Verba volant, scripta manent

lunes, 30 de marzo de 2020

La derrota más recordada de la historia del golf



Jean Van de Velde nació en 1966 en la ciudad francesa de Mont-de-Marsan, en el seno de una acomodada familia de origen belga. Descubrió el golf durante unas vacaciones de verano y quedó tan fascinado que. años más tarde y pese a la oposición paterna, decidió hacerse profesional. Y así, tras varios triunfos como amateur, en 1987 se pasó al profesionalismo. Debutaría en el circuito europeo en 1989 y conseguiría su primer título en 1993, al vencer en el Masters de Roma. No tuvo una carrera espectacular; nunca ganó un major ni alcanzó puestos de privilegio en el ranking mundial, pero pasaría a la historia de este deporte por protagonizar una de las derrotas más increíbles que se recuerdan, la que tuvo lugar en el último hoyo del Open Británico de 1999.

El Open Británico de 1999 se celebró en el campo escocés de Carnoustie, uno de los mas antiguos del Reino Unido. A él Van de Velde llegaba sin contar entre los favoritos; figuraba en el puesto 152º del ranking mundial y apenas tenía experiencia en majors, habiendo superado el corte en el Open solo en un par de ocasiones anteriores. Sus resultados en la primera ronda fueron discretos: 75 golpes, cuatro sobre par, lejos de los puestos de cabeza. No obstante, una excelente segunda ronda con 68 golpes, tres bajo par, le permitió ascender al liderato con un golpe menos que el argentino Ángel Cabrera y dos menos que el sueco Jesper Parnevik. Y otra buena tarjeta en la tercera ronda (70) le permitió terminar el tercer día del campeonato como líder destacado, con cinco golpes de ventaja sobre el norteamericano Justin Leonard y el australiano Craig Parry.


La cuarta y definitiva ronda, celebrada el 18 de julio, tuvo sus altibajos, pero Van de Velde mantuvo el tipo y llegó al último hoyo, el definitivo, con una ventaja de tres golpes sobre Leonard y el escocés Paul Lawrie, que había protagonizado una espectacular remontada tras empezar el día a diez golpes del francés. Ese hoyo 18, llamado Home, era un par 4 en apariencia no demasiado difícil. Van de Velde había logrado sendos birdies (uno bajo par) en dos de las rondas previas. Y dada la clasificación, le bastaba con resolverlo en seis golpes (doble bogey, dos sobre par) para proclamarse campeón. Muchos lo daban como campeón seguro, tan sencillo veían este último hoyo.

Pero sucedió lo impensable, algo de lo que se seguiría hablando hasta el día de hoy. Para sorpresa de muchos, Van de Velde comenzó el recorrido con un driver, un palo para distancias largas, en lugar de ser más conservador y empezar con un hierro para acercarse al green, como los días anteriores. El primer golpe salió muy desviado, lejos del green. Aún así, tenía margen suficiente como para rectificar, pero su segundo golpe volvió a desconcertar a expertos y aficionados: en lugar de quedarse en la calle, utilizó un hierro 2 para tratar de llegar directamente al green. Y de nuevo, el golpe salió desviado hacia las gradas, rebotó en una barandilla y en un muro de piedra, para acabar en una zona de hierba alta.

Incluso en ese momento Van de Velde tenía una opción clara para hacerse con la victoria. Le bastaba con volver a la calle, alcanzar el green con el cuarto golpe, y luego habría dispuesto de dos putts para embocar la bola. Pero una vez más Van de Velde optó por la decisión menos apropiada: volver a intentar llegar al green en un solo golpe. El golpe volvió a ser desastroso y la pelota acabó en un arroyo cercano, el Barry Burn.


Con la pelota en el agua, Van de Velde protagonizó una de las imágenes icónicas de aquel desastroso hoyo. Y es que, para sorpresa de todos, el golfista francés se quitó zapatos y calcetines, se remangó los pantalones y se metió en el arroyo, donde permaneció un buen rato tratando de calcular las posibilidades de golpear la bola desde el agua. Y cuando muchos temían que de verdad fuera a intentar algo que parecía una auténtica locura, se dio por vencido y sacó la pelota del agua, aceptando un drop (una penalización de un golpe) por ello. Aún le quedaban dos golpes para ganar; tenía que intentar colocarla en el green y luego buscar un putt afortunado para acabar con +6. Pero definitivamente no era su día. El quinto golpe se quedó corto y acabó en la arena, en un bunker. Necesitó otro golpe más para sacar la bola de allí, y otro con el putt para embocar definitivamente. + 7. Triple bogey (tres sobre par). Van de Velde empataba con Lawrie y Leonard obligando así a una ronda de desempate de la que saldría el ganador definitivo. Finalmente, el triunfo se lo llevaría Lawrie (fue el único major que ganó en su carrera) y Van de Velde quedó segundo. Se consumaba así una de las más inauditas debacles de la historia del deporte.

Paul Lawrie levanta el trofeo de campeón del Open Británico
Muchos trataron de encontrar una explicación para el desmoronamiento del golfista francés en el momento decisivo. Le acusaron de querer lucirse, de haberse confiado en exceso. También hubo acusaciones hacia su caddie, el francés Christophe Angìolini, con el que llevaba compitiendo solo desde el mes de abril, que se defendió alegando que la última decisión sobre los golpes de aquel hoyo había sido de Van de Velde. El propio golfista defendió a Angiolini y asumió toda la culpa de lo ocurrido; lo que no impidió que, apenas un mes después del Open prescindiera de sus servicios. La excusa de Van de Velde fue que iba a participar en el circuito americano y necesitaba un caddie que conociera los campos; no obstante, era conocido que había recibido muchas presiones por parte de su manager, patrocinadores, incluso de su esposa, para que no siguiera con él, y Angiolini no se tomó demasiado bien su despido.


Van de Velde continuó con su carrera. Participó en la Ryder Cup de aquel año de 1999 (perdió su único partido individual contra el norteamericano Davis Love III) y no volvería a ganar otro torneo hasta 2006, en el que triunfó en el Open de Madeira, antes de que una serie de lesiones le obligaran a retirarse del circuito. En la actualidad, participa en el circuito europeo Senior, a la vez que ejerce como comentarista para algunos medios y fue nombrado embajador de UNICEF en 2012.

Tiempo después de aquel Open, Van de Velde regresó al campo de Carnoustie de la mano de uno de sus patrocinadores, el fabricante de palos Never Compromise, para rodar un anuncio. Allí tuvo la ocasión de volver a jugar aquel hoyo maldito. En esta ocasión lo logró en tres golpes.

lunes, 23 de marzo de 2020

El lago de los esqueletos



En 1942 un guarda de la reserva de Nanda Devi (en el estado de Uttarakhand, en el norte de la India) llamado Hari Kishan Madhwal comunicaba a las autoridades británicas un macabro hallazgo. En un pequeño lago llamado Roopkund Madhwal había hallado un elevado número de esqueletos humanos, tanto en el fondo del lago como en sus orillas, en un número indeterminado, pero que seguramente era de varios centenares.

Roopkund es un lago glaciar de pequeño tamaño (unos cuarenta metros de diámetro y apenas dos de profundidad) situado en las estribaciones del macizo himalayo de Trisul, a algo más de 5000 metros de altitud. Las leyendas locales atribuyen su creación al dios Shiva, el cual lo habría creado para que su esposa la diosa Parvati se lavara las manos después de una batalla contra los demonios. Permanece cubierto de hielo la mayor parte del año, aunque durante mayo y junio el aumento de las temperaturas hace que el hielo se derrita y el lago quede al descubierto. La zona en la que se encuentra está deshabitada y rodeada de glaciares y montañas permanentemente nevadas, por lo cual el acceso al lago no es sencillo.


Los británicos se mostraron inicialmente preocupados. Temían que aquellos restos pertenecieran a tropas japonesas que habrían tratado de invadir la India cruzando el Himalaya desde el norte, pero una primera investigación descartó esa posibilidad, concluyendo que aquellos restos eran mucho más antiguos. Más tarde se descubriría que la presencia de los esqueletos era mencionada ya en documentos del siglo XIX. Una investigación llevada a cabo en la década de 1950 por el Instituto Antropológico de la India, dató los restos entre el siglo XII y el XV. Las bajas temperaturas de la zona han contribuido a conservar los restos, algunos de los cuales incluso conservan restos de carne pegados a ellos. Además, también se han hallado junto a los esqueletos objetos de madera y cuero, puntas de lanza e incluso joyas como anillos.

Diversas teorías se han propuesto a lo largo de los años para explicar el origen de los restos. Una leyenda local cuenta que un rey de la ciudad de Kannauj llamado Raja Jasdhaval y su esposa embarazada, la Rani Balampa, acudieron con un séquito al santuario de Nanda Devi, pero que el comportamiento libertino de los peregrinos enfureció a la diosa, que como castigo les envió una terrible granizada que acabó con todos. Se especuló también con que se tratase de soldados del ejército del general Zorawar Singh, muerto en 1841 durante una campaña contra los tibetanos (a pesar de que un número elevado de los esqueletos pertenecen a mujeres) o una caravana de mercaderes víctima de una avalancha. Incluso se sospechó que pudiera tratarse de víctimas de una epidemia o de algún ritual suicida, aunque no se halló prueba alguna de ello.


En 2004 se llevó a cabo una expedición dirigida por la National Geographic que tomó muestras de algunos de los restos (se calcula que en el lago hay restos de entre 300 y 600 personas), que fueron sometidas a una datación por radiocarbono en la Universidad de Oxford. El resultado del estudio demostró que parte de los restos estaban datados en torno al siglo IX, pero muy probablemente no procedían de un único episodio, sino que habían sido depositados en el lago a lo largo de años o décadas. Otros restos, en cambio, eran mucho más recientes, de en torno al año 1800, y si parecían haber ido a parar al lago en un único suceso catastrófico.

Más recientemente, en 2018, un estudio genético llevado a cabo por científicos hindúes y estadounidenses sacó a la luz nuevos datos que contribuyeron a aumentar el misterio sobre los esqueletos de Rookpound. Mientras los restos más antiguos están emparentados genéticamente con poblaciones hindúes cercanas al lago, los restos más modernos, los datados en torno a 1800, pertenecen a personas que parecen emparentadas con poblaciones del Mediterráneo oriental, como los griegos o los cretenses. Quienes eran aquellos viajeros de origen europeo y qué hacían en el Himalaya en aquellas fechas, es algo para lo que nadie parece tener una explicación medianamente coherente. Además, uno de los esqueletos estudiados corresponde a un individuo de origen distinto a los otros dos grupos, que parece tener su origen en el sudeste asiático.


No se ha establecido de manera definitiva el motivo de las muertes de las personas cuyos restos permanecen en el lago. No se han hallado señales de heridas, y tampoco de enfermedad (la mayoría de los restos corresponden a personas adultas y en buen estado de salud). Algunos de los cráneos estudiados muestran señales de violentos golpes en su parte superior propinados con mucha fuerza por algún objeto redondeado. Se sabe que la peculiar climatología local provoca con cierta regularidad tormentas con granizos de gran tamaño, por lo que la idea de que fueran viajeros sorprendidos por una de estas tormentas sin posibilidad de hallar refugio parece bastante verosímil.


En la actualidad, la fama del lago Roopkund ha hecho de la región un destino muy popular para el turismo y los aficionados al senderismo. Esto a la larga está resultando perjudicial para el yacimiento, ya que autoridades y organizaciones locales denuncian que muchos de los visitantes se dedican a llevarse como recuerdo objetos, huesos e incluso esqueletos enteros, y llevan tiempo solicitando la intervención del Gobierno indio para que proteja los restos e impida el deterioro de la zona.

domingo, 15 de marzo de 2020

Me voy al Oeste, ¿quién se viene conmigo?



La noche del 12 al 13 de agosto de 1961 las autoridades de la RDA construían el que se haría pronto célebre Muro de Berlín, que separaba la parte de Berlín perteneciente a la República Federal Alemana, de la parte que funcionaba como capital de la República Democrática Alemana. La construcción del muro, decidida apenas unas horas antes por el Consejo de Ministros de la RDA, trataba de detener la continua marcha de ciudadanos germano orientales hacia Occidente a través de la frontera berlinesa (el resto de las fronteras entre las dos Alemanias se habían cerrado en 1952). Desde ese momento, y durante las casi tres décadas que estuvo en pie, el Muro fue testigo de numerosos intentos de fuga de personas que trataban de huir del régimen comunista. Unas 5000 personas huyeron de esta manera, y cerca de 200 murieron abatidas por los disparos de los guardias. Algunas de estas fugas fueron enormemente sofisticadas, preparadas durante meses o años... pero la fuga de la que voy a hablar no es de esas. Es la fuga de Wolfgang Engels.

Wolfgang Engels nació en 1943 en Düsseldorf, donde vivió sus primeros años, pero siendo todavía un niño su madre, miembro del Partido Comunista, se trasladó con él a Berlín Oriental, donde volvería a casarse. Wolfgang creció bajo un régimen comunista, educado para ser un miembro leal al régimen, pero conforme fue creciendo fueron aumentando en él las dudas y la visión crítica hacia el sistema del que formaba parte. Varios hechos contribuyeron a cambiar su punto de vista. Para empezar, la propia construcción del Muro, en la que el propio Engels participó tras ser alistado por las autoridades, y con la que se sentía profundamente en desacuerdo; o las conversaciones con algunos compañeros de trabajo con ideas críticas hacia el gobierno comunista. Pero el verdadero punto de inflexión para Engels sucedió apenas unas semanas antes de su fuga. Él y dos amigos suyos habían salido una noche a dar una vuelta por la ciudad y acabaron cerca del muro, buscando un café donde se iba a celebrar un concierto; pero mientras paseaban se toparon con una patrulla militar, cuyos miembros, no satisfechos con las explicaciones de los jóvenes, decidieron arrestarlos acusándolos de Republikflucht, intento de fuga a Alemania Occidental. Una grave acusación que podía haberles costado hasta dos años de cárcel. Esto indignó a los jóvenes, quienes tras mucho discutir y hacer notar a sus captores que no iban vestidos para una fuga sino para una noche de fiesta lograron ser puestos en libertad.

Wolfgang Engels (2014)
A Wolfgang le indignó aquella arbitrariedad de la que había sido víctima. Pero le impactó incluso más que, cuando regresó a su casa, su madre, comunista convencida (y que además, sin que su hijo lo sospechara, trabajaba como administrativa para el Staatssicherheitsdienst, el temible servicio de inteligencia de la RDA, conocido comúnmente como Stasi), justificara la actuación de los soldados y la manera en la que habían tratado a su hijo y a sus amigos. Como el propio Engels diría más tarde "Aquello fue lo que me conmocionó, que una persona pudiera aceptar tan firmemente la idea de que "el Partido siempre tiene razón", así que me dije a mi mismo que aprovecharía la primera oportunidad de salir de aquí".

Por aquel entonces Engels trabajaba como conductor civil para el ejército de Alemania Oriental, sirviendo de chófer para oficiales y dignatarios. Se llevaba muy bien con los soldados encargados de conducir vehículos militares, tales como blindados o camiones de transporte, hasta el punto de que les dejaba llevarse el coche que conducía cuando tenían tiempo libre y les apetecía dar una vuelta por Berlín. En agradecimiento, sus nuevos amigos le enseñaron a conducir los vehículos militares, algo que a la postre le sería muy útil para su huida.

El plan de Wolfgang Engels no era lo que se dice demasiado sutil: pretendía apropiarse de alguno de los vehículos blindados, conducirlo hasta el muro y una vez allí embestirlo a la mayor velocidad posible para abrirse paso hasta el sector occidental de la ciudad. Engels creyó llegada su oportunidad el 16 de abril de 1963, mientras buena parte de los soldados acantonados en Berlín y sus proximidades se preparaban para el gran desfile del 1 de mayo. Ese día, aprovechando la hora del almuerzo, el joven se apropió de un vehículo blindado SPW-152 (la versión alemana del blindado soviético de seis ruedas BTR-152) y se dirigió al muro.
SPW-152
En una ciudad habituada a la presencia militar, el vehículo conducido por Engels apenas llamaba la atención. Sin mayores problemas recorrió el Karl-Marx-Allee y cruzó el río Spree hacia el distrito de Treptow. Wolfgang iba tan eufórico, tanto, que incluso se permitió el lujo de detenerse junto a varios jóvenes que holgazaneaban en una de las calles por las que pasó y gritarles "Me largo de aquí al Oeste, ¿quién se viene conmigo?". Aunque ninguno de ellos aceptó el ofrecimiento; el fracaso en un intento de fuga suponía en el mejor de los casos la cárcel, y en el peor acabar acribillado por los guardias. Así que Wolfgang siguió su camino hasta llegar a las cercanías del muro. Su llegada no llamó la atención; el oficial al mano de la guardia diría más tarde que creía que se trataba de refuerzos para la vigilancia de la frontera.

No tenía demasiado espacio para tomar impulso, apenas 100 metros, pero pisó el acelerador a fondo y embistió con las nueve toneladas de peso del blindado contra el muro a toda la velocidad de la que fue capaz. Por aquel entonces el muro no era tan impenetrable como llegaría a ser en años posteriores; era poco más que un muro de bloques de hormigón reforzado por barreras de hormigón y alambre de espino. Aún así, el impacto del SPW-152 no fue suficiente para atravesarlo por completo. Consiguió derribar el muro, pero solo lo atravesó parcialmente. Rápidamente, Engels salió del vehículo y trepó sobre los restos del muro, pero quedó enganchado en el alambre de espino. Uno de los guardias del muro estaba a apenas unos metros y le apuntó con su Kalashnikov; Engels le pidió que no disparara, pero el guardia abrió fuego de todas maneras.


La bala alcanzó a Engels en la espalda mientras trataba de volver al interior del vehículo y salió por su pecho, aunque tuvo la suerte de que no alcanzara órganos vitales. Un segundo disparo del guardia impactó en los restos del muro y fragmentos de la bala alcanzaron a Engels en una mano. Su intento de fuga podía haber acabado de muy mala manera si no hubiera recibido ayuda desde el lado occidental. Primero, un oficial de la Policía de Berlín Occidental, que vigilaba el muro desde una plataforma, abrió fuego contra los guardias del otro lado (el hecho de que el primer guardia hubiera disparado en dirección al lado occidental le facultaba para ello), obligándolos a ponerse a cubierto y salvando a Engels de más disparos. Y luego, un grupo de parroquianos (alguno en un avanzado estado de embriaguez) de un bar cercano, dirigidos por el propietario del local, se acercaron rápidamente al muro y formaron una cadena humana que logró liberar a Engels del alambre de espino y llevándolo en volandas hasta el bar, donde lo acomodaron sobre la barra. Cuando Engels recobró la consciencia y vio las estanterías repletas de botellas de licor de marcas occidentales, supo que había logrado su objetivo y pidió que le sirvieran una copa.


Engels permanecería durante tres semanas en un hospital, recuperándose de sus heridas, y posteriormente se marcharía a vivir a Düsseldorf, donde sería acogido por su familia. Mientras, su madre lamentó su "traición" en un comunicado público. Wolfgang intentó ponerse en contacto con ella y con su padrastro en numerosas ocasiones, sin éxito. Sus cartas nunca tuvieron respuesta (la Stasi las interceptaba) y sus llamadas telefónicas terminaban abruptamente. No volverían a verse hasta 1990, cuando el Muro había caído y los cargos contra aquellos que habían huido a Occidente fueron oficialmente anulados. Fue un encuentro emotivo; su madre se alegró de verlo, pero nunca hablaron del espinoso tema de su fuga. "Simplemente, nunca hablamos de lo que había ocurrido".

Engels trabajó durante algún tiempo en un hotel en Gran Bretaña, y luego regresó a Alemania, donde fue profesor en un colegio y bombero. Se casó, tuvo una hija y tres nietos, y tras su jubilación se dedicó a trabajar como voluntario en una organización dedicada a preservar la memoria del Holocausto. Después de la caída del muro averiguó no solo que su madre había trabajado para la Stasi, sino que su nombre figuraba, junto al de otros ciudadanos de Alemania Oriental huidos a Occidente, en una lista de objetivos redactada en la década de 1980 que el gobierno germanooriental planeaba secuestrar para llevar de vuelta y juzgar por deserción.

"No tengo remordimientos" diría años más tarde. "Fue duro al principio, pero he tenido una buena vida aquí".

lunes, 9 de marzo de 2020

Pushinka, un cachorro soviético en la Casa Blanca

Pushinka

El 28 de julio de 1960 era lanzado desde el cosmódromo de Baikonur el primer módulo tripulado del programa Vostok ("Este") que habría de poner en órbita por primera vez a un ser humano. A bordo iban dos perritas callejeras llamadas Chayka ("Gaviota") y Lisichka ("Zorrita"), que desgraciadamente murieron apenas unos segundos después del lanzamiento, cuando el cohete estalló debido a un incendio en una de las cámaras de combustión. Su muerte fue un duro golpe para los ingenieros soviéticos, especialmente para el director del programa, Serguei Koroliov, quien acostumbraba a jugar con Lisichka en el cosmódromo.

Belka y Strelka
No obstante, pese a este fracasado primer intento, el programa siguió su curso. El 19 de agosto fue lanzado el Korabi-Sputnik 2, el segundo vuelo tripulado. A bordo, además de un conejo, varias ratas y ratones, moscas y algunas plantas y hongos, viajaban otras dos perritas callejeras: Belka ("Blanquita") y Strelka ("Flechita"). En esta ocasión la misión fue un éxito y las dos perras, tras pasar un día y dos horas en órbita, aterrizaron sanas y salvas en Kazajistán, siendo los primeros animales en regresar con vida a la Tierra tras haber estado en el espacio, y se convirtieron en héroes del programa espacial soviético, que explotó con gran habilidad su imagen con fines publicitarios. Unos meses después de haber vuelto del espacio Strelka tuvo una camada de seis cachorros con otro perro del programa espacial llamado Pushok ("Peludo"), lo que confirmó que el vuelo espacial no había dejado secuelas en ella, lo que la hizo aún más famosa, dentro y fuera de la Unión Soviética.

Strelka y su camada
Algún tiempo después, durante una cena de estado después de una cumbre internacional celebrada en Viena, el protocolo hizo que la primera dama de EEUU, Jacqueline Kennedy, se sentara al lado de Nikita Kruschev, Secretario General del Partido Comunista Soviético. Durante la amigable charla que compartieron, hubo un momento en el que Jackie Kennedy no supo muy bien de qué mas podía hablar con Kruschev, así que le preguntó por los cachorros de Strelka. El soviético, hombre campechano y generoso, no solo se explayó con entusiasmo hablando de Strelka y sus cachorros, sino que tomó nota del interés de la esposa de JFK. Y así, unas semanas después del encuentro, llegaba a la embajada norteamericana en Moscú un envío muy especial: Pushinka ("Mullida"), uno de los cachorros de Strelka, como regalo del presidente Kruschev a la familia Kennedy.

Pushinka fue llevada a Estados Unidos por una numerosa delegación soviético-estadounidense y entregada más tarde en la Casa Blanca; no sin antes pasar por un minucioso escrutinio por parte del servicio secreto, que incluso la radiografiaron, para descartar que los soviéticos le hubieran implantado algún tipo de sistema de escucha. Los Kennedy eran grandes amantes de los perros (tenían en aquel entonces otros cuatro) y recibieron encantados el regalo de Kruschev. La primera vez que Caroline, la hija mayor del matrimonio, estuvo en presencia de Pushinka, ésta le gruñó. La pequeña no se dejó intimidar; se puso a la espalda de la perra y le pegó una leve patada en el trasero, algo que hizo mucha gracia al presidente cuando se lo contaron, riéndose y llegando a decir "Eso es lo que hay que hacerles a esos malditos rusos". Lo cual no impediría que Pushinka se convirtiera en habitual compañera de juegos de Caroline.


Los Kennedy agradecieron el regalo a Kruschev con una carta en la que decían "Su vuelo de la Unión Soviética a los Estados Unidos no fue tan dramático como el de su madre, sin embargo, fue un vuelo largo y ella lo soportó bien. Los dos agradecemos que recuerde estos asuntos en su ocupada vida."

Pushinka en la Casa Blanca
Algún tiempo después de su llegada, Pushinka dio a luz a una camada de cuatro cachorros que había concebido con otro de los perros de los Kennedy, un terrier galés llamado Charlie. Los cuatro cachorros recibieron los nombres de Blackie, White Tips, Butterfly y Streaker. El presidente Kennedy se refería a ellos jocosamente como los "pupniks", resultado de mezclar "puppy" (cachorro) y Sputnik. Cuando se supo de su nacimiento, en la Casa Blanca se recibieron más de 5000 peticiones, procedentes de todos los puntos del país e incluso del extranjero, de personas que solicitaban poder adoptar a uno de ellos. Finalmente, dos de los cachorros, Butterfly y Streaker, fueron entregados a niños de la región del Medio Oeste, mientras que Blackie y White Tips fueron adoptados por dos familias amigas de los Kennedy.

Pushinka y sus cachorros
Pushinka siguió formando parte de la familia Kennedy hasta su muerte. Todavía hay descendientes suyos en algún lugar de los EEUU. Para muchos historiadores, gestos de cortesía como el regalo de Pushinka contribuyeron a suavizar las relaciones entre Kennedy y Kruschev, lo que sería vital a la hora de resolver situaciones problemáticas como la Crisis de los Misiles de 1962.