Islas Farallones |
Las islas Farallones son un conjunto de pequeños islotes y peñascos situados a unos treinta kilómetros al sur del cabo californiano de Point Reyes. Que se sepa, nunca han estado habitadas; incluso los nativos de la región evitaban acercarse, por creer que en ellas habitaban los espíritus de los muertos. Así las llamaban: las Islas de los Muertos. Probablemente los primeros europeos en avistarlas fueron los miembros de la expedición que Juan Rodríguez Cabrillo lideró entre 1542 y 1543 por la costa de California; sin embargo, la muerte de Cabrillo durante la travesía hizo que no quedara registro escrito del viaje. El primero que las menciona es el célebre pirata inglés sir Francis Drake, quien las visitó en 1579 para abastecerse de huevos y carne de foca, y las llamó Islas de Saint James (nombre que conserva hoy en día uno de los islotes). Fue en 1603 cuando el fraile Antonio de la Ascensión, que formaba parte de la expedición de Sebastián Vizcaíno, les puso el acertado nombre de Farallones (un farallón es una roca alta y escarpada que sobresale del mar). Los pescadores que faenaban en sus aguas las llamaban también los Dientes del Diablo, por lo escarpado de sus costas y los peligrosos bajíos ocultos que las rodean.
Arao común (Uria aalge) |
Si por algo se caracterizan las Farallones es por su riqueza zoológica. Las islas albergan una de las principales colonias de aves marinas de los Estados Unidos, solo por detrás de Alaska y Hawai. En la actualidad, se calcula que habitan las islas alrededor de un cuarto de millón de aves de una docena de especies distintas, como el arao común (Uria aalge), la gaviota occidental (Larius occidentalis), el paíño boreal (Hydrobates leucorhus) o el cormorán pelágico (Phalacrocorax pelagicus). También albergaba importantes colonias de focas, pero la intensa actividad de los cazadores de focas americanos y rusos en la primera mitad del siglo XIX redujo drásticamente su número hasta hacerlas casi desaparecer; alguna de las especies presentes, como el oso marino ártico (Callorhinus ursinus) o el elefante marino del norte (Mirounga angustirostris) desaparecieron de las islas durante más de un siglo, y solo regresaron bien entrado el siglo XX.
Elefante marino del Norte (Mirounga angustirostris) |
En 1776 un grupo de colonos españoles fundaron en la costa de California un pequeño asentamiento al que llamaron Yerba Buena. Cerca de él, dos monjes franciscanos llamados Francisco Palou y Pedro Cambón fundaron una misión a la que llamaron Misión San Francisco de Asís o Misión Dolores. El pequeño asentamiento, cercano al fuerte de Presidio, pasó a ser territorio mexicano en 1822, tras la independencia de México; y en 1846 fue conquistado por los norteamericanos durante la guerra mexicano-estadounidense. En 1847 el entonces alcalde, Washington Allon Bartlett, la renombró como San Francisco. Por aquel entonces seguía siendo una pequeña villa que no llegaba a los 500 habitantes. Hasta que en 1848 sucedió algo que cambiaría su historia.
Ese año de 1848 se encontró oro en un lugar llamado Sutter's Mill, cerca del río Americano. La noticia se difundió con rapidez, y en cuestión de semanas o meses, miles de personas, procedentes de todos los rincones de Estados Unidos e incluso del extranjero, dejaron atrás hogar, familia y trabajo, y se dirigieron a California con la esperanza de hallar el filón que los hiciera ricos. San Francisco se convirtió en el epicentro de aquella fiebre del oro, y vio como su población se multiplicaba, pasando de apenas un millar de habitantes en 1848 a 25000 solo un año más tarde. Y eso trajo consigo numerosos problemas de abastecimiento. Aquellos miles de recién llegados tenían la costumbre de comer todos los días, y las pequeñas explotaciones agrícolas de la zona eran incapaces de proporcionar tal cantidad de alimentos, por lo que hubo que empezar a traerlos de fuera, lo que aumentó enormemente su precio. Además, algunos productos frescos que no podían ser traídos desde mucha distancia se convirtieron en artículos de lujo, como los huevos, por los que llegaba a pagarse un dólar la unidad. Y en medio de aquella escasez de huevos, a alguien se le ocurrió que allí había una fuente casi inagotable de huevos frescos, a apenas unos kilómetros de San Francisco: en las islas Farallones.
Aquel hombre se hacía llamar doctor Robinson, aunque no era su verdadero nombre. Era un inmigrante que había llegado hacía poco a San Francisco, atraído como los demás por el oro, pero que pronto se había dado cuenta de que la manera más rápida y segura de ganar dinero no era buscar oro, sino negociar con los que lo buscaban. Se desconoce su nombre real y su origen, aunque probablemente tenía formación médica (de ahí lo de "doctor") porque al poco de llegar abrió una farmacia. Un buen día, Robinson contrató a varios hombres, y se fue con ellos hasta las Farallones en un pequeño bote, recogieron todos los huevos que pudieron, y regresaron a San Francisco. Pese a que prácticamente la mitad de aquella primera carga se perdió, rompiéndose o cayendo al agua durante el viaje, la venta le proporcionó un beneficio tan alto que de inmediato creó una empresa, la Pacific Egg Company, para comercializar los huevos de las islas.
Recolectores de huevos en las Farallones |
La Egg Company operaba durante solo unos meses al año, de mayo a julio, coincidiendo con la época de puesta. Sus trabajadores seleccionaban un área para recolectar y destruían todos los huevos que encontraban en ella. De ese modo, cuando regresaban unos días más tarde se aseguraban de que todos los huevos que recogiesen eran frescos. Provistos de unos amplios chalecos con numerosos bolsillos, recolectaban los huevos y los llevaban luego a la ciudad. El ritmo de extracción era tan elevado que en algunos meses se alcanzaba el medio millón de huevos vendidos. Los huevos de arao eran los más apreciados, ya que su tamaño era el doble que el de un huevo corriente de gallina.
Dado que las Farallones no pertenecían oficialmente a nadie, la Pacific Egg Company presentó una reclamación de propiedad, alegando derechos de ocupación, sobre las dos islas más grandes del archipiélago, South East Farallon y Maintop, obteniendo una concesión provisional sobre ellas. Esto les permitió no solo construir una serie de infraestructuras en las islas para facilitar su trabajo (cabañas, senderos, muelles) sino mantener alejados a otros competidores que trataban de hacer negocio con los huevos, obligándolos a faenar en los otros islotes, mas pequeños y escarpados y, por lo tanto, menos productivos. En ocasiones, recurriendo incluso a dejar en las islas vigilantes armados para ahuyentar a los visitantes no deseados.
En 1855 el gobierno norteamericano construyó un faro en South East, lo que convertía a Ira Rankin, supervisor gubernamental de los faros de la región, en la máxima autoridad pública de las islas, aunque en la práctica eso no cambió nada; Rankin siempre respetó el derecho de la Pacific Egg Company a recolectar huevos en las islas y a impedir a sus competidores el acceso, tomando partido por Robinson en caso de conflicto. En 1859 el entonces presidente de los EEUU James Buchanan firmó una orden presidencial reclamando la posesión del archipiélago en nombre del gobierno federal; algo que, como era previsible, encontró un rechazo absoluto por parte de la Egg Company.
Sin embargo, no todos estaban dispuestos a aceptar de buen grado que se les excluyera de un negocio tan jugoso. En 1863 un hombre llamado David Batchelter contrató a un grupo de hombres, en su mayoría inmigrantes italianos, e intentó recolectar huevos en las islas principales, pero fue expulsado por un grupo de agentes federales enviados por Rankin desde San Francisco. Un par de semanas más tarde lo intentó de nuevo, y de nuevo los hombres enviados por Rankin le hicieron desistir. El 2 de junio de 1863 los agentes sorprendieron de nuevo a Batchelter en las inmediaciones de las islas, pero él los convenció de que su plan era recolectar huevos en los islotes menores. La mañana del 4, Batchelter y sus hombres, fuertemente armados, desembarcaron en South East Farallon, siendo recibidos a tiros por los vigilantes de la Pacific Egg Company. Después de un violento tiroteo, que se prolongó durante veinte minutos y dejó dos muertos (uno por cada bando) y cuatro heridos, Batchelter y los suyos se vieron obligados a retirarse de la isla.
Ante la gravedad de lo sucedido, que pasó a la historia como "La Guerra del Huevo", tuvieron que intervenir los tribunales. La Pacific Egg Company pidió que se reconocieran de una vez sus derechos sobre las islas; el juez falló a su favor, desestimando la reclamación del gobierno y concediendo a Robinson el control total sobre las islas. Mientras, Batchelter era juzgado y condenado por asesinato, aunque luego su condena fue anulada por un tecnicismo.
La Pacific Egg Company siguió explotando las islas durante casi veinte años más, hasta que a finales de la década de 1870 Robinson decidió dejar el negocio. La compañía ya no daba tantos beneficios como antaño; las granjas que se habían creado a lo largo de los años ya proveían a la ciudad de un suministro de huevos de gallina suficiente y continuo durante todo el año, y más económicos que los de las aves salvajes. Además, el gobierno había seguido presionando para lograr los derechos de las islas, y Robinson estaba cansado de litigar. Así que cedió su soberanía sobre las dos islas al gobierno federal (a cambio, dicen, de una generosa suma de dinero), disolvió su compañía y se retiró. El gobierno prohibió en 1881 la recolección de huevos y en 1909 las islas más al norte se convirtieron en una reserva natural, que en 1969 se amplió a todo el archipiélago y en 1981 a las aguas circundantes. En la actualidad está prohibido el acceso a las islas, y los únicos autorizados a permanecer en ellas son los investigadores del Servicio de Caza y Pesca de los Estados Unidos y de algunas organizaciones de estudio de la fauna salvaje.
Se calcula que durante las décadas en las que las islas fueron explotadas se recogieron en ellas en torno a catorce millones de huevos, dañando gravemente a las poblaciones de aves nidificantes, especialmente las de arao común, una especie que solo pone un huevo en cada puesta. En la actualidad, pese a que ya ha transcurrido casi siglo y medio, las poblaciones de arao siguen siendo menos numerosas de lo que se calcula que eran antes de que comenzara la recolección.