El archipiélago de las Sorlingas
Si anteriormente os he hablado de la guerra anglozanzibariana, considerada la más corta de la historia, no está de más que ahora mencione a la que es considerada la más larga, la llamada Guerra de los Trescientos Treinta y Cinco Años. Una guerra totalmente atípica: se prolongó efectivamente a lo largo de 335 años pero no hubo ninguna víctima y, de hecho, no llegó a dispararse un sólo tiro. Ni siquiera enfrentó a dos países como tales, sino que enfrentó a los Países Bajos contra el archipiélago británico de las islas Sorlingas.
Todo comenzó con la Guerra civil inglesa, que desde 1642 hasta 1652 enfrentó a los realistas, partidarios del rey Carlos I, y a los parlamentarios, defensores del Parlamento y favorables, por lo tanto, a establecer límites al poder real. Tras varios enfrentamientos y treguas, Carlos I se rindió y fué decapitado el 30 de enero de 1649. Pero los combates continuaron, especialmente en Escocia e Irlanda. La flota realista, al mando de sir John Grenville, se vió obligada a trasladar su base de operaciones al pequeño archipiélago de las Sorlingas (en inglés, Scilly), al oeste de Cornualles. Desde allí continuó hostigando a las tropas comandadas por Oliver Cromwell, Capitán General del ejército parlamentario y lord Protector.
Mientras el resto de Europa se mantenía al margen de los problemas internos ingleses, los Países Bajos habían decidido apoyar al bando parlamentario. Interesados en mantener su estratégica alianza con los ingleses, habían empezado a enviar suministros a los hombres de Cromwell, a los que consideraban los más probables vencedores. Cuando los realistas se enteraron, consideraron que el hecho era una declaración de guerra, y su flota comenzó a atacar a los barcos holandeses. A su vez, los holandeses, argumentando la inexistencia de una declaración oficial de guerra, exigieron la devolución de los barcos capturados y de sus cargamentos. El 30 de marzo de 1651, el almirante jefe de la flota holandesa, Maarten Harpertszoon Tromp, desembarcaba en las Sorlingas para negociar, sin éxito. Por lo tanto, los neerlandeses pasaron a declarar la guerra. El problema era que, tratándose de un país envuelto en una guerra civil, resultaba difícil hallar una fórmula para declarar una guerra a un bando sólo, y más cuando se apoyaba a uno de los contendientes, así que optaron, muy prudentemente, por declarársela, no a Inglaterra, sino específicamente al archipiélago de las Sorlingas. Pero en junio de ese año la flota realista se rindió a las tropas parlamentarias y los holandeses se retiraron sin disparar ni un sólo tiro... pero olvidando el "detalle" de declarar el final de la guerra.
La historia de la supuesta guerra declarada por los holandeses quedó como una leyenda local hasta que en 1985, Roy Duncan, historiador y presidente del Consejo de las Islas Sorlingas decidió escribir al embajador holandés en el Reino Unido para averiguar de una vez por todas la veracidad de la historia. Las investigaciones llevadas a cabo en Holanda demostraron que la historia era cierta: había existido la declaración oficial de guerra pero no había rastro de que se hubiera dado oficialmente por concluída, con lo que, al menos formalmente, la guerra continuaba. El 17 de abril de 1985, justo cuando se cumplían 335 años de la declaración de la guerra, Rein Huydecoper, embajador de los Países Bajos en el Reino Unido, inivitado por las autoridades locales, firmaba en Hughtown, capital del archipiélago, el tratado de paz que restablecía definitivamente la concordia entre ambas partes, añadiendo humorísticamente que "para los habitantes de las Sorlingas debía de haber sido terrible vivir tantos años sabiendo que podíamos haberles atacado en cualquier momento".
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