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Réplica del Batavia, construido y fondeado en el puerto holandés de Lelystad |
Algunos llaman al
Batavia "el
Titanic del siglo XVII". Este barco, propiedad de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, fue construido en Amsterdam en 1628 y era un auténtico coloso para su época, con más de 1200 toneladas de desplazamiento, 56 metros de eslora y 24 cañones. Además de su tamaño, tiene otro punto en común con el
Titanic: ambos buques se hundieron en su viaje inaugural. Pero además el
Batavia es famoso por la espeluznante peripecia que tuvieron que vivir sus supervivientes.
El
Batavia partió el 27 de octubre de 1628 desde la isla holandesa de Texel, rumbo a la isla de Java, con el objetivo de volver cargado de valiosas especias (nuez moscada, clavo, pimienta). Como capitán había sido nombrado Ariaen Jacobsz, que sin embargo estaba subordinado a Francisco Pelsaert, comandante y representante de la Compañia, y como tal, máxima autoridad de la expedición. Pelsaert y Jacobsz ya habían coincidido tiempo atrás en la India, donde al parecer habían tenido ciertas rencillas que no habían quedado olvidadas, al menos por parte de Jacobsz. En total, sumando a la marinería, oficiales, pasajeros (incluídas mujeres y niños) y un grupo de soldados, iban en el barco 341 personas.
Uno de los pasajeros del
Batavia era Jeronimus Cornelisz, un joven contratado por la Compañía no hacía mucho. Cornelisz era un farmacéutico de Haarlem cuya tienda había quebrado, que además había sido seguidor de las teorías del pintor Johannes van der Beeck (conocido como Torrentius), recientemente juzgado y condenado por herejía y blasfemia. Quizá fuese el miedo a ser procesado lo que lo llevó a buscar un cambio de aires fuera de Holanda. Lo cierto es que Cornelisz era un sujeto turbio y sin escrúpulos que no tardó en simpatizar con el capitán Jacobsz. Ambos planearon hacerse con el control del barco y apoderarse de la importante cantidad de oro y plata que llevaban a bordo (los comerciantes del sudeste asiático, a diferencia de los de otros lugares, sólo aceptaban pagos en metales preciosos), y con esas riquezas empezar una nueva vida en otro lugar. Poco a poco fueron reuniendo a su alrededor a un pequeño grupo de hombres leales dispuestos a seguir sus órdenes. Tras una parada en Cape Town para avituallarse, Jacobsz alteró inadvertidamente el rumbo del barco para alejarlo de su ruta. Y durante el viaje, se produjeron varios actos de indisciplina (incluído un intento de agresión sexual a una de las pasajeras), planeados por los conjurados para hacer que Pelsaert tomara medidas contra la tripulación y de ese modo predisponer a los marineros a un motín. Sin embargo, el comandante, enfermo, no tomó medida alguna y Cornelisz y Jacobsz tuvieron que esperar.
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Localización geográfica de las Abrolhos |
El 4 de junio de 1629, el
Batavia encalló en el Arrecife Morning, cerca de la isla Beacon (en el archipiélago de las Abrolhos, en la costa occidental australiana), a 3000 kilómetros al sur de su destino. Cuarenta personas murieron ahogadas, pero las demás pudieron ser salvadas y trasladadas a las islas cercanas. Sin embargo, en las islas no había agua potable y muy escaso alimento. Un grupo de 48 personas formado por Pelsaert, Jacobsz, y varios oficiales, tripulantes y pasajeros partió en un bote en busca de agua potable; pero como no la halló en las islas cercanas, continuó hacia el norte, intentando llegar a su puerto de destino, Batavia (la actual Yakarta).
Cornelisz, que había quedado a cargo de los supervivientes, sabía que en cuanto fuesen rescatados no tardaría en salir a la luz su participación en el intento de motín y el desvío del buque, y recibiría el consiguiente castigo. Por tanto planeó apoderarse del primer barco que acudiese en su ayuda y huir en él, llevándose las riquezas del
Batavia. Pero para ello necesitaba hacerse primero con el control del grupo de náufragos y eliminar a todos aquellos que pudieran suponer una amenaza o un estorbo. Y lo hizo, junto a sus secuaces, de una manera brutal y despiadada.
Su primera medida fue tomar el control de las armas de fuego y los alimentos. Luego, envió a un grupo de soldados no afines a una isla cercana (actualmente llamada West Wallabi) con el pretexto de buscar agua y alimentos y la orden de hacer señales de humo en caso de que los encontrasen, para que pudieran ir a buscarlos... En realidad, Cornelisz sólo buscaba quitarlos de en medio para que nadie pudiera oponerse a sus designios y había planeado dejarlos morir de hambre.
Al fin Cornelisz tenía el gobierno absoluto del campamento y lo empleó para imponer un estado de terror sobre los supervivientes. Incitados por su líder, los amotinados (en número de unos veinte, aunque luego obligaron a otros a convertirse en cómplices suyos) comenzaron a maltratar y a asesinar a todo aquel que osara oponerse a sus designios o supusiera, en opinión de Cornelisz, un estorbo para sus planes. Al principio, con excusas y falsos juicios, acusándolos de delitos como el robo o la blasfemia. Pero luego, el asesinato indiscriminado se convirtió en habitual. Los asesinatos se convirtieron en algo cotidiano, los secuaces del sanguinario farmacéutico parecían haber caído en un estado de frenesí homicida. Hombres, mujeres y niños fueron asesinados sin miramientos. Las mujeres fueron obligadas a convertirse en esclavas sexuales de quienes ostentaban el poder. Y sobre este mar de sangre y locura, Cornelisz reinaba como un siniestro tirano.
Sin embargo, no habían contado con que los soldados que habían enviado a la otra isla habían sobrevivido; contra todo pronóstico, aquella era la única isla del archipiélago que tenía agua potable y alimentos en abundancia. Muy pronto, los soldados se enteraron de lo que ocurría en el campamento gracias a la llegada de algunos supervivientes que habían huido del sádico gobierno de Cornelisz. Finalmente, en la isla se reunieron unos 45 hombres, bajo el mando de un joven soldado de apenas veinte años llamado Wiebbe Hayes, que, previendo un ataque, comenzaron a fabricar armas usando los despojos del
Batavia que la marea arrojaba a la playa, e incluso construyeron una fortificación improvisada.
Cuando Cornelisz supo que los soldados que había enviado a morir no sólo habían sobrevivido, sino que habían hallado agua y víveres, planeó de inmediato hacerse con su isla. No sólo para eliminar competencia, también porque sus propias provisiones estaban cerca de agotarse. Pero primero quiso intentar negociar con ellos. Hayes rechazó cualquier acuerdo y el 27 de julio, los hombres de Cornelisz desembarcaron en West Wallabi. Desafortunadamente para ellos, los defensores eran más numerosos y estaban bien alimentados, mientras que ellos comenzaban a notar los efectos de las privaciones. Su ataque fue rechazado sin paliativos. Un segundo ataque, que tuvo lugar a principios de agosto, fue igualmente rechazado.
El día 1 de septiembre, Cornelisz envió un nuevo negociador para tratar de llegar a un acuerdo, pero de nuevo se rechazó todo trato. Al día siguiente, día 2, Cornelisz en persona y cinco de sus hombres de confianza desembarcaron en la isla, tratando de atraer a algunos de los defensores a su bando sobornándolos con oro y alcohol; pero Hayes, sospechando una traición, cayó sobre ellos, matando a cuatro y tomando a Cornelisz como prisionero.
El 17 de septiembre los amotinados lanzaron su último ataque a la desesperada contra los hombres de Hayes. Pero hete aquí que durante el transcurso del asalto, una vela apareció en el horizonte: era el
Saardam, un buque de la Compañía que acudía en su rescate. El comandante Pelsaert y su grupo habían llegado a Batavia tras un extraordinario viaje en el que recorrieron más de 3000 kilómetros en 33 días, sin perder ningún hombre. Inmediatamente, Pelsaert se puso al mando del
Saardam para partir en busca de los demás náufragos, sin sospechar en ningún momento el triste destino que habían tenido.
Inmediatamente, Hayes y varios de sus hombres se acercaron al buque en una balsa improvisada y explicaron a Pelsaert lo que había ocurrido. El comandante ordenó la captura de los amotinados, que se rindieron tras un breve combate. Varios de ellos confesaron espontáneamente los horrendos crímenes que habían cometido.
El espectáculo que hallaron en el campamento era dantesco. Durante los tres meses que había durado el inhumano dominio de Cornelisz, habí
an muerto asesinadas entre 110 y 120 personas. Sólo unas decenas de los ocupantes originales del Batavia llegaron finalmente a su destino.
Pelsaert ordenó celebrar un juicio en las islas, tras el cual Cornelisz y seis de sus principales esbirros fueron ahorcados tras serles amputada una mano como castigo (las dos, en el caso del boticario). Otros dos de los amotinados fueron abandonados en la costa australiana (nunca más se volvió a saber de ellos). El resto de los conjurados fueron llevados como cautivos hasta el puerto de Batavia, donde se les juzgó y castigó en consecuencia.
La salud del comodoro Pelsaert quedó seriamente afectada tras tantas dificultades, y murió en septiembre de 1630 en Batavia, tras volver de una expedición a Sumatra. Wiebbe Hayes fue recibido como un héroe por su valentía, y fue ascendido a sargento y luego a teniente. No se sabe qué fue de él después; no se conservan registros de ello.
El pecio del Batavia fue descubierto en junio de 1963; se han rescatado numerosos restos de él, la mayor parte de los cuales se encuentran en dos museos, el Western Australian Museum – Shipwreck Galleries de Freemantle, y el Western Australian Museum de Geraldton. Esta es una lista de los amotinados, con su ocupación y el castigo recibido:
Jeronimus Cornelisz (empleado de la Compañía), líder del motín, y sus secuaces,
Lenert Michielsz (cadete),
Mattys Beer (soldado),
Jan Hendricx (soldado),
Allert Jansz (mosquetero),
Rutger Fredericxsz (cerrajero) y
Andries Jonas (soldado), ahorcados el 2 de octubre tras serles amputada la mano derecha (las dos en el caso de Cornelisz).
Jacop Pietersz (soldado de primera), el principal aliado de Cornelisz, juzgado en Batavia, condenado a muerte y sometido al suplicio de la "
rueda"
Jan Evertsz (timonel) formaba parte del grupo que al mando de Pelsaert llegó a Batavia. Fue juzgado y condenado por negligencia y comportamiento inadecuado, y ahorcado poco después. Se sospecha que estaba involucrado en el motín, aunque su condena se debió a su responsabilidad en la pérdida del buque.
Ariaen Jacobsz (capitán), también se le juzgó por negligencia. Pelsaert nunca lo acusó y pese a ser torturado, nunca admitió ser parte del motín. Se cree que murió en prisión.
Jan Pelgrom de Bye (grumete) y
Wouter Looes (soldado), abandonados en la costa australiana (destino desconocido).
Coenraat van Huyssen (cadete),
Davidt Zeevanck (escribiente),
Gysbert van Welderen (cadete) y
Cornelis Pietersz von Utrech (soldado), cómplices de Cornelisz, muertos el 2 de septiembre a manos de los hombres de Wiebbe Hayes.
Jacop Heylwech (cadete),
Daniel Cornelissen (cadete),
Andries Liebent (cadete),
Hans Frederick (soldado),
Rogier Decker (carpintero),
Lucas Gillisz (cadete) y
Abraham Gerritsz (pasajero), juzgados y ejecutados en Batavia.
Salomon Deschamps (empleado de la Compañía), azotado cien veces y pasado tres veces por la quilla durante el viaje de regreso y posteriormente ejecutado en Batavia.
Jeurian Jansz (marinero),
Jan Selyns (tonelero),
Jaques Pilman (soldado),
Abraham Jansz (mosquetero),
Reynder Hendricx (criado),
Hans Harden (soldado),
Olivier van Welderen (cadete),
Isbrant Isbrantsz (criado),
Jan Egbertsz (carpintero),
Hendrick Jaspersz (soldado),
Jellis Phillipsen (soldado),
Tweis Jansz (carpintero),
Gerrit Hass (marinero),
Claas Harmansz (pasajero),
Gerrit Willemsz (marinero), pese a estar involucrados en el motín, se consideró que habían participado obligados por los demás y no habían cometido crímenes graves. Fueron absueltos o condenados a pequeñas multas o penas de prisión.