El 2 de abril de 1982, una fuerza de desembarco conjunta de la Marina y el Ejército argentinos ocupaba los archipiélagos de las Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur, tres grupos de islas bajo soberanía británica que los argentinos reclamaban como propios, y que habían sido anexionados unilateralmente por el Reino Unido en 1833 (las Malvinas), 1843 (las Georgias) y 1908 (las Sandwich).
Los argentinos sabían que el poderío militar del Reino Unido era muy superior al suyo, pero creían que los británicos no lanzarían un contraataque a gran escala para recuperar unas islas de escasa importancia económica y estratégica, y además tan alejadas de sus bases. Confiaban en que la opinión pública inglesa (afectada por una severa crisis económica) se mostrara contraria a la movilización y que los organismos internacionales (como la ONU, que defendía la teoría de la "guerra justa") acabasen presionando a los británicos para una salida diplomática. No fue así, sin embargo: el 3 de abril, el Reino Unido logró que la ONU aprobase la resolución 502, exigiendo la retirada de las tropas argentinas. En apenas una semana, los británicos ya habían conseguido el apoyo de la ONU, la OTAN (es decir, EEUU), la Comunidad Económica Europea y la Commonwealth. La acción de Argentina fue apoyada únicamente por los países del bloque comunista (lo que no debió de ser de gran consuelo para el régimen dictatorial y ultraderechista argentino) y algunos vecinos sudamericanos como Perú, Brasil o Venezuela.
Los argentinos tenían que pensar en como equilibrar un poco las fuerzas. Y fue así como surgió la Operación Algeciras.
Jorge Isaac Anaya (1926-2008) |
El primer paso era fijar un objetivo. Por motivos obvios, se descartaron las bases en Gran Bretaña: dado el enfrentamiento entre ambos países, un grupo de argentinos rondando las bases navales de las islas llamaría la atención hasta del agente menos espabilado. Por lo tanto, se eligió Gibraltar; actuando desde territorio español, el comando argentino no tendría dificultades idiomáticas y pasaría desapercibido.
A continuación, Girling eligió a los componentes del grupo, escogiendo a tres antiguos guerrilleros montoneros. Los Montoneros era un grupo armado de la izquierda peronista que había cometido numerosos ataques entre 1970 y 1979, antes de ser brutalmente reprimidos por el régimen militar a finales de la década de los setenta. Aunque pudiera parecer un contrasentido elegir a quienes teóricamente eran enemigos del gobierno, Girling los escogió porque, en el caso de ser descubiertos, nadie podría relacionarlos con la Junta Militar argentina; bastaría con decir que se trataba de una acción aislada de la guerrilla montonera. Además, los tres se habían convertido en colaboradores de los servicios secretos argentinos tras el desmantelamiento de la guerrilla. Los tres ex-guerrilleros eran buzos expertos y tenían experiencia en ataques a buques. Se trataba de Máximo Alfredo Nicoletti (hijo de un buzo militar italiano miembro de la Decima Fottiglia MAS, que durante la Segunda Guerra Mundial había llevado a cabo varios ataques submarinos a barcos aliados), Antonio Nelson Latorre, alias "Diego el Pelado", y un tercer miembro apodado "el Marciano" cuya identidad real nunca se supo. Los tres aceptaron el ofrecimiento de Girling. Los acompañaría el capitán de corbeta Héctor Rosales, miembro del servicio de inteligencia argentina, como supervisor y enlace entre el grupo y la cúpula militar argentina.
Máximo Nicoletti |
Nicoletti y Latorre se instalaron en un hotel de Estepona y realizaron un primer reconocimiento de la zona de la bahía de Algeciras, para luego alquilar un coche y viajar a Madrid, donde se encontrarían con los otros dos miembros del grupo y recogerían las minas magnéticas con las que se llevaría a cabo el ataque. Las minas, de fabricación italiana (otra precaución más para no dejar pistas que señalasen hacia Argentina) habían llegado a la embajada argentina en Madrid por medio de la valija diplomática, para evitar inoportunas inspecciones de aduanas, ocultas en el interior de una boya de señalización marítima. Eran tres artefactos bastante voluminosos (de unos 60 centímetros de diámetro) cargados cada uno con veinticinco kilos de Trotyl, un potente explosivo a base de TNT. Para su transporte por carretera, Rosales alquiló en Madrid otros dos coches. Por aquel entonces, la actividad del grupo terrorista ETA y la inminente celebración del Mundial de fútbol hacía que hubiese a menudo controles aleatorios en las carreteras españolas. Se decidió que los tres automóviles de que disponían viajasen con una separación de unos 20 minutos. El primero, conducido por Nicoletti y que actuaba como lanzadera, en caso de encontrarse un control, debía dar la vuelta sin despertar sospechas en cuanto pudiera y desandar el camino hasta cruzarse con los otros dos vehículos, que así sabrían que algo ocurría. En caso de que el primer coche fuese retenido en el control, era el segundo el que debía cambiar de sentido y advertir al tercero, en cuyo interior iban los artefactos. Sin embargo, el viaje transcurrió sin incidentes y se instalaron en un hotel de Algeciras, justo enfrente de la base naval británica.
Su siguiente paso fue comprar un bote hinchable y equipo de buceo, con la excusa de dedicarse a la pesca deportiva. Lo adquirieron en el Corte Inglés de Málaga (creyendo que llamarían menos la atención que si lo hacían en una tienda especializada) y pagando en metálico (para evitar dejar pistas, sólo empleaban dinero en efectivo, ni tarjetas ni cheques). Durante sus fingidas excursiones de pesca, pudieron llevar a cabo un exhaustivo reconocimiento de las aguas de la bahía de Algeciras y de las defensas de la base gibraltareña, descubriendo que las medidas de seguridad eran escasas: apenas había vigilancia y ni siquiera había una red antisubmarinos. Evidentemente, los británicos no esperaban un ataque.
Sin embargo, en aquel momento el único barco atracado en la base era un pequeño minador, un objetivo de escasa entidad. Y aunque posteriormente llegarían a puerto un destructor y varios buques logísticos, el comando no recibió el permiso de sus superiores para atacar. En aquellos días todavía se estaba intentando una salida negociada a la crisis. Aquellas negociaciones, en las que intervenían como mediadores el secretario de estado norteamericano Alexander Haig y el presidente de Perú, Fernando Belaúnde Terry, tenían pocos visos de properar, ya que ni los argentinos accedían a retirar sus tropas de las islas, ni los británicos estaban dispuestos a pasar por alto el ataque sufrido. Pero aún así, el gobierno argentino temía que el ataque echase por tierra aquella última opción diplomática, por lo que al comando se le ordenó esperar.
ARA General Belgrano |
Ellos todavía no lo sabían, pero los británicos estaban sobre aviso de que algo tramaban los argentinos en la zona. Un mensaje interno entre el gobierno argentino y su embajada en Madrid interceptado por sus servicios secretos les había revelado la existencia de un comando activo en el campo de Gibraltar, y suponían, con razón, que estaban preparando alguna acción contra la base naval.
HMS Ariadne |
La incursión se fijó para la noche del 9 al 10 de mayo. Pero, con todo dispuesto y los buzos ya en el bote, el cielo, hasta entonces cubierto de nubes, se descubrió de repente. Era una noche con una luna llena espléndida, y el comando temió ser descubierto por los centinelas, por lo que aplazaron el intento para el día siguiente.
La mañana del día 10, mientras Nicoletti y el Marciano descansaban en el hotel, Rosales y Latorre se encaminaron hacia la agencia de alquiler para renovar el contrato de los tres automóviles. Pero cuando estaban en la agencia, hicieron su aparición varias patrullas de la policía española, que arrestaron a ambos. Los otros dos miembros del comando fueron detenidos poco después en su hotel. Lo cierto es que, a pesar de todas sus precauciones para pasar desapercibidos, habían despertado las sospechas de la policía. Sus movimientos y la gran cantidad de dinero en efectivo que manejaban habían llevado a los agentes a pensar que podía tratarse de narcotraficantes o de los miembros de una banda de ladrones de bancos de origen sudamericano que había actuado en la zona, por lo que habían pedido a los trabajadores de la agencia de alquiler que los avisasen si volvían por allí. Su sorpresa fue grande cuando Rosales, mientras era interrogado, afirmó "Soy el capitán Rosales, de la Armada argentina, y estoy en una misión secreta. Desde este momento me considero prisionero de guerra y no diré una palabra más", a lo que el comisario que lo interrogaba, al parecer, respondió con la típica guasa andaluza "Si tú eres marino argentino, yo soy sobrino del Papa".
La detención de los cuatro argentinos no tardó en llegar a oídos del CESID, los servicios secretos españoles, quienes ya habían sido advertidos por los británicos de la presencia del comando en la zona. De inmediato, se dio orden de mantenerlos bajo custodia mientras se informaba al presidente del gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo. Los arrestados acabaron compartiendo un almuerzo con sus captores; un almuerzo que, según los propios argentinos, fue cordial y divertido. Los agentes simpatizaban con ellos y les decían que, si sus jefes no estuvieran ya informados, les habrían dejado en libertad. Uno incluso llegó a decir: Hombre, si yo hubiera sabido que ibais a hundir un barco inglés os dejaba. Después de todo, el Peñón de Gibraltar también es territorio usurpado por Inglaterra.
Leopoldo Calvo-Sotelo (1926-2008) |
El almirante Anaya fue condenado a doce años de prisión en 1989 por su actuación durante la Guerra de las Malvinas, aunque sería luego indultado por el presidente Carlos Menem. Moriría a principios de 2008. Nicoletti fue encarcelado en 1994 por el asalto a varios furgones blindados, aunque sólo cumplió cinco años de prisión. Rosales y Latorre fallecieron en los 90 y, en cuanto al Marciano, sigue sin saberse su verdadera identidad, pero se rumorea que ocupa un cargo importante en la ONU.
En 2004 se estrenó un documental hispano-argentino dirigido por Jesús Mora y titulado, precisamente, "Operación Algeciras", en el que se reconstruía toda la operación y que incluía declaraciones de algunos de los protagonistas del plan, entre ellos el almirante Anaya y Nicoletti.