Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras el ejército alemán campaba a sus anchas por buena parte de Europa, los jerarcas nazis no sólo se preocupaban de cuestiones militares. Una de las grandes aficiones de los jerifaltes del Partido nazi fué la de organizar un sistemático expolio de la riqueza artística de los territorios que ocupaban. Tanto es así que incluso fué creado un organismo especializado, el Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (ERR), dirigido por Alfred Rosenberg, cuya ocupación específica era la de incautar y clasificar miles de obras de arte en museos, galerías y colecciones privadas, para su envío a Alemania, donde acabarían en museos, guardadas en almacenes o bien adornando las residencias particulares de los altos cargos del partido.
En mayo de 1945, el ejército norteamericano hallaba escondida en una mina de sal en Austria la colección privada de Hermann Göring, comandante de la Luftwaffe y lugarteniente de Hitler. Entre los miles de obras allí guardadas estaba Cristo y la adúltera, una pintura atribuída al gran pintor holandés Johannes Vermeer (1632-1675). Tras investigar el origen del cuadro, descubrieron que había sido vendido originariamente por Han van Meegeren, un pintor holandés muy popular aunque poco apreciado por la crítica. Tras interrogarle, fué encarcelado acusado de colaborar con los nazis y de saquear el patrimonio cultural de Holanda. Atemorizado por la severa pena que podía serle impuesta, van Meegeren eligió entre dos males el menor, e hizo una confesión que sacudiría el mundo artístico de su país.
Van Meegeren confesó que el cuadro era una falsificación y que él mismo lo había pintado. Pero no quedaba ahí la cosa. También confesó ser el autor de quince cuadros más atribuídos a Vermeer (entre ellos Los discípulos de Emaús, considerada hasta entonces una de las obras maestras del pintor), además de otros supuestamente firmados por autores menores como Pieter de Hoogh y Franz Hals.
Todo había comenzado décadas atrás. Van Meegeren, arquitecto de formación, había estudiado pintura en la Kunstakademie de La Haya y aspiraba a ser reconocido como pintor, pero sus primeras exposiciones, aunque se vendieron bien, recibieron pésimas críticas. El joven van Meegeren se enfureció. Aunque logró convertirse en un pintor popular y sus cuadros se vendían a buen precio, nunca logró que los críticos le vieran más que como un imitador con poco talento de los grandes pintores de los siglos XVII y XVIII. Deseoso de vengarse de aquellos "expertos" que tan poco lo valoraban, se le ocurrió que sería una venganza divertida que un cuadro pintado por él fuera atribuído a un gran maestro por los mismos que habían cuestionado su talento.
Seguramente esa era su intención original. Pero cuando se asoció con un marchante llamado Theo van Wijngaarden descubrió que podía ganar mucho dinero con las falsificaciones. Además, aunque se ganaba muy bien la vida con su obra, era aficionado a vivir a lo grande, a las fiestas, las casas lujosas y las mujeres guapas. Sus primeros "trabajos" datan de la década de los veinte, pero sus falsificaciones más importantes fueron realizadas en los años treinta, cuando ya se había trasladado a Francia para trabajar con tranquilidad. Eligió centrarse en Vermeer por varios motivos: su alta cotización, lo poco que se conocía de su obra y lo escasa de ésta (apenas hay catalogados 36 cuadros suyos).
Van Meegeren desarrolló con paciencia y dedicación un laborioso proceso para que sus cuadros pasasen los escasos controles de la época. Antes de pintarlos estudiaba cuidadosamente el tema que iba a reflejar, para que fuese coherente con la obra de Vermeer y no levantase sospechas. Partía de lienzos auténticos del siglo XVII, que compraba en anticuarios o subastas. Luego, cuidadosamente raspaba la pintura hasta dejar el lienzo limpio. A continuación pintaba el cuadro, usando pigmentos que él mismo fabricaba y que contenían componentes similares a los de la época. El siguiente paso era darle al cuadro ya terminado una capa de resina y "cocerlo" en un horno durante unas horas, para así oscurecerlo y agrietarlo, imitando el efecto del paso del tiempo sobre la pintura. Aumentaba las grietas enrollando la pintura y, por último, le daba un baño de tinta china para rellenar dichas grietas.
La confesión de van Meegeren causó sensación en Holanda. Los cuadros que él se atribuía estaban en manos de importantes coleccionistas y museos de primera fila. Los que habían certificado que eran obras auténticas defendían su decisión y tachaban de farsante al pintor. El cuadro de Göring, Cristo y la adúltera, fué calificado de falso por los expertos, pero era una de las últimas obras de van Meegeren, quien, envejecido y adicto al alcohol y los somníferos, había perdido bastante habilidad con los años. No obstante, para demostrar sus afirmaciones, pintó en prisión y ante testigos Jesús entre los doctores, el último de sus falsos Vermeers. Al final, un simple análisis químico fué la prueba definitiva. Van Meegeren usaba para fabricar sus pigmentos una resina de formaldehído llamada Albertol, que no había existido hasta el siglo XX. El doctor Coremans, químico jefe del laboratorio de los Museos Reales belgas halló dicho compuesto en todas las obras señaladas por van Meegeren como suyas, despejando las dudas existentes. No obstante siguió habiendo dudas hasta que, ya en los años setenta, las técnicas modernas demostraron fehacientemente que se trataba de obras falsas.
Van Meegeren fué condenado por falsificación y estafa a sólo un año de prisión, aunque su delicado estado de salud no le permitió cumplirlo: murió de un ataque al corazón el 30 de diciembre de 1947, a los 58 años. Su patrimonio fué subastado para compensar a los estafados, aunque la mayor parte de su fortuna estaba a nombre de su esposa, que nunca fué acusada de ningún delito y por lo tanto pudo conservarla.
Los discípulos de Emaús, la más famosa de las falsificaciones de van Meegeren