Verba volant, scripta manent

sábado, 30 de enero de 2016

La masacre de Amritsar



Los movimientos nacionalistas de la India, bastante activos a finales del siglo XIX y principios del XX, se atemperaron bastante durante la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto, pese a la negativa imagen que los británicos tenían de los indios, el país se volcó en ayudar a la metrópoli: más de 1'3 millones de indios participaron en la guerra, bien como combatientes o bien como trabajadores al servicio del ejército británico. El gobierno y los príncipes locales aportaron víveres, armas y dinero para contribuir al esfuerzo bélico. La India salió malparada de la guerra; no sólo tuvo cuantiosas bajas entre sus tropas (agravadas por la epidemia de gripe española que azotó al país) sino que su economía se vio seriamente dañada por el aumento de los impuestos y las restricciones al comercio.
El sentimiento general de los indios era que todos aquellos sacrificios podían hacer cambiar a los británicos sus políticas en la India y otorgar más autonomía a la colonia. Y, durante algún tiempo, pareció que iba a ser así. El Secretario de Estado para la India, Edwin Montagu, pronunció en 1917 un histórico discurso ante el Parlamento en el que asumía que la política a seguir en cuanto a la India era irla dotando de mayor autonomía hasta alcanzar un gobierno indio que formase parte del Imperio. Y la Ley de Gobierno de la India de 1919 establecía que la administración de la colonia estuviese compartida por funcionarios británicos nombrados por la corona y delegados indios elegidos por votación, aunque reservando para los británicos los sectores más importantes tales como las finanzas públicas o la justicia.
Pero estas esperanzas se vieron muy pronto defraudadas. Ante los temores del ejército a una rebelión y los rumores nunca confirmados de que los movimientos nacionalistas indios preparaban acciones contra los británicos, el gobierno británico decidió prorrogar el estado de excepción declarado en la India en 1915 a causa de la guerra y promulgó en 1919 la durísima y restrictiva Ley de Crímenes Anarquistas y Revolucionarios, conocida como Ley Rowlatt, llamada así por el presidente del comité que la recomendó, el juez sir Sidney Rowlatt. Esta rigurosa ley, encaminada a sofocar cualquier conato de rebelión en la India, estuvo vigente desde marzo de 1919 hasta marzo de 1922, y otorgaba a las autoridades británicas amplios poderes para combatir al nacionalismo indio. La ley permitía mantener a un sospechoso en prisión preventiva hasta dos años sin llevarlo a juicio, o que un acusado fuera a juicio sin ser informado del delito del que se le acusaba y de las pruebas que había contra él, prohibía a los condenados por delitos de sedición participar en actividades políticas, educativas o religiosas aún tras su liberación, limitaba la libertad de prensa y autorizaba a la policía a hacer arrestos y registros sin orden judicial, entre otros polémicos aspectos.
Estas medidas provocaron un rechazo generalizado entre la población nativa, incluso entre los sectores más moderados, y con ello el resurgimiento del nacionalismo hindú más reivindicativo. Hubo llamamientos a una huelga general y las protestas se multiplicaron por todo el país, con especial incidencia en la provincia del Punjab.

Coronel Reginald Edward Harry Dyer (1864-1927)
El 10 de abril de 1919, en la ciudad punjabí de Amritsar, dos destacados líderes locales que se habían posicionado en contra de la Ley Rowlatt, el doctor Satya Pal (hindú que había servido en el ejército británico durante la guerra) y el doctor Saifuddin Kitchlew (musulmán), fueron arrestados por las autoridades y llevados a un lugar desconocido. Un gran número de personas se reunieron para protestar por ambos arrestos, pero cuando intentaron acceder al barrio donde se encontraban los edificios de la administración colonial, los soldados abrieron fuego matando a varios de los manifestantes. Durante el resto del día hubo disturbios, incendios y al menos cinco europeos murieron a manos de la multitud enfurecida. Al día siguiente una profesora británica llamada Marcella Sherwood, que había ido a la ciudad a interesarse por la suerte de sus alumnos, fue sorprendida por un grupo de exaltados que le propinó una brutal paliza (fue salvada de morir por varios civiles indios, entre ellos el padre de uno de sus alumnos, que la protegieron y la escondieron). Los días siguientes no hubo disturbios en Amritsar, pero si en el resto del Punjab: cortes de vías férreas y de líneas de telégrafos, quema de edificios, ataques a europeos... El gobierno británico decretó la ley marcial, prohibiendo las reuniones de más de cuatro personas.
El día 13 de abril de 1919, miles de personas se reunieron en Amritsar para celebrar el Vaisakhi, la festividad local del año nuevo solar. Una celebración multitudinaria en la que participaban tanto hindúes como musulmanes y sikhs (para los que la festividad tiene mucha relevancia). La multitud (entre 20 y 25000 personas, de todas las edades, incluidas familias enteras) se dirigió alrededor de las cuatro de la tarde al Jallianwala Bagh, un jardín público rodeado de edificios al que se accedía por un pórtico principal y cuatro pequeñas entradas secundarias.
Cuando el coronel Dyer, oficial al mando de las tropas británicas en Amritsar, supo de la celebración, acudió de inmediato acompañado de dos carros de combate ligeros y un contingente de unos noventa gurkhas nepalíes y soldados balochis. Dejó a los carros vigilando la entrada principal y apostó a sus hombres en el jardín para, a continuación, ordenar a los soldados abrir fuego sin previo aviso contra la multitud.

El Jallianwala Bagh, días después de la masacre
Lo que vino a continuación fue una espantosa carnicería. Los soldados disparaban sobre la aterrorizada muchedumbre que trataba de huir desesperadamente. Algunos soldados que dispararon al aire fueron reprendidos por Dyer, que les ordenó apuntar bajo. Docenas de personas murieron asfixiadas o aplastadas tratando de escapar por alguna de las cuatro entradas secundarias, ninguna de las cuales permitía el pasó de más de una o dos personas a la vez. Muchos murieron ahogados al caer a un profundo pozo que había en el jardín mientras intentaban ponerse a salvo. El tiroteo se prolongó durante diez minutos, hasta que los soldados agotaron las municiones que habían llevado. Sólo entonces ordenó Dyer a sus soldados regresar a su cuartel. Muchos heridos murieron esa noche por falta de atención ya que, al haberse impuesto un toque de queda, no se permitió a la gente salir a la calle.
La cifra total de víctimas nunca se sabrá. Los británicos reconocieron 379 muertos y en torno a un millar de heridos, pero los indios hablaron siempre de al menos un millar de fallecidos (algunas fuentes elevan la cifra a 1500 o 1800), muchos de ellos mujeres y niños.
Al día siguiente, el gobierno británico de la India emitió un comunicado oficial en el que se afirmaba que los soldados habían disparado en defensa propia, ante los ataques de "manifestantes que protestaban contra las medidas", provocando 379 muertos (todos varones adultos). Dyer, cuyos actos fueron aprobados por sus superiores y por el gobernador británico del Punjab, Michael O'Dwyer, manifestó que había "derrotado a un potencial ejército revolucionario" y que su intención había sido "dar un escarmiento a los indios por su desobediencia". Además, Dyer se dirigió en términos amenazadores a los habitantes de Amritsar, anunciando nuevas represalias si había nuevos disturbios, además de ordenar que, durante varios días, los indios que pasasen por la calle en la que había sido agredida Marcella Sherwood lo hiciesen a cuatro patas, obligados por sendos piquetes de soldados apostados en ambos extremos de la calle.

Impactos de los disparos de los soldados británicos, todavía visibles hoy en día
La masacre provocó una profunda conmoción en la India, cuya población nativa (no así los británicos) mostraron una condena unánime. Toda posibilidad de entendimiento con los británicos quedó destruida y las ansias de independencia se reavivaron con una intensidad nunca vista, provocando el ascenso de figuras como el Mahatma Gandhi o el Pandit Nehru. Rabindranat Tagore, premio Nobel de Literatura sólo unos años antes, renunció al título de Sir que le había otorgado el rey Jorge V, mostrando su solidaridad con sus compatriotas.

Sir Michael Francis O'Dwyer (1864-1940)
En Gran Bretaña las noticias de la masacre fueron recibidas con división de opiniones. Buena parte de la sociedad inglesa se mostró horrorizada y miembros destacados del gobierno británico la condenaron sin ambages: Edwin Montagu la consideró "un grave error de juicio", el secretario de Estado Winston Churchill se refirió a ella como "un acontecimiento monstruoso, un episodio sin precedentes en la historia moderna del Imperio Británico" y Herbert Henry Asquith, antiguo primer ministro, como "una de las peores atrocidades de toda nuestra historia". Pero, por otra parte, los sectores más conservadores y nacionalistas justificaron las acciones de Dyer, al que tildaron de "héroe" y al que el escritor Rudyard Kipling llegó a considerar "el hombre que había salvado a la India para el Imperio".
Ante la gravedad de lo acontecido, en octubre de 1919 se formó un comité de investigación, conocido como Comisión Hunter, formado por juristas y políticos británicos e indios, y presidido por Lord William Hunter, antiguo parlamentario y Procurador General de Escocia. Contra la formación de esta Comisión se pronunciaron miembros del parlamento y de la Cámara de los Lores, así como O'Dwyer, que una vez más defendió la actuación de Dyer y pidió que "no fuera castigado, sino premiado por evitar una rebelión en el Punjab". La Comisión Hunter tomó declaración a numerosos testigos en las semanas siguientes, y también al propio Dyer. Altivo, frío y sin dar la más mínima muestra de arrepentimiento, Dyer admitió con toda franqueza que no había hecho ningún intento por impedir la concentración ni dispersar a la muchedumbre, que había acudido al Jallianwala Bagh con intención de abrir fuego y no había mediado provocación alguna, y reiteró su convencimiento de que su acción había servido para evitar una rebelión y para dar un escarmiento a los alborotadores del Punjab. Incluso admitió que, si los blindados hubieran cabido por la entrada del jardín, les habría ordenado a ellos también abrir fuego, aumentando todavía más el número de bajas. Preguntado por qué no había atendido a los heridos, argumentó que "No era asunto mío. Los hospitales estaban abiertos, que hubieran ido allí".

Monumento en el Jallianwala Bagh en homenaje a las víctimas de la masacre
Después de varios meses de deliberación, la Comisión emitió una conclusión unánime, condenando la actuación de Dyer. Según su dictamen, Dyer había sobrepasado los límites de su autoridad, cometiendo un grave error al no intentar dispersar a la multitud y abriendo fuego contra civiles (hombres, mujeres y niños) desarmados. Además, negaban que hubiera existido ningún intento de rebelión y cuestionaban las motivaciones de Dyer al querer "dar una lección" a los posibles rebeldes. También consideraron inaceptables la duración del tiroteo y que se hubiera abandonado a los heridos a su suerte. No obstante, dado que las acciones de Dyer habían sido aprobadas por sus superiores, la Comisión no tomó medida alguna, legal o disciplinaria, contra él. Finalmente, Dyer fue acusado simplemente de tener "un sentido equivocado del honor" y relevado de su puesto el 23 de marzo de 1920. Volvió entonces a Inglaterra, donde fue recibido con honores y homenajes por aquellos que todavía veían en él al héroe del Imperio. Es mas, incluso el periódico ultraconservador Morning Post organizó una cuestación pública que recaudó más de 26000 libras para el coronel como agradecimiento.
Dyer jamás se retractó de ninguna de sus opiniones y siguió defendiendo la política de mano dura en la India, y oponiéndose ferozmente a su autonomía. En 1921 sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralítico hasta su muerte, en 1927. En cuanto al otro gran señalado como culpable de la masacre, el gobernador O'Dwyer, no se tomaron medidas contra él, pero al final también lo alcanzaron los efectos de aquella carnicería: el 13 de marzo de 1940, en pleno centro de Londres, O'Dwyer moría tiroteado por Shaheed Udham Singh, un sikh que había resultado herido en el Jallianwala Bagh y quería así vengar la memoria de los caídos aquel día.

martes, 26 de enero de 2016

Pacific City, la utopía que no pudo ser

El puerto de Topolobampo, en la actualidad

En el año de 1870 un grupo de potentados norteamericanos, propietarios de la Denver and Rio Grande Railway, planearon la construcción de una línea de ferrocarril que conectase el sur de los Estados Unidos con la capital de México. Las buenas perspectivas del proyecto les llevaron a plantearse una nueva línea que conectase EEUU con México, pero discurriendo por la costa del Pacífico.
Para realizar los estudios previos a la construcción de esta línea (que finalmente tardaría casi 90 años en construirse, si bien sólo en su parte mexicana) se contrató a un joven ingeniero de 23 años llamado Albert Kimsey Owen. Owen pasó casi un año recorriendo la costa mexicana del Pacífico, aprendió español y trabó amistad con numerosas personas, entre ellas un joven general mexicano llamado Manuel del Refugio González. En 1871, el cónsul del EEUU en Mazatlán, Benjamin Carman, habló a Owen de una bahía situada algo más al norte, en un emplazamiento ideal para construir un puerto y que era ocasionalmente utilizada por contrabandistas. Owen no llegó a la bahía, llamada por los nativos Ohuira ("lugar encantado", en lengua cahita), hasta septiembre de 1872, acompañado por otro ingeniero, Fred G. Fitch, y quedó fascinado por la bahía, amplia y resguardada, convenciéndose de que allí podría construirse un puerto comercial a la altura de los mayores del mundo. De inmediato descartó la idea original del ferrocarril y planeó la construcción de otra línea que, partiendo del centro de EEUU (probablemente de Kansas) cruzase Wyoming y Texas, para luego atravesar Sierra Madre y llegar a Ohuira. De ese modo, en la bahía podría construirse un puerto comercial que serviría de puerta de salida de la producción agrícola e industrial del centro y el sur de los EEUU hacia el Pacífico, acortando en casi 600 millas el camino que hasta entonces tenían que recorrer los productos norteamericanos.
Pero los planes de Owen iban más allá que un simple puerto comercial. Había leído a los ideólogos del socialismo utópico: Charles Fourier, Robert Owen, Henri de Saint-Simon, Étienne Cabet, la Utopía de Tomás Moro y las obras de Marx y Engels, y soñaba con construir una ciudad ideal, una urbe internacional y cosmopolita, regida por un modelo basado en el colectivismo y el socialismo utópico. Una ciudad igualitaria y sin clases sociales, tolerante y respetuosa, donde no existiesen la propiedad privada o la moneda, donde las infraestructuras serían construidas y gestionadas de forma comunal. Donde el Comité de Administración (formado por los jefes de los departamentos administrativos de la ciudad) asignase a cada persona el trabajo que mejor se adaptase a sus capacidades y no se permitiese la existencia de empresas que explotasen el esfuerzo físico e intelectual ajeno.

Albert Kimsey Owen (1847-1916)

Entusiasmado con este proyecto, Owen regresó a EEUU en busca de financiación, mientras Fitch se quedaba cartografiando la zona y realizando los planes preliminares. Pero pocos estaban dispuestos a confiar en su idea y durante años la búsqueda fue infructuosa. Todo cambió cuando, a finales de 1880, su viejo amigo el general González se convirtió en presidente de México y le otorgó las concesiones y los permisos necesarios para levantar su ciudad. Inicialmente se iba a llamar Carman City (en homenaje al cónsul Carman), luego Ciudad González y, finalmente, Owen decidió nombrarla Pacific City, tanto por ser una ciudad "pacífica" como por hallarse a orillas del océano Pacífico.
Para regular las actividades económicas de la colonia, Owen creó la The Credit Foncier Company of Sinaloa, una sociedad participativa que sería el único vestigio de capitalismo en la ciudad. La compañía se encargaría de gestionar los recursos de la colonia, pagar los sueldos a través de "créditos al trabajo", y también de conseguir financiación para la colonia a través de la venta de acciones.
El siguiente paso fue publicitar su proyecto en EEUU en busca de colonos. El éxito fue inmediato; tanto, que varias familias llegaron a los terrenos de la ciudad antes incluso de que hubiera casas en las que acogerlos, por lo que hubo que improvisar unas chozas provisionales. Poco a poco fueron llegando más familias deseosas de participar en aquella curiosa aventura, hasta sumar en sus momento de mayor esplendor cerca de 1300 personas, instaladas en la bahía y en varios pequeños asentamientos en el valle del Fuerte, que formaba parte de las tierras otorgadas por el gobierno mexicano.
Los comienzos de la ciudad fueron ilusionantes. Se construyeron casas, una escuela, se crearon varias sociedades culturales e incluso una Academia de Ciencias. Se acometieron importantes proyectos de irrigación por todo el valle, el más destacado de los cuales fue el llamado Canal de Los Tastes, que tomaba agua del río Fuerte y la llevaba hasta el valle, y que todavía hoy sigue en uso.
No obstante, también tuvieron que enfrentarse a algunos problemas. Uno de los objetivos primordiales de Owen era conseguir que la comunidad fuese autosuficiente en cuanto a la producción de alimentos, para no depender del exterior y poder negociar con los excedentes. Algo que no llegó a conseguirse, pese a los esfuerzos por transformar las tierras baldías en cultivables, llegando incluso a alquilar terrenos en las cercanías de la colonia para poder cultivar. También tuvieron que enfrentarse a las enfermedades: malaria, disentería...
Pero también hubo problemas de otro tipo, planteados por los propios colonos. No todos compartían la visión idealizada y solidaria de Owen. Algunos se quejaron de que todos en la ciudad recibiesen la misma paga, independientemente de su ocupación. Pero el principal objeto de fricción fue el de la propiedad comunal de las tierras. Había entre los colonos bastantes partidarios de que al menos una porción de las tierras pasase a ser propiedad particular de los habitantes, algo a lo que Owen se oponía ferozmente. Sus opositores se agruparon en torno a la figura de Christian B. Hoffman, un empresario de Kansas que se había instalado en la colonia en marzo de 1889. Los "Kikers", como eran llamados los partidarios de Hoffman (los leales a Owen recibían el apodo de "Santos") pedían un cambio en la política cooperativista y criticaban que Owen, como concesionario, conservase el control de las tierras y el agua. El enfrentamiento entre ambos grupos fue a mayores; discutían por el control del canal y las cuotas de cada grupo, por el reparto de tierras o por el excesivo control ejercido por Owen. Ni siquiera la marcha de Hoffman, que abandonó la ciudad en 1892, calmó las aguas y la profunda división en el seno de la comunidad no hizo sino aumentar. La colonia había perdido la ilusión y el optimismo de sus comienzos y los problemas se acumulaban: fallos en la construcción del canal, un fracasado proyecto de transporte de madera por río Fuerte (que terminó con cientos de troncos a la deriva en el Pacífico), retrasos en la construcción del ferrocarril...
La puntilla al proyecto llegó en 1896. Owen era un buen ingeniero, pero no tanto como gestor. Ese año tenía que abonar al gobierno mexicano el pago estipulado por la concesión. Pero Owen, enfangado en los gastos de la línea de ferrocarril, que no acababa de arrancar, se encontró sin el dinero necesario para hacer frente a la deuda. El gobierno mexicano recuperó entonces la propiedad de las tierras de la colonia, haciendo que los colonos tuvieran que abandonar sus hogares.


De esta manera terminó el sueño de Pacific City, la ciudad de la hermandad y la armonía, una hermosa idea que no pudo soportar el choque con la realidad. Muchos de los decepcionados colonos volvieron a sus lugares de origen. Otros, sin embargo, se instalaron en otros pueblos de la zona, e incluso fundaron nuevos asentamientos, como la actual ciudad de Los Mochis. Los terrenos que un día formaran parte de la colonia fueron posteriormente asignados a Benjamin Francis Johnston, un industrial norteamericano que aprovechó los trabajos de saneamiento e irrigación que los colonos habían llevado a cabo en el valle para crear una gran empresa dedicada al cultivo y refinado de la caña de azúcar, en la que acabarían trabajando no pocos de los antiguos habitantes de Pacific City. Owen retomó su carrera como ingeniero y moriría en 1916, en su casa de Nueva York.
Sobre lo que un día fue Pacific City se levanta hoy en día el puerto de Topolobampo.

viernes, 22 de enero de 2016

La farsa de Ávila


El reinado de Enrique IV de Castilla (1425-1474) estuvo marcado por la inestabilidad interna y los enfrentamientos entre el rey y una parte del clero y la alta nobleza castellanos. Enrique era apodado despectivamente El Impotente dado que su primer matrimonio, con la infanta Blanca de Navarra, había sido anulado por no haberse consumado en tres años. Por eso, cuando en 1462 la segunda esposa del rey, Juana de Portugal, dio a luz a su hija la princesa Juana, muchos atribuyeron la paternidad de la niña no al rey, sino a su valido, Beltrán de la Cueva, otorgándole a la princesa el mote de la Beltraneja que la habría de acompañar toda su vida.
En aquel tenso juego de intrigas y alianzas, el rey Enrique quiso mostrarse contemporizador e hizo algunas concesiones a sus detractores. Prescindió de los servicios de Beltrán de la Cueva, haciéndole abandonar la corte, y nombró Príncipe de Asturias y heredero al trono a su medio hermano, el infante Alfonso. Alfonso y su hermana mayor Isabel eran hijos de Juan II de Castilla y su segunda esposa, Isabel de Portugal. A la muerte del rey Juan, en 1454, el nuevo rey había confinado a los niños y a su madre en el castillo de Arévalo, aunque años más tarde, ante las dificultades para engendrar un heredero, los había reclamado para que estuviesen a su lado en su corte de Segovia. La figura de Alfonso gozaba de gran predicamento entre los enemigos del rey, que veían en él al legítimo heredero, o quizá, dado que apenas era un niño, a un soberano más fácilmente manipulable.

Infante Alfonso de Castilla, "el Inocente" (1453-1468)
A pesar de estos gestos, el descontento de los nobles no decreció, y en junio de 1465 los más destacados de entre los que se oponían a Enrique se reunieron en Ávila en un simulacro de Cortes. Estaban allí, entre otros, el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo; Juan Fernández Pacheco, marqués de Villena y antiguo valido del rey hasta que fue desplazado por Beltrán de la Cueva; Pedro Girón, hermano de Pacheco y maese de la Orden de Calatrava; Álvaro de Zúñiga y Guzmán, conde de Plasencia, y su hermano Diego López de Zúñiga, conde de Miranda del Castañar; Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente; y otros muchos nobles y caballeros de menor rango. Su objetivo era hacer pública su ruptura con Enrique IV y la proclamación de Alfonso como rey de Castilla. Y esta ruptura fue escenificada en lo que más tarde sería conocido como "La farsa de Ávila".
En las afueras de la ciudad se había hecho erigir una gran plataforma de madera sobre la cual se había colocado un trono. En ese trono se colocó el 5 de junio un monigote de madera vestido de luto y ornado con los símbolos del poder real: una corona (símbolo de la dignidad real), una espada (símbolo del poder para impartir justicia) y un bastón (símbolo del gobierno). Allí se dirigieron, tras oír misa, los conjurados, y ante un numeroso público, formado principalmente por gentes de la ciudad, procedieron a leer una extensa declaración en la que exponían todos los defectos y errores que a su juicio hacían a Enrique IV indigno de ocupar el trono. Acusaban al rey, entre otras cosas, de homosexual, impotente, cobarde, pacífico, tolerante con los musulmanes (pese a que había lanzado varias ofensivas militares contra el reino musulmán de Granada) y de no ser el padre de la princesa Juana. A continuación, el arzobispo de Toledo se dirigió al pelele y le arrebató la corona; el conde de Plasencia le quitó la espada; el conde de Benavente le quitó el bastón; y por último, Diego López, al grito de "A tierra, puto", lo derribó de su asiento de una patada. Acto seguido, subieron al estrado al infante Alfonso (que a la sazón apenas tenía doce años) y lo proclamaron rey de Castilla con grandes vítores y alabanzas.
Si lo que querían con esta acción era provocar una insurrección general contra el rey, no lo consiguieron. Pocos apoyos logró el así proclamado Alfonso XII además de los que ya estaban presentes en Ávila, y la mayoría del reino permaneció leal a Enrique. Durante tres años Castilla vivió una guerra entre hermanos con enfrentamientos entre los partidarios de ambos bandos hasta que el 5 de julio de 1468 Alfonso (que había instalado una corte muy alabada en Arévalo, con una gran actividad cultural y literaria) moría en Cardeñosa (unos dicen que de unas fiebres y otros, que fue envenenado). Poco después se firmaba la llamada Concordia de los Toros de Guisando; Enrique perdonaba a la mayoría de los seguidores de su hermanastro, desposeía a su hija Juana del título de Princesa de Asturias y nombraba en su lugar a su hermana, Isabel.
No obstante, las disputas sucesorias no tardarían en reanudarse. En 1470 Isabel, a la que Enrique quería casar con el rey Alfonso V de Portugal, huía de la villa de Ocaña, donde vivía bajo la custodia del marqués de Villena, para contraer matrimonio con Fernando, heredero al trono de Aragón. Enrique IV, furioso, volvió a nombrar heredera a su hija Juana, aunque se reconciliaría con Isabel en 1473. Pero a la muerte de Enrique, en 1474, los partidarios de Isabel proclamaron a ésta como reina, alegando que Enrique había muerto sin testamento (que se sospecha fue hecho desaparecer). Estalló de nuevo la guerra sucesoria en Castilla entre el bando juanista (apoyado por parte de la nobleza castellana y Portugal, ya que Juana se había casado con Alfonso V) y el isabelino (apoyado por Aragón). Irónicamente, la mayoría de los que habían sido defensores del infante Alfonso tomaron partido en esta ocasión por la princesa Juana. La guerra se prolongaría cinco años, hasta 1479, año en el que el Tratado de Alcáçovas reconocía a Isabel I como reina de Castilla e imponía a Juana su renuncia a sus derechos sucesorios y su exilio en Portugal.

martes, 19 de enero de 2016

Pequeñas historias (V)

Theodore Roosevelt III, hijo del que fuera presidente de los EEUU entre 1901 y 1909, Theodore "Teddy" Roosevelt, fue el soldado de mayor edad de todos los que desembarcaron en la primera oleada en Normandía. Roosevelt, que contaba 56 años, se había ofrecido voluntario, a pesar de que además de su avanzada edad sufría artritis, tenía una notable cojera (fruto de las heridas recibidas durante la Primera Guerra Mundial) y padecía problemas cardíacos. Murió de un ataque al corazón el 12 de julio de 1944, apenas un mes después del desembarco, y en septiembre de ese año recibió póstumamente la Medalla de Honor.
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En los años 50, tres cazadores de Oregón fueron hallados muertos en su campamento, alrededor de la hoguera. Todo parecía esta en orden y ninguno de ellos presentaba señales de violencia, con lo que la causa de su muerte era un misterio. Lo único fuera de lugar en el campamento era que en la cafetera se encontró un tritón, de una especie bastante común en la zona, que seguramente habría ido a parar allí por accidente cuando los cazadores tomaron agua de un arroyo cercano para hacer el café. Años más tarde, un biólogo que sentía curiosidad por la historia descubrió que aquella especie de tritón (el tritón de piel rugosa o Taricha granulosa) segrega a través de su piel un potentísimo veneno.
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El 6 de diciembre de 1959, el doctor Harold Perelson asesinó a su esposa a golpes, intentó hacer lo mismo con su hija mayor y finalmente se suicidó bebiendo ácido. Desde entonces, su mansión de Los Ángeles ha permanecido tal y como la familia Perelson la dejó, con sus muebles e incluso el árbol de Navidad, pese a haber cambiado de manos en varias ocasiones. La casa es conocida ahora con el apodo de Los Feliz Murder Mansion.
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Después de que las autoridades británicas prohibieran el sati, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira funeraria de sus maridos, un grupo de sacerdotes hindúes fueron a quejarse al general Charles James Napier, comandante en jefe del ejército británico en la India, alegando que se trataba de una tradición muy arraigada. Napier, tranquilamente, les respondió: Que así sea. Esta quema de viudas es su costumbre; preparen la pira funeraria. Pero mi nación tiene también una costumbre. Cuando los hombres queman mujeres vivas los colgamos, y confiscamos todos sus bienes. Por lo tanto, mis carpinteros deberán levantar patíbulos en los que colgar a todos los responsables cuando la viuda se haya consumido. Vamos a actuar todos de acuerdo a las costumbres de nuestras naciones.
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Durante el desembarco de Normandía, un gaitero escocés se puso a tocar la gaita en medio de los encarnizados combates, paseando arriba y abajo por la playa, tratando de elevar la moral de sus compañeros. Cuando más tarde le preguntó a los prisioneros alemanes por qué nadie le había disparado, ellos respondieron que creían que estaba loco.
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Terminada la Segunda Guerra Mundial, un joven soldado italiano llamado Ferruccio Lamborghini empezó a transformar vehículos militares excedentes en vehículos agrícolas. El negocio fue un éxito y en los años 60 ya era uno de los hombres más ricos de Italia. Gracias a su fortuna adquirió numerosos coches deportivos, de las principales marcas del mercado, que eran una de sus grandes pasiones. Pero solía tener problemas con sus Ferraris, que se estropeaban muy a menudo. En una ocasión, harto, llamó al mismísimo Enzo Ferrari para quejarse de sus coches. Ferrari le respondió despectivamente que "un fabricante de tractores no puede entender nada de mis coches". Enrabietado por esa contestación, Ferruccio fundó en 1963 su propia marca de automóviles deportivos, los célebres Lamborghini. Como curiosidad, la mayoría de los modelos de esta marca llevan nombres españoles (Miura, Espada, Urraco, Diablo, Murciélago) porque Ferruccio Lamborghini era un apasionado de la tauromaquia.
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En 1975 el físico y matemático Jack H. Hetherington escribió un artículo sobre la física de bajas temperaturas para enviar a la revista Physical Review Letters. Pero un colega que leyó el ensayo le advirtió que la revista lo rechazaría porque Hetherington había utilizado palabras como "nosotros" o "nuestro" y en el artículo figuraba él como único autor. Para no tener que reescribirlo, Hetherington hizo constar a su gato siamés como coautor, bajo el nombre de F. D. C. Willard, donde FD = Felix domesticus, C = Chester (el nombre del gato) y Willard era el nombre del padre de Chester. El artículo fue publicado en el número de noviembre de 1975.
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Un gobernador holandés enviado a las Indias Orientales descubrió al llegar que las mujeres nativas solían ir con los pechos al aire. Considerando aquella costumbre indecorosa y perturbadora, ordenó a las nativas que se cubrieran los pechos en presencia de los europeos. Sin embargo, a partir de entonces, las mujeres, al cruzarse con algún europeo, se tapaban los pechos subiéndose las típicas falditas vegetales que solían vestir... dejando así al descubierto sus genitales.

sábado, 16 de enero de 2016

El misterio del Montrove


El 19 de julio de 1984, el buque Montrove abandonaba el puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria rumbo al banco de pesca canario-sahariano. El Montrove, propiedad del armador gallego Luis Paz Casal, era un pesquero congelador de 33'13 metros de eslora y 243 TRB, construido en acero y botado en 1964. A sus 16 tripulantes (14 españoles, en su mayor parte gallegos, y 2 marroquíes) les esperaba una marea de 60 días ininterrumpidos pescando cefalópodos en el banco, por lo que el buque iba cargado de combustible y con víveres y pertrechos suficientes para aguantar sin problemas esos dos meses en alta mar.
Al poco de salir de la bocana del puerto, el Montrove fue avistado por otro buque congelador gallego, el Borneira. Poco después, un pesquero, el Mar Rojo, lo divisaba al sur de la península de Gando, dejándolo atrás por la aleta de babor. Fue el último contacto visual confirmado que se tuvo con el barco.
Durante las semanas siguientes, el buque no se puso en contacto por radio, pero nadie pareció darle importancia. El 10 de agosto el pesquero Islamar III, con base en Isla Cristina (Huelva) se hundía en las mismas aguas en las que se suponía estaba el Montrove, provocando la muerte de 26 de sus 28 tripulantes. Los familiares de los marineros del barco gallego, inquietos, trataron de ponerse en contacto con el congelador, pero les fue imposible. No obstante, tanto el armador como el consignatario del barco quitaron importancia al asunto, ya que el patrón del Montrove, Manuel Cruz, tenía por costumbre pasar largos periodos sin comunicarse a no ser que fuera absolutamente necesario. No obstante, el día 13 el Porlamar, otro pesquero que faenaba en el banco canario-sahariano, para el cual el Montrove llevaba una pieza de repuesto que necesitaba, dio la alarma al no haber tenido noticia alguna y ser incapaces de ponerse en contacto con ellos.


Tras darse el aviso las fuerzas de rescate españolas empezaron a registrar el banco, a la vez que se comunicaba la desaparición a los demás pesqueros de la zona, por si alguno de ellos sabía algo del Montrove, sin resultados. Sólo otro pesquero, el Noeche, creyó haber visto al Montrove en torno al 20 de agosto más al sur, ya en aguas de Mauritania, pero no se pudo confirmar que realmente fuera el barco desaparecido. La búsqueda duró semanas, implicando a docenas de buques y aviones de rescate, sin éxito. No se halló ni el más mínimo rastro del Montrove. Ni cuerpos, ni restos a la deriva, ni siquiera manchas de combustible. El pesquero parecía haberse volatilizado.
Lo primero que se pensó es que se había hundido por un golpe de mar. Pero la idea se descartó; el servicio meteorológico confirmó que durante aquellas semanas no había habido tormentas y el clima había sido calmado y apacible. Además, el Montrove llevaba una radiobaliza de emergencia que nunca llegó a activarse. Se barajó la posibilidad de que hubiera sido apresado y retenido por las autoridades de algún país costero, pero todos negaron saber nada del paradero del barco. Acto seguido, se especuló con una acción del entonces muy activo Frente Polisario, que ya había atacado y secuestrado varios pesqueros en la zona, pero esta hipótesis también acabó por ser descartada, igual que la de que hubiera sido asaltado por piratas. Otra idea que se propuso fue la de que el barco había sido abordado y hundido por alguno de los grandes mercantes que navegan por esa zona hacia o desde Europa, que luego habría seguido su camino para no tener que asumir la responsabilidad del accidente. Pero de nuevo, esta teoría chocaba con la absoluta falta de restos que, necesariamente, deberían haber quedado tras un suceso de este tipo. Años más tarde, en el Mar del Norte, un pesquero francés fue hundido por un submarino británico que accidentalmente se enganchó en sus aparejos, arrastrándolo bajo la superficie, y se dijo que algo así también podía haberle pasado el Montrove. Pero tampoco había prueba alguna.
Hubo a quién le pareció sospechosa la actitud del armador, que no dio la alarma pese al tiempo que llevaba sin saber del barco y se apresuró a reclamar al seguro el importe del barco apenas cinco meses después de la desaparición, cuando aún seguían las investigaciones y el barco no había sido declarado oficialmente perdido. Las sospechas aumentaron cuando se supo que su hijo, Luis Paz Fernández, que tenía previsto embarcar en el Montrove como segundo patrón, decidió no hacerlo sólo unas horas antes de la partida por "problemas personales".
La falta de cualquier indicio llevó a las autoridades españolas a sopesar la posibilidad de que el barco hubiese sido desviado voluntariamente de su rumbo por la tripulación para tomar parte en algún tipo de actividad ilegal. Agentes del CESID (el servicio secreto español) fueron enviados a varios países de la costa africana en busca de indicios del paradero del barco y su tripulación, e incluso se llegaron a hacer discretas averiguaciones sobre los tripulantes y sus familias, la mayoría originarios del pueblo pontevedrés de Bueu, donde tenía su base el Montrove, sin obtener resultados.
A todo esto, el caso se había ido rodeando de un aura de sensacionalismo y amarillismo periodístico bastante desagradable. Numerosas teorías sin pies ni cabeza aparecían en los medios. Un programa de radio afirmó sin prueba alguna que el barco había participado en una operación de contrabando de armas en la costa argelina. Las familias de los desaparecidos reclamaban que continuase la búsqueda, ya que habían recurrido a adivinos que les habían dicho que sus parientes estaban con vida "en una isla grande, con muchos negros". Fue también célebre, tras meses de búsqueda, la pregunta de un alto cargo de la Administración central a los familiares, sobre si el Montrove era "de hierro o de madera". Pero todos los esfuerzos fueron infructuosos. El barco se dio finalmente por desaparecido y el informe oficial asumió el abordaje como causa más probable del hundimiento. El suceso acabó por caer en el olvido. Hoy, treinta y un años después, sigue sin saberse qué fue del Montrove y de su tripulación.

miércoles, 13 de enero de 2016

El Maus


A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán carecía de una gran flota de tanques. La mayoría de sus unidades eran Panzer I (concebido como vehículo de entrenamiento y luego destinado al combate) y II (una evolución levemente mejorada del I). A ellos se les sumarían pronto los modelos Panzer III (para el combate con otros tanques) y IV, que en un principio estaba destinado a la escolta de unidades de infantería y a la destrucción de blancos no blindados, pero que tuvo que ser luego reconvertido también en anticarro por necesidades de la guerra.
Los Panzer dieron muy buen resultado en los combates en Francia y Polonia. Cierto es que buena parte del mérito fue de la hábil estrategia militar alemana. No obstante, los encuentros que tuvieron con tanques aliados, como los Matilda y Churchill británicos, les mostró que su blindaje era inferior al de sus enemigos y llevó a los oficiales alemanes a convencerse de la necesidad de nuevos modelos de blindados, más potentes y con mejor blindaje.
Pero, sin tiempo para correcciones, empezó la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS. Los alemanes desconocían prácticamente todo acerca de los tanques soviéticos, pero estaban confiados por los éxitos de sus Panzer y subestimaron la capacidad de los blindados del ejército rojo. Los primeros enfrentamientos contra tanques soviéticos parecieron darles la razón; pero se trataba casi siempre de tanques aislados y de modelos vetustos como el T-26 o el T-28. Cuando los Panzer se vieron frente a los modernos tanques soviéticos producidos en serie como el T-34 o los KV-I y KV-II, descubrieron que tanto su blindaje como su potencia de fuego eran muy superiores, hasta el punto de poner en graves aprietos a las divisiones blindadas germanas. Esto aceleró la fabricación y puesta en funcionamiento del Panzer V Panther y del Panzer VI Tiger, temibles en combate directo hasta el punto de obligar a los soviéticos a modificar sus T-34 dotándolos de un cañón de mayor calibre para enfrentarse a ellos con más garantías.

T-34
Pero eso no bastó a Hitler, lo que no debería extrañar, conociendo el gusto del nazismo y de su líder por los proyectos mastodónticos y grandiosos. Hitler encargó en 1941 a Ferdinand Porsche el diseño y construcción de un tanque superpesado, un blindado de unas dimensiones como hasta entonces no se habían visto, un auténtico coloso de metal.
De inmediato los ingenieros se pusieron manos a la obra. Diversos proyectos fueron propuestos, aunque la mayoría no pasó de la mesa de diseño; alguno de ellos fue suspendido en un estado avanzado del diseño, como le pasó al Panzer VII Löwe. Algunos de esos proyectos sorprenden por su desproporción; es el caso de los "cruceros terrestres" Landkreuzer P. 1000 Ratte y Landkreuzer P 1500 Monster, dos auténticos monstruos de acero, de 1000 y 1500 toneladas de peso respectivamente y cerca de 40 metros de longitud, movidos por motores de submarino y con un blindaje similar al de los acorazados de la Kriegsmarine. Pese al interés en ambos proyectos mostrado por Hitler, ambos fueron cancelados por las evidentes dificultades que entrañaba su construcción y desplazamiento, su elevadísimo consumo y su escasa maniobrabilidad.

Tamaño de los Landkreuzer P 1000 y 1500, comparados con otros blindados

El único de aquellos proyectos que llegó a ser finalmente construido fue el Panzer VIII, apodado inicialmente Mammut, pero que posteriormente fue llamado Kleine Maus (Pequeño Ratón) de manera irónica, debido a sus grandes dimensiones, hasta que más tarde se quedó únicamente en Maus. Sus dimensiones impresionan: 10'09 metros de largo, 3'67 de ancho y 3'63 de altura, con un peso total de 188 toneladas (más del triple que un Tiger) movidas por un motor de aviación Daimler-Mercedes Benz MB 509 de gasolina, de 12 cilindros y 1080 CV (que más adelante se sustituiría por un MB 517 diésel). El blindaje variaba entre los 60 y los 240 mm de espesor, el mayor de su época. Por supuesto, hubo que crear suspensiones capaces de soportar tal peso, además de adaptar los trenes de rodadura y otros elementos, lo que encarecía sobremanera su construcción. El armamento constaba inicialmente de un cañón principal de 150 mm y otro coaxial de 20. Como se consideraba demasiado potente, posteriormente se optó por uno de 120 mm. Al final, por indicación del propio Hitler, se le instaló un cañón de 128 mm y de otro auxiliar de 75 mm. Si que se tuvo que descartar la pretensión del líder nazi de que el Maus pudiese transportar un centenar de proyectiles, algo que habría disparado el espacio necesario y, consecuentemente, el peso del tanque. La empresa Krupp fue la encargada de la fabricación del chasis y el armamento, mientras que la Alkett se encargó del ensamblaje.


Un proyecto de estas dimensiones podía resultar vistoso e incluso impresionante, pero cojeaba en cuanto a su utilidad práctica. Con ese peso necesitaba transitar por vías firmes y corría el riesgo de quedar atascado en terrenos blandos (lo que hubiera hecho necesarios al menos otros dos Maus para remolcarlo). Además, la mayoría de los puentes no serían capaces de resistir su peso (por ello, se diseñó de tal manera que pudiera cruzar un río de hasta 12 metros de profundidad, recibiendo aire y energía eléctrica de otro Maus desde la orilla). Con ese tamaño, se convertiría en un blanco fácil para la artillería y la aviación enemigas. Se estimaba que iba alcanzar una velocidad tope de 20 km/h pero en las pruebas jamás superó los 13, lo que haría necesario el uso de medios de transporte especiales, como trenes adaptados. Su consumo era también desproporcionado; su depósito de combustible de 2700 litros y otros 1500 en la reserva sólo le permitía una autonomía de 180 km. 
Paralelamente al desarrollo del Maus, la empresa Krupp llevó a cabo por iniciativa propia su particular proyecto de tanque superpesado, con el nombre de E-100, basado en el chasis del Tiger II. El proyecto no llegó a construirse y se dio por terminado por orden directa de Hitler.



Se había previsto la construcción de 150 unidades del Maus; pero sólo se llegaron a terminar dos antes de que el proyecto fuera cancelado en 1944, uno en diciembre de 1943 y otro en marzo de 1944, ambos en la fábrica Alkett. Uno de ellos resultó destruido durante los combates de la toma de Berlín cuando defendía la entrada al búnker Maybach I en la Hindenburgplatz (al parecer, fue abandonado y destruido con cargas explosivas por sus propios tripulantes para que no cayera en manos enemigas); el otro (carente de torreta) fue capturado por las tropas soviéticas, quienes, tras colocarle la torreta del otro Maus, lo enviaron a la URSS, donde lo pusieron a prueba disparándole con toda la artillería de la que disponía su ejército, sin causarle más que leves daños en el blindaje. Hoy se conserva en el Museo de Tanques de Kubinka, donde es una de las estrellas de la exhibición.




jueves, 7 de enero de 2016

El incidente de Max Headroom


Los espectadores que la noche del 22 de noviembre de 1987 estaban viendo The Nine O'Clock News, el programa informativo nocturno de la emisora WGN-TV (Canal 9) de Chicago no tenían ni idea de la sorpresa que les aguardaba. Durante la sección de deportes, mientras se emitía un vídeo con el resumen del partido de fútbol americano que esa tarde habían disputado los Chicago Bears y los Detroit Lions, las pantallas se quedaron súbitamente en negro. Después de unos 15 segundos a oscuras, apareció la imagen de un hombre, disfrazado con una máscara de goma de Max Headroom (un personaje muy popular de la televisión británica, interpretado por el actor Matt Frewer) y gafas de sol, situado delante de un fondo que imitaba el decorado habitual de las apariciones del personaje. Durante algo más de medio minuto, aquel hombre se dedicó a dar saltos y moverse de un lado a otro (la señal intrusa no tenía sonido, sólo un zumbido monótono e irritante) hasta que los ingenieros de la WGN pusieron fin a la intromisión cambiando la frecuencia de la señal enviada desde sus estudios al centro repetidor. El presentador de los deportes, Dan Roan, sólo atinó a decir "Bueno, si ustedes se están preguntando qué acaba de pasar, yo también".

El auténtico Max Headroom
Pero no iba a ser esa la única aparición de la misteriosa emisión pirata. Un par de horas después, a eso de las 23:15, otra cadena local de Chicago, la WTTW (Canal 11), miembro de la red nacional de televisiones públicas, fue víctima del mismo intruso desconocido. Mientras se emitía un capítulo de la conocida serie de ciencia-ficción Doctor Who apareció de nuevo el mismo personaje, esta vez con sonido (aunque distorsionado). Durante minuto y medio, el extraño sujeto pronunció una retahila de frases inconexas y confusas, tarareó la sintonía de unos dibujos animados, parodió un anuncio de la New Coke (protagonizado por el verdadero Max Headroom) e incluso se bajó los pantalones para que un cómplice le azotara el trasero con un matamoscas. Finalmente, la señal intrusa cesó por si misma (la WTTW no tenía técnicos de guardia a esas horas para resolver el problema).
La noticia acaparó portadas y provocó un gran alboroto, pero a día de hoy sigue sin saberse nada de sus responsables, ni quiénes fueron ni cuáles eran sus intenciones. Piratear una señal de televisión no es fácil; se necesita un equipo potente y amplios conocimientos técnicos, pero nadie reivindicó jamás el ataque. El "Incidente de Max Headroom" se convirtió en el caso de jamming (intrusión en una señal) más famoso de la historia de la televisión. Ninguna de las diversas teorías expuestas a lo largo de los años (una broma interna de alguien de dentro de los canales, un intento de sabotaje por parte de la competencia o la venganza de algún ex-empleado) ha logrado encontrar prueba alguna que la respalde. Hoy en día se conservan grabaciones de la misteriosa emisión gracias a que varios espectadores de la WTTW estaban grabando en sus casas el episodio de Doctor Who que se estaba emitiendo.


lunes, 4 de enero de 2016

Los descendientes de John Lothropp

Reverendo John Lothropp (1584-1653)

John Lothropp fue un clérigo anglicano nacido en 1584, y que se graduó en Cambridge antes de ser ordenado. Fue un hombre de ideas avanzadas para su época; no sólo fue un firme defensor de la separación entre Iglesia y Estado (algo que, teniendo en cuenta que el soberano británico es la cabeza de la Iglesia de Inglaterra, en aquella época era poco menos que una herejía) sino que además abrazó la causa de los llamados Independientes, un movimiento dentro de la iglesia anglicana que defendía una menor injerencia de las jerarquías (eclesiástica y política) en los asuntos de las parroquias. Esta militancia le costó acabar en prisión; en abril de 1632, los hombres del rey arrestaban en Londres a más de cuarenta miembros de una congregación de Independientes de los que Lothopp era su pastor. El clérigo pasó dos años en prisión y su familia sufrió numerosas penalidades; su esposa enfermó y murió y sus hijos se vieron obligados a subsistir practicando la mendicidad por las calles londinenses. Finalmente, en 1634 el obispo de Londres, William Juxon, le concedió la libertad a cambio de que partiera inmediatamente al exilio en las colonias norteamericanas con su familia y un grupo de sus seguidores. Allí, Lothopp encontró un lugar más acogedor y tolerante para sus ideas (muchos de los colonos allí emigrados habían huido de Inglaterra en busca de un lugar donde practicar su religión en libertad). Lothopp volvió a casarse y se instaló, primero en Scituate y luego en Barnstable, donde murió en 1653 y donde aún permanecen sus restos.
Sin embargo, la fama de John Lothropp no se debe a sus ideas, ni a sus andanzas, sino a su prolífica descendencia y a los relevantes nombres que se cuentan en ella. Como ya he dicho, el reverendo Lothropp se casó dos veces. De su primera esposa, Hannah House, tuvo ocho hijos: Thomas, Jane, Ann, John, Barbara, Samuel, Joseph y Benjamin. De su segunda esposa, Ann Hammond, ya en Norteamérica, tuvo otros cinco: Elizabeth, Barnabas, Abigail, Bathsheba y John. Por supuesto, sus hijos tuvieron descendencia a su vez, y esta se fue multiplicando. Hasta que a alguien se le ocurrió hacer un estudio genealógico, y descubrió que en la actualidad, hay unos 80000 descendientes directos del reverendo repartidos por todo el mundo (aunque sobre todo en EEUU). Y entre su linaje figura una colección sorprendente de personajes relevantes y famosos:

- Nada menos que seis presidentes de los EEUU descienden en linea directa de Lothropp: Millard Fillmore (1849-50), Ulysses S. Grant (1869-1877), James A. Garfield (1881). Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), George Bush padre (1989-1993) y George W. Bush (2001-2009).

- Ocho gobernadores de estados de los EEUU: William Walton Kitchin (Carolina del Norte, 1909-13), Thomas E. Dewey (Nueva York, 1943-1954), George W. Romney (Michigan, 1963-69), Jim Guy Tucker (Arkansas, 1992-96), John Ellis "Jeb" Bush (Florida, 1999-2007), Mitt Romney (Massachussets, 2003-07), Jon Huntsman, Jr. (Utah, 2005-09) y Sarah Palin (Alaska, 2006-09).

- El fundador de la Iglesia Mormona, Joseph Smith, así como cuatro de los primeros líderes de la Iglesia, Wilford Woodruff, Oliver Cowdery, Parley P. Pratt y Orson Pratt, y también Asahel Lathrop, otra destacada figura de la primera época del mormonismo.

- El célebre traidor Benedict Arnold, general de las tropas independentistas norteamericanas que conspiró con los ingleses para rendir la fortaleza de West Point y desertó al ser descubierto.

- El famoso pistolero del Salvaje Oeste James Butler "Wild Bill" Hickok.

- Galusha Aaron Grow, parlamentario, portavoz del parlamento de los EEUU y principal impulsor de la Ley de Asentamientos Rurales (1862), que fomentó la conquista del Oeste y la llegada de numerosos inmigrantes europeos a EEUU.

- Joseph Henry Beale, abogado, profesor de derecho en Harvard y fundador de la Facultad de Derecho de Chicago.

- El pediatra Benjamin Spock, que revolucionó las ideas establecidas sobre la paternidad y escribió el famoso libro El libro del sentido del común del cuidado de bebés y niños.

- El médico y poeta Oliver Wendell Holmes, Sr. y su hijo Oliver Wendell Holmes, Jr., que llegó a ser juez del Tribunal Supremo de EEUU durante treinta años.

- Los empresarios Alfred Carl Fuller (fundador de la Fuller Brush Company), Charles William Post (fundador de Post Foods) y su hija Marjorie Merriweather Post (fundadora de General Foods).

- El magnate John Pierpont Morgan, uno de los hombres más ricos del mundo a finales del siglo XIX y principios del XX, banquero y empresario del acero, los transportes y la electricidad.

- John Foster Dulles, senador y Secretario de Estado de los EEUU; su hermano Allen Welsh Dulles, director de la CIA; y el sobrino de ambos, Avery Dulles, cardenal de la Iglesia Católica.

- Los actores Clint Eastwood, Kevin Bacon, Maggie y Jake Gyllenhaal, Shirley Temple y Brooke Shields.

- Los escritores Michael McConnell y Cynthia Rouse, el poeta Henry Wadswoth Logfellow, la pintora Georgia O'Keefe y el diseñador Louis Comfort Tiffany.

- El senador de los EEUU Adlai Stevenson III.

- Kingman Brewster Jr., presidente de la Universidad de Yale, y Catharine Drew Gilpin Faust, presidenta de la Universidad de Harvard.


viernes, 1 de enero de 2016

La Guerra de los Pasteles


A la independencia de México en 1821 la siguió un periodo de inestabilidad política, social y económica. Aún así, el recién nacido país era un nuevo y apetecible mercado para los comerciantes de las grandes potencias europeas. Fueron los franceses los que tomaron ventaja y comenzaron a asentarse en las principales ciudades mexicanas como comerciantes, industriales o artesanos. Los gobiernos de ambas naciones firmaron en 1827 las Declaraciones Provisionales, un tratado previo al establecimiento de relaciones entre los dos países. En 1830 Francia reconocía oficialmente la independencia mexicana y en 1831 y 1832 se firmaron sendos tratados comerciales que concedían a los franceses privilegios como nación preferente en sus tratos comerciales. Por aquel entonces, la colonia francesa en México era ya numerosa, próspera e influyente.
No obstante, la situación del país seguía siendo complicada, y los sucesivos gobiernos se vieron obligados a tomar medidas drásticas e impopulares: nuevos impuestos y tasas, "préstamos forzosos" y medidas para limitar los privilegios de los ciudadanos extranjeros. Estas decisiones sentaron muy mal a los comerciantes franceses, que, sintiéndose agraviados, elevaron sus quejas al embajador francés en México, el barón Antoine-Louis Deffaudis, quien a su vez las transmitió a principios de 1838 al presidente de México, Antonio Bustamante. Deffaudis exigía modificar dos artículos del tratado de 1827 para asegurar determinados privilegios para los súbditos franceses, además de una compensación de 600000 pesos para aquellos que se consideraban perjudicados por los disturbios sucedidos en el país o por la acción del gobierno mexicano. Entre los demandantes estaba un tal señor Remontel, dueño de una pastelería en Tacubaya, que reclamaba que tiempo atrás unos oficiales del ejército del general Antonio de Santa Anna se habían comido unos pasteles en su establecimiento y no sólo no los habían pagado, sino que habían causado ciertos destrozos en el local. Este detalle hizo que el posterior enfrentamiento pasase a ser conocido popularmente como la Guerra de los Pasteles.


El gobierno de Bustamante rechazó de plano las exigencias del embajador francés. Esta rotunda negativa, unida al fusilamiento de un francés en Tampico acusado de piratería, enfureció a Deffaudis, quien abandonó México rumbo a Francia. Volvió ya en marzo, pero no lo hizo solo, sino que llegó acompañado de una flota de buques de guerra al mando del almirante Bazoche. Desde uno de estos barcos, Deffaudis envió el 21 de marzo un ultimátum al gobierno mexicano exigiendo el pago de la indemnización pedida y las modificaciones en el acuerdo entre ambas naciones. Como los mexicanos se negaran a negociar mientras hubiese fuerzas navales extranjeras frente a sus costas, el 16 de abril Bazoche decretó el bloqueo de todos los puertos mexicanos del Golfo, empezando por el de Veracruz.

Fortaleza de San Juan de Ulúa, frente al puerto de Veracruz
En octubre, visto que los mexicanos seguían sin aceptar sus reclamaciones, los franceses enviaron otros 20 barcos de guerra, mandados por el contraalmirante Baudin, que además ostentaba el cargo de ministro plenipotenciario del gobierno galo. Baudin se sentó a negociar en Xalapa con el ministro mexicano de Relaciones Interiores y Exteriores, Luis Gonzaga Cuevas. Los franceses pedían los 600000 pesos de la compensación a sus compatriotas, mas otros 200000 por los gastos de la flota desplazada a las costas mexicanas, y la firma de un tratado de amistad, comercio y navegación que concediese privilegios y derechos preferentes a los franceses. Este último punto fue rechazado de plano por Cuevas, con lo que Baudin, enojado, decidió pasar de las palabras a los hechos. El 27 de noviembre de 1838, la flota francesa bombardeaba el fuerte de San Juan de Ulúa y el puerto de Veracruz. De inmediato, el general Santa Anna (que había pasado al retiro tras la dolorosa derrota en la guerra contra los texanos) volvió al servicio activo y se puso al frente de las tropas que defendían Veracruz, pero aún así los franceses tomaron la ciudad el 4 de diciembre y el propio Santa Anna perdió una pierna en los combates. Para entonces, el gobierno mexicano ya había declarado la guerra a Francia.

Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón (1794-1876)
Los enfrentamientos se prolongaron durante varios meses, hasta que intervino el diplomático inglés Richard Pakenham, ministro plenipotenciario del gobierno británico, que había arribado a las costas mexicanas en diciembre acompañado de una poderosa flota. Los comerciantes británicos estaban perdiendo mucho dinero a consecuencia del bloqueo y tampoco les interesaba que Francia lograra un acuerdo comercial demasiado ventajoso que les hiciera competir en inferioridad de condiciones, así que Pankeham, en parte con diplomacia y en parte con la amenaza de una intervención británica, logró sentar en febrero de 1839 a Baudin con los negociadores mexicanos, Guadalupe Victoria y Eduardo Gorostiza. El tratado de paz definitivo se firmó el 9 de marzo; México aceptó pagar los 600000 pesos, en cómodos plazos, pero sin aceptar la firma del nuevo tratado que querían los franceses, y éstos renunciaron a reclamar los gastos de guerra, aceptando de nuevo el tratado de 1827 y liberando los buques capturados durante el bloqueo.
Poco después de la firma del tratado, Santa Anna (cuya popularidad había vuelto a crecer debido a este incidente) sustituyó a Bustamante como presidente de México. El bloqueo francés no se levantaría completamente hasta el 7 de abril, y el rey francés Luis Felipe I de Orleans enviaría a un nuevo embajador en sustitución de Deffaudis, el barón Alleye de Ciprey, cuya actitud prepotente y pendenciera dejaría una larga ristra de incidentes de todo tipo durante los seis años que estuvo en el cargo.
Pese al conflicto, los franceses siguieron gozando de un destacado protagonismo en la vida comercial y cultural de México. No sería esta la última vez que Francia interviniese en los asuntos mexicanos; en 1862 las tropas francesas invadirían el país para imponer al año siguiente al infortunado Maximiliano de Habsburgo como emperador.