuenta de que no tenían alternativa a la minería. No habían sabido aprovechar los beneficios de la minería para asegurarse su futuro. Incluso sus inversiones en el extranjero habían sido tan mal gestionadas que sus activos tuvieron que ser vendidos para pagar sus deudas. Ni siquiera tenían el recurso de otros países vecinos, como Fidji: el turismo. No había hoteles, ni tampoco infraestructuras. Incluso buena parte de la isla estaba devastada por la actividad minera y era inútil para la agricultura.
Los sucesivos gobiernos de Nauru buscaron nuevas fuentes de ingresos desesperadamente, recurriendo a la venta de pasaportes, ofreciendo sus votos en organismos internacionales a cambio de dinero (Nauru es miembro de la Comisión Ballenera Internacional, donde "casualmente" siempre vota a favor de las propuestas japonesas) y, también, convirtiéndose en un paraíso fiscal, lo que provocó que durante años la mafia rusa lo usase para blanquear sus ganancias, hasta que la presión de los organismos internacionales les obligó a rectificar.
Hoy en día Nauru es una sombra de lo que fué. Ha habido un enorme flujo migratorio hacia Australia y Nueva Zelanda, que ha reducido su población de más de 13000 habitantes a apenas 9300, la mayoría obesos y donde la diabetes hace estragos. Su principal fuente de ingresos es el canon que le paga anualmente Australia por mantener en su territorio un campo de refugiados para inmigrantes ilegales (mayormente del sureste asiático) que han tratado de llegar a suelo australiano. Sus habitantes han tenido que volver a la pesca y a la agricultura, como sus antepasados. Sus esperanzas de futuro se basan en dos proyectos: la explotación secundaria de la mina, para aprovechar el mineral que aún queda, y la regeneración de la zona arrasada para poder recuperar la actividad agrícola.
Resumiendo, otro buen ejemplo de irresponsabilidad y falta de previsión. Lástima que nadie parezca haber aprendido nada
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