Réplica del HMAV Bounty, construída en Nueva Zelanda en 1979
Los sucesos acaecidos a bordo de la
HMAV Bounty han conocido numerosas versiones: sesudos ensayos historiográficos, novelas, varias adaptaciones fílmicas entre 1916 y 1984... Pero lo cierto es que mucho de lo que se cuenta sobre ellos no es verídico. La historia del amotinamiento de parte de la tripulación del barco ha sido muy manipulada y tergiversada y la versión que habitualmente se ha difundido tiene poco que ver con la realidad.
Todo comenzó con el
Artocarpus altilis, conocido como árbol del pan, frutipan, cacaté o guampán. Este árbol, cuyas distintas subespecies se encuentran desde el sudeste asiático hasta Australia y la Polinesia, da un fruto nutritivo y de gran tamaño, del que una vez seco se obtiene una especie de harina muy similar a la del maiz. Esto hizo que a sir Joseph Banks, noble y naturalista inglés que fué presidente de la Royal Society desde 1771 hasta su muerte en 1820, se le ocurriese la idea de plantarlo masivamente en las posesiones inglesas en el Caribe, para utilizarlo como alimento de los numerosos esclavos que trabajaban las plantaciones coloniales y así abaratar los costes de explotación (ah, estos ingleses, siempre mirando por el bienestar ajeno...). Su propuesta fué aceptada y el gobierno inglés decidió enviar al
Bounty, un modesto mercante que acababa de comprar (originariamente su nombre era
Bethia), a Tahití, con la misión de recolectar ejemplares del
Artocarpus y llevarlos al Caribe. Al mando del barco colocaron al joven teniente de navío William Bligh (no sería nombrado capitán hasta 1791), que contaba 33 años y había participado en el tercer y último viaje del legendario capitán James Cook. Debido a su misión no bélica y al pequeño tamaño de buque y tripulación, no embarcaron infantes de marina, como solía ser frecuente en barcos de guerra de mayor tamaño. El
Bounty zarpó hacia su destino el 23 de diciembre de 1787. Nunca volvería a Inglaterra.
El viaje fué notablemente dificultoso. El pésimo tiempo les impidió doblar el cabo de Hornos, con lo que Bligh se vió obligado a tomar la ruta alternativa y doblar el cabo de Buena Esperanza, lo que supuso dar un notable rodeo y llegar a Tahití varios meses más tarde de lo previsto, el 25 de octubre de 1788. Además, llegó en una estación inapropiada para transplantar los brotes del frutipán, por lo que tuvieron que quedarse en Tahití hasta que se dieran las condiciones necesarias.
Al contrario de lo que se ha repetido muchas veces, Bligh no fué el comandante cruel y despótico con sus hombres que se ha querido hacer ver. Durante el viaje, el número de castigos a bordo fué inusulamente bajo, y al parecer él mismo había recomendado a sus oficiales ser moderados en ese aspecto. Incluso había tomado medidas en beneficio de su tripulación, como establecer tres turnos de trabajo en lugar de dos, para aumentar el tiempo de descanso.
Para la tripulación del
Bounty, los meses que pasaron en Tahiti fueron una auténtica delicia: descanso, mujeres, comida fresca, mujeres, agua limpia, mujeres, un clima excelente... ¿he mencionado las mujeres? Con lo que, tras cinco meses, y una vez recolectados los árboles, partieron de muy mala gana el 4 de abril de 1789, rumbo al Caribe. El descontento a bordo era notorio. Y así, el 28 de abril estalló un motín encabezado por el primer oficial de Bligh, Fletcher Christian. Éste no es tampoco el héroe romántico que nos han vendido. Nacido en el seno de una familia ilustre venida a menos por los despilfarros de sus antepasados (que acabaron forzando que la familia se asentase en la isla de Man para huir de sus acreedores), su actuación como cabecilla del amotinamiento dice muy poco en favor suyo, más aún cuanto él y Bligh eran buenos amigos, habían servido juntos bajo las órdenes de Cook y Christian era un invitado habitual en casa de Bligh. Aún así, aprovechando su turno de guardia, Christian y once de los 42 tripulantes del buque se apoderaron de las armas y capturaron a Bligh. Los once amotinados sometieron a los otros treinta y uno. Bligh y 18 de los hombres que le habían permanecido leales fueron obligados a subir a un bote y abandonados en alta mar, sin apenas agua ni provisiones y con algunos instrumentos de navegación. Los amotinados y los otros 13 que no habían participado (y que no cabían en el bote) partieron rumbo a Tahiti.
En una notable hazaña náutica, Bligh y sus hombres llegaron, tras 41 días de navegación y habiendo recorrido 6700 kilómetros, a la isla de Timor, habiendo perdido un sólo hombre, en un combate con los nativos de la isla de Tofua. Una vez dado aviso de lo sucedido, las autoridades británicas enviaron inmediatamente a Tahití al
HMS Pandora, al mando del capitán Edwards, un hombre cruel, autoritario y severo (muchos creen que la mala fama de Bligh se debe a una confusión con Edwards). En Tahití, los ingleses encontraron a 16 miembros de la tripulación del
Bounty, quienes contaron cómo Christian y ocho marineros fieles habían dejado la isla meses atrás, para evitar ser capturados, con rumbo desconocido, acompañados por un grupo de mujeres y varios hombres tahitianos. Edwards arrestó a los 16 y los encerró en el
Pandora para llevarlos a Inglaterra; pero debido a la incompetencia de Edwards, el barco encalló y se hundió en el Gran Arrecife de Coral australiano, muriendo varios de los presos. Al final, sólo 10 llegaron vivos a Inglaterra para ser juzgados. Gracias al testimonio de Bligh, cuatro fueron absueltos por no haber formado parte de la rebelión; otros dos fueron condenados (aunque luego serían indultados) porque, aunque no habían tomado parte en el motín, no se habían opuesto a los sublevados; otro, un oficial llamado Peter Heywood, fué absuelto por un tecnicismo (aunque en realidad se debió a sus influencias, ya que era sobrino de Lord Howe, almirante de la Flota del Canal); y los tres últimos, reconocidos como parte de los amotinados, fueron condenados y ahorcados. Bligh fué declarado no culpable de la pérdida del barco en un juicio celebrado en octubre de 1790. Poco después ascendería a capitán y acabaría sus días como Vicealmirante de la Armada británica.
¿Y qué fué de los amotinados? No se volvió a saber de ellos hasta 1808. En ese año, un ballenero norteamericano llamado
Topaz llegó a la isla de Pitcairn, en plena Polinesia y a unos 2000 km al sureste de Tahiti. La isla era muy poco frecuentada: no estaba habitada, ni tenía recursos para explotar, estaba lejos de las rutas comerciales habituales y, por un error cartográfico, aparecía en la mayor parte de los mapas en una situación diferente a la real.
Los tripulantes de la
Topaz se sorprendieron al encontrar la isla habitada: varias mujeres, un puñado de niños y un hombre, que resultó ser John Adams, el último de los amotinados del
Bounty que quedaba con vida. Adams contó a sus visitantes cómo Christian había puesto rumbo a Pitcairn sabiendo que sería muy poco probable que los ingleses los buscasen en aquellos parajes. Y para evitar llamar la atención de algún barco que pasase accidentalmente por allí, él mismo había quemado el
Bounty en enero de 1790. La vida en la isla resultó menos idílica de lo esperado: los contínuos roces entre los recién llegados desembocaron en numerosas peleas y, finalmente, en un brutal enfrentamiento entre los tahitianos y los ingleses, a resultas del cual murieron todos los hombres tahitianos y cinco de los amotinados, incluído Christian. Los otros tres amotinados murieron, uno por enfermedad, otro por una caída y el tercero a manos de sus propios compañeros, de modo que cuando llegaron los americanos sólo quedaban Adams, las mujeres y los niños, la mayoría hijos de los marineros ingleses.
Adams recibió un indulto real en 1825, perdonándole su delito de amotinamiento a condición de que nunca volviera a Inglaterra. Pitcairn, que aún hoy en día sigue siendo una posesión británica, está habitada por unas cincuenta personas, la mayoría descendientes de los hombres de la
Bounty.