Verba volant, scripta manent

lunes, 31 de octubre de 2011

El hombre de Tollund

El hombre de Tollund

Era el día 6 de mayo de 1950. En las cercanías de la ciudad danesa de Silkeborg dos campesinos del cercano pueblo de Tollund, los hermanos Emil y Viggo Højgaard trabajaban afanosamente cortando turba para utilizarla como combustible en una turbera llamada Bjaeldskovdal cuando hicieron un sorprendente descubrimiento. Enterrado entre la turba hallaron el cuerpo de un hombre, en un estado de descomposición aparentemente no muy avanzado. Inmediatamente dieron aviso a la policía, creyendo que podía tratarse del cadáver de un estudiante desaparecido hacía unas semanas. Los policías examinaron el cadáver y confirmaron que no se trataba del joven desaparecido, ni de nadie que hubiera faltado en la zona, y que probablemente era mucho más antiguo. Uno de aquellos policías era, además, miembro de la junta directiva del museo local, y sospechó que podía tratarse de un hallazgo arqueológico relevante. De hecho, en esa misma turbera habían aparecido otros dos cuerpos en las mismas condiciones, uno en 1927, y a menos de 100 metros de donde había sido hallado este nuevo cuerpo había aparecido en 1938 el cuerpo de la llamada Mujer de Elling, datado en la Edad de Hierro. Por ello, tomó medidas para que el cuerpo fuera extraído junto a la tierra que lo rodeaba y llevado al museo y, posteriormente, al Museo Nacional de Copenhague, donde fué examinado cuidadosamente por su director, el arqueólogo Peter Vilheim Globb, quien determinó que aquel cuerpo tenía no menos de... ¡2200 años!
El cuerpo había sido hallado desnudo (se supone que su ropa se pudrió con el tiempo) salvo por un pequeño gorro de piezas de cuero cosidas y un cinturón. Estaba en posición fetal y su rostro, extraordinariamente bien conservado, mostraba una expresión de calma y tranquilidad. Sólo un detalle llamaba la atención: una correa de cuero trenzado atada a su cuello, probable causa de su muerte.
El examen minucioso del cuerpo desveló una serie de curiosos datos sobre el cadáver. Tenía al morir entre 30 y 40 años, medía 1'60 metros y, por el cuidado de sus manos y uñas, parecía tratarse de una persona de clase alta. Estaba totalmente momificado y la mayoría de los huesos habían desaparecido.  La datación lo situaba aproximadamente entre los siglos III y IV a.C. Había muerto as la correa de su cuello, pero no ahorcado sino estrangulado, lo que contrastaba con la expresión plácida y tranquila de su rostro. Su última comida había sido una especie de pasta de semillas, que incluía cereales cultivados como la cebada y el centeno con otras silvestres, de lino o manzanilla. Se da la circunstancia de que el centeno mostraba trazas de un hongo llamado cornezuelo, cuyo consumo tiene efectos alucinógenos (de él se obtiene el LSD), por lo que pudiera haber sido drogado deliberadamente.
¿Se trataba acaso de un criminal ajusticiado y arrojado al pantano? No parece ser el caso. Quizá la respuesta esté en las crónicas del historiador romano Tácito, quien señala en su Germania Magna que los habitantes del norte de Europa ofrecían sacrificios rituales a la diosa Nerthus para asegurarse sus favores, en ceremonias donde las víctimas eran ahogadas. Por toda Europa se han hallado cuerpos en turberas pertenecientes a esa época (al menos 700 conocidos, de los cuales 170 sólo en Dinamarca). Si se trató de un sacrificio, eso explicaría las extrañas circunstancias de su muerte.
Un último detalle: ¿por qué los cuerpos hallados en turberas muestran un grado de conservación tan extraordinario? La respuesta es el medio único que generan las propias condiciones de las turberas. La escasez de oxígeno, la elevada acidez y las bajas temperaturas reducen la actividad microbiana al mínimo y permiten que los restos se conserven tanto tiempo sin apenas descomponerse.
Actualmente, el hombre de Tollund descansa en el Museo de Silkeborg.
Para más información, http://www.tollundman.dk/default.asp

sábado, 29 de octubre de 2011

Saint-Amant el aventurero

Pierre de Saint-Amant

No cabe duda de que el siglo XIX fué un siglo pródigo en aventureros y personajes curiosos. Pierre Saint-Amant seguramente no es de los más conocidos, pero sin duda alguna es uno de los más polifacéticos.
Pierre Charles Fournier de Saint-Amant nació en Monflanquin (Francia) el 12 de septiembre de 1800, en el seno de una familia aristocrática arruinada tras la Revolución. Desde muy joven mostró un temperamento inquieto y una gran vocación por los viajes y las aventuras. Siendo apenas un adolescente se incorpora a la administración colonial francesa y en 1819 es nombrado secretario del gobernador de la Guyana francesa. Pero no duraría mucho en el cargo: en 1821 es cesado por sus reiteradas protestas contra el tráfico de esclavos. De vuelta en Francia, sobrevive algún tiempo como actor y periodista, hasta que la fortuna le sonríe cuando se hace comerciante de vinos y logra amasar una respetable fortuna.
Su buena situación económica le permite dedicarse más profundamente a otra de sus grandes pasiones: el ajedrez. Alumno de los maestros Schlumberger y Deschapelles, ya era reconocido como uno de los mejores jugadores de Francia. Pero ahora, y tras la muerte en 1840 del mítico Louis-Charles de La-Bourdonnais, pasa a ser considerado el mejor ajedrecista de Francia, y uno de los mejores del mundo. En diciembre de 1841 revive Le Palamède, considerada la primera revista dedicada al ajedrez, que La-Bourdonnais y el escritor y ajedrecista Joseph Méry habían fundado en 1836 y que había dejado de publicarse en 1839 por problemas económicos.
En 1843 llega uno de los momentos álgidos de su carrera como ajedrecista: su doble enfrentamiento con el inglés Howard Staunton, considerado el mejor jugador del Reino Unido. Saint-Amant vence en Londres por 3.5-2.5, pero pierde la revancha, en París y con un suculento bote de 100 libras para el ganador, por 13 a 8. Un tercer encuentro hubo de ser suspendido por la repentina enfermedad de Staunton, que se vió obligado a volver a Inglaterra.
Pero Saint-Amant no era hombre de quedarse mucho tiempo parado, ni de concentrar su interés en una sola actividad. La Revolución de 1848 le sorprende siendo capitán de la Guardia Nacional, una milicia ciudadana encargada de mantener el orden, que apoya a los revolucionarios y se encarga posteriormente de restablecer la calma tras la caída de la monarquía. Saint-Amant, al mando de un destacamento que defiende el palacio de las Tullerías, se distingue especialmente, evitando heroicamente que la masa fuera de control arrase el palacio. Como recompensa, el gobierno provisional le nombra gobernador del palacio.
Pero un puesto administrativo como aquel no era el sueño de Saint-Amant. Y desde el otro lado del mar le llegan pronto los cantos de sirena de una nueva aventura: nada menos que la fiebre del oro en California. Con sus influencias logra el nombramiento de cónsul de Francia en Sacramento, donde reside entre 1851 y 1852. Como tantos otros, se fué de vacío, sin encontrar la mina de oro con la que soñaba.
De nuevo en Francia, vuelve a dedicarse al ajedrez. En 1857 participa en el torneo de Birmingham y en 1858 es uno de los anfitriones del campeón norteamericano Paul Morphy, de gira por Europa, con quien sólo acepta disputar algunas partidas en privado. Pero no es el ajedrez en lo único que gasta su tiempo: prueba de ello es una patente, junto a su socio Jean-Baptiste Augier, de un método para la conservación de la yema de huevo.
En 1861 se compra un castillo en Argelia, donde pasa sus últimos años, planeando quién sabe qué. Muere en un accidente en Hydra en 1872.

domingo, 23 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (y IV): casos especiales

En los tres post anteriores os he hablado de los soldados japoneses que siguieron luchando tras el final de la II Guerra Mundial. Soldados que no sabían del final de la guerra y siguieron cumpliendo las órdenes que tenían de sus superiores (que casi siempre eran esconderse y resistir a la espera de refuerzos). Pero también hubo casos de soldados que no regresaron a su patria porque no pudieron o no quisieron.
En China, se calcula que al finalizar la guerra quedaban al menos 140000 soldados japoneses. Sólo unos pocos lograron volver a su hogar. El resto murió, se involucró en la guerra civil que enfrentó a comunistas con nacionalistas, se hizo mercenario o simplemente se instaló donde pudo iniciando una nueva vida. 20000 de ellos se rindieron en 1948 en las montañas de la región de Manchuria.
El teniente Hideo Horiuchi se incorporó al ejército independentista indonesio. Fué capturado por las tropas holandesas el 13 de agosto de 1946.
Los comandantes Sei Igawa y Takuo Ishii y el teniente Kikuo Tanimoto se incorporaron al Viet Minh, el ejército independentista vietnamita. Igawa fué abatido por los franceses en 1946, Ishii lo fué en 1950 y Tanimoto regresó a Japón en 1954, una vez proclamada la independencia de Vietnam.
Kiyoaki Tanaka y Shigeyuki Hashimoto se unieron a la guerrilla comunista thailandesa; se entregaron en 1989.
Y luego está también el curioso caso de Ishinosuke Uwano. Este soldado japonés, capturado por los soldados soviéticos en la isla de Sajalín en 1945, fue enviado a un campo de prisioneros y su pista se pierde en 1958. Declarado oficialmente muerto en el 2000, para sorpresa de todos fue encontrado por personal de la embajada japonesa en Ucrania viviendo en Kiev. Al parecer, llevaba en Ucrania desde 1965, se había casado y tenido hijos, pero no se sabe por qué no trató de volver a su país ni de ponerse en contacto con su familia. En 2006 viajó con su hijo mayor a Japón para reencontrarse con su familia, pero hubo de hacerlo como ciudadano ucraniano, ya que oficialmente figura como muerto y su nombre ha sido borrado del Registro Civil.

Casos falsos


Oficialmente, Teruo Nakamura es el último combatiente japonés en rendirse (diciembre de 1974). Pero desde entonces han saltado a los medios periódicamente noticias de supuestos resistentes japoneses, pero ninguna de ellas ha sido confirmada, o bien se ha demostrado que eran montajes.
En 1980 se informó que un tal capitán Fumio Nakahara se había entregado en Filipinas. Las investigaciones de las autoridades japonesas no dieron con ninguna prueba de que fuera cierto.
En 1997 se anunció el descubrimiento de un antiguo soldado japonés viviendo en la isla filipina de Mindoro, en el seno de la tribu de los mangyan. El supuesto soldado, que respondía al nombre de Sangrayban, se negaba a volver a Japón y a separarse de su esposa mangyan y sus cuatro hijos. Resultó ser un fraude.
Lo mismo ocurrió en 2005, cuando se dijo que los octogenarios Yoshio Yamakawa y Tsuzuki Nakauchi se habían entregado a los filipinos. Todo resultó ser un engaño.
En numerosas islas del Pacífico existen leyendas de este tipo; entre otras, en Nueva Guinea, Guadalcanal (Marianas), Kolombangara (Nueva Georgia), Vella Lavella (Salomón) e incluso en la isla japonesa de Okinawa. Pero ninguna de ellas con confirmación oficial, y en muchos casos se trata de montajes con objetivos turísticos.

sábado, 22 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (III): los demás

Los casos de Teruo Nakamura e Hiroo Onoda, de los que he hablado, no son excepcionales en absoluto. Los casos de soldados japoneses que siguieron combatiendo o escondidos tras el final de la guerra, los llamados Zan-ryu Nippon hei (en japonés, soldados japoneses dejados atrás) son sorprendentemente numerosos. La conocida combatividad de los soldados nipones, su rígida disciplina, su peculiar código de honor, y también el hecho de que muchos de ellos luchaban en regiones remotas y aisladas sin posibilidad de comunicarse con sus superiores, son las causas de ello. Voy a repasar algunos de los principales.

- Diciembre de 1945: El capitán Sakae Oba, al mando de medio centenar de soldados y doscientos civiles japoneses, se rinde a los americanos en la isla de Saipán (Islas Marianas) tres meses después de concluir la guerra. Permanecían escondidos desde que los americanos habían reconquistado la isla, en julio de 1944.
En la isla de Corregidor (Filipinas) es capturado un soldado japonés que llevaba nueve meses escondido en los túneles construidos por los japoneses para defender la isla, tomada por los norteamericanos en marzo.
- 25 de enero de 1946: Tropas norteamericanas y filipinas se enfrentan a un pelotón de unos 120 soldados japoneses a unos 200 km. al sur de Manila. Los japoneses que no mueren son hechos prisioneros.
- 22 de febrero de 1946: Combates en la isla filipina de Lubang entre tropas locales y un grupo de no menos de 30 soldados japoneses. Ocho soldados aliados (seis norteamericanos y dos filipinos) mueren durante el choque.
- Marzo de 1946: Seis soldados norteamericanos de una patrulla muertos en la isla de Guam en una emboscada de soldados japoneses.
- Abril de 1946: 41 soldados japoneses se entregan en Lubang, ignorando que la guerra había terminado.
- Abril de 1947: 33 soldados del Segundo regimiento de Infantería, al mando del teniente Ei Yamaguchi, se rinden en la isla de Peleliu (República de Palaos). Llevaban ocultos desde noviembre de 1944, sin dejar de atacar a las tropas americanas. Un almirante japonés tuvo que viajar hasta la isla para convencerlos de que se rindieran.
Ese mismo mes, siete japoneses se rinden en Palawan (Filipinas) y otros 15 en Luzon.
- 27 de octubre de 1947: Un soldado japonés se entrega a los americanos en la isla de Guadalcanal, tomada a los japoneses en febrero de 1943.
- Enero de 1948: 200 soldados japoneses se entregan en Mindanao (Filipinas).
- 12 de mayo de 1948: Dos soldados japoneses se entregan a las tropas estadounidenses estacionadas en la isla de Guam (ex-colonia española).
- 6 de enero de 1949: Se entregan a las tropas norteamericanas Yamakage Kufuku y Matsudo Linsoki, los dos últimos defensores de Iwo Jima. Habían sobrevivido hasta entonces ocultándose en los túneles de la isla y robando suministros a los soldados yanquis.
- 1949: Ocho soldados japoneses son encontrados en Papúa-Nueva Guinea; habían sobrevivido gracias a la ayuda de una tribu local.
- Junio de 1951: Una treintena de japoneses se rinden en la isla de Anahatan (Islas Marianas). Eran náufragos supervivientes de un convoy japonés hundido por submarinos norteamericanos en junio de 1944. Su presencia era conocida desde febrero de 1945, pero todos los intentos de contactar con ellos habían resultado infructuosos.
- 1953: Murata Susumu es capturado en la isla de Tinian (Islas Marianas). Había vivido oculto en una cabaña en mitad de un pantano.
- 1954: Policías indonesios capturan a cuatro soldados japoneses del 18º Ejército a los que se buscaba desde 1951.
- Noviembre de 1955: El marinero Noburu Kinoshita es capturado en Luzón por el ejército filipino. Se ahorcó en prisión para evitar la humillación de volver a Japón derrotado.
- 1956: El teniente Shigeichi Yamamoto y tres soldados se entregan en la isla filipina de Mindoro. Llevaban ocultos en la selva desde marzo de 1944, y habían perdido a otros once compañeros durante esos años, algunos por enfermedad y otros asesinados por las tribus locales. Durante este tiempo, habían construído varios edificios en el interior de la selva y poseían más de 4000 m2 de cultivos y numerosos pollos y cerdos.
- Mayo de 1960: El 21 de mayo es capturado por dos pescadores nativos de la isla de Guam el cabo Bunzo Minagawa, que llevaba oculto desde julio de 1944. El día 23 se entregaba a los americanos el sargento Mashashi Ito, que había vivido con Minagawa todo ese tiempo. Tardaron días en convencerlos de que la guerra había terminado, sólo lo creyeron cuando fueron repatriados a Japón.
- 1965: Un antiguo combatiente japonés se entrega en la isla de Vella Lavella (Islas Salomón) al enterarse del fin de la guerra.
- Enero de 1972: El sargento Shoichi Yokoi es capturado en Guam mientras pescaba. Es el último superviviente conocido de los aproximadamente 300 japoneses que se calcula se escondieron en la selva de Guam tras la llegada de los americanos. La mayoría se entregaron o fueron abatidos en los dos años posteriores.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (II): Hiroo Onoda

  Teniente Hiroo Onoda


Os he hablado de Teruo Nakamura, considerado oficialmente el último soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial en dejar de combatir, y del triste trato que recibió de vuelta a Japón. Hoy os hablaré del penúltimo, Hiroo Onoda, cuya suerte fué radicalmente distinta.
Onoda era un joven teniente de inteligencia que a finales de 1944 fué enviado a la isla filipina de Lubang, ante la llegada inminente de las tropas americanas, con órdenes de organizar una guerra de guerrillas una vez hubiese sido ocupada la isla. Tras el desembarco, en febrero del 45, sólo Onoda y tres compañeros (Yukio Akatsu, Shoichi Shimada y Kinshichi Kozuka) se libraron de morir o ser capturados y se internaron en la selva de Lubang, para seguir combatiendo. En octubre de 1945 encontraron un panfleto que anunciaba el final de la guerra, pero creyeron que se trataba de un ardid de los americanos. Ya en marzo de 1950, Akatsu se entregó al ejército filipino en el pueblo de Looc, revelando la existencia de sus tres compañeros. Desde ese momento, empezó una campaña para intentar que se entregaran, con panfletos, periódicos japoneses, incluso cartas de sus familias y amigos. Pero Onoda y los suyos seguían creyendo que se trataba de argucias para capturarlos y no quisieron rendirse. A todo esto, seguían con su misión guerrillera, atacando patrullas de la policía y ejército filipinos, saboteando comunicaciones y quemando suministros.
Shimada murió en mayo de 1954 abatido por la policía y sus compañeros fueron declarados muertos en 1959, pero seguían con vida y Kozuka murió en octubre de 1972 durante un enfrentamiento con la policía. Onoda, que se había convertido en un personaje muy popular en Japón, seguía sin creerse que la guerra había terminado. Es aquí cuando hace su aparición un curioso personaje: un joven japonés llamado Norio Suzuki, quien había decidido recorrer el mundo hasta encontrar, en sus propias palabras, "al teniente Onoda, a un oso panda y al Abominable Hombre de las Nieves". Ignoro cómo le fué con el panda y el Yeti, pero tuvo éxito con Onoda y tras adentrarse en la selva de Lubang dió con él en febrero de 1974. Tras intentar convencerlo, sin éxito, de que volviera a casa, Onoda le dijo que sólo volvería si así se lo ordenaban sus superiores. Tras informar a las autoridades japonesas, éstas corrieron a buscar al que era el superior directo de Onoda, el mayor Taniguchi, que ahora era un tranquilo y respetable librero. Taniguchi viajó con Suzuki a Lubang y el 5 de marzo logró dar con Onoda. Sólo entonces Onoda aceptó salir de la selva (en sus memorias, Onoda sigue defendiendo que él nunca se rindió, sino que fué relevado de su misión). Lo hizo con su uniforme, su espada, su fusil de reglamento Arisaka Tipo 99 en perfecto estado, abundante munición y varias granadas de mano. Estaba en perfecto estado de salud y ni siquiera tenía caries. Sólo siete meses después sería capturado Teruo Nakamura en Morotai.
Aunque Onoda y sus hombres habían abatido desde el fin de la guerra a al menos treinta personas y causado importantes daños, el gobierno filipino decidió, por las especiales circunstancias del caso, no juzgar a Onoda y el propio presidente Ferdinand Marcos le concedió un indulto especial.
Onoda volvió a Japón convertido en un héroe nacional, recibiendo numerosos homenajes y una generosa compensación económica del Gobierno. Pero, incómodo por toda la atención que despertaba (llegaron a pedirle que se presentara como candidato a la presidencia), decidió emigrar en 1975 a Brasil, donde ya vivía su hermano mayor, Tadao, y se dedicó a la ganadería. Se casó en 1976 con una mujer japonesa y volvió a Japón en 1984 para fundar el Onoda Shizen Juku, una organización dedicada a educar a los niños y adolescentes japoneses en los valores tradicionales y el respeto a la naturaleza. En 1996 volvió a Lubang. Visitó los lugares donde había permanecido esos treinta años, incluído su refugio, y dono 10000 $ a una escuela local. Hoy en día, con 89 años, vive entre Japón y Brasil.
Hiroo Onoda publicó su autobiografía con el título No Surrender: My thirty year war. En él hay un párrafo muy revelador sobre su determinación: Cada minuto de cada día, durante treinta años, serví a mi país. Nunca consideré siquiera si ello era bueno o malo para mí como individuo.
Norio Suzuki e Hiroo Onoda, en la selva de Lubang en 1974


Hiroo Onoda, inmediatamente después de deponer las armas (marzo de 1974)

sábado, 15 de octubre de 2011

Los soldados japoneses que no se rindieron (I): Teruo Nakamura

                                         Teruo Nakamura

El 18 de diciembre de 1974, soldados del ejército indonesio capturaron a un extraño personaje en el recóndito interior de la selva de la isla de Morotai, en el archipiélago de las Molucas. Era un hombre ya de edad madura, prácticamente desnudo y con síntomas de padecer la malaria. Se llamaba Teruo Nakamura y se había convertido en el último combatiente japonés de la Segunda Guerra Mundial en rendirse.
La unidad de Nakamura, el 4º Regimiento de Voluntarios de Takagaso, había ocupado Morotai en 1943. En septiembre de 1944, las tropas aliadas tomaron la isla y la mayoría de los defensores japoneses murieron o fueron capturados. Los supervivientes recibieron la orden de resisitir, y así lo hicieron. En enero de 1945 los que quedaban lanzaron una ofensiva suicida contra los americanos, que acabaron con casi todos. Los que sobrevivieron se refugiaron en la selva, y eso es lo que hizo Nakamura. Primero solo, luego en compañía de otros soldados, de los que se separó en 1956 (alegó que había sido amenazado de muerte por sus compañeros, cosa que éstos negaron) para continuar en soledad hasta que en 1974 se tropezó con un aldeano que dió aviso a las autoridades, quienes a petición del gobierno japonés organizaron una misión de captura para devolver al viejo soldado a su hogar.
Cabría pensar que la resistencia de Nakamura recibiría alabanzas a su vuelta a casa, pero en realidad fué todo lo contrario. Lo cierto es que había habido ya varios casos como el suyo en los últimos años y la sociedad japonesa se preguntaba incómoda cuántos veteranos habría todavía por esas selvas esperando órdenes del Emperador. Además había un pequeño detalle que convertía a Nakamura en un problema diplomático, más que en un héroe nacional. Nakamura no era "exactamente" japonés. Era un amis, un nativo de Taiwán, y había nacido en dicha isla bajo la ocupación japonesa. Para buena parte de la sociedad japonesa más conservadora Nakamura ni siquiera podía ser considerado japonés. Y el gobierno nipón se veía en un brete, ya que temía que el viejo soldado provocase un incidente diplomático con China (que seguía considerando a Taiwán parte de su territorio) o con Taiwan, donde la ocupación japonesa había dejado un pésimo recuerdo (igual que en China, Corea, Filipinas y los demás territorios del sureste asiático que habían estado bajo su dominio).
La decisión del gobierno nipón fué cobarde y lamentable. Sin ni siquiera reconocer los casi treinta años pasados por Nakamura en Morotai como tiempo de servicio, le concedieron una pequeña indemnización y una exigua pensión de ex-combatiente, y le enviaron de vuelta a Taiwan. Que los taiwaneses se encargasen de los suyos.
Retornado a su país natal, Nakamura se convirtió en una presencia molesta para el gobierno y la sociedad taiwanesas. Con el sentimiento anti japonés de los taiwaneses, resultaba incómodo encontrar a un taiwanés que había servido heroicamente en el ejército imperial y que se consideraba japonés. Trataron de aprovecharlo publicitariamente. Le cambiaron su nombre por uno chino, pasando a llamarle Liu Kwan Hei, y quisieron presentarlo como una víctima del imperialismo japonés: había sido enrolado a la fuerza y sólo el miedo al castigo le llevó a permanecer tanto tiempo escondido. Algo que el propio Nakamura se encargaba de desmentir: seguía haciéndose llamar Nakamura, proclamando su fidelidad al Emperador y hablando japonés. Al final, todos se desentendieron de él. Solo y rechazado por casi todos (su esposa se había vuelto a casar tras haber sido declarado muerto en 1945), y con su salud deteriorada por su vida al aire libre, Teruo Nakamura murió a causa de un cancer de pulmón en 1979, menos de cinco años después de haber salido de la selva.

miércoles, 12 de octubre de 2011

El hundimiento del Britannic


HMSH Britannic

No, no me han bailado los dedos en el teclado. Es exactamente lo que quería escribir: Britannic. Es el barco de cuyo hundimiento os voy a hablar hoy.
El Britannic fué un buque de pasajeros de la armadora británica White Star Lane. Botado en febrero de 1914, era el tercero de la célebre clase Olympic, tras el Olympic y el celebérrimo Titanic. El Britannic era (por poco) el mayor de los tres (más de 269 metros de eslora y 48518 toneladas de registro bruto), pero, a diferencia de sus hermanos, nunca llegó a utilizarse para el fin que había sido construído. Según cuentan, iba a llamarse originariamente Gigantic, pero tras la catástrofe del Titanic se buscó otro nombre menos parecido.
En agosto de 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y el Britannic, que todavía no estaba acabado, se ve obligado a cancelar su proyectado viaje inaugural. En 1915 el Gobierno británico requisa el barco y lo convierte en buque-hospital, repintándolo y realizándole algunas mejoras para acoger 3300 camas para heridos. Durante el año siguiente realiza varios viajes al Mediterráneo para evacuar soldados heridos. Su último viaje tiene lugar en noviembre de 1916. El 21 de noviembre, a las 8:12 de la mañana, mientras cruzaba el canal de Kea, en el archipiélago griego de las Cícladas, una enorme explosión abrió un boquete en el costado de estribor provocando su rápido hundimiento. El capitán Charles A. Bartlett trató de evitar el hundimiento embarrancando el buque en las costas de la cercana isla de Kea, pero no fué posible. Afortunadamente, y a diferencia de lo ocurrido con el Titanic, el Britannic llevaba a bordo suficientes botes salvavidas y la evacuación se llevó a cabo de manera rápida y eficiente. De las 1125 personas que iban a bordo, entre tripulantes, personal médico y heridos, sólo murieron 29, a consecuencia de un desafortunado accidente: dos botes arriados sin permiso de los oficiales fueron alcanzados por las hélices del barco. 
La causa oficial del hundimiento se atribuyó a una mina. Pero durante mucho tiempo circuló el rumor de que el responsable había sido un torpedo disparado por un submarino alemán. Por aquel entonces, la guerra conservaba una ligera pátina de honorabilidad y la mayoría de los combatientes de ambos bandos se abstenían de atacar al personal médico, sus instalaciones y sus transportes, siempre y cuando no se utilizaran para otros fines. Un ciudadano austríaco había informado erróneamente a las autoridades austrohúngaras de que el Britannic había embarcado soldados en El Cairo. Supuestamente, el alto mando alemán habría ordenado entonces atacar al trasatlántico. La prensa inglesa llegó a especular incluso con que los alemanes querían eliminar a un poderoso competidor en las líneas de transporte entre Europa y América.
Los restos del Britannic fueron localizados en 1975 por el mítico oceanógrafo Jacques Cousteau. En 1995 Robert Ballard, el descubridor del Titanic, exploró los restos con robots submarinos y halló el boquete de la explosión, que parecía sugerir una explosión interna, reabriendo el debate del motivo real de su hundimiento (algunos expertos afirmaron que el aspecto del boquete podía deberse a la deformación del casco al chocar con el fondo marino). En 2003, un nuevo equipo bajo el mando de Carl Spencer exploró el interior del barco y halló en las cercanías los restos de varios anclajes de minas, lo que parece refrendar la teoría oficial sobre el hundimiento.
El hundimiento del Britannic dió mas argumentos al rumor de que la mala suerte perseguía a los barcos de la serie Olympic. El Titanic y el Britannic se hundieron y el Olympic, tras varios choques, abordajes y averías, fué retirado del servicio en 1935 y desguazado.

sábado, 8 de octubre de 2011

Las semiesferas de Magdeburgo


Otto von Guericke (1602-1686) fué un jurista y político alemán que estudió derecho y matemáticas y además fué juez y alcalde de su ciudad natal, Magdeburgo. Sin embargo, debe su fama a su labor como científico, especialmente en el campo de la astronomía y de la física. En astronomía fué de los primeros en defender que se puede pronosticar el retorno de los cometas. Y en física fué uno de los pioneros en el estudio del vacío.
Guericke, conocedor de los trabajos de Pascal y Torricelli sobre la presión atmosférica, dió un empujón fenomenal al estudio de la neumática con un invento fundamental: la bomba de vacío, que ideó en 1649. Pudo así comprobar las fenomenales presiones que el aire podía alcanzar, y demostró que la luz se transmite en el vacío, pero no así el sonido.
Pero lo que le dió mayor popularidad fué una desmostración práctica de las aplicaciones de sus investigaciones. Guericke construyó dos semiesferas de cobre de unos cincuenta centímetros de diámetro que se encajaban herméticamente y dotadas de una válvula. En 1654, durante la celebración de la Dieta de Ratisbona, ante los miembros de la Dieta, incluído el mismísimo emperador Fernando III, y un gran número de curiosos, Guericke unió ambos hemisferios e hizo el vacío en su interior. A continuación, demostró que los esfuerzos combinados de dos tiros de ocho caballos cada uno eran incapaces de separar ambas mitades, pero que si se dejaba entrar de nuevo el aire en su interior, una persona normal podía separarlas con facilidad. Al hacer el vacío en el interior, la presión atmosférica ejerce sobre las semiesferas una fuerza tal que resulta muy difícil separarlas.
El experimento tuvo un éxito enorme entre los espectadores, aunque la mayor parte de ellos no fueron capaces de entender su base científica y lo atribuyeron a un truco de magia. Guericke, lejos de enfadarse, empezó a realizar exhibiciones del mismo tipo en distintas ciudades alemanas. En 1672 publicaría Experimenta nova (ut vocantur) Magdeburgica de vacuo spatio, impreso en Amsterdam, donde exponía los resultados de sus experimentos, incluída célebre demostración de las semiesferas.
Las semiesferas originales construídas por Guericke están hoy en el Deutsches Museum de Munich.

sábado, 1 de octubre de 2011

La guerra más larga de la historia

El archipiélago de las Sorlingas

Si anteriormente os he hablado de la guerra anglozanzibariana, considerada la más corta de la historia, no está de más que ahora mencione a la que es considerada la más larga, la llamada Guerra de los Trescientos Treinta y Cinco Años. Una guerra totalmente atípica: se prolongó efectivamente a lo largo de 335 años pero no hubo ninguna víctima y, de hecho, no llegó a dispararse un sólo tiro. Ni siquiera enfrentó a dos países como tales, sino que enfrentó a los Países Bajos contra el archipiélago británico de las islas Sorlingas.
Todo comenzó con la Guerra civil inglesa, que desde 1642 hasta 1652 enfrentó a los realistas, partidarios del rey Carlos I, y a los parlamentarios, defensores del Parlamento y favorables, por lo tanto, a establecer límites al poder real. Tras varios enfrentamientos y treguas, Carlos I se rindió y fué decapitado el 30 de enero de 1649. Pero los combates continuaron, especialmente en Escocia e Irlanda. La flota realista, al mando de sir John Grenville, se vió obligada a trasladar su base de operaciones al pequeño archipiélago de las Sorlingas (en inglés, Scilly), al oeste de Cornualles. Desde allí continuó hostigando a las tropas comandadas por Oliver Cromwell, Capitán General del ejército parlamentario y lord Protector.
Mientras el resto de Europa se mantenía al margen de los problemas internos ingleses, los Países Bajos habían decidido apoyar al bando parlamentario. Interesados en mantener su estratégica alianza con los ingleses, habían empezado a enviar suministros a los hombres de Cromwell, a los que consideraban los más probables vencedores. Cuando los realistas se enteraron, consideraron que el hecho era una declaración de guerra, y su flota comenzó a atacar a los barcos holandeses. A su vez, los holandeses, argumentando la inexistencia de una declaración oficial de guerra, exigieron la devolución de los barcos capturados y de sus cargamentos. El 30 de marzo de 1651, el almirante jefe de la flota holandesa, Maarten Harpertszoon Tromp, desembarcaba en las Sorlingas para negociar, sin éxito. Por lo tanto, los neerlandeses pasaron a declarar la guerra. El problema era que, tratándose de un país envuelto en una guerra civil, resultaba difícil hallar una fórmula para declarar una guerra a un bando sólo, y más cuando se apoyaba a uno de los contendientes, así que optaron, muy prudentemente, por declarársela, no a Inglaterra, sino específicamente al archipiélago de las Sorlingas. Pero en junio de ese año la flota realista se rindió a las tropas parlamentarias y los holandeses se retiraron sin disparar ni un sólo tiro... pero olvidando el "detalle" de declarar el final de la guerra.
La historia de la supuesta guerra declarada por los holandeses quedó como una leyenda local hasta que en 1985, Roy Duncan, historiador y presidente del Consejo de las Islas Sorlingas decidió escribir al embajador holandés en el Reino Unido para averiguar de una vez por todas la veracidad de la historia. Las investigaciones llevadas a cabo en Holanda demostraron que la historia era cierta: había existido la declaración oficial de guerra pero no había rastro de que se hubiera dado oficialmente por concluída, con lo que, al menos formalmente, la guerra continuaba. El 17 de abril de 1985, justo cuando se cumplían 335 años de la declaración de la guerra, Rein Huydecoper, embajador de los Países Bajos en el Reino Unido, inivitado por las autoridades locales, firmaba en Hughtown, capital del archipiélago, el tratado de paz que restablecía definitivamente la concordia entre ambas partes, añadiendo humorísticamente que "para los habitantes de las Sorlingas debía de haber sido terrible vivir tantos años sabiendo que podíamos haberles atacado en cualquier momento".