El 6 de febrero de 1904, tras casi una década de discusiones y desencuentros entre el imperio ruso y el japonés por causa de los intereses que ambas potencias tenían sobre la región china de Manchuria y la península de Corea, los japoneses, hartos de que los rusos retrasaran sin motivo las negociaciones entre ambos y se negaran a retirarse de Manchuria, como habían acordado en 1900 con el gobierno chino, rompían oficialmente sus relaciones diplomáticas con ellos. Solo dos días más tarde, sin que mediara una declaración de guerra, una flota japonesa al mando del vicealmirante Heihachiro Togo atacaba Port Arthur, la principal base naval rusa en el Pacífico, mientras que al día siguiente otra flota hacía lo propio con el puerto coreano de Chemulpo. Daba así comienzo la que sería conocida como la guerra ruso-japonesa.
La guerra duró dos años y terminó con una contundente derrota rusa, que sorprendió a muchos en Occidente, acostumbrados a considerar al imperio ruso como una de las grandes potencias europeas y a los japoneses como una suerte de exóticos advenedizos que sólo hacía unas décadas que habían abierto sus fronteras. No obstante, en una guerra eminentemente naval como aquella, los rusos partían con desventaja. La Marina rusa, carcomida por la corrupción y el nepotismo, contaba con barcos anticuados y mal mantenidos, con tripulaciones escasas y oficiales incompetentes que habían conseguido su nombramiento más por influencias familiares que por sus méritos. Enfrente, los japoneses disponían de una armada con barcos modernos, muchos de ellos construidos en astilleros europeos, con tripulaciones bien entrenadas y oficiales que en muchos casos habían pasado por academias navales de Europa y EEUU.
Otras potencias como el Reino Unido o Alemania que también tenían intereses en la zona prefirieron mantenerse al margen y dejar que los dos imperios resolvieran sus diferencias. El único actor ajeno que intervino en el conflicto fue el diminuto principado balcánico de Montenegro, que se alineó con los rusos declarando la guerra a Japón. Por aquel entonces Montenegro mantenía una estrecha relación con el imperio ruso, que le había apoyado en sus enfrentamientos con los otomanos y le había concedido generosos subsidios, vitales para un país atrasado y fundamentalmente agrícola, donde los clanes familiares aún tenían gran influencia. Sin embargo, dado que Montenegro ni siquiera tenía una marina de guerra, se trató más que nada de un gesto simbólico, y su única aportación a la guerra fue un puñado de voluntarios montenegrinos que se alistó en el ejército ruso para combatir en Manchuria.
Nicolás I Mirkov Petrović-Njegoš, príncipe (1860-1910) y luego rey (1910-1918) de Montenegro
Finalmente en 1905 ambas naciones se mostraron dispuestas a firmar la paz. Los rusos habían perdido prácticamente toda su flota del Pacífico y los japoneses se enfrentaban a una seria crisis económica debido a los gastos del conflicto. Con el presidente norteamericano Theodore Roosevelt como mediador (lo que le valdría recibir el Premio Nobel de la Paz en 1906) ambas partes firmaron en Portsmouth (New Hampshire) el Tratado de Portsmouth, por el cual Rusia y Japón se comprometían a retirar sus tropas en Manchuria y devolver la soberanía de la región a China (aunque Japón se aseguraba la concesión de la estratégica península de Liaodong, donde se encontraban los puertos de Port Arthur y Dalian), y además los rusos cedían a Japón la mitad meridional de la isla de Sajalín y la red de ferrocarriles que habían construido en la Manchuria meridional. Sin embargo, nadie se había acordado de invitar a Montenegro, ni estos habían enviado un representante a Portsmouth, así que Japón y Montenegro continuaron oficialmente en guerra.
En 1918 Montenegro fue anexionado por Serbia y perdió su entidad como estado independiente. Formó parte del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos y a partir de 1929 del Reino de Yugoslavia. Al desintegrarse Yugoslavia en 1992 Serbia y Montenegro permanecieron unidos, formando primero la República Federal de Yugoslavia y a partir de 2003 la Unión Estatal de Serbia y Montenegro. En 2006 los montenegrinos eligieron mediante un referendum independizarse de Serbia; el 3 de junio el parlamento montenegrino declaró oficialmente la independencia y antes de que terminara el mes ya habían sido aceptados como miembros de la ONU y reconocidos por numerosos países, incluida Serbia.
También Japón reconoció entonces la independencia de Montenegro y se dispuso a entablar relaciones diplomáticas con el recién nacido estado. Y fue entonces cuando alguien se dio cuenta de que nunca se había firmado un tratado de paz oficial entre ambas naciones, por lo que la declaración de guerra de 1904 seguía vigente. Así que en junio de 2006 la entonces viceministra de Asuntos Exteriores de Japón, Akiko Yamanaka, viajó a la capital de Montenegro, Pogdorica, para firmar un acuerdo oficial de paz como paso previo al establecimiento de relaciones diplomáticas, poniendo fin así a un conflicto que, inadvertidamente, se había prolongado durante 102 años.
La explosión de la bomba del Harvey’s Wagon Wheel Casino
Estamos en la madrugada del martes 26 de agosto de 1980. A eso de las cinco y media, Bob Vinson, supervisor del turno de noche en el hotel y casino Harvey's, en Stateline (Nevada), en la costa sur del Lago Tahoe, se da cuenta de que se ha quedado sin tabaco, así que decide acercarse a la tienda de regalos del hotel a comprar una cajetilla. Mientras camina hacia la planta baja desde su oficina en la segunda planta del hotel descubre con sorpresa que la puerta de la sala que alberga la centralita telefónica interna del establecimiento está abierta. Hace apenas una hora ha pasado por allí y está seguro de que la puerta estaba cerrada y de que no había nadie más en aquella parte del hotel. Así que se asoma a la habitación para comprobar que todo esté en orden. Y ve algo que no debería estar allí.
En una esquina del cuarto Vinson ve una gran caja de metal, con aspecto de ser muy pesada. La caja descansa sobre varias ruedas metálicas y piezas de contrachapado, y no muestra aberturas, ni cables, ni botones. Encima de ella hay otra caja metálica, más pequeña, con veintiocho interruptores, todos cuidadosamente numerados y etiquetados. Todos, excepto el número 23, en posición de apagado. Además, al lado de la caja, tirado en la alfombra, hay un grueso sobre donde se lee "Para la dirección del Harvey's". Todo aquello le da muy mala espina a Vinson, así que decide avisar al jefe de seguridad, Simon Caban.
Cuando Caban, un curtido ex-militar que había sido artillero en un helicóptero de combate durante la guerra de Vietnam, llega a la habitación, Vinson no está solo; varios conserjes y guardias de seguridad se han acercado a curiosear. Vinson también ha llamado al sheriff del condado de Douglas y a los bomberos. Curiosamente, no es la extraña caja metálica lo que alarma a Caban, sino el sobre en el suelo junto a ella; recientemente ha asistido a un curso sobre cartas bomba, y piensa que puede tratarse de uno de estos artefactos, así que ordena a todo el mundo salir de la habitación. Más tarde, con la ayuda de un agente del sheriff, decide echar un vistazo al sobre en cuestión. Tras comprobar que no se trata de una bomba trampa (mediante el expeditivo método de golpearlo en repetidas ocasiones con el palo de una escoba) ambos abren el sobre. En su interior hay una carta de tres páginas mecanografiadas. Caban y el agente cogen una página cada uno y comienzan a leerlas. A Caban le cuesta porque no tiene sus gafas, y se apoya en la caja metálica. En ese momento el agente levanta la vista y, señalando hacia la caja, le dice a Caban: "Eso es una bomba".
De inmediato se da la alarma. El hotel, lleno hasta los topes con más de 600 huéspedes debido a la cercanía de la festividad del Labour Day, es evacuado a toda prisa; también, por lo que pudiera pasar, se vacían las cajas, que contienen varios millones de dólares, para llevar el dinero a un lugar seguro. Agentes del Sheriff, bomberos y, finalmente, el FBI, se presentan en el hotel, acordonando la zona y evacuando también los edificios cercanos. Al frente del dispositivo está el agente especial del FBI Bill Jonkey, mientras que de las tareas de desactivación se encarga Danny Danihel, el capitán del escuadrón de desactivación de explosivos del cuerpo de bomberos del condado de Douglas. Danihel, antiguo especialista en explosivos del ejército, ha sido reclamado cuando se disponía a irse de acampada a las montañas con su familia durante tres días. Ambos estudian con cuidado la carta del responsable de la bomba.
La primera hoja de la carta que acompañaba la bomba
Dicha carta comienza de manera ominosa: "SEVERA ADVERTENCIA A LA DIRECCIÓN Y AL DEPARTAMENTO DE DESACTIVACIÓN DE EXPLOSIVOS. No muevan o sacudan esta bomba, porque el mecanismo que controla los detonadores los hará estallar con un movimiento de menos de 0'01 en la escala Richter". Quien hubiera construido la bomba les advertía que contenía mil libras (unos 450 kilos) de dinamita, una cantidad suficiente como para destruir el hotel e incluso causar graves daños en otro hotel y casino, el Harrah's, situado al otro lado de la calle, y aconsejaba evacuar a todas las personas en un radio de al menos quinientos metros. Además hacía hincapié en que bajo ningún concepto deberían intentar desactivar la bomba. Con algo de vanidad por su parte, les avisaba de que había previsto todas las estrategias posibles para desactivarla y había tomado medidas para evitarlas. Si intentaban moverla, explotaría. Si intentaban llenarla con agua o con gas, explotaría. Si intentaban abrirla, explotaría. Incluso los tornillos de la caja estaban conectados a un detonador que haría explotar la bomba si intentaban sacarlos. Una vez activada, nadie, ni siquiera él mismo, podía desactivarla. Pero si cumplían sus exigencias les facilitaría una combinación de interruptores que les permitiría mover la bomba y trasladarla a un lugar apartado donde detonarla sin peligro. Y sus exigencias eran que se le pagasen tres millones de dólares, en billetes usados de cien, sin marcar y sin ningún tipo de tratamiento químico, que debían serle entregados en unas condiciones muy concretas. Si no le pagaban, o notaba algo sospechoso durante la entrega, cesarían los contactos y dejaría que la bomba estallase (según él, tenía tres temporizadores diferentes). Y daba un plazo de 24 horas para hacer el pago.
Jonkey tiene dudas. No sabe hasta que punto fiarse de la carta, si de verdad aquello es una complejísima bomba como afirma el desconocido criminal, o se trata de un montaje. Los artificieros detectan sonidos dentro de la caja; definitivamente, hay algo activo en su interior. Pero Danihel duda que la caja pueda contener tanta dinamita como dice la carta. Sin embargo, pasadas unas horas llegan las primeras imágenes obtenidas con rayos X del interior del artefacto, que confirman algunos de los detalles técnicos descritos por el bombardero. Hay cables conectados a los 28 interruptores, y también a los tornillos. Incluso se distinguen otros dispositivos que el fabricante de la bomba no ha mencionado, como lo que parece ser un circuito colapsante, y detonadores de presión bajo la tapa de la caja. Además, sea lo que sea que hay en el fondo de la caja, hay tanta cantidad que llena prácticamente todo el espacio disponible, y es tan denso que los rayos X no pueden penetrarlo. Se estudia minuciosamente la caja, se toman muestras de la pintura y las paredes, se buscan huellas dactilares e incluso se usa un detector Geiger para descartar que contenga material radiactivo. Aunque quedan algunas dudas, Jonkey y Danihel coinciden en que difícilmente alguien construiría un dispositivo tan complejo para luego no llenarlo de explosivos. Es muy probable que se hallen en presencia de la bomba improvisada más sofisticada y potente de la historia criminal de los Estados Unidos.
El tiempo apremia y el FBI debe decidir qué estrategia debe seguir. Después de que el dueño del hotel, Harvey Gross, se niegue en redondo a pagar el rescate, Jonkey decide que seguirán las instrucciones como si fueran a pagar, aunque en realidad el plan es tender una trampa al criminal cuando acuda a recoger el dinero. Pero mientras tanto los artificieros seguirán tratando de desactivar la bomba. Aunque consigan la combinación de interruptores, no podrán estar seguros de que es la correcta, o de si la bomba tiene algún defecto que la hará explotar igualmente. No piensan arriesgar las vidas de las personas necesarias para moverla, así que la bomba tendrá que ser anulada en el lugar en el que está.
El Fire Marshall de Nevada Tom Huddleston examina la bomba del hotel Harvey's
Siguiendo las instrucciones de la carta, esa noche el agente especial Joe Cook aterriza en un helicóptero en el aeropuerto del Lago Tahoe y llena el depósito de combustible. Con él viaja, escondido en la cabina, un tirador del FBI dispuesto para actuar si así fuera necesario. Lleva los supuestos tres millones de dólares con él; en realidad, son fajos de papeles en blanco donde solo el primero y el último son auténticos billetes. Tal y como le han indicado, aterriza cerca del edificio principal, encarado hacia el este. Según ha escrito el fabricante de la bomba, a las 00:10 exactamente recibirá nuevas instrucciones, bien a través de un taxista ajeno a la trama, contratado por ellos, o bien por una llamada al cercano teléfono público. A las 00:10 exactamente suena el teléfono; Cook descuelga y su interlocutor solo le dice que las instrucciones están en un sobre delante de él, antes de colgar. En el sobre, una nota que ordena a Cook iluminar con una linterna la cabina del helicóptero, para asegurarse de que no hay nadie más, y luego emprender el vuelo hacia el oeste, siguiendo el trazado de la autopista 50, hasta ver a su derecha una luz estroboscópica parpadeante. En ese momento, debe aterrizar en el lugar marcado por la luz, entregar el dinero y marcharse. Cook así lo hace; ilumina la cabina, tratando de no delatar la presencia del otro agente, y luego vuela en la dirección acordada. Mientras, varios vehículos de incógnito del FBI recorren la autopista examinando a los coches que circulan por ella, mientras un avión de la agencia sigue el trayecto del helicóptero desde las alturas. Sin embargo, la famosa señal no aparece. Cook vuela durante horas por la zona sin resultado, hasta que ya, casi sin combustible, tiene que regresar al aeropuerto, esperando recibir una nueva llamada que nunca se produciría. No se sabe si el criminal se asustó al descubrir el dispositivo del FBI o simplemente se equivocó con las instrucciones, pero la entrega no tuvo éxito y no se produjeron nuevos intentos de comunicación.
Ante el fracaso de la entrega, en la mañana del miércoles 27, a eso de las 9;30, tiene lugar una cumbre de urgencia en el Hotel Sahara, entre las autoridades y los distintos expertos que han estado colaborando en el caso. Es necesario decidirse por un plan de acción para tratar de desactivar de una vez por todas la bomba. Hay diversas sugerencias, desde congelar el artefacto con nitrógeno líquido, cubrirlo con hormigón o incluso sacarlo del hotel con una grúa para llevarlo a un campo de golf cercano. Finalmente, Leonard Wolfson, experto en explosivos que trabaja como asesor de la Marina, sugiere utilizar una carga hueca lineal para separar la caja de los interruptores de la carga principal. Esta técnica utiliza una pequeña carga de explosivo plástico dentro de una carcasa metálica que dirige la fuerza de la explosión en una única dirección, capaz de cortar con limpieza casi cualquier material. De este modo, Wolfson piensa que separando la caja superior la bomba podría quedar "decapitada" y que el corte sería lo suficientemente rápido como para impedir que los impulsos eléctricos de la batería lleguen a los detonadores. Es una opción arriesgada, pero es la mejor que tienen.
La réplica de la bomba que construyó el FBI
A las 15:10 Danihel coloca la carga, apoyándola en una pila de guías telefónicas y una mesa, inserta el detonador y comprueba que las conexiones sean correctas y todo esté en orden. Las manos le tiemblan; lleva 30 horas seguidas despierto, estudiando aquel artefacto y preparándose para ese momento. Conecta los cables al detonador y vuelve a revisar todo una vez más. Luego abandona la habitación y sale a la calle. Los agentes del sheriff han dado un aviso de 15 minutos, asegurándose de que todo el mundo se mantiene a una distancia prudencial. Danihel espera a que le confirmen que todo está dispuesto, y cuando la confirmación llega, se dispone a detonar la carga conectando los cables del detonador a una batería de coche. Son las 15:46 y Danihel da el aviso definitivo por radio: "Fuego en el agujero", y conecta los cables. Y el hotel Harvey's saltó por los aires.
Quizá resulte exagerado decir que el Harvey's "saltó por los aires". Pero la enorme explosión abrió un boquete en su fachada que iba desde el sótano hasta el quinto piso, destrozando numerosas habitaciones y provocando daños por valor de 18 millones de dólares de la época. También resultó dañado el Harrah's, que vio como la mayoría de sus ventanas saltaban en pedazos. El misterioso criminal no mentía cuando había dicho que había preparado la bomba contra cualquier intento de desactivación. La caja con los interruptores tenía una pequeña carga de dinamita escondida que ninguno de los que habían examinado la bomba había descubierto. La carga hueca había hecho explotar esa carga oculta, que a su vez había hecho explotar la bomba principal. Aunque la zona no afectada del hotel se reabriría pasados solo unos días, la zona dañada no volvería a entrar en funcionamiento hasta mayo del año siguiente.
De inmediato se procedió a abrir una investigación para dar con la identidad del autor. Resultó ser algo más complicado de lo que imaginaban. Los restos de la bomba no aportaron apenas información; eran materiales corrientes, que se podían encontrar en cualquier ferretería. Tampoco había ninguna firma específica (la mayoría de los fabricantes de bombas tiene una "firma", que puede ser usar un componente poco común, una manera específica de conectar las distintas partes o incluso algún tipo de inscripción), ni el diseño de la bomba se parecía a nada que hubiera en los archivos del FBI. Pese a su escepticismo inicial, los expertos federales comenzaban a pensar que de verdad era posible que una de las bombas más complejas a la que se habían enfrentado jamás fuera obra de un primerizo sin experiencia. Tampoco la dinamita les dio pistas; era parte de un cargamento robado de una obra en construcción en Fresno (California) meses antes, y no había sospechosos.
También se reexaminó un extraño incidente sucedido unos meses antes. En junio de ese año alguien había volado con dinamita el Dry Creek Bridge, un puente de madera que cruzaba un arroyo al norte de las ciudades de Fresno y Clovis. En un primer momento se creyó que se trataba de un acto de vandalismo, pero tras lo sucedido en el Harvey's se consideró que probablemente se trataba de una prueba preliminar en la que el bombardero había hecho explotar una versión no perfeccionada de su artefacto.
Lo único que pudieron averiguar en la investigación era que el día 26, sobre las cinco de la mañana, un par de hombres vestidos con monos de trabajo habían descargado un bulto aparentemente muy pesado de una furgoneta blanca a la entrada del hotel; un bulto que iba cubierto con una lona con las siglas de la compañía informática IBM. Todos habían supuesto que se trataba de la entrega de algún nuevo equipamiento para el hotel, y nadie había prestado demasiada atención.
Ante la falta de pistas, el FBI ofreció una recompensa de 200000 dólares, que luego elevó a medio millón, a cualquiera que facilitara información que llevara a la detención del responsable, lo que a la postre fue esencial para la resolución del caso. Meses más tarde, cuando la investigación languidecía sin pruebas, un hombre llamó al FBI afirmando conocer la identidad del fabricante de la bomba. Cuando se entrevistó con varios agentes en un hotel, les reveló que la chica con la que estaba saliendo había sido hasta hacía poco novia de un tal John Birges Jr, el cual le había confesado antes de su ruptura que la bomba del Harvey's había sido construida por su padre, John Birges Sr, un respetado empresario de la ciudad de Clovis (California). Cuando el FBI consultó sus archivos, descubrió que Birges ya figuraba en ellos como una "persona de interés" en el caso: había sido investigado porque era propietario de una furgoneta blanca cuya descripción encajaba con la usada para llevar la bomba, y que había sido vista aquella noche en la zona del Lago Tahoe, aunque no habían hallado más pruebas en su contra. Pero ahora que contaban con una acusación directa los federales se decidieron a investigar más a fondo a Birges.
John Birges era un inmigrante de origen húngaro (su nombre real era János Birgés y se lo había cambiado al adquirir la nacionalidad estadounidense) que durante la Segunda Guerra Mundial había sido piloto en el ejército húngaro, con el cual había luchado al lado de las fuerzas del Eje. Capturado por los soviéticos tras el final de la guerra, había pasado ocho años en un campo de prisioneros antes de ser liberado, y en 1957 había emigrado a EEUU, instalándose en Clovis y fundando un exitoso negocio de jardinería y paisajismo. A pesar del éxito de su negocio, Birges siempre andaba escaso de dinero debido a su compulsiva afición al juego, que le había acarreado tener numerosas deudas... incluida una importante en el Harvey's, donde afirmaba haber perdido más de 750000 dólares a lo largo de los años. Pero dos cosas llamaron especialmente la atención del FBI: Birges tenía estudios de ingeniería, y debido a su trabajo de paisajismo estaba acostumbrado a manejar explosivos.
Durante la espera antes del intento de desactivación de la bomba, algunos espectadores lucían camisetas con la leyenda "I got bombed at Harvey's"
Solo unos días más tarde, los agentes del FBI arrestaban a Birges, a sus dos hijos, James y John Jr, a su novia Ella Joan Williams, y a dos de sus empleados, Terry Lee Hall y el suegro de éste, Willis Brown. Los dos hijos de Birges, que conocían los planes de su padre pero no habían participado directamente en ellos, accedieron de inmediato a testificar contra los demás acusados a cambio de una sentencia leve, que les permitía eludir la cárcel y quedar en libertad condicional. Hall y Brown, quienes admitieron haber sido los hombres que llevaron la bomba al Harvey's, fueron condenados a siete años de cárcel por conspiración y transporte ilegal de explosivos. Williams, quien solo admitió haber mecanografiado la famosa carta pero desconocer las intenciones de Birges, fue condenada a siete años por conspiración e intento de extorsión, aunque su juicio fue anulado tras una apelación. En su segundo juicio, celebrado ya en 1985, se declaró culpable de complicidad en el intento de extorsión a cambio de quedar en libertad condicional.
En cuanto a Birges, quien en el momento de su arresto estaba fabricando una nueva bomba con la que pensaba repetir su plan, bien de nuevo contra el Harvey's o bien contra un banco de San Francisco, fue declarado culpable de ocho de los nueve cargos que se le imputaron, y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Falleció en el Centro Correccional del Sur de Nevada en 1996, a los 74 años, a causa de un cáncer hepático, tras pasar sus últimos 16 años entre rejas.
La bomba del hotel Harvey's sigue siendo una leyenda para los miembros del FBI. Una réplica del artefacto, construida para el juicio de Birges, se siguió utilizando al menos hasta 2009 para entrenar a nuevos reclutas para el laboratorio del FBI en Quantico (Virginia), y hoy ocupa un lugar de privilegio en la colección de explosivos del laboratorio. Thomas Mohnal, un agente especial del FBI experto en explosivos diría de ella que, a pesar de los avances tecnológicos, tanto por parte de los constructores de bombas como por parte de los encargados de desactivarlas, aún hoy en día sería difícil construir una bomba más difícil de vencer que la del Harvey's, y posiblemente no se pudiera hacer con ella mucho más de lo que se hizo en 1980.
Nathan Leopold (1904-1971) y Richard Loeb (1905-1936)
La comisión del crimen perfecto es un tema habitual del género negro. Innumerables novelas y películas se han hecho inspiradas en esta idea. Pero ha habido casos en el que algunos han llegado más allá y han pretendido llevar a la práctica su propia idea de crimen perfecto.
Nathan Freudenthal Leopold Jr. nació en Chicago el 19 de noviembre de 1904, en el seno de una acaudalada familia de inmigrantes judíos de origen alemán. Desde muy niño demostró una prodigiosa inteligencia, pronunciando sus primeras palabras con apenas cuatro meses y con un coeficiente de inteligencia que se calculó de 210. Durante su etapa escolar estudió quince idiomas, de los cuales llegó a hablar cinco con fluidez, y con 19 años ya había obtenido una diplomatura menor en la Universidad de Chicago (había comenzado sus estudios en la Universidad de Michigan, pero pronto regresó a su ciudad natal) y planeaba matricularse en la prestigiosa Escuela de Derecho de Harvard, una vez hubiera regresado de un viaje por Europa que había planeado con su familia. Había conseguido además cierto prestigio en el campo de la ornitología, especialmente en lo referente al comportamiento de la reinita de Kirtland (Setophaga kirtlandii).
Richard Albert Loeb era cerca de un año más joven; había nacido, también en Chicago, el 11 de junio de 1905, hijo de un rico abogado que había sido vicepresidente de la cadena de tiendas Sears. Al igual que Leopold, tenía una inteligencia excepcional; con 17 años se había convertido en el graduado más joven de la historia de la Universidad de Michigan, y luego se había matriculado en la Universidad de Chicago para asistir a algunas clases de historia, una de sus pasiones. Sin embargo, sus profesores no tenían una imagen muy favorable de él, describiéndole como "vago, desmotivado y obsesionado con el crimen" ya que pasaba buena parte de su tiempo libre leyendo novelas policíacas.
Ambos pertenecían al mismo círculo social, y vivían en el mismo barrio de Chicago, Kenwood, una exclusiva comunidad en la zona sur de la ciudad. Se conocían desde niños, pero nunca habían sido especialmente amigos, hasta que años más tarde coincidieron como parte del mismo grupo de amigos en la Universidad de Chicago. Fue entonces cuando descubrieron sus muchos intereses comunes y se convirtieron en amigos íntimos; una amistad que más tarde daría lugar a una relación homosexual (aunque Leopold, a diferencia de Loeb, nunca admitió tener esa clase de inclinaciones, y solía salir con mujeres de manera habitual). La intimidad entre ambos no tardó en despertar rumores sobre su relación, así que para acallarlos fingieron distanciarse y dejaron de aparecer en público tan a menudo, aunque en privado seguían viéndose con frecuencia.
Por aquella época Leopold estaba vivamente interesado en la obra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Especialmente, le fascinaba el concepto de Übermensch o "superhombre", una persona que ha trascendido el estado espiritual y moral del resto de la humanidad, y que por lo tanto, no está sujeto a las mismas leyes y valores que los demás, sino que él mismo genera su propio sistema de valores. Leopold acabó por creer que él mismo era uno de aquellos elegidos, y no le fue difícil convencer a Loeb de que él también lo era. Convencidos de que estaban por encima de las leyes que regían los destinos de los hombres ordinarios, se mostraron dispuestos a demostrarlo cometiendo pequeños delitos como robos o vandalismo. Envalentonados al ver que no eran descubiertos, pasaron a delitos más graves como el incendio provocado. Sin embargo, el escaso interés que despertaban aquellos incidentes les molestaba; que nadie reconociera las brillantes mentes que se encontraban detrás de ellos les parecía decepcionante. Así que decidieron romper el último tabú: cometer el más terrible de todos los crímenes, arrebatarle la vida a alguien, y salir impunes. Llevar a cabo el crimen perfecto sería la prueba definitiva de su superioridad.
Ambos pasaron meses planeando el crimen hasta el más mínimo detalle, decidiendo qué víctima elegir, qué arma utilizar, cómo deshacerse del cadáver. Y llegó el momento de poner su plan en práctica. El 21 de mayo de 1924, viajando en un coche que Leopold había alquilado con un nombre falso, ambos se cruzaron con Bobby Franks, que regresaba a su casa desde el instituto. Franks, de 14 años, era hijo de un rico fabricante de relojes llamado Jacob Franks. Ambos lo conocían; de hecho, los Franks vivían en la misma calle que los Loeb y el pequeño Bobby había estado varias veces en su casa jugando al tenis. En ese momento decidieron que él sería su víctima; y Loeb, que iba sentado en el asiento trasero, le invitó a subir ofreciéndole llevarlo a su casa. Bobby al principio lo rechazó, dado que su casa estaba ya cerca, pero Loeb insistió, para que pudieran charlar sobre una raqueta de tenis. Y Bobby, que no tenía motivo para desconfiar de ellos, se subió.
Robert "Bobby" Franks (1909-1924)
Instantes después de reemprender la marcha, Loeb atacó a Bobby golpeándolo varias veces en la cabeza con un cincel; luego arrastró su cuerpo hasta la parte trasera del automóvil, donde lo remató asfixiándolo. Tal y como habían planeado, condujeron hasta las orillas del lago Wolf, cerca de Hammond, a 40 kilómetros al sur de Chicago, y allí desnudaron el cadáver y lo desfiguraron con ácido, para luego esconderlo en un tubo de drenaje. Tras regresar a Chicago, donde ya se había dado la alarma por la desaparición de Bobby, Leopold llamó a la familia Franks anunciando que Bobby había sido secuestrado, y que recibirían instrucciones más adelante. El plan de ambos era fingir que se había tratado de un secuestro al azar, de modo que nadie pudiera sospechar de ellos. A continuación redactaron una nota de rescate con una máquina de escribir que habían robado en una residencia de estudiantes y la enviaron, tras lo cual se deshicieron de las ropas de Bobby y de las suyas propias, limpiaron lo mejor que pudieron el coche alquilado y, haciendo gala de su sangre fría, pasaron el resto de la noche jugando a las cartas.
Sin embargo, su elaborado plan se vino abajo cuando al día siguiente un trabajador encontró el cadáver de Bobby, que no tardó en ser identificado. Al enterarse, Leopold y Loeb destruyeron la máquina de escribir que habían utilizado y quemaron una manta con la que habían trasladado el cadáver, y trataron de seguir con sus vidas normales.
La policía registró concienzudamente la zona donde había sido encontrado el cadáver y encontró un par de gafas de un modelo muy poco corriente. Como pudo averiguar la policía, solo se habían vendido tres gafas como aquellas en toda la ciudad... y una de ellas a Leopold. Este fue interrogado, pero alegó que probablemente las gafas se le habían caído del bolsillo unos días antes, mientras estaba en la zona observando pájaros. Esta excusa no convenció a la policía, que citó de nuevo a Leopold y a Loeb para una declaración formal el día 29 de mayo. Ambos afirmaron que la noche del crimen habían estado con dos mujeres cuyos apellidos desconocían, a las que habían recogido en Chicago con el coche de Leopold. Su coartada se vino abajo cuando el chofer de la familia reveló que el coche que ambos decían haber utilizado estaba averiado y que había pasado toda la tarde de aquel día reparándolo, algo que pudo corroborar su esposa.
Sorprendidos en una flagrante mentira, la seguridad de ambos se esfumó de inmediato y no tardaron en confesar. Eso si, ambos afirmaron haber sido el conductor y culparon al otro de ser el autor material del crimen; aunque casi todos los indicios apuntan a Loeb como el autor. Ambos adujeron como motivo del crimen sus delirios sobre el "superhombre" y la emoción de la búsqueda del crimen perfecto. Leopold llegó a calificar su crimen como "un ejercicio de inteligencia, un experimento". La policía hizo públicas sus confesiones el día 31, y días más tarde, recuperaría los restos de la máquina de escribir del fondo de un estanque en el Parque Jackson.
Como era de esperar, las circunstancias del caso, como la brutalidad del crimen, la posición social de los implicados o lo aparentemente absurdo del móvil hizo que la prensa le dedicara gran atención, llegando a calificarlo como "el crimen del siglo". Las familias de los dos jóvenes contrataron para defenderlos a Clarence Darrow, uno de los abogados más célebres del país y conocido opositor a la pena de muerte. Aunque todo el mundo esperaba que la defensa alegara locura como eximente, Darrow estaba seguro de que en un juicio con jurado un caso tan mediático acabaría invariablemente en una condena a muerte, así que decidió que Leopold y Loeb se declararan culpables, con el objetivo de convencer al juez que dictase la sentencia de ser clemente y optar por una condena a cadena perpetua.
La audiencia (que no juicio), presidida por el juez John R. Caverly, duró 32 días. La acusación presentó abundante documentación y más de un centenar de testigos detallando minuciosamente el crimen. La defensa presentó a numerosos expertos en psiquiatría señalando las numerosas "anomalías" de ambos acusados como atenuantes. Finalmente, en el alegato final de Darrow, que duró ocho horas y que él mismo afirmaba que había sido "el mejor de su carrera", Darrow señalaba a la pena de muerte como un castigo brutal, injusto e inhumano, que arrebataba a los condenados hasta la más mínima posibilidad de redimirse. Al final, tal y como Darrow esperaba, en la sentencia hecha pública el 10 de septiembre el juez acabó condenando a los dos a cadena perpetua por asesinato, más una pena adicional de 99 años por el secuestro.
Ambos fueron trasladados a la prisión de Joliet (Illinois). Leopold fue trasladado en 1925 a la prisión de Stateville, a donde llegaría también Loeb cinco años más tarde, en 1930. En Stateville ambos fueron presos modelo y se dedicaron a dar clases a otros presos. El 28 de enero de 1936 Loeb fue atacado en las duchas con una navaja de afeitar por otro preso llamado James Day y murió poco después en la enfermería. Day alegó que Loeb había tratado de asaltarlo sexualmente y un jurado aceptó esa versión y lo declaró no culpable en un juicio celebrado en junio. Sin embargo, Day no presentaba heridas y Loeb mostraba más de cincuenta cortes, algunos propinados desde atrás, lo que sugería que había sido atacado por la espalda. Se dijo que Day lo había estado extorsionando y que Loeb ya no tenía dinero para pagarle (en un principio las familias de ambos les enviaban importantes sumas de dinero, pero luego la dirección de la cárcel les puso un límite de cinco dólares a la semana). La muerte de Loeb sumió a Leopold en una severa depresión.
Después de eso, Leopold siguió siendo un preso ejemplar. Trabajaba en la biblioteca y en el hospital de la cárcel como voluntario, daba clases a los demás presos, incluso se ofreció voluntario para un experimento sobre la malaria. A principios de la década de 1950 un antiguo compañero de universidad llamado Meyer Levin le pidió ayuda para escribir una novela sobre el caso. Leopold lo rechazó, y le ofreció colaborar con él en sus memorias, que estaba escribiendo. Levin escribió de todos modos su novela, titulada Compulsión y publicada en 1956. A Leopold le resultó tan desagradable la versión que daba que trató de llevar a Levin a los tribunales, y también a los responsables de su versión cinematográfica, estrenada en 1959, pero en ambos casos los tribunales fallaron en su contra.
Finalmente, Leopold fue puesto en libertad condicional el 13 de marzo de 1958, tras casi 34 años en prisión. Poco después publicaba su autobiografía, Life and 99 Years, que se mantuvo 14 semanas en la lista de los más vendidos, aunque fue acusado de ignorar su pasado porque el libro comenzaba en el momento en el que entraba en prisión. Deseando empezar una nueva vida, Leopold se mudó a Puerto Rico, donde desempeño diversos trabajos como técnico de laboratorio, investigador médico, profesor en la Universidad de Puerto Rico o agente inmobiliario. También hizo estudios exhaustivos sobre los pájaros de la isla, publicando en 1963 Checklist of Birds of Puerto Rico and the Virgin Islands. También planeó escribir un segundo tomo de memorias, relatando su vida desde su salida de prisión, aunque no llegó a terminarlo. En 1961 se casó con una viuda y murió en 1971, a los 66 años, de un ataque al corazón.
El crimen de Leopold y Loeb ha servido de inspiración a numerosas novelas, obras de teatro y películas. Acaso la más famosa sea La soga (1948), dirigida por Alfred Hitchcock.
"Combate de Khutulun, hija de Kaidu". Ilustración de una edición de Los viajes de Marco Polo o El libro de las maravillas de principios del siglo XV
Cuando en 1227 murió el legendario Gengis Kan su tercer hijo, Ogodei, fue nombrado sucesor al frente del imperio mongol. El primogénito de Gengis, Jochi, había muerto meses antes, y a su segundo hijo, Chagatai, lo consideraba demasiado obstinado e impetuoso, así que había optado por Ogodei como su heredero. A Chagatai, no obstante, se le concedió el gobierno de una amplia región que comprendía el territorio que los romanos llamaban Transoxiana, que iba desde el mar de Aral y la meseta de Pamir hasta los montes Altai, mas la provincia china de Sinkiang. Con el tiempo, aquella región tomó el nombre de su gobernante y pasó a ser conocida como Kanato de Chagatai. Chagatai murió en 1241, y durante unos años hubo cierta inestabilidad, sucediéndose varios gobernantes, entre ellos su hijo Qara Hülegü y el hijo de este, Mubarak Shah.
Entre 1259 y 1263 Kublai Khan y su hermano Ariq Böke, hijos de Tolui (el cuarto hijo de Gengis Kan), se enfrentaron en una guerra civil para lograr ser nombrado Gran Kan del imperio; una guerra en la que triunfaría finalmente el primero de ellos. Entre los partidarios de Ariq estaba Kaidu, un príncipe mongol nieto de Ogodei que gobernaba una pequeña pero próspera provincia fronteriza con Chatagai. En 1264 Kublai convocó a Kaidu a su presencia, pero este se negó alegando que "sus caballos estaban demasiado delgados para soportar un viaje tan largo". Lo cierto es que a Kaidu no le caía demasiado bien su pariente, al que consideraba indigno de regir a los mongoles por haberse apartado de las tradiciones de su pueblo, ya que no solo había adoptado muchas de las costumbres de la cultura china, sino que incluso había renunciado al nomadismo de su pueblo fijando su capital en Dadu (la actual Pekín). Además, durante la reciente guerra civil el kan de Chatagai, Alghu, partidario de Kublai, había saqueado las tierras de Kaidu.
"La princesa Khutulun", película mongola de 2021
Aquel rechazo no era solo una afrenta a Kublai Khan, sino que también era una manera de cuestionar su legitimidad, ya que Gengis Kan había decretado que cualquier aspirante a ser reconocido como Gran Kan debería obtener el respaldo unánime de todas las ramas de su familia. Así que en 1266 Kublai envió a Baraq, bisnieto de Chatagai, como nuevo kan, incitándole a atacar a Kaidu. Pero este era un general hábil y se había aliado con Möngke-Temür, kan de otra de las provincias del imperio, la Horda de Oro. Juntos derrotaron a Baraq e invadieron el Kanato de Chatagai. Finalmente, los tres firmaron un acuerdo de paz en algún momento entre 1267 y 1269: Baraq se quedaba con 2/3 del kanato, mientras el otro tercio se lo repartían Möngke-Temür y Kaidu, quien también recibía la región de Bujará, y se comprometían a lanzar una campaña conjunta contra el ilkanato de Persia. Pero Baraq fue derrotado y murió poco después a causa de sus heridas, lo que aprovechó Kaidu para hacerse con el control del Kanato. En las siguientes décadas se sucedieron varios kanes al frente de Chatagai (Negübei, Buqa Temür, Duwa) que no eran sino títeres impuestos por Kadui, que era quien de verdad ostentaba el poder. Kublai Khan prefirió no enfrentarse abiertamente a él, para no desatar otra guerra civil en el seno del imperio, pero durante el resto de su reinado se mantuvo entre ambos una especie de "paz armada" con enfrentamientos esporádicos entre sus tropas.
Kadui tenía catorce hijos varones, que le acompañaban habitualmente en sus campañas, pero su favorita era su hija menor, Khutulun (Luna Brillante), nacida en torno a 1260, una princesa cuyas habilidades la harían legendaria entre los mongoles. Criada en campamentos militares, rodeada de hermanos varones, tuvo que ponerse a la altura de ellos y lo cierto es que los sobrepasó con creces. Extraordinaria jinete y arquera (como la mayoría de los mongoles), era también muy hábil con la espada y estaba dotada con una fuerza física más que notable, siendo una destacada luchadora de bökh (la lucha libre mongola en la que pierde el primero que toca el suelo con una parte de su cuerpo que no sean las manos o los pies).
Marco Polo la cita en su obra con el nombre de Aigiarne (la forma tártara de Khutulun) diciendo de ella que era "tan bien formada en todas sus extremidades, y tan alta y fuerte, que casi podría ser tomada por una gigante. Era muy hermosa pero también tan fuerte y valiente que en todo el reino de su padre no había hombre que pudiera superarla en hazañas de fuerza". Cuentan que una de las cosas que solía hacer antes de una batalla era cabalgar cerca de las líneas enemigas y a la menor ocasión caía sobre algún soldado enemigo "como un halcón salta sobre un pájaro" y se lo llevaba a su padre. Pero además de ser una excepcional guerrera, Khutulun era también una experta en estrategia y táctica militar. Su padre la tenía cerca siempre y solía consultar con ella cada vez que emprendía alguna de sus campañas.
La actriz surcoreana Claudia Kim interpreta a Khutulun en la serie Marco Polo (2014-2016)
Llegó un momento en el que Kaidu decidió que era hora de casar a Khutulun. La joven ya había sobrepasado la edad en la que las jóvenes mongolas solían contraer matrimonio, y empezaban a circular rumores, extendidos por los enemigos de Kadui, que cuestionaban la sexualidad de la princesa o insinuaban una relación incestuosa entre padre e hija. A Khutulun nunca le había interesado el matrimonio (aunque según el historiador persa Rashid-al-Din Hamadani había estado enamorada de Ghazan, kan mongol de Persia, quien no la correspondió), pero aceptó la voluntad de su padre. Eso si, con una condición: no estaba dispuesta a casarse si no era con un hombre que fuera capaz de derrotarla en un combate de bökh. Además cada aspirante debía aportar una fianza de cien caballos; si vencía a Khutulun, se casaba con ella, pero si perdía, ella se quedaba con los caballos. Muchos fueron los que probaron suerte pero ninguno fue capaz de derrotarla, con lo que Khutulun acabó reuniendo una fabulosa manada de diez mil caballos.
Cuentan que en una ocasión un príncipe extranjero ofreció no cien, sino mil caballos, por tener la ocasión de optar a la mano de Khutulun. Kaidu estaba encantado con el joven: rico, apuesto, miembro de una poderosa familia, le parecía un magnífico yerno, y sugirió a su hija que se dejara ganar. Pero ella derrotó al aspirante como a los otros, y el príncipe, tras entregar los mil caballos, regresó a su patria humillado y avergonzado.
Al final, visto que no había manera de encontrar a un aspirante que derrotara a Khutulun, Kaidu tuvo que recurrir a un matrimonio concertado. El elegido fue un hombre llamado Abtakul, del que apenas se sabe nada. Según algunas crónicas, era un asesino al que Kublai Khan había enviado para matar a Kaidu, pero que tras ser descubierto y apresado había impresionado a este por su valentía. Según otras, era miembro del clan Choros, aliado de Kaidu. En cualquier caso, el hecho de que no se le vuelva a mencionar indica que tuvo un papel secundario y no se inmiscuyó en asuntos de gobierno ni impidió a Khutulun hacer su voluntad... lo que probablemente era lo que ella buscaba desde un principio.
La ópera Turandot, de Giacomo Puccini, se basa en un relato del orientalista francés François Pétis de la Croix, quien al parecer se habría inspirado en la figura de Khutulun
Kaidu murió en 1301, durante una campaña contra Timur Kan, nieto y sucesor de Kublai (muerto siete años antes). Sin duda, le habría gustado nombrar a Khutulun como heredera, pero se encontró con la oposición frontal de sus parientes varones, incluidos sus hijos. Además a Khutulun nunca le interesó demasiado el gobierno; era en el campo de batalla donde se encontraba a gusto. Tras la muerte de Kadui, el entonces kan de Chatagai, Duwa, se alió con el primogénito de Kadui, Chapar, para hacerse con el poder. Khutulun no los apoyó; tomó partido por otro de sus hermanos, Orus, que probablemente habría sido el elegido por su padre. Duwa y Chapar juzgaron conveniente hacer las paces con Timur y reconocer su autoridad. Sin embargo en 1306 Duwa traicionó a Chapar obligándolo a renunciar y apropiándose de su territorio. Duwa falleció al año siguiente, pero sus herederos (sus hijos Könchek, Kebek, Esen Buqa I, Eljigidey y Duwa Timur serían también kanes de Chatagai) mantuvieron el control del kanato y apartaron definitivamente a los hijos de Kadui del poder.
En cuanto a Khutulun, falleció en 1306, cuando contaba unos 45 años, dicen que en circunstancias no del todo claras. No obstante, su enorme popularidad la había convertido en una figura mítica de la historia del pueblo mongol. Su memoria aún pervive y se celebra en el Naadam, un festival tradicional mongol en el que se disputan los llamados "tres juegos de hombres" (bökh, carreras de caballos y tiro con arco).