martes, 18 de junio de 2013

La Grande Jacquerie



La situación de la gran mayoría del pueblo francés de mediados del siglo XIV era de extrema miseria. La Guerra de los Cien Años que enfrentaba a Francia e Inglaterra desangraba al pueblo llano, que se enfrentaba además al hambre, la peste, los saqueos de ambos ejércitos y de las bandas incontroladas de mercenarios, los abusos de los nobles y los continuos impuestos de nobleza, clero y realeza. Y la situación se agravó cuando, el 19 de septiembre de 1356, el ejército inglés bajo el mando de Eduardo de Woodstock, llamado el Príncipe Negro, heredero al trono inglés, derrotó en la batalla de Poitiers a los franceses, capturando al rey Juan II el Bueno (cuentan que el rey francés iba acompañado de veinte caballeros que vestían armaduras idénticas a la suya, para confundir al enemigo, pero no le sirvió de nada). Para obtener su libertad, los franceses se vieron obligados no sólo a renunciar a amplias extensiones de terreno (casi un tercio de la superficie de Francia) en favor de Eduardo III de Inglaterra, sino a pagar la exorbitante suma de cuatro millones de escudos de oro. Y como las arcas del Estado estaban vacías, recurrieron a imponer nuevos tributos y exacciones al pueblo.
Esa era la gota que colmó el vaso de la paciencia de sus súbditos. El descontento social prendió como una mecha y provocó un incendio que se extendió por todo el norte del país. El inicio tuvo lugar con una asamblea espontánea acontecida en Saint-Leu-d'Esserent el 28 de mayo de 1358, donde un centenar de campesinos se reunieron para protestar contra los nuevos impuestos y acabaron proclamando que "todos los nobles del reino de Francia, caballeros y escuderos avergonzaban y traicionaban al reino y sería un gran bien destruirlos". De inmediato se unieron a la revuelta centenares de campesinos, artesanos y pequeños comerciantes, hasta formar un ejército de más de seis mil hombres (además de otros muchos grupos incontrolados que saqueaban y mataban por su cuenta), y el levantamiento se extendió por las zonas rurales de Artois, Champaña, Normandía, Île-de-France y Picardía, asaltando castillos, casas nobles y fuertes, y matando a todos los nobles que caían en sus manos. Como líder eligieron a un tal Guillaume Callet, un campesino natural de la villa de Mello. A estos sublevados se les llamaba jacques, un término entre popular y despectivo usado por los nobles para referirse a sus siervos, derivado de jaque, una chaqueta que solían llevar las clases humildes, y el propio Callet adoptó el nombre de Jacques Bonhomme. De ahí que la revuelta fuera conocida como La Grande Jacquerie.
Los jacques recibieron ayuda de otros movimientos subversivos que se habían producido en la misma época. Por ejemplo, desde París llegaron refuerzos enviados por Étienne Marcel, preboste de los mercaderes parisinos, que en febrero de ese año había encabezado un motín y tomado como rehén al delfín Carlos, heredero al trono y regente mientras su padre, el rey Juan II, seguía en cautividad.
La revuelta fue sofocada con un baño de sangre. Tropas leales a la Corona derrotaron el 9 de junio a un ejército de jacques que trataba de asaltar la fortaleza de Meaux, donde se había refugiado el delfín. Mientras el resto de los levantiscos se reorganizaba en Mello, el rey Carlos II de Navarra el Malo, yerno de Juan II y aspirante al trono francés, se ponía a la cabeza de las tropas del rey y de la nobleza. Tras reunir en Montdidier a un poderoso contingente de tropas (en buena parte, mercenarios ingleses), atacó sin miramientos a los jacques. El 10 de junio tomaba al asalto Mello, provocando una terrible carnicería. Guillaume Callet, capturado cuando intentaba negociar una tregua, fue torturado y decapitado. Todo aquel sospechoso de haber tomado parte en la revuelta fue ahorcado sin juicio, y por si fuera poco, Carlos el Malo ordenó ejecutar a cuatro personas de cada uno de los pueblos que se habían unido al levantamiento.
Poco después, Carlos el Malo se hacía con el control de París, tras alcanzar un acuerdo con Marcel. Sin embargo, la presencia de sus mercenarios ingleses hacía desconfiar a los parisinos. Una riña de taberna desembocó en un motín masivo contra Carlos, que intentó solucionarlo como sabía, ahogándolo en sangre. Unos 700 parisinos fueron masacrados, lo que hizo que la insurrección se volviera general. Carlos II se vió obligado a dejar la ciudad y Marcel fue asesinado. El delfín Carlos volvió a la capital, aclamado por los parisinos, con los que se mostró clemente y conciliador.
Por extensión, a partir de entonces se empezó a llamar jacqueries a las revueltas populares ocurridas en Francia durante el llamado Antiguo Régimen, y en general a cualquier levantamiento campesino. Pero a esta, siendo la primera, todavía se la conoce como La Grande Jacquerie.

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