De entre la larga lista de científicos calificados de "locos" (con mayor o menor motivo) figura con letras destacadas el bioquímico inglés John Scott Haldane (1860-1936). Aunque quizá llamarlo "loco" es exagerado e injusto,no cabe duda que la suya es una de las vidas científicas más excéntricas que conozco.
Haldane, de origen aristocrático y miembro de una saga de científicos, eligió como tema de estudio los gases. Y no encontró mejor manera que usarse a si mismo como conejillo de indias. Probó los efectos de los gases que investigaba en sus propios pulmones. Durante la Primera Guerra Mundial, no tuvo mejor ocurrencia que pasarse a dar una vuelta por las trincheras para probar los gases que empleaban los alemanes como arma. Se expuso al cloruro de amonio y por poco no lo cuenta, aunque la experiencia le sirvió para diseñar la primera máscara antigás de la historia.
Otra de sus aficiones era comprobar los efectos de la descompresión sobre el organismo. Para ello, construyó una cámara hiperbárica donde se sometía a diversos cambios de presión. No sólo se reventó los tímpanos en varias ocasiones, sino que en una ocasión, tuvo unas convulsiones tan fuertes que se rompió varias vértebras. Sin embargo, sus estudios y las tablas que estableció gracias a ellos han salvado la vida a muchos buceadores y alpinistas. Sobre la rotura de sus tímpanos, les quitaba importancia con un humor típicamente británico: "La membrana se suele curar en pocos meses, y si aún queda un agujero, aunque te quedes algo sordo, cuando fumas puedes expeler el humo por la oreja en cuestión, una hazaña que causa sensación en las reuniones."
jueves, 29 de julio de 2010
miércoles, 21 de julio de 2010
El descubrimiento del celacanto
Celacanto de las Comores (Latimeria chalumnae)
La historia de uno de los descubrimientos zoológicos más asombrosos del siglo XX comienza el 22 de diciembre de 1938, frente al estuario del rio Chalumna, en la costa sudafricana del Índico. Ese día, el barco de pesca Nerine, con base en el cercano puerto de East London, largaba sus redes como de costumbre cuando, al subirlas, sus tripulantes descubrieron asombrados en ellas un pez para ellos desconocido.
El pez tenía cierta semejanza en forma y tamaño a un mero, pero tenía unas extrañas aletas lobuladas. Además, les sorprendió el tiempo que tardó en morir. La mayoría de los peces mueren a los pocos minutos de sacarlos del agua. Algunas especies, como las anguilas, llegan a resistir hasta un cuarto de hora fuera del agua. Pero este pez estuvo cuatro horas paseándose por la cubierta del barco hasta que murió. Tanto llamó la atención su aspecto al capitán Hendrik Goosen que decidió que al llegar a tierra lo entregaría para su estudio. Nada más llegar a puerto, llamó a su buena amiga Marjorie Courtenay-Latimer, conservadora del museo local. A ella también le llamó la atención aquel extraño pez, especialmente sus aletas lobuladas, y se hizo cargo de él. Aunque su especialidad eran las aves, no se asustó ante el reto y diseccionó concienzudamente aquellos 50 kilos de pescado, haciendo detallados esquemas que luego envió a un viejo amigo, James Leonard Brierley Smith, ictiólogo y profesor de la Rhodes University de Grahamstown, para que le echara un vistazo. Smith estaba de vacaciones, pero cuando volvió no salía de su asombro: sin lugar a dudas, reconocía en aquellos dibujos a un celacanto, un pez que se consideraba extinto desde hacía 80 millones de años. Inmediatamente se trasladó a East London, pero desafortunadamente los restos se habían echado a perder y apenas pudo examinar el esqueleto. Deseoso de encontrar otro ejemplar, ofreció una recompensa, pero no fué hasta 1952 cuando se halló otro ejemplar, pescado en las islas Comores, ¡a más de 2000 kilómetros de donde había sido capturado el primero!. Smith viajó en su busca en un avión del ejército, tras convencer al primer ministro sudafricando de la importancia del hallazgo. Gracias a ello pudo hacerse con el ejemplar enb buen estado y estudiarlo detalladamente. Posteriormente habría más capturas, en 1954, 55 y así hasta la actualidad. Luego se sabría que los pescadores nativos de las islas del Índico conocían al animal; lo pescaban no muy frecuentemente pero no lo ignoraban en absoluto.
A esta especie se la llamó Latimeria chalumnae, en recuerdo a su descubridora y al lugar de su hallazgo. Hasta 1987 no se consiguieron imágenes en su hábitat, y hoy en día se sabe que esta especie se localiza a lo largo de toda la costa índica africana. Generalmente, se refugia en cuevas durante el día y sale a cazar por la noche.
Cuando parecía que el celacanto no podía darnos más sorpresas, en 1998 Mark Erdmann, investigador de la Universidad de Berkeley, dió a conocer el hallazgo de una nueva población de celacantos en Indonesia, en el archipiélago de las Célebes, a más de 10000 kilómetros de la costa africana. A esta nueva especie se la llamó Latimeria menadoensis y su hallazgo ha hecho pensar a los expertos que puede haber más poblaciones de celacantos en el Índico e incluso en el Pacífico sur.
La importancia evolutiva de este hallazgo radica en que el celacanto es, junto a los peces pulmonados, el único representante actual de los Sarcopterigios o peces de aletas lobuladas, y como tal, está emparentado directamente con los primeros tetrápodos terrestres. Hace unos 370 millones de años, los primeros peces que lograron dar el salto a tierra firme pertenecían a este grupo. Los celacantos vendrían a ser los primos de aquellos primeros tetrápodos terrestres que se quedaron en el mar. De hecho, sus aletas lobuladas son las antecedentes de las extremidades de los vertebrados terrestres, y aún hoy en día los celacantos presentan una vejiga natatoria modificada y conectada con la nariz a la que se considera antecesora de los pulmones. Es realmente increíble que estos peces hayan pasado casi 400 millones de años sin apenas cambios.
Actualmente, la situación de las poblaciones de celacanto es muy delicada. Al parecer, ha florecido un mercado negro que trafica con ejemplares de esta especie, llevándola al borde de la extinción. Desde 2000 está considerada en peligro crítico por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
sábado, 17 de julio de 2010
Errol Flynn y los gatos
El actor australiano Errol Flynn fué uno de los grandes actores del cine de aventuras clásico. Todos recordamos sus memorables actuaciones en filmes como Robin de los bosques, Capitán Blood o Murieron con las botas puestas. Ciertamente, su vida privada es si cabe más interesante todavía que muchos de sus filmes, llena de aventuras y excesos, especialmente en lo relacionado con el alcohol y, sobre todo, las mujeres. Al final, todo le ello le acabó pasando factura, con una muerte temprana con apenas 50 años. Mucho antes su carrera se había desmoronado: sus escándalos carcomieron su popularidad y su problemático comportamiento acabaron provocando que los grandes estudios le dieran la espalda. De hecho, sus problemas con el fisco norteamericano le llevaron a acabar huyendo del país en un pequeño yate de su propiedad.
Uno de sus mejores amigos era el gran director John Huston (cuya vida privada también tiene mucho que contar). En 1958 se hallaba preparando un nuevo proyecto, una película de aventuras que se iba a rodar en África titulada The Roots of Heaven (en España, Las raíces del cielo). Como Huston sabía que Flynn pasaba por un momento delicado en lo económico, le ofreció uno de los papeles protagonistas. No obstante, como conocía bien el carácter de su amigo y, temiendo que montase algún lío durante el rodaje, le impuso una serie de normas estrictas: comportarse como un profesional, nada de beber antes de terminar el rodaje de cada día, y sobre todo, nada de mujeres. Flynn aceptó sumisamente y el rodaje comenzó sin mas problema.
Lo cierto es que Flynn sorprendió a todos con su comportamiento: serio, disciplinado, trabajador. Incluso acostumbraba a retirarse pronto a su tienda (el rodaje tenía lugar en un campamento alejado de la civilización, en mitad de Chad). Huston estaba encantado. Cuenta en sus memorias cómo una vez terminado el rodaje del día, se encerraba en su tienda para resolver papeleo pendiente, revisar el guión o repasar el plan de rodaje del día siguiente, mientras oía de fondo los sonidos de la sabana africana y el maullido de los gatos del campamento.
Pero un día cayó en la cuenta. El oía maullidos cada noche, pero desde que había llegado, no había visto a un sólo gato en el campamento. ¿De dónde habían salido, entonces? Se puso a investigar hasta que dió con la respuesta. Flynn, genio y figura, había contratado a un tipo en el poblado más cercano para que le enviara chicas todas las noches a su tienda. Para no ser descubierto, las chicas tenían unas instrucciones muy precisas: llegar sin ser vistas al campamento, esconderse entre la maleza cerca de la tienda del actor y maullar unas cuantas veces para avisar de su presencia. Si Flynn estaba solo, iba a buscarla. Si estaba acompañado, esperaba hasta que no hubiera moros en la costa para ir a por la chica y llevársela a su tienda. Ni en esas condiciones el eterno crápula (que moriría de un infarto apenas un año después) pudo resistirse a sus impulsos. Huston lo cuenta en sus memorias, más divertido que cabreado.
Otro día contaré otra anécdota divertida protagonizada por Flynn, el director Raoul Walsh (otro de sus grandes amigos) y el cadáver de John Barrymore.
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