Los movimientos nacionalistas de la India, bastante activos a finales del siglo XIX y principios del XX, se atemperaron bastante durante la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto, pese a la negativa imagen que los británicos tenían de los indios, el país se volcó en ayudar a la metrópoli: más de 1'3 millones de indios participaron en la guerra, bien como combatientes o bien como trabajadores al servicio del ejército británico. El gobierno y los príncipes locales aportaron víveres, armas y dinero para contribuir al esfuerzo bélico. La India salió malparada de la guerra; no sólo tuvo cuantiosas bajas entre sus tropas (agravadas por la epidemia de gripe española que azotó al país) sino que su economía se vio seriamente dañada por el aumento de los impuestos y las restricciones al comercio.
El sentimiento general de los indios era que todos aquellos sacrificios podían hacer cambiar a los británicos sus políticas en la India y otorgar más autonomía a la colonia. Y, durante algún tiempo, pareció que iba a ser así. El Secretario de Estado para la India, Edwin Montagu, pronunció en 1917 un histórico discurso ante el Parlamento en el que asumía que la política a seguir en cuanto a la India era irla dotando de mayor autonomía hasta alcanzar un gobierno indio que formase parte del Imperio. Y la Ley de Gobierno de la India de 1919 establecía que la administración de la colonia estuviese compartida por funcionarios británicos nombrados por la corona y delegados indios elegidos por votación, aunque reservando para los británicos los sectores más importantes tales como las finanzas públicas o la justicia.
Pero estas esperanzas se vieron muy pronto defraudadas. Ante los temores del ejército a una rebelión y los rumores nunca confirmados de que los movimientos nacionalistas indios preparaban acciones contra los británicos, el gobierno británico decidió prorrogar el estado de excepción declarado en la India en 1915 a causa de la guerra y promulgó en 1919 la durísima y restrictiva Ley de Crímenes Anarquistas y Revolucionarios, conocida como Ley Rowlatt, llamada así por el presidente del comité que la recomendó, el juez sir Sidney Rowlatt. Esta rigurosa ley, encaminada a sofocar cualquier conato de rebelión en la India, estuvo vigente desde marzo de 1919 hasta marzo de 1922, y otorgaba a las autoridades británicas amplios poderes para combatir al nacionalismo indio. La ley permitía mantener a un sospechoso en prisión preventiva hasta dos años sin llevarlo a juicio, o que un acusado fuera a juicio sin ser informado del delito del que se le acusaba y de las pruebas que había contra él, prohibía a los condenados por delitos de sedición participar en actividades políticas, educativas o religiosas aún tras su liberación, limitaba la libertad de prensa y autorizaba a la policía a hacer arrestos y registros sin orden judicial, entre otros polémicos aspectos.
Estas medidas provocaron un rechazo generalizado entre la población nativa, incluso entre los sectores más moderados, y con ello el resurgimiento del nacionalismo hindú más reivindicativo. Hubo llamamientos a una huelga general y las protestas se multiplicaron por todo el país, con especial incidencia en la provincia del Punjab.
Coronel Reginald Edward Harry Dyer (1864-1927) |
El día 13 de abril de 1919, miles de personas se reunieron en Amritsar para celebrar el Vaisakhi, la festividad local del año nuevo solar. Una celebración multitudinaria en la que participaban tanto hindúes como musulmanes y sikhs (para los que la festividad tiene mucha relevancia). La multitud (entre 20 y 25000 personas, de todas las edades, incluidas familias enteras) se dirigió alrededor de las cuatro de la tarde al Jallianwala Bagh, un jardín público rodeado de edificios al que se accedía por un pórtico principal y cuatro pequeñas entradas secundarias.
Cuando el coronel Dyer, oficial al mando de las tropas británicas en Amritsar, supo de la celebración, acudió de inmediato acompañado de dos carros de combate ligeros y un contingente de unos noventa gurkhas nepalíes y soldados balochis. Dejó a los carros vigilando la entrada principal y apostó a sus hombres en el jardín para, a continuación, ordenar a los soldados abrir fuego sin previo aviso contra la multitud.
El Jallianwala Bagh, días después de la masacre |
La cifra total de víctimas nunca se sabrá. Los británicos reconocieron 379 muertos y en torno a un millar de heridos, pero los indios hablaron siempre de al menos un millar de fallecidos (algunas fuentes elevan la cifra a 1500 o 1800), muchos de ellos mujeres y niños.
Al día siguiente, el gobierno británico de la India emitió un comunicado oficial en el que se afirmaba que los soldados habían disparado en defensa propia, ante los ataques de "manifestantes que protestaban contra las medidas", provocando 379 muertos (todos varones adultos). Dyer, cuyos actos fueron aprobados por sus superiores y por el gobernador británico del Punjab, Michael O'Dwyer, manifestó que había "derrotado a un potencial ejército revolucionario" y que su intención había sido "dar un escarmiento a los indios por su desobediencia". Además, Dyer se dirigió en términos amenazadores a los habitantes de Amritsar, anunciando nuevas represalias si había nuevos disturbios, además de ordenar que, durante varios días, los indios que pasasen por la calle en la que había sido agredida Marcella Sherwood lo hiciesen a cuatro patas, obligados por sendos piquetes de soldados apostados en ambos extremos de la calle.
Impactos de los disparos de los soldados británicos, todavía visibles hoy en día |
Sir Michael Francis O'Dwyer (1864-1940) |
Ante la gravedad de lo acontecido, en octubre de 1919 se formó un comité de investigación, conocido como Comisión Hunter, formado por juristas y políticos británicos e indios, y presidido por Lord William Hunter, antiguo parlamentario y Procurador General de Escocia. Contra la formación de esta Comisión se pronunciaron miembros del parlamento y de la Cámara de los Lores, así como O'Dwyer, que una vez más defendió la actuación de Dyer y pidió que "no fuera castigado, sino premiado por evitar una rebelión en el Punjab". La Comisión Hunter tomó declaración a numerosos testigos en las semanas siguientes, y también al propio Dyer. Altivo, frío y sin dar la más mínima muestra de arrepentimiento, Dyer admitió con toda franqueza que no había hecho ningún intento por impedir la concentración ni dispersar a la muchedumbre, que había acudido al Jallianwala Bagh con intención de abrir fuego y no había mediado provocación alguna, y reiteró su convencimiento de que su acción había servido para evitar una rebelión y para dar un escarmiento a los alborotadores del Punjab. Incluso admitió que, si los blindados hubieran cabido por la entrada del jardín, les habría ordenado a ellos también abrir fuego, aumentando todavía más el número de bajas. Preguntado por qué no había atendido a los heridos, argumentó que "No era asunto mío. Los hospitales estaban abiertos, que hubieran ido allí".
Monumento en el Jallianwala Bagh en homenaje a las víctimas de la masacre |
Dyer jamás se retractó de ninguna de sus opiniones y siguió defendiendo la política de mano dura en la India, y oponiéndose ferozmente a su autonomía. En 1921 sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralítico hasta su muerte, en 1927. En cuanto al otro gran señalado como culpable de la masacre, el gobernador O'Dwyer, no se tomaron medidas contra él, pero al final también lo alcanzaron los efectos de aquella carnicería: el 13 de marzo de 1940, en pleno centro de Londres, O'Dwyer moría tiroteado por Shaheed Udham Singh, un sikh que había resultado herido en el Jallianwala Bagh y quería así vengar la memoria de los caídos aquel día.