Jean-Pierre Adams, nacido en Dakar (Senegal) el 10 de marzo de 1948, dejó su África natal siendo todavía un niño, acompañando a su abuela, una devota católica, a una peregrinación a Francia. Allí, su abuela lo ingresó en una escuela católica en Saint-Louis de Montargis. Jean-Pierre tenía ocho años y poco después fue adoptado por una familia francesa. A partir de entonces llevó la vida de un niño francés cualquiera, yendo a la escuela y jugando al fútbol, donde muy pronto destacó, gracias a su privilegiado físico, en equipos modestos como el Cepoy, el Bellegarde y el Montargis.
Una vez terminada su etapa juvenil, Jean-Pierre comenzó a jugar en el Fontainebleau, un equipo no profesional, a la vez que trabajaba como obrero en una fábrica. Con el Fontainebleau fue dos veces campeón amateur de Francia, y sus actuaciones llamaron la atención de numerosas personas, entre ellos Abdelkader Firoud, ex-futbolista franco argelino que por aquel entonces era seleccionador de Argelia y poco después asumiría el cargo de entrenador del Nimes, equipo de la primera división francesa.
Jean-Pierre Adams, con su esposa Bernadette y su hijo Laurent
Por aquella época, Jean-Pierre conoció en un baile a una joven llamada Bernadette, con la que comenzaría una relación. Pese a las reticencias que había en su entorno por tratarse de una pareja interracial, ambos se fueron a vivir juntos poco después y se casarían en abril de 1969. El matrimonio tendría dos hijos: Laurent (nacido en 1969 y que hoy es entrenador de fútbol) y Frédéric (1976).
La gran oportunidad de Adams llegó en 1970, cuando Firoud recomendó su fichaje al Nimes. Pese a que en el Fontainebleau solía jugar de delantero, los técnicos del Nimes quisieron aprovechar su físico (no era muy alto, 1'78 metros, pero si muy fuerte) y lo pusieron a jugar en posiciones defensivas, como defensa central o mediocentro defensivo. Su progresión fue rapidísima; no tardó en hacerse con un puesto titular en el Nimes y en 1972 debutaba con la selección francesa en un amistoso contra una selección de jugadores africanos. Con la selección bleu jugaría un total de 22 partidos entre 1972 y 1976, y formaría junto al guadalupeño Marius Trésor una legendaria dupla de centrales que sería conocida como le Garde Noire (la Guardia Negra).
Marius Trésor y Jean-Pierre Adams, le Garde Noire
En 1973, tras tres temporadas en el Nimes, con casi un centenar de partidos jugados y un subcampeonato de Liga, fichó por el Niza, donde permanecería cuatro años, probablemente los mejores de su carrera, alcanzando otro subcampeonato de Liga en 1976. En 1977 fichó por el Paris Saint-Germain, donde estuvo dos años, antes de cerrar su carrera como jugador con una temporada en el Mulhouse, en segunda división, y otra con el Chalon, en categoría amateur. Después, apasionado por el fútbol como era, decidió que quería seguir ligado a ese deporte y comenzó a presentarse a los cursos necesarios para capacitarse como entrenador.
A principios de marzo de 1982, Adams acudió al Hospital Édouard Herriot de Lyon. Tenía un ligamento de su rodilla dañado, y aunque no le molestaba ni le impedía hacer su vida normal, deseaba consultar las posibilidades de operarse y así, quizás, alargar su carrera futbolística uno o dos años más. En los pasillos del hospital se encontró por casualidad con un médico que era un gran aficionado al fútbol y lo reconoció. El doctor se ofreció a ayudarlo a acortar el tiempo de espera para las pruebas y diagnósticos y, tras examinar la rodilla de Jean-Pierre, le dio cita para operarse el día 17 de ese mes de marzo.
La fecha de la operación del jugador coincidió con una huelga del personal del hospital, lo que hizo que aquel día hubiera escasez de médicos y enfermeros. La operación de Jean-Pierre Adams no era urgente, y podía haberse aplazado sin problemas para otro día, dada la situación, pero los médicos decidieron seguir adelante. Antes de entrar en el quirófano, Jean-Pierre, jovial y bromista como siempre había sido, le dijo a su esposa "No te olvides de traerme las muletas".
En el quirófano, una anestesista saturada, que atendía a la vez a ocho pacientes, dejó a Jean-Pierre al cuidado de un aprendiz en prácticas sobrepasado por la situación, que cometió un imperdonable error: a la hora de intubar al paciente, se equivocó y bloqueó por accidente uno de los pulmones, lo que le provocó un broncoespasmo que a su vez desembocó en un infarto. Jean-Pierre Adams, cuyo cerebro se vio privado de oxígeno durante varios minutos, entró en un coma profundo del que ya no despertaría. Tras quince meses hospitalizado, su esposa Bernadette obtuvo el permiso para llevárselo a su casa y así poder cuidar de él.
El pasado 10 de marzo, Jean-Pierre Adams cumplió 68 años, habiendo pasado más de la mitad de su vida en coma. Su esposa sigue cuidando de él, sin perder la esperanza. La anestesista y su auxiliar (que reconoció que no estaba capacitado para la labor que le habían encomendado) fueron declarados culpables de provocar una "lesión involuntaria" en 1989, tras un largo proceso judicial lleno de interrupciones, durante el cual Bernadette contó con el apoyo moral y económico del fútbol francés, especialmente de la Liga y la Federación francesas, así como del Club Variétés, un equipo de fútbol formado por ex-jugadores y personalidades del deporte y la cultura francesas, que se dedica a jugar partidos de exhibición con fines benéficos. Las penas fueron leves: apenas un mes de suspensión de su licencia y una sanción económica. La familia del jugador aún tendría que esperar otros tres años, hasta 1992, para recibir una indemnización por parte de la compañía de seguros del hospital.
Trayectoria futbolística
1967/68 Fontainebleau
1968/69 Fontainebleau
1969/70 Fontainebleau
1970/71 Nimes (10 partidos/1 gol)
1971/72 Nimes (40/5)
1972/73 Nimes (37/4)
1973/74 Niza (39/9)
1974/75 Niza (38/3)
1975/76 Niza (19/0)
1976/77 Niza (35/3)
1977/78 Paris Saint-Germain (23/1)
1978/79 Paris Saint-Germain (18/0)
1979/80 Mulhouse (11/1)
1980/81 FC Chalon (23/1)
Construido entre 1882 y 1885, el Fuerte Douaumont era la mayor y mejor armada de las fortalezas que formaban el anillo defensivo que protegía la estratégica ciudad de Verdún, cercana a la frontera franco-alemana. Un complejo entramado defensivo, construido tras la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870 para prevenir una eventual nueva invasión germana, formado por hasta 44 fortificaciones, además de algunos otros puestos y bunkers de menor tamaño para cubrir puntos ciegos. En total, el fuerte tenía unos 30000 metros cuadrados de superficie, con una guarnición estimada de unos 890 soldados. Su dotación armamentística consistía en un cañón de 155 mm y dos de 75 mm, situados en sendas torretas retráctiles, además de otras dos torretas con dos ametralladoras Hotchkiss de 8 mm cada una. Los fosos y el terreno circundante al fuerte estaban cubiertos por seis cañones Hotchkiss de 40 mm, situados en casamatas construidas en las esquinas del muro, y cuatro morteros del 12. Tras su construcción, el fuerte había sufrido varias reformas y sus techos y paredes habían sido reforzados con acero y hormigón.
Torreta para los cañones de 75 mm
Pero el estallido de la Primera Guerra Mundial provocó un cambio en la estrategia francesa. La facilidad con la que las tropas del Kaiser ocuparon Bélgica, apresando numerosas fortalezas como las de Lieja y Namur, similares a las francesas (en buena parte gracias a su poderosa artillería, como los temibles Gamma Mörser de 420 mm) hizo creer al alto mando francés que su sistema defensivo estaba obsoleto. Y en agosto de 1915, el general Joseph Joffre, comandante en jefe del ejército francés, tomó la que luego se revelaría como una pésima decisión: desmantelar parcialmente el anillo defensivo en torno a Verdún, retirando de las fortalezas a la mayor parte de los soldados y la artillería, para enviarlos al frente en función de las necesidades de los combates, y dejando en ellos sólo la artillería instalada en casamatas y torretas (demasiado complicada de desmontar), con la munición justa. Incluso varias de aquellas fortalezas fueron minadas con grandes cantidades de explosivos para volarlas en caso de que estuvieran a punto de caer en manos enemigas. En Douaumont quedaron apenas medio centenar de hombres, casi en su totalidad reservistas sin experiencia ya entrados en años, bajo el mando de un sargento sexagenario, que tampoco era un militar de carrera, apellidado Chenot.
Y en esta situación llegamos a febrero de 1916. El día 21, a las 4:00 AM comenzaba la ofensiva alemana que desembocaría en una de las batallas más largas y sangrientas del conflicto, la batalla de Verdún. Primero, con un intenso bombardeo de artillería a lo largo de un frente de 40 kilómetros, que duró diez horas y se llegó a oir a 200 kilómetros de distancia, y luego con el avance de la infantería. Los franceses, pese que estaban sobre aviso y habían enviado más tropas a la zona, fueron sorprendidos por la virulencia del ataque, y esto permitió a los alemanes avanzar con rapidez los primeros días. El día 25 las tropas alemanas ya estaban cerca de Douaumont.
Los alemanes habían puesto su mirada sobre el fuerte, considerándolo una posición estratégica para el asalto a la ciudad. Por eso, los soldados del 24º Regimiento de Brandenburgo se aprestaban para lanzar un ataque sobre la fortaleza, creyendo que seguía siendo una posición fuertemente armada y defendida por una guarnición numerosa. En Douaumont, pese al inminente peligro, seguían los mismos pocos hombres que había antes del ataque alemán; se habían dado órdenes de enviar nuevas tropas al fuerte, pero, entre las urgencias del momento y la maraña burocrática del ejército, dichas órdenes se habían extraviado.
El sargento Kunze y el teniente Eugen Radtke
Un pequeño grupo de diez ingenieros de combate, bajo las órdenes del sargento Kunze, fueron enviados a las inmediaciones del fuerte para realizar un reconocimiento de la zona y eliminar algunos obstáculos, como el alambre de espino, para facilitar el paso de las tropas. Llegados al fuerte, al sargento le llamó la atención el nulo movimiento que se veía. No había franceses a la vista, las casamatas estaban vacías y la única señal de que había alguien en el fuerte era el cañón de 155 mm, que abría fuego de cuando en cuando hacia las posiciones alemanas. Kunze no lo sabía, pero la mayor parte de los soldados franceses, hartos de soportar los bombardeos alemanes, se habían refugiado en los niveles inferiores del fuerte, y sólo el equipo que manejaba el cañón principal (la torreta de los cañones de 75 mm había sido alcanzada por los cañonazos y estaba inutilizada) permanecía alerta.
Kunze y dos de sus hombres se acercaron sin problemas hasta las mismas murallas del fuerte, aprovechando que los bombardeos habían abierto una brecha en la valla metálica que rodeaba el fuerte. Tal y como suponían, no había vigilancia alguna y el foso estaba desprotegido. El sargento Kunze, decidido, trepó a una de las troneras del muro y entró en el fuerte, aunque sus acompañantes, temiendo una emboscada, no le siguieron. Y así, completamente solo y armado únicamente con su fusil, Kunze se encontró vagando por los desiertos pasillos del fuerte.
En su deambular, Kunze llegó hasta la torreta del cañón, apresando a los sorprendidos artilleros que lo atendían y llevándolos hacia el exterior. En el patio, los artilleros echaron a correr, pero Kunze no los persiguió. Se acercó a investigar a un barracón cercano donde se oían voces y al abrir la puerta... se encontró con un numeroso grupo de soldados franceses que lo miraban tan sorprendidos como él los miraba a ellos. Pero Kunze supo mantener la sangre fría, les anunció como pudo que el fuerte había sido tomado por el ejército alemán y ellos eran ahora prisioneros, y sin darles tiempo a reaccionar, salió y atrancó la puerta lo mejor que pudo, dejándolos encerrados.
A todo esto, mientras el sargento seguía haciendo la guerra por su cuenta, una avanzadilla del 24º Regimiento, mandada por el teniente Radtke llegaba a las afueras del fuerte y allí encontraban a los hombres de Kunze, que le explicaron lo ocurrido. Cuando supo lo que había hecho el sargento, Radtke se apresuró a acudir en su ayuda con sus soldados, que entraron al fuerte e hicieron algunos prisioneros, y finalmente encontraron a Kunze, quien había dado con la despensa y estaba reponiendo fuerzas. Radtke distribuyó a sus hombres por el fuerte y aseguró la posición. Con el fuerte ya totalmente controlado, hicieron su aparición los refuerzos, dos columnas de soldados bajo las órdenes del capitán Haupt y el teniente primero Von Brandis.
El capitán Hans Joachim Haupt (1876-1942) y el teniente Cordt von Brandis (1888-1972)
Y así, sin disparar un sólo tiro, con un puñado de soldados y en poco más de media hora, los alemanes lograron uno de sus mayores éxitos en la ofensiva de Verdún. La única "baja" fue uno de los soldados de Kunze que se raspó una rodilla al ayudarlo a trepar por la muralla. En Alemania la noticia de la toma de la fortaleza fue recibida con grandes celebraciones, mientras que para los franceses supuso una auténtica humillación, tanto que el alto mando trató de maquillar la noticia con un comunicado en el que se decía que los alemanes habían sido rechazados en varias ocasiones y habían sufrido enormes pérdidas en el asalto, algo que no evitó las durísimas críticas contra la incompetencia de los mandos militares.
Vista aérea del fuerte, donde son visibles los efectos de los continuos bombardeos
Tras la conquista, los alemanes convirtieron a Douaumont en su principal base de retaguardia en el frente de Verdún. Los franceses, en parte por motivos estratégicos y en parte también buscando reparar su orgullo herido, trataron de retomar la posición en varias ocasiones, llegando incluso a ocupar una sección del fuerte durante algo más de un día, antes de ser de nuevo expulsados por el contraataque germano. Sin embargo, el peor revés de las tropas alemanas en el fuerte se debió a un desafortunado accidente. El 8 de mayo de 1916 el fuego que unos soldados habían encendido para preparar café se extendió a un depósito de granadas y lanzallamas, que hicieron explosión. El combustible de los lanzallamas se derramó y alcanzó un depósito de municiones de artillería, que saltó por los aires. Cientos de soldados alemanes murieron por la explosión, abrasados o asfixiados al consumirse el oxígeno de los túneles. Algunos hombres que huyeron al exterior escapando de aquel infierno fueron ametrallados por sus propios compañeros, que los tomaron por soldados franceses. En total, 679 soldados alemanes perecieron a causa de las explosiones. Sus restos fueron sepultados en la sección más dañada del fuerte, que a continuación fue clausurada y desde entonces fue considerada cementerio militar.
Finalmente, las tropas del Regimiento de Infantería Colonial de Marruecos recuperaron el fuerte el 24 de octubre de 1916, cuando los alemanes ya lo habían evacuado, huyendo de una gran ofensiva de la artillería francesa. Para recuperar aquel fuerte, cuya conquista no costó ni un soldado a los alemanes, los franceses sufrieron, dependiendo de la fuente, entre 10000 y 100000 bajas en sus distintos ataques.
¿Y qué pasó con los artífices de la conquista? El káiser Guillermo, entusiasmado con la conquista, concedió la medalla Pour le Mérite, la más alta condecoración del ejército alemán en la época... a Haupt y a Von Brandis, cuya participación había sido más bien escasa. Mientras, ni Kunze ni Radtke vieron recompensado su valor, aunque Radtke recibiría meses después la Cruz de Hierro de 1º clase, pero sin reconocerle su participación en la toma de Douaumount. Hubo que esperar dos décadas para que ambos vieran reconocidos sus méritos. En los años 30, un comité de revisión admitió públicamente su heroica intervención en la toma del fuerte. Kunze, que entonces era oficial de policía, recibió un ascenso, y Radtke fue obsequiado con una fotografía autografiada del príncipe Guillermo de Prusia (hijo del káiser Guillermo y apartado de la política desde hacía años).
Los posibles restos del módulo Schiaparelli, fotografiados por la sonda de la NASA Mars Reconnaissance Orbiter
Los peores presagios se han cumplido. El módulo de aterrizaje Schiaparelli, que tenía previsto aterrizar en la superficie marciana, no ha conseguido su objetivo y se ha estrellado. El módulo formaba parte de la misión ExoMars, una misión conjunta de la Agencia Espacial Europea y su homóloga rusa, Roscosmos, destinada a buscar indicios de vida, pasada o presente, en Marte. Un fracaso que se suma a una larga lista de misiones de exploración dirigidas al planeta rojo que por uno u otro motivo no cumplieron con su cometido, un número tan elevado de fracasos que incluso ha llevado a algunos a hablar de una "maldición marciana".
El Mars 1M No.1, lanzado el 10 de octubre de 1960
Fueron los soviéticos los primeros en intentar hacer llegar una nave a la órbita marciana. Las Mars 1M1 y 2 (1960), y las dos Mars 2MV (1962) no llegaron a alcanzar la órbita terrestre, por distintos fallos de los cohetes que las transportaban. Con la Mars 1 (1962) se perdió la comunicación durante su viaje, al igual que le pasó a la Zond 2 (1964). En 1964 los americanos también se unieron a la carrera hacia Marte; la Mariner 3 fracasó al no separarse del cohete que la transportaba fuera de la atmósfera terrestre, y la Mariner 4, por fin, lograba situarse en la órbita de Marte y enviar datos e imágenes de la superficie. Lo mismo lo conseguirían las Mariner 6, 7 (ambas en 1969), y 9 (1971). Por el medio, otros cuatro fracasos: las soviéticas Mars 2M 521 y 522 (1969) y Kosmos 419 (1971), y la americana Mariner 8 (1971). Todas ellas, frustradas por distintos fallos en sus cohetes.
La primera imagen enviada desde la superficie de Marte, obra del módulo del Viking 1
En los años 70 el programa espacial ruso dirigido a Marte comenzó con nuevos bríos. Las Mars 2 y 3 lograron alcanzar la órbita marciana, e incluso la Mars 3 consiguió hacer aterrizar por primera vez en el planeta un ingenio humano, su módulo de descenso (no así el pequeño vehículo que lo acompañaba). No obstante, dicho módulo dejó de transmitir información por causas desconocidas apenas 15 segundos después de aterrizar. Pero las Mars 4, 5, 6 y 7 (1973) fracasaron cuando ya estaban en las proximidades del planeta o incluso ya en su órbita. No así las americanas Viking 1 y 2 (1975), que no solo alcanzaron sin problemas la órbita sino que lograron hacer llegar a la superficie sendos módulos de aterrizaje que estuvieron activos durante años.
La Fobos 1
En los siguientes años se produjo un paréntesis, sólo roto en 1988 por las sondas soviéticas Fobos 1 y 2, enviadas a estudiar el mayor de los dos satélites marcianos con sendos módulos de aterrizaje. La Fobos 1 se perdió debido a un error humano a la hora de enviarle un software desde la Tierra, que contenía un código erróneo; la 2, en cambio, alcanzó la órbita de Fobos y consiguió enviar fotografías y datos sobre la superficie y la atmósfera del satélite, aunque no pudo hacer aterrizar los dos pequeños módulos que transportaba y, finalmente, la nave quedaría inactiva tras dos meses por una avería en el ordenador de a bordo.
El Sojourner
En 1992 la NASA envió la Mars Observer, como parte de un ambicioso proyecto de estudio del planeta rojo como continuador del Programa Viking. para recabar datos sobre su superficie, atmósfera y campo magnético. De nuevo, la mala suerte se hizo presente: apenas tres días antes de llegar a la órbita de Marte, la sonda dejó de responder y nunca más se supo de ella. Se apuntó como causa probable una fuga de combustible. A continuación dos éxitos en 1996: la Mars Global Surveyor, que durante siete años se mantendría orbitando Marte; y la Pathfinder, que logró el doble éxito de depositar un módulo de aterrizaje en la superficie del planeta y, por primera vez, un pequeño robot móvil o rover, el Sojourner, que durante casi tres meses se movió por terreno marciano. Entre ambas, un nuevo fracaso de los rusos: la Mars 96 se estrellaba en algún lugar de Chile tras un fallo del cohete Proton que la transportaba.
El Mars Climate Orbiter
En 1998 lo que hasta entonces había sido un duelo exclusivamente entre norteamericanos y soviéticos/rusos acogió a un nuevo invitado: la Agencia Espacial Japonesa enviaba la sonda Nozomi. Que, como era de esperar, tampoco llegó a su destino: un fallo eléctrico tuvo la culpa. Entre 1998 y 1999, la NASA sufrió dos nuevos reveses. Especialmente duro fue el de la Mars Climate Orbiter, perdida a causa de uno de los errores más bochornosos que se recuerdan en la historia de la agencia: a la hora de calcular su ingreso en la órbita marciana, los técnicos proporcionaron los datos a la nave en millas, cuando su sistema hacía los cálculos en kilómetros. A consecuencia de ello, la Orbiter se acercó demasiado al planeta y se incineró al entrar en su atmósfera. También falló la doble misión Mars Polar Lander/Deep Space 2. El Mars Polar Lander (un módulo de aterrizaje) se estrelló a gran velocidad contra la superficie marciana por un fallo de los retrocohetes que debían amortiguar su descenso. Las Deep Space 2, dos pequeñas sondas diseñadas para penetrar en el suelo del polo sur del planeta, nunca llegaron a emitir señal alguna.
El Curiosity, en la superficie de Marte
A partir de ahí, los éxitos superan ampliamente a los fracasos. La NASA encadenó varias misiones exitosas: Mars Odyssey (2001), los dos rovers Spirit y Opportunity (éste todavía activo) en 2003, la Mars Reconnaissance Orbiter (2005), el módulo Phoenix en 2007, el célebre rover Curiosity en 2011 (que se preveía iba a estar activo menos de dos años, y ya ha cumplido cuatro y sigue funcionando), la Mars Atmosphere and Volatile EvolutioN Mission (MAVEN) en 2013... La Agencia Espacial Europea también se ha unido a la exploración marciana: su Mars Express Orbiter entró en órbita a finales de 2003, aunque el módulo que la acompañaba, el Beagle 2, no logró entrar en funcionamiento pese a aterrizar con éxito.
El único fracaso (y muy sonoro) de esta última época fue la doble misión ruso-china formada por las sondas Fobos-Grunt y Yinghuo-1 (la primera nave china destinada a Marte). Ambas sondas fueron lanzadas por un cohete ruso Zenit en noviembre de 2011. Sin embargo, algo falló y las sondas quedaron en una órbita errónea durante dos meses; en enero de 2012 reingresaron a la atmósfera terrestre y sus restos cayeron en el Pacífico.
En 2013 se lanzó la Mars Orbiter Mission, la primera sonda de la Agencia India de Exploración Espacial (ISRO). Pese a su escaso presupuesto (todo el proyecto costó apenas 67 millones de dólares, una cantidad irrisoria comparada con los presupuestos de sus competidores) la misión fue un éxito rotundo.
El módulo Schiaparelli
Hasta el momento, la última misión exploratoria enviada al planeta rojo es la ExoMars, una operación conjunta entre europeos y rusos, que consta de tres partes: una nave en órbita (el ExoMars Trace Gas Orbiter), que ha llegado a su destino sin contratiempos; el malogrado módulo Schiaparelli; y un rover, el ExoMars Rover, que se prevé sea lanzado en 2018 y aterrice en Marte en 2020.
Lista de misiones a Marte (en rojo, las misiones fallidas)
1960
- Mars 1M Nº1 (URSS)
- Mars 1M Nº 2 (URSS)
1962
- Mars 2MV-4 Nº1 (URSS)
- Mars 1 (URSS)
- Mars 2MV-3 Nº1 (URSS)
William Buckley, protagonista de una de las más sorprendentes aventuras del siglo XIX, nació en torno a 1780 en Marton, un pequeño pueblo del condado inglés de Cheshire, fronterizo con Gales. Su familia era muy humilde, tanto que cuando tenía seis años se fue a vivir con su abuelo materno. Desde muy joven comenzó a trabajar como aprendiz de albañil, pero siendo todavía un adolescente se alistó en el ejército británico. Con el Regimiento Real de infantería de línea de los King's Own de Lancaster tomó parte en 1799 en la invasión anglo-rusa de la península de Holanda Septentrional, en el marco de la Guerra de la Segunda Coalición contra los franceses. Allí Buckley resultó herido en una mano.
Sin embargo, de vuelta en Inglaterra Buckley acabaría siendo juzgado en agosto de 1802 acusado de la posesión de un rollo de tela robado. Él alegó ser inocente, diciendo que no sabía que la tela era robada y que él sólo la estaba guardando, pero el juez fue inflexible y lo condenó a catorce años de destierro en Australia. El 28 de abril de 1803 Buckley, junto a otros 300 convictos, partía del puerto británico de Spithead a bordo del HMS Calcutta rumbo a la bahía de Port Phillip, a donde llegaría el 12 de octubre de ese año.
La expedición, bajo el mando del teniente coronel David Collins, vicegobernador de la colonia de Nueva Gales del Sur, fundó un nuevo asentamiento en el sur de la bahía, cerca de donde hoy se sitúa el pueblo de Sorrento, al que llamaron Sullivan Bay y que se convertiría en el primer asentamiento europeo en la nueva colonia de Victoria. Sin embargo, la vida del enclave fue breve. Ante las adversas condiciones del lugar, la escasez de recursos y la pobreza del suelo, Collins decidió abandonar Sullivan Bay y trasladar a sus habitantes a un nuevo emplazamiento en la isla de Tasmania (entonces llamada Van Diemen's Land), un traslado que se llevó a cabo entre diciembre de 1803 y enero de 1804.
Al enterarse del inminente traslado, Buckley y varios de sus compañeros vieron una oportunidad para escapar. La noche del 27 de diciembre de 1803 él y otros tres prisioneros abandonaron el campamento y se internaron en la espesura. Uno de ellos fue herido de un disparo por los guardias, pero los otros tres lograron su propósito y consiguieron huir.
Tras permanecer unos días en los alrededores de la bahía, los dos compañeros de Buckley decidieron dirigirse al norte, tratando de llegar a Sydney, que ellos creían que no estaría demasiado lejos. En realidad los separaban más de 1000 kilómetros de distancia bordeando la costa australiana. En cambio, William Buckley, cansado y deshidratado, prefirió permanecer en la región. De los otros dos jamás se volvió a saber nada.
Durante unos meses, Buckley permaneció en los alrededores de Port Phillip, alimentándose principalmente de frutos silvestres y marisco que recogía en las playas, y evitando el contacto con los aborígenes australianos, de los que temía fueran hostiles. No fue hasta pasado algún tiempo que tuvo su primer encuentro con los nativos; un grupo familiar que lo acogió con gran amabilidad, quizá impresionados por el aspecto físico de Buckley: las descripciones que nos han llegado de él lo muestran como una persona de una estatura elevada para la época, de entre 1'90 y dos metros, dependiendo de la fuente. Los aborígenes compartieron con él su comida y le enseñaron algunas palabras de su idioma, antes de que sus caminos se separasen.
Tiempo después, tras recorrer ampliamente la región, Buckley se encontró con un grupo de mujeres de la tribu Wathaurong. Por aquel entonces, utilizaba como bastón una lanza que había encontrado en un enterramiento aborigen. Aquellas mujeres reconocieron la lanza como perteneciente a un miembro de su tribu, fallecido no hacía mucho, un hombre apreciado y respetado. Buckley las acompañó a su campamento, y allí la tribu determinó que el espíritu de su antiguo compañero se había reencarnado en aquel extraño sujeto para volver junto a ellos, y lo aceptaron como miembro.
Buckley pasó en compañía de los Wathaurong los siguientes treinta años, viviendo la mayor parte del tiempo en una cabaña que él mismo había construido cerca de la desembocadura de un arroyo conocido como Bream Creek. Aprendió la lengua y las costumbres de los aborígenes, adoptando su forma de vida e integrándose en la tribu, que siempre le dispensó un gran aprecio y estima, llegando a considerarlo un Ngurungaeta, una especie de líder tribal cuyas opiniones tenían gran influencia en asuntos de importancia. Asimismo, adquirió una gran destreza manejando las armas de los aborígenes, como el boomerang o los propulsores para arrojar lanzas a gran distancia, pero los miembros de su tribu no le permitieron participar en ninguna de las numerosas peleas y guerras entre tribus de las que fue testigo, y que eran una parte importante de la cultura aborigen; al ser considerado una especie de "espíritu sagrado" temían que fuera herido en los combates. Durante su vida alejado de la civilización, Buckley tuvo dos esposas aborígenes y fue padre al menos de una hija.
Una woomera o propulsor tradicional australiano y su modo de uso
Sin embargo, tras décadas evitando encontrarse con las patrullas y expediciones británicas que de cuando en cuando se dejaban ver por la zona, por miedo a que lo apresaran y encarcelaran, se despertó en él la nostalgia y el deseo de regresar con los suyos. Así, el 6 de julio de 1835, Buckley, acompañado por varios aborígenes, apareció en un campamento británico de la costa de Port Phillip. El campamento pertenecía a una expedición liderada por el granjero y explorador John Batman (quien años después fundaría la ciudad de Melbourne no muy lejos de allí), que buscaba lugares donde crear nuevos asentamientos. En aquel momento había en el campamento tres británicos, William Todd, James Gumm y Alexander Thompson, y varios criados aborígenes. Después de tantos años, Buckley casi había olvidado su propia lengua, pero mostrando a aquellos sorprendidos exploradores las iniciales WB tatuadas en su brazo les hizo entender que aquel extraño gigantón vestido con pieles de canguro era también europeo.
En un primer momento Buckley afirmó ser un soldado cuyo barco se había hundido en la zona tiempo atrás. No fue hasta varios días después de su encuentro cuando Buckley les confesó su verdadera identidad, dejándolos absolutamente estupefactos. En septiembre de ese año fue llevado a presencia del teniente general sir George Arthur, vicegobernador de Tasmania, el cual le otorgó un perdón completo de todos sus delitos pasados.
Buckley trabajaría como explorador para John Batman, y luego como intérprete oficial para las autoridades británicas. Sin embargo, nunca acabó de encontrarse cómodo de vuelta entre los británicos; sentía como si no perteneciera completamente a ninguno de los dos mundos, y que ni los blancos ni los aborígenes confiaban por completo en él. Así que dejó Victoria y se instaló en Hobart, capital de Tasmania, donde desempeñó diversos oficios, entre ellos el de guardia en una institución para mujeres convictas. El 27 de junio de 1840 se casó con Julia Eagers, una inmigrante irlandesa, viuda y con una hija. Cuentan que ella era tan baja como él era alto, y que cuando paseaban juntos ella no alcanzaba el brazo de Buckley, con lo que éste se ataba su pañuelo en forma de lazo para que su esposa pudiera agarrarse a él.
Buckley contó sus andanzas en un libro, The Life and Adventures of William Buckley, publicado en 1852 y escrito por John Morgan (Buckley no sabía leer ni escribir). Aunque algunos pasajes son un tanto fantasiosos (como aquellos en los que habla del bunyip o de la existencia de una tribu de piel cobriza viviendo en los bosques de Otway), por lo que se sabe hoy en día de la cultura e historia de los aborígenes la mayoría de los historiadores considera al libro veraz o muy próximo a la realidad en su mayor parte.
William Buckley falleció en Hobart el 30 de enero de 1856, al caerse de un carruaje. Tras su muerte su esposa, acompañada de su hija, su yerno y los hijos de estos, se mudó a Sydney, donde moriría en 1863.
A las 23:16 horas del lunes 15 de agosto de 1977, el radiotelescopio Big Ear registró una transmisión insólita mientras apuntaba al cúmulo globular M55, en la región oriental de la constelación de Sagitario. Aquella transmisión, que en un primer momento pasó desapercibida, iba a convertirse en motivo de estudio durante años, llenando páginas de publicaciones científicas y generalistas, y provocando multitud de especulaciones.
El Big Ear, un radiotelescopio de tipo Kraus situado en terrenos de la Ohio Wesleyan University en la ciudad de Delaware (Ohio), había sido inaugurado en 1963 y, entre 1973 y 1995, participó en uno de los varios programas SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence), registrando el espacio en busca de transmisiones de radio que pudieran proceder de una civilización alienígena inteligente. El Big Ear registraba las transmisiones en la frecuencia de 1420,4056 MHz. Esta es la frecuencia natural de emisión del hidrógeno neutro, el elemento más abundante en el universo. Los responsables del programa creían que si algo o alguien inteligente estaba emitiendo señales, probablemente utilizaría esta frecuencia, ya que es un óptimo canal para la emisión y recepción, y proporciona un buen equilibrio para diferenciar las señales del ruido de fondo. Las transmisiones que el radiotelescopio captaba no se grababan, sino que eran convertidas por el ordenador del telescopio (una IBM 1130 con 1 MB de disco duro y 32 KB de memoria RAM) en una serie de números y letras que se imprimían en una tira de papel. El software, programado por el astrónomo Jerry R. Ehman y el ingeniero Robert S. Dixon, medía la intensidad de las mediciones tomando como referencia la medición anterior. De este modo, dado que el ruido de fondo no siempre es constante, les permitía diferenciar el ruido de las señales verdaderas.
El radiotelescopio Big Ear
La señal no fue descubierta hasta unos días después, cuando Ehman, profesor de astronomía en la Ohio State University y voluntario en el programa SETI, estaba revisando los registros de los días anteriores y se encontró con la anomalía. La señal era realmente intensa, treinta veces superior a la del ruido de fondo, la más fuerte de las señales sin origen conocido que había captado ningún radiotelescopio. Tanto sorprendió a Ehman, que no pudo menos que rodear la secuencia alfanumérica de la señal (6EQUJ5) y escribir junto a ella una exclamación de sorpresa: Wow!. Eso hizo que la señal acabara siendo conocida como la Señal Wow!.
En estas dos regiones de la constelación de Sagitario se cree que pudo originarse la extraña señal
La Señal Wow! había durado exactamente 72 segundos. Era algo lógico; 72 segundos era el tiempo que el radiotelescopio observaba un punto concreto del firmamento, debido a la rotación de la Tierra. La señal mostraba un aumento paulatino hasta los 36 segundos, en el que alcanzaba su máximo, y luego descendía, lo que parecía confirmar su origen extraterrestre: la señal se había vuelto más fuerte hasta que el telescopio había enfocado directamente el punto de origen, y luego se había debilitado hasta que dicho punto había salido de su ámbito de observación. La región de la que supuestamente provenía la señal fue posteriormente rastreada a conciencia en varias ocasiones, pero no se captó ninguna otra transmisión anómala.
Cuando la existencia de la Señal Wow! se dio a conocer, desató una enorme cantidad de reacciones. Mientras la mayoría de la comunidad científica se inclinaba por buscar una explicación "razonable" al origen de la señal, determinados sectores, especialmente en el ámbito de las pseudociencias, afirmaban sin lugar a dudas que se trataba de una transmisión inteligente.
En la actualidad, tres son las principales hipótesis que explicarían la génesis de la Señal Wow: que se tratase de una transmisión de origen terrestre captada accidentalmente por el telescopio, bien procedente de un satélite (algo que está casi descartado) o bien que fuese reflejada por algún objeto en órbita, como un trozo de basura espacial (esta es la hipótesis que más convence a Ehman); que fuese provocada por algún fenómeno astronómico desconocido; o que, efectivamente, se tratase de una transmisión de una civilización extraterrestre.
El perfil de la intensidad de la Señal Wow!
La última hipótesis sobre la Señal Wow! se propuso hace apenas unos meses. Dos astrónomos norteamericanos, Antonio Paris y Evan Davies, sugieren que el origen de la señal está en dos cometas descubiertos hace relativamente poco, el 266P/Christensen y el 335P/Gibbs. Ambos cometas se encontraban en el cuadrante del espacio en el que se originó la señal en la fecha en la que fue captada. Según Paris y Davies, ambos cometas producen grandes nubes de hidrógeno cuando reciben radiación solar al entrar en nuestro Sistema. Esta súbita emisión de hidrógeno habría bastado, defienden, para provocar una señal anómala lo suficientemente intensa como para confundir al radiotelescopio. En enero de 2017 el 266P/Christensen volverá a cruzar la misma región, y el 335P/Gibbs lo hará en enero de 2018. Ambos astrónomos preparan una serie de observaciones de ambos objetos para tratar de confirmar su teoría.
María Felicia García Sitches, María Malibrán (1808-1836)
María Malibrán fue una de las primeras divas operísticas merecedoras de tal nombre. Excepcionalmente dotada para el canto, bella, inteligente, orgullosa, sus actuaciones despertaban entre sus espectadores una pasión arrolladora como pocas veces se ha visto. Pese a su temprana muerte y a su breve carrera, se convirtió en una leyenda, admirada y aplaudida con fervor cuando estaba viva, y añorada tras su fallecimiento.
María Felicia García Sitches (pues tal era su nombre de bautismo) nació el 24 de marzo de 1808 en París, donde su familia se había instalado escapando de la complicada situación que se vivía en la España ocupada por las tropas de Napoleón. Su padre, Manuel del Pópulo Vicente García, era uno de los tenores más apreciados de su época, y su madre, Joaquina Briones, una soprano igualmente reconocida. Tuvo dos hermanos, que también se dedicarían a la música: Manuel, tres años mayor, reputado barítono y maestro de canto, y Paulina, trece años más joven, mezzosoprano y compositora. Cuando tenía tres años su familia, buscando una residencia más tranquila, se trasladó a Nápoles, donde trabaron amistad con el compositor Giacomo Rossini, que incluso compuso para Manuel García el papel del conde Almaviva en su obra El barbero de Sevilla. María tuvo su precoz debut con apenas seis años, en la ópera Agnese, con un pequeño papel junto a su madre. Dándose cuenta del gran talento que atesoraba la pequeña, su padre comenzó a darle clases de canto. Fue un profesor riguroso y severo, incluso tiránico, que imponía a su hija maratonianas sesiones de ensayo, llegando a recurrir incluso al maltrato físico y a los insultos. A menudo María acababa llorando, sin que ello conmoviera lo más mínimo a su padre, pero todo aquel esfuerzo le llevó a adquirir una técnica vocal casi perfecta.
Manuel Rodríguez Aguilar, "Manuel del Pópulo Vicente García" (1775-1832)
En 1815, la familia volvió a trasladarse y abandonó Nápoles. Tras una breve estancia en París, se instalaron en Londres, donde Manuel García internó a su hija en un colegio religioso en Hammersmith. Allí permaneció hasta los dieciséis años, y al dejar el colegio (con unas excelentes calificaciones y hablando cinco idiomas) su padre retomó las lecciones. Unas lecciones que a menudo acababan en enfrentamientos provocados por las fuertes personalidades de padre e hija. Se dice que por la dureza de estas clases, María aprendió a cantar y llorar a la vez, sin que el llanto afectara a su voz; algo que le sería de gran utilidad en su carrera.
El 5 de junio de 1825, con solo 17 años, María hacía su debut como protagonista en el Royal Theatre de Londres, interpretando a Rosina en El barbero de Sevilla. La intérprete inicialmente designada, la legendaria soprano italiana Giuditta Pasta, había enfermado, y Manuel García había propuesto a su hija como sustituta. La actuación de María fue recibida con una gran ovación y unánimes elogios. Siguió actuando en Inglaterra hasta que, a finales de 1825, la familia se embarcó rumbo a Nueva York. En EEUU, donde la ópera apenas era conocida, la llegada de la familia García despertó gran interés, sobre todo María, por su talento y belleza, muy aclamada por su interpretación de obras de Rossini como Tancredi u Otello. Sin embargo, la relación cada vez más tirante con su padre la llevó a tratar de alejarse de su control a través de un matrimonio. El elegido fue Eugene Malibrán, un acaudalado banquero de origen francés, veinticinco años mayor que ella, con el que se casó la víspera de su dieciocho cumpleaños.
Aquel matrimonio no le deparó la libertad que buscaba. No tardó en descubrir que Eugene no era el hombre que ella creía, y además tenía numerosas deudas y juicios pendientes que le llevaron a declararse en bancarrota. Durante algún tiempo vivieron de lo que ella ganaba como cantante, hasta que María se cansó y le pidió el divorcio a Eugene, pero éste se negó. Sin poder recurrir a su familia (que había vuelto a mudarse, esta vez a México), María decidió entonces abandonar a su marido y regresar a Europa.
A principios de 1828 llega a París, donde con la ayuda de la condesa Merlin no tarda en introducirse en el mundillo artístico. Hace su debut con el papel protagonista de la Semiramide de Rossini en la Ópera de Paris, y el éxito es arrollador e inmediato. Ante un público entendido, acostumbrado a disfrutar de grandes cantantes como Giuditta Pasta o Henriette Sontag, María no tarda en convertirse en la cantante favorita de los parisinos. No sólo es su voz (caracterizada por un amplísimo registro vocal, en ocasiones cercano al de una contralto, en lo que en la época se llamaba soprano sfogato) y su privilegiada técnica. También por el sentimiento y la pasión que insufla a sus personajes, por sus excelsas cualidades interpretativas, y por el carácter arrebatadoramente romántico de sus actuaciones. Muy pronto se convierte en la diva mejor pagada de París, llegando a cobrar la exorbitante suma de ocho mil francos por actuación. A su talento como cantante une también una notable capacidad como compositora. De su autoría son un buen número de canciones, algunas de las cuales interpretó ella misma, y el aria Nel dolce incanto, para la ópera L'elisir d'amore, de Donizetti.
La Malibrán, como ya era conocida, destacó especialmente interpretando las obras de Rossini. Sus personajes femeninos, exigentes y complejos, encajaban perfectamente con la técnica de María Malibrán. El barbero de Sevilla, Tancredi, Otello (donde interpretó a los dos personajes principales, Otelo y Desdémona), La gazza ladra, La Cenenterola... fueron papeles de Rossini con los que triunfó. Su talento y su carácter, independiente y resuelto, le hicieron ganar numerosos admiradores, entre ellos músicos de la talla de Chopin, Liszt, Mendelssohn o Bellini. El propio Rossini llegó a decir que Muchos cantantes de mi tiempo fueron grandes artistas pero hubo sólo tres genios: Lablache, Rubini y esa niña tan mimada por la naturaleza, María Malibrán.
En 1829, convertida ya en la cantante más famosa de París, actúa durante unos meses en Inglaterra, cosechando el mismo éxito que en Francia. Ese mismo año, ya de vuelta en París, haría las paces con su padre, regresado de la aventura americana, con quien interpretaría El barbero de Sevilla en el Theatre Italien. En 1830 su gran rival en la escena parisina, Henriette Sontag (unidas ambas sin embargo por una sincera amistad y una mutua admiración), se retiraba con motivo de su matrimonio, lo que dejaba a María como indiscutible figura de la ópera europea. Por esta época, al éxito profesional se añade el buen momento personal, al conocer al que será el gran amor de su vida, el violinista belga Charles-Auguste de Bériot, con el que inicia un romance.
Charles Auguste de Bériot (1802-1870)
Esta felicidad se ve enturbiada con la inesperada aparición de su todavía marido Eugene quien, sabedor del éxito de su esposa, aparece en París reclamando sus derechos como esposo sobre María y su patrimonio. Ella, sin embargo, se opone a sus pretensiones, se niega incluso a verlo, y huye con Bériot, instalándose en Bruselas y anunciando que no volverá a cantar en París mientras Eugene permanezca en la ciudad. Al final, su marido acepta dejarla en paz a cambio del pago de una asignación mensual, y la Malibrán regresa a París.
Sin embargo, con la temporada ya empezada, María Malibrán comienza a sentirse enferma y agotada. Preocupada por su salud, decide regresar a Bruselas con Bériot y no volver a cantar hasta hallarse totalmente recuperada. Los propietarios del Theatre Italien, donde actuaba la mayor parte de las noches, la siguen para rogarle que vuelva, explicándole que sin ella el Theatre sufriría enormes pérdidas económicas. Al final, ella acepta regresar y cumplir los compromisos ya adquiridos. No obstante, este comportamiento es criticado por algunos de los sectores más conservadores de la sociedad francesa (que ya la habían criticado por haber rechazado a su esposo, por vivir su vida de forma independiente y por su notoria relación con Bériot), que la tachan de caprichosa. Pese a que sus admiradores y el mundo artístico la defendió, María Malibrán quedó tan dolida por las críticas que anunció que no volvería a cantar en París. Su último concierto, el 8 de enero de 1832, interpretando a Desdémona, fue un éxito clamoroso, y el público le rogaba que reconsiderara su decisión. Pero la cantante no dio su brazo a torcer, y se marchó de nuevo a Bruselas con Bériot.
En verano de 1832, por sugerencia de su gran amigo el bajo Luigi Lablache, María Malibrán inicia una gira por Italia, la cuna de la ópera. Si entre el público francés sus actuaciones provocaban reacciones apasionadas, en Italia se genera una auténtica histeria con cada una de sus apariciones. Milán, Roma, Nápoles, Venecia... Todas se rinden ante la inigualable Malibrán. En Nápoles, tras una actuación, una multitud la espera a la salida del teatro y la acompaña entre vítores y alabanzas hasta su alojamiento. En Bolonia el público le tributa una ovación de más de una hora y cubre el escenario con laureles y siemprevivas, haciéndola salir a saludar en 24 ocasiones.
A finales de 1832 María Malibrán regresa a París para tomarse un merecido descanso. El 12 de febrero de 1833 da a luz a su único hijo, Charles-Wilfrid de Bériot (quien sería, con el paso de los años, un estimable pianista y compositor, profesor entre otros de Maurice Ravel y Enrique Granados). El escándalo es mayúsculo; las críticas por haber tenido un hijo con su amante estando aún casada con Eugene Malibrán son feroces, pero a ella ya no le importan. Unos meses después de dar a luz viaja a Inglaterra, donde permanece cuatro meses, añadiendo dos grandes papeles a su repertorio: la Amina de La Sonnambula de Bellini y la Leonora del Fidelio de Beethoven. De hecho, el propio Bellini, presente en la representación de su obra, se muestra entusiasmado con la actuación de María.
Terminada su estancia en Inglaterra, María Malibrán regresa a Italia, donde se produce un hecho largamente deseado: su debut en el legendario teatro de La Scala de Milán, interpretando la Norma de Bellini. La expectación popular es inmensa; el teatro está lleno horas antes de comenzar la función. Su triunfo es clamoroso, apoteósico, histórico. Nadie recuerda nada parecido. María Malibrán tiene que salir a saludar al enfervorecido público hasta en 30 ocasiones. Una multitud de 12000 personas la acompaña hasta su casa y se niega a disolverse hasta que ella sale al balcón a saludarlos. Bellini, rendido a sus pies, le envía una carta en la que dice, textualmente "aquello que ordene la Malibrán, ¡Bellini lo cumplirá!". El éxito la lleva a firmar un contrato de 420000 francos por 1080 actuaciones a lo largo de cinco temporadas.
Los dos años siguientes María Malibrán y su familia permanecen en Italia, salvo una breve estancia en Inglaterra. Allí donde va es recibida con auténtica veneración. El Teatro San Giovanni Crisostomo de Venecia es renombrado como Teatro Malibrán (nombre que aún conserva).
A principios de 1836, tras un largo y farragoso proceso judicial, María consigue anular el vínculo matrimonial con Eugene Malibrán, lo que la deja libre para casarse con Charles de Bériot. El enlace tiene lugar en París el 29 de marzo. Tras la luna de miel en Bruselas, a finales de abril los Bériot viajan a Inglaterra. Es allí donde, en el transcurso de una cacería, María sufre una grave caída de un caballo que le provoca numerosas heridas. Se niega a ver a un médico y, en cuanto se recupera, regresa a Bruselas, pero con numerosas secuelas, mostrándose cansada y retraída, y pasando mucho tiempo cantando, tocando el piano y componiendo.
En agosto de 1836, interpreta el papel protagonista de La Sonnambula en Aquisgrán; será su última ópera. En septiembre regresa a Inglaterra; pese a sus dolores y su debilidad, se niega a descansar y trata de cumplir sus compromisos. Finalmente, el 15 de septiembre, mientras ensayaba la ópera Andrónico, de Saverio Mercadante, cae desmayada. Pese a que es atendida de inmediato por los mejores médicos de Inglaterra, las secuelas de su caída, unidas a su debilidad, la fiebre y las complicaciones provocadas por un segundo embarazo, acaban provocando su muerte el día 23, tras ocho días de agonía. Tenía tan solo 28 años. A su funeral, en la catedral de Manchester, acuden más de 50000 personas. Tiempo después, sus restos serían exhumados por deseo de su marido y vueltos a sepultar en el cementerio bruselense de Laeken.
Mausoleo de María Malibrán en el cementerio de Laeken
Desde que era una niña, Gladys Aylward soñaba con ser misionera en el Lejano Oriente. Había nacido en 1902 en Edmonton, un barrio del norte de Londres, en el seno de una familia de extracción humilde, y desde muy joven había trabajado como criada, pero nunca renunció a su sueño, y por eso se inscribió en la llamada China Inland Mission, una asociación cristiana que formaba y enviaba misioneros a China. Sin embargo, Gladys había recibido una educación limitada. Le costaba aprender el idioma y las costumbres chinas, por mucho que se esforzaba, y al final la institución la descartó como aspirante.
A pesar de ello, no se dejó desanimar. Consiguió trabajo como criada en la casa de sir Francis Younghusband, militar y explorador famoso por sus numerosos viajes por Asia, autor de numerosos libros de viajes y que había sido presidente de la Royal Geographical Society, el cual, al saber de las intenciones de su empleada, puso a su disposición su enorme biblioteca y sus colecciones de objetos traídos de Asia, para que pudiera familiarizarse con la sociedad y la cultura chinas.
En 1932 Gladys oyó hablar de una anciana misionera británica llamada Jeannie Lawson, que buscaba a una mujer más joven que ella para que la ayudara en su misión evangelizadora. Contactó con ella por correo y logró que la aceptara, si conseguía llegar a China. Con los escasos ahorros que había reunido, partió de Inglaterra hacia China, cruzando la URSS en el famoso tren Transiberiano. Al llegar a Vladivostok las autoridades soviéticas sospecharon de ella y la arrestaron, pero ella logró escapar con la ayuda de una mujer rusa y subir a un barco japonés que tres días más tarde la desembarcaba en Tokio. En Japón, con la colaboración del cónsul británico, logró pasaje en otro barco que iba a China, y finalmente pudo llegar a la ciudad de Yangcheng, en la provincia de Sanxi, tras varias semanas de viaje.
Yangcheng era por entonces una ciudad con un gran movimiento de personas y mercancías, un punto habitual donde las caravanas solían detenerse a descansar. Lawson y Aylward, como manera más eficaz para extender sus prédicas, decidieron crear una posada, a la que llamaron El albergue de la sexta felicidad, y que pronto se vio frecuentado por comerciantes y arrieros: la comida era buena, el precio asequible, y el trato de las propietarias cordial. Y ellas aprovechaban la numerosa afluencia para hablarles a sus clientes acerca de Jesus y de la Biblia. Poco a poco, Gladys fue familiarizándose con el idioma y adquiriendo más soltura al hablarlo.
Meses después, Lawson murió y Gladis Aylward quedó al frente de la misión con la ayuda del cocinero, Yang, uno de los habitantes de la ciudad que se habían convertido al cristianismo. Poco después, el gobernador de Yangcheng nombró a Gladys "Inspectora de pies". El gobierno chino había prohibido la cruel tradición del vendado de pies o chánzú; la costumbre de vendarles los pies a algunas niñas para evitar que siguieran creciendo, ya que para la tradición china las mujeres con los pies muy pequeños resultaban muy atractivas. Por eso, necesitaban a una mujer (para que pudiera entrar en las habitaciones de otras mujeres) que se asegurara de que ninguna niña era sometida a tal tormento.
En 1934 estalló un motín en la cárcel local y la misionera fue reclamada como intermediaria. Tras entrevistarse con los cabecillas de los presos y lograr que se apaciguaran los ánimos, recomendó al alcaide de la prisión que, para evitar futuros levantamientos, mejorara las condiciones en las que vivían los presos, les facilitara una mejor alimentación y les proporcionara trabajo para no caer en la pereza y el abandono. Gestos como este, además de su amabilidad, su humildad y su falta de pretensiones (comía lo mismo y se vestía igual que los demás habitantes de la ciudad) le valieron un gran prestigio y respeto entre los chinos, que empezaron a llamarla Ai-Weh-Deh, una aproximación a la pronunciación de su apellido que quiere decir "La Virtuosa". Entre el gobernador y ella creció el respeto mutuo y una buena amistad; él no sentía interés alguno por el cristianismo, pero le gustaba conversar con ella, y a menudo la invitaba a su palacio.
Fue por esta época en la que Gladys comenzó a acoger a huérfanos y niños abandonados. La primera fue una niña de unos cinco años, enferma y malnutrida, a la que una mujer utilizaba para mendigar. A esta niña la llamó "Nine Pence" (Nueve Peniques) porque esta era la cantidad que le había pagado a la mujer por su liberación. Un año más tarde, Nine Pence apareció con un niño abandonado, diciendo "Comeré menos, para que él pueda comer algo". Gladys llamó a aquel niño Less (Menos) y siguió recogiendo niños necesitados. En 1936 Gladys adquirió la nacionalidad china.
Y en 1937 estalló la Segunda Guerra Sino-japonesa, cuyos efectos no tardarían en llegar a Yangcheng. En la primavera de 1938, la aviación japonesa bombardeó la ciudad, causando numerosos muertos. Pocos días después, las tropas niponas la ocuparon, se fueron, volvieron a ocuparla y volvieron a irse. Buena parte de la población buscó refugio en las montañas, incluido el gobernador, pero Gladys se quedó cuidando de sus niños, que eran ya más de un centenar. El gobernador, antes de irse, pidió a Gladys consejo acerca de qué hacer con los presos de la cárcel. Lo habitual en estos casos habría sido ejecutarlos, pero, por sugerencia de la misionera, los amigos y parientes de los convictos depositaron una fianza por cada uno para responder de su comportamiento, y fueron liberados.
Gladys Aylward continuó en Yangcheng, atendiendo a los huérfanos y colaborando como podía (fundamentalmente, recogiendo información sobre los movimientos de las tropas japonesas) con las autoridades chinas. Hasta que un amigo suyo, un sacerdote católico europeo que ahora se hacía llamar General Ley y lideraba una partida guerrillera, le envió un mensaje de advertencia anunciándole que las tropas japonesas se acercaban de nuevo a Yangcheng, acompañado de un pasquín en el que los japoneses ofrecían una recompensa por la captura, vivos o muertos, de una serie de prominentes habitantes de la ciudad, entre los que estaba ella. Ya había logrado evacuar a parte de sus niños con la ayuda de otro misionero, pero en su misión todavía quedaba un centenar y no estaba dispuesta a dejarlos desamparados. Así que tomó la decisión de dirigirse a pie con ellos hacia la ciudad de Sian, a casi 200 kilómetros de distancia, situada en territorio seguro y donde había un orfanato del gobierno chino.
Gladys Aylward y sus huérfanos caminaron durante doce días, cruzando parajes agrestes y montañosos, durmiendo a veces al raso y otras en casas de personas amistosas y solidarias. Al final, tras cruzar el río Amarillo gracias a la ayuda providencial de un oficial chino al que encontraron por casualidad, lograban llegar a Sian, donde Gladys pudo dejar a sus niños en manos de las autoridades. Una vez hecho esto, la misionera, exhausta y enferma de tifus, sufrió un colapso que la hizo permanecer hospitalizada durante semanas.
Tras recuperarse, Gladys Aylward continuo incansable con su labor, que incluyó la construcción de una iglesia cristiana en Sian y una leprosería en la provincia de Sichuan. No obstante, su salud había quedado gravemente afectada, y en 1947 se vio obligada a retornar a Inglaterra para recibir atención médica. En 1958, tras la muerte de su padre, trató de regresar a China, pero las autoridades comunistas se lo prohibieron, así que se instaló en Taiwan, donde fundaría el Orfanato Gladys Aylward, en el que acogería a más de 200 niños, y en el que trabajó hasta su muerte, en enero de 1970, siendo enterrada en el cementerio del Colegio de Cristo del barrio de Guandu (Nuevo Taipei). Tras su muerte, un instituto de su barrio natal de Edmonton fue renombrado como Gladys Aylward School.
En 1957 se publicó un libro sobre su vida, The Small Woman, escrito por Alan Burgess. El libro sirvió de base para una película titulada El albergue de la sexta felicidad, dirigida por Mark Robson y estrenada en 1958. A Gladys, sin embargo, no le gustó nada la película. Le molestaban las muchas inexactitudes del filme con respecto a su vida real, la elección de Ingrid Bergman (con la que no tenía parecido alguno) como protagonista, y el final, totalmente ficticio, en el que Bergman abandona su misión para casarse (Gladys Aylward no se casó nunca). Como respuesta, Carol Purves escribió Chinese Whispers: The Gladys Aylward History, mucho más riguroso y veraz.
La historia de Densha Otoko es una de esos fenómenos que de cuando en cuando surgen en Internet y acaban trascendiendo más allá de la propia Red hasta convertirse en parte de la cultura popular. Todo comenzó la noche del 14 de marzo de 2004, exactamente a las 21:55 PM, en uno de los foros de la web japonesa 2channel, cuando un usuario que utilizaba el seudónimo 731 publicó un tema nuevo para compartir su historia y a la vez pedir consejo.
Este usuario contaba que, yendo en tren, un hombre visiblemente borracho había comenzado a molestar y acosar a una joven pasajera. De entre todos los ocupantes del vagón, él había sido el único que había intervenido en defensa de la chica, reteniendo al borracho hasta que llegó el revisor y se hizo cargo de la situación. La joven, profundamente agradecida, le pidió su dirección para poder agradecerle su caballerosidad. Esa misma noche, él compartía lo sucedido en la web.
Unos días más tarde, el mismo usuario, a quien pronto empezaron a llamar Densha Otoko ("El hombre del tren") volvía a escribir en el mismo foro pidiendo consejo. Acababa de recibir un regalo de agradecimiento de la chica a la que había ayudado: un costoso juego de té de la lujosa marca Hermès. Desconcertado por el regalo, que a él le parecía excesivo, el usuario volvía a recurrir a la comunidad de 2channel. Él se definía a si mismo como un nerd y otaku (un apasionado por la tecnología, los videojuegos y el manga), de 23 años y cuya experiencia con las mujeres era escasa tirando a nula (nunca había tenido novia y ni siquiera había tenido una cita), así que pedía consejo. Los que le respondieron llegaron a un consenso general y concluyeron que, efectivamente, era un regalo demasiado caro para ser un simple gesto de agradecimiento, con lo que la chica seguramente estaba interesada en él y lo animaban a llamarla y pedirle una cita. Así lo hizo Densha Otoko, y la respuesta fue afirmativa.
A esta primera cita, que resultó todo un éxito, le siguieron otras. La entusiasta comunidad de seguidores de Densha Otoko seguía con atención los avances de la relación, y a la vez aconsejaba al joven acerca de numerosos aspectos: lugares y planes para sus encuentros, pero también cómo vestirse, cómo comportarse, e incluso, a sugerencia de ellos, a hacerse un corte de pelo nuevo. Tras varias semanas de relación, Densha Otoko decidió declararse a la joven, y fue correspondido, lo que fue celebrado con gran alborozo por la comunidad del foro, que se llenó de felicitaciones a la nueva pareja.
Los mensajes de Densha Otoko continuaron hasta el 17 de mayo. Ese día aparecieron algunos mensajes acerca de la pareja y la posibilidad de mantener relaciones sexuales. Algunos respondieron con comentarios soeces o fuera de tono. A partir de ese día, fuera por timidez o porque le disgustaba el tono de la discusión, Densha Otoko dejó de escribir en el foro.
No obstante, en esos dos meses la historia del joven y su "tutelado" noviazgo se había hecho célebre. En octubre de ese mismo año se publicaba un libro (que fue un éxito de ventas), titulado precisamente Densha Otoko, que recogía la historia e incluía un buen número de los comentarios y consejos publicados, firmado por un tal Nakano Hitori (un juego de palabras; en japonés, Naka no hitori es una expresión que hace referencia a las personas que comentan en un foro de Internet). A la publicación del libro le siguió una serie de televisión de once capítulos y dos especiales, emitida en el canal Fuji TV entre julio y septiembre de 2005, y una película estrenada también en 2005; ambas adaptaciones también se titularon Densha Otoko. E, igualmente, la historia tuvo su adaptación al comic; hasta cuatro mangas diferentes se publicaron sobre el joven y sus consejeros a través de la Red.
Existe cierta controversia acerca de si Densha Otoko existió de verdad, o se trató todo de una broma que al final se le fue de las manos a su responsable. Muchos defienden la veracidad de todo el asunto, e incluso los productores de la serie afirmaron haber localizado y hablado con el auténtico Densha Otoko. Otros, en cambio, esgrimen algunas incoherencias en sus mensajes para defender que, en realidad, Densha Otoko no fue más que un elaborado engaño.