sábado, 22 de junio de 2013
El robo de la Mona Lisa
El 21 de agosto de 1911, lunes, como todas las mañanas, los empleados del mundialmente famoso Musée du Louvre parisino entraron a trabajar a primera hora de la mañana. Poco después entraba también el pintor Louis Béroud, un habitual del museo, que como tenía por costumbre fue directamente a la sala Carré, donde se encontraba la Gioconda, el famoso retrato pintado por Leonardo da Vinci. Pero el cuadro no estaba allí. Inquieto, preguntó a los trabajadores del museo, pero ninguno sabía nada. Tras un rápido registro, llamaron inmediatamente a la Policía. El que posiblemente es el cuadro más famoso del mundo había sido robado.
Los gendarmes parisinos se pusieron inmediatamente manos a la obra. El museo permaneció cerrado una semana mientras se examinaba concienzudamente en busca de pruebas. Marchantes de arte, traficantes, ladrones, fueron interrogados para ver si sabían algo del asunto, sin éxito. Las sospechas se centraron entonces en los círculos de arte de vanguardia, quienes en numerosas ocasiones habían mostrado públicamente su rechazo hacia el arte clásico. En el Manifiesto Futurista (1909) su autor, el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti, decía en su punto 10 "Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias". Días después, el marchante Géry Pieret denunciaba en un artículo publicado en el Paris Journal lo fácil que era robar una obra de arte; él mismo había robado años antes un par de estatuillas iberas que luego había vendido al poeta Guillaume Apollinaire y al pintor español Pablo Picasso. Pieret fue detenido y Apollinaire y Picasso fueron interrogados como sospechosos, especialmente el primero, quien había propuesto tiempo atrás quemar el Museo porque allí "se encarcelaba el arte". Pero no pudieron probar nada y el caso se fue enfriando poco a poco.
Pasaron más de dos años sin que se supiera nada nuevo del caso. Hasta que en diciembre de 1913, el marchante y anticuario florentino Alfredo Geri recibió una insólita carta enviada desde Paris y firmada por un tal Leonardo V., en la que su autor le decía "Tengo en mi poder la obra robada de Leonardo da Vinci. Mi sueño es devolver esta obra maestra a la tierra de la que procede y al país que la inspiró" y pedía por ella medio millón de francos. Geri, sin saber muy bien qué hacer, pidió consejo a su amigo Giovanni Poggi, director de la Galleria degli Uffizi, quien le aconsejó responder al remitente para concertar un encuentro para examinar el cuadro. Geri citó al misterioso Leonardo en un hotel de Milán el 11 de diciembre, y cuando éste acudió fué arrestado por la Policía.
El misterioso ladrón resultó ser un humilde carpintero italiano llamado Vincenzo Peruggia, que vivía en París y había trabajado en el Louvre, con lo que conocía el lugar perfectamente. La mañana del robo se había vestido con un guardapolvo blanco como el de los empleados del museo, había entrado tranquilamente, había descolgado el cuadro, le había quitado el marco en un rincón discreto y se lo había llevado escondido bajo la ropa. Durante aquellos dos años y pico en los que todo el mundo se preguntaba donde estaría el cuadro, la Gioconda estaba escondida en la modesta buhardilla de Peruggia, bajo su cama.
En el juicio, Peruggia dijo que había actuado movido por su patriotismo, con la idea de devolver aquel tesoro artistico a su país. El juez no fué demasiado severo y le condenó a un año de prisión, que cumplió en buena parte en un hospital psiquiátrico. Pero la historia no convenció a muchos. Años más tarde, se supo que Peruggia había sido convencido para cometer el robo por un argentino llamado Eduardo Valfierno, el cual tenía sus propios intereses en el asunto: tras el robo, Valfierno vendió a seis millonarios y coleccionistas de arte (cinco norteamericanos y uno brasileño) seis copias del cuadro, pintadas por el pintor francés Yves Chaudron, asegurándole a cada uno que era la auténtica pintura robada (y cobrando por ello 300000 $). Lo confesaría todo en 1931.
Todos estos avatares hicieron dudar a muchos de si la Mona Lisa recuperada era de verdad la pintada por da Vinci o se trataba de una de las falsificaciones de Chaudron, una duda que se mantuvo durante años. Hoy está fuera de toda duda que es la original.
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