viernes, 28 de marzo de 2014

El legado de Toulouse-Lautrec

Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa (1864-1901)

Henri de Toulouse-Lautrec es una de las figuras más fascinantes del arte de finales del siglo XIX. Nacido en el seno de una familia aristocrática, marcado por una constitución débil y una enfermedad ósea que le impidió crecer más de 1'52, mostró desde muy joven su inclinación por el arte y decidió ser pintor. Pese a su formación academicista, muy pronto se liberó de los corsés del arte clásico y desarrolló su propio estilo, rápido, dinámico, colorido y casi caricaturesco, encuadrado en el postimpresionismo. Si su estilo ya resultaba inaudito, la temática de sus obras resultaba sencillamente escandalosa, ya que Lautrec se inspiraba fundamentalmente en los ambientes marginales y bohemios del barrio parisino de Montmartre, el barrio bohemio por excelencia, donde se había instalado en 1884. Cabarets, cafés, teatros, fueron su fuente de inspiración y borrachos, bailarinas, poetas, prostitutas, actores y sus clientes, elegantes caballeros que por el día criticaban los lugares que frecuentaban por las noches, fueron sus modelos. Por lo general, su pintura no fue entendida; la sociedad bienpensante se mostró escandalizada por la temática de sus obras; su propia familia veía en él a una oveja negra que había deshonrado su apellido (una idea que mantuvieron durante décadas, incluso mucho después de que fuese reconocido su genio); y los estamentos artísticos "oficiales" lo criticaron sin piedad. Un crítico del periódico Le courrier de France escribió poco antes de su muerte:
Así como hay gentes a quienes les gustan las corridas de toros, las ejecuciones y otros espectáculos bochornosos, también las hay que gustan de la pintura de Toulouse-Lautrec. Felizmente para la humanidad existen muy pocos pintores parecidos a este aristócrata cínico y degenerado.
Bal au Moulin Rouge (1890)
Su vida bohemia y errática le acabó pasando factura; su alcoholismo y la sífilis que padecía minaron su salud mental. A partir de 1897 empezó a mostrar síntomas de enfermedad mental, manías, neurosis, paranoias y por último, ataques de delirium tremens que incluso le llevaron a permanecer varios meses en un sanatorio mental. Finalmente, moriría en el castillo de Malromé, propiedad de su familia materna, el 9 de septiembre de 1901, a los 36 años de edad.
Toulouse-Lautrec había dejado, tras su muerte, un abundante legado de seiscientos cuadros y más de un millar de dibujos, además de litografías y carteles, cuyo destino dependía ahora de la heredera universal del pintor, su madre, Adèle Tapié de Celeyran, condesa de Toulouse-Lautrec. La condesa quería a su hijo, pero desaprobaba profundamente su estilo de vida, y el mundo en el que vivía, el mundo de los cabarets, cafés, bailarinas y prostitutas que veía en aquellos cuadros, le resultaba incomprensible y desagradable. La condesa llegó a considerar seriamente la posibilidad de quemar aquellas obras.
Afortunadamente entró en acción Maurice Joyant, editor y marchante de arte, un viejo conocido de la familia que había sido íntimo amigo de Henri, además de su mecenas y protector. Joyant se esforzó en convencer a la condesa de la enorme valía de la obra de su hijo y de que aquel tesoro, aunque heredado por ella, era parte del patrimonio artístico de toda Francia. No estoy dispuesta a convertirme -le escribió al marchante en una carta- en una admiradora de la obra de mi hijo, ni mucho menos a ensalzar, ahora que él ha muerto, algo que tanto detesté cuando todavía estaba en vida. Pero... Finalmente, la condesa accedió a conservarlos y Joyant, tras realizar un minucioso inventario, los guardó a buen recaudo en el estudio que el pintor había tenido en la rue Frochot.
Femme à sa toilette (1889)
Pero cuando Joyant, de acuerdo con la condesa, comenzó a ofrecer las obras a distintos museos e instituciones, como la Biblioteca Nacional o el parisino Museo de Luxemburgo, para su exhibición, sólo cosechó negativas o directamente, el silencio. Incluso, en el caso del Luxemburgo, el pintor realista Léon Bonnat, director de la École des beaux-arts (y que había sido en tiempos uno de los maestros de Toulouse-Lautrec) llegó a decir que "en esta antecámara del Louvre no entrará ni una sola obra de un pintor como Henri Toulouse-Lautrec, que apenas sí sabía dibujar". Estas sucesivas negativas enfurecían y desesperaban a Joyant, convencido de que la figura de Lautrec iba a aparecer con letras de oro en la historia del arte francés, pero no podía sino seguir esperando su oportunidad.
Femme rousse assise sur un divan (1897)
Y su oportunidad llegó con las reformas anticlericales del primer ministro Émile Combes. Combes, llegado al poder en 1902, había estudiado en el seminario de la ciudad de Albi (feudo tradicional de la familia Toulouse-Lautrec y lugar de nacimiento de Henri), había estado a punto de ser sacerdote y había sido profesor en colegios religiosos, pero luego se había transformado en la auténtica bestia negra de la Iglesia francesa: republicano, masón y anticlerical. Entre las medidas que tomó estuvo la de aplicar a rajatabla la Ley de Asociaciones de 1901, que exigía a las organizaciones religiosas presentar una petición para ser autorizadas; y la prohibición de que los religiosos fueran profesores o directores de colegios (muchos colegios religiosos se vieron obligados a cerrar). También tomó la decisión de anular el Concordato de 1801, que regía las relaciones entre el gobierno francés y la Iglesia Católica, y sustituirlo por una Ley de Separación de la Iglesia y el Estado, que se aprobaría en 1905 (cuando Combes ya no era primer ministro), y que entre otros puntos declaraba que los edificios religiosos pasaban a ser propiedad del Estado, el cual los cedía gratuitamente a las asociaciones religiosas siempre que los destinasen al culto.
Entre los edificios que pasaron a ser propiedad del Estado francés estaba el Palacio de la Berbie, en Albi, una imponente fortaleza medieval que había sido residencia de los obispos y arzobispos de la ciudad. El edificio estaba entonces desocupado y Joyant supo ver la oportunidad. Escribió numerosas cartas a políticos locales, diputados y ministros para que permitieran convertir el Palacio en un museo dedicado al pintor. ¿No es monstruoso que Henri de Toulouse-Lautrec, cuya familia tanto significa desde hace siglos para la ciudad de Albi, no tenga un museo precisamente en este Palacio de los Arzobispos tan obviamente desaprovechado? La condesa Adèle ofreció donar las obras de su hijo a la ciudad si se creaba el museo. En 1907, el gobierno francés cedió la propiedad al Ayuntamiento y se formalizó la donación. Diversos retrasos en la reforma del Palacio y el estallido de la Primera Guerra Mundial hicieron que la inauguración del Museo Toulouse-Latrec no tuviese lugar hasta el 30 de julio de 1922. Los críticos con la obra del pintor llamaron a este museo la herejía de Albi.
Museo Toulouse-Lautrec en Albi
Hoy en día el Museo Toulouse-Lautrec es uno de los museos más visitados de Francia. Posee la mayor colección de obras del artista, además de muchos otros cuadros de autores contemporáneos suyos, como Henri Matisse, Pierre Bonnard o Émile Bernard. También se exponen en él numerosos objetos que pertenecieron al pintor.
Uno de los muchos carteles que Toulouse-Lautrec pintó para el conocido cabaret Moulin Rouge

martes, 25 de marzo de 2014

El último ejecutado en la Torre de Londres

La Torre de Londres

La fortaleza de la Torre de Londres es sin duda uno de los monumentos emblemáticos de la capital inglesa. Su construcción, ordenada por Guillermo el Conquistador, comenzó en 1066 (aunque la mayoría de las torres que se conservan son del siglo XIII) y a lo largo de su historia, entre otros usos, ha sido fortaleza militar, armería, tesorería, Real Casa de la Moneda e incluso casa de fieras para las colecciones reales de animales exóticos. Hoy en día, además de un atractivo turístico de primer orden, es el lugar donde se custodian y exhiben las famosas Joyas de la Corona. Sin embargo, la mayor fama del castillo viene dada por su papel como prisión real. Prácticamente desde su construcción, entre sus muros han sido encarcelados muchos de los prisioneros más nobles o célebres de las Islas Británicas, muchos de los cuales perdieron la vida allí, ejecutados o asesinados. Entre los ilustres huéspedes que murieron en aquel lugar figuran santo Tomás Moro, el rebelde escocés William Wallace, las esposas de Enrique VIII Ana Bolena y Catalina Howard, incluso reyes como Enrique VI, Eduardo V y su hermano menor Ricardo, o la joven reina Jane Grey; todos ellos fueron ajusticiados en la Torre. También estuvieron confinados en ella durante algún tiempo Carlos de Orleans (sobrino del rey de Francia Carlos VI), la princesa Isabel (futura Isabel I), el explorador y político sir Walter Raleigh o lord George Gordon (instigador de las Gordon's Riots); hasta Rudolf Hess, secretario de Adolf Hitler, pasó unos días en ella, tras ser capturado. Y aunque la Torre, como prisión y fortaleza militar, cayó en desuso a partir del siglo XIX, la última ejecución que tuvo lugar en ella es mucho más reciente; data de 1941, y el ejecutado fue un espía alemán llamado Josef Jakobs.
Josef Jakobs (1898-1941)
Josef Jakobs nació en Luxemburgo el 30 de junio de 1898, hijo de un matrimonio de inmigrantes alemanes, Kaspar y Emma. En 1905, los Jakobs y sus tres hijos (Josef y sus dos hermanas, Maria y Therese) regresaron a Alemania y se instalaron en Wilmersdorf, una localidad cercana a Berlín, donde Kaspar dirigió una escuela privada.
Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, un todavía adolescente Josef se apresuró a alistarse en el ejército alemán, pero fue declarado no apto en el examen médico. En 1916 lo volvió a intentar, esta vez con éxito, y fue enviado al frente occidental con la 4ª Guardia de Infantería. Herido en Francia en abril del 18, terminó el conflicto con el rango de teniente y la Cruz de Hierro de Primera Clase.
Tras la guerra, estudió odontología en Berlín, perfeccionando sus estudios durante tres años (1920-23) en Argentina, y comenzó a ejercer en Berlín en 1924. En 1926 se casó con Margarete Knoeffler, también dentista, con la que tendría dos hijos y una hija.
En 1932, Josef y su esposa se vieron obligados a cerrar su consulta debido a problemas económicos, y Josef buscó un nuevo trabajo como vendedor de libros y máquinas de escribir, que tampoco le permitía vivir con demasiado desahogo. En 1933 tuvo sus primeros roces con la ley; un negocio con unos bonos mexicanos que había comprado, con los que pretendía financiar la importación de alimentos procedentes de España; al final, las autoridades alemanas le denegaron el permiso de importación y le confiscaron los bonos.
En 1934, viajó a Suiza con un amigo para un negocio de venta de oro que tampoco acabó bien; Jakobs fue acusado de estafa por vender oro falso y permaneció en prisión hasta junio de 1937, en que fue liberado y devuelto a Alemania. Y de vuelta en casa, siguió metido en negocios turbios, ya que un asunto de venta de pasaportes en el mercado negro hizo que a finales de 1938 fuera de nuevo arrestado y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde eran enviados todo tipo de "indeseables" como judíos, gitanos, izquierdistas, homosexuales, delincuentes comunes, etc.
Jakobs fue liberado el 22 de marzo de 1940. Al parecer, se alistó en la Wehrtmacht con el rango de teniente primero, pero al descubrirse sus antecedentes penales, fue degradado a sargento primero y enviado a un destino secundario como era el Servicio Meteorológico. No está muy claro cómo, pero poco después logró ser admitido en el Abwehr, el servicio de inteligencia del Estado Mayor del ejército alemán. En septiembre de 1940 comenzó su entrenamiento en Hamburgo, y en enero del 41 fue enviado a Holanda, donde recibiría su último entrenamiento y sus instrucciones. La noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1941, partió del aeropuerto de Schipol en Amsterdam a bordo de un avión hacia Inglaterra, donde debía saltar en paracaídas para luego infiltrarse como espía.
Resulta curioso que los alemanes enviaran a una misión tan arriesgada a un agente con tan poca preparación. Quizá confiaban mucho en sus habilidades, o quizá lo consideraban prescindible. No sabían que un agente doble había avisado al MI5 de la llegada de Jakobs, por lo que se había extremado la vigilancia.
El espía logró saltar en paracaídas pero tuvo la mala suerte de romperse un tobillo al golpearse con el fuselaje del avión durante el salto, lo que le impidió huir, y a la mañana siguiente, al ser incapaz de moverse, se vio obligado a pedir ayuda disparando al aire su revólver. De este modo fue descubierto por dos trabajadores de una granja cercana al pueblo de Ramsey (Huntingdonshire). Al ser registrado, se le encontró encima, además del revolver y munición, una radio, anotaciones sobre códigos de transmisión, documentación británica falsificada, 500 £ y -dato curioso- una salchicha. Encerrado primero en la comisaría local, fue luego trasladado a un hospital para ser atendido y posteriormente encarcelado en la prisión londinense de Wandsworth. El MI5 lo interrogó durante varios días en el llamado Campo 020, un centro de detención e interrogatorio de espías alemanes situado en Latchmere House, un caserón victoriano del sudoeste de Londres. Tras descartar la posibilidad de convertirlo en un agente doble, en julio de 1941 se le acusó formalmente en virtud de la Treachery Act de 1940.
El juicio, llevado a cabo por un tribunal militar los días 4 y 5 de agosto, se celebró en un lugar poco habitual en estas ocasiones, el Cuartel General Duque de York, en el barrio de Chelsea, y con toda la discreción posible (el juicio se celebró in camera, a puerta cerrada). ¿El motivo? Los británicos querían evitar que los detalles más comprometidos del caso se hicieran públicos. Y es que el agente doble que había dado el chivatazo de la llegada de Jakobs era ni mas ni menos que Arthur Owens, uno de los agentes dobles británicos más importantes, conocido como "Johnny" por el Abwehr y "Snow" por el MI5, y se quería evitar que los alemanes tuvieran la más mínima sospecha de su intervención.
La corte, presidida por el general de división B. T. Wilson, declaró a Jakobs culpable de espionaje y lo sentenció a muerte. La ejecución tuvo lugar a las 7.12 de la mañana del 15 de agosto, por fusilamiento, y tras los muros de la Torre de Londres para no llamar la atención. El pelotón de fusilamiento estuvo formado por ocho soldados de la Guardia Escocesa, armados con fusiles .303 Lee-Enfield, y como Jakobs todavía no se había restablecido totalmente de sus heridas y apenas podía tenerse en pie, fue fusilado sentado en una silla Windsor, que todavía se conserva en la Torre. El cadáver de Jakobs fue sepultado en una tumba sin nombre en el Cementerio Católico de St. Mary, en el barrio de Kensal Green (distrito londinense de Brent) aunque luego la sepultura sería trasladada y en la actualidad se desconoce el punto exacto donde está enterrado.
Josef Jakobs se convirtió así en el último prisionero ejecutado en la histórica Torre. Habría más espías alemanes ejecutados en Londres durante la guerra, pero ya no serían fusilados en la Torre; los demás acabaron sus días ahorcados en las prisiones de Pentonville y Wandsworth.
Cementerio Católico Romano de St. Mary, donde fue enterrado Jakobs

sábado, 22 de marzo de 2014

El caso Profumo

John Profumo y su esposa, Valerie

El caso Profumo fue uno de los escándalos políticos más sonados de la historia política británica. Sus ingredientes son propios de una película de espionaje o una novela de John le Carré: un político en apariencia intachable, una joven y sensual femme fatale, mentiras, espías, pasión y lujuria... y todo en el marco de la Guerra Fría.
John Dennis Profumo nació en 1915, hijo de Albert, 4º barón Profumo, un aristócrata y abogado de origen italiano. Tras estudiar en colegios de renombre y licenciarse en derecho, se alistó en el ejército en julio de 1939, poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial (aunque en su época de universitario ya había formado parte de la Officer's Training Corps, un cuerpo de reserva del Ejército que se nutría de voluntarios reclutados en las universidades). Su comportamiento en la guerra fue brillante: luchó en la campaña norteafricana (donde consiguió el ascenso a capitán) y participó en el desembarco de Normandía. Terminó el conflicto con el rango de brigadier, habiendo recibido la Estrella de Bronce y siendo nombrado oficial de la Orden del Imperio Británico por sus méritos. Su padre había muerto en 1940, con lo que John se convirtió en el 5º barón Profumo.
Paralelamente a su actividad militar, Profumo había comenzado una carrera política ascendente. En 1940, militando en el Partido Conservador y con solo 25 años, había sido elegido parlamentario en representación del distrito de Kettering (fue el más joven de su época). En 1945 se presentó de nuevo pero fue derrotado, y en 1950 dejó el ejército y volvió a ser elegido, esta vez representando a Stratford-on-Avon. A partir de ahí su carrera fue en constante progresión: secretario de Aviación Civil en 1952, secretario de Transportes y Aviación Civil en 1953, vicesecretario de Estado para las colonias en 1957, vicesecretario de Asuntos Exteriores en 1958, ministro de Asuntos Exteriores en 1959 y, finalmente, ministro de Defensa en 1960.
A estas alturas, Profumo se había ganado una merecida fama de hombre honrado, de integridad a toda prueba. Católico practicante, casado desde 1954 con la actriz Valerie Hobson, discreto y de moral intachable, era el paradigma del político británico honesto y ejemplar.
En julio de 1961 Profumo y su esposa asistieron a una fiesta organizada por William Astor II, 3º vizconde Astor, en su mansión familiar de Cliveden (Buckinghamshire), en honor del presidente pakistaní Ayub Khan. A esa fiesta asistieron numerosas personas de postín: políticos, aristócratas, artistas, gente de la alta sociedad... y también muchas jóvenes atractivas. Ya se había hecho de noche cuando Profumo y un amigo suyo salieron a pasear por los amplios jardines de la mansión mientras conversaban, y por casualidad fueron a parar a una piscina donde una joven se estaba bañando completamente desnuda. Aquella hermosa joven se llamaba Christine Keeler y su belleza llamó poderosamente la atención del ministro.
Christine Keeler había nacido en 1942, en el seno de una familia humilde de Berkshire. Su padre abandonó a su madre al poco de nacer ella, y la madre volvió a casarse con un hombre violento que abusó en varias ocasiones de Christine. Dejó el colegio con apenas 15 años para trabajar como modelo y dependienta. Con 17 se quedó embarazada de un sargento de la Fuerza Aérea estadounidense destinado en la base de Laleham (el niño murió al poco de nacer). Más tarde, se trasladaría a Londres, donde trabajó como camarera y luego como bailarina en topless en un club nocturno. Tuvo numerosas relaciones sentimentales, una de ellas con el millonario Peter Rachman. Cuando su camino se cruzó con el de Profumo, Keeler tenía 19 años y vivía (aunque sin ser pareja) con Stephen Ward, un osteópata muy popular entre las clases acomodadas londinenses y del que corría el rumor que ejercía de intermediario para presentar jovencitas guapas a caballeros de posición económica desahogada. Ward estaba también presente en la fiesta y, siendo Astor uno de sus pacientes, pasaba algunos fines de semana en Cliveden, alquilando una pequeña dependencia donde a menudo lo acompañaba Keeler.
La fascinación de Profumo por la joven le llevó a arreglar un encuentro privado, y no tardaría en surgir un romance entre ambos. La relación, apasionada y de carácter eminentemente sexual, duró apenas unas semanas, hasta que Profumo le puso fin. Profumo creía haber sido discreto, pero los rumores sobre su affaire ya habían comenzado a circular.
A finales de 1962, Keeler se vio envuelta en un turbio incidente cuando uno de sus ex-amantes, un violento traficante de drogas llamado Johnny Edgecombe, disparó contra la puerta de su casa. El arresto y posterior juicio del traficante sacó a la luz pública el pasado de Keeler, la cual empezó a hablar con diversos periodistas a los que reveló su relación con el ministro. Y aunque la prensa al principio prefirió no publicar la noticia, la historia llegó a oídos de un parlamentario laborista llamado George Wigg, quien inició su propia investigación e hizo público el asunto alegando que la seguridad nacional había sido puesta en peligro. Y es que, a la vez que se acostaba con Profumo, Keeler mantenía relaciones con Yevgeny Ivanov, agregado naval de la embajada soviética, que era en realidad un agente encubierto del GRU (Departamento Central de Inteligencia, el servicio de inteligencia del ejército soviético), y como tal era sometido a una cuidadosa vigilancia por parte del MI5. Más tarde se sabría que Profumo había roto su relación justo después de mantener un encuentro con Sir Norman Brook, ministro del Gabinete, en la que éste le había insinuado que estaba al tanto de su romance y le había recomendado romper sus vínculos con el círculo de amistades de Ward (que también era amigo de Ivanov). Brook habría sido informado de los hechos directamente por Sir Roger Hollis, director del MI5.
Tras estallar el escándalo, Profumo negaría en marzo de 1963 ante la Cámara de los Comunes haber tenido ninguna relación impropia con Keeler, amenazando con querellarse contra aquellos que afirmaran lo contrario. Lo mismo aseguró al primer ministro Harold McMillan en una entrevista privada. Sin embargo, el escándalo no se contuvo, sino que al contrario, continuó creciendo. Las pruebas de su relación comenzaron a aumentar y el 5 de junio Profumo tuvo que admitir públicamente que había mentido a la Cámara y renunció a su ministerio, a su asiento en el Parlamento y a su puesto en el Privy Council (consejo de asesores del soberano). Siempre juró, al igual que Keeler, que la seguridad nacional no había sufrido riesgo alguno y que Ivanov no había tenido acceso, directo o indirecto, a información secreta.

En abril de 1963, Keeler sufrió una agresión en casa de un amigo, de la que culpó a otro de sus ex, un delincuente común llamado Lucky Gordon. Durante el juicio, Keeler quiso retractarse de su declaración, lo que le valió una condena de nueve meses de cárcel por perjurio. Ward también fue arrestado y acusado de proxenetismo; se suicidó con una sobredosis de barbitúricos el día anterior a que se hiciera pública la sentencia. Hasta que punto sabía de las actividades de Ivanov o colaboraba con él, es algo que quizá nunca se sepa. Ivanov había vuelto a la URSS en enero del 63, cuando los rumores del romance de Keeler y Profumo habían empezado a ser insistentes.
El escándalo Profumo supuso un durísimo golpe para la imagen del Partido Conservador. El primer ministro McMillan quedó tan afectado que tuvo que renunciar debido a problemas de salud apenas tres meses después de la marcha de Profumo. Fue sustituido por el ministro de Asuntos Exteriores, Sir Alec Douglas-Home. El descrédito sufrido llevó a los conservadores a ser derrotados por los laboristas en las elecciones generales de 1964.
Tras cumplir su pena, Keeler se convirtió durante un tiempo en habitual de la prensa amarilla. Tuvo un par de matrimonios que fracasaron y llevó una vida un tanto errática.
En cuanto a Profumo, dedicó el resto de su vida a restaurar su maltrecha reputación, junto a su esposa Valerie, a quién confesó su infidelidad poco antes de admitirla públicamente y que se mantendría a su lado hasta su muerte, en 1998. Retirados ambos casi totalmente de la vida social, se volcaron en una asociación caritativa de ayuda a los más necesitados llamada Toynbee Hall. En ella, Profumo comenzó fregando urinarios públicos y acabó siendo su máximo dirigente durante años.
En los últimos años de su vida, John Profumo recibió muestras de aprecio y de perdón desde el Partido Conservador y de la Casa Real. Tras su muerte, a causa de un derrame cerebral en 2006, hubo muchas voces alabándolo y pidiendo que fuera recordado por sus servicios al país y por su labor caritativa, más que por el escándalo del que había sido protagonista.
Una de las imágenes icónicas del escándalo fue el retrato que el fotógrafo Lewis Morley hizo a Keeler en una sesión privada y que en el apogeo del escándalo fue publicado (sin el consentimiento del fotógrafo ni de la fotografiada) en la portada del Sunday Mirror. En él, Keeler, desnuda y cubierta parcialmente por el respaldo de una silla, mira sugerentemente a la cámara

miércoles, 19 de marzo de 2014

El síndrome de Cotard


Hace cerca de un año, publiqué en este blog un post sobre una curiosa enfermedad, el síndrome del acento extranjero, que dio pie incluso a un entretenido intercambio de datos con uno de mis blogs amigos, el interesante blog de Nonsei sobre la Segunda Guerra Mundial. Hoy hablaré de otra extrañísima patología: el síndrome de Cotard.
El síndrome de Cotard, también conocido como delirio de negación, delirio nihilista o, más vulgarmente, como síndrome del muerto viviente, es un delirio psicótico de tipo hipocondríaco que lleva al que lo sufre a creer estar muerto o carecer, en parte o totalmente, de cuerpo. Los detalles concretos del delirio varían según el paciente: unos creen que están muertos, que su corazón no late ni su sangre corre por sus venas; otros creen que carecen de determinados órganos; y otros creen sencillamente que han dejado de existir, que son como fantasmas sin existencia corpórea. En casos extremos, viene acompañado de alucinaciones visuales y olfativas en las que el paciente literalmente percibe cómo su cuerpo se descompone.
Jules Cotard (1840-1889)
Esta enfermedad toma su nombre del neurólogo francés Jules Cotard, quien en una conferencia celebrada en París en 1880 presentó públicamente el primer caso conocido de lo que el llamaba "délire de négation": la paciente, una mujer de 43 años identificada como "Mademoiselle X" negaba la existencia de Dios y el diablo, creía que carecía de órganos y estaba formada sólo de piel y huesos, y más adelante, que estaba condenada para la eternidad y no podía morir de muerte natural. Acabó muriendo de inanición al negarse a tomar alimentos, porque según ella no lo necesitaba al carecer de sistema digestivo.
Este es precisamente uno de los motivos por los que los que sufren esta patología necesitan de cuidados y vigilancia continuos; el convencimiento de haber muerto les lleva a descuidar por completo aspectos como la alimentación o la higiene e, incluso, a mostrar un desapego absoluto por su seguridad que les lleva a ponerse temerariamente en situaciones de peligro.
La base neurológica de este mal es una "desconexión" entre el área 37 de Brodman, una parte de la corteza visual, en el lóbulo occipital del cerebro, encargada del reconocimiento de las facciones, y la amígdala y el sistema límbico, donde esa información visual se relaciona con las emociones y sentimientos. Los pacientes son incapaces de reconocer su propia imagen y acaban convenciéndose que están muertos. La misma base neurológica está presente en otro trastorno mental parecido: el síndrome de Capgras, que lleva a los que lo padecen a creer que alguien de su entorno cercano (familia, amigos, vecinos) ha sido suplantado por un impostor idéntico a él.
En la evolución de esta patología se distinguen tres fases: germinación, en la que aparecen los primeros síntomas hipocondríacos y psicóticos; florecimiento, en que estos síntomas se desarrollan y evolucionan; y fase crónica, en la que los delirios alcanzan su máxima expresión y la enfermedad se hace crónica.
Generalmente, este síndrome aparece asociado a graves depresiones pero también se puede dar en otras enfermedades mentales severas tales como la esquizofrenia o la psicosis por demencia, intoxicación o consumo de drogas. También se conoce al menos un caso en el que se manifestó en una persona que había sufrido daños cerebrales en un accidente de tráfico. El tratamiento habitual es mediante farmacología y psicoterapia. Antidepresivos, antipsicóticos y estabilizadores del estado de ánimo suelen dar buenos resultados. En ocasiones, se combina este tratamiento farmacológico con terapia electroconvulsiva.

domingo, 16 de marzo de 2014

Abdol-Hossein Sardari, el Schindler iraní

Abdol-Hossein Sardari (1895-1981)
La ofensiva del ejército alemán iniciada el 10 de mayo de 1940 sobre Bélgica, los Países Bajos y Francia supuso un auténtico descalabro para el ejército francés y la Fuerza Expedicionaria Británica. Las divisiones alemanas sobrepasaron con facilidad la línea defensiva francesa, obligando a las tropas aliadas a retirarse (casi 340000 soldados franceses, británicos y belgas fueron evacuados hacia Gran Bretaña a partir del 26 de mayo a través de los puertos de Dunkerke y Le Havre). El 14 de junio la Wehrmacht tomaba París y el 22 el gobierno francés capitulaba y firmaba un armisticio por el que Alemania ocupaba 2/3 del territorio francés, mientras que el resto quedaba bajo el mando de un gobierno títere dirigido por el mariscal Pétain y con capital en Vichy.
Poco después de la derrota francesa, la delegación diplomática iraní en París cambió de titular. El entonces cónsul dejó el cargo y fue sustituido por su cuñado, un abogado residente en Suiza llamado Abdol-Hossein Sardari, que se encontró con el puesto sin proponérselo.
Abdol-Hossein Sardari había nacido en 1895 en Teherán, en el seno una familia emparentada con la familia real de los Kayar, que habían gobernado Irán desde finales del siglo XVIII. Tuvo por ello una vida fácil y privilegiada hasta que en 1925 el último sah de la dinastía Kayar, Ajmad Sah, fue depuesto por el parlamento y sustituido por el general Reza Savad Koohi, que fue nombrado sah con el nombre de Reza Pahlavi. En ese momento, Sardari creyó conveniente alejarse durante un tiempo de Irán, al menos hasta que se calmasen las cosas, y se instaló en Suiza. Se licenció en leyes en Ginebra en 1936 y comenzó a ejercer como abogado, a la vez que llevaba una vida de despreocupado bon vivant, en medio de comodidades y lujos, acompañado de su amante, una cantante de ópera china llamada Tchin Tchin.
Una de las principales tareas de Sardari como cónsul era salvaguardar la seguridad de los ciudadanos iraníes residentes en Francia. Los nazis no le pusieron demasiados problemas; en su delirante concepción antropológica, consideraban a los persas como un pueblo descendiente de los arios, al igual que los propios alemanes. Además, Reza Pahlavi era un conocido germanófilo, por lo que las relaciones entre ambos gobiernos eran fluídas e incluso habían firmado un tratado de paz; Irán era considerado oficialmente un país "neutral" y los ciudadanos iraníes fueron dotados de un estatus protegido frente a las autoridades alemanas. Sin embargo, había un pequeño problema; y es que en Francia había una comunidad, significativa aunque no muy numerosa, de judíos iraníes, conocidos como "Mosaicos", la mayor parte de los cuales vivían en París o sus cercanías.
Los nazis habían empezado a tomar medidas contra los judíos nada mas apoderarse de Francia, ayudados por una amplia red de colaboradores locales. Se les desposeyó de sus empleos, se limitaron sus libertades, se realizaron arrestos masivos (como la llamada Redada del Velódromo de Invierno, en julio del 42) y no tardaron en comenzar las deportaciones. En la Francia de Vichy la situación era muy parecida, con la aprobación de una serie de leyes llamadas Statut des Juifs, que buscaban apartar a los judíos de prácticamente todos los ámbitos de la vida pública de Francia. En total, se calcula que unos 77000 judíos franceses fueron deportados a los campos de concentración, de los que sólo unos 2000 sobrevivirían.
Sardari se mostró muy combativo para defender a los judíos iraníes. Tras muchas negociaciones y encuentros con las autoridades alemanas, logró convencer a los nazis de que los judíos iraníes eran de ascendencia persa y no tenían lazos de sangre con los judíos semitas europeos. Sardari argumentaba que esos judíos eran descendientes de persas conversos al judaísmo durante el tiempo en que los judíos habían estado cautivos en Babilonia, hasta ser liberados por el rey persa Ciro el Grande a mediados del siglo VI a. C.; tenían nombres persas, hablaban persa y no hebreo (aunque esto no era totalmente cierto) y celebraban las fiestas tradicionales iraníes. Eran indistinguibles de los demás iraníes y, por lo tanto, no podían ser considerados auténticos judíos y no estaban sujetos a las leyes raciales nazis. Una teoría bastante endeble pero que finalmente convenció a los nazis, quienes concedieron a los Mosaicos el mismo estatus protegido que al resto de ciudadanos iraníes (aunque en una carta de diciembre de 1942, el mismísimo Adolf Eichmann escribía que los argumentos de Sardari le parecían "el típico truco judío de camuflaje") .
Sardari era un hombre inteligente que no tardó en darse cuenta de que nada bueno aguardaba a los judíos bajo el régimen nazi y no tardó en empezar a ayudar a judíos no iraníes. Una de las primeras disposiciones del sah Pahlavi al llegar al poder había sido crear nuevos documentos de identidad y pasaportes para sus ciudadanos. Ahora bien, la mayoría de las familias de judíos iraníes residentes en Francia llevaban años sin ir a Irán, con lo que carecían de dicho documentos. Y dotarlos de esa documentación que les serviría de salvaguarda con los nazis era labor de Sardari y sus funcionarios, quienes la expedían a quienes carecían de ella. Pero aprovechándose de su posición Sardari comenzó a proporcionar documentación iraní a familias judías sin ningún vínculo con Irán. Con gran riesgo de su seguridad y sin comunicar sus planes a su gobierno (por miedo a que lo desautorizasen) proporcionó cientos de pasaportes iraníes a familias judías, permitiéndoles permanecer a salvo o abandonar Francia hacia países neutrales.
La situación de Sardari se complicó cuando a finales de agosto del 41, tropas inglesas y soviéticas invadieron Irán para librarlo de la influencia alemana, obligando a Reza Pahlavi a marchar al exilio tras abdicar en su hijo mayor, Mohammad, que formaría un gobierno pro-aliado (convenientemente "tutelado") que más tarde firmaría un tratado de amistad con el Reino Unido y la URSS. El gobierno iraní ordenó a Sardari abandonar su puesto y volver a Teherán, pero el cónsul prefirió quedarse para continuar con su labor. Sin el apoyo económico de su gobierno, se vio obligado a recurrir a su propio dinero para mantener en funcionamiento el consulado. No se conoce la cifra exacta, pero se estima que durante la ocupación alemana proporcionó entre 500 y 1000 pasaportes iraníes a familias judías francesas, que salvaron de la persecución a al menos 2000 personas.
Después de la guerra, Sardari sufriría varios reveses en su vida. En 1948, Tchin Tchin viajó a China para pedir permiso a sus padres para casarse con Sardari, pero se vio atrapada en los combates de la guerra civil entre comunistas y nacionalistas; desapareció sin dejar rastro y nunca más se supo de ella. En 1952, Sardari fue llamado a Teherán y acusado de mala conducta y malversación de fondos por haber concedido de manera irregular documentación iraní durante la guerra; pero cuando reveló los motivos de sus actos, fue declarado libre de cargos y su gobierno aprobó su comportamiento. En 1955, tras ser completamente exonerado de toda culpa, dejó el cuerpo diplomático y se instaló en Londres.
Aún habría de sufrir un último golpe cuando en 1979 la Revolución Islámica forzó al exilio al sah Mohammad Reza Pahlevi y encumbró al ayatolá Jomeini. Sardari perdió su pensión y vio confiscados sus bienes, y su sobrino Amir-Abbas Hoveyda, antiguo primer ministro, fue arrestado y ejecutado.
Sardari vivió en la pobreza sus últimos años. Pasó un tiempo viviendo en una modesta habitación de alquiler en Croydon, al sur de Londres, antes de trasladarse a Nottingham, a casa de un sobrino suyo, donde murió en 1981.
Durante su vida Sardari nunca buscó reconocimiento por lo que había hecho, considerando que sólo había cumplido con su deber, como diplomático y como ser humano. Tras su muerte, recibió el homenaje de diversas asociaciones judías, como el Centro Simon Wiesenthal.

jueves, 13 de marzo de 2014

Las Olimpiadas olvidadas: los Juegos Intercalados de Atenas 1906


La primera edición de los Juegos Olímpicos modernos se celebró en Atenas en 1896, auspiciada por el Comité Olímpico Internacional y su fundador y presidente, el barón Pierre de Coubertin, aunque previamente ya se habían producido algunas tentativas y competiciones deportivas con el nombre de "Olímpicos". Los Juegos fueron costeados por el gobierno griego, gracias a un fideicomiso que había dejado en su testamento para tal fin el millonario y filántropo griego Evangelos Zappas (1800-1865).
Aquellos primeros juegos tuvieron un enorme éxito y de ahí que el gobierno griego solicitara ser la sede permanente de la competición. Sin embargo, dicha pretensión chocaba con la idea de Coubertin de que el olimpismo debía ser universal y fue rechazada en un principio, pese a contar con el apoyo de varios de los delegados del COI.
Sin embargo, los siguientes juegos, celebrados en París en 1900, fueron un absoluto desastre, con múltiples errores de organización (en algunas pruebas no se repartieron medallas, en otras se otorgaron premios en efectivo y se disputaron pruebas tan extrañas como salto de longitud para caballos y natación con obstáculos) y sin apenas publicidad, convertidos en una atracción secundaria de la Exposición Universal de 1900 y repartidos a lo largo de cinco meses, entre mayo y octubre, con lo que el resultado final se pareció más a un espectáculo circense que a un evento deportivo. La credibilidad del proyecto olímpico se vió perjudicada y la posición de Coubertin al frente del COI se debilitó, con lo que tuvo que negociar con los griegos y con el sector crítico del Comité. Y en 1901, se decretó oficialmente que cada cuatro años, intercalados entre dos ediciones de los Juegos Olímpicos, se celebrarían en Atenas otros Juegos Olímpicos intermedios, cuya primera edición habría de celebrarse en 1906, coincidiendo con el décimo aniversario de los primeros Juegos.
En los Juegos de San Luis de 1904 se repitió la historia de París. Aunque la sede designada originariamente era Chicago, San Luis (que celebraba la Exposición Universal de ese año) lanzó una gran campaña solicitando los Juegos, que contaba con el apoyo del Comité Olímpico Norteamericano y del mismísimo presidente Teddy Roosevelt. Finalmente, Chicago renunció a organizar los Juegos y el COI, reunido de urgencia, concedió la organización a San Luis. Como era de esperar, la Exposición Universal ensombreció la disputa de las pruebas restándoles protagonismo y convirtiéndolas en una mera anécdota. La competición se prolongó casi cinco meses y sólo participaron 651 atletas (la menor participación de la historia), de los cuales únicamente 42 eran no norteamericanos, lo que deja bien claro el escaso entusiasmo que despertaron los Juegos fuera de EEUU. Toda la organización estuvo llena de errores y despropósitos, como la organización de pruebas infantiles o de los bochornosos "Anthropological Days" (pruebas reservadas exclusivamente para competidores no blancos). Las anécdotas curiosas se sucedieron: el ganador del maratón, Fred Lorz, fue descalificado al descubrirse que había hecho parte del recorrido en coche. George Eyser ganó seis medallas en gimnasia pese a tener una pierna de madera. Las diez pruebas del decathlón se celebraron en un sólo día. Se disputaron pruebas al margen del programa olímpico cuyas medallas luego no fueron reconocidas por el COI. Un auténtico desbarajuste que contribuyó a minar el prestigio de las Olimpiadas y a debilitar aún más la posición de Coubertin al frente del Comité.
Y así llegó el momento de los llamados Juegos Intercalados, inaugurados por el rey Jorge I el 22 de abril de 1906. A diferencia de las dos anteriores, fueron unos Juegos ejemplares y magníficamente organizados. Las pruebas se disputaron en menos de dos semanas, del 22 de abril al 2 de mayo. Por primera vez hubo una ceremonia inaugural en la que las distintas delegaciones desfilaron portando sus respectivas banderas nacionales (España no envió ningún participante). También por primera vez hubo una Villa Olímpica en la que se alojaron los participantes, el Zappeion (un edificio de usos múltiples en pleno centro de Atenas). Y también por primera vez acudieron representantes de los cinco continentes. El éxito fue completo y rotundo y redundó en una sustancial mejora de la imagen del movimiento olímpico, pese a las reticencias de Coubertin, quien ni siquiera hizo acto de presencia en la capital griega.
En lo estrictamente deportivo, los resultados fueron excelentes. Se disputaron pruebas de atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia, fútbol, halterofilia, lucha, natación, piragüismo, tenis, tiro y vela. Se lograron magníficas marcas (incluido un récord mundial en lanzamiento de jabalina, con los 53'90 metros del sueco Eric Lemming) y hubo actuaciones destacadas, como la del norteamericano Paul Pilgrim, que no formaba parte del equipo de su país y participó por libre, venciendo las pruebas de 400 y 800 metros lisos, o Archie Hahn, "el meteoro de Milwaukee", que reeditó su victoria de 1904 en los 100 metros lisos. La primera en el medallero fue la delegación francesa, con 40 medallas (15 de oro).
Entusiasmados por el éxito, los organizadores griegos comenzaron inmediatamente a trabajar para preparar las siguientes ediciones que se habrían de celebrar en 1910 y 1914. Pero empezaron a encontrar dificultades económicas y políticas con las que no contaban, aparte de la nula colaboración de Coubertin. El golpe de gracia lo supuso el Golpe de Estado de Goudi (agosto de 1909), en el que los militares se hicieron con el control del gobierno griego. Ante la inestabilidad política, los Juegos de 1910 se suspendieron. Lo mismo ocurrió con los de 1914; tras las llamadas Guerras Balcánicas (1912-13), Grecia no estaba para muchas alegrías, y el desinterés del COI y el clima prebélico existente en Europa (que llevaría al inicio de la Primera Guerra Mundial en julio de 1914) hicieron el resto. En 1918, con el conflicto todavía vivo, ni se consideró la posibilidad de organizarlos.
Finalizada la Primera Guerra Mundial, Coubertin, de nuevo con el control de COI, promulgó una Carta Olímpica con las directrices básicas del olimpismo y de la organización de los Juegos Olímpicos. Entre ellas, la periodicidad cuatrianual de los Juegos, descartando que se repitiese la celebración de Juegos "Intercalados" como los de 1906, que además fueron borrados del palmarés y cuyas medallas y marcas dejaron de ser oficiales. Los siguientes Juegos, los de Amberes 1920, pasaron así a ser oficialmente los VI Juegos Olímpicos.
En 1948, el húngaro Ferenc Mezö, historiador y miembro del COI, solicitó durante una sesión del Comité celebrada en Londres que se revocara la exclusión de los Juegos de 1906 y se volviera a reconocer su oficialidad. Para estudiar su petición se creó la llamada Comisión Brundage, así llamada porque estaba presidida por Avery Brundage, ex-atleta olímpico, millonario, presidente del Comité Olímpico Norteamericano y vicepresidente del COI (se convertiría posteriormente en su quinto presidente, entre 1952 y 1972). La Comisión expuso su conclusión en la siguiente sesión del Comité, celebrada en Roma en 1949: propuesta rechazada. Y aunque muchos expertos en la historia del olimpismo consideran injusta y arbitraria su exclusión, el COI sigue sin aceptar su validez ni la de las medallas que en ellos se otorgaron.


lunes, 10 de marzo de 2014

¿Qué fue de Laurie Zimmer?


En 1976, el director John Carpenter estrenaba su película Assault on precinct 13 (Asalto a la comisaría del distrito 13), una versión urbana e hiperviolenta del clásico del western Río Bravo. En la película, una comisaría de un suburbio de Los Ángeles, a punto de ser clausurada y con la mayor parte de su personal y equipamiento ya trasladados, es sometida a un brutal asedio por una banda callejera de asesinos fanáticos, que desean vengarse del hombre que ha matado a uno de sus líderes y ha buscado refugio en su interior. El ataque obliga a los ocupantes de la comisaría, tanto policías como presos, a unir sus fuerzas y pelear juntos si quieren salir con vida. El grueso de la película se articula en torno a tres personajes principales: el teniente Bishop, recién ascendido y encargado de supervisar los últimos trámites del traslado; Napoleón Wilson, un peculiar preso, irónico e inteligente, que se halla en la comisaría accidentalmente, a causa de una parada imprevista durante un traslado; y Leigh, una secretaria fuerte, dura y decidida.
La película, pese a su bajo presupuesto (apenas 100000 $) resultó un rotundo éxito de crítica y público, convirtiéndose enseguida en un filme de culto y citada habitualmente entre los mejores thrillers de la década. También lanzó la carrera de Carpenter (que además de director, también ejerció como guionista, editor y compositor de la banda sonora del filme, e incluso hizo una breve aparición como actor), quien posteriormente rodaría clásicos como La noche de Halloween, La niebla, La cosa o 1997: rescate en Nueva York.
Uno de los aspectos de la película que más llamó la atención fue el personaje de la secretaria Leigh, interpretado por una actriz debutante llamada Laurie Zimmer. Leigh era un personaje femenino atípico dentro del género de acción de aquellos años: una mujer dura y de sangre fría, capaz de luchar por su vida hombro con hombro con los personajes masculinos, de empuñar un arma y disparar contra los asaltantes y de preguntar, en el asalto final, si guarda las últimas balas para ella y sus compañeros.
Zimmer se vio convertida de la noche a la mañana en una persona muy popular. Y cuando muchos le auguraban una prometedora carrera de actriz... desapareció. No desapareció de golpe, claro. Sin embargo, después de Asalto rodó una olvidable comedia titulada American Raspberry (1977), y luego dos películas francesas de poco renombre, Une sale histoire (a las órdenes de Jean Eustache, uno de los directores "malditos" del cine francés) y D'un jour a l'autre (rodada en Los Ángeles). Estos tres filmes los rodó bajo el pseudónimo de Laura Fanning. A continuación interpretó un papel secundario en un telefilme de 1979 titulado Survival of Dana... y nada más. Dejó la actuación y desapareció del mundo del cine, dando lugar a variadas teorías sobre el motivo que le había llevado a dar carpetazo a su breve carrera interpretativa y sobre su ocupación posterior.
En 2003, la cineasta francesa Charlotte Szlovak, directora de D'un jour a l'autre, quiso saber el paradero de Laurie Zimmer y se embarcó en una investigación que se plasmaría en un documental titulado Do you remember Laurie Zimmer? en el que incluye entrevistas con personas que habían trabajado con la actriz, como John Carpenter. Pese a lo que pudiera parecer, resultó bastante sencillo dar con Zimmer: vivía en San Francisco y trabajaba como profesora de un instituto. Se casó (irónicamente, con un actor llamado Bruce Steele) y tuvo dos hijos, Julian, músico de la banda The K.O. Bros, y Max, artista especializado en performances.
¿Por qué no continuó su carrera como actriz? Lo cierto es que Zimmer nunca tuvo como objetivo dedicarse a la actuación. Se presentó al casting de la película por curiosidad y para vivir una experiencia nueva y la fama inesperada que le cayó encima la pilló totalmente por sorpresa. Sus posteriores apariciones la convencieron de que la interpretación no era su auténtica vocación y decidió dejarlo por una vida más convencional pero también más satisfactoria para ella.


jueves, 6 de marzo de 2014

La tragedia del Batavia

Réplica del Batavia, construido y fondeado en el puerto holandés de Lelystad

Algunos llaman al Batavia "el Titanic del siglo XVII". Este barco, propiedad de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, fue construido en Amsterdam en 1628 y era un auténtico coloso para su época, con más de 1200 toneladas de desplazamiento, 56 metros de eslora y 24 cañones. Además de su tamaño, tiene otro punto en común con el Titanic: ambos buques se hundieron en su viaje inaugural. Pero además el Batavia es famoso por la espeluznante peripecia que tuvieron que vivir sus supervivientes.
El Batavia partió el 27 de octubre de 1628 desde la isla holandesa de Texel, rumbo a la isla de Java, con el objetivo de volver cargado de valiosas especias (nuez moscada, clavo, pimienta). Como capitán había sido nombrado Ariaen Jacobsz, que sin embargo estaba subordinado a Francisco Pelsaert, comandante y representante de la Compañia, y como tal, máxima autoridad de la expedición. Pelsaert y Jacobsz ya habían coincidido tiempo atrás en la India, donde al parecer habían tenido ciertas rencillas que no habían quedado olvidadas, al menos por parte de Jacobsz. En total, sumando a la marinería, oficiales, pasajeros (incluídas mujeres y niños) y un grupo de soldados, iban en el barco 341 personas.
Uno de los pasajeros del Batavia era Jeronimus Cornelisz, un joven contratado por la Compañía no hacía mucho. Cornelisz era un farmacéutico de Haarlem cuya tienda había quebrado, que además había sido seguidor de las teorías del pintor Johannes van der Beeck (conocido como Torrentius), recientemente juzgado y condenado por herejía y blasfemia. Quizá fuese el miedo a ser procesado lo que lo llevó a buscar un cambio de aires fuera de Holanda. Lo cierto es que Cornelisz era un sujeto turbio y sin escrúpulos que no tardó en simpatizar con el capitán Jacobsz. Ambos planearon hacerse con el control del barco y apoderarse de la importante cantidad de oro y plata que llevaban a bordo (los comerciantes del sudeste asiático, a diferencia de los de otros lugares, sólo aceptaban pagos en metales preciosos), y con esas riquezas empezar una nueva vida en otro lugar. Poco a poco fueron reuniendo a su alrededor a un pequeño grupo de hombres leales dispuestos a seguir sus órdenes. Tras una parada en Cape Town para avituallarse, Jacobsz alteró inadvertidamente el rumbo del barco para alejarlo de su ruta. Y durante el viaje, se produjeron varios actos de indisciplina (incluído un intento de agresión sexual a una de las pasajeras), planeados por los conjurados para hacer que Pelsaert tomara medidas contra la tripulación y de ese modo predisponer a los marineros a un motín. Sin embargo, el comandante, enfermo, no tomó medida alguna y Cornelisz y Jacobsz tuvieron que esperar.
Localización geográfica de las Abrolhos
El 4 de junio de 1629, el Batavia encalló en el Arrecife Morning, cerca de la isla Beacon (en el archipiélago de las Abrolhos, en la costa occidental australiana), a 3000 kilómetros al sur de su destino. Cuarenta personas murieron ahogadas, pero las demás pudieron ser salvadas y trasladadas a las islas cercanas. Sin embargo, en las islas no había agua potable y muy escaso alimento. Un grupo de 48 personas formado por Pelsaert, Jacobsz, y varios oficiales, tripulantes y pasajeros partió en un bote en busca de agua potable; pero como no la halló en las islas cercanas, continuó hacia el norte, intentando llegar a su puerto de destino, Batavia (la actual Yakarta).
Cornelisz, que había quedado a cargo de los supervivientes, sabía que en cuanto fuesen rescatados no tardaría en salir a la luz su participación en el intento de motín y el desvío del buque, y recibiría el consiguiente castigo. Por tanto planeó apoderarse del primer barco que acudiese en su ayuda y huir en él, llevándose las riquezas del Batavia. Pero para ello necesitaba hacerse primero con el control del grupo de náufragos y eliminar a todos aquellos que pudieran suponer una amenaza o un estorbo. Y lo hizo, junto a sus secuaces, de una manera brutal y despiadada.
Su primera medida fue tomar el control de las armas de fuego y los alimentos. Luego, envió a un grupo de soldados no afines a una isla cercana (actualmente llamada West Wallabi) con el pretexto de buscar agua y alimentos y la orden de hacer señales de humo en caso de que los encontrasen, para que pudieran ir a buscarlos... En realidad, Cornelisz sólo buscaba quitarlos de en medio para que nadie pudiera oponerse a sus designios y había planeado dejarlos morir de hambre.
Al fin Cornelisz tenía el gobierno absoluto del campamento y lo empleó para imponer un estado de terror sobre los supervivientes. Incitados por su líder, los amotinados (en número de unos veinte, aunque luego obligaron a otros a convertirse en cómplices suyos) comenzaron a maltratar y a asesinar a todo aquel que osara oponerse a sus designios o supusiera, en opinión de Cornelisz, un estorbo para sus planes. Al principio, con excusas y falsos juicios, acusándolos de delitos como el robo o la blasfemia. Pero luego, el asesinato indiscriminado se convirtió en habitual. Los asesinatos se convirtieron en algo cotidiano, los secuaces del sanguinario farmacéutico parecían haber caído en un estado de frenesí homicida. Hombres, mujeres y niños fueron asesinados sin miramientos. Las mujeres fueron obligadas a convertirse en esclavas sexuales de quienes ostentaban el poder. Y sobre este mar de sangre y locura, Cornelisz reinaba como un siniestro tirano.
Sin embargo, no habían contado con que los soldados que habían enviado a la otra isla habían sobrevivido; contra todo pronóstico, aquella era la única isla del archipiélago que tenía agua potable y alimentos en abundancia. Muy pronto, los soldados se enteraron de lo que ocurría en el campamento gracias a la llegada de algunos supervivientes que habían huido del sádico gobierno de Cornelisz. Finalmente, en la isla se reunieron unos 45 hombres, bajo el mando de un joven soldado de apenas veinte años llamado Wiebbe Hayes, que, previendo un ataque, comenzaron a fabricar armas usando los despojos del Batavia que la marea arrojaba a la playa, e incluso construyeron una fortificación improvisada.
Cuando Cornelisz supo que los soldados que había enviado a morir no sólo habían sobrevivido, sino que habían hallado agua y víveres, planeó de inmediato hacerse con su isla. No sólo para eliminar competencia, también porque sus propias provisiones estaban cerca de agotarse. Pero primero quiso intentar negociar con ellos. Hayes rechazó cualquier acuerdo y el 27 de julio, los hombres de Cornelisz desembarcaron en West Wallabi. Desafortunadamente para ellos, los defensores eran más numerosos y estaban bien alimentados, mientras que ellos comenzaban a notar los efectos de las privaciones. Su ataque fue rechazado sin paliativos. Un segundo ataque, que tuvo lugar a principios de agosto, fue igualmente rechazado.
El día 1 de septiembre, Cornelisz envió un nuevo negociador para tratar de llegar a un acuerdo, pero de nuevo se rechazó todo trato. Al día siguiente, día 2, Cornelisz en persona y cinco de sus hombres de confianza desembarcaron en la isla, tratando de atraer a algunos de los defensores a su bando sobornándolos con oro y alcohol; pero Hayes, sospechando una traición, cayó sobre ellos, matando a cuatro y tomando a Cornelisz como prisionero.
El 17 de septiembre los amotinados lanzaron su último ataque a la desesperada contra los hombres de Hayes. Pero hete aquí que durante el transcurso del asalto, una vela apareció en el horizonte: era el Saardam, un buque de la Compañía que acudía en su rescate. El comandante Pelsaert y su grupo habían llegado a Batavia tras un extraordinario viaje en el que recorrieron más de 3000 kilómetros en 33 días, sin perder ningún hombre. Inmediatamente, Pelsaert se puso al mando del Saardam para partir en busca de los demás náufragos, sin sospechar en ningún momento el triste destino que habían tenido.
Inmediatamente, Hayes y varios de sus hombres se acercaron al buque en una balsa improvisada y explicaron a Pelsaert lo que había ocurrido. El comandante ordenó la captura de los amotinados, que se rindieron tras un breve combate. Varios de ellos confesaron espontáneamente los horrendos crímenes que habían cometido.
El espectáculo que hallaron en el campamento era dantesco. Durante los tres meses que había durado el inhumano dominio de Cornelisz, habían muerto asesinadas entre 110 y 120 personas. Sólo unas decenas de los ocupantes originales del Batavia llegaron finalmente a su destino.

Pelsaert ordenó celebrar un juicio en las islas, tras el cual Cornelisz y seis de sus principales esbirros fueron ahorcados tras serles amputada una mano como castigo (las dos, en el caso del boticario). Otros dos de los amotinados fueron abandonados en la costa australiana (nunca más se volvió a saber de ellos). El resto de los conjurados fueron llevados como cautivos hasta el puerto de Batavia, donde se les juzgó y castigó en consecuencia.
La salud del comodoro Pelsaert quedó seriamente afectada tras tantas dificultades, y murió en septiembre de 1630 en Batavia, tras volver de una expedición a Sumatra. Wiebbe Hayes fue recibido como un héroe por su valentía, y fue ascendido a sargento y luego a teniente. No se sabe qué fue de él después; no se conservan registros de ello.
El pecio del Batavia fue descubierto en junio de 1963; se han rescatado numerosos restos de él, la mayor parte de los cuales se encuentran en dos museos, el Western Australian Museum – Shipwreck Galleries de Freemantle, y el Western Australian Museum de Geraldton. Esta es una lista de los amotinados, con su ocupación y el castigo recibido:
Jeronimus Cornelisz (empleado de la Compañía), líder del motín, y sus secuaces, Lenert Michielsz (cadete), Mattys Beer (soldado), Jan Hendricx (soldado), Allert Jansz (mosquetero), Rutger Fredericxsz (cerrajero) y Andries Jonas (soldado), ahorcados el 2 de octubre tras serles amputada la mano derecha (las dos en el caso de Cornelisz).
Jacop Pietersz (soldado de primera), el principal aliado de Cornelisz, juzgado en Batavia, condenado a muerte y sometido al suplicio de la "rueda"
Jan Evertsz (timonel) formaba parte del grupo que al mando de Pelsaert llegó a Batavia. Fue juzgado y condenado por negligencia y comportamiento inadecuado, y ahorcado poco después. Se sospecha que estaba involucrado en el motín, aunque su condena se debió a su responsabilidad en la pérdida del buque.
Ariaen Jacobsz (capitán), también se le juzgó por negligencia. Pelsaert nunca lo acusó y pese a ser torturado, nunca admitió ser parte del motín. Se cree que murió en prisión.
Jan Pelgrom de Bye (grumete) y Wouter Looes (soldado), abandonados en la costa australiana (destino desconocido).
Coenraat van Huyssen (cadete), Davidt Zeevanck (escribiente), Gysbert van Welderen (cadete) y Cornelis Pietersz von Utrech (soldado), cómplices de Cornelisz, muertos el 2 de septiembre a manos de los hombres de Wiebbe Hayes.
Jacop Heylwech (cadete), Daniel Cornelissen (cadete), Andries Liebent (cadete), Hans Frederick (soldado), Rogier Decker (carpintero), Lucas Gillisz (cadete) y Abraham Gerritsz (pasajero), juzgados y ejecutados en Batavia.
Salomon Deschamps (empleado de la Compañía), azotado cien veces y pasado tres veces por la quilla durante el viaje de regreso y posteriormente ejecutado en Batavia.
Jeurian Jansz (marinero), Jan Selyns (tonelero), Jaques Pilman (soldado), Abraham Jansz (mosquetero), Reynder Hendricx (criado), Hans Harden (soldado), Olivier van Welderen (cadete), Isbrant Isbrantsz (criado), Jan Egbertsz (carpintero), Hendrick Jaspersz (soldado), Jellis Phillipsen (soldado), Tweis Jansz (carpintero), Gerrit Hass (marinero), Claas Harmansz (pasajero), Gerrit Willemsz (marinero), pese a estar involucrados en el motín, se consideró que habían participado obligados por los demás y no habían cometido crímenes graves. Fueron absueltos o condenados a pequeñas multas o penas de prisión.