El hombre de Tollund
Era el día 6 de mayo de 1950. En las cercanías de la ciudad danesa de Silkeborg dos campesinos del cercano pueblo de Tollund, los hermanos Emil y Viggo Højgaard trabajaban afanosamente cortando turba para utilizarla como combustible en una turbera llamada Bjaeldskovdal cuando hicieron un sorprendente descubrimiento. Enterrado entre la turba hallaron el cuerpo de un hombre, en un estado de descomposición aparentemente no muy avanzado. Inmediatamente dieron aviso a la policía, creyendo que podía tratarse del cadáver de un estudiante desaparecido hacía unas semanas. Los policías examinaron el cadáver y confirmaron que no se trataba del joven desaparecido, ni de nadie que hubiera faltado en la zona, y que probablemente era mucho más antiguo. Uno de aquellos policías era, además, miembro de la junta directiva del museo local, y sospechó que podía tratarse de un hallazgo arqueológico relevante. De hecho, en esa misma turbera habían aparecido otros dos cuerpos en las mismas condiciones, uno en 1927, y a menos de 100 metros de donde había sido hallado este nuevo cuerpo había aparecido en 1938 el cuerpo de la llamada Mujer de Elling, datado en la Edad de Hierro. Por ello, tomó medidas para que el cuerpo fuera extraído junto a la tierra que lo rodeaba y llevado al museo y, posteriormente, al Museo Nacional de Copenhague, donde fué examinado cuidadosamente por su director, el arqueólogo Peter Vilheim Globb, quien determinó que aquel cuerpo tenía no menos de... ¡2200 años!
El cuerpo había sido hallado desnudo (se supone que su ropa se pudrió con el tiempo) salvo por un pequeño gorro de piezas de cuero cosidas y un cinturón. Estaba en posición fetal y su rostro, extraordinariamente bien conservado, mostraba una expresión de calma y tranquilidad. Sólo un detalle llamaba la atención: una correa de cuero trenzado atada a su cuello, probable causa de su muerte.
El examen minucioso del cuerpo desveló una serie de curiosos datos sobre el cadáver. Tenía al morir entre 30 y 40 años, medía 1'60 metros y, por el cuidado de sus manos y uñas, parecía tratarse de una persona de clase alta. Estaba totalmente momificado y la mayoría de los huesos habían desaparecido. La datación lo situaba aproximadamente entre los siglos III y IV a.C. Había muerto as la correa de su cuello, pero no ahorcado sino estrangulado, lo que contrastaba con la expresión plácida y tranquila de su rostro. Su última comida había sido una especie de pasta de semillas, que incluía cereales cultivados como la cebada y el centeno con otras silvestres, de lino o manzanilla. Se da la circunstancia de que el centeno mostraba trazas de un hongo llamado cornezuelo, cuyo consumo tiene efectos alucinógenos (de él se obtiene el LSD), por lo que pudiera haber sido drogado deliberadamente.
¿Se trataba acaso de un criminal ajusticiado y arrojado al pantano? No parece ser el caso. Quizá la respuesta esté en las crónicas del historiador romano Tácito, quien señala en su Germania Magna que los habitantes del norte de Europa ofrecían sacrificios rituales a la diosa Nerthus para asegurarse sus favores, en ceremonias donde las víctimas eran ahogadas. Por toda Europa se han hallado cuerpos en turberas pertenecientes a esa época (al menos 700 conocidos, de los cuales 170 sólo en Dinamarca). Si se trató de un sacrificio, eso explicaría las extrañas circunstancias de su muerte.
Un último detalle: ¿por qué los cuerpos hallados en turberas muestran un grado de conservación tan extraordinario? La respuesta es el medio único que generan las propias condiciones de las turberas. La escasez de oxígeno, la elevada acidez y las bajas temperaturas reducen la actividad microbiana al mínimo y permiten que los restos se conserven tanto tiempo sin apenas descomponerse.
Actualmente, el hombre de Tollund descansa en el Museo de Silkeborg.
Para más información, http://www.tollundman.dk/default.asp