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María Antonieta (1755-1793) |
La archiduquesa de Austria Maria Antonia Josepha Johanna von Habsburg-Lothringen, conocida como María Antonieta, se convirtió en 1770, con apenas 14 años, en esposa del delfín Luis Augusto de Francia, quien subiría al trono como Luis XVI en 1774, a la muerte de su abuelo Luis XV. Lo cierto es que no fue bien recibida en Francia: desde el principio los nobles franceses, especialmente aquellos cercanos a la corte, desconfiaron de ella. El hecho de que nunca acabara de aceptar el protocolo de la corte francesa, de que se rodeara de un grupo reducido de fieles (provocando las envidias de los que quedan excluidos de él) y de que se involucrara en el gobierno del país aconsejando a su marido, despertó la antipatía de los nobles y provocó que empezaran a circular numerosos libelos llenos de acusaciones inciertas. La acusaban de ser una derrochadora compulsiva, de tener numerosos amantes (tanto hombres como mujeres) y de pretender debilitar el trono francés para beneficio de su Austria natal. "La austríaca", como la llaman despectivamente sus enemigos, se convirtió así en un personaje tremendamente impopular entre el pueblo francés. Y el escándalo del collar supuso el punto culminante de su desprestigio.
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Jeanne de Valois-Saint-Rémy (1756-1791) |
Jacques Valois era un miembro de la baja nobleza que, pese a estar emparentado con la casa real de los Valois (descendía de Enrique de Valois-St. Remy, hijo ilegítimo de Enrique II de Francia y una de sus amantes), había llegado a tal nivel de pobreza que tenía que sobrevivir dedicándose a la caza furtiva. Se casó con Marie Jossel, una criada que se dedicaba ocasionalmente a la prostitución, con la que tuvo tres hijos: Jacques, Jeanne y Marie-Anne. Tras la muerte de Jacques en 1762, su viuda y sus hijos tuvieron que recurrir a la mendicidad para sobrevivir, hasta que un sacerdote se apiadó de ellos y puso su caso en conocimiento de una noble y caritativa dama, la marquesa de Boulainvilliers, quien conmovida por la historia tomó a los niños bajo su protección, y se encargó de su manutención y de sus estudios: Jacques ingresó en una academia militar y las niñas, en un internado donde fueron educadas para ser monjas. Sin embargo, Jeanne tenía grandes ambiciones y dejó el convento para buscarse la vida. Poco después, se casaría con Nicolás de la Motte, un oficial de la gendarmería perteneciente a una familia de la pequeña nobleza, pero sin apenas dinero. Atribuyéndose el inexistente título de condes de Valois de la Motte y con deseos de prosperar económica y socialmente, ambos recurrieron a la antigua protectora de Jeanne, la marquesa de Boulainvilliers, quien los presenta en sociedad.
El gran sueño de Jeanne era conseguir ser admitida en el círculo de amigos íntimos de la reina, y con tal fin acude en numerosas ocasiones al palacio de Versalles, pero sin éxito. No obstante, no tarda en hacer circular el rumor de que ha sido admitida en la corte y se ha convertido en amiga de la reina (algo que nadie desmiente, por lo cerrado y exclusivo del séquito de la reina), un rumor que le sirve no sólo para convertirse en un personaje muy solicitado por la alta sociedad de Francia, sino también para obtener grandes sumas de dinero de los prestamistas de París con las que sostener el lujoso tren de vida que ella y su marido llevan ahora. Pero no era suficiente para ellos y buscaron una nueva fuente de ingresos: el cardenal de Rohan.
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Louis René Éduard de Rohan (1734-1803) |
El cardenal Louis de Rohan, obispo de Estrasburgo (una de las diócesis más ricas de Francia), limosnero de la corte de Versalles y landgrave de Alsacia, pertenecía a una de las familias más ilustres y acaudaladas de Francia. No era un hombre especialmente avisado ni brillante, pero si ambicioso. Su gran ilusión era ser admitido en la corte para tener la ocasión de acceder a cargos más importantes que los que ya ostentaba, soñando incluso con ser nombrado Primer Ministro de Francia. Lamentablemente para él, la reina María Antonieta le profesaba una profunda antipatía; un resquemor que databa de años atrás, cuando el cardenal era embajador francés en la corte de Viena. En esa época, el cardenal se había ganado el rechazo de la corte austríaca no sólo por su estilo de vida, frívolo y ostentoso, poco acorde con su condición de sacerdote, sino también por una carta que había enviado a Luís XV en la que criticaba duramente la política austríaca y se burlaba de María Antonieta, definiéndola como voluble y sometida a la autoridad de su madre, María Teresa de Austria. La animosidad de la reina, que ésta no se molestaba en esconder, mantenía a Rohan lejos de la corte, y todos sus intentos para congraciarse con ella habían sido infructuosos, algo que desesperaba al cardenal. Por ello no fue difícil para Jeanne, que le había sido presentada por Boulainvilliers, ganarse su confianza, gracias a su supuesta amistad con la reina. Poco a poco, Jeanne fue convenciendo al cardenal de que la reina se mostraba receptiva a una reconciliación, siempre y cuando el cardenal le hiciese algunos favores personales. Principalmente, ayudar económicamente a los condes. El crédulo religioso les entregó durante meses diversas cantidades de dinero, hasta sumar un total de 60000 libras (por aquel entonces, el sueldo medio de un trabajador no llegaba a una libra diaria), cantidad que les permitió pagar deudas y mantener su espléndido estilo de vida. Para que el cardenal no sospechara, dieron un paso más: le entregaron varias cartas supuestamente escritas por la reina, que se mostraba conciliadora y agradecida. En realidad, las cartas eran hábiles falsificaciones escritas por Marc Rétaux de Villette, cómplice del matrimonio y amante de Jeanne.
Pero llegó un momento en el que la insistencia del cardenal por entrevistarse con la reina les hizo temer que su estafa fuera descubierta, así que le enviaron una nueva carta concertando un encuentro secreto (algo muy de moda aquellos días entre la nobleza francesa). Dicho encuentro tuvo lugar el 11 de agosto de 1785, poco antes del alba, en los jardines de Versalles. Rohan estaba tan emocionado y agradecido que no se dió cuenta de que la elegante mujer embozada que estaba ante él no era la reina, sino Nicole Leguay, una prostituta del Palais Royal que tenía cierto parecido físico con la soberana, contratada por Jeanne, y que es quien le agradece al cardenal el haber cumplido sus encargos y le dice que todo lo ocurrido anteriormente entre ellos queda perdonado. Rohan quedó tan encantado tras el encuentro que no dudó en entregar a los La Motte otras 50000 libras, que supuestamente la reina necesitaba para unas obras de caridad. Los estafadores hubieran podido mantener el engaño largo tiempo, escribiendo de vez en cuando alguna que otra carta para sacarle más dinero al cardenal. Hasta que en su camino se cruzó el famoso collar.
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Reconstrucción moderna del collar de María Antonieta |
En 1772, Luis XV había encargado a los joyeros parisinos Paul Bassange y Charles Auguste Boehmer un espectacular collar de diamantes para su amante, madame Du Barry. Pero la confección del collar se alargó más de lo previsto, ante la dificultad de conseguir todos los diamantes necesarios, y la muerte del rey frustró el acuerdo y puso en un serio aprieto financiero a los joyeros, que tuvieron que quedárselo. La magnífica joya, compuesta de casi 650 diamantes que sumaban unos 2800 quilates, resultaba tan cara que apenas un puñado de personas en toda Europa (la mayoría de ellas de la realeza) podían permitírsela. En 1778 se la ofrecieron a Luís XVI como regalo para María Antonieta, pero la rechazó. Sobre este rechazo hay distintas versiones: que el rey se echó atrás al saber el astronómico precio del collar (unos dos millones de libras), que la reina le aconsejó invertir el dinero en construir un nuevo barco para su armada, o que María Antonieta se negó a aceptar una joya que estaba destinada a otra mujer (más si esa mujer era Du Barry, una cortesana a la que detestaba). Jorge III de Inglaterra y Carlos III de España también rechazaron el collar cuando les fue ofrecida. En 1782, tras el nacimiento del delfín Luís José, la joya fue ofrecida de nuevo a María Antonieta, quien volvió a rechazarla.
Los joyeros estaban a punto de desmontar la joya cuando su existencia llegó a los oídos de la condesa de La Motte. Usando su fama y su supuesta cercanía a la corte, logró que el collar le fuera mostrado. Fascinada, la condesa decidió en ese momento que se haría con él utilizando al cardenal. Se entrevistó con él una vez mas y le contó que la reina deseaba comprar el collar, pero deseaba hacerlo en secreto por miedo a que su real esposo frustrara la compra, y además en aquel momento carecía de dinero suficiente (por todos era conocida la prodigalidad de la reina y sus abundantes deudas). La reina pedía al cardenal, antes de la pública reconciliación, un último favor: que el cardenal comprase el collar como su intermediario y avalista, y ella le devolvería el dinero más adelante. Pese a los deseos de Rohan de congraciarse con la reina, le asaltan las dudas. El astronómico precio del collar (rebajado a 1'6 millones) le parece exagerado. Sin embargo, termina por aceptar y el 29 de enero de 1785 compra el collar (a pagar en dos años, en cuatro plazos semestrales) y poco después se lo entrega a la condesa.
Los La Motte y Villette no pierden el tiempo; desmontan enseguida las gemas del collar y comienzan a venderlas a bajo precio. Su codicia y sus prisas están a punto de provocar que sean descubiertos; ante la inesperada abundancia de diamantes a bajo precio los joyeros de París ven bajar los precios de sus mercancías y denuncian a Villette a las autoridades, sospechando que se trata de gemas robadas. Pero Villette cita a la aparentemente acaudalada condesa de Valois de la Motte como dueña de las joyas y queda en libertad. No obstante, Jeanne se da cuenta de que deben de proceder con más cuidado y envía a su marido a Bruselas y a Londres, donde los joyeros no hacen preguntas incómodas sobre el origen de las piedras, para vender el resto de los diamantes.
Los condes se han hecho así con una enorme fortuna. Se han comprado una lujosa residencia en Bar-sur-Aube, al este de París, y llevan una vida principesca gracias al dinero del cardenal, a quien le ponen excusas cada vez que pregunta cuándo lo recibirá la reina o por qué nunca luce el collar. Esperaban que el cardenal no se diera cuenta de la estafa o bien que se mantuviera en silencio para no verse humillado al admitir el engaño. Pero el cardenal ha hecho constar en el contrato de compra que la reina es la última receptora y pagadora del collar, y se muestra inquieto al no recibir el dinero prometido. Ante la inminencia del primer pago, la condesa escribe a los joyeros desmintiendo que el collar sea para la reina y pidiéndoles que reclamen el dinero al cardenal. Sin embargo, Boehmer y Bassange, desconfiados, solicitan una entrevista con la reina. El 13 de agosto, Boehmer se ve con la reina en Versalles. El horrorizado joyero no tarda en descubrir que la reina no tiene el collar ni sabe nada de él, y la reina, aunque no alcanza a comprender todo lo ocurrido, que el odiado Rohan ha usado su nombre en un negocio turbio, quizá para desacreditarla, lo que la hace enfurecer.
La reina pide a su esposo que pida explicaciones a Rohan. El 15 de agosto, el sorprendido cardenal es arrestado mientras preparaba la celebración de la Misa de la Asunción en la capilla de Versalles y llevado ante los reyes y los ministros de justicia y de la Casa Real, donde trata de explicarse, creyendo a la reina conocedora de todo lo referente a la compra del collar. No tarda en descubrir que ha sido engañado y que nadie en la corte ha oído hablar nunca de la condesa de Valois de la Motte, pero María Antonieta está si cabe más furiosa que antes, y ante su insistencia, Luís XVI envía al cardenal a la prisión de la Bastilla. También son arrestados la condesa de Valois (que intentaba darse a la fuga), Nicole Leguay y el famoso alquimista Cagliostro, sospechoso de ser cómplice de la estafa. El conde logra huir a Londres con los diamantes que aún no habían vendido y Villette escapa a Suiza.
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Parlamento de París |
La nobleza francesa reacciona casi unánimemente apoyando a Rohan, cuyo arresto ven como un nuevo desprecio de la reina austríaca. Muchos incluso empiezan a rumorear que se trata de un montaje de la reina para vengarse de Rohan y de los nobles franceses y comienza una nueva campaña de desprestigio contra la reina. Finalmente, el cardenal, juzgado en mayo de 1786 por el Parlamento de París (un tribunal que representaba al rey al más alto nivel, dominado por la propia nobleza) es absuelto sin ni siquiera una reprimenda. También son absueltos Leguay y Cagliostro. La condesa es condenada a ser azotada, marcada con un hierro al rojo con la V de
voleuse (ladrona) y encarcelada a perpetuidad. Villette es condenado al destierro y el conde a galeras (ambos in absentia). La gran perdedora de todo el escándalo es María Antonieta, que sin tener nada que ver con el caso ha visto su prestigio menoscabado y su imagen arrastrada por el fango una vez mas, en medio de una virulenta campaña de difamación. Docenas de panfletos injuriosos que la acusan de todo tipo de obscenidades y frivolidades circulan por el país. Tras el juicio, la reina logra que su marido destituya al cardenal y lo envíe al exilio en una abadía de provincias, lo que es visto como un intento de socavar la autoridad del tribunal y redunda en un mayor desprestigio de la Casa Real.
La condesa de Valois se convirtió en una heroína popular y no tardó en huir de prisión (aparentemente, sobornando a sus guardianes). Ya en Londres, reunida con su esposo, publica sus memorias, donde retrata a la reina como lujuriosa, infiel y derrochadora. En 1791, la condesa se precipita desde la ventana de un tercer piso escapando de unos acreedores, resultando gravemente herida y muriendo dos meses después.
Los nobles franceses se tomaron el desenlace del caso del collar como una victoria. Su cortedad de miras no les dejó ver las terribles consecuencias que se derivarían de todo aquello. Una oleada de indignación sin precedentes sacudió a las clases populares francesas, que veían cómo mientras ellos pasaban hambre o malvivían con sueldos miserables, sus nobles dilapidaban enormes cantidades de dinero en joyas y caprichos. La imagen de la realeza, pilar central del régimen, quedó irremediablemente dañada.Toda esa rabia fraguaría apenas cuatro años después en la Revolución (el propio Napoleón diría después que el asunto del collar fue su punto de partida)que acabaría con las cabezas de los reyes y de numerosos nobles rodando por efecto de la guillotina.