Verba volant, scripta manent

martes, 30 de octubre de 2012

Lope de Aguirre


El pasado 27 de octubre se cumplieron exactamente 451 años de la muerte de Lope de Aguirre, protagonista de una de las más sangrientas epopeyas de la conquista de América por los españoles. Aprovecho la efeméride para recuperar un artículo que escribí hace unos años para Armagedón, una web de temática bélica desgraciadamente ya desaparecida.


Fue hombre de casi cincuenta años, muy pequeño y poca persona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los ojos que si miraban de hito le estaban bullendo en el casco, en especial cuando estaba enojado… Fue gran sufridor de trabajos, especialmente del sueño, que en todo el tiempo de su tiranía pocas veces le vieron dormir, sino era algún rato del día, que siempre le hallaban velando. Caminaba mucho a pie y cargado con mucho peso; sufría continuamente muchas armas a cuestas; muchas veces andaba con dos cotas bien pesadas, y espada y daga y celada de acero, y su arcabuz o lanza en la mano; otras veces un peto (Vázquez describe a Lope de Aguirre).
Lope de Aguirre nació en Oñate (Guipúzcoa) entre los años 1511 y 1515, siendo hijo segundón de una familia hidalga acomodada pero no rica. Destinada la herencia a su hermano mayor, las opciones que se le presentan son el sacerdocio, el ejército o buscar fortuna por su cuenta. Vive un tiempo en la pujante Sevilla del XVI, donde aprende el oficio de domador de caballos, y escucha las múltiples historias que corren acerca del Nuevo Mundo: de Sevilla parten cada primavera la Carrera de Nueva España (rumbo a Veracruz y otros puertos de América Central y las Antillas) y la Carrera de Tierra Firme (hacia Cartagena de Indias y Porto Bello). Lope de Aguirre embarca hacia América en 1534 y durante unos años poco se sabe de él: varios Lope de Aguirre aparecen en distintos documentos (al servicio del gobernador Pedro Heredia; en un naufragio cerca de La Habana; y reembarcado hacia América en 1539) pero su identidad no está confirmada. En América interviene sofocando rebeliones como la que él protagonizaría años más tarde: en la batalla de Las Salinas; la expedición de Diego de Rojas; en la batalla de Chupas a favor de Vaca de Castro contra Diego de Almagro; en las Guerras Civiles de Perú, en el bando realista con el virrey Blasco Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro; con Melchor Verdugo en la batalla de Jaquijaguana; y con Baltasar de Castilla.
Se cuenta que en Potosí es prendido y azotado por orden del juez Esquivel acusado de infringir las leyes que protegían a los indios. Dice su leyenda que Aguirre caminó descalzo tres años y cuatro meses hasta que, finalizado el mandato del juez, se venga apuñalándolo mientras duerme. A continuación huye disfrazado de negro y se refugia en Guamanga y posteriormente en Tucumán. Participa en 1552 en la sublevación de Cuzco contra el virrey Antonio de Mendoza, durante la cual asesina al gobernador Pedro de Hinojosa, lo que le vale una condena a muerte. En 1553 participa en la sublevación de Sebastián Castilla en La Plata. Ordenado el exterminio de los sublevados, huye de nuevo y pasa un año escondido en una cueva malviviendo a base de pan y raíces. Recibe la ayuda de algunos amigos hasta que, en 1554, Alvarado lo amnistía a cambio de que colabore en el sofocamiento de una nueva sublevación, la de Francisco Hernández Girón. En esta turbulenta época empieza a ser llamado "Aguirre el loco".
Reintegrado así al bando realista es herido de gravedad en la batalla de Chuquinga, perdiendo el uso del pie derecho y recibiendo graves quemaduras en ambas manos por la explosión de un arcabuz. Así, tras casi veinticinco años de luchar por la Corona, se ve a si mismo como un viejo de cincuenta años (edad avanzada para el s. XVI), sin fortuna ni gloria, tullido y deformado por las continuas batallas. Su única familia es una hija, Elvira, mestiza y de madre desconocida.
En estas circunstancias se enrola en 1559 en la expedición que el virrey del Perú, bajo el mando del navarro Pedro de Ursúa, envía en busca del país de Omagua, el mítico El Dorado. La expedición, formada por 300 soldados, tres bergantines y varios cientos de indios, parte finalmente del puerto de Santa Cruz de Saposoa el 26 de septiembre de 1560. A Aguirre lo acompaña su hija Elvira, custodiada por dos dueñas. La expedición desciende los ríos Huallaga, Marañón y Amazonas. La búsqueda resulta infructuosa; se pierden embarcaciones y hombres, escasean las provisiones. El descontento de la tropa va en aumento y muchos piden volver a Perú. Ursúa hace caso omiso y se empecina en continuar el viaje, desoyendo a sus hombres; llega a encadenar a un noble español y a hacerlo remar con los esclavos negros. Ursúa tenía como principal ocupación acostarse con su amante, Inés de Atienza; al hechizo de su belleza mestiza achacan los supersticiosos soldados la enfermedad de Ursúa, descrita como melancolía o humor negro, términos que servían en la época para englobar un elevado número de trastornos mentales, y que probablemente fuese una depresión. Todos estos factores desembocan en una conjura, en la que interviene Aguirre, que desemboca en el asesinato de Ursúa, el 1 de enero de 1561.
Los conjurados deciden escribir una carta a Felipe II exponiendo sus motivos y, a la hora de firmarla, Aguirre lo hace "Lope de Aguirre, traidor", explicando que ahora son todos traidores al rey y como tales, están en su contra; los demás se escandalizan y le toman por loco. Aguirre asume el cargo de Maese de Campo y nombra gobernador a Fernando de Guzmán. Más tarde, cuando rompe definitivamente con la Corona y reniega de Felipe II (23-5-1561) nombra a Guzmán "Príncipe de Tierra Firme, Perú y Chile" Pero el campamento de los rebeldes se había convertido en un hervidero de odios, pasiones, miedos y envidias, a lo que contribuía la competencia entre los capitanes por los favores de Inés de Atienza. Aguirre teje una red de confidentes, espías y hombres de confianza por todo el campamento, gracias a los cuales descubre una conjura en su contra, a lo que responde sin vacilar y drásticamente asesinado a todos sus rivales e incluso a los dudosos: incluidos el cura Henao (al que consideraba sospechoso), a Inés de Atienza (a la que despreciaba) y, por último, al propio Guzmán. Una vez se hace con el mando, abandona la fantasiosa idea de El Dorado y planea ir a Panamá y desde allí conquistar Perú. Desciende el Amazonas con sus hombres, a los que llama "marañones" y llega a la desembocadura, para luego por mar llegar a la isla Margarita (julio de 1561), que conquista a sangre y fuego. Desde allí, Aguirre envía a Felipe II una carta, llena de amargura, decepción e insatisfacción, donde llama a Felipe "menor de edad" y le dice "No puedes llevar con título de rey justo ningún interés en estas partes, donde no aventuraste nada, sin primero gratificar a los que trabajaron…"; lo acusa de tener las manos limpias mientras otros se las manchan con sangre propia y ajena en su beneficio. Siglos más tarde, Simón Bolívar consideraría esta carta como "la primera declaración de independencia del Nuevo Mundo". Aguirre firma como "Lope de Aguirre el Peregrino". A continuación, se proclama "Príncipe de la Libertad de los Reinos de Tierra Firme y las Provincias de Chile" y declara la guerra a España ("Ea, marañones, limpiad vuestros arcabuces que ya tenéis licencia para ir con vuestras armas").
Posteriormente trata de llegar a Perú por tierra. Llega a Venezuela, donde toma la ciudad de Valencia y siembra el terror en la región. Pero su mandato se tambalea y los roces con los marañones son cada vez más frecuentes. Las autoridades españolas ofrecen el perdón a los que le abandonen; y así, el 27 de octubre de 1561, en Barquisimeto, sólo y acorralado, apuñala a su hija Elvira "para que ningún bellaco goce de tu beldad y hermosura, ni te baldone llamándote hija del traidor Lope de Aguirre". Dos de los marañones lo matan de dos arcabuzazos. Póstumamente, es juzgado y condenado por rebelde y traidor. Su cabeza cortada es expuesta en una jaula de hierro en Tocuyo para que la gente viese la cabeza de la que brotaban "tan perversas maquinaciones". Su mano derecha fue enviada a Mérida y la izquierda, a Valencia (Barquisimeto, Tocuyo, Mérida y Valencia son actualmente ciudades venezolanas) El resto del cuerpo fue echado de comer a los perros. Las cuatro banderas que usó (dos negras, una de mayor tamaño; una amarilla y otra azul, todas con dos espadas cruzadas y la leyenda "Sigo") fueron tomadas como botín de guerra; una de las negras fue expuesta en Tocuyo junto a la cabeza de Aguirre; la otra negra se guardó en Barquisimeto; y la azul y la amarilla fueron colocadas sobre la tumba del padre de Aguirre en la iglesia de Santa María de Oñate, donde permanecieron hasta la Guerra de Independencia.
Aún hoy en día perdura el recuerdo de Aguirre: los fuegos fatuos que se aparecen en Venezuela son su fantasma y el de sus hombres; la bahía de la isla Margarita donde desembarcó se llama todavía del Traidor; en Tocuyo se celebra su muerte con una procesión el 27 de octubre; los campesinos de Barquisimeto cuentan que su espíritu aún se aparece a medianoche cerca de donde murió; y en plena selva peruana está el Salto de Aguirre, donde estando en peligro grabó sobre una piedra unos misteriosos símbolos ante los que es necesario persignarse y rezar.
Las cartas de Aguirre muestran a un hombre bien educado y de buena caligrafía. Pero también fue intrigante, grosero, torpe, desagradable, ambicioso, temperamental, exaltado, astuto, hábil, rebelde, temerario y, a la vez, temible, peligroso, fanático, vengativo y libertario. Para muchos, Lope de Aguirre es la sublimación extrema del carácter español, capaz de lo mejor y de lo peor, de las más gloriosas gestas y las más abyectas infamias, concediendo un valor absoluto al Honor: no perdona ni olvida ninguna ofensa y el no vengarse es para él una ofensa en sí; mata a su hija para salvaguardar su honor. Es fuertemente paranoico, lindando con la psicopatía; mata con facilidad a sus enemigos e incluso a sus seguidores poco entusiastas. Se le atribuyen, directamente o por orden suya, 72 asesinatos: 64 españoles, tres sacerdotes, cuatro mujeres y un indio, lo que indica su falta de miramientos por sexo o condición. Duerme vestido y armado, rodeado de sus fieles, desconfía de todos. Respeta a las mujeres decentes pero desprecia a las que no lo son. Pero también fue un hombre que combatió a todo un Imperio cara a cara. Que realizó una prodigiosa singladura a través de Sudamérica. Que, a su manera, pedía justicia. Cuya carta de rebeldía es más una carta de un súbdito desencantado que la arrogante misiva de un tirano. Y que además concedió la igualdad de derechos a negros e indios (recordemos, era el s. XVI). Dijo una vez Aguirre "Aquí el que dice la verdad es tratado de loco". Aguirre dijo lo que creía y actuó en consecuencia. Ese fue Lope de Aguirre, el loco Aguirre, el tirano Aguirre, la ira de Dios, el Príncipe de la Libertad.

sábado, 27 de octubre de 2012

La batalla del Vado de Jacob

                                                Escudo de armas del Reino de Jerusalén

Después de la Primera Cruzada (1099) se creó en Tierra Santa el reino de Jerusalén, en constante conflicto con sus vecinos musulmanes. En él se estableció una dinastía cuyo primer rey fué el francés Godofredo de Bouillón. Él y sus sucesores extendieron los dominios del reino conquistando Acre, Sidón, Beirut y Trípoli.
Allá por el año de 1174 subió al trono de Jerusalén con sólo trece años Balduino IV, también llamado el rey leproso, pues padecía dicha enfermedad desde su infancia. Pese a su enfermedad y su juventud, demostró ser un hábil gobernante. Frente a él tenía como oponente a uno de los más grandes gobernantes de la historia: Salah ad-Din Yusuf, el mítico Saladino, sultán de Siria y Egipto. Saladino atacó Jerusalén en 1177, pero Balduino logró batirle en la batalla de Montgisard, pese a hallarse en una gran desventaja numérica. A consecuencia de ello, entre ambos reinos se estableció una especie de "pacto de no agresión" que muchos en ambos bandos, por ambición o fanatismo, estaban ansiosos por dar por terminado.
En 1178, el Gran Maestre de los templarios, Eudes de Saint-Amand, concibe la idea de construir un castillo sobre una colina en las inmediaciones del llamado Vado de Jacob. Dicho vado era el principal lugar para cruzar el río Jordán, por él pasaba la carretera que unía Damasco y Jerusalén y por el cruzaban la inmensa mayoría de peregrinos sirios que iban a Jerusalén. Construir una fortaleza desde la que se podía dominar el vado, y a apenas unos días de camino de Damasco, era una provocación en toda regla para Saladino. Y así lo entendió Balduino, quien en un principio rechazó la idea de Eudes. Pero los templarios ya no eran la humildísima orden militar que sólo unas décadas antes habían formado nueve caballeros franceses para defender a los peregrinos que iban a Tierra Santa. Ahora era una poderosa orden, con centenares de soldados a sus órdenes y gran poder, influencia y riquezas. Al final, Balduino dió su brazo a torcer y se inició inmediatamente la construcción.
Saladino quedó muy sorprendido cuando fué informado de los planes cristianos. Pero, prudentemente, trató primero de llegar a un acuerdo pacífico, y ofreció una gran suma de dinero a los templarios (primero ofreció 60000 dinares, y luego aumentó la oferta hasta los 100000) si cesaban las obras del castillo y se retiraban. Pero sólo obtuvo una rotunda negativa.
La construcción avanzaba rápidamente; fueron llamados a participar en ella los principales maestros de obra de Jerusalén. Pero, terminada la imponente muralla exterior (de diez metros de altura y cinco de ancho) las obras se ralentizaron. El lugar elegido para el castillo tenía una indudable ventaja: poseía un pozo, lo que garantizaba el suministro de agua. Con suficientes víveres, la guarnición del fuerte podía resistir un largo asedio mientras esperaba refuerzos. Ello movió a Saladino a decidirse a atacar antes de que su construcción hubiese terminado, concentrando su ejército en las inmediaciones del vado.
En agosto de 1179 tiene lugar un serio revés para los cristianos. Parte del ejército de Saladino se tropieza con una importante comitiva que se dirige al castillo y en la que se hallan el mismísimo rey Balduino y Eudes de Saint-Amant. El combate que inmediatamente se produce termina muy mal para los jerosolimitanos, que pierden entre muertos y prisioneros a 200 hombres. Eudes es capturado (moriría en cautiverio en octubre, tras rechazar negociar su rescate) y Balduino, herido, escapa a duras penas.
Enterada la guarnición del fuerte, se apresura a preparar la defensa. Perdido el elemento sorpresa, Saladino decide lanzar un ataque frontal masivo, que fracasa. Opta entonces por sitiar la fortaleza, dividiendo sus tropas en cuatro campamentos, cada uno en un flanco del fuerte. Y aconsejado por sus asesores, concibe un nuevo plan: ordena a sus zapadores cavar un túnel que lleve justo bajo la cara norte de la muralla, con la intención de quemar luego la estructura de madera que soportaba el túnel, para que éste colapsara y al hundirse derrumbara la muralla. El túnel se terminó en el plazo record de cuatro días, pero el plan no resultó: la muralla no se derrumbó y los expertos de Saladino concluyeron que el túnel no tenía la longuitud requerida, no llegaba hasta la parte inferior de la muralla, y era necesario ampliarlo. Se inició así un penoso proceso para apagar los rescoldos del incendio, limpiar y ventilar el túnel y volver a cavar para extenderlo, volverlo a llenar de materiales incendiarios y volver a prenderle fuego. Todo a gran velocidad, porque Balduino estaba reuniendo un ejército en Tiberiades, a apenas dos jornadas de marcha, para acudir en socorro de los sitiados.
A la segunda salió bien: la muralla se derrumbó y por la brecha el ejército de Saladino entró en el castillo. Era el 30 de agosto de 1179. Los defensores se defendieron con desesperación, tratando de resistir hasta la llegada de los refuerzos, pero la superioridad numérica de los sarracenos era enorme. De los 1500 defensores, entre soldados, caballeros y obreros, 800 murieron en la batalla y otros 700 fueron tomados como prisioneros y ejecutados poco después. El combate fué feroz: se han hallado cadáveres con miembros amputados y otros con el cráneo destrozado a espadazos.
Balduino llegó al frente del ejército apenas seis horas después; pero, al ver la espesa nube de humo procedente del castillo, se dió cuenta de que había llegado demasiado tarde y no podía hacer nada por los suyos, por lo que se volvió sin presentar batalla.
Para que a nadie se le ocurriese volver a reconstruir la fortaleza, Saladino ordenó demoler los muros y arrojar muchos de los cadáveres al interior del pozo, contaminando así el acuífero. Lamentablemente para sus hombres, el elevado número de cadáveres, unido al calor reinante, provocó una epidemia que mató a muchos soldados, incluídos a diez de sus comandantes.
Esta batalla fué el preludio de la caída de Jerusalén. Balduino IV murió en 1185, con sólo 23 años, respetado y admirado tanto por los cristianos como por los musulmanes. Le sucedió su sobrino Balduino V, quien era sólo un niño, y murió al año siguiente. Luego la corona pasó a la hermana de Balduino IV y madre de Balduino V, Sibila, quien a su vez abdicó en favor de su marido, Guido de Lusignac. Guido fué un pésimo rey, autoritario, ambicioso e imprudente. Buscó atacar a Saladino, pero su impericia le valió una severa derrota en 1187 en la batalla de los Cuernos de Hattin, donde el propio Guido cayó prisionero. Saladino no tardó en conquistar todo el reino, incluída Jerusalén, lo que provocó el inicio de la Tercera Cruzada (en la que participó el mítico Ricardo Corazón de León).

¿Quiere alguien echarle un vistazo a las ruinas del castillo? Pinchar en http://virtualglobetrotting.com/map/battle-of-jacobs-ford/view/?service=0

sábado, 20 de octubre de 2012

1719: España invade Escocia



La fotografía que abre esta entrada seguro que a más de uno le resultará familiar. Sobre todo a los aficionados al cine. Se trata del castillo escocés de Eilean Donan, situado sobre una pequeña isla en mitad del lago Duich. No en vano, ha aparecido en filmes como La vida privada de Sherlock Holmes (1970),  Los inmortales (1986), Braveheart (1995), La trampa (1999) o El mundo no es suficiente (1999). El castillo se comenzó a construir en 1220 por orden del rey Alejandro II de Escocia, como baluarte defensivo contra las invasiones vikingas, y ha sufrido muchas vicisitudes durante su larga historia. Una de las más curiosas sucedió en 1719, cuando sirvió de base para la invasión de Escocia por las tropas españolas.
En 1714 moría Ana I, la última reina de la dinastía de los Estuardo, siendo sucedida por Jorge I, pariente lejano suyo, instalándose así la casa de Hannover en el trono inglés. Jacobo Estuardo, hermanastro menor de Ana, quedó excluído de la sucesión por ser católico, como su madre. Pero no se resignó; autonombrándose Jacobo III, promovió un levantamiento en 1715 que tuvo especial incidencia en Escocia, donde sus seguidores (llamados jacobitas) eran muchos e influyentes. Pero la superioridad militar del ejército de los Hannover terminó pronto con el levantamiento y Jacobo III tuvo que marchar al exilio y pidió ayuda a Francia y a España.
Ahora bien, tras la muerte en 1700 de Carlos II el Hechizado, había estallado la Guerra de Sucesión entre los dos pretendientes al trono español. Inglaterra había apoyado al archiduque Carlos de Austria frente al francés Felipe de Borbón, que a la postre se convertiría en Felipe V. Tras la firma del tratado de Utrech (1713), que puso fin a la guerra, Francia tenía pocas ganas de inmiscuirse en los asuntos internos de los ingleses; pero a Felipe V le pareció una buena idea devolverles la "cortesía" a los ingleses y apoyar a Jacobo Estuardo. Además, el 11 de agosto de 1718, una escuadra británica destruía a una española a la altura de Siracusa (Sicilia), y España declaraba la guerra a Gran Bretaña.
El plan de ataque contra los ingleses, diseñado por el cardenal Alberoni, consejero de Felipe V, consistía en el envío de dos contingentes de tropas: dos naves, con unos 300 hombres al mando del Conde Mariscal George Keith, desembarcarían en Escocia para incitar a los escoceses a rebelarse. Mientras, otro contingente de 7000 hombres y 27 naves, al mando del duque de Ormonde, desembarcaría en Gales, donde los seguidores de Jacobo también eran numerosos, para formar un gran ejército con el que tomar Londres.
El contingente de Ormonde no llegó a su destino; sorprendido por una gran tormenta a la altura de Finisterre, la mayoría de los barcos resultaron dañados y tuvieron que regresar a puerto, abortándose la misión. Pero las tropas de Keith si desembarcaron, en marzo de 1719, tomando primero Stornoway, en la isla de Lewis, e instalándose luego en el castillo de Eilean Donan, que por aquel entonces pertenecía al clan MacRae, aunque llevaba varios años abandonado. Posteriormente, el grueso de las tropas partió hacia el sur en busca de refuerzos, dejando una pequeña guarnición en el castillo.
Pero los ingleses no tardaron en reaccionar. El 10 de mayo de 1719, tres fragatas de la Armada británica, el Worcester, el Enterprise y el Flamborough hacían su aparición en el lago Duich (las aguas del Duich se comunican con las del lago Alsh, y las de éste con el océano) para rendir la fortaleza. Enviaron primero un bote con bandera blanca, para parlamentar. Los españoles abrieron fuego contra él, obligándolo a retirarse. Visto que por las buenas no habían logrado nada, los ingleses pasaron al plan B: la artillería inglesa bombardeó el castillo durante dos días, y posteriormente las tropas de desembarco tomaron la fortaleza con relativa facilidad. Según el diario del capitán del Worcester, en el castillo hallaron "un irlandés, un capitán, un teniente español, un sargento, un rebelde escocés y 39 soldados españoles, 343 barriles de pólvora y 52 barriles de munición para mosquete". Tras volar parte del castillo, los ingleses se llevaron a los prisioneros españoles a bordo del Flamborough hasta Leith, cerca de Edimburgo, donde los encarcelaron (al irlandés y al escocés los ahorcaron por traición).
No les fué mejor al resto de las tropas españolas. Los escoceses, escarmentados por el fracaso de 1715 y sin fiarse demasiado de los españoles, no se mostraron demasiado entusiastas a la hora de unirse a la rebelión. A principios de junio supieron del fracaso de la expedición de Ormonde. Aún así, consiguieron reunir a un ejército de unos 1000 hombres entre españoles y escoceses, con el que se dirigieron hacia la ciudad de Inverness. Pero el 10 de junio, en las cañadas de Glenshiel les salió al paso un ejército inglés formado por 850 infantes y 120 dragones a caballo. Aunque el número estaba más o menos equilibrado, los escoceses eran indisciplinados y desorganizados. Tras comenzar la batalla, no tardaron en desertar masivamente. Los españoles, prácticamente solos, no tuvieron más remedio que rendirse. Keith huyó con los escoceses y logró escapar a Prusia.
Los soldados españoles capturados fueron llevados a Leith, donde se reunieron con los capturados en Eilean Donan. Permanecerían prisioneros hasta octubre, en que fueron devueltos a España.
El castillo de Eilean Donan permaneció en ruinas hasta que lo compró en 1912 el coronel John MacRae-Gilstrap, quien se encargó de reconstruirlo. Hoy en día es una de las principales atracciones turísticas de la región.

viernes, 12 de octubre de 2012

James Bond, agente secreto... ¿¡¡¡de la CIA!!!?



Últimamente se está hablando mucho en los medios de comunicación del famoso agente británico James Bond, con motivo del 50º aniversario de su primera aparición en el cine en 1962 (007 contra el doctor No) y el inminente estreno mundial de Skyfall, la que hace el número 23 de las adaptaciones en la pantalla grande del personaje creado por Ian Fleming. Pero es un hecho poco conocido que la primera aparición de Bond en pantalla fué en una serie televisiva en el año 1954.
La serie se titulaba Climax! y era una producción de la CBS que duró cuatro temporadas, entre 1954 y 1958, con un total de 166 capítulos de unos 48 minutos de duración, rodados en blanco y negro y, la mayor parte de ellos, emitidos en directo. Casi todos con temáticas de misterio e intriga, y en algunos de ellos intervinieron actores de prestigio como Carlton Heston, Claudette Colbert, Vincent Price, Lee Marvin, Vera Miles o Angela Lansbury.
El tercer episodio de la primera temporada, emitido el 21 de octubre de 1954, fué una adaptación de la primera novela de la serie Bond, Casino Royale, publicada por Ian Fleming en abril del 53. La CBS se hizo con los derechos de la novela antes de que la productora Eon Productions, la responsable de las adaptaciones cinematográficas de Bond, se hiciera con el resto de la serie (pese a intentarlo, Eon no pudo conseguir los derechos de Casino Royale hasta los años noventa, por eso no se hizo una adaptación cinematográfica hasta el 2006, si exceptuamos la versión satírica de 1967). Incluso se dice que este episodio era en realidad el piloto para una serie protagonizada por el personaje, que nunca se llegó a realizar.
Su protagonista fué Barry Nelson, un actor de segunda fila cuya carrera discurrió en el medio televisivo en su práctica totalidad. Y como era de esperar, la trama presentaba sustanciales cambios con respecto a la novela original. Y acaso el más llamativo de ellos era que Bond dejaba de ser súbdito británico y se convertía en norteamericano. Dejaba de pertenecer al MI6, al servicio de Su Graciosa Majestad, para estar a las órdenes del tío Sam en una agencia llamada "Combined Intelligence Agency", cuya analogía es más que evidente. De hecho, ni siquiera se hace llamar James; en esta versión es (pásmense) ¡Jimmy Bond!. El argumento se simplifica enormemente (lógico, si se considera que debía encajar en una emisión de menos de una hora), hay personajes que desaparecen (como Vesper Lynd), tampoco se hace referencia a la organización para la que trabaja el malvado Le Chiffre... Y, tratándose de una emisión "para todos los públicos", la carga de violencia se reduce a la mínima expresión.
Siendo objetivos, la calidad de esta adaptación es bajísima, con actores sobreactuados, errores de coordinación (cosas del directo), diálogos bordeando el ridículo... Pero para la historia queda haber sido la primera vez que Bond, James Bond, salía de las páginas de sus libros para cobrar vida en una pantalla.